| Título: World Tour (IV) Autor: Raúl Montesdeoca Portada: Juan A. Campos Publicado en: Enero 2017
¡Final de saga! Con el gobierno de Symkaria bajo el control de Cráneo Rojo e Hydra, Marta Plateada y los Héroes de Alquiler tendrán que enfrentarse a esta nueva y peligrosa situación ¿podrán detener a la siniestra organización antes de que sus planes den frutos?
Estrellas invitadas: Capitán América y Thundra! |
Si necesitas un héroe, y puedes pagarlos, llámalos. Por un precio justo, solucionarán tus problemas e impartirán justicia
Stan Lee y Action Tales presentan:
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Creado por Chris Claremont y John Byrne
En algún lugar en las montañas de la frontera norte de Symkaria.
—Debo tener congelados hasta los pensamientos —protestó Luke Cage.
Pero Cage tenía razón, a pesar de las ropas para protegerse del frío, el aire glacial de las montañas norteñas de Symkaria se las apañaba para colarse bajo el tejido. Llegar hasta aquel punto había sido una pequeña odisea que se salía fuera de todo lo común. Empezando por el inusual aterrizaje en el aeropuerto de Doomstadt en Latveria. Marta Plateada era ahora la persona más buscada en Symkaria, acusada de instigar el magnicidio del recientemente fallecido rey Stefan. La mercenaria del pelo plateado no había querido entrar en la zona aérea del país para evitar un enfrentamiento con las fuerzas aéreas symkarianas. Una acción de ese estilo sería sin duda aprovechada por los golpistas financiados por Hydra para presentarla ante la opinión pública internacional como culpable. Por eso habian aterrizado en Latveria y habían atravesado la frontera del norte a pie, a través de un viejo paso de montaña y guiados por una caravana de zíngaros hasta las estribaciones del monte Balban.
La impresionante mole de piedra era el pico más grande y majestuoso del macizo que servía de frontera natural entre el país y las tierras del incómodo vecino del norte, el Doctor Muerte. Cubierta de nieves eternas era un símbolo para los symkarianos, que la habían bautizado con el nombre de la dinastía de la que formaba parte el rey Stefan. Una dinastía que vivía sus horas más oscuras tras el asesinato de un monarca que no dejaba ni descendencia ni un heredero designado.
—Que me aspen si eso no es una estación de esquí —dijo Gata Negra extrañamente animada, pues llevaba horas sin proferir sonido alguno y con un humor bastante sombrío.
La sensual mujer siempre estaba elegante, incluso con la pesada parca para protegerse del frío. Sostenía unos binoculares y señalaba a un punto situado al sudoeste de su posición.
—Symkaria ha desarrollado una importante industria turística para deportes de nieve, que aquí se pueden practicar todo el año. La zona alberga uno de los mejores y mayores complejos hoteleros de montaña en Europa, y me atrevería a decir que del mundo —explicó Marta Plateada con indisimulado orgullo patrio.
—Ohhh, que maravilla. Estoy deseando darme un baño templado y tomar una taza de chocolate muy caliente con nubes de malvavisco —se imaginó Colleen Wing en voz alta.
—Si yo fuera tú no me haría demasiadas ilusiones —advirtió Marta Plateada en tono serio y preocupado.
—¿Qué sucede? —quiso saber Puño de Hierro.
La comitiva entera centró su atención en el punto indicado. Varios camiones militares de transporte mantenían bloqueada la carretera por la que se llegaba al monte Balban. Gracias a los potentes prismáticos que portaban llegaron a distinguir los uniformes de los soldados que custodiaban el acceso. No eran militares symkarianos, sino tropas de asalto de Hydra.
—Ya ni siquiera se molestan en disimular su presencia, deben creer que lo tienen todo muy bien atado si se exponen de esa manera —comentó Luke Cage.
—Me pregunto qué demonios hacen aquí esas tropas. Esto no parece tener mucho interés militar —observó Misty Knight.
—Rehenes —sentenció Marta Plateada—, el valle y la falda del monte están llenos de turistas provenientes sobre todo de los principales países europeos. Si llega el momento, es una baza que Hydra podrá jugar para desanimar a la Unión Europea de intervenir en el país. Ningún gobierno querrá tener que responder a sus ciudadanos por qué centenares de sus compatriotas han sido asesinados mientras hacían turismo.
—No quiero ser la aguafiestas, pero ellos tienen todo el país bajo su control y a un ejército de su parte. Mientras que nosotros tan solo somos seis, ni siquiera tenemos al Halcón o a Tigre Blanco. ¿Soy la única que piensa que esto nos supera? —preguntó Gata Negra al resto del grupo.
Fue Marta Plateada la que tomó entonces la palabra.
