La Liga de los Hombres Misteriosos nº01

Título: El enemigo interno (I)
Autor: Raúl Montesdeoca
Portada: Carlos Ríos
Publicado en: Septiembre 2011

¡Nueva serie! ¡¡Los héroes pulp regresan!! ¡Black Bat! ¡Agente-X! ¡Ki-gor! ¡Helene Vaught!¡Capitán Futuro! ¡Green Lama! Un peligro reunirá a estos extraños héroes en una aventura sin igual ¡¡The Pulp is back!!
Antes de los superhéroes fueron los Hombres Misteriosos. Y esta es la historia de cuando los hombres y mujeres más grandes de su época se reunieron por primera vez ... y el mundo cambió para siempre.
Creado por Raul Montesdeoca y Carlos Rios

Capítulo I

Tony Quinn regresaba a casa en coche después de haber tenido una reunión con el Comisario Warner, aunque ya no ejercía como abogado, al comisario siempre le gustaba contar con su opinión en asuntos legales ya que había sido uno de los más firmes e incorruptibles fiscales de distrito que había tenido la ciudad de Nueva York. El encuentro se había alargado más de lo previsto y se había hecho de noche.

Era Silk, su ayudante para todo, quién conducía ya que Tony Quinn era un hombre ciego, aunque sería más correcto decir que aparentaba ser ciego, su cargo de Fiscal del Distrito le había creado muchos y poderosos enemigos entre el crimen organizado. Uno de ellos le había arrojado ácido a los ojos durante un juicio dejándolo ciego y con profundas cicatrices alrededor de los ojos, pero estaba destinado a algo más y tuvo una segunda oportunidad, un milagroso e innovador trasplante de córnea no solo le devolvió la vista sino que le dio la asombrosa capacidad de ver en la oscuridad.

Aun así, decidió seguir fingiendo ser ciego y crear otra identidad para luchar contra los criminales a los que el sistema no podía tocar, Black Bat, ese era un secreto que muy pocos sabían y Silk era uno de los miembros de ese selecto club.

Quinn siempre fingía ser ciego aun cuando nadie le veía, así que andaba perdido en sus propios pensamientos sin fijar la vista en nada en concreto hasta que la voz de Silk le devolvió a la realidad.

-Ya sé que se supone que es usted un hombre ciego, jefe. Pero debería echar un vistazo a ese tipo de ahí arriba, no es algo que se vea todos los días.

Discretamente miró hacia arriba asegurándose primero de que nadie le miraba, lo cual era poco probable ya que todos miraban al hombre de melena rubia hasta los hombros y vestido con ropas de explorador que saltaba de tejados a cornisas y que se acercaba en sentido contrario a la posición que su automóvil ocupaba, los viandantes se paraban y miraban asombrados pero algo llamó la atención de Quinn en otro coche que en ese momento se cruzaba con ellos, además de su excesiva velocidad uno de los ocupantes también trataba de seguir las evoluciones del acróbata pero algo en su expresión le dijo que aquella no era una mirada de asombro sino más bien de miedo y preocupación. ¡Estaban huyendo de él!

-¡Silk! Rodea la manzana y trata de alcanzar al coche con el que acabamos de cruzarnos.

Silk se puso manos a la obra para sacar todo el jugo posible a su potente “speedster” y giró discretamente a la derecha para incorporarse a la calle paralela y empezar la persecución de aquella extraña comitiva, la situación les daba una visión sesgada de lo que sucedía ya que solo podían ver lo que pasaba en los breves segundos en que pasaban por los cruces de las calles trasversales.

En el primer cruce Tony Quinn, que ya buscaba en un depósito oculto de su coche todo lo necesario para pertrecharse como Black Bat, pudo ver que el coche al que perseguían estaba más o menos a su altura, a unas décimas de segundo después vio pasar como un borrón la silueta del misterioso perseguidor.

En el segundo cruce la escena era aun más increíble. Viéndolo ahora de cerca se dio cuenta de que el perseguidor medía sobre un metro noventa, de piel muy bronceada, su complexión era hercúlea y la envidia de cualquier atleta, debía serlo para hacer aquella asombrosa persecución a través de tejados y cornisas y encontrarse en estos momentos sobre el techo del coche acuchillando la capota de cuero del convertible en el que infructuosamente trataban de huir los perseguidos.

-¡En la siguiente a la derecha! ¡Rápido, se nos acaba el tiempo!

Tony tenía que gritar para hacerse oír sobre el ruido del aire que entraba por la ventanilla trasera, la había abierto y se disponía a salir por ella.

-¡Pégate a ellos lo más que puedas Silk, voy a tratar de detener al loco del cuchillo!

Silk sacó todo lo que pudo del motor y a toda velocidad giró a la derecha esquivando milagrosamente el tráfico de la ciudad y tuvo que volver a girar bruscamente a la izquierda para incorporarse a la calle y para no chocar con el convertible donde tenía lugar aquella asombrosa escena. Black Bat ya había salido por la ventanilla y se mantenía en el estribo de su coche agarrándose a la estructura con su mano izquierda y dispuesto a saltar sobre el coche que iba unos metros detrás en cuanto las circunstancias fueran las más ideales, o las menos malas viendo como pintaba el asunto, el que ocupaba el asiento del copiloto buscaba algo desesperadamente para poco después dejar entrever la forma de una pistola.

Nadie va a matar a nadie hasta que esto se aclare, pensó Black Bat. Desenfundó una de sus automáticas. El tiro era difícil, iba en un coche a toda velocidad en un equilibrio inestable y su objetivo estaba en el interior de otro coche que también iba a una velocidad endiablada, no había tiempo de apuntar y disparar antes de que aquel tipo usase su arma y mucho menos garantías de acertar, así que Black Bat optó por otra opción, apuntó a un brazo del gigante rubio y disparó, la bala le rozó en el brazo lo suficiente para que tuviese que soltarse de su asidero por el dolor pero sin causarle ninguna herida de gravedad.

En el mismo instante en que aquel broncíneo gigante rubio caía del techo del coche por falta de sujeción disparaban desde el interior del coche. El resultado no pudo sino añadir aún mas misterio y asombro, un haz de luz de un color rojo intenso salió del arma agujereando el techo del coche, fallando por milímetros en impactar a su objetivo que meras décimas de segundo antes se encontraba en la trayectoria del haz mortal y yendo finalmente a impactar contra la fachada de un hotel en la que dejó un agujero desde el que podía verse la luz del interior.

-Déjales un poco de distancia pero no les pierdas, yo me encargo de nuestro amigo caído.

Black Bat saltó desde el estribo del coche aprovechando que Silk redujo la marcha y se encaminó hacía el individuo con ropas de explorador, su camisa y buena parte de sus ropas habían quedado hechas jirones por la fricción contra el asfalto de su caída desde el techo de un coche que circulaba a toda velocidad. Un golpe así habría dejado fuera de combate a cualquiera por una buena temporada, pero aquel individuo ya hacía esfuerzos por ponerse en pie y miraba a su alrededor un tanto confuso hasta que su vista se posó en Black Bat, una mueca feroz desfiguró su expresión.

