Star Trek: en una galaxia muy lejana nº03


Título: Sueños de libertad
Autor: Sigfrido
Portada: Sigfrido
Publicado en: Agosto 2009


En el combate con las fuerzas del Imperio, Luke Skywalker queda sumido en un profundo coma del que quizás nunca despierte... Y sólo Spock puede ser capaz de traerlo de vuelta al mundo de los vivos.
 ¿Que ocurriría si la Federación Unida de Planetas coexistiese con el Imperio Galáctico? ¿Cómo sería ese hipotético cruce de las dos franquicias galacticas mas importantes del siglo XX? Adentrate con nosotros en este fantástico nuevo universo lleno posibilidades, hacia una galaxia muy, muy lejana... hasta donde ningún hombre ha llegado jamás!
Star Trek creado por Gene Roddenberry.
 Star Wars creado por George Lucas.


Nota del autor: para situar "cronológicamente" esta historia dentro de la mitologia de ambas franquicias, deberemos suponer que ambas corren en paralelo. Para Star Trek estaría situada tras la tercera temporada de Star Trek: the Original Series; en el aso de Star Wars, se situaría entre Una Nueva Esperanza (Episodio III) y El Imperio Contraaataca (Episodio IV)

Resumen de lo publicado: Al responder a una llamada de auxilio en un planeta perdido, el capitán James T. Kirk y su tripulación descubren una estructura alienígena construida hace miles de años. Esta estructura oculta en su interior una máquina capaz de crear torbellinos subespaciales que se pone en marcha misteriosamente. El U.S.S. Enterprise es engullido por ese torbellino y trasladado a una galaxia muy, muy lejana... Allí encuentran a Luke Skywalker en estado de coma en su Ala-X. Posteriormente, aparece el Halcón Milenario, cuyos tripulantes son teletransportados a bordo del Enterprise para visitar a su amigo. Sin tiempo casi para conocerse, son atacados por una gigantesca nave proveniente del hiperespacio: un destructor del Imperio Galáctico. Tras un épico enfrentamiento, el Enterprise es derrotado. Dos destructores más logran atraparlo en un rayo tractor. Gracias a la capacidad de persuasión del capitán Kirk, logran ganar tiempo para idear un plan de escape. Consiguen destruir la nave que los tenía atrapados transportando a su interior una carga explosiva. Después el Enterprise logra huir de las otras dos saltando al hiperespacio con el hiperimpulsor del Halcón Milenario. Pero el siniestro Darth Vader sobrevive a la explosión de su nave con sólo una idea en su cabeza: venganza.


Era la última hora del día, los soles gemelos se encontraban en la recta final de su periplo por el despejado cielo de Tatooine. En la inmensa llanura desértica, las sombras de los evaporadores de humedad se iban alargando cada vez con un poco más de premura. A los pies de una de esas extrañas torres de metal, Luke Skywalker se quitó el sombrero de tela que llevaba, y con un pañuelo se secó el sudor de la frente. Había pasado toda la tarde revisando los evaporadores, las ratas womp roían sus cables y tuberías por alguna razón desconocida, y no había jornada en la que no hubiera que reparar alguno. Luke pensaba que el único propósito que tenían esos roedores para hacerlo era fastidiarle. Aborrecía el trabajo en la granja de humedad, él quería ser piloto espacial, como su padre. A su tío no le hacía mucha gracia esa idea, le decía constantemente que tenía que tener los pies en el suelo, que quizá, más adelante, podría ir a la Academia Estelar, pero que ahora debía ser responsable y ayudar en la granja, hasta que ahorraran el dinero suficiente. Siempre la misma historia. Tenía dieciséis años, estaba harto de esperar, y detestaba el planeta tórrido y yermo en el que le había tocado vivir. Guardó el pañuelo en una de las faltriqueras de su cinturón, y se caló el sombrero una vez más. Sólo le quedaba por revisar un evaporador para terminar por hoy. Mañana comenzaría de nuevo, y así todos los días, siempre lo mismo, hasta que se muriera de aburrimiento. Únicamente cuando soñaba se sentía libre, volando entre las estrellas.

—¡Malditas ratas! —exclamó, dando una patada al suelo.

El último evaporador tenía abierta la portezuela de acceso al interior. Luke no sabía cómo se las arreglaban esos animales para abrirlas. A veces, pensaba que era su tío el que saboteaba las torres con el único fin de mantenerlo ocupado por las tardes. No quería que su amigo Biggs le metiera ideas raras en la cabeza.

Biggs Darklighter había estudiado con él en la pequeña ciudad de Anchorhead, junto con otros lugareños: Tank, Fixer y la altiva Camie, por la que todos suspiraban, y que llamaba burlonamente «Gusanito» a Luke. Biggs, que pertenecía a una acaudalada familia local, ejercía una gran influencia sobre el muchacho.

Luke se acuclilló para ver que había tras la portezuela abierta. Las ratas womp habían vuelto a hacer de las suyas: uno de los conductos hidropónicos tenía un agujero del tamaño de una moneda. El joven resopló con frustración, parchearlo le llevaría un buen rato. De su zurrón sacó un pequeño trozo de chapa y lo miró pensativo.

—La aleación con la que hacen las armaduras de los soldados imperiales. A esa Alianza Rebelde de la que habla Biggs les vendría muy bien un batallón de estas condenadas ratas —reflexionó en voz alta divertido.

—¿Luke Skywalker? —dijo de repente alguien a su espalda.

El muchacho se sobresaltó, perdió el equilibrio, y acabó con sus posaderas sobre la tierra caliente. Sin levantarse, giró su cuerpo en dirección a la voz que había oído. Los soles gemelos le daban de cara. Entrecerró los ojos y vislumbró una silueta oscura que se le acercaba.

—Sólo bromeaba —se disculpó nervioso—... seguro que el Imperio podría con todas las ratas womp que les enviaran esos... sucios rebeldes... sí, sucios rebeldes.

Una estilizada sombra vespertina se proyectó sobre el joven granjero de Tatooine. Un hombre alto y esbelto le ofreció una mano para ayudarle a levantarse.

—No te asustes, chico. No soy ningún agente del Imperio —dijo con una amistosa voz masculina.

Luke agarró la mano y se incorporó rápidamente. Notó que el personaje era muy fornido pese a su delgadez. Se sacudió el polvo de la ropa y lo miró de reojo.

—¡Pues claro que no lo es! —sentenció altanero—. Ya me había dado cuenta... y no me había asustado.

—Por supuesto —respondió su interlocutor con una pizca de sarcasmo.

El muchacho lo observó con detenimiento. El recién llegado llevaba un jersey azul con una insignia dorada sobre la parte izquierda del pecho, pantalones negros y botas del mismo color. Su cara era alargada, las cejas se le curvaban hacia arriba, y un flequillo oscuro le caía sobre la frente. Pero lo que más le llamó la atención al joven fueron sus orejas puntiagudas.

Luke conocía algunas especies alienígenas. En Anchorhead vivían rodianos, twi´leks y niktos. Una vez vio de lejos un grupo de moradores de las arenas que, por suerte, no le vieron a él. También había tratado con jawas, chatarreros que visitaban la granja con sus gigantescos vehículos oruga para venderles maquinaria usada. Biggs decía que en Mos Eisley vivían más de un centenar de razas alienígenas diferentes, pero su tío nunca le dejaba ir con él al puerto espacial para comprobarlo, decía que era un lugar poco apropiado para un chico de su edad. Quizá el personaje que tenía delante perteneciera a una esas razas.

—¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó.

—Me llamo Spock. Tú no me conoces, pero yo a ti sí.

—¡Ah!, comprendo. Es amigo de mi tío, ¿verdad?, le ha hablado de mí. ¿Lo está buscando?

—No, de hecho, a quien estoy buscando es a ti —contestó serio.

Luke retrocedió unos pasos desconfiado. Había oído hablar de piratas espaciales que raptaban a la gente para luego venderla como esclava. Quizá llevara escondida un arma aturdidora. Spock leyó los pensamientos del muchacho y trató de tranquilizarlo, para ello tuvo que rectificar e inventarse una historia. No se le daba bien tratar con niños y adolescentes, y mucho menos si estos eran humanos: caos, irracionalidad e inestabilidad emocional, una pesadilla para cualquier vulcaniano.

—Era una broma. Sí, estoy buscando a tu tío. He venido a pagarle un dinero que le debo —improvisó.

—Seguro que eso le hace muy feliz —respondió con recelo Luke—. Acompáñeme. ¿Dónde ha dejado su vehículo?

—Me ha traído un amigo, mañana vendrá a recogerme.

—¿Entonces se quedará esta noche?

—Así lo acordé con tu tío, también tengo que proponerle un negocio.

—Hace bien, los moradores de las arenas son peligrosos. No es conveniente viajar de noche.