—Lo que ha dicho la señorita Hardy es importante. Eso me lleva a algo que quería deciros y ha llegado el momento de hacerlo. Aprecio sinceramente vuestra ayuda, me habéis apoyado más allá de lo que era vuestro deber. Pero llegados a este momento, creo que es un buen momento para que lo dejéis. Todavía tengo más aliados en este país de lo que esos aprendices de nazis se creen. Estoy en un terreno que conozco a la perfección. No hay motivo para que sigáis adelante, no tenéis ninguna responsabilidad conmigo ni con Symkaria.
Todos quedaron en silencio por unos momentos, digiriendo las posibilidades que se les abrían.
—Es algo que debemos decidir de inmediato —dijo Luke Cage—, yo hablaré exclusivamente por mí. Debo reconocer que durante un tiempo llevo dándole vueltas al sentido de nuestro trabajo. Está bien luchar contra supervillanos, pero creo que debemos ser algo más que eso. No se trata solo de proteger a la gente, también hemos de ayudarla. Y si bien el destino ha querido llevarnos por un camino que no era el que yo había pensado, ahora tenemos la oportunidad de ayudar a los ciudadanos de Symkaria para devolverles la libertad que les han robado. La gente es gente, vivan en Harlem o en Symkaria. Yo me quedo.
—Después de un discurso tan inspirado por parte de mi socio, quedaría mal si no dijese lo mismo que él —bromeó Puño de Hierro dando una afectuosa palmada en el hombro de Luke.
Misty Knight no sabía qué decir. Colleen Wing se le adelantó poniéndose de parte de Luke y Danny Rand.
—Eso ya hace una mayoría —dijo Misty Knight.
Todos miraron entonces a Gata Negra.
—Misty acaba de decirlo, habéis ganado. Terminemos este trabajo de mierda cuanto antes, mi pelo necesita con urgencia un acondicionador —refunfuñó Felicia Hardy.
—Bien, aclarado este punto, ¿cuál es el plan? ¿Vamos a por los esbirros de Hydra y les damos sandwich de nudillos? —preguntó Misty Knight.
—Empiezas a parecerte demasiado a mí —bromeó Luke Cage.
Ignorando por completo el comentario de Luke, Marta Plateada respondió a Misty Knight:
—No, debemos preocuparnos de ganar la guerra. Esa es una batalla que con suerte podremos evitar. Las unidades de Hydra deben tener una base cerca de aquí. Estamos a más de cincuenta kilómetros de cualquier centro importante de población a través de una única y sinuosa carretera a través de las montañas, así que deben tener un lugar donde abastecerse y descansar no muy lejos. Y creo que sé dónde puede ser —dijo esta vez con un esbozo de sonrisa en sus labios.
Antigua base de U.L.T.I.M.A.T.U.M. en Symkaria.
Marta Plateada había acertado plenamente con sus sospechas. No tenía mérito, como ya había dicho a los Héroes de Alquiler conocía el terreno a la perfección y no había muchas opciones donde emplazar una base de suministros en unos parajes tan escarpados y montañosos. Se veía bastante ajetreo en el lugar y se notaba que estaban en estado de alerta. Con bastante frecuencia entraban y salían camiones transportando tropas con el uniforme de Hydra, para controlar a los muchos turistas que pasaban sus vacaciones en los complejos hoteleros del cercano monte Balba. No quitaba ojo de encima a las evoluciones de lo que sucedía en la base a través de sus prismáticos. Se familiarizaba con los ciclos y memorizaba las rutinas, su mente privilegiada para la estrategia bullía con información.
Ninguno de los Héroes de Alquiler se atrevió a molestarla mientras la veían intensamente concentrada en su tarea, era mejor dejar esas cosas a los profesionales.
—Es un verdadero fastidio que El Halcón tuviera que quedarse en Canadá, un observador aéreo avanzado nos podría haber venido muy bien —dijo finalmente Marta Plateada.
—¿Tenemos un plan entonces o no? —preguntó Gata Negra.
—Tenemos un plan y tú vas a ser nuestra estrella —le respondió la symkariana con contundencia.
La estrategia de Marta Plateada demostró ser todo un éxito. La base estaba excavada en la misma roca de la montaña, lo que la convertía en una fortaleza inexpugnable para un asalto. Pero tenía un punto débil, era un lugar difícil de ventilar por lo que necesitaba succionar aire fresco del exterior con unos potentes ventiladores. Gata Negra se deslizó sin ser vista hasta las entradas de aire y depositó sobre cada una de ellas un vial con un líquido transparente. Cuando la tarea estuvo finalizada avisó a Marta, que activó un emisor que llevaba en su cinturón. Empezó a surgir una nube de humo blanco de los frascos que era devorado por las bombas que empujaban el aire hacia el interior de la caverna. La sorpresa había jugado de su parte y pudieron tomar la base sin apenas esfuerzo. Tampoco tuvieron grandes problemas para defenderse cuando comenzaron a regresar las tropas estacionadas en el acceso al monte Balba. El sitio se defendía prácticamente solo, con apenas dos ametralladoras consiguieron repeler los pobres intentos de los soldados de Hydra por recapturar la posición.