-¡Tú! ¡Tú me disparaste!

Un grito gutural de rabia primigenia salió de su garganta al tiempo que de un poderoso salto se lanzaba sobre Black Bat que no esperaba una reacción tan rápida, su contrincante cayó sobre él, lanzándolo de espaldas contra el suelo y agarrando sus muñecas e impidiéndole el uso de sus armas, se comportaba casi más como un animal salvaje que como un hombre, Black Bat desde el suelo impulsó su cabeza hacia delante e impactó en la nariz de su oponente haciéndole sangrar pero no consiguió que este redujera en lo más mínimo la fuerza de su presa que amenazaba con fracturar sus

muñecas de un momento a otro.

Una voz femenina gritó:

-¡Ki-Gor, detente!

La orden provenía de una mujer que se encontraba apenas a unos metros del lugar donde los dos hombres forcejeaban en el suelo, vestía ropa de sport y usaba pantalón con botas de caña alta pero eso no impedía ver que era toda una mujer, era pelirroja y muy hermosa, el tono de su voz indicaba también determinación y coraje. No menos llamativa era la mascota que le acompañaba, un leopardo que la seguía como si de un manso gatito se tratase.


Durante unos interminables segundos, Ki-Gor miró a Helene intentando comprender que le decía, como si su cerebro de hombre tuviese que regresar del estado bestial en el que se encontraba. Poco a poco fue recuperando la calma y soltó la férrea presa que tenía sobre Black Bat y se incorporó.

Black Bat suspiró aliviado y se frotaba sus doloridas muñecas mientras recuperaba pie.

-¿Alguien puede explicarme de qué va todo esto? - preguntó

Las sirenas de la policía ya se dejaban oír en la lejanía.

-Quizás sería mejor que nos fuésemos y hablásemos en un sitio más tranquilo, tengo un coche cerca de aquí, seguidme.

Ki-Gor se puso en marcha y siguió a la mujer, Black Bat estaba confuso pero también coincidía con la pelirroja en que no quería estar ahí cuando la policía llegase, si se había corrido la voz de su presencia el Detective McGrath no andaría lejos así que optó por la opción menos mala de acompañar a aquella extraña pareja , de haber querido matarlo aquel salvaje tuvo una oportunidad de oro y no lo hizo, además la mujer de alguna extraña manera inspiraba confianza, se la veía preocupada por Ki-Gor, aunque Black Bat pensó para sí que el tipo parecía arreglárselas bastante bien por sí mismo.

Corrieron durante unos cientos de metros hasta alcanzar un coche sedán aparcado en una calle lateral poco transitada y mal iluminada, lo que les venía de perlas para perderse en la noche, eran un grupo de lo más llamativo. Los tres subieron al coche, la mujer se sentó en el asiento del conductor y arrancó el coche, desde dentro abrió la otra portezuela delantera y Black Bat se disponía a subir cuando un leopardo se escabulló entre sus piernas y ocupó el asiento, el felino una vez en su sitio rugió a Black Bat. La mujer se río en una sonora carcajada.

-Sitio ocupado, amigo. Prueba detrás.

La parte trasera del coche fue ocupada por Ki-Gor y Black Bat, este último no se molestaba en disimular su disgusto por tener que compartir asiento con aquella bestia humana pero no había muchas más opciones, no estaba de humor para pelear con un leopardo.

-Agachaos, sois demasiado llamativos. -ordenó la mujer

Condujo tranquilamente durante un rato para no levantar sospechas y fue dirigiéndose a los extrarradios para abandonar las zonas más populosas y alejarse de ojos curiosos.

-Permita que me presente, - dijo la hermosa mujer - , soy Helene Vaughn y este es Ki-Gor.

-¿Helene Vaughn? -preguntó incrédulo Black Bat- ¿De los Vaughn de Siderúrgicas Vaughn?

-Sí, esos Vaughn. -respondió divertida Helene

-La hacía desaparecida, recuerdo la noticia, fue muy sonada, tuvo un accidente mientras tripulaba usted su propio avión en solitario desde el Cairo a Sudáfrica y se perdió en la jungla, se enviaron partidas de rescate incluso, pero nunca hubo más noticias de usted.

-Le veo bien informado sobre mí, eso es una ventaja que me lleva, aunque por su atuendo debo deducir que es usted uno de esos Hombres Misteriosos de los que habla la prensa o algún tipo de criminal que oculta su identidad. Me inclinaría por lo primero, es usted demasiado educado para ser un criminal.

-Soy Black Bat. -dijo como única respuesta

-Veo que es usted bastante celoso de su intimidad, no estoy muy al día en el quién es quién porque llevo un tiempo “fuera del circuito”.

-Bien, hechas las presentaciones ¿de qué va todo esto?

Helene miró por el retrovisor buscando la mirada de Ki-Gor:

-¿Cómo está la herida de tu brazo y tu nariz? -preguntó con preocupación

-Nada grave. -respondió hoscamente mirando a Black Bat con una mirada asesina

Por un momento Black Bat pensó que se trataba de una estrategia de Helene para desviar la atención de su pregunta pero poco después continuó hablando.

-Ki-Gor y yo hemos estado siguiendo a esos tipos desde África...-pareció dudar por un momento- bueno, quizás debería decir que Ki-Gor les sigue y yo le sigo a él porque es imposible hacerle cambiar de opinión. -esta vez había un tono de reproche cariñoso en sus palabras

-Deben morir. -dijo Ki-Gor más para sí mismo que para la concurrencia mientras miraba su cuchillo

-Esos dos formaban parte de una expedición de los nazis en el Congo, de alguna manera encontraron un yacimiento de diamantes de gran pureza y tamaño y decidieron usar a la población indígena como mano de obra. Fueron obligados a punta de pistola, muchos murieron para que todos entendiesen que era una pistola y cuál era su poder, la mayoría de los nativos jamás habían visto armas de fuego. El trato que les dieron fue...-le costaba terminar su descripción-...inhumano.

Black Bat observó como los músculos de Ki-Gor se tensaban aunque fingía no oír el relato de Helena y miraba al cielo nocturno. Tras recuperar un poco la compostura, Helene continuó su relato.

-Una vez que el trabajo estuvo hecho y con los diamantes en su poder, los nazis no querían que nadie supiese que habían estado allí, así que se aseguraron de que ninguno de los trabajadores pudiera contarlo. Dios Santo, fue una masacre.

-Los nazis deben morir. - Ki-Gor se dirigía a Black Bat, era su manera de hacerle entender

Y por supuesto que le entendía, su visión de aquel hombre estaba cambiando radicalmente en cuestión de segundos, hace un minuto no veía en él más que a una bestia en forma de hombre, un ser que se dejaba dominar por sus instintos más básicos y primarios, un salvaje, en definitiva. Pero aquel hombre había cruzado un océano de distancia para perseguir a unos criminales que iban a escapar sin su merecido castigo. Eso sí que podía entenderlo, ¡vaya que si podía!

