| Título: Sin Control (V) Autor: Francesc Marí Portada: Ernesto Treviño Publicado en: Julio 2017
tras los ataques que sufrido en las últimas horas. Ezekiel Stane ha regresado del ostracismo para vengarse por la muerte de su padre. Sin armadura, sin el apoyo de J.A.R.V.I.S. y con Máquina de Guerra muy lejos, ¿logrará Iron Man vencerlo?
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Un elegante millonario, playboy, extraordinario inventor y un poderoso industrial, es Tony Stark... Pero cuando se viste su metálica armadura, se convierte en la más poderosa máquina luchadora del mundo
Creado por Stan Lee, Larry Lieber, Don Heck y Jack Kirby
Tony acabó de vestirse con la armadura justo a tiempo para recibir a la gigantesca armadura, que aterrizó con todo su peso en la terraza, proyectando su sombra sobre Iron Man.
«Si salgo de esta con vida, deberán sacarme de aquí con abrelatas», se dijo Tony mientras se encasquetaba como podía la máscara de Iron Man.
La armadura que no había sido invitada era más grande que la original de Iron Monger, sin embargo guardaba mucho parecido con aquella. Antes de que Tony pudiera soltar una de sus frases ingeniosas, una atronadora voz resonó desde aquella armadura:
—¡Tony Stark debe morir!
—¿Otro igual? —preguntó Tony de pie en el salón—. Stane, tío, la próxima vez que quieras acabar conmigo cúrratelo un poco, que aquí somos profesionales.
—Siempre tan bocazas —prosiguió la voz, dejando a Tony un tanto alarmado—, no ves que pierdes toda la fuerza por esa boquita.
Tony no dijo nada, y no porqué no tuviera algo punzante que decir, sino por qué lo que ocurrió a continuación lo dejó sin habla. La máscara de la armadura se abrió y, tras ella, apareció el rostro humano de Zeke Stane.
—Hola, Tony —dijo Stane—, ¿no creerías que lo único que he hecho durante estos años es arreglar la vieja armadura de mi padre?
Tony tragó saliva tenso.
—Eso solo era un señuelo, para poder saber de lo que eras capaz si te arrebataba todos tus preciados trajes. Y veo que no es demasiado. Menuda chapuza has hecho —sentenció mirando con superioridad, sobre todo física, a la armadura no muy bien encajada de varios colores de Iron Man.
Tony no dijo nada, mantuvo la posición defensiva que había adquirido, listo para esquivar cualquier ataque de aquella inmensa armadura.
—En cambio, yo, he creado esto… Iron Monger Ultimate —exclamó entre carcajadas.
Tony no pudo contenerse más:
—Muy bien, Stane, tú contra mí.
Stane soltó una carcajada:
—Creo que no, Tony, a pesar de querer aplastarte con mis propias manos, antes voy a allanarme el camino.
Tras estas palabras, diez armaduras aparecieron tras él. Tony sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda. Por su mente pasaron un centenar de imágenes en apenas una fracción de segundo. Eran iguales que la que había descrito Pepper. Iguales a las que aparecían en las cámaras de seguridad. Iguales a la que había acabado con Happy.
Al ver que Tony estaba atando cabos, Stane no pudo más que regodearse.
—¿Te suenan? —dijo con una malvada sonrisa en sus labios—. Yo mismo, en una de estas, acabé con tu querido amigo, Happy Hogan.
Tony sintió como las piernas le temblaban y como sus rodillas flaqueaban bajo el peso de la verdad.
«Con la muerte de Pepper Potts empezará el agonizante final de Tony Stark», la frase retumbó entre sus sienes.
—Fuiste tu —dijo con un débil hilillo de voz.
Al oírlo, Stane soltó una nueva carcajada y, antes de cerrar el casco de su armadura dijo:
—Ahora, Tony, nadie logrará salvarte. Ni J.A.R.V.I.S., ni el coronel Rhodes, ni ninguna de tus armaduras. Ahora estás solo, y morirás solo.
