Ciudadanos de Gotham nº 05

Título: Otra forma de amar
Autor: Israel Huertas
Portada: -
Publicado en: Agosto 2010

Davor Schikowski ni siquiera se gira hacia la puerta cuando los dos detectives entran. A la luz tenue de la lámpara colocada sobre su cabeza, su rostro se muestra sombrio y triste. Su padre murió de cáncer hace poco más d eun año, asique se podría decir que no le queda nada en la vida. Nada salvo Stella.
Cuando la cae la noche comienza la pesadilla. Los monstruos campan por sus calles y es entonces que sólo el murciélago puede protegerlos. Pero aún con todo se muestran valientes ante lo que muchos otros huirían. Ellos son Ciudadanos de Gotham.



Gotham City. Comisaría del distrito de los muelles.

Los detectives de homicidios Dave Trainer y William Parrish tienen un nuevo caso entre manos. Casi se ha resuelto ya solo, pero la parte más complicada y triste está por llegar.

En la sala de interrogatorios número dos, les espera el sospechoso del caso de asesinato más raro que hayan visto esta última semana y, aunque todas las pruebas llevan a él, de momento no le han sacado nada.
Parrish se detiene junto a la máquina de café del pasillo antes de entrar. Saca un café doble, su bebida habitual la semana que tiene el turno de noche. Trainer lleva una carpeta llena de fotos desagradables que cree harán que el sospechoso suelte su lengua.
La máquina de café parece ir tan despacio como el tiempo esa noche.
-    Vamos, Will - increpa Trainer a su compañero -. Coge el puto café y vamos de una vez. Quiero acabar con esto de una vez.
-    ¿Por qué estás tan tenso? Ya verás como ese tío se arruga en cuanto vea tu ceño fruncirse. Has hecho esto mil veces, tronco.
-    Sí, ya lo sé. Es que . . .
Dave Trainer gira la mirada hacia el suelo. La verdad es que hace días que no está al cien por cien. El mundo se está volviendo cada vez más confuso y, últimamente, parece que sólo hay locura en las calles de todo el mundo.
-    Bueno, date prisa - añade Trainer.
-    Tío, son super-escoria. Se toman la justicia por su mano y ya era hora de que alguien les parase los pies.
-    ¿De veras? Porque lo cierto es que no estamos preparados en absoluto para lidiar con lo que gente como Superman o Flash suelen hacer. Y si encima tenemos que detenerlos o cazarlos . . . no somos nada para ellos.
-    Por eso precisamente hay que acabar con ellos. Hazme caso, Luthor sabe lo que se hace cazando a la super-gente.
-    ¿Tu crees? ¿Y si les empuja demasiado? Muchos de ellos son muy poderosos, si deciden contraatacar nos barrerán a todos de esta puto planeta. Tío, acabo de ser padre y, francamente, esta situación hace que me cague de miedo cada día - Trainer toma aire -. Y luego está Batman. Ya es difícil saber que coño hace a cada momento. Seguramente esté loco y, si Luthor le aprieta las tuercas podríamos tener un auténtico infierno en esta ciudad.
Parrish coge de los hombros a su compañero e intenta calmarle:
-    Venga, Dave. Tranquilo, ¿vale? Tu tienes tu trabajo y es en lo que debes centrarte, ¿de acuerdo? Deja el resto para quién tiene que tratar con esas cosas.
-    Vale, vale. Tienes razón. Debo centrarme.
-    Eso es. Buen chico - Parrish coge su café y agarra el pomo de la puerta de la sala de interrogatorios -. Ahora vamos a hacer que ese tío se mee en los pantalones. Ya verás como eso te anima un poco.- Y, los dos detectives, entran en la habitación.
Dentro, Davor Schikowski ni siquiera se gira hacia la puerta cuando los dos detectives entran. A la luz tenue de la lámpara colocada sobre su cabeza, su rostro se muestra sombrío y triste. Davor es carnicero en una pequeña tienda en el barrio de los muelles. Lleva en ella toda su vida, desde que sus padres se establecieron en Gotham. Ahora el negocio lo lleva él, además de cuidar de su madre que lleva en estado casi vegetal desde hace dos años. Su padre murió de cáncer hace poco más de un año, así que se podría decir que no le queda casi nada en esta vida. Nada salvo Stella.