Helene continuó relatando su historia.

-Gracias a nuestro amigo -lo decía mientras acariciaba con su mano derecha la cabeza del leopardo que ronroneaba mimoso- nos hicimos con su rastro y tras pedir algunos favores a la Oficina Colonial Británica supimos que habían tomado un avión desde Kenia con destino Nueva York, nos hicimos con otro avión y les adelantamos, esperamos pacientemente su llegada pero se nos escabulleron y estábamos a punto de darles alcance cuando tú disparaste a Ki-Gor.

-De no haberle disparado en el brazo aquel tipo lo habría matado. -intentó disculparse Black Bat

-No podías saberlo y por otra parte los métodos de Ki-Gor no son muy sutiles como habrás visto.

-¿Qué es sutil? -preguntó incómodo Ki-Gor

-Digo que a veces tienes el sigilo de una estampida de elefantes, no estamos en la jungla, aquí hay otras reglas.

-No me importan las reglas, solo estoy aquí para matar a los nazis. -sentenció Ki-Gor dejando claro que la conversación terminaba allí.

Black Bat rompió el incómodo silencio preguntándole a Helene, estaba visto que de Ki-Gor poca información iba a obtener.

-¿Y de dónde salió el arma que usó ese tipo? Jamás había visto una cosa así.

-No lo sé, pero creo que de alguna manera los diamantes están relacionados con esas armas, quizás los necesitan para su fabricación.

-¿Y por qué quieren evitar ustedes a la policía?

Helene trató de nuevo de encontrar la mirada de Ki-Gor en el retrovisor del coche pero él había perdido el poco interés que alguna vez hubiese podido tener en la conversación.

-Digamos que a Ki-Gor no le gustan mucho las ciudades, ya estuvo una vez en Londres y su presencia se convirtió en un circo, así que preferimos pasar desapercibidos todo lo que sea posible.

Black Bat pensaba a toda prisa.

-Miss Vaughn, llévenos de vuelta a la ciudad, puedo ofrecerles un lugar en el que descansar y replantear nuestra estrategia porque quieran o no, ya estoy en esto. El sitio no es gran cosa pero valdrá por ahora. Yo me pondré en contacto con mi socio que en estos momentos debe estar siguiendo el convertible en el que huyeron esos supuestos nazis. En cuanto sepa algo me pondré en contacto con ustedes. Si pudiese prestarme su coche me haría un gran favor, tienen mi palabra de honor de que se los devolveré intacto.

Oír que había una posibilidad de reencontrar el rastro relajó algo la frustración de Ki-Gor pero su impasible rostro no dejó que se reflejase emoción alguna, la cacería volvía a empezar y eso hacía que su abatimiento desapareciese por momentos, en la caza solo había un objetivo, la presa. No existía nada más.

-No habrá problema en que use nuestro coche cuanto y como guste. -dijo Helene.

Tras dejar a la pareja y su feroz leopardo en la relativa seguridad de un piso franco, Black Bat se puso a los mandos del coche y arrancó, la calle estaba desierta salvo por un hombre mayor que paseaba a su perro, pero la noche y la distancia le impedirían ver nada, se incorporó a la calzada en dirección contraria a la del hombre y su perro. Unas calles más allá y cuando se hubo asegurado de que nadie le veía se quitó la capucha para no llamar la atención en su regreso a casa, quería llamar a Carol o a Butch para ver si habían tenido alguna noticia de Silk, ellos tres eran sus más valiosos aliados en su cruzada contra el crimen.

El hombre que paseaba al perro parecía seguir con interés las evoluciones mientras se alejaba y murmuró para sí mismo.

-Interesante giro de los acontecimientos.

Se agachó y soltó la correa del perro, no sin antes palmearle el lomo cariñosamente.

-Corre, vuelve a casa, no queremos que tu dueño note tu ausencia.

El perro inició su regreso a casa mientras el hombre se quitaba las extrañas gafas que llevaba y las observaba incrédulo.

-Hay que reconocer que nuestro hombre del futuro sabe hacer unos trastos muy útiles, aunque después de lo de hoy me pregunto si no estará haciendo un doble juego.

Al amparo de las sombras terminó de quitarse una peluca y diferentes apósitos capilares, se quitó también la almohada con la que simulaba su abultado estómago y dejó de andar encorvado, se enfundó en una gabardina y subió el cuello de la misma calándose un sombrero hasta las cejas que hacían imposible distinguir su cara.

Se echó a andar hacia su coche que había aparcado en la calle trasera mirando por última vez a la casa en la que minutos antes entrasen Ki-Gor y Helene Vaughn.

-Es hora de empezar a mover los hilos. -y se rió para sí mismo como en un chiste privado del que solo él conocía su significado.



Capítulo II

X puso su vehículo en marcha, ese era su nombre código y el único que se le conocía, su verdadera identidad era el secreto mejor guardado, él incluso solía bromear diciendo que después de haber sido tanta gente ya no recordaba quien era realmente, aunque la broma solía tener algún matiz que dejaba intuir que el comentario era algo más que eso.

Regresó al centro de la ciudad, aparcó su coche en el aparcamiento privado de un edificio de oficinas y se dirigió a la planta 32, sacó un enorme manojo de llaves , buscó y eligió una que abría la puerta de la oficina de la Compañía de Seguros Morrison & Morrison. El lugar era una tapadera, una de muchas de las que X tenía que utilizar durante el desarrollo de su labor profesional. La mayor parte de su vida había estado al servicio de su gobierno, estuvo en la Gran Guerra, aunque la que tenía lugar en esos momentos amenazaba con arrebatarle tan siniestro título. Allí fue herido por metralla y sobrevivió de forma milagrosa a un fragmento que se incrustó a pocos milímetros de su corazón dejándole una cicatriz en forma de equis, un signo premonitorio de que quizás estaba destinado a algo más que morir en una trinchera llena de fango y mugre. Había empezado con el F.B.I. a principios de los años treinta, siempre trabajando solo y sin responder ante nadie más que su único superior en Washington cuyo código era K-9, pero en los últimos años el mundo estaba cambiando demasiado rápido, la balanza de poder se desequilibraba y eso había hecho que tanto X como K-9 hubiesen sido asignados a asuntos de estado, en especial los relacionados con la seguridad nacional. Su dilatada carrera y sus numerosos éxitos con los federales le hacían el candidato ideal para ser el “hombre fuerte” de los servicios de inteligencia estadounidenses.

Una vez en el interior de la oficina, X empezó a marcar un número de teléfono que no se encontraba en la guía telefónica a través de una de sus líneas seguras, sonaron dos tonos de llamada y el auricular al otro lado de la línea se descolgó.

-¿K-9?

-¿X? - preguntó aliviado- Menos mal, ya empezaba a preocuparme.

-Siempre se preocupa usted en exceso.

-¿Qué novedades tienes?

