Los Invasores nº09

Título: Aces High
Autor: Mikelhox
Portada: Manu Mutante
Publicado en: Julio 2005

Bajo el hechizo del Barón Sangre, los Invasores son torturados horriblemente por el vampiro ¿Conseguirán derrotar al villano sediento de sangre?. ¡Con la aparición estelar del Halcón y Arcángel.
El primer grupo que lucho por la libertad durante la segunda guerra mundial. Un grupo que inspiro a generaciones de héroes. Ahora los héroes han decidido volver a primera línea.
Stan Lee y Action Tales presentan a
Creado por Roy Thomas, Sal Buscema y Frank Robbins

La Tierra Salvaje. Entonces.

El dolor había cesado hacía no mucho cuando Sam sentía que su mente se evadía extrañamente, como haciendo espirales de humo que se escapan por el desagüe.

- Samwilson, ¿que sabes de tu padre?*

Y aquello era justo lo que necesitaba para recobrar la consciencia. Mejor que una ducha fría.

- Uhhhhggg... venerables ancianos, ¿que decís de mi padre?*

A su alrededor, los tres ancianos revoloteaban agitados, frotándose las manos ante la epopeya que había de ser contada.

- ¿Cuanto conociste a tu padre, conocías nuestra presencia?*

Sam había temido esta pregunta desde que días atrás, las nubes de NY habían formado la figuras de sus padres para señalarle el camino a la Tierra Salvaje. Desde que una formación de nubes le había hablado, le había contado cosas que solo su padre podía saber.

Desde pequeño, cuando aún era un férreo creyente, tantos años atrás, recordaba la presencia de ángeles junto a su padre, en el piso de abajo, hablando frente a la chimenea como viejos amigos. Con el tiempo se había convencido de que todo aquello no eran mas que alucinaciones de un niño que había leído demasiado los evangelios. Ahora ya no estaba tan seguro.

- Sí, supongo que sí.*

- ¿Te molesta la espalda, Samwilson?*

Preguntó otro de los ancianos que encendía velas en un pasaje hacia una especie de capilla ancestral.

- Aún escuece, y siento como palpita la inflamación, pero he pasado por cosas peores. Os ruego, contadme ya lo que ansiáis.*

- Impetuoso. ¿Pero que joven que se precie no lo es?*

- Nuestro oscuro joven, antes debes conocer el secreto del pueblo alado, su origen real, apartado del mundo de la superficie durante milenios, salvo a escogidos como tu padre.*

Apenas estas palabras habían sido pronunciadas, toda la sala ritual se iluminó, dejando a la vista grabados milenarios, cuyo estilo iba cambiando con el paso de los años, y que protagonizados por el pueblo alado parecían un imponente resumen de toda su historia tribal.

- Todo se remonta a los Kree, a su primera visita a la Tierra. A sus horribles experimentos con humanos. A su despreciable tendencia a la superioridad.*

Otro de los sabios voló en nudos hasta ocupar el lugar del anterior, frente al Halcón, mientras éste caminaba mirando cada fresco con atención.

- Y resultó inevitable que donde fueran los Kree, no los siguiesen los Shi`ar. Quienes camuflados en el firmamento, no perdían detalles de la creación de un pueblo de monstruos por parte de éstos. No sabemos mucho de ellos, actualmente, apenas son conocidos como los malditos por nuestro pueblo, y utilizados para poco mas que asustar a los niños.*

- Inhumanos. En mi mundo se les llama Inhumanos...*

- Curioso nombre, sí que lo es, e inapropiado.*

Otro sabio tomó el relevo.


- Ante tal descubrimiento, el pueblo Shi`ar loada sea su grandeza, decidió demostrarse frente a sí mismo y a generaciones futuras, lo por encima que se hallaban ya por aquel entonces frente a aquellos bárbaros tricolores. E, investigando con otra reducida población de humanos, decidió despertar su semilla hacia una dirección diferente a la diversidad caótica planeada por los kree. Hacia el ser humano perfecto, capaz de volar, de respirar bajo el agua, de autocurarse de heridas mortales. Y así es como nacimos nosotros. Loados sean por siempre hasta su ansiado retorno.*

Aunque todo aquello le resultaba fascinante, la ansiedad de conocer que papel jugaba su padre en todo aquello, lo mantenía ansioso, adelantándose entre los frescos.

