Título: Apocalipsis (I): Revelación. Autor: Jose Luis Miranda Portada: Jose Baixauli Publicado en: Mayo 2017
El Fantasma Desconocido presiente que una nueva crisis se avecina y vaticina que, para resolverla, deberá unir sus fuerzas con el Héroe más grande de todos. Pero ¿estatrá éste preparado para ocupar de nuevo su lugar?
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Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...
Creado por Jerry Siegle y Joe Shuster
Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía
y guarden lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca.
Apocalipsis 1:3. San Juan Siglo I
y guarden lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca.
Apocalipsis 1:3. San Juan Siglo I
Prólogo. El narrador.
Ya anciano y enfermo, siento que el tiempo que me resta se deshace entre mis brazos. Moriré en esta Hispania que fue de Roma, en la que después reinaron los Visigodos y que acabó anegada por la invasión del Islam hace siglo y medio. Ahora más de media península queda en manos musulmanas y sólo en su zona norte resisten reinos y condados de fe cristiana. Desde uno de ellos os escribo. Lloro al pensar que nunca volveré a ver mi lugar de nacimiento, tan lejos de aquí, que nunca regresaré al tiempo del que partí, pero ya que ningún ser viviente puede retornar a su pasado, realmente mi pesar carece de sentido.
Transcurre el año del señor del 850, es soberano Ramiro I en el reino de Asturias. Desde mi ventana contemplo las faldas del monte Naranco, a las afueras de la villa de Oviedo, donde nuestro rey mandó edificar un complejo palacial que incluía el Palacio Santa María del Naranco y la Iglesia San Miguel de Lillo. Escribo desde la dependencia que me ha sido cedida en San Miguel y que me sirve tanto de escritorio como de lugar de reposo.
El monarca acaba de visitarme y se ha marchado enfadado sin obtener el saber que me demandaba. Ramiro I ignora que es su último año de reinado, fallecerá en meses. Yo sí lo sé, mi don es el del conocimiento futuro, pero debo callar para que lo que fue, sea. Es la última vez que nos veremos, yo, ya os he dicho, también estoy próximo a la muerte. Mis fuerzas se marchitan, mi memoria se mustia, aunque lucho por retenerlas el tiempo suficiente para poder completar mi relato: lo que viví pero aún no ha pasado.
¿No me entendéis? Mi condena es narrar aquí anclado en esta época. Lector, te pido humildemente disculpas si mi prosa no alcanza la altura de los hechos descritos, pero no ceses en intentar comprender los enigmas que presenta. Te hablo a ti lector, forma de barro, esclavo del tiempo que transitas paso a paso, a tu pesar, por la existencia. Sólo a ti. Los salones del cielo entonarán cantos épicos que los oídos mortales jamás entenderán. Las cavernas infernales cantarán diatribas burlescas que tampoco ningún escucha viviente podrá traducir. Mi palabra es tuya y a ti va dirigida. Tú eres quien debe interpretar y conocer los hechos.
¿Cómo se originó el horror que voy a narrar? El Señor Oscuro que lo fraguó entró en la Biblioteca más extensa que existe, la del místico Lucien, en el Reino de los Sueños. Allí reposan todos los libros escritos y los soñados que no llegaron a escribirse. El malévolo ser leyó un volumen que le inspiraría su decisión futura. Dicho volumen está oculto bajo mi jergón. No lo he mostrado jamás a nadie. Estoy seguro de que si supieran de su existencia me quemarían. No soportarían su texto y sus dibujos. Antes de morir lo destruiré con fuego pues creo que de ser encontrado y leído podría llevar a la locura a los hombres de este tiempo. Permíteme lector que no desvele su título hasta el final de mi historia. Quédate pues con que este tratado habla de destrucción y esperanza. El Señor Oscuro al acabar su lectura rio sin parar una jornada completa. En su mente decidió que iniciaría una aniquilación como nunca se había visto, sin que brillara esperanza alguna a su término.
Empecemos pues…, escucha con paciencia lo que ha de suceder pronto o quizá lo que haya sucedido en otro tiempo y lugar. Muéstrate atento a las cosas que son y dejarán de ser, las que vendrán y cambiarán, las que fueron y serán. Pasad y atended sin miedo a lo que vi y me fue contado. Este es mi relato…
Ya anciano y enfermo, siento que el tiempo que me resta se deshace entre mis brazos. Moriré en esta Hispania que fue de Roma, en la que después reinaron los Visigodos y que acabó anegada por la invasión del Islam hace siglo y medio. Ahora más de media península queda en manos musulmanas y sólo en su zona norte resisten reinos y condados de fe cristiana. Desde uno de ellos os escribo. Lloro al pensar que nunca volveré a ver mi lugar de nacimiento, tan lejos de aquí, que nunca regresaré al tiempo del que partí, pero ya que ningún ser viviente puede retornar a su pasado, realmente mi pesar carece de sentido.
Transcurre el año del señor del 850, es soberano Ramiro I en el reino de Asturias. Desde mi ventana contemplo las faldas del monte Naranco, a las afueras de la villa de Oviedo, donde nuestro rey mandó edificar un complejo palacial que incluía el Palacio Santa María del Naranco y la Iglesia San Miguel de Lillo. Escribo desde la dependencia que me ha sido cedida en San Miguel y que me sirve tanto de escritorio como de lugar de reposo.
El monarca acaba de visitarme y se ha marchado enfadado sin obtener el saber que me demandaba. Ramiro I ignora que es su último año de reinado, fallecerá en meses. Yo sí lo sé, mi don es el del conocimiento futuro, pero debo callar para que lo que fue, sea. Es la última vez que nos veremos, yo, ya os he dicho, también estoy próximo a la muerte. Mis fuerzas se marchitan, mi memoria se mustia, aunque lucho por retenerlas el tiempo suficiente para poder completar mi relato: lo que viví pero aún no ha pasado.
¿No me entendéis? Mi condena es narrar aquí anclado en esta época. Lector, te pido humildemente disculpas si mi prosa no alcanza la altura de los hechos descritos, pero no ceses en intentar comprender los enigmas que presenta. Te hablo a ti lector, forma de barro, esclavo del tiempo que transitas paso a paso, a tu pesar, por la existencia. Sólo a ti. Los salones del cielo entonarán cantos épicos que los oídos mortales jamás entenderán. Las cavernas infernales cantarán diatribas burlescas que tampoco ningún escucha viviente podrá traducir. Mi palabra es tuya y a ti va dirigida. Tú eres quien debe interpretar y conocer los hechos.
¿Cómo se originó el horror que voy a narrar? El Señor Oscuro que lo fraguó entró en la Biblioteca más extensa que existe, la del místico Lucien, en el Reino de los Sueños. Allí reposan todos los libros escritos y los soñados que no llegaron a escribirse. El malévolo ser leyó un volumen que le inspiraría su decisión futura. Dicho volumen está oculto bajo mi jergón. No lo he mostrado jamás a nadie. Estoy seguro de que si supieran de su existencia me quemarían. No soportarían su texto y sus dibujos. Antes de morir lo destruiré con fuego pues creo que de ser encontrado y leído podría llevar a la locura a los hombres de este tiempo. Permíteme lector que no desvele su título hasta el final de mi historia. Quédate pues con que este tratado habla de destrucción y esperanza. El Señor Oscuro al acabar su lectura rio sin parar una jornada completa. En su mente decidió que iniciaría una aniquilación como nunca se había visto, sin que brillara esperanza alguna a su término.
Empecemos pues…, escucha con paciencia lo que ha de suceder pronto o quizá lo que haya sucedido en otro tiempo y lugar. Muéstrate atento a las cosas que son y dejarán de ser, las que vendrán y cambiarán, las que fueron y serán. Pasad y atended sin miedo a lo que vi y me fue contado. Este es mi relato…
Capítulo 1. El Errante.
Debemos avanzar muchos siglos, hasta algún momento del siglo XXI. La tormenta bramaba con ira…
Una cascada de agua volcada del cielo empapaba la noche. El viento huracanado inmisericorde azotaba los campos de norte a sur. El firmamento vibraba estremecido por la lluvia pero se mantenía profundamente oscuro sin la menor brizna de luz de estrella o de luna. Sin embargo, cada varios minutos los relámpagos aparecían como estallidos de fuego e iluminando el sendero antecedían a los ensordecedores truenos. El camino negro, embarrado, parecía hecho de carbón y arcilla.
Parecía imposible que nadie pudiera aventurarse a caminar por aquel sendero en aquellas condiciones, pero un solitario viajero lo recorría despacio. No se mostraba temeroso ante el escenario descrito que debía soportar. Tan sólo denotaba algo de incomodidad cuando, pocas veces, calaba su sombrero con firmeza y volvía a envolverse férreamente en su larga capa azul. Sus elegantes zapatos no denotaban el paso de los millones de kilómetros que habían transitado. Sus huellas en el barro se encharcaban y las gotas provocaban un frenesí de pequeñas ondas, que generaban en la vereda una vivacidad de movimientos incesantes. Era como si el camino hablara y daba la impresión, por los rezos que murmuraba el errante, que estuvieran conversando el uno con el otro.
El mundo le conocía como el Fantasma Desconocido. Aunque la verdad de su origen estaba perdida en las brumas del pasado: una leyenda contaba que el Fantasma había sido un antiguo ángel del cielo que no tomó partido en la rebelión de Lucifer contra Dios, otra narraba que había sido uno de los romanos encargados de crucificar a Jesús de Nazaret y algunas más que provenía del más distante futuro o del más lejano pasado. De cualquier manera sufría la condena de nuestro señor de vagar errante por el mundo realizando acciones que le permitieran ganarse perdón y descanso.