Con el rabo entre las piernas los frustrados asaltantes tuvieron que retirarse a su cuartel general en la capital del reino, Anania. Marta Plateada estaba satisfecha al verlos huir a través de las cámaras exteriores. La base era suya, era el momento de empezar a organizar la resistencia. Pero también sabía que ya había revelado al enemigo su presencia en la partida y que la próxima vez sería imposible volver a cogerlos con la guardia baja. Trató de animarse pensando en que los golpistas habían perdido el control de la frontera norte, quizás podría encontrar un pasillo humanitario para sacar a los turistas del monte Balba fuera de la zona de conflicto. Había tantas cosas que hacer y tan poco tiempo.
Cuartel General de la 2º División de Canadá. Norte de Quebec.
El soldado que custodiaba el puesto de guardia se mostraba visiblemente incómodo mientras esperaba la respuesta del interfono en la garita. Enfrente tenía a una verdadera leyenda viva pidiendo permiso para entrar en el acuartelamiento, el mismo Capitán América. Junto a él estaba una mujer no menos impresionante. Pasaba de los seis pies de altura con holgura, de largo cabello pelirrojo y con una complexión atlética como la de una amazona. Lucía una tiara plateada en la frente y su indumentaria recordaba a la de una de las divas de la lucha libre que tanto le gustaba ver en televisión. Debía formar parte de la comunidad de superhéroes estadounidenses, pero no reconoció a Thundra, compañera del capi en Los Invasores. Respiró aliviado cuando recibió la confirmación de su superior.
—Puede usted pasar señor —dijo al tiempo que saludaba con toda la marcialidad que pudo reunir.
No tenía obligación de hacerlo, ni siquiera era un miembro del ejército canadiense, pero la cortesía y la impecable reputación del invitado le forzaban demasiado. Su alta compañera pasó a su lado impasible sin dirigirle la mirada.
—Gracias soldado —le respondió el Capitán.
Heather Hudson les esperaba en la puerta de entrada principal al recinto militar, ataviada con su uniforme de Vindicator.
—Siempre es un placer recibir tu visita —recibió al capitán con un cálido estrechamiento de manos.
La líder de los Alpha Flight trataba de no parecer nerviosa. El Capitán América resultaba intimidante en cierto sentido. Era un símbolo para su país, era lo que ella aspiraba a ser para Canadá. Era fácil sentirse pequeña en su presencia.
—Lo mismo digo. Si es posible me gustaría ver a Halcón antes de nada.
—Por supuesto, acompáñame —se ofreció Heather.
—Esperaré por aquí, tendréis cosas de las que hablar —dijo Thundra.
El Capitán América asintió y se alejó tras Vindicator. Poco después se encontraba con su viejo compañero de aventuras.
—¿Cómo te encuentras, Sam?
—Mejor que nuevo. Nuestros amigos canadienses han hecho un gran trabajo. Es toda una sorpresa verte por aquí.
—Era yo o los agentes de SHIELD, así que preferí venir en persona —dijo el capitán con gesto serio.
—¿Qué sucede? —quiso saber Halcón.
—El gobierno de Ottawa no presentará una queja formal, pero sí nos ha transmitido su malestar por vuestra operación. No sabía que te habías unido a los Héroes de Alquiler.
—No me he unido al grupo exactamente. Fui llamado desde Isla Cielo y luego una cosa ha ido llevando a la otra —se excusó el Halcón.
—¿En qué momento las cosas te llevaron a provocar un incidente diplomático con Canadá?
—Es el Cráneo Rojo. Hydra está detrás de algo grande —dijo Sam Wilson como si aquello respondiera a la pregunta de su amigo.
El Capitán América quedó mudo por unos segundos. Si iba a responder algo ante aquella revelación se vio interrumpido por la entrada de Vindicator.
—Tienes una videollamada —avisó la jefa de Alpha Flight al capitán.
—¿Para mí? ¿Aquí? —preguntó confuso— ¿Quién es?
—Es Marta Plateada, solo quiere hablar contigo. Está pirateando el sistema de comunicación de SHIELD.
El Capitán América miró intrigado a su socio, que se encogió de hombros como respuesta a su silenciosa pregunta. Él tampoco tenía la menor idea sobre qué podía tratarse. Los dos héroes acompañaron a su anfitriona hasta una cercana consola de comunicaciones. La pantalla cobró vida y pudo ver a la mercenaria symkariana en el monitor.