Los dos se dirigieron hacia la casa caminando. El evaporador de humedad se quedó sin reparar, Luke había encontrado una excusa para escaquearse. Las visitas eran rarísimas en la granja de los Lars, a ello tampoco ayudaba mucho el carácter huraño de su propietario. Siempre era estimulante recibir a alguien, aunque fuera alguien tan serio como lo parecía Spock.

«Cualquier cosa que pueda contar sobre lo que pasa fuera de aquí, será más divertida que la rutina diaria de la granja», pensó Luke ilusionado. —¿A qué se dedica? —preguntó con curiosidad.

—Soy el primer oficial de una nave estelar.

—¡Guauu! ¿De veras? —exclamó el muchacho entusiasmado.

Spock advirtió que había dado en el blanco.

—Sí —contestó.

—¿Y qué clase de tratos tiene con mi tío?

—Suministro de víveres —dijo sin especificar más. No tenía la más mínima idea de lo que producían en un paraje como ese.

—Vaya, así que le gustan nuestros hongos. ¿Y cómo es su nave? ¿Tiene nombre? ¿De qué planeta es? —bombardeó Luke a preguntas al oficial vulcaniano.

—Es una nave de investigación espacial, se llama Enterprise y es bastante grande. Su planeta de origen es la Tierra, pero yo soy de Vulcano — le informó Spock, tratando de ser lo más simpático que podía.

—No he oído hablar de esos planetas, pero hay tantos. Me gusta el nombre de su nave, Enterprise, es muy...

—¿Constructivo? —sugirió Spock, al ver que a Luke se le resistía la palabra.

—¡Eso es! Lo más habitual en estos tiempos es bautizar las astronaves con nombres destructivos: Aniquilador, Conquistador, Batallador... y cosas por el estilo, especialmente por parte del Imperio.

En el sencillo razonamiento de Luke se encontraba escondida la esencia de sus respectivos mundos: la Federación Unida de Planetas y el Imperio Galáctico. Spock percibió en ese momento que el ingenuo joven guardaba en su interior la fuerza y la nobleza de todo un filósofo vulcaniano.

El hogar de los Lars era una vivienda subterránea. Se accedía a ella a través de una escalera que emergía a la superficie en una pequeña estructura semiesférica. Un gran agujero en el suelo servía de patio, y todas las estancias de la casa se articulaban en torno a él. Spock había visto viviendas muy parecidas en muchos planetas con climas calurosos. En su Vulcano natal eran bastante habituales, mantenían una temperatura fresca y constante de una forma natural.

—¡Tío Owen, tía Beru! —gritó Luke—. ¡Tenemos visita!

Nadie respondió a la llamada.

—¡Tío Owen, tía Beru! —volvió a vocear el muchacho, con otra vez el silencio por contestación—. Parece que no hay nadie. Es muy raro.

A Spock no le extrañaba en absoluto, sabía perfectamente que en ese momento sólo había dos personas en el lugar: Luke y él.

—Quizá hayan ido a comprar algo para la cena —sugirió—. No tardarán en volver.

—¿A estas horas y sin decirme nada? No.

Luke sintió que algo no iba bien. Todo estaba demasiado calmado. No soplaba la más mínima brisa, y los soles gemelos parecían haberse quedado inmóviles en el cielo. El ambiente se le hizo denso, irreal. Spock notó la inquietud del muchacho e intervino para tranquilizarlo.

—Aquí hace demasiado calor —insinuó.

—¡Ah!, perdone mi falta de cortesía —se disculpó Luke, captando la indirecta del vulcaniano—. Entremos y le serviré algo fresco mientras les esperamos. Seguro que viene reseco del viaje.

Bajaron por la estrecha y empinada escalera hacia el patio y entraron en el comedor. Luke invitó a Spock a sentarse en torno a una mesa de piedra, para luego dirigirse hacia la cocina que había más al interior. Un minuto después salió llevando una bandeja con una jarra y dos vasos de color blanco. Sirvió un líquido lechoso rosado y se dispuso a acompañar a su huésped.

—Batido de hongos kole —dijo—. Lo hace mi tía. Pruébelo, le gustará.

Spock tomó un trago de la exótica bebida. El sabor le recordaba al de la sopa plommek, pero más dulce y con un fondo refrescante, como el de la menta terrestre.

—Excelente, tendré que pedirle la receta a tu tía —sentenció, dejando el vaso sobre la mesa.

Luke sonrió.

—Perderá el tiempo. Debe de ser más fácil robar el Banco Imperial de Coruscant que conseguir una receta de mi tía.

El primer oficial del Enterprise arqueó los labios hacia arriba en respuesta al inocente chiste, debía mostrarse lo más afable que pudiera. Afortunadamente, el Dr. McCoy no estaba allí para recordárselo el resto de su vida.

—Tiene que ser apasionante recorrer la galaxia en una nave estelar: visitar otros planetas, conocer otras culturas, y descubrir cosas nuevas todos los días —continuó Luke.

—No cambiaría mi trabajo por nada —respondió Spock. Parecía que por fin conseguía conectar con el chico. «Una sonrisa siempre abre muchas puertas», decía su madre. Nunca había tenido la oportunidad de comprobarlo, en Vulcano, más bien producía el efecto contrario.

—Me gustaría ser piloto, como mi padre —dijo Luke con melancolía—. Llevaba una nave de carga durante las Guerras Clon. Creo que no se llevaba bien con mi tío. ¿Usted lo conoció?

—No, pero seguro que fue un gran hombre.

Luke comenzó a abrir su corazón a Spock. Algo en su interior le empujaba a confiar en el curioso personaje de orejas picudas. Era como si una voz sabia, dulce y vagamente familiar, le susurrara al oído que se sincerara con él.

—Nunca saldré de aquí, seré granjero. Mi tío nunca me dejará ir a la Academia Estelar —continuó con frustración.

Spock se vio reflejado en las palabras del muchacho. Por alguna extraña razón, la vida de Luke Skywalker era pareja a la suya.

—Uno ha de hacer aquello que crea más conveniente —intervino—. No podemos dejar que otros decidan nuestro futuro, aunque éstos sean nuestros padres, tutores o amigos. La libertad es el bien más preciado de todas las especies inteligentes de la galaxia. Nadie tiene derecho a encadenar nuestros sueños, por descabellados que les parezcan a los demás.

»Cuando terminé mis estudios, mi padre quería que entrara en la Academia de Ciencias de Vulcano. Decía que era el lugar más adecuado para alguien con mis aptitudes y conocimientos. Yo deseaba enrolarme en la Flota Estelar, algo que él consideraba indigno de mí. No llegamos a ningún acuerdo. Se abrió una brecha cada vez más grande entre nosotros. Al final elegí seguir mi camino, y entré como oficial científico en una nave estelar.

—Decidió hacer aquello que le dictaba su corazón —le interrumpió Luke.

—Digamos que seguí la opción que me pareció más lógica —le rectificó Spock.

—¿Y cómo quedó con su padre?

—Estuvimos muchos años sin hablarnos, pero al final aceptó mi decisión.

—Es fácil hablar de sueños y libertad, pero aquí, en Tatooine, las cosas funcionan de otra manera. Mi tío me necesita para llevar la granja. No podría enfrentarme a él. Sería injusto —Luke agachó la cabeza—. En mi caso la opción más lógica sería quedarse aquí. Los sueños son sólo eso, sueños.

Spock apuró lo que le quedaba de batido, dejó con cuidado el vaso vacío en la mesa, y miró al muchacho con sus misteriosos ojos oscuros.

—¿Y cuáles son tus sueños, Luke?

—Le parecerá gracioso, pero muchas veces sueño que viajo por el espacio con unos extraños compañeros y una vieja astronave. Lo curioso es que, tanto ellos como la nave, me resultan familiares, aunque nunca los he visto. Tonterías —dijo Luke con voz tímida, evitando la mirada de su interlocutor.

—¿Y si la realidad sólo fuera un sueño, Luke? ¿Y si esas tonterías, como tú las llamas, fueran la realidad? ¿Nunca has pensado en ello? —insinuó Spock enigmáticamente.

Luke permaneció en silencio unos segundos, sorprendido por las palabras del vulcaniano.

—¡Ja, ja, ja! —rió finalmente— Eso estaría muy bien.

—¿Y si yo te dijera que esa es la verdad? —dijo Spock impávido, intentando ser convincente.

El muchacho soltó una sonora carcajada.

—¡Entonces pensaría que está chiflado!

—Puedo demostrártelo.

—¡Ja, ja, ja! —siguió riendo Luke.

—Esos compañeros de tus sueños —continuó Spock imperturbable—, son tres: un hombre con una cicatriz en la barbilla, una mujer joven de cabellos castaños y un corpulento wookiee de pelaje pardo. ¿Me equivoco?

A Luke se le cortó la risa de golpe.

