Los 4 Fantásticos nº12

Título: Doom Wars (I)
Autor: Jerónimo Thompson
Portada: Juan Andrés Campos
Publicado en: Diciembre 2007

El Dr. Muerte ha conquistado el mundo. Los 4 Fantásticos están muertos. Y el destino de la Tierra,  y posiblemente de todo el universo, se encuentra ahora en manos de... ¿los 4 Fantásticos?  
“¡Un brillante científico, su mejor amigo, la mujer que ama y el temperamental hermano de la misma! Juntos afrontaron los desconocidos terrores del espacio exterior... ¡Y los rayos cósmicos les transformaron en algo más que simples humanos!... ¡Mr. Fantástico, la Cosa, la Mujer Invisible y la Antorcha Humana! Ahora son los 4 Fantásticos y... ¡El mundo nunca volverá a ser el mismo!”
STAN LEE y ACTION TALES presenta
Creado por  
Stan Lee & Jack Kirby



Resumen de lo publicado: En Los 4 Fantásticos #11, nuestro cuarteto protagonista encontraba en el Limbo la forma astral del Stephen Extraño de una realidad alternativa en la que los 4 Fantásticos habían muerto y Víctor Von Muerte era dueño del mundo. Reed Richards y su grupo decidían ayudar al Dr. Extraño. Y ahora sí, que comience el acto final de esta historia...


-¡Es la hora de las tortas! –gritó la Cosa lanzando un fuerte puñetazo contra el rostro del Capitán Britania, que hizo que éste atravesara la gruesa pared metálica del Anexo de Comunicaciones.

-¡Ve tras él, Ben! –intervino la Mujer Invisible, concentrada en mantener la integridad de su campo de fuerza. -¡No permitas que se acerque a Reed de nuevo!-.

-Eso está hecho, Sue-.

 Dicho lo cual, el héroe de piel rocosa saltó hacia la sala contigua, a través del agujero abierto por Brian Braddock.
Meggan, que había permanecido en un segundo plano mientras su marido asumía la responsabilidad de sancionar aquella infracción transdimensional, cambió entonces de forma para convertirse en una amenazadora criatura de alas correosas que voló directamente hacia donde yacía el cuerpo indefenso de Mr. Fantástico.

-¡Johnny! –gritó ahora la Mujer Invisible con la frente perlada por el sudor.

Exclamando su habitual ¡llamas a mí!, la Antorcha Humana interceptó a Meggan en mitad de su trayectoria, y como respuesta, la mutante inglesa transmutó su piel en una aleación orgánica de material ignífugo, para enzarzarse seguidamente en una violenta pelea contra el miembro más joven de los 4 Fantásticos.

Susan Storm volvió entonces a centrar todos sus esfuerzos en mantener la estabilidad corporal de su marido, que se encontraba a su lado conectado a una enorme maquinaria cúbica, a través de una serie de cables insertos directamente en su cabeza. Reed Richards se retorcía presa de las convulsiones, de forma que sólo el campo de fuerza que había creado la Mujer Invisible a su alrededor conservaba ya su apariencia humana.

A un metro por encima de sus cabezas, una pantalla digital mostraba la palabra “Descargando...”, seguida de un porcentaje que incrementaba lentamente su valor: 84%... 86%... 88%...


Lo cierto era que la situación se le había ido de las manos al cuarteto fantástico, y lo que en un principio debía haber sido una breve incursión en aquella realidad alternativa para recabar información, había degenerado en un conflicto interdimensional con la llegada pocos minutos antes del Capitán Britania y su esposa Meggan; ambos autóctonos de este universo.

-Este enfrentamiento no nos lleva a ningún lado, Grimm –trató de hacerse escuchar Brian Braddock mientras seguía intercambiando golpes con la Cosa en el interior de lo que parecía ser una amplia sala de reuniones. A su derecha, el ventanal que ocupaba toda una pared de la estancia les mostraba el árido paisaje lunar bajo la impresionante imagen de la Tierra suspendida en la negrura del firmamento estrellado.

