| Título: La Batalla por la Ciudad en la Luna Autor: Gabriel Romero Portada: Santiago Ramos Publicado en: Junio 2008
Una terrible amenaza ataca a Attilan, la ciudad de los Inhumanos y sólo la primera familia puede detenerla antes de que la destruya.
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Se enfrentaron a lo desconocido con la cabeza bien alta, y el destino les otorgó poderes increíbles. Y cuando podían haber utilizado esos dones para su propio beneficio, decidieron emplearlos para proteger a toda la Humanidad.Superhéroes, aventureros, exploradores, celebridades públicas, y sobre todo una familia.Reed, Sue, Johnny y Ben, pero para el mundo son...
STAN LEE y ACTION TALES presenta:
Creado por Stan Lee y Jack Kirby
“Quien se empeña en pegarle una pedrada a la Luna, no lo conseguirá, pero terminará sabiendo manejar la honda”.
Proverbio árabe
Prólogo. Condenación
"De: Ban Ki–Moon, Secretario General de las Naciones Unidas.
A: Reed Richards, líder de Los 4 Fantásticos.
Asunto: Nueva Oficina para Asuntos Extraterrestres.
Mensaje: Estimado Doctor Richards, por la presente, y dado el continuo aflujo de poblaciones crecientes de origen alienígena en nuestro planeta (con frecuencia mal atendidos y con sus derechos sin posibilidad de defensa clara por parte de ningún organismo internacional) le notifico la intención de la Asamblea General de las Naciones Unidas de crear un Departamento bajo nuestro cargo que se encargue de semejantes tareas. El nombre elegido ha sido el de “Bureau for Extraterrestrial Affairs” (BETA, en sus siglas), y deseamos ofrecerle de manera oficial el cargo de Director General. Sería un honor para todos nosotros que usted dirigiera esta Oficina, pues nadie en todo el planeta posee sus conocimientos acerca de la tremenda variedad de comunidades alienígenas.
Aguardo noticias suyas al respecto.
Amanecía por fin en las ruinosas y demolidas superficies de la Luna."
El sol jugueteaba travieso en los fragmentos rotos de metal, en el cristal resquebrajado, en el cemento venido abajo.
Y más allá, lejos del hogar de aquellos hijos bastardos de los Kree, en el mismo borde del Área Azul de la Luna, dos presencias del Cosmos les observan.
Una altísima y desproporcionada, de rasgos y formas sólo lejanamente humanoides, envuelto en una rica túnica de oro. El otro más cercano al mortal que fue una vez, salvo por el aspecto brillante y plateado de su carne, sus ojos luminosos que guardan los secretos de todo un universo, y el temido objeto que atesora en sus manos.
– Trágica la derrota de estos seres – habló el más alto de ellos, como si no esperara que el otro pudiera oírle –. Una continúa tragedia, la vida de los Inhumanos…
– Al menos hallaron un lugar donde asentarse, Uatu. Los hay que estamos condenados a vagar por siempre de una estrella a otra, sin derecho a la paz del espíritu.
– Eso no será mucho consuelo para ellos, Norrin Radd. Hoy los hijos de Attilan han encontrado su amargo destino en el dolor y la amargura. ¿Crees que tu propia condena les afectará mucho en este día?
– Debería afectarles. Yo intenté llegar a tiempo de actuar… cambiar los hechos… pero no he podido más que contemplar los resultados a distancia. Supe de esta amarga conspiración en Tauris VII… Al parecer, el causante de tan horrible destrucción tiene amigos poderosos en otras constelaciones… Volé tan rápido como pude, atravesando el Cosmos en mi tabla para salvar a los Inhumanos… Pero ni tan siquiera yo, que domino el poder cósmico, he sido capaz de alterar su destino…
– No te amargues, heraldo. Los Inhumanos saben que éste es su pago por existir… Disfrutan de dones físicos y mentales como ninguna otra raza en el Cosmos, fruto de los horribles experimentos genéticos de los Kree… y a cambio saben que jamás podrán ser felices.
– Sí, son un pueblo triste y sin futuro. Han recorrido las galaxias, apátridas buscando un lugar donde asentarse, para finalmente regresar a donde todo empezó… el Área Azul. El emplazamiento de la primera batalla entre los Kree y los Skrulls… Pero dime, Uatu, ¿desde cuándo están juntos de nuevo? Lo último que oí era que la Familia Real había sido expulsada por su propio pueblo, dejada al olvido mientras ellos seguían en poder de los Kree, y que sólo Rayo Negro y su estirpe vivían ahora en las ruinas de Attilan. ¿Cuándo ha sido que eso cambió? ¿Por qué regresaron los Inhumanos?
– Oh, hablas de hechos muy recientes, Estela. En verdad grandes tragedias han ocurrido a los Inhumanos en este tiempo, y muchos cambios en su hogar. Desde aquel viejo emplazamiento en el Océano Atlántico, donde existieron por eones, más tarde al Himalaya, refugiándose de la maldad y los curiosos ojos del hombre, y finalmente al Área Azul de la Luna, por mediación del humano Reed Richards, que buscó así protegerlos de los terribles cambios climáticos y la polución del aire que trajo el progreso, y que los estaban matando. Por años vivieron en este lugar desolado, conviviendo conmigo sin vernos nunca, hasta que la cruenta guerra entre Kree y Skrulls terminó por afectarles. Sus creadores vinieron a por ellos, con falsas promesas de avance e identidad, de hermanamiento en las estrellas. Los Inhumanos creyeron entonces que con los Kree podrían hallar la verdadera naturaleza de su ser, entender quiénes son, y por qué están en el Universo. La vieja duda existencialista de todo ser con raciocinio. Pero en este caso, el existencialismo fue manchado con el rojo de la sangre.
– Los Kree les utilizaron como soldados especiales…
– En efecto. No querían de los Inhumanos otra cosa que peones para morir en su lugar. ¿Para qué sacrificar a sus propios soldados cuando tenían a su disposición toda una raza de esclavos fieles? ¿De estúpidos mutantes a los que ganarse con unas cuantas promesas de futuro? Rayo Negro lo supo antes que nadie, y se ganó la enemistad de su gente al proclamarlo. Los Inhumanos tenían sus esperanzas puestas en los Kree, y matarían a cualquiera que fuera a abrirles los ojos. El resultado fue que, antes que matarlos, desterraron del Gran Refugio a toda la Familia Real.
– Pero finalmente entraron en razón…
– Los Inhumanos pueden ser gente de fe, incluso más allá de lo razonable, pero no son suicidas. Cuando se hizo obvio que los Kree no iban a darles otra cosa que una muerte poco honorable en batallas que no les pertenecían, tomaron la decisión de marcharse. Fue duro, y muchos cayeron en el levantamiento, pero al final lograron abandonar su prisión autoimpuesta.
– Y volvieron a la Luna, y con su rey…
– ¿Y dónde si no? ¿En qué otro rincón del Universo podrían haber tenido paz y libertad, y bajo el mandato de quién? Rayo Negro es un hombre de ciencia y poder, y supo aceptar de nuevo la guía de su pueblo. Se reunieron, y decidieron luchar por un futuro armónico y esperanzado.
– Pues no ha sido nada de eso…
– No. Ni lo será en adelante. Les esperan malos tiempos, y sólo yo podré contemplarlo en toda su evolución.
– Pero… ¿cómo ha sido la batalla? ¿Y por qué? No logro entenderlo…
– Yo sí, Norrin Radd, y te lo mostraré…
Uatu el Vigilante movió una mano por delante de sus ojos, y del aire mismo brotó una luz brillante que parecía dotada de vida. Creció, tembló, se arremolinó flotando frente a ellos, y asumió la forma de una inmensa pantalla de visualización.
En la que tomó apariencia la horrible tragedia…
Presentaciones
Hola, queridos amigos, y bienvenidos a otro programa de “Tardes con Melina”. Soy Melina Conroy, su guía en nuevo viaje por la actualidad y el saber. Hoy hablaremos de muchos y muy variados temas: Ron Summers nos contará la forma de vida de los nómadas saharianos… Rachel Todd asistió en directo a la más reciente ascensión a la cara norte del Everest… Millie Storm hizo una visita de un día al “Corredor de la Muerte”… Pero sobre todo, nuestro plato fuerte de hoy será una entrevista exclusiva con la nueva Embajadora Skrull en la Tierra, la famosa miss Lyja.