—Capitán, por fin te encuentro. Intentaré ser rápida, no tenemos mucho tiempo. La inestabilidad en mi país, el golpe de estado, todo es una farsa enorme. Hydra está detrás de esta conspiración. Ya se han hecho con el control del gobierno y del ejército. El Grupo Salvaje es la única unidad que no ha jurado lealtad a las marionetas del Cráneo Rojo. Necesitamos la ayuda internacional más que nunca. Sé que a ti te escucharán.
La situación debía ser verdaderamente crítica para ver a la orgullosa mujer pidiendo apoyo.
—La cosa no es tan simple. El congreso de Symkaria, elegido democráticamente, ha decretado el estado de excepción y ha pedido de manera explícita que no se intervenga en sus asuntos internos. Por otra parte, el nuevo ejecutivo ha dictado una orden internacional de captura contra ti por conspiración y alta traición a tu país —le explicó el capitán.
—Es una gran mentira. Muchos de los congresistas han sido engañados, les han hecho creer que yo tengo algo que ver con el asesinato del rey. Y eso en los mejores de los casos, otros muchos colaboran directamente con los verdaderos conspiradores. ¡Por todos los demonios, se trata de Hydra y del Cráneo Rojo! No creo que tenga que explicarte a ti de lo que son capaces esos fanáticos —explotó Marta Plateada—, tenemos a miles de turistas en las estaciones de esquí del Monte Balba que eran rehenes hasta hace escasas horas. Habrá que buscar una manera de sacarles por vía aérea.
—Me encargaré de que se haga la evacuación, tienes mi palabra. En cuanto al resto, te ayudaré en la captura de uno de los terroristas más buscados del planeta, pero nada más. La situación ya es bastante delicada de por sí como para arriesgarnos a empezar la tercera guerra mundial con una intervención militar.
—Entiendo, salváis a los turistas extranjeros y ya pasa a ser nuestro problema. Deseo de todo corazón que no llegue el día en que tengas que arrepentirte de ver a Hydra como nación soberana esparciendo su veneno ideológico por todo el mundo. Será duro para ti saber que no hiciste nada para impedirlo.
No hubo tiempo a responder, la comunicación se cortó abruptamente.
—Acaban de llegar nuevas noticias de SHIELD. Han seguido por satélite la ruta del vuelo de salida de Marta Plateada desde Canadá y ya sabemos dónde aterrizó, en el aeropuerto de Doomstadt, Latveria —dijo Vindicator—, y eso no es todo.
—¿Hay más? —preguntó incrédulo el Halcón.
—Echad un vistazo al vídeo que acaba de emitir la cadena estatal de televisión en Symkaria. Ya está en todos los medios y en las redes sociales —les ofreció una tablet.
En las imágenes podía verse claramente a Marta Plateada y a algunos de los Héroes de Alquiler disparando armas de grueso calibre contra camiones que lucían el símbolo del ejército symkariano. El editorial hablaba del inicio de una rebelión contra el gobierno, acusaban a Marta Plateada de poner el país al borde de la guerra civil y señalaban la presencia de los héroes norteamericanos como un acto más de intervencionismo por parte de los Estados Unidos.
El capitán América y Halcón trataban de asimilar toda la información, intentando averiguar dónde se escondía la verdad entre tantas nuevas contradictorias.
—Esto va de mal en peor —dijo Halcón.
Palacio Real de Symkaria
El barón Harghenoff miraba desde la puerta de la balconada de la sala de audiencias hacia el frondoso patio ajardinado con la estatua del rey Petrio presidiendo el espacio. Se hallaba allí porque había sido llamado a palacio por el primer ministro Ioanescu junto a otras de las más influyentes personas del país.
—Lo más urgente es restablecer el orden. Debemos elegir al sucesor de la corona. La designación de un nuevo monarca será vista como un signo de continuidad y de estabilidad en el país —dijo el primer ministro en funciones.
—Coincido con usted, dará tranquilidad a la población y a la comunidad internacional ver que el gobierno del país sigue al mando de la situación. Hay que transmitir que los terroristas no interrumpen el normal funcionamiento de nuestra patria —se apresuró a decir el general Von Gliscinski, el actual jefe de las fuerzas armadas.
—Es curioso que sea usted quién lo diga, general. Cuando ni siquiera es capaz de controlar a todo nuestro ejército. El Grupo Salvaje sigue sin entregar sus armas, acantonados en el Castillo Sable. ¿Qué ha hecho para solucionarlo? —interrumpió el barón Harghenoff volviendo de imprevisto nuevamente su atención a la reunión.
