Título: El tiempo es una rueda (I): En el principio de todo Autor: Daniel M. Givaudan Portada: Pako Domínguez Publicado en: Abril 2015
¡Nuevo volumen y nuevas aventuras de Punisher en AT! Frank Castle se despierta preparado para enfrentarse a todo tipo de enemigos y situaciones, pero nunca pensó encontrarse con algo como eso... ¿Será un sueño o una pesadilla del pasado que ha regresado para atormentarlo?
|
Cuando Frank Castle vio morir a su familia a manos de la mafia inicio una cruzada contra el crimen, convirtiéndose en juez, jurado y verdugo. Si eres culpable, estás muerto.
Creado por Gerry Conway, Ross Andru y John Romita Sr.
Algo le estaba haciendo cosquillas en la nariz. Abrió un ojo y comprobó que le dolía terriblemente la cabeza.
Normalmente hubiera despertado de un salto, sacado su infalible Glock amartillada de 9 milímetros y se habría puesto a disparar con parsimonia. Como aquél que tiene la guerra como oficio y la venganza como motivación en la sangre.
Pero no movió un dedo.
En su lugar, se quedó mirando a aquella niñita rubia de unos cuatro años que no levantaba más de medio metro del suelo, cómo le acariciaba la nariz con un minúsculo y gracioso dedo índice.
Ella lo miró y sonrió, había visto su ojo entreabierto.
— ¡Papá ya está despierto! — chilló con una cantarina voz que le taladró los oídos de lado a lado debido a la jaqueca que tenia. Vio a la niña salir de la habitación corriendo en su triciclo.
Sin poder recuperarse aún de la delirante visión que estaba teniendo, la puerta se abrió de golpe, empujada por alguien que está acostumbrada a hacerlo a diario y le tiene el truco cogido.
— ¡El desayuno está listo! —Apareció en el umbral de la puerta un fantasma de cabello oscuro, que hizo que a Frank se le acelerara el corazón como ningún explosivo había hecho acelerarlo en su arriesgada vida
Aquella era su mujer. Pero su mujer había sido asesinada por una banda de mafiosos muchos años atrás en Central Park. Hacía ya una vida, o mil años. Daba igual. Llevaba una bandeja en la mano llena de lo que parecía un desayuno que no había probado en años.
Abrió los dos ojos de golpe.
— ¿María? - Le temblaba la voz al hablar mientras buscaba a tientas su pistola debajo de la almohada; sin duda se trataba de una trampa o un truco mental. Tanteó varias veces pero allí no había nada. Ni pistola ni machete ni ningún tipo de arma.
Se dio cuenta que tenía el torso desnudo y llevaba un pantalón pijama ridículo de raso azul. Frank llevaba muchísimo tiempo durmiendo vestido, con ropa de guerra, siempre preparado para responder a la escoria con la que se enfrentaba en su vida diaria: mafiosos, traficantes, ladrones, violadores, proxenetas…pero nunca se había enfrentado a fantasmas. Había tenido pesadillas vividas con la muerte de su familia casi a diario, hasta que darle una razón de existir a su vida había hecho de él un animal sin sentimientos. Aquello lo hacía todo más llevadero. “Su mente luchó por volver a la realidad o lo que fuera aquello“, pensó. Quien fuera el que hubiera preparado aquella retorcida pesadilla debía haber reparado en eso. Y le había despojado de todas sus armas. No importaba, estaba seguro que se lo haría pagar más tarde. A veces retorcer el cuello de algún bastardo de los que perseguía le proporcionaba más placer que el sonido de su M4 escupiendo balas sobre la carne.
Le seguía doliendo la cabeza de manera horrible, pero eso era lo de menos. Sin embargo, se sentía bien, se sentía relajado. Allí no había peligro. Sus sentidos, entrenados en cientos de situaciones de riesgo, estaban totalmente apagados. Todo le decía que allí había paz, que aquello era su casa, y aquel olor…aquel olor era tan familiar. Tan de él y los suyos…Por un momento se dejó llevar, y se recordó en aquellos días familiares en el parque, yendo a buscar a los niños al colegio, las conversaciones con María sobre los ahorros de sus estudios para la universidad, las navidades juntos…
—Drogas— se dijo de golpe tratando de frenar aquella escalada de locura nostálgica —Eso es lo que han hecho, me han drogado—se dijo en un murmullo apenas audible.