-No sabría por dónde empezar pero ahora lo más urgente es que me concierte una cita con nuestro Hombre del Futuro, los camisas marrones a los que estaba tratando de interceptar usaron una pistola de rayos muy parecida a la de nuestro “Capitán Futuro”, esa misma arma cuyos diseños no quiso darnos porque aun no estábamos preparados. Mi pregunta es ¿los nazis si lo están?

-Hasta ahora ha sido legal con nosotros pero tienes razón en que es algo que debería hablarse, me pondré en contacto con él para que se encuentre contigo mañana, te haré llegar su localización actual durante la noche. Mándame un informe detallado de todo a primera hora e intenta descansar algo.

-Me temo que eso va a tener que esperar -respondió resignado X- Aun me queda un último asunto por terminar hoy, el deber antes que el placer. No se preocupe, K-9, mañana tendrá su informe.

X colgó el auricular sin despedirse, en su profesión y en este tipo de conversaciones era algo superfluo. Se desperezó y sacudió su cabeza para espantar al fantasma del cansancio, sin más pausa que esa abrió el cajón más bajo de la mesa de oficina, estaba vacío pero X presionó el fondo del mismo y se oyó un chasquido que revelaba un doble fondo con un estuche metálico en su interior. Depositó el estuche sobre la mesa y acercó la lámpara de mesa para tener mejor visibilidad, lo abrió y en su interior había maquillaje y todo tipo de apósitos capilares, masilla de modelar y quién sabe qué cosas más. La parte interior de la tapa del estuche era un espejo que puso en posición para tener una buena visión de su propia cara, su lienzo de trabajo. Era el momento de empezar a pintar su nueva obra de arte.


Helene Vaughn esperaba, de momento no podía hacer otra cosa. Divertida trataba de decidir quién tenía más aspecto de fiera encerrada, si Ki-Gor o el leopardo que les acompañaba en su vigilia. No se le escapaba que Ki-Gor no estaba en su ambiente, tampoco es que él se molestase lo más mínimo en disimularlo.

-Alguien viene. -dijo Ki-Gor

El leopardo se puso en tensión, también había captado un olor o algún ruido. Helene se asomó discretamente a la ventana apartando un poco las cortinas para ver el exterior, efectivamente alguien venía calle abajo, se sorprendió de que Ki-Gor hubiese podido oírlo dada la distancia que aun le separaba de la casa, pero vivir toda tu vida en la jungla te obliga a desarrollar todos tus sentidos, al menos si quieres seguir vivo durante un tiempo.

Aunque no llevaba uniforme aquel tipo parecía llevar un letrero que decía “Hola, soy policía”, su ropa le delataba, traje barato con paga de detective. Helene no sabía si alegrarse o preocuparse pero con Ki-Gor y el leopardo en casa no temía por su seguridad, el individuo se dirigía a la entrada del jardín de la casa.

-Veamos que quiere. Tranquilo, yo hablaré con él. -dijo Helene tratando de tranquilizar a Ki-Gor.

Llamaron a la puerta, Ki-Gor se llevó la mano instintivamente a la empuñadura del cuchillo que siempre llevaba con él, Helene le hizo señas para que guardase silencio y dejó pasar unos segundos antes de ir a abrir la puerta.

-Buenas noches ¿en qué puedo ayudarle? -dijo Helene con toda la naturalidad que le fue posible

-Buenas noches, soy el Teniente John Caraway de la Policía de nueva York. -dijo el individuo mientras mostraba sus credenciales del cuerpo- Disculpen lo tardío de la visita pero no supe hasta hace nada que estaban aquí, me envía Black Bat, ¿puedo pasar?

Helene dudó unos instantes pero quizás este era el socio del que les habló Black Bat, además solo él sabía que estaban allí, así que le invitó a entrar. El detective agradeció la invitación y educadamente se quitó el sombrero en cuanto penetró en el interior de la casa, se sorprendió al ver a Ki-Gor pero no tanto como cuando vio al leopardo.

.Bonita mascota.

-No es nuestra mascota, es nuestro amigo. -sentenció con cara de pocos amigos Ki-Gor

-Lo siento, no era mi intención ofender a nadie. -dijo algo azorado el teniente

-No hay porqué disculparse -dijo Helene- ¿qué le trae por aquí, Teniente Caraway? -añadió

-Suelo colaborar con Black Bat, aunque él actúa fuera de la ley no hay que dejar de reconocer su utilidad. Él me habló de su caso y creo que podemos ayudarnos mutuamente. Con su permiso. - el teniente se acercó una silla y se sentó para proseguir con su relato- Verán, hace poco detuvimos a Harold Nielsen, jefe de un movimiento llamado los camisas marrones, simpatizantes de los nazis. Y sospecho que el señor Nielsen sigue dirigiendo su organización desde la cárcel, aun no puedo probarlo pero estoy en la pista, también creo que los dos hombres a los que ustedes seguían son miembros de los camisas marrones o algo incluso peor, sus enlaces con el Tercer Reich.

John Caraway era un hombre joven, aun no llegaba a la treintena de años, pero su falta de experiencia la compensaba con tenacidad y esfuerzo, era educado y amable, “rara avis” entre los detectives del cuerpo de Policía de la Gran Manzana, además trasmitía confianza por lo que Helene le relató sus aventuras y desventuras desde su comienzo en la ahora lejana jungla de África hasta su tempestuoso encuentro con Black Bat.

El detective tomó nota de todo en un bloc y parecía repasarlo todo mentalmente intentando cuadrar las piezas.

-Bien, me han sido ustedes de gran ayuda. Por el momento esperen aquí hasta que Black Bat vuelva a contactar con ustedes, no debería tardar en hacerlo, mientras tanto yo iré moviendo algunos hilos a ver que puedo conseguir. Les dejo mi tarjeta por si tienen alguna novedad o recuerdan alguna otra cosa que crean que pueda ser de utilidad en la investigación. No les molesto más, ya es muy tarde. Gracias por su paciencia.

Helene acompañó al Teniente Caraway a la puerta y le despidió. Cerró la puerta y se aseguró de que su invitado se había ido.

-Con la ayuda de la policía encontraremos a esos monstruos, Ki-Gor. -trató de animarle

Ki-Gor no dijo nada, no era un hombre de muchas palabras y menos aun cuando estas no eran necesarias, su semblante dejaba ver que la ayuda de la policía le traía sin cuidado.

La mujer tampoco dijo nada porque de nada serviría, sabía que Ki-Gor sufría a su manera aunque no lo demostrase, había perdido a muchos y muy buenos amigos, algunos eran casi familia, les conocía desde los ocho años, había comido con ellos y compartido las alegrías y sinsabores de la vida, se habían ayudado los unos a los otros a sobrevivir y ahora estaban todos muertos. Helena podía llegar a comprender la enorme rabia y frustración que anidaba en el pecho de Ki-Gor, seguro que sabía que la muerte de los culpables no les devolvería a sus amigos, pero eso no iba a suponer ninguna diferencia, la ley de la jungla era implacable y él había cruzado un océano para cumplirla. Además su código de honor era a lo poco que podía aferrarse en un mundo que encontraba ruidoso y extraño, tan diferente a su casa en la jungla.