- Y como los kree se marcharon, también nuestros creadores tuvieron que partir para volver eras después. Pero, siendo tal la grandeza de su corazón, y con el conocimiento de que la vida en la superficie nos degenera hasta una muerte relativamente pronta, crearon Ciudad Celeste, siempre levitada en el aire por el poder de la gracia de las alas del Dios Halcón, entidad de enormes constelaciones en su sombra.*

- Pero no fue Ciudad Celeste el mas grande de los regalos que nos dieron, hermano.*

- No, no lo fue, lo sabemos.

- Nos dieron un objetivo, joven, un propósito de vida. Nos plantaron la semilla de la perfección, pulirla a través de generaciones era nuestro deber. Y ahí, en lo mas primordial, en la base de nuestra cultura apareció su propia fragmentación.*

- Un cisma...*

- Así es. Movidos por la búsqueda de ideales de perfección física y espiritual, pronto corrientes divergentes partieron nuestro pueblo en dos. Algunos pensamos que podíamos llegar mas lejos, que elementos como el color de la piel debía ser investigado para buscar la tonalidad precisa, o mejorar nuestra visión ocular, o nuestros anillos óseos...*

- Mientras otra corriente optaba por la perfección moral. Por una filosofía existencial que trepase hasta los mismos ojos del Dios Halcón como una enredadera.*

- Y de esta forma llegamos a una separación para prevenir una guerra que no quería nadie. Y la rama física se trasladó a esta tierra, perfecta sin duda para nuestros quehaceres de investigación.*

- Pero, a decir verdad, tampoco parece que tuviéramos mucha elección, Samwilson. Las profecías habían hablado de estos acontecimientos muchas eras antes.*

Mientras la historia transcurría, los tres sabios iban alternándose, con ligera ansia por contar, y una coordinación sobrenatural en su vuelo. Sam asistía expectante, cada vez mas, mientras caminaba acariciando todos aquellos frescos y relieves.

- A lo largo de los años, algunos de los nuestros han bajado a tu mundo. El deseo de compartir, de adelantaros vuestros errores, de haceros conocer que otro mundo os podía esperar entre las nubes nos hizo visitaros periódicamente. En lugares a los que los libros se refieren como el Tíbet, Egipto, Palestina, Arabia, Machu Pichu o New York. Hubo grandes equivocaciones, pero también grandes aciertos y aún malinterpretado, nuestro mensaje llegó codificado, como marcaron las profecías.*

- Mi padre...*

- Fue uno de los nuestros el que esta vez entró en contacto con tu padre. Y como otros muchos antes, sus devotos no soportaron el peso de la verdad.*

- No es cierto, mi padre fue asesinado por un vulgar ladrón, nada de esto tiene sentido...*

El dolor en la espalda parecía incrementarse, lo que, naturalmente, no contribuía al debate calmado de todo aquello.

- Un niño no es capaz de distinguir si a un asesino lo mueve la codicia o la fé. ¿Crees que los fanáticos permitirían una nueva doctrina en muchos aspectos contradictoria a la establecida? ¿Acaso no hay mártires en tu historia?*

- Tu padre, murió por ti, Samwilson, porque juegues tu papel en el reino de la tierra y el de las nubes. Porque cumplas con las profecías.*

- Suponiendo que me crea todo esto. Y suponiendo que quiera desempeñar ese rol.*

- Joven iluso, no tienes capacidad de elección, es tu papel en la historia, tu responsabilidad por la que murieron tus progenitores. ¿Desde cuando sientes la necesidad de abrir los ojos al mundo? ¿Desde cuando recordarles lo libres que pueden ser, lo alto que pueden volar?*

- Pero... Pero la existencia de alguien que les indique un camino ya les quita capacidad de elección. Deben llegar por sí mismos.*

- Y eso es justo lo que debes predicar, para lo que existes.*

- ... ¿Qué dicen exactamente esas profecías?*

- Que los cielos verían el fin del mundo alado cuando un nacido de terrícola despertara su semilla de perfección de manera natural. Que una plaga vendría del ocaso para arrasar todo lo que somos si daban con él. Y que solo un mesías nos rescataría de un fin incierto.*

- Y yo sería...*

- Habla con nuestro pueblo, Samwilson, convéncelos de que atraviesen el mundo para ayudar a la mitad de su estirpe con los que llevan enfrentados desde cientos de generaciones. Convéncelos o será el fin para todos.*

Poco mas de una hora después, Sam andaba ajustándose los guantes de su viejo uniforme, limpio y reparado. Su comunicación con las aves estaba limitada a unos pocos kilómetros, pero con Ala Roja era diferente. A Ala Roja, su halcón compañero,  lo sentía siempre. Destellos de consciencia atravesaron el globo para espantarlo, para despertar cualquier mínimo letargo y ponerlo en marcha.