Sin que tuviera que añadir nada más, las armaduras que volaban tras él aceleraron rodeando a Tony. Sin apenas darle tiempo a reaccionar, el pelotón de armaduras empezaron a lanzar disparos contra él, mientras que Iron Man no podía más que esquivarlas con tristes saltos proyectados por la poca potencia de las botas de su improvisado traje.
Stane no paraba de reír, era como si estuviera jugando con un pequeño insecto, sabiendo que dentro de poco lo aplastaría sin remordimientos. Sus carcajadas rebotaban amplificadas entre las paredes destruidas del apartamento de Tony, hasta que algo lo interrumpió. Algo había impactado con fuerza en su casco.
—¿Qué sucede?
Pero antes de que pudiera responder a su pregunta, recibió un segundo golpe, un tercero y un cuarto. Hasta que, aprovechando la tecnología de su traje, detuvo el quinto. En una de las enormes manos de su armadura, reposaba lo que parecía ser una pierna de una armadura de Iron Man.
—¿En serio? ¿Me estás atacando con la basura de tus trajes? —preguntó con sorna Stane, pero en seguida comprobó que Tony estaba demasiado ocupado para atacarle. El millonario seguía esquivando los disparos de su legión de hierro, aquellas pocas armaduras estaban poniendo contra las cuerdas al mismísimo Iron Man. Entonces, ¿quién se atrevía a atacar a Ezekiel Stane?
De repente, por los altavoces del ático de Stark, resonó la voz del culpable:
—Lamento comunicarle, señor Stane, que no ha sido invitado y que el señor Stark desea que se marche de su propiedad inmediatamente.
Con su aparente pasividad habitual, J.A.R.V.I.S. soltó aquello mientras lanzaba sobre Iron Monger Ultimate un nuevo ataque de restos de armaduras.
Enfurecido, Stane aplastó la bota que tenía en la mano y la arrojó a un lado, tras lo que empezó a golpear con los puños los trozos que le lanzaba J.A.R.V.I.S., para que este no pudiera volver a enviárselos.
—Eres patético, Stark —ladró con rabia mientras disfrutaba haciendo estallar los pedazos de armadura—, hasta tu mayordomo digital tiene que guardarte las espaldas.
Sin embargo, Tony no podía escucharlo. En mitad de su comedor, no tenía muchas posibilidades para hacer callar a Stane.
—Señor —empezó a decir J.A.R.V.I.S. dirigiéndose a su jefe—, me estoy quedando sin distracciones para Stane, debería actuar.
Al escuchar las palabras de su asistente, a pesar de estar reservando la energía, Tony se atrevió a activar el repulsor de su mano derecha, realizando un disparo perfecto al pecho a una de las armaduras, que cayó al suelo.
—Tony uno, armaduras cero —exclamó Iron Man, pero su alegría duró poco, después de la caída de una de ellas, el resto de armaduras se acercaron más a él, reduciendo su espacio de movimiento y empezaron a disparar sin cesar.
—¡Acabad con él! —ordenó Stane mientras seguía luchando contra la chatarra que le lanzaba J.A.R.V.I.S.—. No dudéis, aplastadlo como una lata para reciclar.
Tony sintió como, en el interior de su casco, una gota de sudor frío resbalaba por su sien. Por tercera vez en menos de dos días sentía como todo estaba a punto de acabar. En un enfrentamiento con una de aquellas armaduras, aún hubiera tenido posibilidades de salir victorioso, pero contra nueve y con Iron Monger Ultimate listo para un segundo asalto, las probabilidades de salir con vida eran más escasa, por no decir nulas.
«Como mínimo, moriré con las botas puestas», pensó Tony mientras se disponía a efectuar un segundo disparo con sus repulsores.
Pero antes de que pudiera activarlo, tres de las armaduras estallaron por los aires.
