Blade nº19


Título: La sangre de un guerrero. Arco III: LA MUERTE DE LOS MONSTRUOS.
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Pako Domínguez
Publicado en: Marzo 2017

Los Ángeles de la Mañana Silenciosa contra los Vampiros de la Creadora. Muchos morirán, muchos vivirán, pero la historia de Blade no volverá a ser la misma. ¡Descubre aquí el comienzo del final!
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.

Creado por Marv Wolfman y Gene Colan

 


UNO

Así empezó. Los Ángeles de la Mañana Silenciosa arremetieron contra los vampiros bajo las órdenes marciales de su señor. Sus espadas cortaron el viento y buscaron los cuellos de sus enemigos o cualquier parte que pudieran sesgar de un golpe. Querían matar monstruos, no aire, no el vacío, no la ausencia. Los aullidos y los gritos se alzaron en aquel caos absoluto. Pronto, la oscuridad se sumió sobre todos ellos.

—¡No sabéis cuánto llevo esperando eso, ratas! —clamó Terror saltando sobre un grupo de Ángeles. Aplastó a varios y empezó a repartir mandobles mientras sacaba una pistola y volaba la cabeza de varios. Durante un instante, solo fue observado como un huracán de movimientos y muerte. ¿Dos brazos? ¿Una docena? Sus movimientos eran fluidos y veloces. Era como la muerte encarnada—. ¿A qué no lo habéis visto venir, malditos angelitos? Venid, venid… ¡Voy a comerme vuestros putrefactos sesos! ¡Los vomitaré! ¡Y haré que os los comáis de nuevo! ¡Os lo prometo!

El puño de Terror impactó contra el yelmo de uno de los Ángeles. Lo abolló, impidiendo respirar a aquel pobre diablo. Disfrutó de ver cómo la sangre resbalaba por debajo del casco. Luego, lo lanzó contra otro Ángel, mientras un adversario le clavaba en el pecho una lanza. Terror, en vez de gritar de dolor, lo que hizo fue acercarlo más y más, atrayendo la lanza hacia su interior y con él a su dueño, incapaz de soltarla. Le arrancó la cara de un mordisco.

—¡Dioses! ¡Cuánto echaba de menos esto! —gritó Terror riendo.

Y cumplió con su promesa.


DOS
El Jinete Fantasma recorrió el pantano. El galope de su corcel era veloz, prendiendo una larga mecha tras de sí. Los cascos lanzaban chispas que quemaban los breves trechos de hierba y barro. 
Perseguido por varios Ángeles, el Jinete aulló y los envolvió en llamas. Las armaduras se fundieron sobre sus ropajes, pero todavía así lanzaban sus armas contra el Jinete.
Danny vio venir un hacha que le golpeó en el pecho. El caballo se encabritó y lo lanzó al suelo. Por un instante, todo fue caos. Ninguna imagen permaneció estable. Hombres ardiendo, el cielo rojo, el sonido de la furia de la guerra, un hacha en el pecho...

—Golpe bajo, hijos de… —murmuró, pero la voz le falló.

Danny liberó una llamarada mientras caía al pantano y notaba cómo las aguas fétidas le ahogaban. Tenía que ponerse en pie. Sería fácil. Bastaba con no morir.
Un instante después, en la negrura, no pareció tan sencillo.


TRES
Fue como la caída de un rayo, ese momento estático que se ilumina en la oscuridad y parece durar una eternidad aunque solo sea un segundo. Lilith congeló a dos Ángeles con su mirada y Morbius se encargó de acabar con ellos. Lilith no dio ningún gesto de agradecimiento, aunque enfureció. Aquellos mortales eran para ella. No para nadie más.
Morbius abrió la boca para decir algo, pero...

—¿Voy a tener que aguantar muchos comentarios pretendidamente graciosos durante esta carnicería? —preguntó la Reina de las Sombras.