Se detuvo. Había llegado donde pretendía. Dio un último paso y justo al cruzar el umbral el torrente acuoso cesó y una luz inmensa bañó la escena. Estaba en la entrada del Jardín del Eterno Destino, uno de los siete hermanos místicos regentes de los reinos sobrenaturales: Sueño, Muerte, Deseo, Desespero, Delirio, Destrucción y el ya mencionado Destino. Una vez dentro el Fantasma abrió su capa, se quitó el sombrero y lo agitó para quitarle parte del agua acumulada. Brevemente pudieron verse sus cabellos blancos, sus ojos con ojeras y su rostro curtido y enjuto. Pronto resituó el sombrero y el ala del mismo le ensombreció media cara.
El Jardín presentaba un mosaico de edificaciones, columnas y arcos, todo a medio hacer, que conformaban un paisaje impresionante. Era como si un grupo de arquitectos de diferentes eras, hubieran empleado distintos estilos y materiales de construcción y se hubieran puesto de acuerdo para dejar los trabajos a la mitad. El gris de los pilares contrastaba con el vivo color de las especies vegetales que alfombraban todo el espacio y que servían de linde a los laberínticos senderos que se bifurcaban y enredaban sin que vista humana alguna pudiera seguirlos. El Fantasma repasó con interés el escenario presentado a sus ojos.
No tardó mucho en llegar el anfitrión del lugar. El Eterno Destino envuelto en una túnica marrón, con la capucha cubriéndole el rostro y con el Libro que contiene todo pasado, presente y futuro encadenado a las muñecas, se situó frente a él.
— Bienvenido Errante.
— Bienhallado Eterno. No quiero importunarte. Estoy en tu hogar porque he sentido la venida de un mal terrible. No sé de su naturaleza, ni de sus propósitos, pero algo está gestándose en algún lugar del universo y me gustaría poder anticipar mi acción.
— Deseas consultar mi libro.
— Tu libro recoge lo que ha sido, lo que es y lo que será. Me gustaría ver el futuro.
— Lo que será para mí ya ha sido. No es posible consultar mi libro. Si lo ves y está escrito, será.
— Sé que alguien lo leyó. Asmodel.
— Efectivamente, Asmodel, el antiguo Ángel-Rey, Señor Devastador de la Hueste del Toro, Comandante y Querubín del Batallón Alfa(1)...
— Te hizo sufrir.
— Sí y pagó por ello. Con su final se completaron las páginas en blanco. Todo lo demás está escrito.
— Existe libre albedrío, no predeterminación. Por tanto tu libro no puede marcar la libre voluntad de los vivientes.
— Mi libro está escrito en el final de los tiempos, no hace otra cosa sino respetar esa voluntad tal y como sucedió. Mi plano de existencia no es el tuyo, yo vivo transversal al tiempo no dirigido por él. Mi mañana es mi ayer y mi ayer mi mañana, el hoy para mí no existe. Todo ha sido ya, aunque no lo percibas.
— Entonces, venir aquí ha sido para nada.
— Errante, se te ve cansado. Jamás detienes tu caminar. Llegará uno de tus días en los que podrás dejar a un lado la pesada carga que llevas.
— ¿Lo profetizas o lo recuerdas?
— Ya te he dicho que profecía y recuerdo para mí es lo mismo.
— Queda en paz, Eterno, te deseo prosperidad y dicha.
— Mi deseo es el mismo, Errante. Siento no haber podido ayudarte. ¿Qué harás ahora?
— ¿No te lo dice tu libro?
Eterno sonrió y, sin saber si estaba incumpliendo alguna de sus propias normas— dijo la siguiente frase:
— Buscarás al héroe más grande de todos los tiempos.
Debemos avanzar muchos siglos, hasta algún momento del siglo XXI. La tormenta bramaba con ira…
Una cascada de agua volcada del cielo empapaba la noche. El viento huracanado inmisericorde azotaba los campos de norte a sur. El firmamento vibraba estremecido por la lluvia pero se mantenía profundamente oscuro sin la menor brizna de luz de estrella o de luna. Sin embargo, cada varios minutos los relámpagos aparecían como estallidos de fuego e iluminando el sendero antecedían a los ensordecedores truenos. El camino negro, embarrado, parecía hecho de carbón y arcilla.
Parecía imposible que nadie pudiera aventurarse a caminar por aquel sendero en aquellas condiciones, pero un solitario viajero lo recorría despacio. No se mostraba temeroso ante el escenario descrito que debía soportar. Tan sólo denotaba algo de incomodidad cuando, pocas veces, calaba su sombrero con firmeza y volvía a envolverse férreamente en su larga capa azul. Sus elegantes zapatos no denotaban el paso de los millones de kilómetros que habían transitado. Sus huellas en el barro se encharcaban y las gotas provocaban un frenesí de pequeñas ondas, que generaban en la vereda una vivacidad de movimientos incesantes. Era como si el camino hablara y daba la impresión, por los rezos que murmuraba el errante, que estuvieran conversando el uno con el otro.
El mundo le conocía como el Fantasma Desconocido. Aunque la verdad de su origen estaba perdida en las brumas del pasado: una leyenda contaba que el Fantasma había sido un antiguo ángel del cielo que no tomó partido en la rebelión de Lucifer contra Dios, otra narraba que había sido uno de los romanos encargados de crucificar a Jesús de Nazaret y algunas más que provenía del más distante futuro o del más lejano pasado. De cualquier manera sufría la condena de nuestro señor de vagar errante por el mundo realizando acciones que le permitieran ganarse perdón y descanso.
Se detuvo. Había llegado donde pretendía. Dio un último paso y justo al cruzar el umbral el torrente acuoso cesó y una luz inmensa bañó la escena. Estaba en la entrada del Jardín del Eterno Destino, uno de los siete hermanos místicos regentes de los reinos sobrenaturales: Sueño, Muerte, Deseo, Desespero, Delirio, Destrucción y el ya mencionado Destino. Una vez dentro el Fantasma abrió su capa, se quitó el sombrero y lo agitó para quitarle parte del agua acumulada. Brevemente pudieron verse sus cabellos blancos, sus ojos con ojeras y su rostro curtido y enjuto. Pronto resituó el sombrero y el ala del mismo le ensombreció media cara.
El Jardín presentaba un mosaico de edificaciones, columnas y arcos, todo a medio hacer, que conformaban un paisaje impresionante. Era como si un grupo de arquitectos de diferentes eras, hubieran empleado distintos estilos y materiales de construcción y se hubieran puesto de acuerdo para dejar los trabajos a la mitad. El gris de los pilares contrastaba con el vivo color de las especies vegetales que alfombraban todo el espacio y que servían de linde a los laberínticos senderos que se bifurcaban y enredaban sin que vista humana alguna pudiera seguirlos. El Fantasma repasó con interés el escenario presentado a sus ojos.
No tardó mucho en llegar el anfitrión del lugar. El Eterno Destino envuelto en una túnica marrón, con la capucha cubriéndole el rostro y con el Libro que contiene todo pasado, presente y futuro encadenado a las muñecas, se situó frente a él.
— Bienvenido Errante.
— Bienhallado Eterno. No quiero importunarte. Estoy en tu hogar porque he sentido la venida de un mal terrible. No sé de su naturaleza, ni de sus propósitos, pero algo está gestándose en algún lugar del universo y me gustaría poder anticipar mi acción.
— Deseas consultar mi libro.
— Tu libro recoge lo que ha sido, lo que es y lo que será. Me gustaría ver el futuro.
— Lo que será para mí ya ha sido. No es posible consultar mi libro. Si lo ves y está escrito, será.
— Sé que alguien lo leyó. Asmodel.
— Efectivamente, Asmodel, el antiguo Ángel-Rey, Señor Devastador de la Hueste del Toro, Comandante y Querubín del Batallón Alfa(1)...
— Te hizo sufrir.
— Sí y pagó por ello. Con su final se completaron las páginas en blanco. Todo lo demás está escrito.
— Existe libre albedrío, no predeterminación. Por tanto tu libro no puede marcar la libre voluntad de los vivientes.
— Mi libro está escrito en el final de los tiempos, no hace otra cosa sino respetar esa voluntad tal y como sucedió. Mi plano de existencia no es el tuyo, yo vivo transversal al tiempo no dirigido por él. Mi mañana es mi ayer y mi ayer mi mañana, el hoy para mí no existe. Todo ha sido ya, aunque no lo percibas.
— Entonces, venir aquí ha sido para nada.
— Errante, se te ve cansado. Jamás detienes tu caminar. Llegará uno de tus días en los que podrás dejar a un lado la pesada carga que llevas.
— ¿Lo profetizas o lo recuerdas?
— Ya te he dicho que profecía y recuerdo para mí es lo mismo.
— Queda en paz, Eterno, te deseo prosperidad y dicha.
— Mi deseo es el mismo, Errante. Siento no haber podido ayudarte. ¿Qué harás ahora?
— ¿No te lo dice tu libro?
Eterno sonrió y, sin saber si estaba incumpliendo alguna de sus propias normas— dijo la siguiente frase:
— Buscarás al héroe más grande de todos los tiempos.
Capítulo 2. El héroe más grande de todos los tiempos.