¿Están ustedes dispuestos a perdérselo?
No se marchen. Volvemos en unos segundos, después de unos breves consejos publicitarios…
– La alarma saltó a las 10:45 horas de la noche – dijo la seria voz metálica –. Los satélites que orbitan la Luna lo detectaron moviéndose en las proximidades del Mar de la Tranquilidad, y al instante supimos que era hostil. Demasiado grande… demasiado rápido… Ya están de camino los Ases del Cielo, pero no creo que lleguen a tiempo. Es un robot de más de cien metros de altura y unas cien toneladas, que se mueve a más de doscientos kilómetros por hora, y está aproximándose a la Ciudad de Attilan. Saben la clase de amenaza que eso supone…
– Pronto no será nada, señor Secretario General – contestó Reed Richards, mientras corría por el interior de su base de operaciones en Manhattan –. Ya estábamos preparados para algo así. El FBI y la Antorcha Humana localizaron el cuartel general de un villano bajo el desierto de Arizona (1), y todo hace pensar que es el mismo hombre que ha enviado este robot. Alguien con resentimientos hacia los Inhumanos, sin duda un traidor a los suyos. No se preocupe, terminaremos con esta amenaza. De hecho ya vamos para allá…
Mister Fantástico cortó la comunicación, miró hacia su familia, y en segundos Los 4 Fantásticos bajaron los niveles que lo separaban del hangar… y de la cabina de teleportaciones.
Los Ases del Cielo ya habían partido, pero no iban a alcanzar su destino a tiempo. Eran los mejores aviadores del mundo, y sus naves las más rápidas que se hubieran inventado, pero ni eso sería suficiente. La distancia entre su base (en la famosa Isla del Progreso, en medio del Océano Atlántico) y la amenazada Ciudad de Attilan, en plena Zona Azul de la Luna, era de más de trescientos mil kilómetros, y hasta para ellos eso significaba unos cuantos minutos de viaje. Minutos que no tenían…
La Primera Familia corrió hacia la ancha y dorada plataforma enclavada en el suelo, Susan Richards tomó el mando portátil de programación, y marcó el código específico de Ciudad Lunar. Al instante les envolvió una extraña nube de partículas luminosas, sus cuerpos parecieron estirarse y encogerse a la vez, y toda su materia se transformó en energía. Después, su ser y sus almas fueron instantáneamente recogidos por la computadora, condensados en un estrecho rayo láser invisible al ojo humano, y enviados a la Luna.
A trescientos mil kilómetros por segundo (la impresionante velocidad de la luz), el viaje hasta la magnífica ciudad de los Inhumanos no duró ni el tiempo necesario para contarlo.
Una vez allí, una inmensa antena receptora, situada en lo más alto de la gigantesca Torre de Observación Espacial, recibió e interpretó la energía que venía hasta ella cruzando el cosmos, y volvió a convertirla en superhéroes.
Otra amplia plataforma dorada, análoga en todo a aquélla que apenas acababan de dejar, transformó de nuevo la energía en materia, sirviéndose de la tupida nube de partículas cuánticas para volver a hacerles personas. Y ante ellos se abrió una enorme sala oscura y espaciosa, plagada de seres sólo remotamente humanos: era la Sala del Trono de los Inhumanos.
Y allí, otra vez, el Mejor Equipo de Combate del Mundo estuvo de nuevo en activo, dispuesto a pelear por la Justicia en todo el Universo.
La Franklin Richards
– Hola, amigos, y bienvenidos de nuevo. Y buenas tardes a nuestra invitada, miss Lyja de la Nación Skrull, Embajadora en la Tierra de su antigua raza.
– Gracias, Melina, y buenas tardes a ti también.
– Es un honor para este programa que hayas decidido concederle una entrevista en exclusiva, Lyja (¿puedo llamarte Lyja?). La verdad es que has supuesto todo un revulsivo en esta vieja ciudad. Ya estábamos cansados de actores y actrices enganchados a la droga y a destrozar habitaciones de hotel… Nos hacía falta algo diferente… Y llegaste tú.
– Bueno, Melina… Nos es que mi llegada estuviera prevista… y menos que tuviera en cuenta las adicciones de vuestros famosos. El cargo de Embajadora me fue concedido por el gran Emperador Talos del Mundo Skrull (2) como reconocimiento a mi trabajo durante la Guerra Civil. Y lo acepto con orgullo.
- Pero no es sólo un tema de reconocimiento, ¿no es así? Hay un verdadero interés en que las cosas cambien entre ambas razas. En que llegue la paz y terminen las desconfianzas.
– Sí, es justo como dices. Los Skrulls estamos cansados de luchar y morir, de las campañas de conquista y las misiones de espionaje. Queremos vivir en paz, y demostrárselo a los humanos. Por desgracia, la Tierra, igual que otros muchos planetas, ha sufrido la maldad de mi gente de manera habitual. Tanto héroes como humanos corrientes han sido heridos o asesinados por las crueles órdenes del antiguo Emperador Skrull. Eran los tiempos de Dorrek VII, de las maquinaciones para que nadie pusiera en duda su poder, de las manipulaciones genéticas a fetos para obtener seres aún más capaces, y de la crueldad sin paliativos. Fue la época en que los Skrulls conocimos la Tierra, y los superhéroes impidieron la primera conquista. Y el Emperador ordenó infiltrar sus espías.
– Bueno… Es una historia dura, Lyja.
– Y tanto, Melina. Los Skrulls hemos sufrido largas dictaduras totalitarias, un gobierno de castas en el que sólo era permitido el salvajismo y la maldad. Por suerte, todo eso ya es historia pasada…
– ¿Qué sabemos del robot? – preguntó Richards, en el mismo instante en que recuperó la conciencia de sí mismo.
– No mucho – respondió Gorgón, Jefe de los Ejércitos de los Inhumanos (en realidad un ser monstruoso de enorme estatura y pezuñas por pies) –. Apareció en nuestros detectores hace nueve minutos, y no ha dejado de moverse desde entonces. Surgió de las afueras del Mar de la Tranquilidad, de un pozo que no habíamos descubierto antes, y que nuestros satélites vigilan ahora sin nuevos hallazgos.
– No entréis solos. Johnny investigó la base secreta del villano que lo ha construido. Quiero que veáis las imágenes antes de nada. Estoy seguro de que hallaréis respuestas que nosotros desconocemos… ¿Qué pasó después?
– Se ha estado moviendo en línea recta, como un misil disparado hacia nosotros. Resiste los impactos láser más potentes, las bombas–trazadoras, las naves… No sé quién ha podido diseñarlo, Reed, pero desde luego ha hecho un buen trabajo…
– Los más grandes también terminan cayendo – cortó Ben Grimm, mientras activaba su transformación en la Cosa –. Y al fin y al cabo, es sólo un robot. Basta con quitarle las pilas, ¿no?
– Espero que sea así de fácil – intervino Sue Richards –. Gorgón, explícanos las características de ese bicho…
– Cien metros de altura – respondió el Inhumano de memoria –. Ciento doce toneladas de peso estimado (en gravedad terrestre). Doscientos cincuenta kilómetros por hora de velocidad de trayectoria. Su fuerza de impacto es imposible de calcular, pero si hasta ahora ha resistido todo lo que hemos tirado, podemos imaginar que los edificios de Attilan no serán un gran reto para él…
– No te preocupes, grandullón – sonrió la Antorcha –. No dejaremos que ponga un pie en tu bonita ciudad. Somos los héroes favoritos de los niños, ¿recuerdas?
– Johnny, por favor – cortó en seco Mister Fantástico –. Este trabajo va a ser duro, y no podremos permitirnos el lujo de bromear. ¿Tenéis lista la nave, Gorgón?