Amanecía en Liberty Island, era muy temprano para la presencia de turistas y todo estaba muy tranquil y en calma. La enorme Estatua de La Libertad vigilaba impasible la bahía de Nueva York y X esperaba a sus pies. Se frotaba las manos para librarse del frío de la mañana y refunfuñaba, la humedad hacía que la cicatriz de su pecho le doliese, estaba cansado y de un humor de perros.

-Para ser alguien que dice dominar los viajes en el tiempo tiene un concepto muy particular de la puntualidad.

Algo llamó su atención, cerca del límite de la isla el agua empezó a agitarse y la intensidad del fenómeno pareció aumentar hasta que las aguas dejaron ver la silueta del “Cometa”, la nave del Capitán Futuro, era algo impresionante de ver.

-Hay que reconocerle que sabe cómo hacer una entrada. –dijo X con cierto asombro, y eso no era fácil, pocas cosas lo asombraban ya.

El cuerpo de la nave tenía una forma cilíndrica y se asemejaba en su forma a una bala, solo alcanzaba a ver su mitad superior ya que la enorme nave estelar flotaba sobre las aguas del Río Hudson maniobrando para acercarse a la orilla. Cuando estuvo a una distancia prudencial una portezuela lateral se abrió de la que inmediatamente se desplegó una rampa que se posó suavemente en tierra firme, del hueco en el fuselaje surgió una figura atlética de pelo castaño, aunque sus sienes dejaban entrever alguna cana, sus ropas eran bastante llamativas, llevaba algo parecido a un mono de aviador de color azul con hombreras reforzadas de cuero y lucía un cinturón con múltiples objetos colgados de él, la mayoría de los cuales X desconocía para que servían, excepto su “pistola de rayos” que sí que quedaba claro cuál era su función.

-Buenos días, capitán.

-Buenos días, Agente X, tengo entendido que quería usted hablar conmigo. Espero que sea importante, soy un hombre ocupado.

-Bien, seré directo entonces y no le haré perder su valioso tiempo. Hasta ahora nuestro acuerdo estaba funcionando, usted apareció hará unos meses de la nada, nadie sabe de dónde viene ni tenemos la más mínima pista de su existencia antes de esas fechas. Usted alega venir del futuro y la tecnología que nos ha proporcionado podría confirmar su teoría, pero siempre se ha negado a compartir sus armas.

-Debo ser extremadamente cuidadoso, mi sola presencia aquí es un riesgo para el flujo espacio temporal. Si he venido a su época es precisamente porque se han estado produciendo alteraciones en dicho flujo que podrían suponer...

-Lo sé, lo sé. -interrumpió X que no tenía ganas de oír otros galimatías científico- Eso ya me lo dijo cuando se negó la primera vez a compartir sus conocimientos sobre armamento con nosotros. Y estuvimos de acuerdo, son sus inventos y está en su derecho, pero ayer alguien usó en pleno Manhattan una pistola de rayos como la suya y tenemos la sospecha de que se trata de agentes del Tercer Reich, ¿no habrá estado haciendo tratos con el tío Adolf? Porque eso complicaría bastante nuestra relación. - dijo X dejando una velada amenaza en el aire

Ahora fue el turno de asombrarse del Capitán Futuro, una expresión de preocupación cruzó por su semblante.

-Puedo asegurarle que esa arma de la que habla no es mía ni he tenido trato alguno con el gobierno del Tercer Reich o con sus aliados. Esto es lo que trataba de contarle antes, alteraciones del flujo espacio temporal, este tipo de tecnología no debería existir en esta época y no ha llegado aquí por mí, así que tendremos que averiguar como la han conseguido. Iré con usted y le ayudaré a localizarlos.

-Pensé que había dicho que no quería implicarse, ya sabe, eso de influir en la Historia y cambiar el futuro que me contó en nuestro primer encuentro.

-Esto lo cambia todo.

X pensó que si había un momento ideal para empezar a preocuparse en serio, era este.


El teléfono sonó y Ki-Gor dio un respingo al verse roto el casi sepulcral silencio que reinaba al amanecer, apenas había conseguido dormir. Helene se apresuró a cogerlo y reconoció la muy particular voz de Black Bat.

-Miss Vaughn, mis socios siguen la pista a esos tipos, han salido del Estado y se dirigen al Sur por carreteras secundarias, por lo que parece hacen todo lo posible por evitar que les sigan o les detecten, en cuanto haya nuevas noticias volveré a ponerme en contacto con ustedes.

-Bien, espero que eso sea más pronto que tarde, por cierto ¿ha sabido algo del detective Caraway? Estuvo aquí anoche.

-¿De qué me está hablando? -el tono de sorpresa era evidente en la pregunta de Black Bat

Helene empezó a comprender y se puso algo nerviosa.

-Nos dijo que venía de su parte, es un teniente de la Policía de Nueva York, no soy una experta en eso pero su placa parecía legítima, incluso nos dejó una tarjeta para que le llamásemos si necesitábamos su ayuda.

-Miss Vaughn, le aseguro que yo no mandé a nadie a su casa, así que alguien sabe que están ahí. Creo que es el momento de hacer una visita al teniente Caraway.

-Por favor, permita que le acompañemos. La expresión tenso como un tigre encerrado en una jaula define a la perfección a Ki-Gor, necesitamos hacer algo, salir de aquí, nos ahogamos.

Black Bat pareció valorar la situación unos segundos.

-Muy bien, podría incluso ser útil, ustedes tendrán acceso más fácilmente al teniente Caraway, además no me siento cómodo operando durante el día. Llamen al teléfono que les dejó el Teniente Caraway y concierten una cita con él lo más pronto posible, tenemos que averiguar qué es lo que sabe y porqué lo sabe, no quiero tener a la policía detrás de nosotros. Uno de mis socios se dirige ya hacia su casa para devolverles su coche, les ruego que no intenten hablar con él. ¡Ah! Y manténgame informado de cualquier novedad.

-Así lo haremos, hasta pronto.

Tras colgar el teléfono un mar de dudas asaltó a Black Bat ¿qué pintaba el Teniente Caraway en toda esta ecuación? Debía haberles seguido desde la escena de la persecución hasta la casa en la que había alojado a Helene y a Ki-Gor, así que también tuvo que haberle visto a él, y eso no era una cosa muy fácil de hacer, la temporada en la que perdió su visión desarrolló sus otros sentidos excepcionalmente amén de su asombrosa capacidad de ver en la más absoluta oscuridad. Su mente intentaba reconstruir los sucesos de la noche anterior y de repente le vino la imagen del hombre que paseaba a su perro, no había nadie más, él lo habría visto o notado. Era todo muy extraño, demasiado para su gusto.