—¿Has sido tú, J.A.R.V.I.S.? —preguntó Tony sorprendido.
—No, señor. Pero creo que ya no está solo.
Como si lo hubieran ensayado, tras aquellas palabras de J.A.R.V.I.S., Máquina de Guerra entró en el ático volando, golpeando a una cuarta armadura al aterrizar.
—Estás armaduras sí que las puedas destruir. Supongo —dijo la voz de Rhodes.
—Todas tuyas —dijo Iron Man haciéndose a un lado, mientras Máquina de Guerra se empleaba a fondo.
Sin apenas detenerse, Rhodes cogió a una armadura con ambas manos partiéndola en dos, mientras que con la Gatling de su hombro disparaba hacia atrás, convirtiendo a una segunda armadura en un colador.
—Por cierto, ¿qué narices llevas puesto? —le preguntó a Tony mientras accionaba un cohete que se incrustó en la cabeza de otra armadura, estallando instantes después.
—Lo que he podido —respondió con aire frustrado
Tony, a la vez que golpeaba a una armadura lanzándola hacia Máquina de Guerra, que la desgarro por la mitad con el láser de su mano izquierda.
—¿Quieres hacerte cargo de la última? —preguntó Rhodes, señalando a la única armadura de Stane que quedaba en pie.
—No, no, me estoy reservando.
Sin que tuviera que decírselo dos veces, Rhodey activó los repulsores de sus palmas, agujereando la armadura en diversos puntos, para que después se derrumbara sin energía.
—Señor, me he quedado sin… «balas» —anunció J.A.R.V.I.S.
—Yo me encargo —dijo Rhodes.
—No, no, esto es una cuestión personal —lo interrumpió Tony.
Sin miedo, Iron Man avanzó hacia la terraza, donde Stane se centraba tras el ataque de la chatarra de J.A.R.V.I.S., preparando a Iron Monger Ultimate para acabar con Tony Stark y James Rhodes de un solo golpe. Pero las cosas no estaban saliendo como el esperaba.
—Mataste a Happy, intentando matar a Pepper. Querías hacerme daño, pero lo único que has conseguido es provocarme —dijo Tony mirando con fiereza a la descomunal figura de Iron Monger.
—Y con eso, ¿qué pretendes? —replicó Stane con descaro.
—Acabar contigo.
Tony activó los propulsores de sus botas y de sus manos pero no despegó, simplemente acumuló la energía que estaban provocando y la redirigió al pecho, hacia aquella pieza de tecnología que tenía alojada ahí y que muchos decían que era su corazón.
—Ninguno de tus juguetes logrará hacerme…
Las palabras de Stane quedaron interrumpidas cuando un potente haz de luz y energía cruzó la terraza proyectándose hacia el cielo a través de la armadura de Iron Monger Ultimate.
Cuando la oscuridad de la noche recuperó terreno, Rhodey se acercó a la figura estática de Iron Man. Estaba de pie, justo en la posición que había utilizado para disparar con su repulsor pectoral, y frente a él estaba la armadura de Iron Monger Ultimate con la cabeza gacha hacia delante, y un humenate agujero en su vientre.
—¡Tony, Tony! —exclamó Rhodey dando zancadas.
—Dime, Rhodes, ¿el zumbado este está desactivado? —La voz de Tony sonaba en el interior de la armadura.
—Estás como una cabra, pero sí, está desactivado.
—¿Y el hijo de puta de su interior también?
—Eso creo, porque menudo boquete le has hecho en la panza.
—¿Ah, sí?
—Sí, ¿no lo ves?
—No, puedo.
—¿Por qué?
—No me puedo mover, he consumido toda la energía y esta chatarra de armadura se ha bloqueado —protestó Tony desde el interior de su improvisado traje—. Ahora solo puedo ver el cielo contaminado de Nueva York.
Rhodey empezó a reírse de su amigo.