-Tienes razón, rubiales. Si os largáis por donde habéis venido, ni siquiera os guardaré rencor –contestó la Cosa agarrando uno de los muchos sillones esparcidos por el suelo (uno con la silueta de un murciélago grabada en su parte posterior), para estamparlo contra el torso de su oponente. Como consecuencia, el Capitán Britania salió disparado hacia una mesa circular de grandes proporciones colocada en el mismo centro de la sala, en cuya superficie habían serigrafiado un vistoso logotipo con tres siglas.

Brian Braddock se levantó rápidamente sacudiéndose el polvo y las astillas de madera que se habían posado sobre su uniforme:

-Tu resistencia no hace sino agravar la situación, Grimm. Esta realidad ha sido declarada en cuarentena por la mismísima Roma, Guardiana Omniversal, y no está permitida ni la entrada ni salida de ella. Como ya os he dicho antes, debéis acompañarme a Otromundo para responder de vuestro delito-.

-¿Delito? Hemos venido hasta aquí para liberar a este mundo de la dictadura de Muerte, y de paso, patearle el culo al viejo Víctor. ¿Eso es un delito?-.

-Ben Grimm de Tierra 616: estoy seguro de que vuestras intenciones son nobles, pero no sabéis a qué os enfrentáis. El Dr. Muerte de esta realidad se ha hecho demasiado poderoso, y representa una amenaza para todo el Omniverso. Este mundo ya se ha perdido; no permitiremos que otros le sigan-.

-Pierdes el tiempo conmigo, Capi. No soy Reed, y no vas a convencerme de nada con esas teorías sobre el equilibrio cósmico y demás zarandajas. Para mí, todo esto se reduce a una cuestión muy sencilla: Muerte ha sacado los pies del tiesto, y nosotros vamos a darle de hostias hasta que vuelva a meterlos dentro. Punto y final –concluyó la Cosa arremetiendo otra vez contra Brian Braddock, que ya le esperaba en posición de combate.

Mientras tanto, la pelea entre la Antorcha Humana y Meggan crecía en intensidad a pocos metros de distancia, en el Anexo de Comunicaciones. La multiforme se encontraba cada vez más cerca de Reed y Sue, cambiando constantemente de forma para tratar de aturdir a la Antorcha con un repertorio casi infinito de apariencias, que sólo conservaban la piel ignífuga como característica común.

El porcentaje del panel digital seguía ascendiendo paulatinamente, hasta que por fin...

... 96%... 98%... 100%. Descarga completada.

-¡Stephen! –gritó la Mujer Invisible de inmediato, mientras tomaba en sus brazos el cuerpo repentinamente fláccido de su marido.

Acto seguido, surgió un disco de brillante luz blanca bajo cada uno de los miembros de los 4 Fantásticos, transportándolos muy lejos de aquella realidad.


Brian Braddock se reunió entonces con Meggan junto a la maquinaria cúbica donde hasta hacía sólo unos instantes había estado conectado Reed Richards.

-Han huido al Limbo –sentenció el Capitán Britania leyendo los datos ofrecidos por un pequeño dispositivo que llevaba sujeto a la muñeca izquierda.

-En ese caso se encuentran fuera de nuestra jurisdicción, Brian –apuntó la multiforme. -¿Qué hacemos ahora?-.

-Volver a Otromundo e informar a Roma de lo ocurrido. Debemos prepararnos para el regreso de Richards 616 y su grupo-.

Segundos después, la pareja de mutantes ingleses abandonaba también la Atalaya de la Liga de la Justicia.


Los 4 Fantásticos recuperaban fuerzas en el interior de una pequeña cueva, abierta en la pared granítica de una de las cordilleras más altas del Limbo. 


-¿Cómo te encuentras, Reed? -preguntó la fantasmagórica figura del Dr. Extraño, flotando inmóvil sobre él.

-Un poco aturdido –respondió Mr. Fantástico con los labios resecos, -pero creo que mi cerebro ha conseguido asimilar ya toda la información que me descargué en la Atalaya-.

-Cuando quieras nos vamos a por Muerte, estirado –dijo la Cosa haciendo crujir sus enormes nudillos rocosos.

-No le presiones, Ben –intervino la Mujer Invisible. -Reed tiene que descansar, y además necesitamos trazar un plan antes de...-.