Le detuvieron hace apenas hora y media y no sabe muy bien por qué o qué hace en esa habitación. Las esposas oprimen sus fofas muñecas y las costillas le duelen por los golpes que un policía le dio, creyendo que se estaba resistiendo al arresto.

El detective Parrish cierra la puerta, de un portazo, y el gordo cuerpo de Davor parece dar un respingo en la silla. Luego, él y su compañero se sientan también, uno a cada lado del detenido.

-    ¿Te llamas Davor Ski . . . shi . . . ?- a Trainer no parece arrancarle el nombre - ¿Te llamas Davor?

No hay respuesta. El hombre no deja de mirar la mesa, como si todo un espectáculo hipnótico se estuviera celebrando sobre la sombra de su cara que se refleja en la madera.

-    Escucha - interviene Parrish -, estás en un lío. Uno muy gordo, así que será mejor que colabores antes de que la cosa vaya a peor.
-    S-Sí - dice Davor casi en un susurro.
-    Sí, ¿qué? - increpa Parrish.
-    M-Me llamo Davor.

Los detectives se miran con complicidad. Ahora resulta obvio que un interrogatorio, en principio, sencillo, les va a llevar unas cuantas horas. Parrish le da un sorbo a su café y vuelve a la carga.

-    Algo es algo. ¿Conoces a Stella D´Angelo?

Davor mueve la cabeza por primera vez y mira hacia su reflejo en el enorme espejo frente a él. Claro que conoce a Stella. Su chispa de la vida. La mujer a la que ama como nadie ha amado jamás. Su Stella. Ella le da vida y mantiene cuerdo. Le brinda esperanzas en su oscuro rincón del mundo.

La mente de Davor vuelve al pasado, al día en que conoció a Stella. Ella metía cajas en su piso, justo en la puerta de enfrente al de él, en un edificio que ya era casi una ruina antes de que el padre de Davor naciera. Volvía de la calle, de hacer unas compras para su madre, cuando la vio. Ella fue amable y le saludó, y aquella sonrisa delicada que le dedicó al cerrar su puerta, le llenó el corazón de un sentimiento que no estaba preparado para entender.

Trainer golpea la mesa fuertemente, y Davor pestañea levemente, absorto aún en aquella sonrisa.

-    ¡Vamos, Davor! - le increpa el policía -. ¡Presta atención! ¿Conoces a Stella D´Angelo?
-    Sí, la conozco. Ella es mi vecina - Davor sonríe -. Bueno, ella me ama, ¿saben?

Los dos detectives se miran con una mezcla de curiosidad y espanto. Es Parrish el que rompe la mirada y prosigue con las preguntas:

-    Así que te ama, ¿no? ¿La has visto esta tarde?
-    Pues, sí - responde el sospechoso -. Casi había anochecido y ella se pasó por la tienda antes de ir a casa.
-    ¿Hablaste con ella?
-    Bueno, no mucho. Ella estaba cansada y no se quedó mucho. Sólo hablamos un poco de los preparativos.
-    ¿Preparativos? - interviene Trainer.
-    Sí, claro. Ella y yo íbamos a irnos a Las Vegas este fin de semana. Ibamos a casarnos, ¿saben?

Ante el estupor de los dos detectives, Davor piensa en esa tarde, cuando ella bajó de aquel coche, discutiendo con un tío al que ya había visto antes rondarla. El se enfadó mucho, pues aquel hombre siempre trataba mal a su Stella. Ella lloraba aún cuando entró en la tienda.

-    Así que ibais a casaros - prosigue Parrish-, ¿no es eso? Y ella lo sabía, ¿verdad?
-    ¿Cómo?
-    ¿Sabía ella que os ibais a casar?
-    Claro, señor. Ella aceptó cuando se lo propuse. Oigan, ¿puedo llamar a casa? Mi madre estará preocupada por mí. Está enferma, ¿saben? Debería irme a casa a cuidarla.