Morbius se giró hacia ella tras partirle el cuello a uno de los Ángeles más cercanos. Esquivó un tajo de espada por poco.

—No si cumplimos con nuestra parte de la misión.

Lilith miró a su alrededor mientras los Ángeles caían.

—¿Dónde demonios se ha metido ese Maestro y su espada? —preguntó.



 
CUATRO
Belladonna contempló a Rex con su modo humano, haciendo un esfuerzo por no transformarse en bestia y utilizando las armas humanas para continuar adelante. Era un buen guerrero, pero iban a necesitar a la bestia. ¿Sería capaz ella de ponerse en peligro para que él perdiera el control y se transformase? Suspiró. No entendía bien el mundo, jamás lo había entendido. No se imaginaba a Los Vengadores o los X-Men con problemas así. No veía a la Viuda Negra poniéndose en peligro para que Hulk perdiera el control ni nada parecido. Eso se reservaba para las películas.
Pero el golpe que le dio aquel Ángel en el pecho y que la tiró al suelo, ese golpe, sí que no se reservaba para la ficción. La habían cogido con la guardia baja y lo había pagado.

—¡Belladonna!

Rex dio ese grito. Lo empezó como una persona. Lo terminó como una bestia enorme que rugía cual lobo. Lo que era ahora. La enorme sombra saltó sobre Belladonna y arrancó la cabeza al Ángel que la había atacado.

Después, los Ángeles contraatacaron con disparos que los vampiros de la Creadora intentaron detener, pero varios cayeron y Belladonna vio cómo uno de los disparos impactaba en el cuello de Rex, que cayó a un lado, casi hundiéndose en el pantano. ¿Sería su tumba?

—¡No, Rex, por favor! —gritó Belladonna cayendo a su lado.




CINCO
Drácula miró al Maestro. Le encantaba ver cómo los hombres que luchaban toda su vida por el poder, lo alcanzaban... durante cinco minutos para perderlo todo en el sexto minuto. Era la caída que más le agradaba al Conde. La ajena. Y más si la víctima se encontraba después con una gran y afilada pica.

—Me pregunto… ¿Es justo ver cómo se derrota a un enemigo? —preguntó Drácula, aunque lo dijo para sí, pero lo pronunció en voz alta.

El Maestro le lanzó una bofetada con su guantelete, bañándolo con la propia sangre del vampiro, y dio órdenes con rapidez a sus Ángeles más cercanos.

—Retirad a Drácula y al traidor —dijo refiriéndose también a Heinrich.

El vampiro ario alzó el rostro, ensangrentado, ¿por qué las tornas giraron en su contra una vez más?

—¿Y usted, Maestro? —preguntó uno de los Ángeles, arrastrando a los vampiros, tal y como se le ordenó.

El Maestro cortó el aire con la Espada de Azrael.

—Yo haré frente a mis propios enemigos —dijo.



SEIS
Los Ángeles de la Mañana Silenciosa no habían venido solos. Desde los límites del pantano, habían traído unos lanzamisiles de corto alcance que empezaron a utilizar, creando una tormenta de sangre y muerte.
Los vampiros de la Creadora siguieron adelante, algunos consiguieron destruir los lanzamisiles o colocarlos en contra los unos de los otros, pero muchos cayeron abatidos con aquellos inesperados ataques que sembraban de luz y luego de oscuridad aquel terreno de escoria y decadencia.
Muchos aceptaron que había llegado aquella noche, la noche de morir.

Otros se negaban, pero a la muerte no le importa que asientas o digas que no cuando viene a por ti.


 
SIETE
Y cuando se derramaba el fuego por la ciénaga, fue cuando el Maestro acribilló a los vampiros que llegaban hasta él. Lo hizo con su vieja espada. Solo utilizaría a Azrael contra el que mereciese la pena.
Anna Molly logró abrir brecha entre los Ángeles y Blade consiguió seguir adelante mientras, como una tormenta, los Ángeles contraatacaban.