-Tranquila, Sue –la interrumpió su marido. -Estoy bien y... bueno, lo cierto es que ya tengo un plan-.

-¿De veras? -se sorprendió la forma astral del Dr. Extraño.

-Así es. Y debo admitir que fue un acierto que nos enviaras a la base lunar de ese grupo de héroes, la Liga de la Justicia, para averiguar todo lo que necesitaba saber sobre tu mundo: en este momento, conozco tu planeta Tierra como si hubiera vivido en él toda mi vida-.

-¿Y qué nos puedes contar sobre esta Tierra, cuñado?–se interesó Johnny Storm. – ¿Es muy diferente de la nuestra? O al menos, ¿lo era antes de que Muerte se hiciera con ella?-.

Mr. Fantástico se frotó suavemente las sienes con sus largos dedos flexibles antes de responder:

-Esta Tierra es sencillamente apabullante, Johnny. En ella puedes... podías encontrar réplicas de todas los héroes y villanos que conocemos, y muchísimos más que no conocemos: Superman, el Joker, Black Adam, Green Arrow... Estimo que el número de seres con habilidades superhumanas duplicaba al que existe actualmente en nuestro mundo, con todo lo que eso implica en el desarrollo de una sociedad-.

-Supongo que tienes razón, Reed –confirmó el Dr. Extraño con amargura. –Sólo era cuestión de tiempo que el polvorín terminara saltando por los aires...-.

-No te tortures, Stephen –dijo Mr. Fantástico. –He hallado una solución a vuestro problema-.

-¿Sabes cómo derrotar a este Dr. Muerte, cariño? –preguntó Susan Storm.

-Me temo que no, Sue. Víctor se ha convertido en un ser casi todopoderoso, y no creo que nadie pueda hacerle frente a estas alturas: la Tierra es suya-.

-¿Entonces...? –exclamó el Dr. Extraño confundido.

-Simplemente, atajaremos el problema antes de que surja-.

-¡Espera! ¿Quieres decir...? –se anticipó Ben Grimm.

-Efectivamente: viajaremos al pasado de esta realidad-.

-Pero eso ya lo intentó Flash y su Escuadrón de Velocistas –repuso Stephen Extraño aproximando su rostro inmaterial al del líder de los 4 Fantásticos.

-¿Quiénes? –murmuró la Antorcha Humana para sí.

-Fue uno de los últimos intentos de la Liga de la Justicia para derrotar a Muerte –siguió explicando el Dr. Extraño, -pero no dio resultado. Para entonces, Víctor ya había invocado una serie de hechizos que impedían cualquier tipo de traslación temporal sobre la Tierra-.

-Sé lo que pasó, Stephen –contestó Reed Richards dando leves golpecitos contra su sien derecha.

–Recuerda que esos datos se encuentran ya en mi cabeza; especialmente aquellos relacionados con la Doom War-.

-¿Entonces...?-.

-Muerte nunca cometería el error de privarse a sí mismo de una herramienta tan poderosa como esa: estoy seguro de que esos hechizos no afectaron a su Maquina del Tiempo-.

-¿Te refieres a aquella tablucha deslucida que...? –empezó a decir la Cosa.

-Si no me equivoco –intervino la Mujer Invisible, –tu plan consiste en que nos colemos en el Castillo Muerte, y utilicemos su propio invento para viajar al pasado ¿verdad?-.

-Sí, ese es mi plan-.

-¿Y si te equivocas? –dijo la Antorcha Humana. – ¿Y si su Maquina del Tiempo tampoco funciona?-.

-Confía en mí, Johnny: funcionará-.

-¡No! –exclamó el Dr. Extraño, haciendo refulgir su forma astral con una intensa luz blanca. –Tu plan es una locura, Richards. El exceso de confianza fue precisamente lo que acabó con la vida de los 4 Fantásticos de mi universo, y no estoy dispuesto a permitir que os ocurra lo mismo a vosotros-.

-Stephen: es la única manera de vencer a Muerte. En el presente no tenemos ninguna oportunidad contra él-.