Tras las puertas del patio principal se escuchaba un ensordecedor sonido de aleteo y griterío. Justo antes de salir, miro su espalda en uno de los espejos de los pasillos, lo que parecía un tatuaje tridimensional y rojo, se veía mejor ahora que la hinchazón de su piel comenzaba a disminuir. Lo que parecía jeroglíficos tribales del pueblo alado, le recorrían linealmente la espalda hasta ambos codos. Y sin mas demora, ordenó abrir las inmensas puertas.

Todo el mundo sabe que nada mejor para dar un discurso que ponerse en un lugar elevado, pero casi nadie conoce al pueblo alado. Y casi nadie piensa que si quieres que unas aves te escuchen, mejor quédate en el suelo y tendrás su atención. Sobre Sam volaban cientos de personas, en un completo caos en el que asombrosamente ninguna siquiera rozaba a otra de sus congéneres.

- Por favor, escuchadme.*

Todos se detuvieron, manteniéndose suspendidos en el aire con un fino aleteo. Solo cuando alguno se ponía ligeramente nervioso, abandonaba su hueco para volar lejos, alto, y volver a la muchedumbre.

- Pronto todos podréis volver a vuestras obligaciones, que sé que serán muchas.*

Varios aleteos.

- No soy nada para vosotros, un extraño, que os resulta tan excitante como despierta vuestra desconfianza. Y es lo que soy, no hay mas. Un terrestre con suerte de haber sido otorgado con un don, un don que siempre relacioné con la persona equivocada, cuando todo lo que me hace especial os lo debo a vuestro pueblo. Como algunos ya sabéis, puedo comunicarme con las aves,  una habilidad que obtuve supongo que tratando inconscientemente de llegar hasta vosotros. De obtener respuestas.*

- Y la respuesta siempre estuvo dentro de mí, como ahora se halla dentro de cada uno de vosotros. Vuestro pueblo se muere, y por lo que sé, habéis optado por incrementar las defensas en lugar de atacar a la plaga. Mientras vuestros hermanos agotan sus fuerzas por seguir viviendo.*

- Esa es la respuesta que buscáis, la que todo el mundo busca. Nada de lo que hagáis dará tanto sentido a vuestras vidas como el luchar por un sueño, el arreglar algo equivocado, que nunca debió ser así. Como el de un pueblo idealista y pacífico como vosotros arrasado por alimañas. El interés es el enemigo, siempre lo fue...*

- Y luchar por unos ideales es lo que nos hace brillar como soles. Lo que le da sentido a todo. Lo que encierra las respuestas que ansiáis. Porque al final, no hablamos mas que de las vidas de vuestra gente. No hay mas.*

El Halcón apenas era consciente ya de los aleteos. Con la mirada perdida, dudaba que todo aquello tuviese algún efecto. Vio como Kemil Hox, el soldado que le detuvo al entrar descendía hacia él con su expresión severa.

- Eso es todo, amigos. En unas horas parto a evitar que unos amigos sean torturados y asesinados de las mas cruentas de las maneras. ¿Quien de vosotros vendrá conmigo?

Con los ojos entornados, el tatuaje de la espalda de Sam Wilson alias el Halcón pareció abrirse para que surgieran en una nube de pequeñas gotitas sus nuevas alas. Diseñadas a semejanza de las anteriores, creía sentirlas como suyas, mientas el viento movía sus plumas rojas.

Definitivamente, el tiempo de hablar había terminado.


Ciudad Celeste. Ahora.

La segunda vez que tosió sangre, fue cuando Steve Rogers pudo recuperar la consciencia. Y casi, solo casi, deseó no haberla recuperado.