Parrish lanza un soplido, pero de esos que, normalmente, sirven para indicar con complicidad a otra persona que alguien no está en sus cabales. Trainer echa una sonrisa pícara y luego carraspea, intentando centrarse en la siguiente pregunta:

-    Verás, Davor, ¿tienes alguna idea de por qué estás aquí?
-    Pues, la verdad, no, señor.
-    Mira, Davor - interviene Parrish -. Hemos hablado con la gente de tu barrio y nos han contado algunas cosas que no cuadran con tu historia. Decían que acosabas a esa chica, que la espiabas y te entrometías en su negocio. Al parecer, a ella le caías bien pese a eso y suponemos que por eso no te había denunciado antes.
-    Habrá sido la Sra. Ursula, del tercero - dice Davor -. Nunca le cayó bien Stella y, a veces, le contaba historias desagradables a mi madre sobre ella.
-    ¿A tu madre? - Parrish se frota las sienes, un poco harto ya de todo el tema -. ¿Y qué le contaba? ¿Que era puta, tal vez?
-    Sí, constantemente. Verán, como era joven y vivía sola, muchas de las mujeres del barrio la tenían envidia.
-    Muy bien - exclama Parrish-. Necesito otro café.
-    Vale, bien. Vamos a salir un momento Davor, pero volvemos enseguida.

Los dos detectives salen de la habitación y Trainer se lleva las manos a la cabeza.

-    O está completamente sonado, o es el mejor mentiroso que he visto en mi vida.
-    Lo sé, yo también estoy flipando. Podría estar colocado, ¿no?
-    Sargento Trainer - dice un agente de calle, entrando en el pasillo en ese momento -. Hemos acabado el registro de la casa del sospechoso. Es un estercolero. Tiene basura de tres meses, al menos, por toda la casa, menos en una habitación. Verán, hay una cama antigua pulcramente hecha y hemos encontrado en la mesilla una bandeja con un tazón de sopa fría.
-    No me digas que . . . - empieza Trainer.
-    Agente, llame al Arkham y pídales que manden a un buen siquiatra - dice Parrish.

Luego, ambos detectives vuelven a entrar en la sala de interrogatorios y se sientan en sus posiciones anteriores. Trainer abre su carpeta con parsimonia y deposita una serie de fotos ante la vista de Davor. Son fotos de un cadáver descuartizado. El cadáver de Stella.

-    La encontramos así en los cubos de basura del callejón de tu carnicería.

Davor se revuelve en su silla y aparta su mirada de las fotos.

-    ¡No! ¡¿Por qué me enseñan esto?! ¡¿Quién ha sido?! ¿Quién le ha hecho esto a mi Stella?
-    ¿Quién crees tú que lo ha hecho? - le increpó Trainer.
-    ¡No lo sé! ¡Dios mío, mi Stella! ¡Ese tío. . . el del coche . . . ! ¡La hizo llorar! ¡Tienen que encontrarle!
-    Ya lo hemos hecho, Davor - siguió Trainer-. Ese tipo coincide contigo en que la dejó en la puerta de la carnicería esta tarde y tiene una coartada cojonuda para el resto de la noche.
-    ¡Pero la hizo llorar! ¡La empujó del coche!
-    ¡Ella le había robado, tío! - inquirió Trainer, más airadamente-. ¡Era su chulo, Davor! ¡Ella le mangó ochenta pavos para un chute!

Davor empezó a golpearse la cabeza mientras repetía la palabra “no” constantemente. De vez en cuando, añadía un “ella me quería” que añadía unas cuantas notas más de patetismo a la escena. Entonces, Parrish empezó a hablarle de nuevo, esta vez con un tono más calmado:

-    Escucha, Davor. ¿Quieres que te cuente lo que creo que pasó? Creo que esa chica te gustaba. Te gustaba de veras. Y es normal porque era muy guapa. Y tú la idealizaste y construiste una imagen de ella que para nada era la realidad. Empezaste a seguirla y a observarla y borraste de tu mente cualquier cosa que pudiera profanarla. Al poco, tu cabeza fue un paso más allá y empezó a fantasear con la vida que querías tener con ella, y entraste poco a poco en un bucle en el que ya nada era ni remotamente parecido a la realidad. Pero no es la primera vez, ¿verdad?