-¡Pero es un suicidio! Yo no puedo transportaros desde el Limbo hasta el interior del Castillo Muerte sin que él lo sepa; y si intentara dejaros en las cercanías... Uno de los primeros actos de ese psicópata, antes de iniciar su conquista del mundo, fue aprisionar en Latveria a un elemental de la tierra conocido como la Cosa del Pantano: desde ese momento, ningún ser vivo puede transitar su suelo sin que...-.

El Dr. Extraño calló de repente, mostrando incertidumbre en sus ojos fantasmales.

-¿Qué te ocurre, Stephen? –le preguntó Susan Storm.

-Nada... Es sólo que...-.

-¿Qué? –preguntó la Cosa impaciente.

-Se me acaba de ocurrir una forma de haceros entrar en el Castillo Muerte-.


El disco de teletransportación que enlazaba aquella realidad con el Limbo se abrió en un pequeño claro del bosque que lindaba al sur con el Castillo Muerte. Permaneció abierto apenas unos segundos, pero fue tiempo suficiente para que cuatro figuras renqueantes que parecían salidas del mismísimo infierno cruzaran a través de él.

Su piel era viscosa y fría al tacto. Su pelo, podrido hasta la raíz, caía en lastimosos mechones sobre sus rostros marchitos. Sus cuerpos, carentes de vida, arrastraron los pies descarnados hacia los árboles que crecían alrededor del claro, impulsados por el vigor que les otorgaba un poderoso hechizo necromántico.

Empleando una lengua maldita, articulada mediante chasquidos de cuerdas vocales esclerotizadas, y una serie de gorgoteos purulentos surgidos de lo más profundo de una garganta en avanzado estado de descomposición, los miembros de este pequeño grupo iniciaron una conversación que ningún ser vivo hubiese podido percibir:

-¿Soy el único al que esto le parece repugnante? –preguntó Johnny Storm mientras descubría horrorizado a un gusano que se agitaba retozón en una pústula abierta de su brazo derecho.

-Por una vez voy a tener que darle la razón al cabeza de cerilla –añadió Ben Grimm, cuya característica piel rocosa había sido sustituida por otra de consistencia más blanda y deforme, que amenazaba con desprenderse en varias partes de su cuerpo.

-Tened paciencia. Tan pronto como nos hagamos con la Máquina del Tiempo de Muerte podremos volver a nuestro estado normal –les reprendió Susan Storm, aunque sin poder ocultar el desagrado que le ocasionaba la pérdida de varios dientes que se habían desprendido de sus encías con inquietante facilidad.

-Quién me iba a decir a mí que llegaría el día en que diera cualquier cosa por volver a ver mi fea cara de piedra... –murmuró Ben.

-Yo sólo espero que tengas razón, hermanita, porque no te imaginas las ganas que tengo de quitarme este colgajo del demonio –dijo la Antorcha Humana señalando la pequeña pieza de madera pintada de rojo que pendía de su cuello; idéntica a las que colgaban del cuello de los restantes componentes de los 4 Fantásticos. –Todavía no me explico cómo dejamos que el Doctor Extraño nos convenciera para hacer esto-.

-Era la única forma de asegurarnos de que ni la Cosa del Pantano ni Muerte sepan que estamos aquí –intervino Reed Richards. –Hubiera preferido disponer de más tiempo para trabajar en algún tipo de artefacto que nos ocultara a sus sentidos, sin necesidad de recurrir a la magia, pero...-.

-Magia negra, además: el Stephen de nuestro universo nunca hubiera empleado este tipo de trucos –sentenció la Cosa.

-El Stephen de nuestro universo nunca tuvo a Mordru como maestro –aclaró Mr. Fantástico.

-Querrás decir Mordo-.

-No, Mordru. Pero da igual, Ben, no le conoces(1). Ahora centrémonos en llegar al castillo sin llamar la atención-.

-¿Y el Capitán Britania y su gente de Otromundo? –preguntó Johnny. -¿No sabrán que hemos vuelto a esta realidad?-.