Sigue acompañándome lector por esta senda literaria. Existirá, lector, una ciudad inmensa que se extenderá como la superficie de los océanos y estará tan poblada de humanos como el cielo de estrellas. Su nombre será Metrópolis. En ella habitaba en los tiempos narrados un paladín proveniente de otro planeta, un caballero que poseía habilidades sobrenaturales propias de los hechiceros, un superhombre capaz de andar entre las nubes, un humano especial que ayudaba y concedía favores a la gente de la Tierra. Su nombre era Kal El. Sin embargo, en el momento en el que transcurre esta historia había sido desposeído de sus poderes y vivía de forma anónima como un mortal más. Se ocultaba bajo la identidad de Clark Kent…
Clark Kent apartaba del fuego la parrilla donde cocinaba las verduras asadas. Después, dispuso los alimentos en una bandeja pequeña. Los lenguados estaban preparados y sólo faltaban los cuatro pastelitos que aún se horneaban. Kent miró la ventana del horno y observó en el temporizador que faltaba un minuto para que sonara. Su esposa Lois Lane había bajado a comprar una botella de vino y estaba a punto de subir. Cuando el hombre de la capa azul y el sombrero calado hizo su aparición en medio de la cocina, Clark se sobresaltó.
— ¡Joder!— dijo asombrado Clark.
— Siento haberte asustado. No era mi intención. Debía haber llamado a la puerta.
— Pues sí, Fantasma, desde luego — dijo Clark pensando en que al menos no había aparecido en el dormitorio una hora antes cuando compartía lecho con Lois.
— Huele muy bien, Clark.
— Gracias. Estás invitado, aunque…no sé si sueles comer.
— ¿Estás siendo irónico?
— Supongo… pero es una buena pregunta.
— La magia me sustenta, pero ¿crees que se pueden caminar miles de años por la Tierra sin probar bocado?
— Cuando menos debe de dar hambre.
Clark Kent se acercó y dio un abrazo afectuoso al Fantasma Desconocido.
— Me alegro de volver a verte, Fantasma. No nos veíamos desde…
— …el final del Imperio de Luthor y Zod(2).
— Efectivamente. Aunque creo que he dicho muy rápido lo de alegrarme. Tu presencia nunca indica nada bueno.
— Tienes razón, es mi destino vagar por la Tierra y aparecer en momentos de crisis.
— Ya sabes que estoy sin poderes.
— Lo sé.
— ¿Entonces…? Entiendo que no buscas mi ayuda.
— No puedes renunciar a lo que eres.
— No empieces tú también. Ya me dio la misma monserga Bruce(3). Yo elijo lo que quiero ser no tengo que depender de lo que queráis los demás.
— Clark, qué egoísta es tu decisión. No digo que tengas que renunciar a tu esposa o a ser feliz, pero hay personas que se deben a causas mayores que uno mismo. Tu presencia es un acontecimiento cósmico que ha determinado la realidad en tu planeta y ha influido en el mismo devenir vital del universo.
— Por favor, sólo soy una persona.
— Con una voluntad firme de ayudar y hacer el bien. Tu corazón ha hecho grandes a tus poderes, no al revés. Tu vida ha marcado el devenir de muchas otras.
— No lo deseo, Fantasma, quiero alejarme de todo ello. Sólo quise ayudar y ya he cumplido.
— ¿Y mirarás para otro lado cuando llegue el sufrimiento?
— ¿Qué sufrimiento?
— Algo terrible acecha en la sombra. No sé qué es, pero siento que se acerca.
— Aunque así fuera… ¿qué quieres que haga? No tengo ya mis dones. Soy un simple humano. Además, está la Liga de la Justicia. Ellos podrán con lo que sea.
— El Destino… me ha traído hasta aquí por algo.
— Errante, déjame en paz. No puedo cargar yo con la responsabilidad de todo lo que suceda en el universo. Creo que ya he empeñado una gran parte de mi vida en ello. Dejadme descansar.
— Bien, Clark. El mensaje está dado y veo que tu decisión es irrevocable.
— Respétala.
— Lo haré. Bien, debo marcharme. Ojalá llegues a vivir la vida que te propones. Ojalá que lo que viene te lo permita.
— Gracias, sabes que te deseo también lo mejor.
El Fantasma Desconocido saludó agarrándose el ala del sombrero y desapareció. Clark quedó pensando en sus palabras: algo terrible acecha en la sombra. No sé qué es, pero siento que se acerca. El sonido de las llaves en la puerta le devolvió a la realidad. Lois Lane entraba en la casa con el vino en la mano. Sólo al ver la cara desencajada de Lois se percató que el horno no cesaba de echar humo. Aunque lo apagó enseguida y sacó su contenido, los pasteles estaban carbonizados.
— Cariño, vaya cocinero estás hecho.
— Lo siento, me distraje.
— ¿Te ha pasado algo?
— Nada, nada. Creo que queda algo de fruta en la nevera. Así engordaremos menos.
— Estás pálido Clark. ¿Te encuentras bien?
— Perfectamente, amor.
— ¿Seguro?
— Venga, la cena se enfría. Pongamos la mesa.
Lois conocía a su marido. Sabía, sin el menor asomo de duda, que algo le preocupaba. Parecía otra persona diferente a la que había dejado al bajar a comprar la bebida.
Sigue acompañándome lector por esta senda literaria. Existirá, lector, una ciudad inmensa que se extenderá como la superficie de los océanos y estará tan poblada de humanos como el cielo de estrellas. Su nombre será Metrópolis. En ella habitaba en los tiempos narrados un paladín proveniente de otro planeta, un caballero que poseía habilidades sobrenaturales propias de los hechiceros, un superhombre capaz de andar entre las nubes, un humano especial que ayudaba y concedía favores a la gente de la Tierra. Su nombre era Kal El. Sin embargo, en el momento en el que transcurre esta historia había sido desposeído de sus poderes y vivía de forma anónima como un mortal más. Se ocultaba bajo la identidad de Clark Kent…
Clark Kent apartaba del fuego la parrilla donde cocinaba las verduras asadas. Después, dispuso los alimentos en una bandeja pequeña. Los lenguados estaban preparados y sólo faltaban los cuatro pastelitos que aún se horneaban. Kent miró la ventana del horno y observó en el temporizador que faltaba un minuto para que sonara. Su esposa Lois Lane había bajado a comprar una botella de vino y estaba a punto de subir. Cuando el hombre de la capa azul y el sombrero calado hizo su aparición en medio de la cocina, Clark se sobresaltó.
— ¡Joder!— dijo asombrado Clark.
— Siento haberte asustado. No era mi intención. Debía haber llamado a la puerta.
— Pues sí, Fantasma, desde luego — dijo Clark pensando en que al menos no había aparecido en el dormitorio una hora antes cuando compartía lecho con Lois.
— Huele muy bien, Clark.
— Gracias. Estás invitado, aunque…no sé si sueles comer.
— ¿Estás siendo irónico?
— Supongo… pero es una buena pregunta.
— La magia me sustenta, pero ¿crees que se pueden caminar miles de años por la Tierra sin probar bocado?
— Cuando menos debe de dar hambre.
Clark Kent se acercó y dio un abrazo afectuoso al Fantasma Desconocido.
— Me alegro de volver a verte, Fantasma. No nos veíamos desde…
— …el final del Imperio de Luthor y Zod(2).
— Efectivamente. Aunque creo que he dicho muy rápido lo de alegrarme. Tu presencia nunca indica nada bueno.
— Tienes razón, es mi destino vagar por la Tierra y aparecer en momentos de crisis.
— Ya sabes que estoy sin poderes.
— Lo sé.
— ¿Entonces…? Entiendo que no buscas mi ayuda.
— No puedes renunciar a lo que eres.
— No empieces tú también. Ya me dio la misma monserga Bruce(3). Yo elijo lo que quiero ser no tengo que depender de lo que queráis los demás.
— Clark, qué egoísta es tu decisión. No digo que tengas que renunciar a tu esposa o a ser feliz, pero hay personas que se deben a causas mayores que uno mismo. Tu presencia es un acontecimiento cósmico que ha determinado la realidad en tu planeta y ha influido en el mismo devenir vital del universo.
— Por favor, sólo soy una persona.
— Con una voluntad firme de ayudar y hacer el bien. Tu corazón ha hecho grandes a tus poderes, no al revés. Tu vida ha marcado el devenir de muchas otras.
— No lo deseo, Fantasma, quiero alejarme de todo ello. Sólo quise ayudar y ya he cumplido.
— ¿Y mirarás para otro lado cuando llegue el sufrimiento?
— ¿Qué sufrimiento?
— Algo terrible acecha en la sombra. No sé qué es, pero siento que se acerca.
— Aunque así fuera… ¿qué quieres que haga? No tengo ya mis dones. Soy un simple humano. Además, está la Liga de la Justicia. Ellos podrán con lo que sea.
— El Destino… me ha traído hasta aquí por algo.
— Errante, déjame en paz. No puedo cargar yo con la responsabilidad de todo lo que suceda en el universo. Creo que ya he empeñado una gran parte de mi vida en ello. Dejadme descansar.
— Bien, Clark. El mensaje está dado y veo que tu decisión es irrevocable.
— Respétala.
— Lo haré. Bien, debo marcharme. Ojalá llegues a vivir la vida que te propones. Ojalá que lo que viene te lo permita.
— Gracias, sabes que te deseo también lo mejor.
El Fantasma Desconocido saludó agarrándose el ala del sombrero y desapareció. Clark quedó pensando en sus palabras: algo terrible acecha en la sombra. No sé qué es, pero siento que se acerca. El sonido de las llaves en la puerta le devolvió a la realidad. Lois Lane entraba en la casa con el vino en la mano. Sólo al ver la cara desencajada de Lois se percató que el horno no cesaba de echar humo. Aunque lo apagó enseguida y sacó su contenido, los pasteles estaban carbonizados.
— Cariño, vaya cocinero estás hecho.
— Lo siento, me distraje.
— ¿Te ha pasado algo?