Ahora solo quedaba esperar la llamada de la señorita Vaughn, al pobre Silk le vendrían bien unas horas de descanso, había conducido buena parte de la noche siguiendo a los presuntos agentes nazis hasta un hotel de carretera, allí llamó a Butch, otro de los ayudantes de Black Bat para informarle de su situación y que le sustituyera en su vigilancia, él era imprescindible en casa, Tony Quinn era ciego y necesitaba de su ayuda, al menos de cara a la galería, sin la ayuda de Silk, Quinn no podía interpretar su papel, y se disponía a hacerlo en breve, hoy tenía pensado visitar al Comisario Warner para hablar con él de los pormenores de los casos pendientes que habían estado tratando el día anterior, era también una excusa perfecta para tener vigilado al Teniente Caraway y a sus visitas, entre las que esperaba que se encontrasen Helene Vaughn y Ki-Gor. Finalmente el teléfono sonó, la exótica pareja iba a reunirse con el teniente a mediodía en el despacho de este último.


Helene condujo su coche hasta la Comisaría, iban a entrevistarse con el teniente Caraway, le había llamado contándole que tenían información de los secuaces de Nielsen. El detective se había mostrado frío, no hizo mención alguna a su encuentro de la noche anterior ni hubo el menor gesto de que la reconociese pero aun así accedió a verles, el asunto le interesaba, aunque a Helene había piezas que no terminaban de encajarle.

Tony Quinn observaba de reojo detrás de las lentes oscuras de sus gafas la entrada de Helene y Ki-Gor en la comisaría desde su silla en el despacho del Comisario Warner, se dirigían tal y como esperaba al despacho del Teniente Caraway, la puerta se abrió y ambos entraron.

Sin intermediar palabra Ki-Gor agarró al Teniente Caraway por el cuello con una de sus poderosas manos, la presión que ejercía amenazaba con asfixiar al teniente que no daba crédito a lo que sucedía. Helene intentó ahogar un grito.

-¿Qué estás haciendo? ¿Te has vuelto loco?

-Este no es el Teniente Caraway, no huele como él.

Una voz inesperada les llegó desde la ventana, allí en cuclillas sobre el alfeizar de la misma había una figura agazapada, vestía una túnica verde y cubría su cabeza con una capucha que mantenía sus facciones en las sombras.

-Suelte a ese hombre inmediatamente.

Ki-Gor aflojó su presa, más por interés en este nuevo actor inesperado que porque la advertencia del extraño le hubiese intimidado, el Teniente Caraway se llevaba las manos al cuello e intentaba articular algo, cuando el aire llegó por fin a sus pulmones dijo mirando al recién llegado y casi en un susurro:

-Green Lama.


Capítulo III

Tony Quinn escuchaba los detalles que el Comisario Warner le contaba acerca de una ola de robos en la ciudad aunque su atención se centraba varios despachos más allá, sus agudos sentidos le avisaban de que algo no iba bien, había oído un grito ahogado de Helene y una cuarta persona se encontraba en la habitación. Había estado muy atento a las idas y venidas de cada cual en la comisaría y estaba seguro de que nadie excepto el Teniente Caraway había entrado en el despacho. A pesar de fingir ceguera, la vista de Tony Quinn era excepcional. No tendría que haber nadie más allí, era un factor con el que no contaba. Se levantó, pidió que le disculparan y llamó a Silk, su asistente, para que le acompañase al baño, era solo una excusa para poder acercarse más al despacho de Caraway e intentar enterarse de lo que quiera que estuviese sucediendo dentro de aquella habitación. Aun a través de la pesada puerta y del ruido del ajetreo de la comisaría pudo oír la voz de Ki-Gor y sonaba agitada.


-Estoy cansado de estos juegos de engaño y traición. - bramó Ki-Gor

La figura encapuchada y vestida con lo que parecía una túnica de monje de color verde abandonó el alfeizar en el que se encontraba y penetró en el interior de la habitación con movimientos suaves y fluidos.

-Las respuestas que buscas no las encontrarás golpeando al Teniente Caraway.

-Este no es el Teniente Caraway, es un impostor. - protestó Ki-Gor

-Conozco al teniente desde hace bastante tiempo y puedo asegurar que sí es él, ahora será mejor que nos calmemos y tratemos el tema con calma y tranquilidad.

La voz de aquel sujeto al que el Teniente Caraway había llamado Green Lama parecía tener un efecto sedante, el cerebro de Ki-Gor dudó durante unos segundos del curso de acción a seguir pero su natural pragmatismo se impuso y optó por hablar. Helene que contemplaba la escena tensa como la cuerda de un arco suspiró aliviada, Ki-Gor estaba tenso, incluso ella que en un principio se había alegrado de regresar a la civilización por un tiempo, echaba ya de menos su casa en la jungla africana donde la vida era menos complicada.

Mientras el teniente trataba de recuperar la compostura y algo de dignidad tras el asalto de Ki-Gor, este último trataba de contar la historia que le había traído tan lejos de su hogar cuando les interrumpió el sonido de unos golpes, alguien llamaba a la puerta.

El propio Caraway fue a abrir la puerta, al fin y al cabo aquel aun era su despacho. Allí estaba el agente federal Vincent Hamilton, la mano derecha del todopoderoso J. Edgar Hoover, vestido con un traje carísimo y hecho a medida, Caraway le conocía de tiempo atrás, Hamilton era su más valioso contacto en el F.B.I., incluso le había echado una mano cuando el asunto de Harold Nielsen y su movimiento de camisas marrones, Green Lama también había ayudado a la resolución de aquel episodio, probablemente el que más.

Pero fue su acompañante el que más llamó la atención tanto a él como al resto de ocupantes, era un hombre fornido, de pelo castaño y llevaba puesto algo parecido a un mono de aviador, sus ropas eran extrañas pero más aun lo eran los artilugios que colgaban de su cinturón, el más destacable lo que parecía ser algún tipo de pistola aunque no se parecía a ninguna pistola que ninguno hubiese visto antes...excepto Ki-Gor, habían tratado de dispararle con un arma muy parecida a aquella hacía solo un día y aunque no pudo verla más que unos segundos la reconoció. Pero algo en el agente Hamilton puso a Ki-Gor en tensión, pudo reconocer su olor, ese era el Teniente Caraway, o al menos el Teniente Caraway que había hablado con él la noche anterior.

-Ese es quién habló conmigo anoche. - dijo Ki-Gor señalando directamente a Hamilton con un dedo acusador

Hamilton se sorprendió.

-Es asombroso, hasta ahora solo una persona había sido capaz de reconocerme bajo un disfraz, pero nuestro amigo está en lo cierto, no soy el agente Hamilton, tampoco soy el Teniente Caraway, mi nombre no tiene importancia ahora, si tienen que dirigirse a mí, llámenme X, con eso bastará.

El teniente Caraway dio un respingo al oír aquellas palabras, conocía a Hamilton de mucho tiempo atrás y ni por asomo había detectado un indicio de que no pudiese ser él, fuese quien fuese ese tipo era un fuera de serie. La modulación de la voz era perfecta y el parecido asombroso.