– Sí, amigo. La Franklin Richards está dispuesta en el hangar nueve. Y… que tengáis suerte.
Los 4 Fantásticos se giraron hacia el enorme General Inhumano, y vieron en su rostro un profundo signo de preocupación. La Cosa sonrió, con esa mueca de eterna confianza, y puso una gran mano naranja en el hombro de su amigo.
– Tranquilo, ¿eh, Pezuñitas? Nos enfrentamos a estas cosas todos los días. El principal problema será qué hacer mañana. Espero que algún otro genio científico planee un ataque en masa contra un núcleo urbano densamente poblado, o voy a aburrirme muchísimo…
Y caminaron orgullosos por el largo pasillo brillante, sonriendo y altivos. Afrontando el peligro con la cabeza bien alta.
Por un segundo, la Mujer Invisible echó un vistazo a través de la ventana, y su corazón no pudo evitar un terrible vuelco.
La hermosa Ciudad de los Inhumanos, tan brillante como un mar de valiosas joyas decorando el infinito… Un eterno océano de torres puntiagudas rayando el cielo, un mundo ajeno y misterioso diseñado por los Kree en sus malignos laboratorios de investigación genética… Altas cúpulas holladas por seres extraños con alas de cuero o plumas, autopistas elevadas donde caminan en silencio engendros de cuatro patas con el cerebro de Einstein.
Attilan es un misterio irresoluble, una nación al margen de todo lo conocido, que poderosos alienígenas sembraron en la Tierra hace milenios. Grandiosas semillas, cultivadas sin prisa a lo largo de un tortuoso camino de evolución sin igual. Cada Inhumano es único, cada forma y cada apéndice es el resultado de un espectacular desarrollo espontáneo e independiente, que nunca ha de acabar. Mientras exista Attilan, los Inhumanos seguirán transformándose, herederos de un poder sin igual escrito en las estrellas.
Ellos no son humanos, ni son Kree: son apátridas, vagabundos del cosmos, que sólo se tienen a sí mismos.
Y a Los 4 Fantásticos, que les salvaron la vida al llevarlos a la Luna.
“No, un lugar tan increíble no puede ser destruido…”
La Franklin Richards, producto de la investigación conjunta de Fantastic Four Inc y la tecnología de los Inhumanos, era la más veloz e impresionante de todas las naves de las Naciones Unidas. Su larga silueta de más de treinta metros y su brillante superficie plateada la habían convertido en un símbolo universal, en una bandera de progreso, de paz e igualdad. Cuando la gente la veía surcar el cielo, podía respirar tranquila, porque sabían que sus Héroes estaban allí para protegerlos.

Telas suaves y ligeras, pero férreas y seguras cuando era necesario, el clásico uniforme azul y negro envolvió otra vez sus cuerpos, como llevaba haciendo tantos años. Y el grueso escudo con el enorme 4 labrado engalanó sus pechos.
Ya no eran científicos, ni aventureros, ni exploradores: volvían a ser, simple y llanamente, Los 4 Fantásticos.
En un segundo ocuparon la cabina de la impresionante nave, y pusieron en marcha los motores. La Franklin Richards rugió, con sus gigantescos propulsores gemelos de fusión nuclear, retumbando en cada hueco y cada pasillo del Centro de Observación Espacial de los Inhumanos.
Los Héroes se dirigían hacia la muerte, y tenía que quedar lo bastante claro.
Primer contacto
– Y dinos, Lyja, ¿Qué nos puedes contar acerca de la Historia de tu raza? Por desgracia no es demasiado conocida en la Tierra, y lo que sabemos de ella procede en muchas ocasiones de falsos datos recogidos por terceros, y que hasta ahora nunca han podido ser contrastados.
– Sí, tienes razón, Melina. Veamos, los Skrulls provenimos de ancestros reptilianos, parecidos a los lagartos terrestres, que evolucionaron a lo largo de milenios hasta convertirse en bípedos humanoides de piel verde, tal y como ahora podéis vernos. Nacimos en el llamado planeta Skrullos, en el Sistema Drox de la Galaxia Andrómeda, aunque ahora nos hayamos extendido por medio Universo. En las primeras etapas de nuestro desarrollo como especie, recibimos en Skrullos la visita de los Celestiales, una especie de dioses cósmicos que los superhéroes de la Tierra conocen bien. Estas deidades jugaron con nosotros y nuestros genes, seleccionando las especies que progresarían y cuáles no, y dotándonos de la capacidad innata para cambiar nuestro aspecto físico a voluntad. Desde el experimento llevado a cabo por los Celestiales, los Skrulls podemos mutar nuestros tejidos como nos plazca, emulando la apariencia de cualquier ser vivo o inerte del Cosmos. Podemos copiar una silla o a Franklin Delano Roosevelt, lo que cada uno prefiera. No es posible, en cambio, emular poderes sobrehumanos ni pautas cerebrales. Sólo apariencias.
– Bueno… seríais unos actores sensacionales…
– Sí, el Súper–Skrull ya llegó a esa conclusión por sí mismo… y de hecho estuvo viviendo un tiempo en la Tierra como un especialista de películas de acción. Pero debo admitir, no sin vergüenza, que la primera utilidad que mi raza encontró a sus nuevas habilidades fue la suplantación y el espionaje. Hacerse dueños supremos de Skrullos no fue suficiente, y pronto dominaron los secretos del viaje espacial, llegando a otras galaxias próximas, e intentando subyugarlas. Nuestro poder de mimetización les convertía en los espías ideales, y no dudaron en utilizarlo sobradamente para construir un Imperio. El Primer Imperio Skrull, edificado sobre el miedo a seres que podían convertirse en cualquier cosa.
– Sí, desde luego es un uso terrible. Pero aun así tengo entendido que sufrieron duros reveses, ¿no es cierto?
– Y tanto. El Comité Científico de Skrullos fabricó el primer Cubo Cósmico, y por su manejo sufrimos la destrucción de las dos terceras partes del Imperio, la pérdida de innumerables vidas, e incluso un marcado retroceso en la escala evolutiva. Ese Cubo es el que más tarde se convirtió en el Conformador de Mundos, y nosotros tuvimos que luchar duro para regresar al lugar del que habíamos partido.
» Más tarde vino la Guerra con los Kree, que se alargó durante miles de años y cientos de planetas, con un infinito derramamiento de sangre, y que sólo recientemente hemos logrado detener. Parece que al fin hay un nuevo interés por ambas partes para obtener la paz.
– Y después… después llegó Galactus…
– Sí. Después llegó Galactus.
» Con los siglos, Melina, el centro de gobierno del Imperio Skrull se trasladó de mundo, desde el viejo y arcaico Skrullos al moderno y ultra–tecnificado Tarnax IV, que además presentaba un emplazamiento mucho más seguro, en pleno centro del territorio Skrull. Parecía que el futuro se presentaría dulce y honroso para los míos… pero nada más lejos de la verdad. Lo único que nos esperaba era el caos, y más guerra. Tarnax IV fue encontrado fácilmente por el temido Galactus, el Devorador de Mundos, que no tardó demasiado en destruirlo y consumirlo por completo. Miles de millones de almas tragadas al instante… calcinadas y convertidas en energía pura… todo para saciar el hambre infinita del maligno dios espacial. Pe… Perdona, Melina… no puedo seguir…
– Claro, Lyja, tranquila… No pasa nada, podemos entender tu dolor… Nunca la Humanidad ha tenido que enfrentarse a un holocausto parecido… Si quieres, podemos hacer una pausa publicitaria…
– No… No, descuida… Creo que seré capaz… Se supone que venía preparada para esto… pero no es fácil. Galactus fue lo más terrible que le ha pasado nunca a mi raza, y temo que jamás seremos capaces de superarlo. Nosotros no tuvimos la fortuna de contar con superhéroes que nos defendieran, ni un Vigilante que tomara parte en nuestro bando… No quiero decir con esto que lo mereciéramos… Sin duda habrá muchas especies del Cosmos que se alegraron de lo que sucedió, y lo veían como algún tipo de justicia poética contra los mismos tiranos que les estaban oprimiendo… Pero el dolor de mi pueblo fue increíble, y el caos y la anarquía que siguieron llenaron aun más las calles de sangre. Sin Tarnax IV, y sin la Emperatriz, los Skrulls nos dividimos en facciones militares en guerra, luchando hasta la muerte por un poder que no hacía más que provocar nuevas matanzas. La más reciente hace no mucho, la que los periódicos llamaron La Guerra Civil Skrull, y que ha terminado con el nombramiento de Talos I el Indómito como Gran Emperador de Todos los Skrulls.