Lo  primero que vio fue a Druida, con el tronco de su cuerpo abierto en agujeros prolongados por decenas de grietas. Tronco era la mejor manera de describir un cuerpo que cada vez parecía estar mas hecho de madera. Un pequeño murciélago de ojos incisivos, mordisqueaba uno de los bordes de un agujero, mientras el hechicero parecía sumido en un trance próximo a la muerte.

La Antorcha y Jack Frost permanecían unidos por cadenas sobre las que se veían escritas palabras en lenguas olvidadas. Palabras escritas con la sangre de ambos. Sus manos continuaban introducidas en el tórax del otro. Por si acaso.

Spitfire estaba tendida, desnuda como el resto del grupo, sobre una cama satinada en rojo. Un rojo que iba muy acorde con las manchas de sangre que llenaban sus muslos. La palidez de su cuerpo resultaba en extremo alarmante.

Una enorme roca cuadrada descansaba sobre el cuerpo de Thundra, a la que apenas se le veían los tobillos. Unos ligeros movimientos de la piedra le indicaron que aún de manera débil, aún había vida en la sepultada amazona.

Sobre ella, una figura alada que le pareció Warren Worthington, el Ángel, oscilaba bocabajo con las muñecas cortadas, de las cuales no cesaban de brotar pequeños hilos de sangre que llenaban dos grandes cubos sobre el suelo.

No vio a Jack, Union Jack, y sintiendo como la sangre se le subía a la cabeza, le pareció la peor noticia de todas.

El Capi permanecía tumbado en el frío suelo de mármol, desnudo y decidiendo si seguir disimulando estar inconsciente ante los murciélagos que revoloteaban cuando se abrieron las dos grandes puertas de la sala del trono.

Por su vestimenta, debía ser uno de los altos rangos de aquel nuevo Barón Sangre, caminaba orgulloso, con ojos sombríos y la sonrisa de seguridad que solo puede tener un vampiro de varios siglos de edad. Ya se relamía viendo el cuerpo medio desangrando y menstruante de Spitfire.

Mientras, en un rincón de la sala, unos ojos negros como el azabache observaban como los músculos del Capitán América se tensaban tratando de romper aquellas cadenas. A su morado cuerpo cubierto de golpes, se le sumaban las heridas que éste se hacía en aquella inútil lucha contra su cautiverio.

El impío vampiro se reclinó sobre la inconsciente superheroína, abriendo sus piernas con sutil elegancia y falsa delicadeza. Para aquel entonces, las muñecas del Capi ya llenaban de sangre sus puños ante aquella visión.

La espalda de la criatura se torció en una exclamación orgásmica que pareció sorprenderla incluso a ella misma. Despacio, como lo hacen todo este tipo de existencias, miro hacia su pecho, del que sorprendentemente mano extraña sujetando su propio corazón.

Sin tiempo de abandonar aquella cara de sorpresa, la criatura se desplomó a un lado. Tras ella, se erguía desnudo el joven Union Jack, sujetando el corazón de la criatura.

Había sido torturado, vejado como jamás pensó que sería, y había tenido que ver todo aquello sobre Jackie, sobre ella. Definitivamente, aquello no había hecho mas que empezar.

- El Pendragón se retroalimenta con la ponzoña como tú. Tómalo como un consejo ahora que estás muerto, muerto de verdad, repugnante trozo de mierda.

- ¡Jack, aquí!

En condiciones normales, el Capi sonreiría, pero no encontraba fuerzas.

Entre ambos, las cadenas no fueron enemigas de un aparentemente reforzado Jack. La primera que liberaron fue a Thundra. Apenas tuvieron que liberar sus muñecas para que ella misma se zafara del enorme peñazo. Con curiosidad, vieron como había hecho un agujero en el centro dando golpes con la cabeza en su tiempo de captura.

Silenciosa, ni una sola palabra pronunció mientras se encargaban de liberar al resto de sus compañeros. Pocas veces una amazona, y mas una reina de las amazonas, había sufrido experiencias como aquellas.

Frost y Hammond se repusieron relativamente rápido una vez desunidos. El dios parecía anonadado, fuera de lugar, mientras que en los ojos del androide ardía un odio que Steve no recordaba haber visto nunca.