— Nada, nada. Creo que queda algo de fruta en la nevera. Así engordaremos menos.
— Estás pálido Clark. ¿Te encuentras bien?
— Perfectamente, amor.
— ¿Seguro?
— Venga, la cena se enfría. Pongamos la mesa.
Lois conocía a su marido. Sabía, sin el menor asomo de duda, que algo le preocupaba. Parecía otra persona diferente a la que había dejado al bajar a comprar la bebida.
Capítulo 3. El primer cadáver.
Sigue atento lector, no pierdas el hilo. Mi mano tiembla pero no cesa de hacer senda en el papel con tinta. Nos trasladamos al corazón de Metrópolis donde el Fantasma Desconocido caminaba por un bosque esculpido por la mano humana llamado Wayne Boring en honor de un pintor de renombre...
En el parque Boring el Fantasma veía apagarse la tarde, las sombras se iban alternando con las luces de las farolas. Estaba desconcertado, sus sentidos mágicos no le aclaraban las sensaciones de tragedia que le invadían. Además el rechazo de Clark había aumentado su temor. Sabía, por experiencia, que si de algo se podía estar seguro en esta vida era de que Superman siempre estaría dispuesto a tender la mano a los demás. Con el héroe más grande de todos descartado, el mal que se avecinaba, fuese cual fuese, ganaba posiciones. ¿Qué hacer? El Fantasma necesitaba aliados. De todos aquellos que en el pasado habían colaborado con él, pensó en el demonio Étrigan, hermano y servidor del hechicero Merlín, hilador de versos, temido en todo confín del averno. Aunque nacido en el infierno, este ser había combatido por salvar a la desaparecida Camelot de Arturo y llevaba siglos peleando contra las fuerzas del mal unido a un mortal llamado Jason Blood. Si algo oscuro se avecinaba seguro que Étrigan estaría al tanto de una u otra forma.
Así que se sentó en un banco del parque con la espalda erguida, situó las manos en las rodillas y cerró los ojos intentando localizar la ubicación de Blood o Étrigan. Su mente se elevó y proyectó una energía mística que pretendía recibir señal de la presencia del demonio. Centralizó su atención en Gotham por ser la habitual sede de sus andanzas. Pasaron los minutos y aunque el aura mágica del demonio era llamativa y, generalmente fácil de localizar, no era capaz de encontrarla. El despacho que servía de consulta a Blood en Gotham estaba vacío, como si llevara meses sin estar habitado. Tampoco el resto de sus calles denotaban presencia alguna del demonio versificador.
El Fantasma expandió su conciencia intentando recorrer otros puntos de EE.UU. De repente un brillo místico insignificante e intermitente empezó a titilar dirigiendo su atención hacia Metrópolis. ¿Se habrá trasladado a esta ciudad? pensó el Fantasma. ¿Por qué? ¿Porque percibió este mal y Metrópolis es el epicentro? Al fin, esa débil señal atrajo su poder hacia el Hospital Municipal de la ciudad. La proyección astral del místico le fue llevando hasta sus muros y, allí, tumbado en una cama se encontraba Jason Blood en coma. El rostro del demonólogo aparentaba noventa años. El Fantasma intentó penetrar en su mente pero estaba vacía. Están separados, se dijo. ¿Cómo habrá sido esto posible? ¿Dónde estás Étrigan?
Siguió recorriendo el globo terráqueo con su poder y en una hora concluyó que Étrigan no se hallaba en él. Entonces, llevó al máximo sus capacidades mágicas para buscar algún rastro del demonio en los planos infinitos de la existencia. Su conciencia se aventuró por el inframundo y fue avanzando por los lugares que conformaban el infierno. De repente, tuvo fortuna. Conectó con su presencia en uno de los niveles del averno. Fue acercándose y consiguió apreciarle en una borrosa imagen. Entonces, un latigazo de dolor recorrió la columna vertebral del Fantasma. Tan fuerte era que cayó de rodillas del banco al suelo.
Una imagen surgía borrosa ante él, en segundos fue haciéndose más nítida y cobró forma. La escena mostraba a Étrigan muy alejado de la arrogancia y bravuconería que le caracterizaba. Estaba con el brazo alzado y la palma extendida hacia arriba a modo de súplica. Apenas se le veía medio cuerpo, parecía tumbado y al enfocarse la escena el Fantasma advirtió que había recibido una tortura terrible. Los huesos de su cara estaba fracturados, su piel amarilla estaba recorrida de moratones, sangraba abundantemente por ojos, nariz y boca, le faltaban varios dientes, otros se encontraban quebrados y algunos estaban insertos en las encías casi por aplastamiento. Su ropa estaba hecha jirones. Étrigan se percató de su presencia e intentó hablar:
— Erran…te, a…yúda…me…, encuentra…, encuén…trame… ¡¡¡Aaaaarghhhh!!!
El Fantasma intentó tocar la mano de Étrigan pero era inmaterial. Miró el suelo donde estaba recostado el demonio. Parecía una mezcla de carbón y lava fundida en un espacio rojizo y reconoció qué rincón del infierno era. Un sonido como el retumbar del trueno puso fin a la escena. Se cortó abruptamente y el silencio reinó en aquel parque de Metrópolis. El Fantasma sintió perfectamente que Étrigan acababa de morir. Ha empezado, esto es parte del horror que viene, se dijo. Su cadáver, debo encontrar su cadáver, murmuró.
Capítulo 4. El alma circense.
Amigo lector, llegados a este punto, estaba claro que el Fantasma no se arredraría y se aventuraría al infierno donde había sido asesinado el Demonio Étrigan. Sabía perfectamente que ir a aquel lugar significaba arriesgar la vida...
El Fantasma se levantó del suelo. Sacudió el polvo de su pantalón y se encaminó hacia las afueras de Metrópolis. Cada uno de sus pasos recorría leguas, aunque las personas con las que se cruzaba percibían a un hombre que paseaba despacio. Así, llegó hasta el muro externo de una de las mansiones más lujosas de la ciudad. Dentro se extendían muchos metros cuadrados de parcela que contenía una extraordinaria piscina de dimensiones considerables. Allí, su acaudalado dueño, Steve Draper, se estiraba en una tumbona situada en la playa de la piscina. Se quitó un momento sus gafas de sol y bebió un sorbo del mojito, que reposaba en una mesita de cristal a su lado. Su bellísima mujer salía del agua y se secaba con la toalla. Se acercó a él, le besó los labios y entró en la casa. Draper miró al cielo y vio el enorme sol. Esto es realmente vivir, musitó. El Fantasma Desconocido apareció delante de él con bruscos modales:
— Tramposo.
— ¡¡Mierda, joder!!— dijo evidentemente alterado por el susto.
— ¡Esta no es tu vida!, prosiguió el Fantasma.
— No sé de qué me estás hablando. Casi me matas de un ataque al corazón. ¿Quién eres?
— No me trates de imbécil, lo sabes perfectamente. ¡¡Sal de ese cuerpo Boston Brand!! ¡¡Esta no es tu vida!!
Las palabras mágicas del Fantasma hicieron que un espíritu vestido con un traje blanco y rojo circense emanara como humo de un cigarro del cuerpo de Draper. Se trataba efectivamente de Boston Brand, un héroe conocido como Deadman, que tenía el poder de poseer y dominar cuerpos mortales. Había sido un acróbata de circo hasta su asesinato. Su espíritu sobrevivió gracias a la intervención de la divinidad hindú Rama Kushna y vagaba inmaterial intentando ayudar a los humanos que estaban en situaciones necesitadas. Brand emergía visiblemente irritado:
— ¡Eres un aguafiestas! ¿Me meto yo en tus asuntos?
— Tú no tienes vida. Recuerda que estás muerto. Este tipo no merece que le robes sus experiencias. Hablemos en privado.
Diciendo esto chasqueó los dedos y desaparecieron. El millonario no les había llegado a ver. Aturdido despertaba como de un sueño y no acertaba a recordar cómo había llegado a la piscina. Más sorprendido quedó cuando vio volver a su mujer, felicitándole por sus extraordinarias cualidades de amante, o cuando apreció en sus cuentas bancarias cargos por valor de casi 200.000 dólares en joyas y ropa para ella. Deadman y el Fantasma aparecieron en un callejón oscuro de Metrópolis.
— Vale, Fantasma. Ya me has jodido el día. ¿Es tan malo sentirse humano de nuevo aunque sea por unas horas?
— Llevabas una semana.
— Día más, día menos… A ese tipo le sobra la pasta, creo que su mujer habrá agradecido mis cuidados. Pero, ¿qué cojones quieres de mí?
— Necesito que alguien me acompañe. Voy a recoger un cadáver.
— ¿El cadáver de quién?
— Étrigan.
— ¿Étri…? ¿Cómo ha…?
— No sé los detalles. Sé que le han matado.
— ¿Dónde está su cuerpo?
— En el infierno.
— Si descubren tu presencia no saldrás de allí.
— Lo sé, pero algo malvado se avecina y necesito descubrir qué es.
— ¿Y Blood, el mortal al que estaba unido Étrigan?
— Yace en una cama de hospital envejecido. Se separarían antes de que Étrigan fuese asesinado. Tampoco sé los motivos. Debo encontrar su cuerpo y ver si consigo desvelar el misterio que se está forjando.
— ¿Has intentado contactar con el Espectro o el Doctor Destino?
— Desde que el Espectro perdió su ligazón mortal es indetectable para mí(4). Y aunque Destino ayudó eficazmente en la guerra de Imperio(5), no es el que era desde que Nelson falleció. Prefiero ir con pies de plomo.
— Mierda. No queda otra que acompañarte.
