| Título: Una bala perdida Autor: Luis Guillermo del Corral Portada: Alberto Aguado Publicado en: Febrero 2017
la cruzada del Amo de los Hombres es salvar a aquellos que sufren los actos de los malvados. ¿pero logrará hacerlo con... Una bala perdida?
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Su justicia es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es..
Creado por Harry Steeger
Sorprendido por la perturbadora serenidad de la voz infantil, el Amo de los Hombres se quedó sin habla. En la figura del aterrorizado niño veía a los indefensos, desamparados e inocentes que había jurado proteger cuando the Spider nació en un aciago momento de negra desesperación y roja ira. Sin dejar de fingir su voz, adoptó el tono más tranquilizador que pudo.
-No, pequeño. Voy a llevarla al hospital. Tú ve con la policía y pide que te lleven con el comisario Kirkpatrick. El te ayudará. Dile que the Spider te pone bajo su protección. ¡Vamos! Si la policía me atrapa no podré ayudar a tu madre.
El niño salió por su propio pie del coche, llamando a gritos al comisario de policía de la ciudad. El implacable enemigo de los malvados apartó a la mujer. Corría el riesgo de agravar sus lesiones, pero tenía que hacerlo si quería conducir el coche.
Suspiró aliviado cuando logró ponerlo en marcha. El motor no parecía haber sufrido daños y se puso en marcha de inmediato. Los recién llegados policías apuntaron sus revólveres pero los bajaron apenas fueron conscientes de la herida en el asiento del conductor.
Era la primera vez en su solitaria y dura carrera contra los que Vivian del delito, la miseria y la corrupción que vivía una situación de tal naturaleza. Por el retrovisor vio al niño tirando del pantalón de uno de los agentes. Llegó a oír como exigía ser llevado ante el comisario Kirkpatrick.
Aceleró a fondo, esperando ser perseguido o tiroteado por las fuerzas de la Ley, pero, para su sorpresa, no sucedió. Quizás el temor de herir a la mujer tenía algo que ver en ello. Podía ver las primeras planas de las próximas ediciones, proclamando que se había escudado tras una rehén indefensa e inocente.
La negra, frustrada desesperación que siempre arañaba su espíritu, por una vez, se hizo a un lado. Tenía una vida que salvar. Una que podía conducirle al final de la titiritera de una vez por todas. Que podía señalarle la localización de sus Talleres...
Giró con brusquedad el volante, esquivando un coche que casi le embistió por la derecha al saltarse un semáforo en rojo y regresó al carril que ocupaba. A su lado, la mujer gimió de dolor. La policía no le perseguía, pero el denso tráfico de Nueva York era un obstáculo en sí mismo, casi con vida propia.
A su frenético paso, dejaba frenos chillando, maldiciones, juramentos y conductores espantados. Peatones casi atropellados reconocían los rasgos del conductor y señalaban con espanto, dando gracias por haberle visto (aunque de manera fugaz) y sobrevivir.
Giró a su izquierda con tal velocidad que invadió la acera de la calle a la cual había accedido y regresó a la calzada, casi arrollando un quiosco de prensa. El hospital Jane Crocker estaba cada vez más cerca. Solo quedaba un cruce por dejar atrás y podría dejar a su maltrecha pasajera al cuidado de los doctores.
Sin embargo, como una arteria enferma, obstruida por los excesos y poco saludables vicios, el tráfico en aquella calle se espesó de forma inevitable, forzando a todos los vehículos a reducir su velocidad. Tanto, que en la práctica era como si se hubieran detenido.
A su alrededor, los demás conductores azotaban las bocinas de sus vehículos sin misericordia. Los más próximos reconocieron a the Spider y frenaron casi en seco por la aterrada sorpresa. Los peatones en la acera a su derecha corrieron sin mirar atrás.
Sin desviar la vista, abrió la ventanilla y sacó la zurda, empuñando una de sus pistolas automáticas, efectuando un único disparo al aire. De inmediato, el cacofónico pandemonio de bocinazos y
juramentos se detuvo en varias decenas de metros a su alrededor.