—Ve a por los lanzamisiles —le dijo Blade a Anna.

—La Creadora me dijo que te ayudase a llegar hasta él.
—¡La Creadora no está aquí y tus hermanos están muriendo! —gritó Blade deteniendo un ataque de uno de los Ángeles solo para recibir otro a continuación.

La batalla continuó y Molly se retiró a ayudar a los vampiros que estaban desmantelando las armas enemigas.

Entonces, entre una estela de humo y sangre, surgió la figura del Maestro y Blade levantó su espada.

—Has vuelto, Cazador —dijo el Maestro levantando a Azrael.

—¿Me he ido? —preguntó Blade, abriéndose paso entre estocadas a los Ángeles que intentaban detenerlo y defender a su señor.

—Deberías… —murmuró el Maestro con rabia.



OCHO
Terror se estaba divirtiendo. Había muerto a su alrededor, vampiros descuartizados, Ángeles triturados, gritos, heridos, mutilados… Para él era como una fiesta de cumpleaños. Es más, recordaba una fiesta de cumpleaños que fue similar, pero si algo sabía es que los deseos no suelen cumplirse en la batalla y lo supo más aún cuando le rebanaron la mano derecha.

—¡Hijo de puta! —gritó al Ángel que le había cortado la mano antes de atravesarle la garganta con su espada—. ¿Sabes cuánto me costó encontrar una mano de esa calidad?

Lanzó al Ángel abatido al pantano y saltó contra una guarnición de Ángeles que se batían en retirada.

—¡Eh, vosotros! —les llamó—. ¿Adónde vais? ¿No os dais cuenta de que la fiesta acaba de comenzar?

Aniquiló a dos Ángeles con su espada, portada con la única mano que le quedaba. Le dio un cabezazo a otro de los Ángeles, dejándolo fuera de combate, y clavó su cimitarra contra el pecho de otro y al final vio por qué se marchaban: dos vampiros prisioneros (uno rubio estaba inconsciente tras recibir un golpe accidental en la acometida de Terror) y el otro lo conocía bastante bien a uno de ellos.

—Pero si es el puñetero conde Drácula —dijo Terror.

Drácula sonrió.


NUEVE

Las aguas del pantano empezaron a bullir. Los Ángeles sabían que no era buena señal.
Cuando el Jinete salió de las aguas, varios Ángeles le esperaban portando armas cortantes y uno de ellos un rifle. Sabían cuándo renovar sus armas y aquel podía ser un buen ataque.

—¿Sabéis qué es lo malo de enfrentarse a un demonio? —preguntó mientras detenía una espada que iba contra su cráneo en llamas—. Que yo sí he visto a los ángeles. —Arrebató una lanza y se la arrojó al Ángel que le disparaba—. Y no se parecen en nada a vosotros, fracasados.

El Jinete Fantasma llamó a su caballo, pero antes de que llegase, los Ángeles derribaron a su montura y contraatacaron a Danny. Una oleada de vampiros de la Creadora fue a ayudarle, pero recibieron un mar de flechas enemigas. Los Ángeles eran cada vez más.

—He trabajado como guía del infierno últimamente, podría seguir un poco más —dijo el Jinete haciendo brotar llamaradas desde sus esqueléticas manos.

Los Ángeles dieron una señal y se arrojaron al suelo. Habían colocado una pequeña torreta que se activó, lanzando un destello eléctrico que derribó a los vampiros, pero también al Jinete Fantasma que volvió a las profundidades de la ciénaga. No iba a ser tan fácil levantarse en esa ocasión

 
DIEZ

En medio del campo de batalla, Lilith vio al Jinete Fantasma caer, mientras ella avanzaba hacia delante.

—Hemos perdido la Llave.

Morbius negó y sacó algo que pendía de su cuello.

—No lo creas —dijo. Tenía la Llave.

