Título: Bajo cero (I): Todos queremos a Iron Man Autor: Francesc Marí Portada: Montaje de Roberto Cruz Publicado en: Junio 2015
¡El regreso de Iron Man a AT! Genio, millonario, playboy, filántropo… Tony Stark ha vuelto. Tras un largo descanso Iron Man vuelve para enfrentarse a nuevos enemigos que lo dejarán… ¡Helado
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Un elegante millonario, playboy, extraordinario inventor y un poderoso industrial, es Tony Stark... Pero cuando se viste su metálica armadura, se convierte en la más poderosa máquina luchadora del mundo.
Creado por Stan Lee, Larry Lieber, Don Heck y Jack Kirby
Su laboratorio estaba iluminado solo por la luz de las pantallas de sus ordenadores. El reflejo de estas solo permitía distinguir sus manos pulsando con avidez el teclado que tenía en frente.
Cuando acabo de escribir la última línea de texto una sonrisa de victoria apareció en sus labios. Por fin lo había logrado. Todo por lo que había luchado desde que había huido de su Hungría natal acaba de concluir aquella calurosa noche de verano. Tras algunos experimentos fallidos, se había visto obligado a abandonar su país y trasladarse a ese pequeño laboratorio de Brooklyn. Aquel vergonzoso laboratorio de Brooklyn, en el que solo estaban él, sus ordenadores y su… ¡Creación!
Al comprender su éxito soltó una carcajada que resonó entre las vacías paredes de su lugar de trabajo. Abandonó la silla en la que estaba sentado y se acercó a la gran cristalera que tenía enfrente, a través de la que podía ver el resultado por lo que había peleado durante tantos años.
— ¡Magnífico! —exclamó—. Ahora solo falta comprobar si funciona.
—Claro que funciona —se respondió él mismo.
Hacía años que había empezado a hablar solo al comprobar que era rechazado por todos los grandes laboratorios de investigación del planeta. Los últimos habían sido Stark International y Industrias Hammer. Ambas se habían negado a acogerle cuando se había presentado ante ellos con su proyecto de criogenia aplicada.
—Ahora sabrán que sí que valía la pena invertir en mi idea.
—Sí. Vamos a restregarles por la cara nuestros avances a aquellos que solo se dejan encandilar por vistosas presentaciones y hombres elegantes.
—Debían haber visto que había algo más allá de mi aspecto…
— ¡No nos podíamos permitir nada más! —gruñó enfurecido soltando salivazos.
Mientras se calmaba, contempló con avaricia como una tenue luz azul refulgía en la sala anexa, sumergiendo su rostro en un claroscuro en movimiento.
—Debemos experimentar.
—Sí, debemos experimentar.
Diciendo esto volvió tras las pantallas de su ordenador y empezó a buscar entre el centenar de papeles que se acumulaban en su escritorio.
— ¿Necesitamos un conejillo de indias? —se preguntó.
—Necesitamos un conejillo de indias —se respondió.
Por fin encontró lo que buscaba. Entre sus dedos sostenía una manoseada tarjeta de visita en la que se podía leer “Pizzería Don Giovanni”.
— ¿Encargamos un conejillo de indias? —se preguntó deseoso.
—Encarguemos un conejillo de indias —se respondió complaciente mientras una diabólica sonrisa dejaba ver su poco cuidada dentadura.
Cuando acabo de escribir la última línea de texto una sonrisa de victoria apareció en sus labios. Por fin lo había logrado. Todo por lo que había luchado desde que había huido de su Hungría natal acaba de concluir aquella calurosa noche de verano. Tras algunos experimentos fallidos, se había visto obligado a abandonar su país y trasladarse a ese pequeño laboratorio de Brooklyn. Aquel vergonzoso laboratorio de Brooklyn, en el que solo estaban él, sus ordenadores y su… ¡Creación!
Al comprender su éxito soltó una carcajada que resonó entre las vacías paredes de su lugar de trabajo. Abandonó la silla en la que estaba sentado y se acercó a la gran cristalera que tenía enfrente, a través de la que podía ver el resultado por lo que había peleado durante tantos años.
— ¡Magnífico! —exclamó—. Ahora solo falta comprobar si funciona.
—Claro que funciona —se respondió él mismo.