Druida solo alzó la mirada, como si el tiempo de la captura hubiera estado en dimensiones lejanas para el hombre.

Jackie era otra historia, Jackie estaba realmente mal. Jack la acunaba entre sus brazos, mientras el resto descolgaba al Ángel, que, aunque mas pálido que Spitfire, parecía tener un mejor pronóstico por las propiedades de su propia naturaleza. Aún así, debía pasar mucho tiempo hasta que recobrase siquiera la consciencia. No sabían cuanto tiempo podía llevar colgado así, podían haber pasado semanas, o meses.

- Es la sangre. La sangre de Worthington. Es eso lo que los mantiene al sol. Son sus propiedades curativas lo que ha desencadenado todo esto.

Apartando las cortinas, donde había permanecido escondido, Jack salió con su máscara en la mano, y, casi resbalándose, la hundió en uno de los cubos que antes reposaban bajo el cuerpo alado.

Con el pedazo de tela empapado en sangre, se acercó al cuerpo de Jackie, y con una delicadeza impropia, se lo colocó en la zona que los vampiros habían maltratado, la zona que no dejaba de producir sangre en continua hemorragia.

Minutos después, Spitfire abría los ojos para ver a sus compañeros frente a ella, ya vestidos con sus uniformes, se miró las piernas para darse cuenta de que incluso ella aparecía vestida gracias a Thundra. Por alguna razón Jack iba sin máscara. dejando ver algunas heridas y morados en la cara.

- Recuerdo... Recuerdo no querer recordar...

- Todo pasó. Y ahora es cuando nosotros debemos demostrar quienes somos.

El Capi se volvió para ver como la Antorcha y Jack Frost descorrían los cerrojos de las puertas del trono.

Y Los Invasores entraron como una fuerza de la naturaleza en las calles de Ciudad Celeste.

Solo había que mirar al Capi para imaginarlo en plena segunda guerra mundial. Como el perfecto soldado que es, avanzaba silencioso decapitando con su escudo a todo vampiro que sorprendía.

Spitfire corría de un lado a otro, en sus manos nunca dejaba de haber dos o tres corazones.

Union Jack y Thundra no solo se limitaban a acabar con la plaga, directamente los despedazaban con gesto orgulloso, imponiendo su superioridad frente a la mostrada por los no muertos.

Pero lo mas espectacular era lo de la Antorcha y Jack Frost, estalactitas surgía de cualquier parte para atravesar hileras enteras de vampiros, mientras que el primero los convertía en cenizas apenas al mirarlos.

En el salón del trono, una coraza de maleza cubría a Druida y al Ángel, al que se había quedado cuidando. Sus propias debilidades en un lugar tan lejano a la madre tierra tampoco lo hacían un aliado imprescindible en aquella batalla.

Pero como nada es eterno, y menos aún las batallas, un cuerpo cayó en el centro de la avanzadilla, cortando su ataque.

Era el cuerpo del verdadero Cuervo Rojo, aunque parecía extraño, artificial.

- Un simulacro, Invasores, este patético nido de palomas se dejaba comandar por un simulacro de vida. ¿Es eso lo que defendéis?

Sobre un balcón, el vampiro ataviado como el nuevo Barón Sangre esquivaba con un leve movimiento de muñeca llamaradas y estacas de hielo.

Los Invasores permanecían impasibles y severos en el suelo. Se diría que retando a la criatura.

- Una oportunidad. Pensaba que teníais una oportunidad... Quizás la culpa haya sido mía por no mostraros antes la verdad.

Mientras hablaba, centenares de vampiros surgieron de cada rincón, de cada agujero, y a ninguno parecía afectarle las luz del sol. Muchos de ellos llevaban alas que los identificaban como antiguos ciudadanos de aquel paraíso aéreo. Muchos, muchísimos, demasiados.


- Tuve que lobotomizarlos, ¿sabéis? Estas lamentables criaturas preferían servir de provisiones a corromperse. ¡Qué ingenuidad!. La mitad, Capitán, la mitad ya ha sucumbido. Deberías haberlo visto...

La criatura de ojos negros que hasta ese momento había estado observando en sombras, emprendió el vuelo. Desde el salón del trono hasta posarse en el  hombro de Steve Rogers.

- Hola, Ala Roja. Quizás fuiste tú el que no conociste la verdad hasta ahora, Sangre.