—¿Cómo puede usted saber eso? No se lo he contado a nadie. ¿Es algún truco? —dijo con el semblante serio.

—Yo no hago trucos de magia. En estos momentos puedo leer tus pensamientos. Sé que estás confuso, pero debes confiar en mí.

El joven granjero clavó sus ojos azules en Spock. Su expresión era una mezcla de curiosidad y miedo.

—En mis sueños también aparecen dos androides —dijo con voz queda—, ¿podría describírmelos?

—Una unidad R2 de color azul y un androide de protocolo dorado —respondió Spock con total seguridad.

Luke dejó escapar de su mano el vaso de batido, que cayó al suelo derramando el contenido que le quedaba. El corazón le empezó a latir con fuerza, y sintió un repentino mareo que le nubló la vista. Seguidamente, la tierra pareció temblar bajo sus pies. Dirigió su mirada hacia arriba, y los dibujos abstractos que decoraban el techo comenzaron a bailar psicodélicamente. Durante unos instantes, el mundo perdió su consistencia, y un vacío negro comenzó a envolverle. Una voz amiga reverberó en su cabeza: «¡Aguanta, Luke, aguanta!»

—¡Aguanta, Luke! —exclamó Spock, agitando al chico por los hombros.

La granja de los Lars volvió a tener el aspecto macizo de siempre. Luke respiró hondo y trató de tranquilizarse. No sabía lo que le estaba pasando, pero la clave la debía tener seguro su misterioso acompañante.

—¡Quién es usted realmente? ¿Es un brujo? ¿Qué quiere de mí? —preguntó balbuceando a Spock.

—No soy ningún brujo, soy quien dije que era desde un principio —respondió el vulcaniano—. Sólo quiero que vengas conmigo.

—¿Adónde?

—Al U.S.S. Enterprise, por supuesto.

—¿Y qué encontraré allí?

—Encontrarás a tus amigos, tus sueños... tu vida.

La mente de Luke se debatía entre creer y no creer. El corazón le decía que sí, pero la razón se negaba a aceptar lo que Spock le ofrecía. Era todo tan absurdo. De pronto, lo vio todo claro: sus pensamientos estaban siendo manipulados, quién sabe con qué aviesas intenciones.

—¡No! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Todo es mentira! ¡Váyase de mi casa!

—Luke, cree en mí —suplicó con tono tranquilizador Spock—. Hazlo, ven conmigo.

—¡No quiero escucharle! —exclamó el muchacho, tapándose los oídos—. ¡Salga de mi mente!

—No te das cuenta, Luke —continuó Spock, tratando de convencer al desconfiado adolescente con el último argumento que le quedaba—. Todo lo que nos rodea es una mentira: el batido de hongos kole, esta mesa, la granja, el desierto... incluso los soles gemelos. Todo es una construcción de tu subconsciente. En realidad te encuentras en la enfermería del Enterprise, sumido en un profundo coma que hace peligrar tu vida. Sólo yo puedo ayudarte, pero para eso debes creerme.

—¡Nooo! —chilló Luke, corriendo al patio como un poseso.

Spock salió tras él, para ver como se derrumbaba en una especie de ataque epiléptico. Un intenso dolor de cabeza le avisó de que estaba perdiendo al chico. Si no salía pronto de allí, parte de su mente quedaría atrapada en el cuerpo inerte del muchacho, y eso podría ocasionarle la muerte también a él.


Una negrura absoluta cubría todo el espacio que le rodeaba. Luke flotaba en ella confortable, como un bebé en el vientre de su madre. Mecido por fuerzas invisibles, notó como su cuerpo se iba disipando poco a poco. Todo era fantástico y maravilloso. Su esencia se fundía lentamente con el universo, que aparecía ante él como una sinfonía sin principio ni fin, una sinfonía cósmica. Cada instrumento era la aportación de un hecho, grande o pequeño, de los casi infinitos que acontecían a cada instante.

El tintineo del triángulo, era el cosquilleo que hacía una minúscula oruga al pasear sobre una seta iridiscente de Felucia. Los elegantes acordes de los instrumentos de cuerda, eran representados por las elípticas órbitas de los planetas alrededor de sus soles. El murmullo del viento entre las hojas de los árboles gigantes de Kashyyyk, sonaba claro y limpio, como el de una rústica flauta de madera. El estallido de una supernova en el borde de la galaxia, era el estridente choque de los platillos. El
bullicioso trajín de naves en los cañones artificiales de Nar Shaddaa, la Luna de los Contrabandistas, imitaba la melodía ágil del xilófono. El grave timbre de la tuba, tenía su reflejo en un agujero negro perdido en las regiones desconocidas. El director de todo aquello era algo poderoso, trascendente e intangible, una omnipotente fuerza motriz que transformaba la energía en materia y la materia en energía.
Luke sentía como formaba parte de ello. La galaxia entera se ofrecía a él como un piano de infinitas teclas. Podía tocarlas e interpretar un concierto sideral con los retazos de las vidas de todas las criaturas vivientes.

Era capaz de percibir los latidos acelerados de dos enamorados que paseaban cogidos de la mano en un parque de Naboo. Un padre lloraba ante el cadáver caliente de su hijo, asesinado durante la represión de una manifestación contra el Imperio en Mon Calamari. La adrenalina fluía como un torrente entre los espectadores de una trepidante carrera de vainas en Malastare. Un adinerado rodiano expandía su conciencia tomando una dosis de brillestim en su lujoso apartamento de Corellia. El terror se adueñaba de una pequeña criatura peluda, que huía de un acorazado depredador de afilados colmillos en una selva de Yavin IV.

Los enamorados de Naboo, se ruborizaron al sentir, por primera vez, el dulce roce de sus labios en un ingenuo beso adolescente. El padre calamariano, se precipitó lleno de furia contra los inhumanos verdugos de armadura blanca que habían matado a su hijo. Los gritos apasionados de la gradería en Malastare, ahogaban el ruido de los potentes motores de los bólidos. El rodiano acaudalado de Corellia, relajado en su sillón de diseño, fisgaba en los pensamientos de sus vecinos con malsana fruición. La indefensa criaturita de Yavin IV, seguía corriendo por entre los árboles, buscando un escondrijo que le protegiera de su perseguidor.

El parque daba vueltas alrededor de los dos enamorados, enfrascados en un ardiente ósculo. Un disparo láser en el pecho había truncado el ataque del desesperado padre calamariano. La última vuelta de la carrera de vainas, hizo que los aullidos del público resonaran con una fuerza casi sobrenatural. Los inducidos poderes del rodiano, por fin abrieron la mente de la famosa modelo que vivía en el piso de arriba, por la cual suspiraba. Unas ruinas majestuosas aparecieron ante los ojos violáceos de la casi exhausta criatura fugitiva.

Una sensación de plena felicidad envolvió a los dos enamorados, e hizo que las exóticas flores de Naboo brillaran con colores más hermosos que en la realidad. El mundo para ellos estaba lleno de esperanza y fe en el futuro. Por el contrario, el padre calamariano, roto de dolor y herido de muerte, sólo percibía un mundo gris, envuelto en cenizas de odio y destrucción. Las botas blancas de las tropas de asalto fue lo último que vio, pronto se reuniría con su adorado hijo. La carrera había tocado a su fin. La euforia de hacía unos instantes se había volatilizado de forma tan rápida como había llegado. Sólo la minoría que había ganado en las apuestas conservaba el entusiasmo, el resto volvería a su vida normal hasta la próxima competición. Los efectos del brillestim se acabaron pronto. Un placer, caro y efímero, para gente con bolsillos llenos y vidas vacías. Un sentimiento de culpa inundó al rodiano, se prometió no volverlo a hacer, no probaría la especia nunca más... bueno, quizá sólo una vez más. Una providencial grieta en los vetustos muros de una pirámide le acababa de salvar la vida. Su letal perseguidor intentaba en vano acceder a ella, pero era demasiado grande. Pronto se daría por vencido y la dejaría tranquila. Esta vez, la ley de la naturaleza se había inclinado a su favor.
Una de las teclas de ese piano sin fin le abrió las puertas de un palacio en el corazón de Coruscant. Un viejo decrépito, envuelto en una túnica oscura, meditaba sentado en un trono giratorio. Era el emperador. Lo que había en el interior del ser más poderoso de la galaxia le sobrecogió por completo. Un líquido negro, viscoso y pegajoso le agarró, y un hedor corrosivo anegó rápidamente sus sentidos. Comenzó a asfixiarse, envuelto en un espíritu inmundo, alimentado por el terror de millones de almas. Luke intentó escapar, pero no pudo, había caído en la trampa.

«Te veo —sentenció un eco burlón y siniestro que salía de todas partes—. Te tengo»

Como un insecto atrapado en el interior de una planta carnívora, Luke se revolvía desesperado.