— Sabes que puede ser peligroso…
— ¿Puede? Estoy seguro que lo será, pero me atrae más broncearme en los fuegos del averno que hacerme pasar por un millonario viviendo rodeado de lujo y acompañado de una mujer preciosa.
— Mejor, porque la otra opción queda descartada, no es tu vida Boston…
— Era una broma, Fantasma, era una broma. Debes tener más sentido del humor… No perdamos más tiempo. Vayamos, tomemos el cadáver y volvamos. Hagámoslo ya, antes de que me arrepienta.
El Fantasma alzó las manos y conjuró una energía mística que conformó enseguida una especie de túnel verduzco. El Fantasma se adentró primero y Deadman, tras un segundo de pausa, le siguió flotando sin dejar de hablar:
— Conoces el viejo dicho inglés que acaba diciendo… donde los ángeles temen pisar.
— Sí — respondió el Fantasma Desconocido.
— La frase completa dice…
— Sólo los necios se aventuran… donde los ángeles temen pisar.
— Efectivamente, toma nota, amigo, toma nota…
Sigue atento lector, no pierdas el hilo. Mi mano tiembla pero no cesa de hacer senda en el papel con tinta. Nos trasladamos al corazón de Metrópolis donde el Fantasma Desconocido caminaba por un bosque esculpido por la mano humana llamado Wayne Boring en honor de un pintor de renombre...
En el parque Boring el Fantasma veía apagarse la tarde, las sombras se iban alternando con las luces de las farolas. Estaba desconcertado, sus sentidos mágicos no le aclaraban las sensaciones de tragedia que le invadían. Además el rechazo de Clark había aumentado su temor. Sabía, por experiencia, que si de algo se podía estar seguro en esta vida era de que Superman siempre estaría dispuesto a tender la mano a los demás. Con el héroe más grande de todos descartado, el mal que se avecinaba, fuese cual fuese, ganaba posiciones. ¿Qué hacer? El Fantasma necesitaba aliados. De todos aquellos que en el pasado habían colaborado con él, pensó en el demonio Étrigan, hermano y servidor del hechicero Merlín, hilador de versos, temido en todo confín del averno. Aunque nacido en el infierno, este ser había combatido por salvar a la desaparecida Camelot de Arturo y llevaba siglos peleando contra las fuerzas del mal unido a un mortal llamado Jason Blood. Si algo oscuro se avecinaba seguro que Étrigan estaría al tanto de una u otra forma.
Así que se sentó en un banco del parque con la espalda erguida, situó las manos en las rodillas y cerró los ojos intentando localizar la ubicación de Blood o Étrigan. Su mente se elevó y proyectó una energía mística que pretendía recibir señal de la presencia del demonio. Centralizó su atención en Gotham por ser la habitual sede de sus andanzas. Pasaron los minutos y aunque el aura mágica del demonio era llamativa y, generalmente fácil de localizar, no era capaz de encontrarla. El despacho que servía de consulta a Blood en Gotham estaba vacío, como si llevara meses sin estar habitado. Tampoco el resto de sus calles denotaban presencia alguna del demonio versificador.
El Fantasma expandió su conciencia intentando recorrer otros puntos de EE.UU. De repente un brillo místico insignificante e intermitente empezó a titilar dirigiendo su atención hacia Metrópolis. ¿Se habrá trasladado a esta ciudad? pensó el Fantasma. ¿Por qué? ¿Porque percibió este mal y Metrópolis es el epicentro? Al fin, esa débil señal atrajo su poder hacia el Hospital Municipal de la ciudad. La proyección astral del místico le fue llevando hasta sus muros y, allí, tumbado en una cama se encontraba Jason Blood en coma. El rostro del demonólogo aparentaba noventa años. El Fantasma intentó penetrar en su mente pero estaba vacía. Están separados, se dijo. ¿Cómo habrá sido esto posible? ¿Dónde estás Étrigan?
Siguió recorriendo el globo terráqueo con su poder y en una hora concluyó que Étrigan no se hallaba en él. Entonces, llevó al máximo sus capacidades mágicas para buscar algún rastro del demonio en los planos infinitos de la existencia. Su conciencia se aventuró por el inframundo y fue avanzando por los lugares que conformaban el infierno. De repente, tuvo fortuna. Conectó con su presencia en uno de los niveles del averno. Fue acercándose y consiguió apreciarle en una borrosa imagen. Entonces, un latigazo de dolor recorrió la columna vertebral del Fantasma. Tan fuerte era que cayó de rodillas del banco al suelo.
Una imagen surgía borrosa ante él, en segundos fue haciéndose más nítida y cobró forma. La escena mostraba a Étrigan muy alejado de la arrogancia y bravuconería que le caracterizaba. Estaba con el brazo alzado y la palma extendida hacia arriba a modo de súplica. Apenas se le veía medio cuerpo, parecía tumbado y al enfocarse la escena el Fantasma advirtió que había recibido una tortura terrible. Los huesos de su cara estaba fracturados, su piel amarilla estaba recorrida de moratones, sangraba abundantemente por ojos, nariz y boca, le faltaban varios dientes, otros se encontraban quebrados y algunos estaban insertos en las encías casi por aplastamiento. Su ropa estaba hecha jirones. Étrigan se percató de su presencia e intentó hablar:
— Erran…te, a…yúda…me…, encuentra…, encuén…trame… ¡¡¡Aaaaarghhhh!!!
El Fantasma intentó tocar la mano de Étrigan pero era inmaterial. Miró el suelo donde estaba recostado el demonio. Parecía una mezcla de carbón y lava fundida en un espacio rojizo y reconoció qué rincón del infierno era. Un sonido como el retumbar del trueno puso fin a la escena. Se cortó abruptamente y el silencio reinó en aquel parque de Metrópolis. El Fantasma sintió perfectamente que Étrigan acababa de morir. Ha empezado, esto es parte del horror que viene, se dijo. Su cadáver, debo encontrar su cadáver, murmuró.
Capítulo 4. El alma circense.
Amigo lector, llegados a este punto, estaba claro que el Fantasma no se arredraría y se aventuraría al infierno donde había sido asesinado el Demonio Étrigan. Sabía perfectamente que ir a aquel lugar significaba arriesgar la vida...
El Fantasma se levantó del suelo. Sacudió el polvo de su pantalón y se encaminó hacia las afueras de Metrópolis. Cada uno de sus pasos recorría leguas, aunque las personas con las que se cruzaba percibían a un hombre que paseaba despacio. Así, llegó hasta el muro externo de una de las mansiones más lujosas de la ciudad. Dentro se extendían muchos metros cuadrados de parcela que contenía una extraordinaria piscina de dimensiones considerables. Allí, su acaudalado dueño, Steve Draper, se estiraba en una tumbona situada en la playa de la piscina. Se quitó un momento sus gafas de sol y bebió un sorbo del mojito, que reposaba en una mesita de cristal a su lado. Su bellísima mujer salía del agua y se secaba con la toalla. Se acercó a él, le besó los labios y entró en la casa. Draper miró al cielo y vio el enorme sol. Esto es realmente vivir, musitó. El Fantasma Desconocido apareció delante de él con bruscos modales:
— Tramposo.
— ¡¡Mierda, joder!!— dijo evidentemente alterado por el susto.
— ¡Esta no es tu vida!, prosiguió el Fantasma.
— No sé de qué me estás hablando. Casi me matas de un ataque al corazón. ¿Quién eres?
— No me trates de imbécil, lo sabes perfectamente. ¡¡Sal de ese cuerpo Boston Brand!! ¡¡Esta no es tu vida!!
Las palabras mágicas del Fantasma hicieron que un espíritu vestido con un traje blanco y rojo circense emanara como humo de un cigarro del cuerpo de Draper. Se trataba efectivamente de Boston Brand, un héroe conocido como Deadman, que tenía el poder de poseer y dominar cuerpos mortales. Había sido un acróbata de circo hasta su asesinato. Su espíritu sobrevivió gracias a la intervención de la divinidad hindú Rama Kushna y vagaba inmaterial intentando ayudar a los humanos que estaban en situaciones necesitadas. Brand emergía visiblemente irritado:
— ¡Eres un aguafiestas! ¿Me meto yo en tus asuntos?
— Tú no tienes vida. Recuerda que estás muerto. Este tipo no merece que le robes sus experiencias. Hablemos en privado.
Diciendo esto chasqueó los dedos y desaparecieron. El millonario no les había llegado a ver. Aturdido despertaba como de un sueño y no acertaba a recordar cómo había llegado a la piscina. Más sorprendido quedó cuando vio volver a su mujer, felicitándole por sus extraordinarias cualidades de amante, o cuando apreció en sus cuentas bancarias cargos por valor de casi 200.000 dólares en joyas y ropa para ella. Deadman y el Fantasma aparecieron en un callejón oscuro de Metrópolis.
— Vale, Fantasma. Ya me has jodido el día. ¿Es tan malo sentirse humano de nuevo aunque sea por unas horas?
— Llevabas una semana.
— Día más, día menos… A ese tipo le sobra la pasta, creo que su mujer habrá agradecido mis cuidados. Pero, ¿qué cojones quieres de mí?
— Necesito que alguien me acompañe. Voy a recoger un cadáver.
— ¿El cadáver de quién?
— Étrigan.
— ¿Étri…? ¿Cómo ha…?
— No sé los detalles. Sé que le han matado.
— ¿Dónde está su cuerpo?
— En el infierno.
— Si descubren tu presencia no saldrás de allí.
— Lo sé, pero algo malvado se avecina y necesito descubrir qué es.
— ¿Y Blood, el mortal al que estaba unido Étrigan?