Lilith negó con la cabeza.

—Cuántas sorpresas… No las aguanto.

Morbius y Lilith avanzaron por el terreno de batalla, entre sangre y fuego. Los vampiros estaban cayendo, aunque los Ángeles soportaban los embistes solo por sus creencias sectarias.

—Tomar la Espada de Azrael y usar la Llave contra ella —dijo Lilith mientras esquivaba una maza de un Ángel y le clavaba un puñal en la garganta, como si fuera parte de una danza mortal—. ¿Cuándo pensamos que sería fácil?

Una ráfaga de disparos sembró más muerte en la guerra. Morbius se agachó. No, no parecía que fuera fácil.
Y, frente a ellos, entre la niebla, veían dos espadas impactando una y otra vez. Eran Blade y el Maestro.




ONCE



Belladonna contempló el cuerpo de Rex, ensangrentado, aún en su forma de lobo.

—No puedes morir, no puedes morir —repetía, como si por decirlo fuera a ocurrir.

La garganta de Rex no paraba de sangrar, como si fuera una fuente.
Las manos de Belladonna se llenaron de sangre. Y cuando levantó el rostro vio a los Ángeles pasando por encima de los vampiros y acorralándola. Así era el final. Ella había vuelto de la muerte solo para conseguir que la persona que más amaba muriese. Ese era el desenlace de todas las cosas. Su egoísmo había matado al hombre que amó. No había gloria en la batalla, no había méritos y triunfos; eso es lo que dicen los carniceros que sobreviven para pensar que todo ha valido la pena, ese es el consuelo de los que pierden, pero siguen respirando. Eso es todo.

Un Ángel de la Mañana Silenciosa la apuntó con un rifle, deseoso de que Belladonna no se moviera, pero ella, desarmada, abrió sus manos, bañadas de la sangre de Rex y chilló.
El poder que todo el tiempo llevaba rehuyendo de Belladonna no pudo escapar más y llegó a la hechicera para liberarlo con una explosión que se extendió por toda la ciénaga, un pulso de energía azulado que acribilló a todas las fuerzas.




DOCE
Un Ángel de la Mañana Silenciosa se desintegró de golpe. Su armadura se transformó en fuego y su piel en hueso, quedando reducido a jirones que desaparecieron en las aguas negras.

—Eso ha estado bien —juzgó Terror y luego miró de nuevo a Drácula—. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí… ¿Mil pavos más?

Drácula asintió. Odiaba perder el tiempo con necios como aquel.

—Solo por dejarme marchar —contestó Drácula—. Todos tuyos.

—No me parece mal precio sabiendo que acabarás volviendo de la muerte y yo… bueno, deberé buscar repuestos.

Pero Terror puso su cimitarra en el pecho de Drácula.

—¿CÓMO TE ATREVES, ENGENDRO?

Las explosiones a su alrededor eran cada vez más frecuentes. Los Ángeles no iban a cesar en su empeño de destruir todo. Los árboles raquíticos del pantano se envolvieron en ascuas o cayeron para desaparecer bajo el humo.

—¡Estamos en una batalla! ¡Se puede prometer mucho dinero a un hombre que no puede que sobreviva! —respondió Terror.

—¡Tú vivirás, maldito! ¡Ya estás muerto!

Un Ángel disparó varias flechas a Terror, sin derribarlo. Era como si no lo hubiera tocado.

—Eso está bien —consideró Terror meciéndose la barbilla.

—¡Cien millones! ¡Te daré cien millones!

Los ojos de Terror brillaron. Sacó algo de un pequeño bolsillo del pantalón. Era un móvil.

—Pásame la pasta y te daré tal patada en tu huesudo culo que te podrás considerar libre, Drácula.



 
TRECE

Dos vampiros de la Creadora habían quedado a merced de los Ángeles, mientras sus baterías cargaban. No habían conseguido desmantelar las armas.