El comentario no hizo ni pizca de gracia al militar, que no se molestó en disimular su desagrado.
—Vuestro desconocimiento en temas militares es considerable. Por ese motivo pasaré por alto su insolencia, barón. ¿Qué propone entonces? Comenzar una guerra civil quizás sería más de vuestro agrado, pero el ejército de symkaria está para proteger esta tierra de amenazas extranjeras y no para verter la sangre de los nuestros. Ya han visto lo que ha sucedido por difundir las imágenes de Marta Plateada. Su efecto no ha sido el que esperábamos. Mucha gente en las calles se pregunta ahora quién tiene la razón. Y yo también me pregunto contra quién luchaba en dicha escena, ninguna de nuestras unidades ha reportado enfrentamientos contra el Grupo Salvaje.
El primer ministro trató de intermediar en la disputa.
—Caballeros, por favor. Dejemos los reproches personales para más tarde. Les recuerdo que debemos buscar un heredero al trono de Symkaria.
—¿A quién propone usted? —preguntó el barón con evidente interés.
—El conde Giorgi podría ser una buena elección. Es sobrino carnal del rey.
—¿Ese estúpido mujeriego? Vamos, si no sabe comportarse en una sala de fiestas menos lo hará en el trono. Además, la sucesión siempre ha sido en línea descendente, su nombramiento sería ilegal a todas luces —protestó Otto Harghenoff.
—No hay ningún otro descendiente en la línea real —aclaró Dieter Zimmer, un diputado del partido lealista que había permanecido en silencio hasta el momento.
—Mi familia tiene más derecho al trono que ese patán —sentenció el barón.
—No podéis estar hablando en serio. Nadie apoyaría la coronación de un Harghenoff, todavía pesa mucho el colaboracionismo de su familia con los nazis en la guerra —bramó un cada vez más enfadado general.
Las puertas dobles de la gran sala se abrieron de repente y una voz cavernosa e oyó por toda la estancia:
—¡Yo sí apoyaré al barón!
Los presentes no daban crédito a lo que veían sus ojos. Cráneo Rojo acababa de irrumpir en la reunión.
—Jamás permitiremos una aberración así —desafió el primer ministro con valentía al recién llegado.
—Llegados a este punto, deberíamos votar la propuesta del barón.
Dicho esto, Cráneo Rojo se acercó a un extremo de la mesa y dejó caer de su mano derecha unas esferas metálicas que rodaron por la superficie del mueble. Acto seguido comenzó a brotar un gas espeso de color rojizo. Sacó una pequeña máscara de gas y se la ofreció a Otto Harghenoff, el cual se apresuró a ponérsela.
El resto de los presentes trataron de huir pero apenas consiguieron levantarse. De inmediato sus cuerpos sin vida comenzaron a caer sobre la mesa, mientras el misterioso gas secaba la carne de sus rostros hasta dejarlos como un sanguinolento cráneo.
—¿Votos a favor? —se burló Cráneo Rojo mientras levantaba la mano.
Miró al barón clavando en él sus descarnados ojos y aquel también elevó su mano temblorosa.
—Enhorabuena, sois el nuevo rey de Symkaria por votación unánime. Yo personalmente me haré cargo del gobierno. Nadie se nos opondrá, si vuestra tropas no pueden enfrentarse al Grupo Salvaje no os preocupéis. Yo tengo un ejército que sí puede hacerlo.
Castillo Sable
En tiempos aquella estancia debía haber sido una bodega situada en los sótanos del castillo, pero la gruesa capa de polvo que la cubría delataba que llevaba mucho en desuso y que nadie la visitaba ya. Ni siquiera quedaban botellas de vino, tan solo unas viejas estanterías. Unos golpes comenzaron a aporrear desde el otro lado de una puerta que por su aspecto llevaba una eternidad sin abrirse.
—Debe haberse atascado —se oyó decir a Colleen Wing, con voz que llegaba amortiguada por la madera.
—Déjame probar a mi.
La puerta voló hecha astillas y la silueta de Luke Cage apareció en el quicio de la puerta.
—La sutilidad no es lo tuyo, ¿verdad? —preguntó con ironía Marta Plateada detrás de él.
—Nunca lo ha sido —dijo Puño de Hierro mientras se adelantaba para entrar en la habitación.
—Ufff, menos mal, aire fresco. Estaba harta de oler a cerrado y a humedad, esta peste no se me irá jamás de la ropa, ¡que asco! —protestó Gata Negra.
—Ya sé que los túneles no son lo más cómodo del mundo, pero nos han permitido entrar esquivando el bloqueo del castillo —aclaró Marta.