«Sé quién eres»

Las energías se agotaron, y el muchacho de Tatooine se hundió en el abismo de la muerte, envuelto en hebras de maldad absoluta. Todo parecía perdido cuando, de pronto, notó como una mano salvadora le sujetaba e impedía su descenso a los infiernos. Izado por una fuerza mística, Luke dejó atrás las tinieblas que querían apartarlo del camino de la vida, y volvió a sentirse en comunión con el universo.

«Luke, tú no puedes morir», susurró una voz amiga.

Un nombre recorrió como un suspiro fantasmal la mente del joven granjero, un nombre que le resultaba vagamente familiar: Obi-Wan.

Una elegante astronave orbitaba un gigante de gas púrpura en un sistema poco transitado del Espacio Salvaje. Un gran disco se unía a un pequeño cuerpo husiforme a través de un estrecho cuello. Del cuerpo también surgían dos barquillas propulsoras, elevadas sobre dos esbeltos brazos. En el casco exterior, varios hombres vestidos con trajes de astronauta reparaban zonas dañadas, parecían hormiguitas buscando migas de pan en el plato de un excursionista. En la parte inferior del disco, había adherido un viejo y remendado carguero corelliano. Luke lo reconoció, era el que aparecía en sus sueños. El interior de la nave principal estaba habitado por varios cientos de personas. Luke vio como trabajaban, comían, descansaban o, sencillamente, paseaban por sus circulares pasillos, charlando amistosamente. Gentes de procedencia diversa y voces con acentos variopintos. En la enfermería de la nave descubrió algunas caras conocidas, eran los personajes que salían en sus sueños. También estaba Spock, el misterioso visitante de la granja que decía venir de Vulcano. Se encontraba de pie, inclinado sobre la cabecera de una de las camillas, su mano izquierda estaba sobre el rostro de un joven que había tumbado en ella. ¡Era él!, el joven de la camilla era él. Aparentaba unos años más, pero estaba seguro de que era él.

Una vez más, la voz amiga reverberó en su mente.

«Luke, no puedes permanecer aquí más tiempo. Debes retornar a tu cuerpo. Llegará el día en que te unirás a mí en la Fuerza, pero no será hoy. Confía en Spock, él es el único que puede ayudarte a recuperar tu vida. Tienes un destino que cumplir —la voz fue apagándose poco a poco, como si se alejara lentamente por un túnel de cristal—. Recuerda, la Fuerza estará contigo... siempre»



Sentado en una vieja lata de combustible reutilizada como taburete, Spock meditaba con los ojos cerrados y las manos entrelazadas. Por alguna razón que no acababa de comprender, todavía seguía en el patio de la granja de humedad. No percibía la katra de Luke, había desaparecido, pero la construcción de su subconsciente permanecía invariable. El muchacho debía estar en algún lugar, sino, todo habría desaparecido, pero dónde. La imagen mental de su cuerpo estaba tumbada boca arriba en el lugar donde se había derrumbado. Los oscuros ojos marrones del vulcaniano se abrieron de repente: Luke había vuelto. Spock se levantó de su improvisado asiento, se acercó al adolescente, y se acuclilló a su lado para ayudarle a incorporarse. Luke abrió sus claros ojos azules con dificultad. El cielo ofrecía una gama de colores que comprendía desde el rojo fuego al ultramar oscuro. Estaba anocheciendo, y por oriente ya se podían vislumbrar las primeras estrellas.

—Creí que no volveríamos a vernos —dijo Spock, dándole la mano.

Luke la cogió, era la segunda vez que recibía la ayuda del vulcaniano para ponerse en pie.

—He tenido una experiencia extraordinaria. Era como si mi cuerpo se expandiera por toda la galaxia —la voz del muchacho era tímida y temblorosa—. Vi lo que pasaba en sistemas alejados miles de pársecs... sentí lo que sentían criaturas de mil mundos diferentes, me enfrente a las situaciones más agradables... y también a las más terribles, oí voces amigas... y enemigas —Luke miró fijamente a Spock—. Vi su nave, estaba orbitando un inmenso planeta púrpura. En su interior estaban los personajes de mis sueños... y usted. Pero lo que más me sorprendió es que, como me explicó antes, yo también estaba allí, convaleciente sobre una camilla. Todo era auténtico, real. No era ninguna ilusión inducida mentalmente. Una voz bondadosa y extrañamente conocida me dijo que confiara en usted, y eso voy a hacer. Quiero recuperar mi vida, mi verdadera vida.

Spock levantó una de sus cejas con fascinación. El relato de Luke era exacto. Tras escapar de los destructores imperiales, habían hecho una parada en el sistema Bress para localizar e inutilizar posibles dispositivos de seguimiento. Otro salto les había llevado al sistema Guntar, donde se encontraban poniendo a punto el Enterprise, en la órbita de un gigante de clase B, púrpura, por supuesto. El capitán Solo les había dicho que era un lugar tranquilo, alejado de las rutas imperiales. El sitio idóneo para realizar reparaciones sin miedo a ser interceptados. El muchacho, sin duda, había tenido una experiencia extracorpórea, por eso había dejado de percibir su katra durante lo que le pareció unos cinco minutos, dentro de la ilusión creada por su subconsciente.

—Está bien, mírame a los ojos y relaja tu mente —dijo Spock sin más preámbulos.

Con un gesto de prestidigitador, el vulcaniano acercó su mano izquierda a la cara de Luke, colocó cuidadosamente el pulgar sobre la barbilla, el índice en la base de la nariz, y el corazón a la altura de la sien. Sus ojos, enigmáticos, brillaron de forma hipnótica mientras abría la puerta de la consciencia al joven de Tatooine. Luke sintió como el entorno se desvanecía. Los muros que había creado su subconsciente se derrumbaron como un castillo de naipes: el patio, la granja, los evaporadores de humedad, el desierto, el firmamento... todo se quebró, dejando en su lugar un gigantesco lienzo en blanco. Enseguida, las vivencias que inconscientemente había reprimido, comenzaron a aflorar desordenadamente.

Como las piezas de un inmenso puzzle, los recuerdos fueron encajando unos con otros, rellenando todo el espacio vacío: se vio recorriendo a toda velocidad la trinchera de la Estrella de la Muerte; llorando ante los cuerpos carbonizados de sus tíos; recibiendo la medalla al valor en la escalinata del templo Massassi; despidiéndose de Biggs en las polvorientas calles de Anchorhead, después de que éste le confesara que iba a unirse a la rebelión; conociendo a Han y Chewie en la poco recomendable cantina de Mos Eisley; evacuando apresuradamente la base de Yavin IV, antes de que el Imperio se reorganizara; contemplando embelesado el holograma de Leia en el garaje de la granja; escuchando las últimas palabras de Biggs antes de ser derribado; descubriendo la verdad sobre su padre en la humilde morada de Ben; destruyendo la Estrella de la Muerte, gracias al poder de la Fuerza; escapando de la misma gracias al heroico sacrificio de Ben; buscando un nuevo emplazamiento para la base rebelde en el helado planeta Hoth... fragmentos de una vida llena de aventuras y emociones, pero que también le había dejado el amargo pesar de la muerte y la injusticia.

Recordó su última misión para la Alianza Rebelde. Habían detectado un gran movimiento de naves imperiales en el cinturón de asteroides del sistema Bamada, pensaban que podrían estar construyendo una nueva arma secreta. Luke se presentó voluntario para investigarlo con su Ala-X. Se trataba de una gigantesca explotación de mineral de rutilo fuertemente vigilada, una de las muchas que abastecían las voraces fundiciones del Imperio. Pero nada parecía indicar que se estuviera creando nada parecido a la Estrella de la Muerte en ese lugar. Cuando se disponía a marcharse, fue detectado por una patrulla de cazas TIE. Intentó salir rápidamente del campo de asteroides para saltar al hiperespacio, pero fue alcanzado varias veces por los lásers enemigos. Una vez pasó a velocidad luz, se dio cuenta de que el hiperimpulsor había sufrido graves daños, no aguantaría mucho. Trató de volver al espacio normal demasiado tarde, y el hipermotor estalló, dejándolo atrapado en el hiperespacio. Sólo un milagro podría sacarlo de allí. El soporte vital también empezó a fallar, a causa de los desperfectos causados por los disparos. Decidió entrar en trance jedi para prolongar su supervivencia. Quizá por medio de la Fuerza sería capaz de salir del atolladero en el que se encontraba, pero sabía tan poco de ella y la controlaba tan mal, que lo dudaba. No se acordaba de nada más, el puzzle de su vida se había completado.

Un ligero mareo dispersó los recuerdos de su experiencia en la prisión de su subconsciente, volaron como hojas secas por un golpe de viento. Sólo unas imágenes, confusas e irreales, sobrevivieron un instante después de que abriera los ojos. Había recuperado su vida.