-¡Me importa muy poco la razón del atasco! ¡Una persona necesita atención médica inmediata! ¡Despejen la calzada DE INMEDIATO!
No había furia en el elevado volumen de su voz. Si poseía una mesmérica autoridad casi imposible de desobedecer. Como una telaraña en la cual quedaban atrapadas las voluntades ajenas y desprevenidas. La carismática, seductora presencia del Amo de los Hombres.
Sin demasiado orden pero con la celeridad exigida, el tráfico recuperó el deseado orden y avanzó. A medio camino del último cruce ya, descubrió la razón del atasco. Un camión de reparto mal aparcado. El conductor aun discutía la multa con el policía encargado de dirigir el tráfico.
Al alcanzar el cruce y mientras giraba a la derecha, the Spider gruñó contrariado. De un portal salía un hombre con una cámara de fotos en la mano. Sobre la puerta un cartel lo identificaba como la redacción de una revista de «crímenes verdaderos». Y el hombre le vio, con una codiciosa mirada de asombro. Por el retrovisor vio como corría tras él, agitando el brazo en una llamada que ignoró.
A la entrada del hospital ya había un doctor y varias enfermeras aguardando. Tras el disparo al aire, varios testigos habían corrido hacia el centro médico y dado el aviso. Cada testimonio era más confuso e incomprensible que el anterior, pero algo había quedado claro. Se acercaba un herido.
Fue una llegada llena de terrible dignidad. El personal que esperaba a la entrada del Jane Crocker vio como the Spider abandonaba el vehículo en tromba. Sonrió de modo fugaz, sus colmillos dándole un aspecto terrible. Unido a sus cheposos hombros, semejaba en verdad una araña que observara el mundo desde el centro de su tela.
-¡Vamos! Hay alguien que necesita su ayuda. ¡YA!
Al instante, los enfermeros se pusieron en marcha. Sacaron a la accidentada del vehículo y la tumbaron en una camilla. Ella gemía y aquello pareció tranquilizar a medias al médico que daba las órdenes.
-Es un alivio. Si puede gemir eso es que hay heridas que no -recalcó la palabra- ha sufrido.
-Le hago responsable de su recuperación, Doctor...
-Andrew Felt -respondió el hombre de modo automático-. Descuide, Spider. Supongo que la policía querrá hablar con ella.
-Supone bien. Si le sucede algo, responderá ante mí, no lo olvide.
El doctor Felt palideció. Todo el mundo en Nueva York sabía dos cosas sobre the Spider: Lo terrible, sanguinario y despiadado de su justicia. Y que nunca jamás había faltado a su palabra. Dudar de ello no suponía tan solo una falta de respeto. Era, en muchas ocasiones, un suicidio. Un acto que en los más desgraciados de los casos, acababa con quien había dudado de su honor, muerto, con su terrible sello carmesí en la frente.
-De... descuide. Me esforzaré al máximo.
El Amo de los Hombres asintió y dio media vuelta. Retrocedió de modo involuntario cuando el cañón de un revolver policial casi chocó con sus dientes. Tras la culata, un mercenario de uniforme trataba de ocultar sus nervios sin éxito alguno.
-¡Manos arriba! ¡Queda detenido!
Sería tan fácil derribarlo en una temeraria huida, pensó el campeón de los indefensos. Pero no. No podía arriesgarse a que un inocente acabara malherido.
Y sin embargo, ¡era tan necesario no dejarse arrojar a una celda! la Titiritera tenía que ser derrotada de un modo absoluto... y en aquella ocasión, los hombres de Kirpatrick serían demasiado lentos.
-¡Vamos! ¡Las manos a la espalda! ¡Date la vuelta y sin trucos, Spider!
Una furiosa desesperación ahogó el ánimo del terror de las bandas y los más desquiciados criminales. ¿Iba a acabar así? ¿Detenido por la Ley? ¿Su cruzada contra los malvados, destruida por un hombre que solo cumplía con su deber?
-¡Mire a la cámara, por favor!
De inmediato, the Spider cerró los ojos con fuerza por puro instinto. Casi al mismo tiempo, una fuerte luz bañó sus párpados cerrados.
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