-Posiblemente, pero no creo que violen su propia cuarentena dimensional, aquí en Latveria, arriesgándose a ser descubiertos por Muerte –explicó Mr. Fantástico, añadiendo a continuación:

–Sue, creo que deberías hacernos invisibles: el hecho de que no puedan sentir nuestra presencia, no significa que no puedan vernos con sus propios ojos-.

-Por supuesto, Reed-.

-¡Genial! Así por lo menos podré olvidarme durante un rato de la pinta que tenemos –concluyó la Antorcha Humana. –Esto es lo más absurdo que he visto en mi vida: ¡los 4 Fantásticos convertidos en zombis!-.


Tras dos horas de penoso trayecto, atravesando un bosque de cipreses en primer lugar, y trepando a continuación por la escarpada ladera que subía hasta sus muros, los 4 Fantásticos llegaron por fin al Castillo Muerte.

Sus cuerpos necrotizados no eran capaces de sentir fatiga en aquellas condiciones, pero la lenta descomposición a la que se veían sometidos resultaba cada vez más difícil de sobrellevar.

A una orden de Reed Richards, el grupo se dispuso a elevarse hacia las almenas del ala norte del castillo con la ayuda de un campo de fuerza invisible creado por Susan Storm, pero justo en ese instante...

-¿Qué ocurre ahora? –exclamó la Cosa en aquel lenguaje destinado al uso exclusivo de los muertos. – ¡No puedo moverme! ¡Y nada se mueve a nuestro alrededor! –añadió observando las ramas estáticas de los árboles que crecían pocos metros ladera abajo, y que hasta ese momento se habían mecido agitadas por el viento.

-¿Nos han descubierto? –preguntó Johnny Storm preparándose para arder con la intensidad de una auténtica supernova.

-Tranquilizaos. No soy vuestro enemigo –afirmó una voz robótica, que sin embargo no carecía de calidez humana.

Frente a los 4 Fantásticos, surgió una figura envuelta en una capa marrón con ribetes amarillos, que ocultaba parcialmente su rostro bajo una capucha del mismo color.

-Espero que me disculpéis por encerraros en este campo de éxtasis temporal mientras hablamos, pero la situación es... complicada. Permitid que me presente, soy...-.


-Hourman, antiguo miembro de la Sociedad de la Justicia –concluyó Mr. Fantástico.

-Así es. Me alegra comprobar que aprovechaste vuestra incursión en la Atalaya de la Liga-.

-Fue muy instructiva, en efecto, pero lo que no entiendo es cómo puedes escucharme. Stephen nos aseguró que nada vivo podría percibir nuestras palabras mientras nos encontrásemos bajo la influencia de estos talismanes-.

-Ah, pero es que yo no estoy vivo, doctor Richards –sonrío el organismo sintético.

-Vale, puedes escuchar lo que decimos. Bien por ti –intervino la Cosa. –Y ahora, ¿se puede saber qué quieres de nosotros? ¿Estás aquí para evitar que aticemos a Muerte, como esos chavalotes de Otromundo?-.

-Nada más lejos de mi intención, señor Grimm –contestó Hourman, empleando el mismo tono reposado que había venido utilizando hasta ese momento. –La Resistencia Cronal, grupo al que pertenezco actualmente, se está tomando muchas molestias precisamente para que vuestro plan tenga éxito-.

-¿Nos ayudarás entonces a llegar hasta la Máquina del Tiempo? –dijo la Mujer Invisible.

-Me temo que no. En primer lugar porque el Dr. Muerte sabría de mi presencia en el mismo instante en que pusiera un pie en su castillo. Y en segundo, porque no queremos que lleguéis hasta la Máquina del Tiempo-.

-¿En qué quedamos? ¿No habías dicho que nos ibas a ayudar? –le increpó la Antorcha Humana.

-Sí, pero vuestro plan actual está abocado al fracaso. La situación es la siguiente, doctor Richards –añadió girándose hacia Mr. Fantástico: -La Agencia de Variación Temporal dirigida por Rip Hunter ha declarado en cuarentena este período de tiempo gobernado por el Dr. Muerte, y aunque la

Resistencia Cronal ha tratado de romper el cerco en varias ocasiones, existe una burbuja de cien años a su alrededor de la que nadie puede salir o entrar-.