—¿Luke?...
—¿Leia? —respondió el joven desorientado—. ¿Eres tú? ¿Dónde estoy?
—Se encuentra en la enfermería del U.S.S. Enterprise —contestó Kirk—. Acaba de volver en sí.
—¿Quién es usted? —le preguntó Luke, observándolo intrigado.
—Soy el capitán James T. Kirk, el comandante de la nave en la que se encuentra.
—El capitán y su tripulación fueron los que te rescataron —intervino Leia, con la felicidad marcada en su rostro—. Gracias a su intervención estás ahora entre nosotros.
—Sí, niño —continuó Han, dibujando media sonrisa—. Esta vez no es a mí a quien le debes una.
—¡Hooowl! —aulló Chewbacca con júbilo.
—Me alegra verlo otra vez en perfecto funcionamiento, señor —dijo 3PO, que ya había recuperado el brazo perdido.
—¡Ba-boop-bip-bip! —añadió su eterno compañero mecánico, agitando su menudo cuerpo.
Luke se incorporó un poco en la camilla y miró a su alrededor. A su izquierda estaban Leia y Chewbacca, a los pies, Han y 3PO, y a la derecha, R2, Kirk y McCoy.
—Le presento a Leonard McCoy, nuestro médico de a bordo —dijo el capitán, haciendo un gesto con la mano.
—Mucho gusto —saludó el muchacho con cordialidad—. ¿Qué me ha pasado? Lo último que recuerdo es que estaba atrapado en el hiperespacio.
—Es una larga historia —contestó el veterano doctor—. Afortunadamente hemos podido salvarle.
—Muchas gracias, doctor —dijo Luke.
—No hay de qué. Pero el mérito final no es mío —McCoy se apartó un poco del borde de la camilla para que pudiera ver a alguien—. Le presento a la Srta. Chapel y al Sr. Spock. Él fue quien arriesgó su vida para salvar la suya.
En la camilla de la derecha estaba sentado el oficial científico, a su lado estaba la enfermera Chapel, sujetándolo por los hombros. En la mirada de ésta se podía percibir un sentimiento que iba más allá de la admiración hacia el vulcaniano.
—Bienvenido al U.S.S. Enterprise, comandante Skywalker —saludó Spock, con el semblante cansado.
Luke trató de levantarse de la camilla para estrecharle la mano, pero un mareo acompañado de una fuerte migraña se lo impidió.
—No haga muchos esfuerzos —dijo McCoy—. Debe tener una resaca de campeonato cósmico —el doctor giró la cabeza—. Eso también va por usted, Sr. Spock.
Éste se incorporó en señal de desafío, pero pronto volvió a sentarse a causa de un inoportuno pinchazo en la sien. La intensidad del dolor le hizo apretar los ojos aturdido.
—Se lo advertí —le recriminó el doctor—. Ustedes dos no se moverán de aquí hasta que yo lo diga. He de hacerles unas pruebas. Hubo un momento en que creí que les perdía. Quiero comprobar que no hayan sufrido daños sinápticos.
—Le aseguro, doctor, que me encuentro perfectamente. Sólo tengo una jaqueca sin importancia —objetó Spock—. Puede ocurrir después de una fusión mental tan prolongada. Es algo normal.
—El médico de esta nave soy yo, y seré yo el que decida lo que es o no es normal —refunfuñó McCoy—. Srta. Chapel, ayude al Sr. Spock a recostarse en su camilla. Si es necesario, tiene permiso para amarrarlo a ella.
La jefa de enfermeras no tuvo que llegar a tales extremos, el vulcaniano acató la orden sin más protestas. El resto, observó la escena con una sonrisa en los labios.
—¿Fusión mental? —dijo Luke extrañado.
—Es una antigua técnica de mi planeta. Como su propio nombre indica, permite la unión de dos mentes —explicó Spock.
—¿Conoce usted los caminos de la Fuerza? —preguntó esperanzado el muchacho, que percibía en él algo familiar.
—Me temo que no —respondió el oficial científico.
—Cuando le transportamos a bordo, estaba sumido en un profundo coma —intervino McCoy—. Pese a mis esfuerzos médicos, no conseguí sacarle de él. Se mantuvo estabilizado durante un tiempo, pero empeoró. Sus pautas cerebrales se derrumbaron peligrosamente. Aunque físicamente se encontraba bien, parecía que algo en el interior de su mente le impedía recuperarse. Se estaba muriendo sin motivo aparente. Pese a mis reservas, el Sr. Spock decidió utilizar su técnica de fusión mental para tratar de averiguar qué era lo que le pasaba. En un estado como en el que se encontraba, era una medida extremadamente peligrosa, pero cuando al Sr. Spock se le mete una idea en la cabeza...
—Su subconsciente había creado una cárcel psíquica de la que no podía escapar —continuó el primer oficial—. Estaba atrapado en un episodio de su pasado que bloqueaba todas sus experiencias y recuerdos posteriores. Su voluntad se iba debilitando poco a poco en ese mundo ficticio. Era como si deambulara por un laberinto sin salidas, tratando en vano de encontrar alguna. Estaba dando vueltas sin llegar a ningún sitio. Al final, el esfuerzo le hubiese hecho sucumbir por extenuación.
—¿Y qué hizo usted para sacarme de allí? —le preguntó Luke maravillado.
—Abrí un agujero en una de las paredes exteriores, y le llevé hasta él —respondió con sencillez.
Leia se acercó a la camilla de Spock y le dio un beso en la mejilla.
—Nunca olvidaré lo que ha hecho por Luke —dijo emocionada—. Es usted un héroe.
Cualquier otro hombre se hubiera sentido halagado por el gesto de la princesa, pero Spock era un vulcaniano, estaba por encima del orgullo o la modestia. Ayudó a Luke porque le pareció lo más lógico, no había nada de heroico en ello.

Hoth, una gran bola de hielo y nieve perdida en el sistema de su mismo nombre. Tras la evacuación de Yavin IV, se había convertido en el refugio de la nueva base rebelde. Un lugar frío e inhóspito, pero oculto a los ojos del Imperio y, por lo tanto, seguro. Dando vueltas a la brillante esfera blanca, se encontraba el USS Enterprise, ya completamente recuperado de las heridas que había sufrido durante su enfrentamiento con los destructores estelares. El Halcón Milenario, con su hiperimpulsor instalado de nuevo, se despegó de su casco y flotó a la deriva unos segundos. Cuando estuvo lo suficientemente alejado de la astronave terrestre, sus toberas se encendieron con un fulgor azulado, impulsándolo hacia el planeta. Se introdujo en la atmósfera velozmente, protegido de la fricción por sus escudos deflectores. Al llegar a las capas más profundas se zambulló en un mar de nubes, emergiendo por el lado contrario con un suave y preciso giro.

La superficie de Hoth era un paisaje desolado, arañado por las lenguas de glaciares gigantescos. Las temperaturas extremas y las furibundas tormentas de nieve convertían ese mundo en un erial congelado, un infierno blanco. La nave contrabandista puso rumbo hacia una de las montañas que flanqueaban un amplio valle. Cerca de ella, se habían instalado unas baterías láser, un generador de energía y un gran cañón de iones. En las laderas, varias entradas daban acceso a sus entrañas, la más grande podía permitir el paso de naves de considerables dimensiones. El carguero corelliano se metió en una de ellas. Unos dientes de acero se cerraron tras él con un sonoro chirrido, era como si se lo hubiera tragado un dragón aprisionado entre la roca y el hielo.


El hangar interior acogía multitud de vehículos. Los que más abundaban eran los cazas Ala-X y Ala-Y, así como los aerodeslizadores, que utilizaban los rebeldes en sus patrullas por la superficie. El Halcón Milenario acababa de aterrizar, unos chorros de vapor salían de los aliviaderos de sus sistemas hidráulicos, parecía una antigua locomotora decimonónica recién llegada a la estación. Una rampa bajó en su costado de estribor para que pudieran desembarcar sus tripulantes y pasajeros. El primero en hacerlo fue Kirk, a él le siguieron Leia, McCoy, Spock, Luke, Uhura, 3PO y R2. El capitán del Enterprise echó una mirada a su alrededor. Se encontraba en medio de una inmensa cámara excavada en el hielo. Personas y androides iban de un lugar a otro en un continuo trasiego. Kirk pudo distinguir a mecánicos, pilotos y soldados. Uno de estos últimos montaba una extraña criatura peluda que caminaba sobre sus cuartos traseros.

—Hogar, asqueroso hogar —rezongó Han al salir de su nave y poner el pie en el frío suelo.

—¡Vrooarggh! —gruñó Chewbacca tras él.

Un hombre maduro de cabello entrecano se acercó a los recién llegados con expresión amistosa, le acompañaba otro más joven de pelo moreno y liso.