– Y la llegada por fin de la paz entre los tuyos…
– Sí, Melina… Por fin…
La propulsión aplastó sus cuerpos contra los anchos sillones de cuero negro, mientras en la pantalla discurría a toda velocidad el amplio hangar, y al fondo se abrían las grandes puertas que daban al exterior. Y un eterno mar de estrellas llenó sus ojos.
Y volaron por encima de Attilan.
El cielo era oscuro como la muerte, plagado de diminutas perlas de un valor incalculable. Perlas que, tal y como Los 4 Fantásticos habían descubierto a lo largo de sus increíbles viajes, albergaban infinitas formas de vida. La Mujer Invisible perdió un instante su vista entre ellas, y soñó con cuántos nuevos mundos aún les quedaban por visitar…
Pero no dejó que su fantasía volara libre mucho tiempo. Tenían una misión que cumplir y, por lo que decían los informes, no iba a ser nada fácil…
Ben Grimm pilotó la nave a toda velocidad, guiándola en línea recta hasta más allá de los preciosos edificios de colores metálicos, de las largas autopistas elevadas y sus vehículos antigravitatorios, moviéndose como una abeja ruidosa que se aleja de la ciudad. Adentrándose en las áreas más lejanas y limítrofes de la Zona Azul de la Luna.
Y entonces lo vieron…
Era gigantesco, un monstruoso titán de acero y roca sin rasgos humanoides, y que movía terriblemente deprisa sus dos largos brazos, acabados en sendos bloques de piedra, que apuntaba con fiereza a los rascacielos más externos de Attilan.
Sus ojos eran dos pequeños puntos luminosos, de un rojo mezquino, y en lo que debía ser su rostro, no había ningún otro elemento que lo marcara: ni boca, ni nariz ni oídos. Su cuerpo era una masa informe, con sólo esas dos largas y férreas protuberancias a modo de brazos, y sus piernas eran altas columnas de roca asentadas con firmeza en el suelo lunar.
Al verlo, Reed Richards se estremeció por un instante.
¿Quién podía haber creado semejante aberración? ¿Y con qué fin?
Bueno, eso era bastante más obvio. Aquel ser atroz sólo existía por un motivo: traer la muerte al hogar de los Inhumanos.
La Cosa enfiló el morro hacia la gigantesca espalda del monstruo, pulsó un minúsculo botón dorado bajo el timón, y apuntó los misiles.
– ¡Atención, chicos! – gritó el piloto de Brooklyn –. ¡Voy a daros una cobertura para que podáis bajar!
– ¡Estamos al borde del Área Azul, y por tanto del oxígeno! – Dijo Reed Richards –. ¡Pero no os preocupéis por nada! ¡Los nuevos trajes funcionarán igual de bien en el espacio (3)! ¡Respirad con normalidad y los esferoides crearán un aura de supervivencia en torno a vuestros cuerpos!
Grimm cogió con fuerza el timón, y se preparó para la arriesgada maniobra. La Franklin Richards era la nave más rápida y maniobrable del mundo, pero tampoco le faltaban armas para el combate. Portaba bajo las alas una buena colección de cañones y cohetes tierra–aire, sin olvidar proyectores láser y rayos de tracción. A pesar de que la Cosa se declaraba pacifista a ultranza, no temía luchar para defender esa misma paz con que soñaba.
Seleccionó el blanco (sin muchos problemas, pues aquella espalda inmensa ocupaba todo su visor frontal), y oprimió el botón.
Veinte misiles partieron de sus fundas bajo las alas, al tiempo que la nave ascendía bruscamente. El estallido fue brutal, iluminando la superficie de la Luna como un nuevo sol.
Y en aquella área privilegiada bañada de oxígeno, el trueno dejó sordos a todos sus habitantes.
La Franklin Richards siguió camino por encima de la urbe, bañada en el intenso fulgor de la guerra. Por unos segundos, ni los ojos del héroe naranja ni sus instrumentos de medida fueron útiles, sobrecargados de estímulos luminosos. Pilotó por inercia, por el agudo instinto de los cazadores, y dejó que su vista se fuera acomodando al exterior, protegida por el visor tamizado de la nave. Y entonces soltó su carga.
Las grandes portezuelas bajo el morro se abrieron de par en par, y tres osados aventureros saltaron hacia la muerte.
Un ancho y plano Mister Fantástico jugó con la reducida gravedad de la Luna para volar libre como un pájaro hasta su presa. La Antorcha Humana se sintió feliz al notar cómo el aura artificial de su traje aumentaba en respuesta a su elevada temperatura corporal, y estalló en llamas. La Mujer Invisible creó al instante un campo de fuerza en el que apoyarse con suavidad, y bajó a tierra como una pluma mecida por el viento.
Los guerreros estaban preparados. Pero… ¿su rival habría aguantado el enorme castigo…?
– ¿Puedes detectar algo? – preguntó Mister Fantástico, sin apartar la vista de la gigantesca nube de polvo que llenaba la imagen.
Por encima de ellos sobrevoló grácil la Franklin Richards, zarandeada por la onda expansiva como un jinete en un rodeo. La Cosa mantuvo firme el timón, diseñado específicamente para sus deformes manos de rocas naranjas, y no permitió que nada le venciera. Nunca.
La pantalla estaba ciega, colmada de brillantísima luz dorada, y los instrumentos marcaban niveles de radiación incomprensibles. Pero ni eso iba a poder con él…
– Chicos, no veo nada, y la computadora tampoco. Estoy pilotando por instinto. ¿Cómo vais vosotros por ahí abajo…?
– Perfectos, Ben – respondió la Mujer Invisible, mientras consultaba la pantalla holográfica del Contador Geiger –. La explosión ha liberado unas tremendas cantidades de energía, y la radiactividad natural del subsuelo está poniendo en aprietos los nuevos uniformes… pero con mi campo de fuerza no podrá. Ahora queda saber si aún tenemos un villano que combatir…
La Cosa miró al interior de la luz, y rezó por que no quedara mucho. Si el robot había sobrevivido a un ataque como ése, entonces iba a hacerles trabajar de verdad. Entornó sus párpados de roca, respiró hondo, e hizo que los motores rugieran con fiereza.
Y sus ojos especiales, avanzados más allá de lo propio del Hombre, y adaptados a las condiciones más duras, no tardaron en hacerse con el control del momento. Y sus manos fortísimas sometieron al timón. Giró, y afrontó de nuevo lo poco que pudiera quedar de su enemigo.
Y allí lo vio otra vez.
Más allá del humo y del fulgor, más allá de la guerra y los horrendos misiles que había utilizado, allí estaba su rival. El monstruo, intacto. Igual de gigantesco y temible, igual de letal con sus larguísimos brazos de roca. Y mucho más furioso que nunca.
Sus malignos ojillos color sangre se clavaron en el pequeño mosquito que lo amenazaba. Y había un compendio de ira y sorpresa al contemplarlo. ¿Cómo podía un ser tan minúsculo liberar tal grado de violencia? ¿Qué podía ser aquello…?
Pero no hizo signos de sentirse impresionado. En un segundo, su enorme pero inútil cerebro tomó la decisión de librarse del peligro. Y al instante, sendos rayos de pura energía carmesí brotaron de sus ojos, abiertos en abanico, buscando a su presa. Grimm tuvo que maniobrar de manera frenética, esquivando el ataque como pudo, y aun así la cola de la Franklin Richards resultó totalmente abrasada. El ordenador se puso a chillar como un loco, tratando de evaluar los daños a toda prisa.