-Antes que nada, espero me disculpen, he manipulado un poco los acontecimientos implicando al Teniente Caraway con el fin de conseguir esta reunión. Nuestro país y por extensión el mundo libre se encuentran en grave peligro y necesito a los mejores hombres....y mujeres -aclaró tras fijarse en Helene- que pueda conseguir para detener esta amenaza. Y ahí es donde entran ustedes, dama y caballeros. Supongo que todos tendremos muchas preguntas y todas serán respondidas a su tiempo pero la Comisaría no es el lugar adecuado, busquemos un lugar más íntimo y tranquilo. Si es tan amable de hacer los honores, Capitán Futuro -dijo mirando al tipo de las pintas raras que le acompañaba.

-De acuerdo. -respondió mientras trasteaba en uno de sus aparatos que llevaba acoplado en su muñeca.

Segundos después una fuerte corriente de aire penetraba por la ventana abierta de la segunda planta de la comisaría, podía oírse un sonido apagado como de succión y afuera en la calle una especie de avión aterrizaba junto a la entrada del edificio.

-Es el Mantarraya-1, será nuestro transporte mientras esté aquí, es más discreto que el Comet.

-Su concepto de la discreción y el mío son muy diferentes. -ironizó Helene Vaughn que seguía mirando asombrada hacia afuera



Tony Quinn estaba cada vez más intrigado con cómo se estaban desarrollando los acontecimientos.

¿Qué pintaba el federal Vincent Hamilton en todo aquello? ¿Y quién era el extraño tipo que le acompañaba? Los misterios no hacían sino irse añadiendo desde que se encontró con Ki-Gor y su compañera Helene Vaughn y por si fuese poco un avión como no había visto nunca estaba aterrizando en aquel mismo momento en plena calle, la puerta del despacho de Caraway se abrió y los ocupantes de la habitación se dirigieron a la calle, se sorprendió al ver al Green Lama porque no le había visto entrar, suya debía ser la voz que no reconocía. La comitiva embarcó por una portezuela lateral en la nave y tal como llegó se fue.

Estaba confundido ¿a dónde se llevaban a Ki-Gor y a Helene? No parecían ir contra su voluntad, como les había dicho ya estaba metido en aquel extraño asunto y no pensaba abandonar. Volvería a casa a esperar noticias de Butch e iba a seguir la pista aunque tuviese que hacerlo solo, aunque lamentaba no contar con Ki-Gor, tenía derecho a su parte de justicia.


Ya se iban dando cuenta que cuando tratas con el Capitán Futuro las sorpresas nunca venían solas, al penetrar en el interior de la nave a la que el propio capitán se había referido como Mantarraya-1 hasta el propio Green Lama que no era muy dado a dejarse llevar por sus emociones enarcó una cerca en señal de perplejidad al ver al piloto y al copiloto de la nave.

Allí estaban el uno al lado del otro, un enorme “hombre metálico” de siete pies de altura y otro hombre cuya carne era de un blanco puro que estaban enzarzados en una discusión sobre la maniobra de aterrizaje.

-Te repito que los repulsores no están bien calibrados, hay una descompensación del 3% en los del lado izquierdo. – se quejaba el hombre metálico

-Y yo te vuelvo a decir que en toda tu existencia jamás has visto jamás unos repulsores mejor calibrados que estos, si es que alguna vez has visto uno fuera de su embalaje. – respondió el hombre de piel azul

El Capitán Futuro sonrió con resignación al ver al dúo, como si hubiese contemplado escenas como aquella muchas otras veces. Dirigiéndose a los recién llegados a bordo les presentó a los llamativos pilotos del Matarraya-1.

-Estos son Gragg y Otho.

-Bienvenidos a bordo. – respondieron al unísono

Ki-Gor, Green Lama y Helene Vaughn no salían de su asombro, X jugaba con ventaja porque ya conocía a los ayudantes del capitán, en sus años de servicio se había enfrentado a robots, pero en comparación con Otho y Gragg no dejaban de ser más que meros autómatas. Aun así no dejaban de maravillarle cada vez que los veía, finalmente fue Helene la que rompió el silencio.

-¿Eres realmente un hombre de metal? – preguntó dirigiéndose a Gragg

-Exactamente – respondió satisfecho Gragg -, la única diferencia entre nosotros es que mi cuerpo está hecho de metal.

-No te des tantos aires, solo eres un montón de latas y tuercas oxidadas. – se metió Otho en la conversación, sabía que a Gragg le fastidiaba que le recordasen el hecho de que no era humano y siempre aprovechaba aquella debilidad para meterse con él

-Al menos a mí se acordaron de ponerme un cerebro.

Green Lama se acercó al Capitán Futuro.

-Es increíble ¿son hombres artificiales?

-Ese concepto se aplicaría más a Otho, pero en definitiva sí, son un robot y un androide que construyeron mis padres con la ayuda de mi buen amigo Simon Wright, el “cerebro” de nuestro grupo. Se puede decir que ellos me criaron. –añadió con aire lúgubre como si dolorosos recuerdos llegaran a su mente

Helene Vaughn que ya se había recuperado de la sorpresa inicial hablaba con Gragg y Otho, los encontraba muy divertidos, además la curiosidad la mataba por echar un vistazo a aquel sofisticado avión.

Los mandos no parecen muy distintos de los de un avión normal.

-Son muy parecidos ¿sabe usted pilotar? – preguntó Otho

-Sí, tenía mi propio avión…- pareció dejar su historia inconclusa

-¿Quiere llevarlo un rato? – inquirió Gragg

La sonrisa en la cara de Helene no dejaba lugar a dudas de cuál era la respuesta a aquella pregunta.

En la parte trasera de la cabina de mandos había una zona acondicionada para pasajeros, Ki-Gor, Green Lama, el Capitán Futuro y X se acomodaban allí. X al ver que Helene tomaba los mandos del avión se dirigió a Ki-Gor.

-Espero que su compañera sepa manejar este trasto.

-La única vez que la he visto pilotando se estrelló en la jungla. –dijo Ki-Gor

X no sabía si aquello era una broma aunque en el rostro de Ki-Gor no había ni el más mínimo indicio de humor, el que sonreía discretamente era Green Lama.

-Bien, ha llegado el momento de que hablemos. – continuó X

Cada uno de aquellos excepcionales individuos fue poniendo al día al resto del grupo, cada cual aportaba las piezas de información de que disponía para acabar llegando a la conclusión de que estaban en un callejón sin salida, habían perdido el rastro, pero había alguien que sí sabía a dónde se habían dirigido, Black Bat. Según contó Ki-Gor, uno de los socios de Black Bat estaba siguiendo la pista a los agentes nazis.

X soltó un bufido de desaprobación.

-No me gusta demasiado la idea de incluir a Black Bat en este grupo, por mucho que las autoridades hagan la vista gorda porque les pueda interesar no sigue siendo más que un criminal, y nadie está por encima de la ley.