—Capitán Kirk —saludó el de más edad—, encantado de conocerle en persona. Le doy la bienvenida en nombre de toda la base a usted y su tripulación.

—Muchas gracias, general Rieekan —respondió Kirk, estrechándole la mano.

—Éste es el comandante Wedge Antilles —continuó Rieekan, haciendo un gesto con la mirada hacia su compañero.

—Gracias por haber rescatado al comandante Skywalker —dijo Wedge—. Y gracias también por acabar con uno de los destructores del Imperio —el joven rebelde torció el gesto—. Es una lástima que Vader pudiera escapar con vida de su nave, hubiera sido una gran victoria para todos.

—¿Cómo dice? —preguntó Kirk asombrado.

—Lamentablemente, nuestros espías bothan nos lo acaban de confirmar: Vader está vivo —intervino el general, con el semblante serio.

Han, Chewbacca, Leia y Luke hicieron una mueca de desencanto cuando escucharon la noticia.

—¿Pero cómo es posible que alguien pueda sobrevivir a una explosión como esa? —se preguntó McCoy en voz alta.

—Darth Vader es un hombre lleno de recursos, doctor —contestó Luke—. Conoce el Lado Oscuro de la Fuerza, quién sabe lo que es capaz de hacer.

—¡Awll-murff!

—Y que lo digas, Chewie —asintió Han—. Mala hierba, nunca muere. Al menos hay un destructor menos del que preocuparse.

—¿No nos presenta a sus acompañantes, capitán? —intervino Rieekan, para cambiar de tema.

—Por supuesto, disculpe: la teniente Uhura, el doctor McCoy y el Sr. Spock, mi primer oficial.

—Si hacen el favor de seguirme —dijo el general con cortesía—, tenemos muchas cosas de las que hablar, y este hangar no es el lugar más cómodo para hacerlo.

En la sala de reuniones de la base secreta, en torno a una mesa ovalada, los oficiales del Enterprise les confesaron a los asistentes quiénes eran, de dónde venían y cómo habían ido a parar allí. Les dio la impresión de que habían pasado años desde su llegada a esa galaxia.

—¡¿Están todos locos?! —exclamó Han anonadado—. ¿De veras piensan que nos vamos a tragar un cuento como ese?

—Le aseguro, capitán Solo, que todo lo que les hemos relatado es cierto —dijo Kirk, clavando sus ojos en los del corelliano.

—Si ustedes vienen de otra galaxia, yo soy el Satab de Ventooine —ironizó Han.

—Y cómo explicas que tengan una tecnología tan diferente a la nuestra... o que no sepan nada del Imperio —le replicó Leia, que sí creía en la historia.

—Vendrán de algún lugar muy alejado. Teniendo en cuenta la clase de motores que utilizan, no me extrañaría en absoluto —argumentó el antiguo contrabandista—. Es imposible salvar la distancia entre dos galaxias. Incluso una nave como el Halcón tardaría siglos, quizá milenios, en llegar a la más próxima. Y eso suponiendo que se pudiera calcular un salto tan largo.

—No hemos venido aquí por nuestros propios medios —intervino Spock, con su habitual flema—. Como ya le hemos dicho, una máquina de origen desconocido nos trasladó por medio de un torbellino espacio-dimensional.

—He visto cosas rarísimas viajando por toda la galaxia, pero una máquina capaz de romper las barreras dimensionales... por favor, que no hemos nacido ayer.

—Sus hiperimpulsores hacen eso continuamente —refutó el oficial vulcaniano.

—No es lo mismo —contestó Han meneando la cabeza enérgicamente, tratando de disimular su incapacidad para contradecir el argumento de Spock.

—Qué más da de dónde vengan —intervino Rieekan—. Lo importante es que estén aquí. En el caso de que su historia no fuera cierta, no les podemos reprochar que intenten mantener en secreto el paradero de su Federación Unida de Planetas. Pocos sistemas se encuentran fuera de la órbita del Imperio en estos días, es comprensible que deseen mantener su independencia.

—Yo sí que creo en ustedes —afirmó Luke, con ilusión infantil en sus ojos.

—Podemos prestarles un hipermotor para que lo instalen en su nave —continuó Rieekan—. De esa forma podrían volver a su hogar de una forma más rápida y segura.

—Muchas gracias, general —dijo Kirk, inclinando la cabeza en un signo de aprobación.

—Por otra parte —prosiguió el veterano oficial rebelde—, nos vendría muy bien disponer de su asombrosa tecnología de teletransportación. Sería de una gran ayuda para la Alianza. Nos proporcionaría una ventaja táctica en nuestra lucha contra el Imperio, especialmente en misiones de espionaje y sabotaje.

Había llegado el momento que Kirk había estado temiendo desde que llegaron a la base rebelde.

—Lo siento, pero eso no va a ser posible —dijo en un tono lo más neutro posible.

—Perdone, creo que no le he escuchado bien, capitán. ¿Puede repetirlo? —solicitó Rieekan, con un gesto de contrariedad mal disimulado.

—Una ley suprema que todos los miembros de la Flota Estelar prometimos cumplir nos lo impide.

Kirk se sintió como un canalla diciendo esas palabras. Han saltó de su asiento con la indignación dibujada en su rostro.

—¡Vaya... así que el honorable capitán no está dispuesto a compartir sus juguetes! —exclamó enfadado—. ¡Muy generoso por su parte!

—¡Grooonfff! —Asintió Chewbacca.

—No me esperaba esto de usted —dijo Leia, mientras juzgaba al capitán con unos ojos tan fríos como el planeta en el que se encontraban.

Kirk no supo que responder. La mirada de la princesa le había causado más dolor que si le hubieran atravesado el corazón con una estaca de hierro.

—Sé que es difícil de entender para ustedes, pero tenemos prohibido interferir en otras civilizaciones —intervino Spock—. Por supuesto, tampoco podemos proporcionar tecnología de la Federación a nadie, y mucho menos en un contexto de guerra civil como éste. Esta norma se conoce como Directriz Principal.

—¿Directriz Principal? —preguntó Rieekan con una mezcla de curiosidad y enojo.

—La Directriz Principal —contestó Uhura— es una manera de impedir abusos en las relaciones interplanetarias. Estoy segura de que su causa es justa, pero no podemos involucrar a la Federación en un conflicto de la magnitud del suyo.

—Pero ustedes ya se han involucrado —dijo Leia.

—Fue en legítima defensa —puntualizó Spock.

—Esa Directriz Principal es la estupidez más grande que he oído en mi vida —comentó Han con desprecio—. No es más que una patraña, como el resto de su historia. La realidad es que nos encontramos ante un atajo de cobardes que tienen miedo a luchar y comprometerse.

—Esto no tiene nada que ver con la cobardía o la valentía, capitán Solo —replicó Kirk con rapidez—. La Directriz Principal es la más sagrada de las leyes por las que se rige la Federación y la Flota Estelar. No podemos saltarnos a capricho aquello que prometimos respetar por encima de todo. «Ya lo hemos hecho demasiadas veces», pensó.

—Sí, claro... héroe —respondió el corelliano con sarcasmo.

—Si ustedes supieran de lo que es capaz el Imperio no hablarían así —dijo la princesa con voz firme—. Ha asesinado y esclavizado pueblos enteros, solamente por protestar de forma pacífica contra él —Leia agachó la cabeza entristecida, y su voz se transformó en un susurro—... Incluso destruyó un planeta con millones de vidas inocentes con el único fin de que sirviera de escarmiento a otros mundos... mi planeta... Alderaan...

La princesa se abrazó a Han y sollozó sobre su hombro, éste miró al capitán con ojos inquisidores.

—Estará contento, ¿verdad? La ha hecho llorar —le recriminó.

Kirk no supo cómo reaccionar. En ese momento le entraron ganas de renunciar a su rango, dejar la Flota Estelar, y unirse a esa banda de proscritos que luchaban por la libertad; pero no podía hacerlo, no podía abandonar a su suerte a su tripulación en una galaxia desconocida. Sabía que respetar la Directriz Principal iba a plantearle grandes dilemas morales, pero nunca imaginó que podría llegar a causarle tanto malestar hacerlo. De su boca sólo pudo salir una manida frase de consuelo.

—Lo siento —dijo apesadumbrado—, lo siento con toda mi alma.

—El Imperio construyó una gigantesca estación de combate llamada Estrella de la Muerte —intervino Wedge—, era capaz de destruir un planeta entero de un solo disparo. Alderaan fue su primera y única víctima. Afortunadamente conseguimos acabar con esa amenaza antes de que otros mundos sufrieran el mismo destino.

«Otra máquina del Juicio Final —pensó Kirk aterrado—, por lo visto no había suficiente con una rondando por el universo».