— ¿Y bien? Frank Castle ¿vas a quedarte ahí como un pasmarote o vamos a desayunar todos juntos en la cama como hacemos los domingos?.
—¡Linda!–gritó dirección al salón la que hasta ahora había sido su difunta mujer– ¡Trae otra bandeja para Papá!
”Papa”…pensó. Qué lejos le quedaban aquellas palabras
Apareció la niñita de antes, en el umbral de la puerta, su hija… la que un día murió a manos de la mafia en aquel maldito parque; y que en tantas pesadillas había intentado salvar sin poder conseguirlo. Despertando en un mar de sudores, empapando las sábanas y con los dientes apretados hasta dolerle los oídos.
Venía montada en su triciclo - que lucía orgullosa - y una bandeja más, como le había ordenado su madre, en la cesta de carga de su bici. Seguía sonriendo, tal y como recordaba que lo hacía su hija. Aquello terminó por desarmarle.
—Mamá, papá está muy raro. — Se lo quedó mirando otra vez con aquellos increíbles ojos que tenía su pequeña. Aquellos que no había podido olvidar cada día durante su ausencia.
A Frank se le humedecieron los ojos. Pero trató de serenarse. Optó por seguir la corriente.
—No, estoy bien… — trato de decir. Estuvo a punto de rompérsele la voz; no todos los días tú familia asesinada vuelve a la vida y te despierta con un desayuno como si no hubiera pasado nada.
La sensación de estar en las nubes y que sus sentidos al parecer estaban de vacaciones le hizo mirarlo todo desde una perspectiva diferente. El olor a tostadas con miel y huevos revueltos, su desayuno preferido antes de convertirse en verdugo del hampa, le hizo sonreír.
Casi le dolía la cara al hacerlo, pero eso no era comparado con lo que estaba doliéndole el corazón. Ni la bala de mayor calibre podía hacerle lo que le estaba haciendo la visión de su familia allí de pie, rodeándole en la cama, sonriéndole, rodeados de aquel olor tan familiar. Se dio cuenta que la nostalgia era peor que las pesadillas. La nostalgia te sube por el pecho desde el corazón y atenaza tu garganta, hasta que notas cómo las lágrimas suben a tus ojos desde tu interior buscando cualquier lugar para poder salir.
Se levantó de un salto y antes de ponerse a llorar, abrazó a su hija levantándola de su triciclo y a su mujer, haciendo que la bandeja cayera al suelo.
—¿Frank?
—No hables— dijo él,- solo abrázame, abrázame como si no hubiera estado aquí en mucho tiempo, como si llevaras años sin verme y de repente me echaras mucho de menos. Os quiero, os quiero tanto que casi he olvidado lo que era tener una vida. Las palabras le salían atropelladamente, pero en orden, como si siempre hubiera estado deseando poder decirlo. Dios, cuanto los había echado de menos…
— ¿Todo bien, Frank cariño? Es por tu último trabajo…
—Shhht, no es por nada, solo os echaba tanto de menos…
—Papá está raro, ¿lo ves, mamá? — Atinó a decir su hija por encima de su hombro.
—¿Donde esta Frank Junior? -Recordó a su hijo, y por un momento se tambaleo pensando en lo peor.
—Aun duerme, en su cuarto. Ayer tuvo una fiesta en el instituto. Nuestro hijo se hace mayor. Frank cariño, y tú también, sobre todo para ese dichoso trabajo que tienes… -El sonido de alguien llamando a la puerta los interrumpió.
—No abras—dijo con voz ronca.
— ¿Por qué? ¿Pasa algo Frank?—miró con gesto extraño
Castle, tras asegurarse de nuevo en un movimiento automático que no llevaba ningún arma bajo su pijama, decidió acercarse él mismo a la puerta.