– ¡Ben! ¡Ben! – gritaba la radio –. ¿Estás bien? ¿Qué ha sucedido?
– Ese monstruo es rápido – dijo la Cosa, con un cierto tono de angustia –. ¿Alguien podría echarme una mano? No tengo intención de convertirme en rocas lunares, y que luego me vendan como estúpidos souvenirs para turistas.
Y la ayuda vino al instante.
La nave pareció de pronto sostenerse sola en el vacío, como si hubiera caído sobre un blando colchón de plumas. La Cosa miró por la ventanilla, y supo lo que había ocurrido. Un blando colchón… fabricado con aire caliente, y la llama de la Antorcha.
– ¡No te preocupes, Cara–Ladrillo! – dijo Johnny Storm –. ¡Da gracias a la extraña atmósfera del Área Azul de la Luna, y a que pueda jugar con ella para salvar tu enorme culo naranja!
Y el héroe de Brooklyn vio con alivio que había tenido mucha suerte. Aún seguía de una pieza, y de milagro podría continuar en la batalla.
Pero la ilusión no le duró mucho. Miró a lo alto, y vio el gigantesco coloso que le había dejado en ridículo, y que ahora avanzaba imparable, más allá del lugar donde estaban los superhéroes, hasta los bordes de Attilan.
En pocos segundos morirían millones de Inhumanos.
Iban a tener que pensar una estrategia distinta…
Encarnizamiento
– Y hablando precisamente de eso, Lyja: ¿Qué puedes contarnos del nuevo Emperador? No hay muchas noticias fiables sobre Talos el Indómito… Hablan de que peleó contra Hulk, y que tiene un hacha mágica que le entregó el Rey de Asgard… pero esas fuentes no son muy de fiar… Dinos, Lyja, ¿quién es Talos I, Emperador de los Skrulls?
– Es un hombre de honor, Melina, un gran guerrero curtido en miles de batallas, y precisamente por eso sabe valorar la importancia de la paz.
» Es familia de la anterior Emperatriz, la amada R´Kll, pero nació con un error genético que le privó de la capacidad metamórfica de todos los Skrulls. Así que Talos se vio en la necesidad de probarse a sí mismo mucho más que cualquier otro. Se unió al Ejército Imperial, y luchó con honor en numerosas batallas de la Guerra con los Kree. Cuando las heridas que sufrió eran tan graves que amenazaban con apartarle del servicio activo, sustituyó esas partes de su cuerpo por prótesis–robot, lo que mejoró sus capacidades de combate.
– No os andáis con tonterías en el Mundo Skrull, ¿eh?
– Para su estricta mentalidad, ser retirado del campo de batalla habría sido un destino peor que la muerte. El honor es algo básico para los militares. Sé que también es de este modo en la Tierra, ¿verdad?
– Y tanto. Díselo a los de la Tormenta del Desierto…
– Pero a Talos no le fue fácil ganarse el honor. Fue capturado por los Kree, y le impidieron morir por los suyos. Lo sometieron a cientos de interrogatorios y torturas, con macabros sueros de la verdad que le privaban de su propia mente. Luego fue liberado.
– ¿Le soltaron? Vaya… no lo creía posible… Por lo que había oído, no había mucho cariño precisamente entre Kree y Skrulls.
– No, ninguno. Por eso lo hicieron. No hay mejor forma de aniquilar a un soldado Skrull que ridiculizarlo y dejarlo con vida. Talos perdió el coraje, la voluntad, y no tuvo fuerzas ni para matarse él mismo. La Emperatriz lo repudió, igual que todo el Ejército, y el hombre que había llegado a General quedó convertido en menos que pordiosero.
– Un destino cruel…
– Mucho. Cruzó mundos y galaxias en busca de una muerte honorable, pero no halló forma de obtenerla. Ése fue el motivo de que se enfrentara a Hulk. Pensó que nada más que una derrota a manos del Coloso Esmeralda podría salvar su espíritu. Pero ni eso consiguió.
– ¿Venció a Hulk?
– Tendrías que haber visto esa pelea. No ganó la muerte, sino la redención. Fue transmitida por todo el Imperio, y los altos mandos del Ejército se presentaron ante él para devolverle su puesto. Nadie fue tan renombrado como Talos en los últimos siglos…
– Y ya os olíais que ganaría el cargo de Emperador…
– R´Kll era quien tenía derecho a sentarse en el Trono de los Skrulls, y nadie negaría eso jamás… Pero la Guerra Civil lo cambió todo. Muchos altos cargos murieron… Millones de los nuestros fueron masacrados o esclavizados… Cogidos en medio de un enfrentamiento salvaje, en una lucha eterna y sin salida… que sólo gracias a los campeones de la Tierra pudo hallar su final. Qué ironía… Los mismos héroes que los antiguos Emperadores quisieron destruir para siempre…
– Y fue entonces cuando Talos surgió para guiar el Imperio.
– Él lideró el grupo de rebeldes que se enfrentaron a la Gran Inteligencia Skrull, ese horror innombrable que nunca debió existir. Talos era el hombre fuerte que aquella revuelta precisaba, y el que ahora le hace falta al Imperio. Igual que entonces él supo aliarse con el Superskrull y Los 4 Fantásticos (considerados en otro tiempo enemigos absolutos de nuestra raza), ahora demuestra que la suya será una política de unidad y hermanamiento con otros mundos y sistemas. Que no piensa gobernar solo, sino en conjunción con todos aquellos que antes fueron adversarios. Que devolverá la grandeza que hace siglos perdimos. Y sobre todo, que no va a permitir que se derrame una sola gota más de sangre Skrull.
– Bonitas palabras, Lyja… pero entenderás si cuesta creérselo. Y perdona que te lo diga con tanta crudeza…
– No, Melina, tienes toda la razón. Los Skrulls no tenemos un historial que permita confiar mucho en nuestras promesas de futuro. Hemos defraudado demasiadas veces a los pocos que aún nos hicieron caso. Por eso desde Skrullos se están iniciando unas sólidas y duraderas relaciones diplomáticas, que esperamos que den como resultado un próspero futuro juntos.
» La primera medida ha sido la creación de una Embajada de la Nación Skrull en la Tierra, que estará ubicada en las afueras de la Ciudad de Los Ángeles. Desde allí centralizaremos todas las actividades de relación comercial y diplomática que tenemos preparadas. Y yo he sido elegida para dirigirla.
» El primer acto de nuestra agenda es la próxima visita del Gran Emperador Talos a la Tierra. Nunca en la Historia de ambas culturas ha habido un encuentro semejante. En apenas dos semanas, Talos I de Skrullos vendrá a Nueva York, a la Asamblea General de las Naciones Unidas, y será recibido por el mismísimo señor Ban Ki–Moon.
– Sí, es una noticia de lo más esperada, que lleva mucho tiempo corriendo por todas las redacciones del mundo. Desde luego, es un gesto de lo más esperanzador, Lyja.
– Eso espero, Melina. Deseo de todo corazón que sea el principio de una nueva era entre ambos planetas. Que a partir de ahora humanos y Skrulls puedan convivir en paz, y aprender de un pasado horrendo que no debe olvidarse, sino evitar que los errores se repitan de nuevo…
La acción fue rápida e inmediata, como si los cuatro héroes fueran engranajes de un perfecto mecanismo.
El brazo elástico de Reed Richards se enroscó en torno a la cintura de Ben Grimm, y actuando como una gigantesca honda de largo alcance, lo envió a toda velocidad en contra de su enemigo. La Cosa voló como un raudo proyectil indestructible, y en su amplia sonrisa de piedra se resumía toda la confianza en sí mismo de un héroe veterano. Daba igual que viviera o no después de esta batalla. Lo único importante era luchar por aquello en que creía.
El estruendo fue terrible, cuando un cuerpo de rocas naranjas mutado por las radiaciones cósmicas golpeó el más duro androide fabricado nunca sobre la faz de la Tierra. El monstruo tembló, cuando el choque en la parte posterior de su cabeza estuvo a punto de hacerle caer. Pero aguantó. Sus giroscopios internos funcionaron como avanzadas computadoras de otro mundo… y compensaron el embite.