— Yace en una cama de hospital envejecido. Se separarían antes de que Étrigan fuese asesinado. Tampoco sé los motivos. Debo encontrar su cuerpo y ver si consigo desvelar el misterio que se está forjando.
— ¿Has intentado contactar con el Espectro o el Doctor Destino?
— Desde que el Espectro perdió su ligazón mortal es indetectable para mí(4). Y aunque Destino ayudó eficazmente en la guerra de Imperio(5), no es el que era desde que Nelson falleció. Prefiero ir con pies de plomo.
— Mierda. No queda otra que acompañarte.
— Sabes que puede ser peligroso…
— ¿Puede? Estoy seguro que lo será, pero me atrae más broncearme en los fuegos del averno que hacerme pasar por un millonario viviendo rodeado de lujo y acompañado de una mujer preciosa.
— Mejor, porque la otra opción queda descartada, no es tu vida Boston…
— Era una broma, Fantasma, era una broma. Debes tener más sentido del humor… No perdamos más tiempo. Vayamos, tomemos el cadáver y volvamos. Hagámoslo ya, antes de que me arrepienta.
El Fantasma alzó las manos y conjuró una energía mística que conformó enseguida una especie de túnel verduzco. El Fantasma se adentró primero y Deadman, tras un segundo de pausa, le siguió flotando sin dejar de hablar:
— Conoces el viejo dicho inglés que acaba diciendo… donde los ángeles temen pisar.
— Sí — respondió el Fantasma Desconocido.
— La frase completa dice…
— Sólo los necios se aventuran… donde los ángeles temen pisar.
— Efectivamente, toma nota, amigo, toma nota…
Capítulo 5. La monja invernal.
Paciente lector, es hora de presentarte a otro de los protagonistas de este drama. Un peón humano que tendrá una gran transcendencia en el devenir de los acontecimientos. Una piadosa religiosa que esconde un gran secreto…
La monja bajó del autobús, como cada lunes a las 7:00 en punto. Media 1’65, era delgada y mantenía una gran forma física para tener 64 años. Se dirigió a la entrada del colegio Saint Patrick donde impartía clases desde hacía dos cursos escolares. Saludó al Director y a Margaret la recepcionista que se encontraban utilizando la fotocopiadora:
— Buenos días Hermana Nieves(6) — dijo el Director.
La monja no contestó, se detuvo como si hubiese un abismo a sus pies. Se apoyó en el mostrador de recepción y sintió un extraño estremecimiento. Algo en el aire era distinto. Notó una ráfaga de aire gélido dentro del edificio que tenía algo de sobrenatural. Miró hacia la calle y vio como las luces de las farolas menguaban parpadeantes, generando sombras que se aposentaban brevemente en los muros. Sintió con claridad que el mal se estaba adueñando de la Tierra. No podía explicarlo con la razón, pero percibía en su fuero interno que algo estaba cambiando las leyes de la física. Era magia negra. El mal más absoluto iba a anidar en Metrópolis. Fue el primer humano en percibir que el tejido que conforma la realidad había cambiado. La hermana Nieves se llevó la mano al corazón, respiró profundamente y, tras un segundo de descanso, alzó la vista hacia sus compañeros y pronunció un escueto:
— Hola.
Enseguida se adentró en la antigua escuela hacia su despacho. La recepcionista se dirigió al Director cuando estaba seguro que la monja no podría oírla:
— Hoy viene rara. Y eso que viene con el hábito.
— Les pedí a las 20 religiosas que aún forman parte del claustro docente que hoy vinieran con los hábitos clásicos al ser el día del aniversario del colegio y porque recibiremos la visita del alcalde de Metrópolis.
— Lejos de mi intención criticar, pero la hermana Nieves siempre viene con esas camisas y pantalones negros poco apropiados. El pelo suelto y con aires arrogantes.
— Margaret, no la juzguemos. Los niños la adoran, sabe cómo llegar a ellos. Nieves no es arrogante, tiene un mundo interior muy complejo.
— Es introvertida y poco comunicativa. Es la profesora que más ausencias acumula en estos dos años que lleva en el colegio. No entiendo cómo le dimos continuidad.
— Entró en este centro por recomendación de mi fallecido amigo Kent Nelson. Ahí donde la ve tiene cinco carreras de humanidades (filosofía, historia, política, arte y teología) además tres doctorados en historia, teología y arte. Su vida ha sido azarosa.
— No es de la congregación del centro.
— No, originariamente pertenecía a la Congregación de las Hermanas de los Desamparados, creada en Kerala (India) por obra del sacerdote Vaeghese Payyappilly en 1927. Ella se ordenó monja a finales de los años ochenta, cuando contaba con 35 años, quizá con el objeto de expiar su pasado.
— Se cuentan cosas raras…
— Se cuenta que su padre era inglés y su madre hindú, ella nació en La India. Pero ha vivido además en Inglaterra, Colombia, Perú, México y EE.UU. Sus padres y su hermano murieron en extrañas circunstancias. Parece que ella estuvo involucrada de alguna manera.
— Dicen que es… bruja.
— Tiene un apodo. Verá… es su lado oscuro. Es docente por las mañanas, pero por las tardes es una experimentada estudiosa de lo oculto. Investiga asuntos de parapsicología, fenómenos inexplicables, posesiones, ha participado en exorcismos y conocido a personas célebres en la magia que, incluso, le han pedido ayuda en momentos puntuales.
— Me produce nervios. Siempre lo sabe todo.
— Nelson afirmaba que tiene un don sobrenatural.
— ¿Cuál?
— Es difícil de explicar. Su poder es el de…, cómo decirlo, entender lo oculto. Posee un entendimiento de la realidad completo. Es capaz de comprender los porqués de las cosas, el significado de las frases dichas, de las razones de sus interlocutores. Sabe cuándo alguien miente, las razones para hacerlo. Por eso es una gran maestra, sabe cómo enseñar, cómo conectar con el auditorio, cómo dirigirse a los alumnos para que estén toda la clase con la boca abierta. Su apodo entre los miembros del selecto y cerrado club de la magia es el de Sor Winter.
— Casi parece que usted cree en todo ello, señor Shelley.
— Querida Margaret, recuerde a Shakespeare “hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía…”. He vivido mucho. Dejemos a la hermana Nieves con sus secretos y acabemos de fotocopiar el examen.
En su despacho, la hermana Nieves había cerrado la puerta. Sacó su móvil y buscó un contacto en la guía. Lo pulsó sin dudar, a pesar de saber que las cuatro horas de diferencia horaria despertarían a su interlocutor en plena madrugada. Al otro lado del Atlántico el sonido del teléfono despertaba al hombre al que había llamado:
— ¿Sí?
— Soy la hermana Nieves, ¿me recuerdas?
— Sor… Winter— . dijo con sequedad y medio adormilado el hombre que había respondido.
— Nunca me gustó ese apodo. Veo que no me has olvidado.
— ¿Cómo voy a olvidarme… de la grandísima hija de la gran puta que casi me mata? Además, son las tres de la mañana, ¿es que no tiene usted reloj?
— ¡John Constantine, niñato, deja el lenguaje soez! No maduras, sigues creyéndote que eres un veinteañero. Te recuerdo que ya eres talludito. No tenía intención de sacrificarte realmente. Debíamos impedir la llegada de Cthulu y se trataba de ganar tiempo. Te recuerdo que al final ganamos y no hizo falta entregar tu vida.
— ¡Estoy vivo por la aparición de Zatanna, desde luego, no gracias a usted, vieja loca!— dijo el mago británico incorporándose de la cama donde plácidamente dormía. Constantine tanteó en la mesita de noche hasta dar con el interruptor de la lamparita. La encendió y se incorporó un poco hasta sentarse.
— ¡Cuida tu vocabulario! Haber sido mártir por y para la humanidad te hubiera otorgado la gloria del cielo.— dijo con cierta socarronería la religiosa.
— No quiero más gloria que la que me den las mujeres, el fútbol y la cerveza.
— El caso es que sigues vivo. No entiendo tu enfado. Ahora debes escucharme. Necesito tu ayuda.
— Esta es buena. ¿Pero es que no está captando mi sutil tono de: váyase a tomar por culo?
— En cuanto nos veamos te abofetearé la cara. Si no te necesitara... Debes venir con urgencia a Metrópolis, algo está pasando y siento que esta ciudad va a convertirse en el escenario principal.
— ¿Algo? Sor Winter, siempre exagerada. Estar tantos años sin sexo debe haberla vuelto redomadamente histérica— dijo queriendo provocar el enfado de la religiosa.
— Tenme un poco de respeto, si no por el hábito, por mis sesenta y cuatro años. Quizá tu madre no te enseñara modales, pero ya es hora de que madures, niñato. No te creas que aún sigues siendo un veinteañero.
— Deje de repetirme eso. Supongamos que la creo… ¿me manda usted el dinero para el vuelo?
— Vente haciendo auto stop pero vente ya.
— En una palabra, hermana, ¿de qué coño estamos hablando?
— Otra vez el vocabulario inadecuado.
— Dígame.
— ¿En una palabra?
— ¡En una puta palabra que me merezca gastarme los 1.000 euros que en low cost me va a costar el avión!
— Apocalipsis, John, apocalipsis… ¿Tengo que ser más explícita?
Paciente lector, es hora de presentarte a otro de los protagonistas de este drama. Un peón humano que tendrá una gran transcendencia en el devenir de los acontecimientos. Una piadosa religiosa que esconde un gran secreto…
La monja bajó del autobús, como cada lunes a las 7:00 en punto. Media 1’65, era delgada y mantenía una gran forma física para tener 64 años. Se dirigió a la entrada del colegio Saint Patrick donde impartía clases desde hacía dos cursos escolares. Saludó al Director y a Margaret la recepcionista que se encontraban utilizando la fotocopiadora:
— Buenos días Hermana Nieves(6) — dijo el Director.