Hacía años que había empezado a hablar solo al comprobar que era rechazado por todos los grandes laboratorios de investigación del planeta. Los últimos habían sido Stark International y Industrias Hammer. Ambas se habían negado a acogerle cuando se había presentado ante ellos con su proyecto de criogenia aplicada.
—Ahora sabrán que sí que valía la pena invertir en mi idea.
—Sí. Vamos a restregarles por la cara nuestros avances a aquellos que solo se dejan encandilar por vistosas presentaciones y hombres elegantes.
—Debían haber visto que había algo más allá de mi aspecto…
— ¡No nos podíamos permitir nada más! —gruñó enfurecido soltando salivazos.
Mientras se calmaba, contempló con avaricia como una tenue luz azul refulgía en la sala anexa, sumergiendo su rostro en un claroscuro en movimiento.
—Debemos experimentar.
—Sí, debemos experimentar.
Diciendo esto volvió tras las pantallas de su ordenador y empezó a buscar entre el centenar de papeles que se acumulaban en su escritorio.
— ¿Necesitamos un conejillo de indias? —se preguntó.
—Necesitamos un conejillo de indias —se respondió.
Por fin encontró lo que buscaba. Entre sus dedos sostenía una manoseada tarjeta de visita en la que se podía leer “Pizzería Don Giovanni”.
— ¿Encargamos un conejillo de indias? —se preguntó deseoso.
—Encarguemos un conejillo de indias —se respondió complaciente mientras una diabólica sonrisa dejaba ver su poco cuidada dentadura.
Donnie estaba estaba recostado en una silla en un rincón de la asquerosa cocina de su jefe, cuando apareció Denise, la chica de los encargos de la pizzería Don Giovanni, en la que trabajaba como repartidor.
— ¿Señor Panucci? Una margarita para… ¿Papanatas? ¿Sapanapa? —anunció masticando sonoramente un chicle.
— ¡Por Dios, Denise! Aprende a tomar nota —protestó el cocinero—. ¿Al menos has tomado nota de la dirección?
—Claro, señor Panucci —respondió ofendida la chica.
—Dásela a Donnie. —le ordenó. Y dirigiéndose a Donnie, añadió—: Y tú, coge una de las que ya están preparadas en la barra y entrégala.
—Sí, señor Panucci —respondió sin ganas el repartidor.
— ¡Y date prisa, que tenemos trabajo!
” ¿Tenemos trabajo?”, se preguntó Donnie mirando el comedor desierto de la pizzería. Sin rechistar, cogió una de las cajas en la que había escrito “Margarita” con rotulador y salió del local leyendo detenidamente la dirección que le había dado Denise.
“Vaya mierda de vida que tengo”, pensó mientras empezaba andar sin prisa hacia la dirección. No estaba lejos, así que evitó coger la bicicleta con la que hacia habitualmente los repartos. Total, la pizza ya estaba helada. Panucci era un horrible cocinero y un peor empresario, detestaba trabajar para él, pero lo único que había conseguido después de estar una temporada en la trena. “Yo mismo me lo he buscado”, se dijo finalmente.
Sin darse cuenta, Donnie había llegado a la dirección que tan nefastamente había apuntado Denise. Miró hacia el enorme y viejo edificio de oficinas que tenía enfrente. Parecía abandonado.
—Será inepta —protestó.
Las puertas estaban barradas con dos grandes tablones de madera y la mayoría de ventanas estaba tapiadas o con los cristales rotos. ¿Podía ser que alguien hubiera llamado desde ese lugar para pedir una pizza? Donnie sacudió la cabeza incrédulo, echaría un ojo alrededor y, si no encontraba nada que le dijera que ahí había alguien, se regresaría a la pizzería. No era que quisiera, pero al menos podía estar tumbado.
Tras unos pasos se encaró a un callejón que olía a orina, basura y otras porquerías. No se hubiera metido ahí por nada del mundo, pero vio que había una puerta de servicio en la pared del edificio. Vigilando no pisar comida en descomposición —aunque tuviera mejor aspecto que lo que cocinaba su jefe— o mierda de rata, se acercó a la puerta metálica. Estaba entreabierta y el aire silbaba al pasar a través de ella.
— ¡Y una mierda! —exclamó—. Ahí no entro ni…
Pero antes de que se diera por vencido, vio que en el lado más alejado de la luz proveniente de la calle principal, había un pequeño cartel de aluminio atornillado a la pared del edificio.