El robot siguió en pie, y Grimm salió despedido en sentido contrario.
– ¡Sue, coge a Ben antes de que se estrelle! ¡Johnny, es tu turno!
La Mujer Invisible levantó una mano hacia su amigo, y el héroe bajó lentamente hacia la arena lunar. Y fue el momento de la Antorcha para lucirse.
– ¡Ahora vas a ver lo que te toca, desgraciado!
La esbelta y joven figura en llamas voló por delante de la horrible creación, y de sus ojos brotó una luz tan intensa como una estrella. Entonces explotó la Supernova.
El poder mismo de la destrucción de un sol. La muerte del universo. Johnny Storm liberó de su pecho una descarga tan horrenda de energía que habría podido aniquilar por sí misma toda la grandiosa ciudad de los Inhumanos. Por suerte, aquel magnífico poder sólo estaba al servicio del bien.
Al mismo tiempo, Susan Richards apretó los dientes, y de sus manos surgió una fuerza cósmica invisible e imparable con forma de cilindro, que se hundió en la espalda del robot. Mientras la Antorcha fundía con saña el rostro de la máquina, la Mujer Invisible aplastaba sus circuitos. El monstruo quedó helado, quieto en el mismo borde de Attilan, detenido por los increíbles poderes de los fabulosos 4 Fantásticos.
Johnny quedó frío, su llama extinguida tras el magnífico esfuerzo, y aprovechó las corrientes de aire caliente para planear hasta el suelo. Sue también cayó de rodillas, agotada y nerviosa, incapaz de sostenerse en pie ni levantar una mano en la batalla.
– ¿Qué… qué tal? – dijo la Cosa –. ¿Está… acabado?
– No lo sé – respondió Mister Fantástico –. Ayuda a los demás. Tengo que inspeccionar los restos por si aún queda alguna actividad electromagnética.
Los largos miembros del científico se estiraron y retorcieron como serpientes a la caza, llevando sus complejos lectores de energía a las proximidades del robot. El ser aún estaba inmóvil, goteando metal al rojo de su cara destruida, y con la espalda hecha fragmentos informes. Pero lo que la computadora de su traje detectó, no le hizo ninguna gracia a Mister Fantástico.
– ¡Alerta! ¡Alerta! ¡No está muerto, sólo entró en hibernación para recuperar energía! ¡Preparaos!
Pero ya no hubo tiempo.
El monstruo se volvió dominado por la furia, y de los restos licuados que era ahora su rostro brotaron de nuevo poderosos rayos de energía carmesí. Rayos que azotaron a los héroes como una horrenda marea de muerte y destrucción. Arrastrándoles por la Luna. Separándolos.
Y luego se hundió entre los altos edificios de Attilan.
El caos fue instantáneo, y las vidas empezaron a cobrarse por cientos. Las inmensas edificaciones de brillantes tonos metálicos cayeron como frágiles naipes derribados por la mano de un dios. Gigantescos palacios construidos con la sangre y el sudor de muchas generaciones de Inhumanos desaparecieron bajo la arena como si nunca hubieran existido. Habrían aguantado la explosión de cien bombas de hidrógeno, pero en este día inolvidable no fueron más que escombros en el camino de la muerte.
El androide no perdonó a nadie, ni seleccionaba a sus víctimas con ningún criterio razonable. Sólo caminaba en línea recta, y destruía todo aquello que encontrara a sus pies. Movía los brazos con la velocidad de un demonio, haciendo añicos los antiguos templos, los puentes en el aire, las plazas y los hogares de toda una raza. Y los muertos pronto superaron los quinientos.
Inhumanos de toda clase y habilidades genéticas murieron de las formas más horribles. Aplastados, pulverizados, con sus alas heridas e inservibles, o cayendo de una altura inenarrable. Algunos despertaban con el estruendo del ataque, y lo siguiente que veían era el inmenso pie sin forma del coloso. Otros llegaban a mirarle a la cara, y eran sus potentes rayos ópticos quienes segaban sus vidas.
Destino aciago. Muerte y condenación.
– ¡Adelante, soldados! – gritó la voz añeja de Gorgón a través de la radio –. ¡Pelotón Doce, usad los disruptores sónicos desde la zona sur! ¡Pelotón Veintiséis, atacad por el flanco norte!
Los ojos del enorme ser con piernas de caballo no perdían pista de lo que estaba sucediendo. Y supo al momento que estaban perdidos.
– ¿Qué vamos a hacer? – dijo a su lado el flaco Karnak, haciéndose eco de sus propios pensamientos –. Tus soldados no podrán siquiera frenarlo, primo. Y cada vez están muriendo más de nosotros…
– Ya lo sé… Pero, ¿qué otra cosa más nos queda? Los 4 Fantásticos han sido derrotados, y ni todos nuestros Ejércitos son rivales para semejante poder…
De pronto, una agria voz llenó el altavoz de la radio.
– ¡Ey, chicos! ¡No tengáis tanta prisa en matarnos!
– ¡No puedo creerlo! –dijo asombrado el Inhumano –. ¡¿La Cosa?!
– ¡El mismo, cabezón! ¿O acaso pensabas que nos habían vencido tan pronto? ¡Estamos vivos, y con ganas de guerra! ¡Y en cuanto cojamos a ese monstruito de metal le demostraremos quiénes son Los 4 Fantásticos!
Así era. De entre las arenas removidas por su enemigo, y protegidos bajo el impenetrable campo de fuerza de la bella matriarca del grupo, los héroes volvieron a por más.
– ¡Muy bien, maldito montón de chatarra! – exclamó Johnny Storm –. ¡Ahora vas a probar el auténtico poder de los héroes de la Tierra!
– ¡Alto! – Ordenó Reed Richards –. ¡Esperad un momento! Fijaos en su trayectoria. No avanza en línea recta, sino curva. ¡Su objetivo no es el Palacio Real!
Así era, en efecto.
El androide bien hubiera podido continuar de frente hacia el hogar de la Sagrada Familia Real de los Inhumanos, y posiblemente acabar con todos sin hallar resistencia capaz de frenarle. Pero no lo hizo.
En lugar de eso, fue lentamente desplazándose a la izquierda, cambiando su dirección de modo apenas visible (pero evidente a los ojos de un genio). Estaba dirigiéndose a otro sitio, un emplazamiento distinto y desconocido. Tal vez incluso más peligroso que la misma Attilan…
– Pero… ¿por qué lo hace? – Preguntó Susan Richards –. Y lo que es más importante: ¿Cuál es su auténtica misión?
– Temo que una todavía más horrible y maligna, querida. Una que puede acarrear la muerte de varios millones de seres inteligentes. En concreto, ¡toda la raza de los Inhumanos!
– ¿De qué hablas, Estirado? – preguntó la Cosa, haciendo sonar sus duros nudillos de roca –. Y explícalo deprisa, que tengo ganas de probar lo dura que es esa chapa brillante.
– No creo que puedas, Ben. Ese monstruo ha sido fabricado por un auténtico cerebro del mal… Alguien que sabe justamente cómo funciona el Área Azul de la Luna… ¡y está dispuesto a aniquilarla!
– Entonces… tenía yo razón, cuñadito. ¡Ese cuartel general bajo el desierto de Arizona fue construido por un Inhumano!
– Exacto. Nadie más que un renegado podía saber tanto sobre ellos. Mira bien hacia dónde se dirige su creación… ¡y tiembla de pavor!
Y entonces vieron aterrados cómo el androide salía ya de los límites de la ciudad, dejando a su paso un horrendo camino de sangre y ruinas. De enormes rascacielos caídos, y un sinfín de cadáveres inhumanos en pedazos.
Y el robot siguió caminando, sin detenerse jamás por ninguna fuerza o motivo, mirando siempre hacia adelante… Hacia unas viejas ruinas abandonadas que yacían a su paso.
– ¿Allí? – gritó la Antorcha –. ¿Uno de los enemigos más poderosos a los que nos hemos enfrentado… y lo único que quiere es recorrer una ciudad abandonada?