-Esos bastardos de la AVT... –murmuró Johnny Storm recordando su anterior encuentro con la correspondiente Agencia de Variación Temporal de su universo(2).

-Da mucha confianza saber que en caso de emergencia, los “grandes poderes” se limitan a aislar el problema y mirar a otro lado –bufó la Cosa.

-La cuestión es que Rip Hunter no permitió... permitirá, desde vuestro punto de vista, que viajéis al pasado con la maquina de Muerte, y por tanto, quedaréis atrapados aquí a merced de ese tirano-.

-¿Debo suponer entonces que has venido para ofrecernos un plan alternativo? –preguntó Reed Richards.

-Supones bien. Mientras hablamos, mis compañeros de la Resistencia Cronal se enfrentan a los Hombres Lineales de Hunter, saboteando todos sus instrumentos de control temporal en el proceso. Así es como he podido ponerme en contacto con vosotros, violando la cuarentena, y así es como conseguiréis viajar atrás en el tiempo con la ayuda de este artefacto –concluyó, mostrándoles una pequeña esfera metálica de color dorado, en cuya superficie resaltaba un botón rojo.

-En ese caso, ¿ya no tenemos por qué entrar en el Castillo Muerte? –dijo la Antorcha Humana con un leve tono de esperanza.

-En realidad... sí que tenéis. Kang ha elaborado un estudio muy detallado sobre vuestras posibilidades de cambiar la Historia y...-.

-¿Has dicho Kang? –le interrumpió la Cosa.

-Sí, ya sé que para vosotros es un villano reconocido, pero en estos tiempos desesperados se ha convertido en uno de los miembros más valiosos de nuestro grupo, y confío plenamente en él-.

-Um... –gruñó Ben Grimm con desconfianza.

-Según Kang, la derrota del Dr. Muerte en el pasado estará asegurada al 97,3% si antes de abandonar este punto temporal os lleváis con vosotros a uno de sus prisioneros, encerrado aquí mismo en los sótanos del castillo-.

-¿Y podremos liberarlo sin que Víctor se entere? –preguntó Susan Storm.

-Sí, pero debéis ser muy rápidos. Para ello, dispondréis de este pequeño artefacto de traslación temporal; sin él, Muerte os capturaría antes de que tuvierais la oportunidad de llegar a su Máquina del Tiempo con el prisionero-.

-¿Y cómo funciona? –se interesó Mr. Fantástico, observando la pequeña esfera que reposaba en la mano izquierda del robot.

-El mecanismo es muy sencillo: una vez pulsado el botón rojo, el artefacto se activará en diez segundos, trasladando todo lo que se encuentre en un radio de dos metros a su alrededor, al instante del pasado que tú mismo habías seleccionado ya, Reed Richards-.

Los 4 Fantásticos permanecieron en silencio durante unos segundos mientras rumiaban las palabras de Hourman, congelados en el interior de aquel campo de éxtasis temporal.

Finalmente, Mr. Fantástico tomó la iniciativa respondiendo por todos ellos:

-De acuerdo, haremos lo que dices. Todo lo que aprendí sobre Hourman en la base de datos de la Liga de la Justicia me dice que puedo confiar en ti. Así que, ¿a quién vamos a rescatar del Castillo Muerte? Tenía entendido que Víctor no hacía prisioneros...-.

-Cierto, pero este sujeto es muy especial para él. Se llama Kyle Rayner, y es el Green Lantern del sector 2814-.

-Aquí está nuestro hombre –dijo Ben Grimm.

-No tiene muy buen aspecto, ¿verdad? –añadió Johnny Storm.

Los 4 Fantásticos se encontraban en el interior de una oscura sala excavada en la roca, bajo el Castillo Muerte. Delante de ellos, yacía el cuerpo harapiento de un hombre joven sujeto por varias bandas metálicas a una tabla de acero cromado, con el brazo derecho introducido en un extraño instrumento con forma de larva ultratecnificada.

-¿Qué sabes sobre él, Reed? –preguntó Susan Storm.