Un sonido de alas hizo eco por toda Ciudad Celeste, cientos de alas que agresivas golpeaban violentamente el aire.

- Adelante, Sam, adelante.

El Barón Sangre, jamás, por muchos siglos que viviese, pensó que llegaría el día en el que se encogiese al ver taparse el sol.

La antaño hermosa Ciudad Celeste fue cubierta por una legión enorme de guerreros alados, que con Sam Wilson, el Halcón, al frente, se lanzaba en un movimiento asociado a los depredadores contra la plaga vampírica.


Y fue entonces cuando los cielos se tiñeron de sangre.

El Barón Sangre fue uno de los últimos vampiros en sucumbir al empuje de las aladas hordas, demostrando que su puesto no era casual se llevó por delante a varios guerreros, incluido uno de los altos cargos, Kemil Hox, quien con su último aliento tiró de él hacia el suelo para que, un Capitán América sombrío, lo agarrase del cuello para hacerle pagar por tanto dolor, tanta masacre, por un holocausto que no veía desde hacía décadas.

- Adiós, Sangre. Ojalá mi madre tuviese razón y exista el Infierno.

- Destruye este cuerpo, eso no me detendrá, como no lo hizo antes. Volveré, me diste este don, ya lo creo que lo recuerdas...

Y con un golpe de antebrazo, el colorido escudo separó su cabeza del cuerpo.

Ahora sí había terminado la pesadilla, dejando tras de sí recuerdo y dolor que tardarían generaciones en curarse.


Ciudad Celeste. Días mas tarde.

En el dormitorio de su palacete, Sam se terminaba de vestir. En su cinturón lucía ahora lo que antiguamente había sido el emblema del Cuervo Rojo.

En los últimos días, no había cesado la inmigración de seres alados del Pueblo de la Cascada, y de otras poblaciones mas pequeñas desconocidas hasta la fecha. Consigo habían traído sus enseres, sus familias, y las ganas para repoblar la destrozada ciudad. Mas de la mitad de la población había muerto tras el ataque, ver llegar tanta vida resultaba un regalo para el espíritu.

El Pueblo de la Cascada había decidido volver a su Ciudad Madre tras el Concilio. Los tres sabios serían los últimos en partir, para asegurarse de que no quedase en la cascada rastro alguno de su presencia.

La puerta se abrió sin que llamaran previamente. Pero era un amigo, su mejor amigo.

- Sam, ya está todo preparado. Druida se ha asegurado de que esta tierra vuelve a estar limpia, y... nos vamos.

- ¿Como sigue Warren?

- Aparentemente mejor, pero aún no sabemos lo que le hicieron. El profesor Xavier quiere echarle un vistazo, cuando bajemos, me ocuparé personalmente de llevarlo a Genosha.

- ¿Os han preparado los arneses para bajaros a la hidrobase?

- Sí. Solo subía para decirte que gracias, que todo el grupo te debe una, y que estás invitado a venir cuando quieras.

- No te quepa duda de que lo haré, Steve. Ahora tengo un legado detrás. Pero debo quedarme un tiempo aquí, me queda mucho por aprender, si quiero mostrar otro camino al desastre de allá abajo, esta gente es... es increíble.

Y no me des las gracias, mi hermano, si no, tendré que darte yo un millón acumuladas en mis bolsillos.

El Sol se ponía en Ciudad Celeste y un abrazo como el que solo pueden darse los miembros de una familia, o aquellos que han compartido vidas enteras, llenaba el palacete de la constelación, morada del mesías.

Los arneses se clavaban ligeramente durante el descenso, pero tras todo lo ocurrido, eran una bendición para los Invasores. Silenciosos entre ellos y pensativos descendían a su isla. Parecían haber pasado décadas.

Pero algo... algo no iba bien. Mientras el Capi miraba a un Jim que contrariamente a como se había mostrado en las últimas semanas, descendía comedido y humilde, tuvo una de esas horribles sensaciones que te llenan el pecho con negras raíces.

Una de esas sensaciones que te dicen que lo peor estaba por venir, y que, tras tanto horror acumulado, aquel grupo nuevo parecía próximo a romperse en mil fragmentos.

Y entonces, entre las nubes, vieron al fin la Hidrobase.

Fin


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