Davor seguía meciéndose en la silla, aunque ya no se golpeaba la cabeza. Emitía una especie de murmullo parecido al que hace un bebé cuando trata de dormirse, y sus ojos salpicaban lágrimas contra la mesa.Trainer abandonó su papel de poli malo para adaptarse al más comprensivo de Parrish:

-    Sabemos que no lo estás pasando bien, Davor. Este año ya has perdido a tu madre. Te has quedado solo en el mundo y tu cabeza no lo está encajando bien, pero . . .
-    ¿M-Mi madre? - intervino Davor -. No ha muerto. Está en casa, postrada en su cama. Yo la cuido y la llevo sopa cuando hace frío.
-    Tu madre murió el 26 de febrero - intervino Parrish -. Su muerte la certificó el médico de urgencias del hospital Gotham Memorial. La enterraron dos días después. Pero tú ya lo sabes, ¿verdad? Porque por mucho que hayas intentado borrarlo, cada día cuando entras en la habitación, sólo ves una cama vacía.

El orondo cuerpo del detenido dejó de mecerse y sus manos se apoyaron en la mesa al tiempo que bajaba la cabeza. Los dos detectives se miraron y empezaron a levantarse al tiempo que recogían las fotos. Antes de poder apartarse de la puerta, la voz de Davor, casi un susurro, les detuvo:

-    Yo la quería, ¿saben? Vino al entierro de mi madre y todo. Me dio un beso en la mejilla pese a que, una vez, le di un puñetazo a uno de sus . . . bueno, ya saben. Después de ese beso, fue como si no me sintiera tan solo. Intenté que me quisiera y que saliera de esa vida, pero ella . . . ¡Dios, era tan estúpida! - Trainer y Parrish volvieron a sentarse -. Después de que el tío aquel la echara del coche, se quedó llorando un rato, apoyada en la farola. No sé cuanto tiempo la observé hasta que ella se dio cuenta. Se sonó la nariz y se secó las lágrimas y entró en la carnicería. Fue muy cariñosa y amable y pensé: “¡Dios mío, al fin ha ocurrido!”. Pero tenía que haber sabido que no era así. Me pidió dinero para comprar droga. Yo me enfadé porque pensé que me estaba tomando el pelo. Así que me empezó a insultar. Me llamó gordo y . . .y . . . m-marica . . . y un montón de cosas más. Yo la rogué que se callara y que se fuera, pero ella seguía insultándome. De pronto, mientras me gritaba, me apartó de un empujón y trató de abrir la caja registradora. Y-yo no sé lo que me pasó. Lo vi todo rojo de pronto y, cuando me quise dar cuenta, la había . . . ella estaba . . . había tanta sangre por todas partes. . . en mis manos. . . en mis ojos. . .

Los detectives salieron de la habitación mientras Davor se quedaba dentro de ella, llorando como un bebé. Parrish sacó otro café, en silencio. Entonces, tras dar un sorbo, dijo:

-    Al menos no la convirtió en salchichas.
-    Eres un puto sádico, Will. Ese tío está muy enfermo.

Echaron a andar por el pasillo, en dirección a sus mesas.

-    Tienes razón, Dave - respondió Parrish -. Ha sido un comentario bastante cruel.
-    Claro que sí. En ese barrio se llevan más las hamburguesas.

Parrish dio una colleja a su compañero y se fueron a redactar el informe.Una prostituta drogadicta había muerto, convirtiendo en asesino a la única persona que, tal vez, había sido capaz de amarla. Por desgracia, en Gotham, estas desgracias solo hacen un mal chiste.


FIN

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