—“C.A.S.: Criogenia Aplicada Shapanka. Décima planta —dijo leyendo el cartelito—. ¿Qué coño es Shapanka?
Su cerebro ató cabos. Shapanka era el nombre que había anotado mal Denise. Tras un suspiro y darle una par de vueltas a la posibilidad de largarse de ahí, Donnie empujó la puerta con el hombro y entró en aquel oscuro lugar.
La puerta daba acceso a una larga escalera de emergencias que subía pegada a la pared dejando un espacio en el centro. Con la mano que tenía libre se frotó la frente intentando sacarse de encima las ganas de estrangular a Denise y a Panucci por enviarle a aquel lugar. “ ¡Encima no hay ascensor!”, protestó para sus adentros mientras empezaba a subir aquella serpenteante escalera.
La verdad sea dicha, el interior de aquel edificio olía igual o peor que el callejón, como si un millar de ratas se hubiera cagado a la vez mientras alguien arrojaba fruta podrida desde lo alto de aquellas escaleras.
A medida que subía, Donnie pudo comprobar que las puertas que daban acceso a las diferentes plantas estaban igual de cerradas que la puerta principal del edificio. En aquellas escaleras no corría ni una brizna de aire a parte de la que venía del callejón, varias plantas más abajo, por lo que a cada peldaño se sentía más sudado. De vez en cuando miraba hacia arriba, con la esperanza de ver si podía ver algo más de la décima planta, pero nada.
— ¿A saber dónde me he metido? —Se preguntó, haciendo que sus palabras rebotaran en las paredes de la escalera—. En un lío, seguro.
Sin embargo, cuando alcanzó la octava planta, el aire viciado que tenía a su alrededor empezó a sentirse más frío y, por lo tanto, más respirable. Sorprendido por este repentino cambio miró hacia arriba de nuevo, y vio como una tenue luz azul iluminaba la escalera dos de plantas más arriba.
En un último esfuerzo, Donnie llegó a la décima planta empapado en un sudor que cada vez era más frío. La doble puerta que daba acceso al resto de aquella planta tenía la mitad derecha entre abierta, y una luz permitía ver como un vapor helado salía de ella a ras de suelo.
Donnie observó aquel efecto con suspicacia, sospechando de lo que podría encontrarse al otro lado.
“Lo bueno es que no notarán que la pizza que les traigo está helada”, pensó bromeando consigo mismo.
Al coger el pomo de la puerta para abrirla, sintió que este estaba aún más frío que la pizza.
—Joder, que cosa más rara —susurró. Y, sin cruzar el umbral, anunció en voz alta—: Traigo una pizza para el señor Shapanka.
Nadie respondió.
“Vaya sorpresa”, se dijo admitiendo la evidencia.
Sin embargo, aquel frío glacial que salía de aquella puerta le llamó la atención, así que entró sin pensárselo dos veces.
Al recorrer el largo pasillo que había tras la puerta, pudo comprobar de donde salía aquel vapor. A lado y lado del pasillo, sobre la vieja moqueta enmohecida, había varios tubos de gran diámetro que desprendían un frío exagerado y, de vez en cuando, entre resoplidos soltaban un chorro de ese vapor.
Después de descubrir de donde procedía el vapor, solo le faltaba averiguar de donde procedía aquella misteriosa luz azulada que lo inundaba todo a su alrededor. Al final del pasillo, había una puerta con un cartel igual que el del callejón colgado de ella.
“Debe ser aquí”, se dijo Donnie.
De un tirón abrió la puerta y la luz lo deslumbró por completo, cegándolo por un segundo. Cuando su vista se acostumbró a la luz pudo ver lo que había tras aquella puerta. En una amplia sala había una docena de lo que parecían neveras con puertas de cristal conectadas entre sí por unos tubos similares a los que había en el pasillo, dispuestas en círculo. En cada una de ellas refulgía con intensidad aquella intrigante luz.
Atraído, Donnie fue entrando en la sala situándose en el medio de la sala. Mientras su mente intentaba averiguar que era lo que lo rodeaba, Donnie empezó a dar vueltas sobre si mismo. Hasta que la puerta de aquella sala se cerró tras él con fuerza.