Sin esperar réplica, la symkariana se dirigió al centro de mando a través de un laberinto de pasillos y corredores, con los Héroes de Alquiler pegados a sus talones. Conforme avanzaban y se iban encontrando con miembros del Grupo Salvaje, estos se paraban a saludar marcialmente a su comandante para de seguido lanzar vítores por su regreso a la base. El bullicio hizo que la noticia de la presencia de Marta Plateada corriera como la pólvora en la guarnición. Pronto el castillo entero estalló en un alboroto general de alegría. Impresionaba ver la admiración que aquellos hombres y mujeres demostraban por su líder. Ponía la piel de gallina.
Marta Plateada se limitó a levantar su brazo derecho como respuesta a la espontánea demostración, para continuar sin detenerse su camino a la sala de mando. Fría como el acero de su sable, decían de ella. Y no exageraban.
—Comandante, no sabe cómo me alegro de verla de vuelta.
—Descanse capitán. No hay tiempo para formalidades. Hágame un resumen de lo más importante —ordenó Marta.
—No estamos al tanto de toda la situación porque hemos estado rodeados por el ejército regular. No ha habido ningún enfrentamiento ni han dado señales de querer tenerlos. Se han limitado a bloquearnos en nuestra posición. Han llegado innumerables comunicados del gobierno pidiendo primero nuestra lealtad al nuevo gobierno y luego que entregásemos las armas. Cosas que nadie haría sin su consentimiento previo, comandante.
—Han hecho bien —dijo Marta.
—¡Comandante! El ejército se retira, están levantando el bloqueo. Se marchan —dijo de manera atropellada un soldado que llegó a la carrera.
—Puede que sea una buena señal —dijo el capitán del Grupo Salvaje.
—O una muy mala —añadió Marta Plateada—, desplieguen todas las defensas exteriores del castillo. Vosotros seguís queriendo ayudar, ¿no? —se dirigió a los Héroes de Alquiler.
—No nos hemos vestido así para nada —respondió Cage.
—Bien, entonces venid conmigo al muro.
Durante el trayecto hasta las almenas del castillo Marta Plateada no paraba de consultar la computadora de batalla que llevaba adherida al brazo izquierdo. El flujo de información era continuo, los sucesos se estaban precipitando. Por suerte, seguía contando con infinidad de ojos y oídos por todo el país. Ella era el departamento de inteligencia symkariano.
—¿Por qué crees que es una mala noticia que se retiren las fuerzas del gobierno? —preguntó Misty Knight una vez llegaron a la atalaya defensiva.
—El ejército symkariano nunca nos habría atacado. Si se marchan es porque Cráneo Rojo no quiere que estén presentes cuando suceda lo que ha de suceder —explicó Sable sus sospechas.
Un insistente ruido electrónico comenzó a sonar en la computadora de batalla. No auguraba nada bueno el sonido.
—Se acercan objetos voladores no identificados desde el este. Son más de un centenar y vienen a toda velocidad. ¡Disparen la artillería antiaérea, ya! —bramó a sus tropas por el intercomunicador.
El imponente muro del castillo quedó erizado de cañones ligeros y en un instante comenzaron las atronadoras descargas. Aún era imposible para la vista humana distinguir quiénes o qué eran los atacantes.
—Son dreadnoughts —anunció Marta Plateada con los prismáticos aún sobre los ojos.
La tensión podía cortarse con un cuchillo. No hacía falta decirlo pero los Héroes de Alquiler recordaban a los dreadnoughts. Habían luchado contra los temibles robots de Hydra con anterioridad. Uno solo de ellos había puesto en apuros a todo el grupo. La idea de enfrentarse a un centenar de aquellas máquinas se les antojaba un suicidio. Los artilleros del Grupo Salvaje llenaron el cielo de obuses antiaéreos, gracias a su pericia derribaron unos diez de aquellos engendros mecánicos. Pero se les echaban encima y pronto la artillería dejaría de ser útil en el combate.
La primera oleada llegó al muro. Luke Cage, como era habitual, fue el primero en lanzarse al combate. Embistió contra el más cercano de los robots descargando su prodigiosa fuerza en un demoledor puñetazo. El impacto no fue suficiente para atravesar el grueso blindaje del constructo, pero sí lo derribó al suelo. Cage cayó sobre él sin darle opción a recuperar pie y continuó propinándole una lluvia de golpes que poco a poco iban mellando su protección.
Puño de Hierro concentró todo su chi en el puño derecho, que brilló con una crepitante e intensa luz amarilla. Con un prodigioso salto interceptó la trayectoria de un dreadnought que descendía sobre los defensores del muro a velocidad vertiginosa. El encontronazo se antojaba mortal para cualquier ser humano, pero contra toda lógica el brazo del artista marcial atravesó el pecho del robot hasta aparecer por la espalda del mismo. La máquina quedó ensartada literalmente en el brazo de Puño de Hierro y cayó al suelo cuando aquel lo retiró de su interior, dejándolo inerte como un juguete roto.