La monja no contestó, se detuvo como si hubiese un abismo a sus pies. Se apoyó en el mostrador de recepción y sintió un extraño estremecimiento. Algo en el aire era distinto. Notó una ráfaga de aire gélido dentro del edificio que tenía algo de sobrenatural. Miró hacia la calle y vio como las luces de las farolas menguaban parpadeantes, generando sombras que se aposentaban brevemente en los muros. Sintió con claridad que el mal se estaba adueñando de la Tierra. No podía explicarlo con la razón, pero percibía en su fuero interno que algo estaba cambiando las leyes de la física. Era magia negra. El mal más absoluto iba a anidar en Metrópolis. Fue el primer humano en percibir que el tejido que conforma la realidad había cambiado. La hermana Nieves se llevó la mano al corazón, respiró profundamente y, tras un segundo de descanso, alzó la vista hacia sus compañeros y pronunció un escueto:
— Hola.
Enseguida se adentró en la antigua escuela hacia su despacho. La recepcionista se dirigió al Director cuando estaba seguro que la monja no podría oírla:
— Hoy viene rara. Y eso que viene con el hábito.
— Les pedí a las 20 religiosas que aún forman parte del claustro docente que hoy vinieran con los hábitos clásicos al ser el día del aniversario del colegio y porque recibiremos la visita del alcalde de Metrópolis.
— Lejos de mi intención criticar, pero la hermana Nieves siempre viene con esas camisas y pantalones negros poco apropiados. El pelo suelto y con aires arrogantes.
— Margaret, no la juzguemos. Los niños la adoran, sabe cómo llegar a ellos. Nieves no es arrogante, tiene un mundo interior muy complejo.
— Es introvertida y poco comunicativa. Es la profesora que más ausencias acumula en estos dos años que lleva en el colegio. No entiendo cómo le dimos continuidad.
— Entró en este centro por recomendación de mi fallecido amigo Kent Nelson. Ahí donde la ve tiene cinco carreras de humanidades (filosofía, historia, política, arte y teología) además tres doctorados en historia, teología y arte. Su vida ha sido azarosa.
— No es de la congregación del centro.
— No, originariamente pertenecía a la Congregación de las Hermanas de los Desamparados, creada en Kerala (India) por obra del sacerdote Vaeghese Payyappilly en 1927. Ella se ordenó monja a finales de los años ochenta, cuando contaba con 35 años, quizá con el objeto de expiar su pasado.
— Se cuentan cosas raras…
— Se cuenta que su padre era inglés y su madre hindú, ella nació en La India. Pero ha vivido además en Inglaterra, Colombia, Perú, México y EE.UU. Sus padres y su hermano murieron en extrañas circunstancias. Parece que ella estuvo involucrada de alguna manera.
— Dicen que es… bruja.
— Tiene un apodo. Verá… es su lado oscuro. Es docente por las mañanas, pero por las tardes es una experimentada estudiosa de lo oculto. Investiga asuntos de parapsicología, fenómenos inexplicables, posesiones, ha participado en exorcismos y conocido a personas célebres en la magia que, incluso, le han pedido ayuda en momentos puntuales.
— Me produce nervios. Siempre lo sabe todo.
— Nelson afirmaba que tiene un don sobrenatural.
— ¿Cuál?
— Es difícil de explicar. Su poder es el de…, cómo decirlo, entender lo oculto. Posee un entendimiento de la realidad completo. Es capaz de comprender los porqués de las cosas, el significado de las frases dichas, de las razones de sus interlocutores. Sabe cuándo alguien miente, las razones para hacerlo. Por eso es una gran maestra, sabe cómo enseñar, cómo conectar con el auditorio, cómo dirigirse a los alumnos para que estén toda la clase con la boca abierta. Su apodo entre los miembros del selecto y cerrado club de la magia es el de Sor Winter.
— Casi parece que usted cree en todo ello, señor Shelley.
— Querida Margaret, recuerde a Shakespeare “hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía…”. He vivido mucho. Dejemos a la hermana Nieves con sus secretos y acabemos de fotocopiar el examen.
En su despacho, la hermana Nieves había cerrado la puerta. Sacó su móvil y buscó un contacto en la guía. Lo pulsó sin dudar, a pesar de saber que las cuatro horas de diferencia horaria despertarían a su interlocutor en plena madrugada. Al otro lado del Atlántico el sonido del teléfono despertaba al hombre al que había llamado:
— ¿Sí?
— Soy la hermana Nieves, ¿me recuerdas?
— Sor… Winter— . dijo con sequedad y medio adormilado el hombre que había respondido.
— Nunca me gustó ese apodo. Veo que no me has olvidado.
— ¿Cómo voy a olvidarme… de la grandísima hija de la gran puta que casi me mata? Además, son las tres de la mañana, ¿es que no tiene usted reloj?
— ¡John Constantine, niñato, deja el lenguaje soez! No maduras, sigues creyéndote que eres un veinteañero. Te recuerdo que ya eres talludito. No tenía intención de sacrificarte realmente. Debíamos impedir la llegada de Cthulu y se trataba de ganar tiempo. Te recuerdo que al final ganamos y no hizo falta entregar tu vida.
— ¡Estoy vivo por la aparición de Zatanna, desde luego, no gracias a usted, vieja loca!— dijo el mago británico incorporándose de la cama donde plácidamente dormía. Constantine tanteó en la mesita de noche hasta dar con el interruptor de la lamparita. La encendió y se incorporó un poco hasta sentarse.
— ¡Cuida tu vocabulario! Haber sido mártir por y para la humanidad te hubiera otorgado la gloria del cielo.— dijo con cierta socarronería la religiosa.
— No quiero más gloria que la que me den las mujeres, el fútbol y la cerveza.
— El caso es que sigues vivo. No entiendo tu enfado. Ahora debes escucharme. Necesito tu ayuda.
— Esta es buena. ¿Pero es que no está captando mi sutil tono de: váyase a tomar por culo?
— En cuanto nos veamos te abofetearé la cara. Si no te necesitara... Debes venir con urgencia a Metrópolis, algo está pasando y siento que esta ciudad va a convertirse en el escenario principal.
— ¿Algo? Sor Winter, siempre exagerada. Estar tantos años sin sexo debe haberla vuelto redomadamente histérica— dijo queriendo provocar el enfado de la religiosa.
— Tenme un poco de respeto, si no por el hábito, por mis sesenta y cuatro años. Quizá tu madre no te enseñara modales, pero ya es hora de que madures, niñato. No te creas que aún sigues siendo un veinteañero.
— Deje de repetirme eso. Supongamos que la creo… ¿me manda usted el dinero para el vuelo?
— Vente haciendo auto stop pero vente ya.
— En una palabra, hermana, ¿de qué coño estamos hablando?
— Otra vez el vocabulario inadecuado.
— Dígame.
— ¿En una palabra?
— ¡En una puta palabra que me merezca gastarme los 1.000 euros que en low cost me va a costar el avión!
— Apocalipsis, John, apocalipsis… ¿Tengo que ser más explícita?
Epílogo. El Ejército y los peces.
Aliado lector, llega a su término la primera parte de mi crónica. Solamente resta detenernos en el cielo estrellado, en esa gran luna que irrumpe en el firmamento blanca y pura, para observar como la infecta el esclavo liberado por el forjador de este horror. Dan comienzo las desgracias que su solo influjo iba a provocar. Pronto será el tiempo de transmitiros nuevas revelaciones…
El universo se extendía silencioso y oscuro. Si el sonido pudiera propagarse escucharíamos un temblor en uno de sus rincones. Una zozobra rojiza arañaba la superficie lunar del pequeño satélite del planeta Tierra. Un ser de color carmesí se retorcía en el suelo. El dolor lo provocaba el antinatural crecimiento que le hacía pasar de dos a tres metros de altura. Aunque antaño había alcanzado los cinco metros, ahora debía conformarse. Su poder estaba menguado, años atrás podría haber arrasado aquel satélite de la Tierra en segundos. Ahora, aunque seguía siendo inmensamente poderoso, necesitaría semanas para hacerlo.
Poco a poco iría retornando su fuerza completa. Así se lo había prometido su liberador y… ¿amo? Renegó de esa idea. Jamás había tenido dueño, él que era uno de los señores del universo, que había arrasado galaxias… Ahora, se había arrodillado como un perro ante el Señor de la Oscuridad y se había convertido en su esclavo. Pero, todo pasaría, acabaría su cometido, sembraría terror en la bola infecta de pus llamada Tierra y, cuando recuperara su poder completo enseñaría al resto del cosmos qué era realmente el miedo. Incluso al Señor de la Oscuridad.
Al llegar a los tres metros de altura, cesó de retorcerse, la metamorfosis se había completado. Se puso en pie y contempló la silenciosa superficie lunar. A sus pies su ejército, todos inmóviles en fila, cinco mil soldados que esperaban pacientes sus órdenes. El demonio rojizo extendió los dedos adornados con largas uñas de la mano izquierda y se hizo un corte en el antebrazo. El primero de los soldados dio dos pasos adelante y bebió su sangre. En segundos cayó al suelo retorciéndose, su color amarronado y grisáceo fue tornándose al negro y al rojo. Sus manos se engarfiaban y sus pies se convertían en pezuñas adquiriendo más fuerza. Gritó lanzando una llamarada corrosiva que generó un nuevo cráter en la luna. Al acabar su transformación se levantó y quedó inmóvil en posición de firme. El segundo de los soldados ya bebía la sangre del demonio y el resto hacía fila esperando su turno.