— ¡Eh! —exclamó soltando la caja de la pizza y arrojándose contra la puerta para aporrearla con fuerza.
—Bienvenido, señor… —una perturbadora voz dejó la frase a medias, como si esperase a que Donnie la terminará por ella.
Donnie se giró mirando hacia un gran espejo similar al que se había encontrado innumerables veces en las comisarías de policía.
—Eres un imbécil si crees que le voy a dar el nombre a un espejo. ¿Qué te crees, que nací ayer?
La única respuesta fue una carcajada aún más perturbadora que la voz de antes, seguida de unos murmullos como si dos personas discutieran entre ellas.
—No importa su nombre —aclaró de nuevo la voz—. Sólo importa el progreso.
—Eso, eso… El progreso —dijo otra voz.
— ¡¿Qué progreso?! —preguntó a gritos Donnie volviendo al centro de la sala.
Pero antes de que antes le respondiera, aquellas extrañas neveras empezaron a emitir un zumbido que fue subiendo de intensidad hasta que Donnie no pudo más que taparse los oídos, retorciéndose de dolor.
De repente, Donnie sintió como la temperatura descendía de golpe, a la vez que aquellas “neveras” emitían una luz, cada vez, más intensa y azul. A su alrededor fue formándose un torbellino de vapor que lo estaba rodeando. Hizo la intentona de dirigirse hacia la puerta…
—Le recomiendo que no se mueva del centro de la sala, podría ser peor —le recomendó la voz.
Donnie hizo caso. No sabía porqué. Debía ser el miedo, pero no se movió mientras que extraño torbellino de vapor y frío lo envolvían llevándole a sentir las temperaturas más bajas que jamás había imaginado que sentiría. Cuando el frío y el dolor se hicieron inaguantables, Donnie no pudo evitar soltar un grito que se perdió bajo el potente zumbido.
Pero, cuando parecía que aquello acabaría con él, todo paró de repente, igual como había empezado.
Poco a poco, Donnie apartó las manos de sus oídos y abrió los ojos, para ver que a su alrededor todo estaba normal. Lo que no era normal era él. Al mirarse las manos vio como desprendían el mismo vapor helado por cada uno de sus poros, y que sus venas eran de un tono azul eléctrico. Asustado se acercó al espejo apoyando su mano derecha en él, pudiendo comprobar como sus iris, oscuros desde pequeño, ahora eran de un intensó color azul. El mismo color azul que la luz que lo había atraído hasta allí. Al apartarse sorprendido por el cambio, vio como el lugar del espejo en el que había puesto la mano se había generado una fina capa de escarcha.
— ¿Qué me ha pasado? ¿En qué me habéis convertido? —preguntó esperando que la voz le diera explicaciones.
—Te he liberado… —respondió la primera voz.
—Eres libre para hacer cuanto quieras —respondió la otra entre lo que parecía una aguda risa.
Donnie no entendía nada. Pero sabía que ahora era diferente. Tenía algo especial que no había tenido antes.
— ¿Puedo volver al trabajo?
—Sí, vuelve a tu trabajo —dijo la segunda voz.
—Prueba lo que te he dado —le aconsejó la primera—. Y recuerda, todo progreso requiere experimentación
—Sí, volveré a ver al señor Panucci y a Denise —respondió Donnie mientras una malvada sonrisa aparecía en su cara, y un halo de vapor helado se desprendía de sus labios.
— ¿Señor Panucci? Una margarita para… ¿Papanatas? ¿Sapanapa? —anunció masticando sonoramente un chicle.
— ¡Por Dios, Denise! Aprende a tomar nota —protestó el cocinero—. ¿Al menos has tomado nota de la dirección?
—Claro, señor Panucci —respondió ofendida la chica.
—Dásela a Donnie. —le ordenó. Y dirigiéndose a Donnie, añadió—: Y tú, coge una de las que ya están preparadas en la barra y entrégala.
—Sí, señor Panucci —respondió sin ganas el repartidor.
— ¡Y date prisa, que tenemos trabajo!
” ¿Tenemos trabajo?”, se preguntó Donnie mirando el comedor desierto de la pizzería. Sin rechistar, cogió una de las cajas en la que había escrito “Margarita” con rotulador y salió del local leyendo detenidamente la dirección que le había dado Denise.