Gata Negra maldecía en todos los idiomas que conocía y se preguntaba porqué se había dejado convencer para participar en aquella locura. Sus garras de nada servían contra el pesado blindaje que protegía a los monstruos metálicos. Se limitaba a correr por su vida y a esquivar los mortíferos rayos de energía que lanzaban los dreadnoughts. Uno de ellos eligió a la felina aventurera como blanco y disparó, contra todo pronóstico el tiro erró su objetivo, con tan mala fortuna que acabó volando de un disparo la cabeza de uno de sus compañeros de horda. La proverbial mala suerte de los gatos negros le había salvado la vida una vez más.
—Quizás sí pueda resultar útil después de todo —sonrió Felicia Hardy.
Aunque la sonrisa desapareció enseguida. Seguía quedando una legión de robots que no se desmoralizaban ni cansaban, al contrario que ellos.
Uno de los dreadnoughts que había conseguido aterrizar sobre el muro se despachaba con pasmosa facilidad a cuanto soldado del Grupo Salvaje se ponía a tiro de sus certeros haces de energía. Como una gacela Misty Knight saltó para encaramarse sobre la espalda de la máquina asesina. Aferró el grueso cuello con un brazo mientras con el otro brazo biónico aferró la placa que cubría el pecho del robot. Apretó con todas las fuerzas que pudo sacar de su cuerpo y del pequeño reactor que daba potencia a su prótesis mecánica. El constructo trataba de sacársela de encima dando manotazos al aire, pero Misty se aferraba como una sanguijuela mientras seguía aplicando presión en el blindaje pectoral. La protección comenzó a ceder y un metálico chirrido se produjo cuando finalmente consiguió abrirlo como una lata.
—¡Es tuyo, Colleen! ¡Corta los cables que salen del motor! —gritó a punto de perder el aliento por el esfuerzo a su compañera.
La mujer samurai obedeció la orden con la rapidez del rayo y de un certero tajo introdujo el filo de su katana por la apertura. El dreadnought quedó rígido y se fue de bruces. Un nuevo dreadnought se lanzó sobre Colleen, a la que parecía que se le había acabado la suerte. Sin sitio donde protegerse ni lugar adonde huir estaba a merced de su inhumano oponente. El haz de energía brilló y Colleen se preparó para reunirse con sus ancestros, pero el momento no llegó. El rayo fue desviado en plena trayectoria por un objeto circular que atravesó la escena volando.
—Lamento llegar tarde, pero el tráfico estaba fatal.
Era el Capitán América. Y traía refuerzos con él, Halcón y Thundra.
Thundra agitó su cadena formando un círculo a su alrededor, el material del que estaba hecho aquella arma debía de ser formidable porque era como un segador en un campo de trigo. La fornida amazona parecía disfrutar con la batalla, y su particular arrojo consiguió un brevísimo respiro a los sobrepasados defensores.
El Halcón volaba entre los dreadnoughts con una maniobrabilidad que ellos no podían igualar. Podrían ser mucho más fuertes que él, pero en lo que se refería a agilidad jugaban varias ligas por debajo. Cada vez que pasaba cerca de uno de los robots que seguían llegando desde el aire, les adhería un pequeño disco a sus metálicos cuerpos. Pronto los que habían sido tocados por el Halcón comenzaron a caer como un granizo metálico sobre las almenas y el muro. El objeto liberaba un potentísimo ácido que corroía la coraza de los robots hasta llegar a los vitales sistemas internos.
El Capitán América y Marta Plateada reorganizaron la defensa y salvaron muchas vidas de soldados que habían quedado aislados en la refriega. Su llegada había sido una leve brisa de esperanza, pero siendo realistas no podían hacer nada contra el temporal que se les venía encima. Se encontraban al borde la extenuación y apenas habían derribado a veintipocos de los malignos androides. Caerían peleando en una batalla que no tenían posibilidad de ganar.
Un nuevo jarro de agua fría cayó sobre la moral de los defensores.
—Se acercan más robots desde el norte —gritó un soldado señalando al cielo.
—¡Seguid peleando, mantened la línea! —ordenó el Capitán América inasequible al desaliento a pesar de la terrible situación.
Luke Cage continuaba dando mamporros a diestro y siniestro. Usaba la pierna de un dreadnought caído con una brutal eficacia. Luchaba espalda contra espalda con Puño de Hierro, como incontables veces antes.
—Estamos jodidos de verdad, Danny. No sé porqué se molestan en seguir mandando refuerzos, con estas fuerzas tienen suficiente como para matarnos tres veces —dijo el antaño conocido como Powerman.