En la Tierra Alex Pitt, un niño de ocho años, contemplaba el acuario de sus padres. Su madre le acarició el pelo y fue a la cocina a prepararle el desayuno. Sin previo aviso oyó un golpetazo seco. Se apresuró llegando en segundos ante el hijo. El acuario había caído, sin otra explicación que el propio Alex fuese el que lo hubiese volcado. Aunque el cristal no se había fragmentado, el agua estaba derramada y los diez peces que estaban en su interior yacían estremeciéndose en el suelo casi ahogados. La madre miró los brazos de su hijo con preocupación buscando algún corte que pudiera haberse hecho.
— ¿Qué ha pasado Alex?
— Nada mamá.
— ¿Cómo se ha caído el acuario?
— Empujé fuerte.
— Pero, ¿por qué lo has hecho?
— Quería contemplar la muerte, mamá.
La madre miró horrorizada cómo agonizaban los peces, pero no hizo movimiento alguno para intentar salvarlos. Quedó abrazada a su hijo hasta que la última bocanada de aire exhaló de la boca del último pez y, sólo entonces, fue a la cocina a por un recogedor, una escoba y una fregona. El niño sin darle mayor importancia se dirigió a jugar a su cuarto. La madre se dispuso a recogerlo todo sin ser capaz de contener las lágrimas.
Aliado lector, llega a su término la primera parte de mi crónica. Solamente resta detenernos en el cielo estrellado, en esa gran luna que irrumpe en el firmamento blanca y pura, para observar como la infecta el esclavo liberado por el forjador de este horror. Dan comienzo las desgracias que su solo influjo iba a provocar. Pronto será el tiempo de transmitiros nuevas revelaciones…
El universo se extendía silencioso y oscuro. Si el sonido pudiera propagarse escucharíamos un temblor en uno de sus rincones. Una zozobra rojiza arañaba la superficie lunar del pequeño satélite del planeta Tierra. Un ser de color carmesí se retorcía en el suelo. El dolor lo provocaba el antinatural crecimiento que le hacía pasar de dos a tres metros de altura. Aunque antaño había alcanzado los cinco metros, ahora debía conformarse. Su poder estaba menguado, años atrás podría haber arrasado aquel satélite de la Tierra en segundos. Ahora, aunque seguía siendo inmensamente poderoso, necesitaría semanas para hacerlo.
Poco a poco iría retornando su fuerza completa. Así se lo había prometido su liberador y… ¿amo? Renegó de esa idea. Jamás había tenido dueño, él que era uno de los señores del universo, que había arrasado galaxias… Ahora, se había arrodillado como un perro ante el Señor de la Oscuridad y se había convertido en su esclavo. Pero, todo pasaría, acabaría su cometido, sembraría terror en la bola infecta de pus llamada Tierra y, cuando recuperara su poder completo enseñaría al resto del cosmos qué era realmente el miedo. Incluso al Señor de la Oscuridad.
Al llegar a los tres metros de altura, cesó de retorcerse, la metamorfosis se había completado. Se puso en pie y contempló la silenciosa superficie lunar. A sus pies su ejército, todos inmóviles en fila, cinco mil soldados que esperaban pacientes sus órdenes. El demonio rojizo extendió los dedos adornados con largas uñas de la mano izquierda y se hizo un corte en el antebrazo. El primero de los soldados dio dos pasos adelante y bebió su sangre. En segundos cayó al suelo retorciéndose, su color amarronado y grisáceo fue tornándose al negro y al rojo. Sus manos se engarfiaban y sus pies se convertían en pezuñas adquiriendo más fuerza. Gritó lanzando una llamarada corrosiva que generó un nuevo cráter en la luna. Al acabar su transformación se levantó y quedó inmóvil en posición de firme. El segundo de los soldados ya bebía la sangre del demonio y el resto hacía fila esperando su turno.
En la Tierra Alex Pitt, un niño de ocho años, contemplaba el acuario de sus padres. Su madre le acarició el pelo y fue a la cocina a prepararle el desayuno. Sin previo aviso oyó un golpetazo seco. Se apresuró llegando en segundos ante el hijo. El acuario había caído, sin otra explicación que el propio Alex fuese el que lo hubiese volcado. Aunque el cristal no se había fragmentado, el agua estaba derramada y los diez peces que estaban en su interior yacían estremeciéndose en el suelo casi ahogados. La madre miró los brazos de su hijo con preocupación buscando algún corte que pudiera haberse hecho.
— ¿Qué ha pasado Alex?
— Nada mamá.
— ¿Cómo se ha caído el acuario?
— Empujé fuerte.
— Pero, ¿por qué lo has hecho?
— Quería contemplar la muerte, mamá.
La madre miró horrorizada cómo agonizaban los peces, pero no hizo movimiento alguno para intentar salvarlos. Quedó abrazada a su hijo hasta que la última bocanada de aire exhaló de la boca del último pez y, sólo entonces, fue a la cocina a por un recogedor, una escoba y una fregona. El niño sin darle mayor importancia se dirigió a jugar a su cuarto. La madre se dispuso a recogerlo todo sin ser capaz de contener las lágrimas.
Campanas del infierno (Hell’s Bells)
Soy el trueno arrollador,
la lluvia torrencial,
llego como un huracán,
mis relámpagos estallan
atravesando el cielo.
Tú eres joven, pero vas a morir
No haré prisioneros,
no perdonaré vida alguna,
nadie podrá resistir.
Tengo mi campana,
voy a llevarte al infierno,
voy a atraparte, Satán te atrapará.
Campanas del infierno.
Campanas del infierno.
Están sonando las campanas del infierno.
Estoy ardiendo.
Campanas del infierno.
Haré que negras sensaciones
te recorran la espina dorsal.
Si estás dentro del mal, eres amigo mío.
Observa el destello de la luz blanca
mientras desgarra la noche.
Si el bien está a la izquierda,
yo me voy a la derecha.
No haré prisioneros,
no perdonaré vida alguna,
nadie podrá oponer resistencia.
Tengo mi campana,
voy a llevarte al infierno,
voy a atraparte, Satán te atrapará.
Campanas del infierno.
Campanas del infierno.
Están sonando las campanas del infierno. Estoy ardiendo.
Campanas del infierno
Campanas del infierno.
Satán te atrapará.
Campanas del infierno.
Él está tocando esas…
campanas del infierno.
La temperatura es alta.
Campanas del infierno
a través del cielo.
Campanas del infierno
están hundiéndote.
Campanas del infierno
te arrastran.
Campanas del infierno
van a desgarrar la noche.
Campanas del infierno.
No hay forma de resistirse.
Campanas del infierno.
Traducción de la canción de AC DC
(Angus Young, Malcolm Young y Brian Johnson)
Soy el trueno arrollador,
la lluvia torrencial,
llego como un huracán,
mis relámpagos estallan
atravesando el cielo.
Tú eres joven, pero vas a morir
No haré prisioneros,
no perdonaré vida alguna,
nadie podrá resistir.
Tengo mi campana,
voy a llevarte al infierno,
voy a atraparte, Satán te atrapará.
Campanas del infierno.
Campanas del infierno.
Están sonando las campanas del infierno.
Estoy ardiendo.
Campanas del infierno.
Haré que negras sensaciones
te recorran la espina dorsal.
Si estás dentro del mal, eres amigo mío.
Observa el destello de la luz blanca
mientras desgarra la noche.
Si el bien está a la izquierda,
yo me voy a la derecha.
No haré prisioneros,
no perdonaré vida alguna,
nadie podrá oponer resistencia.
Tengo mi campana,
voy a llevarte al infierno,
voy a atraparte, Satán te atrapará.
Campanas del infierno.
Campanas del infierno.
Están sonando las campanas del infierno. Estoy ardiendo.
Campanas del infierno
Campanas del infierno.
Satán te atrapará.
Campanas del infierno.
Él está tocando esas…
campanas del infierno.
La temperatura es alta.
Campanas del infierno
a través del cielo.
Campanas del infierno
están hundiéndote.
Campanas del infierno
te arrastran.
Campanas del infierno
van a desgarrar la noche.
Campanas del infierno.
No hay forma de resistirse.
Campanas del infierno.
Traducción de la canción de AC DC
(Angus Young, Malcolm Young y Brian Johnson)
Continuará...
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Referencias:
1 .- Ver AT Wonder Woman 1 a 12. Saga La Maldición de Pandora
2 .- Ver AT Superman 20. Saga Imperio
3 .- Ver AT Superman 30. Saga Errante
4 .- Ver AT Green Lantern 13-19. Saga El Ataque de los Hombres Halcón.
5 .- Ver AT Superman 20. Saga Imperio.
6 .- Personaje ideado para esta historia.
1 .- Ver AT Wonder Woman 1 a 12. Saga La Maldición de Pandora
2 .- Ver AT Superman 20. Saga Imperio
3 .- Ver AT Superman 30. Saga Errante
4 .- Ver AT Green Lantern 13-19. Saga El Ataque de los Hombres Halcón.
5 .- Ver AT Superman 20. Saga Imperio.
6 .- Personaje ideado para esta historia.
Una muy buena apertura de este nuevo arco que parece que va a ser de lo más épico. No he seguido demasiado a la mayoría de personajes que se presentan en el relato, pero aun así me han llegado rápidamente, como si no hiciera falta conocer mucho más. En fin, por el momento no veo mucho que comentar, pero tengo muchisimas ganas de leer el siguiente, esperemos que no sea una espera demasiado larga jejje
ResponderEliminarRespecto a la portada brutal, nada más que añadir ^^
Un saludo!!