—No acabará así —dijo Anna Molly saltando sobre los Ángeles y lanzándolos al otro lado.
Ayudada por los demás vampiros, Molly ordenó que los lanzamisiles se apuntasen entre sí. Los Ángeles contraatacaron leyendo las intenciones de la vampiresa, pero para cuando pudieron hacer algo, las explosiones se extendieron formando un círculo de llamas.

—¡Lo hemos conseguido! —gritó uno de los vampiros.

Anna Molly estuvo a punto de sonreír.

No llegó a hacerlo

Un Ángel le había atravesado la pierna y cayó al suelo. Los vampiros acabaron con aquel Ángel, pero Ana notó cómo el mundo se desvanecía.
 
 
 
CATORCE
 
Morbius dio una patada a un Ángel que lo acorraló y antes de que el rival pudiese contraatacar, Lilith le clavó su puñal en el cuello, tirándolo al suelo.

—No, no te levantes —dijo Lilith al Ángel.

Entonces el Ángel escupió un borbotón de espesa sangre.
Fue justo cuando ocurrió algo inesperado. Unas sombras monstruosas emergieron desde el interior de la ciénaga. Morbius había usado la Llave. Era hora de que los supervivientes de la Reina de las Sombras contraatacasen. Docenas de monstruos se lanzaron contra los Ángeles.

—¡Matad a los Ángeles! —gritó Lilith, su soberana—. ¡Impedid el alba de la Mañana Silenciosa!
Fue justo en ese instante cuando Morbius cayó al suelo con una espada atravesándole el pecho. La misma espada salió de su interior y cogió la Llave. El asesino siguió caminando, como si nada.

—¿Padre? —le dijo Lilith a Drácula.

—Querida, nos mataremos luego, ahora me toca otro —dijo Drácula abriéndose paso.

 
QUINCE

La Espada de Azrael hizo temblar el sable que portaba Blade. Los golpes fueron tan rápidos y potentes que el ambiente se cargó de chispas producidas por el impacto de los aceros.

—Siempre me alegré de que aprendieras despacio —dijo el Maestro, deteniendo otra arremetida de Blade.

—No deberías alegrarte por nada cuando estás a punto de morir —replicó Blade dando un paso atrás para intentar recuperar espacio, pero estaba cediendo demasiado terreno.

Más espadas chocaron en una melodía que sonaba como una fiesta fúnebre. Blade notó que una de sus piernas se hundía en el fango. Se maldijo por tamaña sorpresa y se lanzó al otro lado, pero el siguiente tajo del Maestro estuvo a punto de alcanzarle.

—Si te mato —dijo el Maestro—, ¿mataré a todos los humanos o a todos los vampiros? Es un gran misterio que la Espada de Azrael aún no me ha revelado.

Blade cogió una piedra y arrojó contra el pecho del Maestro, que retrocedió, asfixiado.

—No vas a descubrirlo —contestó Blade.

El Maestro tocó su guantelete, Blade se agachó justo cuando las púas venenosas que almacenaba el guante del Maestro cruzaron el aire. Si hubiera seguido, se las hubiera llevada clavas en el cuello.
Dos Ángeles fueron a por Blade. Una daga realizó un corte en el brazo de Blade y el otro preparó su revólver para reventar la cabeza del Cazador. El guerrero no esperaba que el Maestro contase con tanta ayuda inesperada.

—¡Deteneos! —gritó el Maestro y apartó de un empujón a los dos Ángeles—. ¡Blade es mío!

—¡Señor, es peligroso!

—¡ES MÍO! —gritó el Maestro cogiéndolo por el cuello y lanzándolo al otro lado—. No dejaré que nadie me lo arrebate. ¡Nadie!

Los Ángeles se apartaron y dejaron, muy a su pesar, que el Maestro siguiese aquel combate solo.