– No es sólo una ciudad abandonada, Johnny – explicó Richards –, sino la antigua avanzadilla de los Kree en el Sistema Solar. Desde donde bajaron a la Tierra para experimentar con los humanos, y… sobre todo… donde aún funcionan las viejas máquinas que fabrican el oxígeno de la Zona Azul. Si el robot consigue destruir ese lugar… ¡todos los Inhumanos perecerán sin remedio!
– Pero… ¿cómo vamos a impedirlo, Reed? – preguntó su esposa –. Ya está demasiado lejos de nuestro alcance… y aunque pudiéramos llegar hasta él, no somos lo bastante poderosos para abatirle. ¿Es posible… que todo esté ya perdido?
– Tal vez no todo, hermanita. ¡Mira allí!
Los héroes se volvieron hacia la apartada figura metálica, veloz como un demonio e imparable en su terrible avance sangriento… y en ese instante lo vieron.
Alguien se interpuso en el camino del monstruo.
Un hombre, alto y enjuto, pero con anchos hombros de férreos músculos entrenados. Su piel estaba cubierta por entero de una fina tela de cuero negro, tan pegada a su cuerpo como si hubiera nacido con ella puesta. Nada se veía de su auténtico yo, salvo unos ojos fríos y tenaces, y una mandíbula firme de líder. No hacía falta saber su nombre para entender su verdadera naturaleza: era un rey, un campeón, un dios hecho hombre caminando por la Luna.
Era Rayo Negro, señor de los Inhumanos.
– ¡Sue! ¡Rápido, protégenos con un campo! ¡El más duro y resistente que hayas creado nunca!
Y la orden llegó justo a tiempo.
El eterno Rey de Attilan se elevó de entre los escombros en que se había convertido su mundo, y no había más que odio en sus ojos de hielo. Odio hacia el monstruo que segó tantas vidas. Odio hacia el traidor que soñó con matarlos. Odio y furia. Odio convertido en poder…
Rayo Negro abrió la boca débilmente, y de su garganta brotó una única sílaba. La aniquilación concentrada. El sonido voló como destructoras ondas de energía pura, azotando el aire y la ciudad. Las pocas construcciones que aún seguían en pie cayeron como hechas de arena, y Attilan entero quedó destruido para siempre. Pero los Inhumanos sabían que todo aquello compensaba. Que su señor había vencido.
El robot quedó pulverizado al instante.
Sólo el primer impacto de las imbatibles ondas de poder ya hizo detenerse a la bestia como congelada en el acto. Pero después el sonido siguió circulando, rebotando en cada grieta y cada esquina de su cuerpo, golpeándolo cien veces.
Hasta que las junturas se abrieron, los circuitos se recalentaron y quedaron fundidos uno tras otro, y hasta que su cerebro ardió en una inmensa llamarada eléctrica. Un fuego azul y rojo lo consumió por entero, y el temido coloso de cien metros de altura se derrumbó convertido en cenizas inermes.
Empezó a soplar el viento en Attilan, y a llevarse los restos de aquella monstruosa criatura.
Rayo Negro levantó la cabeza, orgulloso, y entendió que había salvado a los suyos. Destruyéndolo todo, sacrificando el único rincón del Universo que podían permitirse habitar… pero venciendo, al fin y al cabo. A costa de lo que fuera.
Miró hacia atrás, y vio la oscura sombra de la vieja ciudadela de los Kree…
“Los Kree…” Los despiadados alienígenas que transformaron su ADN, sentenciándolos a vivir siempre aislados, a no ser jamás humanos ni encontrar un refugio para ellos en el Cosmos. “La ciudadela en la Luna…” La misma que les daba ahora el oxígeno, que les permitía ser libres.
Condenación y vida. Cara y cruz de su mísera existencia de apátridas. La maldición de los Inhumanos…
Respiró hondo un par de veces, alejó de su cabeza los sombríos pensamientos, y se reunió de nuevo con los suyos.
Epílogo
Los 4 Fantásticos caminaban con tristeza por los restos humeantes del lugar.
Poco había quedado en pie tras el devastador ataque del Señor de los Inhumanos, y ahora las calles eran poco más que cenizas revueltas y lágrimas al viento. No había una sola construcción en pie, ni comida ni agua.
Mister Fantástico recordó el daño que ya habían provocado en la ciudad las recientemente aparecidas Bestias Lunares (4), y que ahora se agigantaba hasta límites infinitos. Nunca Attilan se podía haber visto en una agonía parecida, en un suplicio igual a éste. Las próximas semanas iban a ser terribles, y si no recibían pronto ayuda humanitaria de la ONU, muchos más perecerían sin remedio.
Los héroes no pudieron más que bajar la cabeza, con el corazón en un puño y la garganta reseca, y comprometerse en silencio a cambiar las cosas. A traerle una vida mejor a aquella pobre raza.
De frente, se acercó caminando despacio la Familia Real de Attilan, con todos sus miembros en pleno: Medusa, Gorgón, Crystal, Karnak, Tritón y el perro Mandíbulas. Seres transformados por las llamadas Nieblas Terrígenas en prodigios inimaginables de la evolución humana. La perfección de la inalterable versatilidad.
Y a la cabeza de ellos, caminaba en un profundo abatimiento el hombre que les había salvado y condenado a la vez: el monarca Rayo Negro.
Y cuando alcanzaron el lugar desde el que los 4 Fantásticos contemplaban la tragedia, por un breve instante hubo un atisbo de alegría, de sonrisas escapando a la fatalidad. De breve alivio.
– Hola, Susan – dijo la pelirroja Medusa –. Gracias por venir tan deprisa a ayudarnos. Sois unos verdaderos amigos.
– No hay mucho que agradecernos. Ese androide era demasiado incluso para nosotros. Recordaba casi a aquel Centinela Kree que hayamos una vez abandonado en la Tierra. No pudimos hacer nada contra él…
– Oh, hicisteis bastante – añadió Karnak –. Supisteis frenarlo el tiempo suficiente para que halláramos el punto débil de ese monstruo. Recordadlo siempre: no es tan importante cuánto hace cada uno dentro de la batalla, sino el resultado final de todo el ejército.
– Eres un pozo de sabiduría, cabezón – sentenció la Cosa.
Segundo epílogo
Amanecía por fin sobre la escarpada silueta de Nueva York, y unos cuantos de sus héroes más famosos respiraron con alivio.
Una de las más terribles noches que habían contemplado nunca, por fin acababa.
Sobre la blanca terraza del Edificio Baxter, Rayo Negro observaba ensimismado la lejanía, permitiendo con disfrute que su cuerpo embutido en cuero negro fuera bañado por los primeros rayos del sol. Pero en su corazón sólo había sufrimiento.
– Nunca se perdonará a sí mismo – explicó Medusa –. Reconoce que era la única opción que quedaba… sentenciar a muchos para que al menos unos pocos lograran vivir… pero eso no lo convierte en una decisión más fácil de tomar…
– Desde luego, ha tenido mucho valor – dijo la Antorcha –. Es el tipo de decisiones que a ningún líder le gusta asumir…
– No sólo ésa – continuó la Reina de los Inhumanos –. Ahora llevará bajo su mando la reconstrucción de la ciudad, y algún día volveremos a ser grandes. Por ahora, ha decretado que Crystal actúe como representante de Attilan en las Naciones Unidas. Su voz entre los hombres.
– Sin lugar a dudas – convino Mister Fantástico –, él es el auténtico héroe del día.
Tercer epílogo
Amanecía por fin en las ruinosas y demolidas superficies de la Luna.
El sol jugueteaba travieso en los fragmentos rotos de metal, en el cristal resquebrajado, en el cemento venido abajo.
Y más allá, lejos del hogar de aquellos hijos bastardos de los Kree, en el mismo borde del Área Azul de la Luna, dos presencias del Cosmos les observan. Y frente a ellos, una volátil pantalla de visualización desapareció en un instante. La misma en la que habían contemplado el horror, y que ahora regresaba al olvido mismo del que había nacido.