—Hemos conocido ingenios como ese —dijo McCoy—. «El sueño de la razón produce monstruos», y siempre habrá algún loco que convierta sus pesadillas en una siniestra realidad. Lamento mucho lo de su planeta, alteza.

—¿Entonces nos dejarán su tecnología de teletransportación? —insinuó Wedge esperanzado.

—Lamentablemente, no —respondió Kirk avergonzado.

—¿Podrían solicitar permiso a la Federación para hacer una excepción? —preguntó el general secamente.

—La Federación se encuentra en otra galaxia, de otra dimensión. Es imposible —contestó Kirk.

—Es verdad, lo había olvidado —dijo Rieekan, como si estuviera siguiéndole la corriente a un loco.

—Si pudieran ayudarnos a encontrar a quienes nos enviaron a esta galaxia, quizá consiguiéramos volver a nuestro hogar, y trasladar su solicitud a la Federación y la Flota Estelar. Aunque, sinceramente, dudo que la aceptaran —sugirió el capitán del Enterprise, con un tono entre la súplica y la disculpa—. Créanme, si dependiera de mí, las cosas serían de otra manera.

En ese caso, tendrán que arreglárselas solos —respondió el general rebelde con aspereza—. Cuando hayan instalado el hipermotor que les vamos a prestar, abandonarán este sistema inmediatamente. No tenemos más de que hablar.

—Como deseen— asintió Kirk educadamente—. Gracias por todo.

Todos salvo Luke se levantaron de sus asientos, en sus caras podía percibirse una mezcla de decepción y mala conciencia. El muchacho de cabellos rubios permaneció taciturno unos momentos, observaba cabizbajo su reflejo en la superficie pulida de la mesa. Finalmente alzó la vista y lanzó una pregunta al aire.

—¿Va a acabar esta reunión así?

—¿Quiere añadir algo, comandante? —dijo Rieekan intrigado.

—Con permiso, general, ¿quiénes somos nosotros para juzgar la actitud de estas personas?... Yo sólo soy un chico de Tatooine convertido en piloto espacial y aprendiz de caballero jedi, no sé nada de alianzas políticas, acuerdos de colaboración o relaciones interplanetarias; pero sí que sé ver cuándo se ha cometido una gran injusticia.

—¿Adónde quieres llegar, Luke? —preguntó Han.

—El capitán Kirk y su tripulación se enfrentaron al Imperio por nuestra culpa. Era un conflicto que no les incumbía, y dieron la cara por nosotros, sin pedir nada a cambio. Podrían habernos entregado a Vader, pero no lo hicieron: lucharon, y gracias a eso estamos aquí ahora. Más de cuatrocientas personas arriesgaron sus vidas por salvar a cuatro desconocidos y dos androides. Es lo más valiente que he visto en mucho tiempo, y tú, Han, los tachas de cobardes.

El capitán del Halcón Milenario frunció el ceño malhumorado.

—Yo tampoco comparto esa Directriz Principal de la que hablan —continuó el joven rebelde—, pero si ellos la defienden con tanta vehemencia, la respetaré. Quién sabe, quizá seamos nosotros los que estemos equivocados. Ellos vienen de un mundo donde reinan la democracia, la libertad, la tolerancia y la paz, ¿no es acaso lo mismo por lo que luchamos nosotros?, ¿no son esos los ideales por los que murieron Biggs, Ben y tantos otros? —Luke miró a la princesa con cariño—. Leia, ¿no fue Alderaan destruido, precisamente, por defender esos ideales, por ser un faro de esperanza en esta galaxia rota por la guerra? Hace unas horas le decías al Sr. Spock que nunca olvidarías lo que hizo por mí, yo, desde luego, no lo he olvidado. Como diría Chewie, tengo una deuda de vida con él, y también con el resto de tripulantes del Enterprise. Mi conciencia no descansaría tranquila si no tratara de ayudarles a encontrar la forma de regresar a su hogar. Y si pertenecer a la Alianza Rebelde significa abandonar a unos amigos, ahora mismo presentaré mi dimisión.

Un silencio sepulcral se apoderó de toda la sala de reuniones durante unos instantes. Todos los presentes observaron al joven piloto de Tatooine, extrañados y sorprendidos. R2 emitió un tímido sonido mientras giraba la cabeza noventa grados en dirección a Luke.

—No hará falta que presente su dimisión, comandante —dijo Rieekan, rompiendo el silencio—. Nos acaba de dar una lección a todos. Llevamos tantos años combatiendo, que muchas veces olvidamos por qué lo hacemos. Y es cierto, no son ellos los que nos deben algo a nosotros, sino nosotros a ellos —el general rebelde dio media vuelta y se acercó a Kirk—. Capitán, se merece una disculpa. Estoy convencido de que su negativa a compartir su tecnología tendrá fundadas razones.

—No hacía falta que se disculpara —respondió Kirk—. Su reacción fue muy comprensible. Dé por hecho que transmitiremos a la Flota Estelar sus demandas con todo nuestro respaldo. Si lo desean, puede venir alguien con nosotros y exponer su problema personalmente.

—Iré yo —intervino Leia, irguiendo la cabeza con su natural majestad. Atrás quedaba el momento de debilidad que le había hecho derramar unas lágrimas. Volvía a ser la dura líder de la Alianza Rebelde—. Yo también quiero ayudarles a encontrar a quienes les trajeron aquí. Se lo debemos. Además, tengo curiosidad por conocer a esos misteriosos alienígenas.

—No se me ocurre mejor embajadora para su causa —afirmó el capitán con halago—. Será un honor para nosotros volver a tenerla en el Enterprise.

—¡Arrwkk! —rugió Chewbacca, levantando la mano.

—También usted será bienvenido —sonrió Kirk.

Han permanecía de pie en medio de la sala, con los brazos cruzados. La expresión de su cara evidenciaba su creciente irritación.

—¡¿Habéis perdido todos la cabeza?! —estalló de repente—. ¿De veras pretendéis ayudar a estos tipos? Reconozco que lo del destructor no estuvo mal del todo, pero eso no excusa su actitud mezquina de hace un momento. Nos restriegan por las narices su utópica Federación, si es que existe, y, acto seguido, se niegan a compartir sus logros tecnológicos, escudándose en esa ridícula Directriz Principal. Tal y como yo veo las cosas, lo que están haciendo es juzgarnos con un repugnante sentido de superioridad, como si fuéramos unos salvajes descerebrados y peligrosos. Piensan que no seremos capaces de utilizar su condenado transportador para otra cosa que no sea la guerra. Y tienen miedo de que una galaxia bárbara, como la nuestra, invada su pequeño paraíso particular. No se fían de nosotros, ¿por qué debemos nosotros fiarnos de ellos?, ¿por qué deberíamos ayudarles?, ¿no se creen superiores?, ¡qué se las apañen solos!

—Lamento que piense así de nosotros, capitán Solo —intervino Kirk.

—No me diga... —respondió el corelliano con desdén.

—Eso quiere decir que no vendrás con nosotros, ¿verdad? —dijo Luke con voz tímida.

—Esta vez no, niño. Ya me he involucrado más de lo que quería con la rebelión, no voy a aumentar mi lista de despropósitos perdiendo el tiempo también con ellos.

—Es verdad, Han. Seguro que es mucho más gratificante traficar con especia para Jabba El Hutt —comentó Luke con ironía.

—¡Bah!

El antiguo contrabandista se dirigió a la salida rápidamente, y pulsó el botón de la cerradura de la puerta automática. Ésta se abrió, deslizándose hacia la derecha suavemente. Han apoyó su antebrazo izquierdo en el quicio.

—Espero que encuentren lo que buscan —dijo dándoles la espalda a todos.

—Yo espero que no pierda lo que ha encontrado —respondió Kirk con la franqueza de un amigo.

La puerta se cerró tras el capitán de Halcón Milenario con un siseo seco.


En la sala de reuniones del Enterprise, el capitán Kirk, Spock, McCoy, Uhura y Chekov estaban enseñando las grabaciones del complejo alienígena a Leia, Luke, Chewbacca y 3PO. Tenían la esperanza de que les resultara conocido, nada más lejos de la realidad.

—No he visto nada parecido en mi vida —afirmó la princesa.

—Desde luego, es una estructura impresionante —comentó Luke, mientras observaba asombrado las grabaciones de Chekov—. Debió construirla una gran civilización.

—Por desgracia, no hemos podido averiguar mucho —explicó Uhura—. Los símbolos que aparecen en el templete central creemos que pertenecen a un panel de control. Pensamos que representan las letras, signos y cifras de algún tipo de escritura. Por el reducido número de símbolos que se repiten, lo más probable es que se trate de una escritura de tipo alfabético. La hemos cotejado con todas las escrituras conocidas, pero sin resultados positivos.

—3PO, ¿te resultan familiares esos símbolos? —preguntó Leia al androide dorado.