—Ya abriré yo—vaciló un momento, rebuscando las palabras adecuadas —María... — Lo dijo saboreando cada letra de su nombre, reteniéndolas en su boca como si en ese último aliento fuera a volverla a perder.—No te preocupes, ¿vale? —La cogió de los hombros, la miró, disfrutando por última vez de aquella extraña pero increíble mañana, y la besó. La besó sinceramente, esta vez sin vigilar con un ojo cualquier peligro, sin estar alerta. Logró desactivar su sentido de alerta tan mecánico, sólo durante ese instante en que duró aquel beso. ¿Un segundo? ¿Dos? Daba igual, quería volver a tener sus labios cerca y sentir su aliento, su calor, ella estaba viva y eso era maravilloso.
— ¿Sabes?—dijo ella,- aunque reconozco que estás rarísimo, me encanta este nuevo Frank —Ella rió, bajó la cara pero lo miró con ojos brillantes.
— Te quiero María. A ti y a los niños.
—Y yo a ti Frankie, ¡pero el mundo no se va acabar!
—Créeme, aunque el mundo siga girando, sin ti, sin vosotros, nada tiene sentido, y en el caso que lo tuviera, sería un verdadero infierno.
La puerta volvió a sonar. No con impaciencia, exactamente igual que la primera vez, suave y con dos ligeros golpes. Como si el que estuviera detrás de la puerta comprendiera el momento que estaba viviendo.
La apartó suavemente:
—Espera en el salón con los niños, ¿vale?
—Pero Frank…
—Hazme caso María. No te preocupes. Te quiero, no lo olvides nunca; pase lo que pase, te quiero y eres el amor de mi vida, María. -Le soltó las manos, suave, sin prisa y la dejo tras de sí.
Se encaminó cauteloso a la puerta, apartándose de la trayectoria que seguiría un posible tiroteo. Se colocó a un lado de la puerta, sin ofrecer demasiado blanco. El viejo Frank estaba volviendo a poseerle.
-¿Si?—dijo con voz seca.
—Abre Frank, o llegaremos tarde—respondió una voz tranquila. Era un hombre de unos cuarenta años. “No está nervioso. Es un profesional”, pensó para sí mismo.
Abrió, la puerta, y por segunda vez en muchos años de su carrera contra el crimen, Frank Castle, alias Punisher, se quedó mudo. Conocía aquel tipo; sí, y tanto que lo conocía. Era uno de aquellos payasos autodenominados superhéroes que siempre vestían con pijama y mallas. Alto, rubio, de facciones nobles y cuerpo entrenado bajo aquel traje barato pero elegante.
—¿Matt? ¿Matt Murdock?-respondió anonadado.
—¿Esperabas a Ben Affleck, Frank?
Normalmente hubiera despertado de un salto, sacado su infalible Glock amartillada de 9 milímetros y se habría puesto a disparar con parsimonia. Como aquél que tiene la guerra como oficio y la venganza como motivación en la sangre.
Pero no movió un dedo.
En su lugar, se quedó mirando a aquella niñita rubia de unos cuatro años que no levantaba más de medio metro del suelo, cómo le acariciaba la nariz con un minúsculo y gracioso dedo índice.
Ella lo miró y sonrió, había visto su ojo entreabierto.
— ¡Papá ya está despierto! — chilló con una cantarina voz que le taladró los oídos de lado a lado debido a la jaqueca que tenia. Vio a la niña salir de la habitación corriendo en su triciclo.
Sin poder recuperarse aún de la delirante visión que estaba teniendo, la puerta se abrió de golpe, empujada por alguien que está acostumbrada a hacerlo a diario y le tiene el truco cogido.
— ¡El desayuno está listo! —Apareció en el umbral de la puerta un fantasma de cabello oscuro, que hizo que a Frank se le acelerara el corazón como ningún explosivo había hecho acelerarlo en su arriesgada vida
Aquella era su mujer. Pero su mujer había sido asesinada por una banda de mafiosos muchos años atrás en Central Park. Hacía ya una vida, o mil años. Daba igual. Llevaba una bandeja en la mano llena de lo que parecía un desayuno que no había probado en años.
Abrió los dos ojos de golpe.
— ¿María? - Le temblaba la voz al hablar mientras buscaba a tientas su pistola debajo de la almohada; sin duda se trataba de una trampa o un truco mental. Tanteó varias veces pero allí no había nada. Ni pistola ni machete ni ningún tipo de arma.