– Una continúa tragedia, la vida de los Inhumanos… – dijo el más alto de ellos – y esto no será más que otro de sus eternos suplicios.
– Tal vez deban mudarse otra vez, Uatu. Tal vez estén condenados para siempre a vagar sin esperanza… como yo mismo.
– Sé bien de lo que hablas, antiguo heraldo. Tu destino mortal acabó el día en que renunciaste a ser Norrin Radd para salvar a tu patria de Galactus. Pero ni eso pudo llenar tu corazón. Tu agonía era tan horrenda, tan nunca vista en los confines del Universo, que te llevó a acometer lo impensable: luchar contra el mismo que te había regalado la existencia. A ti y a los tuyos. Una auténtica locura…
– ¿Y no es locura todo lo que hacemos? He cruzado mil galaxias sabiendo lo que iba a ocurrir hoy en esta luna, esforzándome como pocas veces para intentar evitarlo. Y sin embargo no he podido llegar, y viviré para siempre con esa carga en mi conciencia. ¿Y tú? ¿Qué has hecho tú, Vigilante? Tú, que habitas en la misma Zona Azul, que compartes tu hogar con estos miserables huérfanos del Cosmos. ¿Qué carga habrá para ti después de haberles negado la ayuda que habría salvado sus vidas?
– No pretendas juzgarme, Estela. Sabes bien cuál es el juramento de mi raza, y cuál es mi tarea en esta luna. Poco me importa lo que yo podría o no haber conseguido, pues tal suposición es imposible. Los Vigilantes tenemos prohibido intervenir, en éste o en cualquier otro asunto mortal.
– Nunca podré entenderlo. Vuestra desidia, vuestro desprecio por la vida en todas sus formas. Os da igual quién viva o muera… con tal de que podáis registrarlo.
– ¿No lo entiendes…? Muy bien, Estela Plateada, te contaré una historia, y quizá de ese modo puedas verme de otra forma. Una historia que sucedió hace muchos millones de años, cuando la Tierra aún era joven, y los grandes poderes del Universo se hallaban lejos de aquí.
» En esa época remota ya existía un Imperio Skrull, gobernante por medios pacíficos de miles de planetas unidos, a los que mantenía conformes a través del comercio de materiales de primera necesidad. No había maldad, ni vileza en sus actos. No conocían el espionaje, ni la conspiración, aun a pesar de que ya dominaban la mimetización de formas que adquirieron tras los experimentos de los Celestiales.
» Pero un día maldito hallaron un planeta que habría de ser su condena: el belicoso mundo de Hala. Allí convivían dos razas en un inestable equilibrio de fuerzas: los Kree y los Cotati. Ambos deseaban imponerse a los otros, pero ninguno podía evitar que estuvieran igualados.
» De modo que los Skrulls pretendieron actuar como jueces de tales rencillas, cuando nadie les había nombrado así, e idearon un torneo que pudiera decantar sus diferencias: las tres razas vinieron a esta misma luna, y jugaron a ser dioses. La única regla era sencilla: quien pudiera construir un hábitat más impresionante en este lugar desolado, sería nombrado vencedor.
» Los Kree se esforzaron como nunca, y levantaron de la nada una orgullosa ciudad, brillante en sus formas y magnífica en la tecnología que albergaba. Los Cotati, en cambio, dieron vida a un hermosísimo jardín. Éstos últimos fueron decretados vencedores.
» Al Gobierno Kree no le hizo esto mucha gracia, y ordenaron un ataque en masa contra los mismos jueces que les habían hecho perder.
» Éste fue el comienzo de la ancestral Guerra Kree–Skrull…
– Todo eso ya lo sé – afirmó iracundo el Surfista Plateado –. ¿Crees que un heraldo de Galactus puede ignorar algo parecido? Ahora dime cuál es la verdadera historia que deseas contarme, y no des más rodeos, Uatu.
– ¿Historia? Es la misma historia del Universo, Norrin Radd. La vieja historia en círculos que lleva girando desde hace milenios. Yo estuve allí, heraldo, y vi el enfrentamiento por mí mismo. Vi la ciudad que erigieron, y que hoy es la misma que sigue produciendo oxígeno en la Zona Azul de la Luna. Vi a los crueles científicos Kree aprendiendo de las horrendas maldades de sus enemigos, y transformando a los indefensos hombres primitivos de la Tierra en los supuestos soldados perfectos que les harían dueños de todo… pero que no quisieron. Y ahora esos experimentos, crecidos y evolucionados hasta conformar raza propia, vienen a habitar a la misma Área Azul. Junto a los restos de los que fueron sus amos, y que ahora rechazan. Ciclos, Estela. El Universo es un solo ciclo, y nunca parará de girar. Quién sabe lo que aún mis ojos están destinados a intuir…
– Eso no responde a mis preguntas, Uatu. No me interesa la naturaleza intrínseca del Cosmos, sino tu responsabilidad en la destrucción de los Inhumanos. ¿No es acaso una pregunta directa, que merece una respuesta similar?
– En efecto… En efecto. Deseas saber por qué no he intervenido, igual que ninguno de los míos puede hacerlo nunca. Ahora bien, Estela Plateada, ¿en qué instante concreto deberíamos actuar…?
» ¿En las manipulaciones genéticas de los Celestiales, sin las que los Skrulls nunca se hubieran dado a la infiltración?
» ¿En el duelo entre los Kree y los Cotati, que llevó a la interminable guerra que aún sufrimos?
» ¿En la muerte de los Inhumanos…?
» ¿Y no comprendes que, si actuáramos en cualquiera de los primeros instantes conflictivos… nunca hubieran existido los Inhumanos? ¿Y es mejor eso que permitir su destrucción?
– Pretendes confundirme. Sólo tienes pretextos.
– Sí. Justamente es eso lo único que tengo. No poseo verdadera sabiduría, ni conocimientos del futuro, pues si los tuviera sabría cómo actuar en los asuntos del Universo. A quién beneficiar realmente a largo plazo, evitando males mayores como éste. Pero… como no sé nada de eso… me conformo con vigilar… y registrarlo todo para siempre.
– Ésa es la diferencia entre nosotros, Uatu: Yo tampoco poseo ese conocimiento absoluto, pero en mi caso doy mucha más importancia a otra virtud. La voluntad de ayudar. Y es por ella por la que me guío.
El antiguo Heraldo del Devorador montó en su tabla, y desapareció entre las estrellas, buscando algún otro lejano rincón donde pudiera ser de ayuda su infinito poder cósmico.
Y a su espalda dejó a un pensativo Vigilante, con muchas ideas en su cabeza, y pocas de ellas confesables entre los suyos…

– Buenas noches, miss Lyja. Soy Randy Kane, del Herald Tribune. Hay una historia que se cuenta acerca de su raza, y que nunca ha sido confirmada: ¿Es cierto que los Skrulls fueron los causantes de la muerte del supergrupo Primera Línea, y de la destrucción de la Segunda Edad Heroica de la Tierra (5)?
Y fue ése el único instante en que la bella Embajadora de piel verde se quedó paralizada…
FIN
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
Referencias:
1 .- En el episodio anterior de esta misma serie de Action Tales.
2 .- Nombrado Emperador de los Skrulls tras la cruenta Guerra Civil que asoló la colección de Los 4F en AT.
3 .- Creación de Mister Fantástico y el Consejo Científico Skrull. Presentados en sociedad en el número anterior (no te lo perdiste, ¿verdad??)
4 .- En la saga Crepúsculo de Marvel–AT
5 .- En la colección Marvel: Generación Perdida, de Roger Stern y John Byrne.
1 .- En el episodio anterior de esta misma serie de Action Tales.
2 .- Nombrado Emperador de los Skrulls tras la cruenta Guerra Civil que asoló la colección de Los 4F en AT.
3 .- Creación de Mister Fantástico y el Consejo Científico Skrull. Presentados en sociedad en el número anterior (no te lo perdiste, ¿verdad??)
4 .- En la saga Crepúsculo de Marvel–AT
5 .- En la colección Marvel: Generación Perdida, de Roger Stern y John Byrne.
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