—Lo siento, alteza —contestó éste con su robótica cortesía de mayordomo—. Conozco más de seis millones de formas de comunicación, pero ninguna de ellas tiene una escritura parecida a esa.

—¿Y las pinturas de la cúpula y las estatuas? —intervino Luke, sin apartar la mirada de una de las pantallas del centro de la mesa.

—Las pinturas representan a algunas de las especies inteligentes de nuestra galaxia —respondió Uhura—. Gran parte de ellas todavía no las conocemos. Las esculturas del perímetro son obras originales de las diferentes culturas planetarias.

—Además de todo esto, encontramos una baliza de la Federación y cinco romulanos que habían muerto recientemente —añadió Kirk—. Los cadáveres tenían heridas de fáser. Parece ser que tuvieron un encuentro con el grupo de desembarco de una nave de la Federación. También había señales de lucha en la órbita del planeta.

—Creía que su Federación Unida de Planetas era pacífica —le interrumpió Leia suspicaz.
—Y lo es —aclaró el capitán—. Los romulanos no pertenecen a ella. Son un pueblo orgulloso e intransigente: tratan de imponer su filosofía de vida por cualquier medio, no se fían de nadie, y controlan un vasto imperio con mano de hierro. El primer contacto que tuvimos con ellos fue desastroso. Para ellos cualquier extraño es una posible amenaza: son de los que primero disparan y después preguntan. Intentamos coexistir de forma pacífica, pero muchas veces no es posible. No nos sentimos orgullosos de ello.

—Los romulanos —siguió Spock— utilizan la lógica de una manera dogmática: si no piensas como ellos, estás contra ellos.

—Se parecen al Imperio Galáctico —comentó la princesa.

—En cierto modo, sí —dijo Kirk—. Su exacerbado sentido de la lealtad al Estado les hace actuar de forma hostil, pero no son seres despiadados —el capitán recordó su enfrentamiento con el ave de guerra romulana de hacía tres años. Nunca olvidaría las palabras de su comandante antes de inmolarse: «En una realidad diferente, le podría haber llamado amigo»—. Muchas veces, el mundo que nos rodea nos obliga a comportarnos de una forma determinada, aun a costa de nuestras convicciones personales. El Imperio Romulano, es uno de esos mundos.

—Yo nunca podría ir en contra de mis ideales —afirmó Leia rotundamente—. Antes moriría.

—En la baliza había un mensaje —intervino Uhura, para retomar el hilo de la reunión—. Decía lo siguiente: «No dejen que el transportador caiga en manos enemigas, el futuro de la galaxia depende de ello. Nosotros ya no podemos hacer nada, todo depende de ustedes». El Sr. Spock piensa que puede tratarse de una llamada de auxilio de los constructores del complejo, los mismos que suponemos nos han traído hasta aquí. Pero todo parece indicar que fue dejado por la nave de la Federación que estuvo en el lugar antes que nosotros.

—Un mensaje un tanto melodramático para tratarse de una comunicación oficial —dijo la princesa de Alderaan, haciendo un gesto de extrañeza—. ¿Había algo más?

—Un lema heráldico antiguo: «El primero que me rodeó» —respondió la oficial de comunicaciones—. Creemos que es una forma críptica de indicarnos el nombre de la nave que colocó la baliza: el U.S.S. Elcano.

—Nada parece tener sentido —reflexionó Leia en voz alta.

—¡Rooowaaark! —rugió Chewbacca con perplejidad.

—Seguimos igual que al principio —dijo Chekov con resignación.

—Quizá no —intervino Luke enigmático.

—¿Tiene alguna idea? —preguntó Spock, girando la cabeza hacia el muchacho.

—Puede que el lema heráldico sea una pista. ¿A qué hace referencia exactamente?

—Al primer navegante que dio la vuelta a la Tierra: Juan Sebastián Elcano —contestó el capitán.

—Se trata, pues, del nombre de una persona.

—Sí —afirmó Kirk confuso.

—Tal vez ese nombre coincida con el de algún lugar concreto de nuestra galaxia —insinuó el joven.

—¿Un punto de encuentro?

—Exactamente, capitán. El instinto me dice que esa es la respuesta. Confíen en mí.

—Cosas más raras hemos visto. Es tan simple que puede que tenga razón —el capitán pulsó el botón del interfono mientras se acariciaba el mentón—. Sr. Sulu, aquí Kirk. ¿Han instalado ya las nuevas cartas de navegación?

—Sí, señor. Ha costado, pero con la ayuda de R2-D2, hemos conseguido adaptar su lenguaje informático al nuestro.

—Buen trabajo. Kirk fuera. Computadora —dijo con la mirada perdida—, busque en los nuevos archivos de astronavegación cualquier referencia al vocablo Elcano.

En un par de segundos, la singular voz femenina de la computadora respondió a lo que se le pedía.

—Una coincidencia —informó—. Elcano: Sistema situado en el conocido como Espacio Salvaje. Está formado por una estrella de clase G que orbitan doce planetas. No hay más datos. Se trata de una zona cartografiada, pero todavía sin explorar.

—¡Ahí lo tienen! Seguro que allí encontrarán a quienes buscan —exclamó Luke, con una gran sonrisa.

—Fascinante —se le escapó al oficial vulcaniano—. Era tan sencilla la respuesta que jamás habríamos dado con ella.

—Cierto, Spock. Otra vez el viejo maestro Guillermo de Occam nos vuelve a dar una lección. En este caso encarnado en un muchacho de una lejana galaxia —comentó McCoy con su habitual sentido del humor—. Gracias, comandante Skywalker, sin usted seguiríamos perdidos.

—De nada, doctor —respondió Luke con modestia—... pero, ¿quién es el maestro Guillermo de Occam? ¿Es un maestro jedi?

—Algo así —bromeó el médico del Enterprise con el joven rebelde.


El trabajo había valido la pena. Scott y su equipo habían configurado el nuevo hiperimpulsor para que pudiera ser manipulado desde la consola de navegación del puente. Ahora, el piloto calcularía el salto sin moverse de su puesto, sólo tendría que introducir las coordenadas correspondientes en la computadora de a bordo. Un nuevo botón de color azul turquesa sobresalía en el panel de control. Apretándolo, el Enterprise entraría en el hiperespacio con la misma facilidad que cualquier otra nave de ese lado del torbellino subespacial. El nuevo hipermotor era en realidad el de una corbeta corelliana accidentada, pero funcionaba perfectamente. Los recursos de la Alianza Rebelde eran limitados, por lo que gran parte del equipamiento de su flota tenía su origen en chatarrerías y cementerios de astronaves. El hecho de ser una organización ilegal y subversiva tampoco permitía muchas otras vías de suministro. La intendencia rebelde era lo más cautelosa posible en ese sentido, cualquier descuido podría costarles muy caro. El propio Ala-X de Luke había sido remolcado a la base rebelde. Con unos cuantos arreglos y un nuevo hiperimpulsor, volvería a estar listo para la batalla. La Alianza Rebelde no podía permitirse el lujo de desperdiciar nada.

El capitán Kirk se sentó en el sillón de mando con la expresión de un niño con zapatos nuevos. En la pantalla principal flotaba Hoth, albo y silencioso.

—Veamos que tal funciona el nuevo generador de hipervelocidad, Sr. Sulu. Calcule el salto para el sistema Elcano. Tenemos una cita importante, procuremos no llegar tarde.

—Una nave acaba de salir de la atmósfera del planeta —informó Chekov de repente—. Es el Halcón Milenario.

—El capitán Solo solicita hablar con usted, señor —dijo Uhura, sujetando su auricular con la mano izquierda y girando su asiento.

—Pásemelo —ordenó con displicencia el capitán.

—¿Capitán Kirk? —sonó la voz de Han por los altavoces.

—El mismo, ¿qué quiere ahora? —respondió con tono áspero.

—¿Tiene una plaza libre para su excursión espacial?

Luke, Leia y Chewbacca, que se encontraban en el puente, se miraron con complicidad al oír las palabras del testarudo corelliano. Sabían que al final no les iba a dejar tirados. Lo conocían demasiado bien, no era tan cínico como se esforzaba en aparentar.

—¿Y a qué debemos su repentino cambio de opinión? —preguntó el capitán del Enterprise.

—Bueno, pensé que sería mejor darse un paseíto por la galaxia con ustedes, que congelarse el trasero a lomos de un tauntaun allá abajo.

—Un argumento muy... profundo —contestó Kirk, tratando de ocultar una sonrisa.

—Además, como usted comprenderá, no iba a dejar solos a mis amigos en una nave bajo su mando —continuó Han irreverentemente.

—Con el primer argumento tenía más que suficiente. No tiente su suerte —respondió el capitán, arrugando el entrecejo—. Tiene permiso para amarrar su nave. Cuando esté a bordo, partiremos.

Próximo capítulo: Rumbo a la aventura


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