“Vaya mierda de vida que tengo”, pensó mientras empezaba andar sin prisa hacia la dirección. No estaba lejos, así que evitó coger la bicicleta con la que hacia habitualmente los repartos. Total, la pizza ya estaba helada. Panucci era un horrible cocinero y un peor empresario, detestaba trabajar para él, pero lo único que había conseguido después de estar una temporada en la trena. “Yo mismo me lo he buscado”, se dijo finalmente.
Sin darse cuenta, Donnie había llegado a la dirección que tan nefastamente había apuntado Denise. Miró hacia el enorme y viejo edificio de oficinas que tenía enfrente. Parecía abandonado.
—Será inepta —protestó.
Las puertas estaban barradas con dos grandes tablones de madera y la mayoría de ventanas estaba tapiadas o con los cristales rotos. ¿Podía ser que alguien hubiera llamado desde ese lugar para pedir una pizza? Donnie sacudió la cabeza incrédulo, echaría un ojo alrededor y, si no encontraba nada que le dijera que ahí había alguien, se regresaría a la pizzería. No era que quisiera, pero al menos podía estar tumbado.
Tras unos pasos se encaró a un callejón que olía a orina, basura y otras porquerías. No se hubiera metido ahí por nada del mundo, pero vio que había una puerta de servicio en la pared del edificio. Vigilando no pisar comida en descomposición —aunque tuviera mejor aspecto que lo que cocinaba su jefe— o mierda de rata, se acercó a la puerta metálica. Estaba entreabierta y el aire silbaba al pasar a través de ella.
— ¡Y una mierda! —exclamó—. Ahí no entro ni…
Pero antes de que se diera por vencido, vio que en el lado más alejado de la luz proveniente de la calle principal, había un pequeño cartel de aluminio atornillado a la pared del edificio.
—“C.A.S.: Criogenia Aplicada Shapanka. Décima planta —dijo leyendo el cartelito—. ¿Qué coño es Shapanka?
Su cerebro ató cabos. Shapanka era el nombre que había anotado mal Denise. Tras un suspiro y darle una par de vueltas a la posibilidad de largarse de ahí, Donnie empujó la puerta con el hombro y entró en aquel oscuro lugar.
La puerta daba acceso a una larga escalera de emergencias que subía pegada a la pared dejando un espacio en el centro. Con la mano que tenía libre se frotó la frente intentando sacarse de encima las ganas de estrangular a Denise y a Panucci por enviarle a aquel lugar. “ ¡Encima no hay ascensor!”, protestó para sus adentros mientras empezaba a subir aquella serpenteante escalera.
La verdad sea dicha, el interior de aquel edificio olía igual o peor que el callejón, como si un millar de ratas se hubiera cagado a la vez mientras alguien arrojaba fruta podrida desde lo alto de aquellas escaleras.
A medida que subía, Donnie pudo comprobar que las puertas que daban acceso a las diferentes plantas estaban igual de cerradas que la puerta principal del edificio. En aquellas escaleras no corría ni una brizna de aire a parte de la que venía del callejón, varias plantas más abajo, por lo que a cada peldaño se sentía más sudado. De vez en cuando miraba hacia arriba, con la esperanza de ver si podía ver algo más de la décima planta, pero nada.
— ¿A saber dónde me he metido? —Se preguntó, haciendo que sus palabras rebotaran en las paredes de la escalera—. En un lío, seguro.
Sin embargo, cuando alcanzó la octava planta, el aire viciado que tenía a su alrededor empezó a sentirse más frío y, por lo tanto, más respirable. Sorprendido por este repentino cambio miró hacia arriba de nuevo, y vio como una tenue luz azul iluminaba la escalera dos de plantas más arriba.
En un último esfuerzo, Donnie llegó a la décima planta empapado en un sudor que cada vez era más frío. La doble puerta que daba acceso al resto de aquella planta tenía la mitad derecha entre abierta, y una luz permitía ver como un vapor helado salía de ella a ras de suelo.
Donnie observó aquel efecto con suspicacia, sospechando de lo que podría encontrarse al otro lado.
“Lo bueno es que no notarán que la pizza que les traigo está helada”, pensó bromeando consigo mismo.
Al coger el pomo de la puerta para abrirla, sintió que este estaba aún más frío que la pizza.