Se dio cuenta que tenía el torso desnudo y llevaba un pantalón pijama ridículo de raso azul. Frank llevaba muchísimo tiempo durmiendo vestido, con ropa de guerra, siempre preparado para responder a la escoria con la que se enfrentaba en su vida diaria: mafiosos, traficantes, ladrones, violadores, proxenetas…pero nunca se había enfrentado a fantasmas. Había tenido pesadillas vividas con la muerte de su familia casi a diario, hasta que darle una razón de existir a su vida había hecho de él un animal sin sentimientos. Aquello lo hacía todo más llevadero. “Su mente luchó por volver a la realidad o lo que fuera aquello“, pensó. Quien fuera el que hubiera preparado aquella retorcida pesadilla debía haber reparado en eso. Y le había despojado de todas sus armas. No importaba, estaba seguro que se lo haría pagar más tarde. A veces retorcer el cuello de algún bastardo de los que perseguía le proporcionaba más placer que el sonido de su M4 escupiendo balas sobre la carne.
Le seguía doliendo la cabeza de manera horrible, pero eso era lo de menos. Sin embargo, se sentía bien, se sentía relajado. Allí no había peligro. Sus sentidos, entrenados en cientos de situaciones de riesgo, estaban totalmente apagados. Todo le decía que allí había paz, que aquello era su casa, y aquel olor…aquel olor era tan familiar. Tan de él y los suyos…Por un momento se dejó llevar, y se recordó en aquellos días familiares en el parque, yendo a buscar a los niños al colegio, las conversaciones con María sobre los ahorros de sus estudios para la universidad, las navidades juntos…
—Drogas— se dijo de golpe tratando de frenar aquella escalada de locura nostálgica —Eso es lo que han hecho, me han drogado—se dijo en un murmullo apenas audible.
— ¿Y bien? Frank Castle ¿vas a quedarte ahí como un pasmarote o vamos a desayunar todos juntos en la cama como hacemos los domingos?.
—¡Linda!–gritó dirección al salón la que hasta ahora había sido su difunta mujer– ¡Trae otra bandeja para Papá!
”Papa”…pensó. Qué lejos le quedaban aquellas palabras
Apareció la niñita de antes, en el umbral de la puerta, su hija… la que un día murió a manos de la mafia en aquel maldito parque; y que en tantas pesadillas había intentado salvar sin poder conseguirlo. Despertando en un mar de sudores, empapando las sábanas y con los dientes apretados hasta dolerle los oídos.
Venía montada en su triciclo - que lucía orgullosa - y una bandeja más, como le había ordenado su madre, en la cesta de carga de su bici. Seguía sonriendo, tal y como recordaba que lo hacía su hija. Aquello terminó por desarmarle.
—Mamá, papá está muy raro. — Se lo quedó mirando otra vez con aquellos increíbles ojos que tenía su pequeña. Aquellos que no había podido olvidar cada día durante su ausencia.
A Frank se le humedecieron los ojos. Pero trató de serenarse. Optó por seguir la corriente.
—No, estoy bien… — trato de decir. Estuvo a punto de rompérsele la voz; no todos los días tú familia asesinada vuelve a la vida y te despierta con un desayuno como si no hubiera pasado nada.
La sensación de estar en las nubes y que sus sentidos al parecer estaban de vacaciones le hizo mirarlo todo desde una perspectiva diferente. El olor a tostadas con miel y huevos revueltos, su desayuno preferido antes de convertirse en verdugo del hampa, le hizo sonreír.
Casi le dolía la cara al hacerlo, pero eso no era comparado con lo que estaba doliéndole el corazón. Ni la bala de mayor calibre podía hacerle lo que le estaba haciendo la visión de su familia allí de pie, rodeándole en la cama, sonriéndole, rodeados de aquel olor tan familiar. Se dio cuenta que la nostalgia era peor que las pesadillas. La nostalgia te sube por el pecho desde el corazón y atenaza tu garganta, hasta que notas cómo las lágrimas suben a tus ojos desde tu interior buscando cualquier lugar para poder salir.
Se levantó de un salto y antes de ponerse a llorar, abrazó a su hija levantándola de su triciclo y a su mujer, haciendo que la bandeja cayera al suelo.
—¿Frank?