—No te rías, cabrón, y ayúdame a salir de aquí —reclamó Tony haciendo tambalear la estatua en la que se había convertido.
El militar no podía dejar de carcajearse, hasta que escuchó un ruido sospechoso y alarmante que procedía de Iron Monger.
—No puede ser —dijo entre dientes.
La armadura de Iron Monger Ultimate empezó a desplegarse, abriéndose como si fuera una flor, dejando ver una armadura más pequeña, como aquellas que ya había destruido.
—Lo siento, coronel, es más difícil de lo que parece acabar con Ezekiel Stane —dijo la voz del villano mientras su armadura se activaba y se empezaba a mover.
—¿Está hablando en tercera persona? —preguntó Tony.
—Sí, lo está haciendo.
—Menudo creído.
Máquina de Guerra iba a atacar, pero Stane soltó un pulso electromagnético que lo paralizó, del mismo modo que Tony, fundiendo a la vez todos los aparatos electrónicos en un radio de dos manzanas.
—A pesar de que me gustaría seguir hablando con vosotros, debo despedirme —dijo Stane descendiendo de lo que quedaba de Iron Monger—. Coronel Rhodes, Tony, volveremos a vernos.
Sin más, Stane emprendió el vuelo dejando una estela muy parecida a la de Iron Man en el cielo nocturno de Nueva York.
—Genial —dijo con sarcasmo Rhodey.
—Y, ahora, ¿quién nos saca de aquí? —preguntó Tony—. ¡J.A.R.V.I.S.! ¡J.A.R.V.I.S.! —exclamó.
—Eres tonto. Siendo un genio de la electrónica deberías saber que si ha activado un pulso electromagnético, J.A.R.V.I.S. no puede funcionar —contestó Rhodey.
—Cierto, ya decía yo que se me escapaba algo. ¿Y qué hacemos?
—Tú no sé, pero yo voy a activar la apertura de emergencia y voy a salir de aquí por mi propio pie —explicó Rhodes justo antes de que su armadura se abriera como un cascarón y le dejara salir—. ¿Tú no tienes uno de esos? —preguntó con sorna.
—¿Crees que he tenido tiempo de poner uno? Solo he tenido unas horas para construir esta armadura. Ayúdame.
—Lo siento, Tony, después de toda esta acción y sabiendo que de momento no podemos capturar a Stane, lo que más me apetece es un trago. ¿Te queda algo en el bar? —preguntó Rhodey entrando en salón.
—No seas cabrón, Rhodey. Sácame de aquí.
—Pero si esto de ser una escultura te sienta genial, sobre todo para tu ego.
Tony gruñó:
—Muy gracioso, pero ahora, sácame —dijo Tony casi suplicando mientras oía como Rhodey se servía una copa—. O al menos tráeme un vaso con una pajita.
Cuando Ezekiel Stane aterrizó en su refugio, su armadura se había quedado al límite de su energía.
«Al menos he tenido suficiente para llegar hasta aquí», se dijo mientras salía del traje y contemplaba una pequeña casa de madera en mitad de la nada. Era lo que tenía el norte de la India, si no querías ser visto, podías pasar desapercibido bastante tiempo, antes de que alguien sospechara que te encontrabas allí.
A pesar del farol que se había lanzado antes de escapar de las manos de Iron Man y Máquina de Guerra, ahora Stane se había quedado sin tantos recursos como sus enemigos creían que tenía. Incluso la armadura en la que había escapado, no era más que una cápsula de escape, no tenía armas ni sistemas de apoyo.
Stane se acercó pesadamente a la casa y abrió la puerta. No era su hogar, pero si su refugio. Ahí había estado durante unos cuantos años después de la muerte de su padre. Ahí había acabado de desarrollar las teorías de su nanotecnología. Ahí había planeado su venganza. Pero ahora, que su base era localizable, S.H.I.E.L.D. no tardaría en encontrarla y detener a todos sus ayudantes y técnicos. Whiplash y Dinamo Carmesí estaban entre rejas, Fantasma Rojo perdido en el espacio, y el obligado al ostracismo por culpa de Tony Stark. Solo un milagro podía volverlo a poner en la brecha.