—Demasiado honor para alguien de tu calaña —dijo Blade parando a Azrael. Reconoció con dolor que cada vez le costaba más parar aquellos golpes. Sus brazos le pesaban y le ardían—. Haré que todos los Ángeles te vean morir.

—Esto no es honor, Blade —contestó el Maestro interceptando el sable de su adversario—. ¡Esto para mí es placer! ¡Dos cazadores luchando! ¡A muerte!

Blade arremetió contra las rodillas del Maestro, pero este le respondió con una brutal patada en el rostro.

—¡A muerte! —repitió el Maestro disfrutando de la visión de Blade caído.

Blade cayó de espaldas. Una vez más, herido. Una vez más, esperando levantarse. Notó el tacto húmedo de la tierra, como el de un cementerio. Solo le bastaba con cerrar los ojos y todo habría terminado, como una presa que acepta ser atrapada por el cazador.
No, él era el Cazador.
La Espada de Azrael cayó contra él. Si hubiera sido más veloz, le hubiera reventado el pecho.
Blade rodó a un lado, sobre el apestoso barro y vio cómo el arma se clavaba en la tierra espesa donde había estado él posado. Al Maestro le costaría sacarla y Blade tendría tiempo para contraatacar.
Se puso de pie y gritó, abalanzándose contra su peor adversario.

—¡A muerte! —chilló.


 
DIECISEIS
 
La Espada de Azrael se acercó al cuello de Blade. Este dejó que la hoja de rozase. El Maestro iba a destruirlo.
Blade se lanzó al suelo y le dio un cabezazo en el pecho a al líder de los Ángeles. Antes de que su rival pudiera actuar, el Cazador lanzó por los aires la Espada de Azrael y Blade saltó, cogiéndola. Después dejó caer al Maestro de rodillas y le puso el filo del arma en el cuello.

—Esto ha terminado —le dijo Blade.

El rostro del Maestro se convulsionó en un gesto de horror.

—¡Utiliza la Espada contra mí si eres tan valiente, Cazador! ¡Destruye a toda la humanidad! —gritó el Maestro mostrando su cuello.

La Espada de Azrael no tembló.

—¿Aún te crees humano? —chilló Blade, furibundo.

—¡Hazlo!

Blade golpeó con la Espada de Azrael, pero la empuñadura de un sable caído que tomó entre sus manos, mientras lanzaba la Espada de Azrael a otro lado.

—¡No sabes lo que estás haciendo, cazador! —gritó el Maestro.

—No voy a esperar más lecciones —dijo Blade alzando el sable.

El rostro del Maestro se sorprendió, pero no al saber que Blade lo mataría sino al ver algo detrás de él. Blade miró de reojo.

Una sombra surgió entre el humo ocre de la batalla, alguien a quien el Maestro no esperaba volver a ver.

—¡No, tú no! —gritó el Maestro al ver al recién llegado.

Alguien había vuelto, libre de sus captores y tomó la Espada de Azrael.



DISIETE

Unas garras tomaron la empuñadura de la Espada de Azrael, alzándola desde el suelo pantanoso. Su portador la contempló con una sonrisa. Era Drácula.

—Me gusta cómo han girado las tornas —dijo Drácula divisando su reflejo en la espada.

—¡No! —gritó el Maestro, arrodillado ante Blade.

Blade miró a Drácula, este no pensaba dejar la Espada.

—¡Usará esa arma contra la humanidad! —gritó el Maestro—. ¡Amenazará a todos los seres humanos! ¡Se convertirá en su señor usando el miedo a destruirlos para que hagan lo que quieran!
Drácula hubiera aplaudido de tener las manos libres. El arma reflejaba su rostro oscuro.

—Es lo que tú hacías con los monstruos —dijo Drácula al Maestro.

El Maestro miró a Blade.

—Es hora de que elijas a quién eres fiel: a los monstruos o a los humanos.

Blade contempló al Maestro abatido y a Drácula triunfante. No habría victoria posible.


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