-Kyle Rayner es miembro de los Vengadores de esta realidad, y además forma parte de una especie de policía intergaláctica, los Green Lantern Corps, dirigida por una antigua raza alienígena que se autodenomina a sí misma los Guardianes del Universo-.

-O sea, como los Nova Corps –aventuró la Antorcha Humana.

-Parecidos, sí, pero a una escala mucho mayor: el peso que tienen los Green Lantern Corps en este universo hace que, por comparación, el cuerpo creado por los xandarianos no sea más que una mala imitación-.

-Muy interesante, estirado –intervino la Cosa. -¿Y si dejamos las explicaciones para más tarde y nos vamos de aquí cuanto antes?

-Tienes razón, Ben. No perdamos más tiempo-.

Acto seguido, el pequeño grupo de muertos vivientes se aproximó al lugar donde se encontraba Kyle Rayner inconsciente, y tras comprobar que todos ellos se habían colocado dentro del radio de acción del artefacto de traslación temporal, Mr. Fantástico puso en marcha su mecanismo.

La Antorcha Humana se inclinó entonces sobre Green Lantern para ver si aún respiraba, y justo en ese momento, Kyle abrió repentinamente los ojos, y horrorizado ante la visión de aquel cadáver putrefacto que exhalaba su fétido aliento sobre su cara, golpeó con fuerza la cabeza del miembro más joven del grupo con el único brazo que le quedaba libre.

Johnny Storm sintió con desagradable claridad cómo su ojo derecho saltaba de su cuenca ocular, y rodaba a continuación por el suelo de aquella sala escasamente iluminada.

-¡Joder! –exclamó la Antorcha Humana cubriendo la mitad de su rostro con una mano, mientras la

Cosa mantenía inmóvil al agitado Green Lantern sobre la tabla de acero.

La Mujer Invisible se volvió hacia su marido con evidente inquietud reflejada en la mirada:

-¿Volverá a crecerle ese ojo cuando nos quitemos los talismanes?-.

Reed Richards, que no conocía la respuesta, consultó rápidamente la diminuta pantalla digital de la esfera metálica, y viendo que aún faltaban cinco segundos para su activación, trató de estirar un brazo para buscar el ojo perdido entre las sombras de la sala.

Sus huesos crujieron, la piel se desgarró en varios puntos, pero su brazo corrompido se negó a estirarse más allá de unos pocos centímetros.
Mr. Fantástico miró entonces a su esposa durante sólo un instante; le entregó la esfera y corrió apresuradamente hacia el rincón donde debía encontrarse el ojo de su cuñado. Los segundos fueron consumiéndose de forma implacable mientras exploraba cada palmo de aquel suelo pedregoso, hasta que por fin, lo halló junto a una de las paredes y lo lanzó con rapidez hacia las manos de una expectante Susan Storm.

Sin embargo, antes de que Reed tuviera la oportunidad de reunirse de nuevo con su grupo, el tiempo se plegó sobre sí mismo, abandonándole en aquel sótano del Castillo Muerte.

Mr. Fantástico permaneció inmóvil, a la espera de las previsibles consecuencias de sus actos, que llegaron en forma de dos breves sucesos concatenados: primero, una tremenda sacudida que hizo vibrar, e incluso ondularse, todo aquello que le rodeaba; y segundo, un aullido casi inhumano que pareció golpear con intensidad los cimientos del castillo.

Consciente del peligro que corría, Mr. Fantástico gritó entonces al vacío de la sala:

-¡Stephen! ¡Sácame de aquí!-.

Pero no fue un familiar disco de luz blanca lo que acudió a su llamada, sino un leve resplandor rojizo que surgió tras él. Al volverse, el líder de los 4 Fantásticos no pudo sino estremecerse ante la figura de un Víctor Von Muerte casi irreconocible que le habló con una voz cargada de odio:

-Reed Richards...-.

Concluirá.

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Referencias:
1 .- El Barón Mordo es un viejo enemigo del Dr. Extraño, mientras que Mordru es un Señor del Caos que se han enfrentado en repetidas ocasiones a la Sociedad de la Justicia y a la Legión de Super-Héroes.
2 .- Durante la magnífica etapa de Walter Simonson al frente los 4 Fantásticos.

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