A pesar de lo que esperaba encontrarse, una chabola repleta de papeles y comida rancia, no era así, había algo más. Sentado en la única silla que había, estaba un hombre de edad indescifrable, era de tez joven pero sus ojos irradiaban sabiduría. Tenía el pelo largo y negro y lucía un bigote sobre su labio.
—¿Qui-Quién eres? —balbuceó Stane.
—El milagro que estás buscando —le dijo con voz convincente.
¿Cómo podía saber aquel hombre lo que estaba pensando un instante antes?
Sin decir nada más, el hombre se levantó y se arregló el abrigo verde que colgaba de sus hombros, a juego con un llamativo chaleco con detalles dorados.
—¿Quién eres? —preguntó por segunda vez Stane.
El hombre dio dos pasos y se acercó a él, alargó la mano derecha y se la ofreció. En cada uno de sus dedos había un anillo que brillaba con una luz incandescente, al igual que en la mano izquierda, que colgaba a un lado de su cuerpo.
Stane, atraído por aquella extraña luz, aceptó el ofrecimiento que le había hecho aquel hombre y sacudió con firmeza su mano.
Tras lo que el hombre sonrió y dijo:
—Puedes llamarme Mandarín.
«Al menos he tenido suficiente para llegar hasta aquí», se dijo mientras salía del traje y contemplaba una pequeña casa de madera en mitad de la nada. Era lo que tenía el norte de la India, si no querías ser visto, podías pasar desapercibido bastante tiempo, antes de que alguien sospechara que te encontrabas allí.
A pesar del farol que se había lanzado antes de escapar de las manos de Iron Man y Máquina de Guerra, ahora Stane se había quedado sin tantos recursos como sus enemigos creían que tenía. Incluso la armadura en la que había escapado, no era más que una cápsula de escape, no tenía armas ni sistemas de apoyo.
Stane se acercó pesadamente a la casa y abrió la puerta. No era su hogar, pero si su refugio. Ahí había estado durante unos cuantos años después de la muerte de su padre. Ahí había acabado de desarrollar las teorías de su nanotecnología. Ahí había planeado su venganza. Pero ahora, que su base era localizable, S.H.I.E.L.D. no tardaría en encontrarla y detener a todos sus ayudantes y técnicos. Whiplash y Dinamo Carmesí estaban entre rejas, Fantasma Rojo perdido en el espacio, y el obligado al ostracismo por culpa de Tony Stark. Solo un milagro podía volverlo a poner en la brecha.
A pesar de lo que esperaba encontrarse, una chabola repleta de papeles y comida rancia, no era así, había algo más. Sentado en la única silla que había, estaba un hombre de edad indescifrable, era de tez joven pero sus ojos irradiaban sabiduría. Tenía el pelo largo y negro y lucía un bigote sobre su labio.
—¿Qui-Quién eres? —balbuceó Stane.
—El milagro que estás buscando —le dijo con voz convincente.
¿Cómo podía saber aquel hombre lo que estaba pensando un instante antes?
Sin decir nada más, el hombre se levantó y se arregló el abrigo verde que colgaba de sus hombros, a juego con un llamativo chaleco con detalles dorados.
—¿Quién eres? —preguntó por segunda vez Stane.
El hombre dio dos pasos y se acercó a él, alargó la mano derecha y se la ofreció. En cada uno de sus dedos había un anillo que brillaba con una luz incandescente, al igual que en la mano izquierda, que colgaba a un lado de su cuerpo.
Stane, atraído por aquella extraña luz, aceptó el ofrecimiento que le había hecho aquel hombre y sacudió con firmeza su mano.
Tras lo que el hombre sonrió y dijo:
—Puedes llamarme Mandarín.
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