—No hables— dijo él,- solo abrázame, abrázame como si no hubiera estado aquí en mucho tiempo, como si llevaras años sin verme y de repente me echaras mucho de menos. Os quiero, os quiero tanto que casi he olvidado lo que era tener una vida. Las palabras le salían atropelladamente, pero en orden, como si siempre hubiera estado deseando poder decirlo. Dios, cuanto los había echado de menos…
— ¿Todo bien, Frank cariño? Es por tu último trabajo…
—Shhht, no es por nada, solo os echaba tanto de menos…
—Papá está raro, ¿lo ves, mamá? — Atinó a decir su hija por encima de su hombro.
—¿Donde esta Frank Junior? -Recordó a su hijo, y por un momento se tambaleo pensando en lo peor.
—Aun duerme, en su cuarto. Ayer tuvo una fiesta en el instituto. Nuestro hijo se hace mayor. Frank cariño, y tú también, sobre todo para ese dichoso trabajo que tienes… -El sonido de alguien llamando a la puerta los interrumpió.
—No abras—dijo con voz ronca.
— ¿Por qué? ¿Pasa algo Frank?—miró con gesto extraño
Castle, tras asegurarse de nuevo en un movimiento automático que no llevaba ningún arma bajo su pijama, decidió acercarse él mismo a la puerta.
—Ya abriré yo—vaciló un momento, rebuscando las palabras adecuadas —María... — Lo dijo saboreando cada letra de su nombre, reteniéndolas en su boca como si en ese último aliento fuera a volverla a perder.—No te preocupes, ¿vale? —La cogió de los hombros, la miró, disfrutando por última vez de aquella extraña pero increíble mañana, y la besó. La besó sinceramente, esta vez sin vigilar con un ojo cualquier peligro, sin estar alerta. Logró desactivar su sentido de alerta tan mecánico, sólo durante ese instante en que duró aquel beso. ¿Un segundo? ¿Dos? Daba igual, quería volver a tener sus labios cerca y sentir su aliento, su calor, ella estaba viva y eso era maravilloso.
— ¿Sabes?—dijo ella,- aunque reconozco que estás rarísimo, me encanta este nuevo Frank —Ella rió, bajó la cara pero lo miró con ojos brillantes.
— Te quiero María. A ti y a los niños.
—Y yo a ti Frankie, ¡pero el mundo no se va acabar!
—Créeme, aunque el mundo siga girando, sin ti, sin vosotros, nada tiene sentido, y en el caso que lo tuviera, sería un verdadero infierno.
La puerta volvió a sonar. No con impaciencia, exactamente igual que la primera vez, suave y con dos ligeros golpes. Como si el que estuviera detrás de la puerta comprendiera el momento que estaba viviendo.
La apartó suavemente:
—Espera en el salón con los niños, ¿vale?
—Pero Frank…
—Hazme caso María. No te preocupes. Te quiero, no lo olvides nunca; pase lo que pase, te quiero y eres el amor de mi vida, María. -Le soltó las manos, suave, sin prisa y la dejo tras de sí.
Se encaminó cauteloso a la puerta, apartándose de la trayectoria que seguiría un posible tiroteo. Se colocó a un lado de la puerta, sin ofrecer demasiado blanco. El viejo Frank estaba volviendo a poseerle.
-¿Si?—dijo con voz seca.
—Abre Frank, o llegaremos tarde—respondió una voz tranquila. Era un hombre de unos cuarenta años. “No está nervioso. Es un profesional”, pensó para sí mismo.
Abrió, la puerta, y por segunda vez en muchos años de su carrera contra el crimen, Frank Castle, alias Punisher, se quedó mudo. Conocía aquel tipo; sí, y tanto que lo conocía. Era uno de aquellos payasos autodenominados superhéroes que siempre vestían con pijama y mallas. Alto, rubio, de facciones nobles y cuerpo entrenado bajo aquel traje barato pero elegante.
—¿Matt? ¿Matt Murdock?-respondió anonadado.
—¿Esperabas a Ben Affleck, Frank?
Continuará...
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
Referencias:
1 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
2 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
3 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
4 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
5 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
6 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
7 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
8 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
9 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
10 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
1 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
2 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
3 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
4 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
5 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
6 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
7 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
8 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
9 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
10 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
No hay comentarios:
Publicar un comentario