—Joder, que cosa más rara —susurró. Y, sin cruzar el umbral, anunció en voz alta—: Traigo una pizza para el señor Shapanka.
Nadie respondió.
“Vaya sorpresa”, se dijo admitiendo la evidencia.
Sin embargo, aquel frío glacial que salía de aquella puerta le llamó la atención, así que entró sin pensárselo dos veces.
Al recorrer el largo pasillo que había tras la puerta, pudo comprobar de donde salía aquel vapor. A lado y lado del pasillo, sobre la vieja moqueta enmohecida, había varios tubos de gran diámetro que desprendían un frío exagerado y, de vez en cuando, entre resoplidos soltaban un chorro de ese vapor.
Después de descubrir de donde procedía el vapor, solo le faltaba averiguar de donde procedía aquella misteriosa luz azulada que lo inundaba todo a su alrededor. Al final del pasillo, había una puerta con un cartel igual que el del callejón colgado de ella.
“Debe ser aquí”, se dijo Donnie.
De un tirón abrió la puerta y la luz lo deslumbró por completo, cegándolo por un segundo. Cuando su vista se acostumbró a la luz pudo ver lo que había tras aquella puerta. En una amplia sala había una docena de lo que parecían neveras con puertas de cristal conectadas entre sí por unos tubos similares a los que había en el pasillo, dispuestas en círculo. En cada una de ellas refulgía con intensidad aquella intrigante luz.
Atraído, Donnie fue entrando en la sala situándose en el medio de la sala. Mientras su mente intentaba averiguar que era lo que lo rodeaba, Donnie empezó a dar vueltas sobre si mismo. Hasta que la puerta de aquella sala se cerró tras él con fuerza.
— ¡Eh! —exclamó soltando la caja de la pizza y arrojándose contra la puerta para aporrearla con fuerza.
—Bienvenido, señor… —una perturbadora voz dejó la frase a medias, como si esperase a que Donnie la terminará por ella.
Donnie se giró mirando hacia un gran espejo similar al que se había encontrado innumerables veces en las comisarías de policía.
—Eres un imbécil si crees que le voy a dar el nombre a un espejo. ¿Qué te crees, que nací ayer?
La única respuesta fue una carcajada aún más perturbadora que la voz de antes, seguida de unos murmullos como si dos personas discutieran entre ellas.
—No importa su nombre —aclaró de nuevo la voz—. Sólo importa el progreso.
—Eso, eso… El progreso —dijo otra voz.
— ¡¿Qué progreso?! —preguntó a gritos Donnie volviendo al centro de la sala.
Pero antes de que antes le respondiera, aquellas extrañas neveras empezaron a emitir un zumbido que fue subiendo de intensidad hasta que Donnie no pudo más que taparse los oídos, retorciéndose de dolor.
De repente, Donnie sintió como la temperatura descendía de golpe, a la vez que aquellas “neveras” emitían una luz, cada vez, más intensa y azul. A su alrededor fue formándose un torbellino de vapor que lo estaba rodeando. Hizo la intentona de dirigirse hacia la puerta…
—Le recomiendo que no se mueva del centro de la sala, podría ser peor —le recomendó la voz.
Donnie hizo caso. No sabía porqué. Debía ser el miedo, pero no se movió mientras que extraño torbellino de vapor y frío lo envolvían llevándole a sentir las temperaturas más bajas que jamás había imaginado que sentiría. Cuando el frío y el dolor se hicieron inaguantables, Donnie no pudo evitar soltar un grito que se perdió bajo el potente zumbido.
Pero, cuando parecía que aquello acabaría con él, todo paró de repente, igual como había empezado.
Poco a poco, Donnie apartó las manos de sus oídos y abrió los ojos, para ver que a su alrededor todo estaba normal. Lo que no era normal era él. Al mirarse las manos vio como desprendían el mismo vapor helado por cada uno de sus poros, y que sus venas eran de un tono azul eléctrico. Asustado se acercó al espejo apoyando su mano derecha en él, pudiendo comprobar como sus iris, oscuros desde pequeño, ahora eran de un intensó color azul. El mismo color azul que la luz que lo había atraído hasta allí. Al apartarse sorprendido por el cambio, vio como el lugar del espejo en el que había puesto la mano se había generado una fina capa de escarcha.