—Esos no son dreadnoughts. Son doombots —gritó Puño de Hierro.
—¿Los robots del Doctor Muerte? Nos hemos metido en una convención de supervillanos y cada uno quiere su trozo.
—¡Esperad! Están de nuestra parte, se están enfrentando a los dreadnoughts —señaló Misty Knight.
Con los inesperados refuerzos la victoria comenzaba a decantarse del lado de los defensores por vez primera en la refriega.
—Dulce Navidad, hermana. Salvados por el Doctor Muerte —comentó un incrédulo Luke Cage.
—Esta batalla está ganada. Solo resta eliminar a esa sabandija infecta de Cráneo Rojo. ¡Al Palacio Real! —gritó Marta Plateada.
Toda la tropa e incluso los héroes allí presentes respondieron a la orden con un gutural grito de guerra.
Palacio Real de Symkaria.
Eran nueve los que entraron a sangre y fuego a través del patio palaciego, pero valían por cientos. Como una verdadera tromba se abrieron paso entre las filas de soldados de Hydra que trataban de contener el asalto, Pero era como tratar de contener la subida de la marea con un cubo. Luke Cage, Misty Knight, Puño de Hierro, Colleen Wing y Gata Negra por parte de los héroes de alquiler. El Capitán América y Thundra de Los Invasores. El Halcón y, al frente de todos ellos, Marta Plateada, que luchaba por la libertad de su tierra natal.
Uno tras otro fueron cayendo los matones de Hydra. Carecían del empuje que mostraban los asaltantes y su moral terminó de resquebrajarse. Los pocos que aún defendían sus posiciones abandonaban las armas para huir de la aplastante derrota que estaban sufriendo. No tardaron mucho en atravesar las puertas del palacio.
Sobre ellos, en el segundo piso justo donde desembocaban unas amplias escaleras, se encontraba el Cráneo Rojo. Plantado allí en actitud desafiante y enfundado en un extraño exoesqueleto metálico.
—Si quieres que las cosas se hagan bien has de hacerlas tú mismo. Venid, estoy deseando probar el Überkorp. Es lo mejor que ha diseñado I.M.A., con esta armadura podría enfrentarme al mismísimo Hulk —les desafió.
No había necesidad de hablar más. Los primeros en enzarzarse en el combate fueron Thundra y Luke Cage, por ser los más fuertes del grupo. Inmediatamente tras ellos iban puño de Hierro, el Capitán América y el Halcón.
—¡Deteneos! —ordenó Marta Plateada.
Pero con el fragor de la batalla no oyeron la orden de la symkariana, un error que les costó caro. La bravuconada de Cráneo Rojo no había sido un farol. Aquella armadura le dotaba de un poder increíble. Para frustración de los héroes derrotó a la primera fila con humillante facilidad. Ni la fuerza combinada de Thundra y Cage parecían haber causado al menor efecto en el villano.
Cráneo Rojo se regodeó ante su derrotado archienemigo.
—Vuestro patético intento de resistencia da risa. He barrido sin esfuerzo a los más poderosos de vuestro grupo. Pronto volveré contigo, capitán. Primero tengo que resolver otro asunto.
Cráneo Rojo centró su atención en las mujeres que todavía permanecían en pie, con un evidente interés en Marta Plateada.
—Al fin nos encontramos Fraulien Sablinova. Ha sido usted una molestia para Hydra por demasiado tiempo. Voy a disfrutar mucho con su muerte. No le mentiré, no va a ser rápida ni indolora. ¿Algunas últimas palabras? —dijo mientras se dirigía hacia la symkariana de pelo plateado.
—Solo gracias —respondió ella con una extraña mueca de satisfacción.
—¿Gracias? No entiendo porqué —se detuvo Cráneo Rojo a un par de pasos de ella.
—Por dejar que me acercara a ti —respondió Marta Plateada al tiempo que apretaba el botón superior de un misterioso cilindro que portaba en su mano derecha.
No pareció suceder nada, pero de pronto la armadura del Cráneo Rojo perdió toda su potencia, convirtiéndose en una prisión metálica para su portador.
—¿Qué ha pasado? No puedo mover mi brazo biónico —dijo Misty Knight.
—Es el efecto de la granada de pulso electromagnético. Literalmente fríe cualquier circuito electrónico, pero su rango es bastante corto. No te preocupes por tu brazo, el tesoro de Symkaria se hará cargo de los gastos de la reparación.
—¡Maldita sea! ¡No! No cuando estaba tan cerca —gritó Cráneo mientras hacía infructuosos intentos por desembarazarse de su armadura.
—¿No te gusta estar encerrado? Más vale que te vayas acostumbrando —le aconsejó Marta.
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