— ¿Qué me ha pasado? ¿En qué me habéis convertido? —preguntó esperando que la voz le diera explicaciones.
—Te he liberado… —respondió la primera voz.
—Eres libre para hacer cuanto quieras —respondió la otra entre lo que parecía una aguda risa.
Donnie no entendía nada. Pero sabía que ahora era diferente. Tenía algo especial que no había tenido antes.
— ¿Puedo volver al trabajo?
—Sí, vuelve a tu trabajo —dijo la segunda voz.
—Prueba lo que te he dado —le aconsejó la primera—. Y recuerda, todo progreso requiere experimentación
—Sí, volveré a ver al señor Panucci y a Denise —respondió Donnie mientras una malvada sonrisa aparecía en su cara, y un halo de vapor helado se desprendía de sus labios.
##¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!##
Al oír el sonido del de su despertador, Tony abrió los ojos parpadeando desacompasadamente.
— ¡Bufff! —Resopló mientras se frotaba la cabeza con ambas manos—. La noche ha sido larga —se dijo sonriendo.
Los cristales de su ático en Nueva York perdieron oscuridad hasta ser completamente transparentes.
— ¡Madre mía, J.A.R.V.I.S.! —protestó—. ¿No ves que tengo resaca?
—Lo lamento, señor —respondió la voz electrónica de su peculiar mayordomo.
—Ponlos al cincuenta por ciento —ordenó Tony sentándose al borde la cama con los ojos entrecerrados.
— ¿Desea que reproduzca su selección de canciones matutinas? —preguntó el mayordomo.
—No, claro que no, con esta resaca solo me falta escuchar AC/DC o Metálica.
—Lo suponía —susurró J.A.R.V.I.S...
— ¿Qué has dicho? —preguntó Tony mientras se frotaba con fuerza los ojos.
—Nada, señor.
—Sí, claro —aceptó a regañadientes Stark.
No sabía como se lo había hecho, pero al registrar la voz de su mayordomo de carne y hueso en aquel programa, parecía que también hubiera hecho una copia de su flemático carácter inglés.
Vestido solo con unos pantalones de algodón de color rojo, Tony se dirigió al enorme baño acristalado de su ático. Mientras se miraba en el espejo sus ojerosos ojos y la barba mal afeitada, escuchó como alguien bostezaba y remoloneaba en su cama. ¿Había alguien en su cama? No podía seguir así, debería hacer como Happy y Pepper. Algún día debería sentar la cabeza.
Distraídamente miró hacia su cama, donde una preciosidad rubia estaba dándose la vuelta sobre ella.
— ¿Por qué debería? —Se dijo sonriendo mientras observaba a la chica—. Creó que lo estoy haciendo bastante bien.
—Buenos días, Tony —dijo la chica sentándose, dejando ver lo que llevaba estampado en la camiseta.
“Otra groupie”, pensó Tony. La chica llevaba una camiseta blanca de algodón, en la que había estampada la clásica frase de “I ♥ NY”, aunque en lugar de las iniciales de la ciudad, había la silueta de su máscara. No sabía si era oficial o no. Pero, al fin y al cabo, era uno más de los centenares de artículos de merchandising que llevaban su cara… Bueno, la de Iron Man.
—Claro, nena. Todos queremos a Iron Man —dijo respondiendo al eslogan de la camiseta.
Mientras la chica intentaba averiguar a que venía aquello, Tony volvió a mirarse al espejo. Pero antes de que pudiera ver su reflejo, la superficie del espejo se había convertido en la pantalla de un ordenador. En el se podían ver diferentes imágenes de noticias, así como una serie de informes generados al piratear las redes electrónicas de policía.
—Señor, creo que debe ver esto —anunció J.A.R.V.I.S...
En el espejo se veía las imágenes de una cadena de televisión en las que, en el fondo, se veía una pizzería cubierta de hielo con dos estatuas de hielo.
— ¿Ahora? ¿No hay algún otro héroe que se pueda ocupar de esto? —Preguntó Tony apoyando ambas manos en la pila de mármol de su baño—. ¿Spider-Man? ¿DareDevil?
—No, señor, este su trabajo —contestó J.A.R.V.I.S., a la vez abría el catálogo de armaduras de Iron Man—. ¿Qué armadura le preparo?
—Si no hay otro remedio —respondió Tony sonriendo por volver al trabajo—. Voy a utilizar la Mark VI.
—Como usted diga, señor.
Sin despedirse de la chica que seguía sentada en la cama sin comprender nada, fue a buscar las escaleras que le llevarían hasta su “hangar”, en el que volvería a ponerse una armadura para convertirse en el héroe que todos esperaban.
Continuará...Al oír el sonido del de su despertador, Tony abrió los ojos parpadeando desacompasadamente.
— ¡Bufff! —Resopló mientras se frotaba la cabeza con ambas manos—. La noche ha sido larga —se dijo sonriendo.
Los cristales de su ático en Nueva York perdieron oscuridad hasta ser completamente transparentes.
— ¡Madre mía, J.A.R.V.I.S.! —protestó—. ¿No ves que tengo resaca?
—Lo lamento, señor —respondió la voz electrónica de su peculiar mayordomo.
—Ponlos al cincuenta por ciento —ordenó Tony sentándose al borde la cama con los ojos entrecerrados.
— ¿Desea que reproduzca su selección de canciones matutinas? —preguntó el mayordomo.
—No, claro que no, con esta resaca solo me falta escuchar AC/DC o Metálica.
—Lo suponía —susurró J.A.R.V.I.S...
— ¿Qué has dicho? —preguntó Tony mientras se frotaba con fuerza los ojos.
—Nada, señor.
—Sí, claro —aceptó a regañadientes Stark.
No sabía como se lo había hecho, pero al registrar la voz de su mayordomo de carne y hueso en aquel programa, parecía que también hubiera hecho una copia de su flemático carácter inglés.
Vestido solo con unos pantalones de algodón de color rojo, Tony se dirigió al enorme baño acristalado de su ático. Mientras se miraba en el espejo sus ojerosos ojos y la barba mal afeitada, escuchó como alguien bostezaba y remoloneaba en su cama. ¿Había alguien en su cama? No podía seguir así, debería hacer como Happy y Pepper. Algún día debería sentar la cabeza.
Distraídamente miró hacia su cama, donde una preciosidad rubia estaba dándose la vuelta sobre ella.
— ¿Por qué debería? —Se dijo sonriendo mientras observaba a la chica—. Creó que lo estoy haciendo bastante bien.
—Buenos días, Tony —dijo la chica sentándose, dejando ver lo que llevaba estampado en la camiseta.
“Otra groupie”, pensó Tony. La chica llevaba una camiseta blanca de algodón, en la que había estampada la clásica frase de “I ♥ NY”, aunque en lugar de las iniciales de la ciudad, había la silueta de su máscara. No sabía si era oficial o no. Pero, al fin y al cabo, era uno más de los centenares de artículos de merchandising que llevaban su cara… Bueno, la de Iron Man.
—Claro, nena. Todos queremos a Iron Man —dijo respondiendo al eslogan de la camiseta.
Mientras la chica intentaba averiguar a que venía aquello, Tony volvió a mirarse al espejo. Pero antes de que pudiera ver su reflejo, la superficie del espejo se había convertido en la pantalla de un ordenador. En el se podían ver diferentes imágenes de noticias, así como una serie de informes generados al piratear las redes electrónicas de policía.
—Señor, creo que debe ver esto —anunció J.A.R.V.I.S...
En el espejo se veía las imágenes de una cadena de televisión en las que, en el fondo, se veía una pizzería cubierta de hielo con dos estatuas de hielo.
— ¿Ahora? ¿No hay algún otro héroe que se pueda ocupar de esto? —Preguntó Tony apoyando ambas manos en la pila de mármol de su baño—. ¿Spider-Man? ¿DareDevil?
—No, señor, este su trabajo —contestó J.A.R.V.I.S., a la vez abría el catálogo de armaduras de Iron Man—. ¿Qué armadura le preparo?
—Si no hay otro remedio —respondió Tony sonriendo por volver al trabajo—. Voy a utilizar la Mark VI.
—Como usted diga, señor.
Sin despedirse de la chica que seguía sentada en la cama sin comprender nada, fue a buscar las escaleras que le llevarían hasta su “hangar”, en el que volvería a ponerse una armadura para convertirse en el héroe que todos esperaban.
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
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