-¿Eso le incluye a usted también? – preguntó Green Lama

La mirada que X devolvió a Green Lama dejaba meridianamente claro que su comentario no le había hecho ninguna gracia, pero lo dejó pasar.

-Tenemos que averiguar donde se esconden esos traidores al servicio de los nazis, Ki-Gor, usted y Helene deben ponerse en contacto con Black Bat y averiguar qué es lo que sabe del paradero de nuestros dos fugitivos.

Ki-Gor dijo con cara de pocos amigos:

-¿Qué te hace pensar que tienes derecho a darme órdenes?

Esto iba a ser más complicado de lo que pensaba en un principio, pensó X, aunque ya se lo temía. Un grupo compuesto de excepcionales individuos, todos ellos con un fuerte carácter y acostumbrados a tomar sus propias decisiones sin consultar a nadie y sin estar controlados por nadie no iban a aceptar a la primera de cambio que nadie les diese órdenes.

-Todos estamos en el mismo barco, cada uno por sus motivos pero a todos nos interesa detener lo que quiera que tengan entre manos esos nazis.

Ki-Gor dijo sin inmutarse.

-Intentaré hablar con él, pero vendrá con nosotros.

-Ya dije que no quiero criminales en este grupo. – protestó X

-Bien, entonces déjanos de nuevo en tierra, Helene y yo continuaremos solos. Prefiero que me acompañe él, al menos se ofreció a ayudarme, tú lo único que has hecho es darme órdenes como si alguien te hubiese nombrado rey.

Ahora fue Green Lama quién interrumpió la conversación.

-Por poco que me gusten los métodos de Black Bat debo reconocer que Ki-Gor tiene razón en lo que ha dicho, no somos sus agentes ni sus sicarios, así que si vamos a colaborar debemos hacerlo de igual a igual, si lo que buscaba era un grupo de súper-agentes secretos a las órdenes del gobierno, no cuente conmigo.

X valoraba las opciones que tenía.

-Bien, de acuerdo. Lo haremos a su modo…por ahora. Capitán, dejaremos a Ki-Gor y Helene en esta dirección y esperaremos a ver si Black Bat vuelve a contactar con ellos.


Tony Quinn había regresado a casa acompañado de Silk, hizo varias llamadas de teléfono y averiguó que Vincent Hamilton ni siquiera se encontraba en Nueva York aquel día, así que la persona que entró en el despacho de Caraway no era él sino algún impostor, igual que el Teniente Caraway que visitó a Ki-Gor y a Helene tampoco era el Teniente Caraway de verdad. Casi inmediatamente a colgar el auricular el teléfono sonó, era Butch, otro de sus socios. Butch era lo que básicamente se podría definir como un hombre bueno, había estado metido en asuntos turbios trabajando incluso de matón para la mafia un tiempo, era un tipo grande y fuerte pero su naturaleza hizo que se retirase de ese tipo de negocios, tiempo después el destino quiso que cruzara su camino con Black Bat y se convirtiesen en aliados y amigos.

-Hola jefe, soy Butch. ¿Todo despejado?

-Puedes hablar libremente.

-He seguido a estos tipejos hasta Florida. Se han instalado en un complejo turístico en la zona de los Cayos, por la familiaridad con que se trataban diría que todos los huéspedes del complejo turístico forman parte de su banda o que al menos están en el ajo.

-Ok, no hagas nada, dame la dirección y espera a que llegue.

Tony Quinn tomó buena nota mentalmente de la dirección que Butch le dictaba al otro lado del hilo telefónico y se disponía a llamar a Silk para ponerse en marcha como Black Bat cuando de nuevo sonó el teléfono.

-Hola Tony, aquí Carol.

El corazón de Tony Quinn se aceleró, era Carol Baldwin, la mujer que le había dado nueva vida después de que perdiese la vista, fue gracias a una donación del padre de Carol y a una milagrosa intervención quirúrgica de trasplante de córnea que recuperó su visión, no solo eso sino que sus nuevos ojos le permitían ver incluso en la más absoluta oscuridad. Pero Carol no se había limitado solo a eso, se había unido con una fe ciega e inquebrantable a la cruzada contra el crimen de Black Bat y aunque Tony trataba en gran medida de no exponerla demasiado al peligro, Carol había demostrado ser de gran ayuda, en más de un caso Black Bat había salvado su vida gracias a Carol y viceversa, además Tony Quinn sentía cosas por ella que jamás había sentido con ninguna otra mujer y eso hacía que aunque se empeñase en disimularlo su pulso se acelerase cada vez que hablaba o se encontraba con ella.

-Sé que me dijiste que no me involucrase en el asunto más allá de devolver el coche a sus propietarios pero me he tomado la libertad de vigilar la casa de tus exóticos amigos del jaguar y creí que te gustaría saber que han vuelto. Están en casa ahora mismo.

-¡Ja, ja, ja, ja! La Carol de siempre, por esta vez me alegro de que no me hayas hecho caso. Ahora aléjate de ahí, sospecho que pueden estar esperándonos y no me refiero solo a Ki-Gor y Helene, es peligroso que andes por ahí, podrían seguirte.

Tony estuvo casi a punto de decir “… y jamás podría perdonarme que te sucediese nada malo” pero se contuvo, así que solo añadió:

-Yo me hago cargo a partir de aquí.

Se enfundó sus ropas negras y se cubrió con una capa en forma de alas de murciélago que incluía una capucha que cubría su rostro. Se aseguró que sus dos automáticas estuviesen cargadas y en perfecto estado y cogió el equipo que consideró necesario para su misión.

Black Bat estaba listo para la acción.



Capítulo IV

-Esto no va a salir bien. – dijo Green Lama

El capitán Futuro consultaba las lecturas de los sistemas de vigilancia y seguridad a bordo del Mantarraya-1. Le sorprendió la franqueza con la que Green Lama le hablaba teniendo en cuenta que casi se acababan de conocer y que apenas habían intercambiado más que unas frases de cortesía.

-¿Perdón? - preguntó el Capitán que no estaba muy seguro a qué se refería.

-Entiendo que lo que quiera que esté sucediendo no es nada bueno, sobre todo si Nielsen y sus camisas marrones están por medio, les conozco bien, se hacen pasar por una opción política cuando no son más que un hatajo de criminales, entiendo también que de no ser de suma importancia no estaría usted aquí. Yo mismo estoy aquí porque es necesario que esté, también he sido advertido – el recuerdo de su encuentro con Magga, su misteriosa aliada y benefactora, vino a su mente -, pero no podemos obligar a los demás a que cumplan con su destino, han de entenderlo por sus propios medios o solo habrá más conflictos.

-No sé si termino de seguir su razonamiento. –dijo inquisitivo el capitán.

-Ha elegido usted a X porque sabe que es una persona que entiende la amenaza y que hará lo que sea necesario para cumplir la misión, yo también la entiendo, por eso no debe preocuparse, pero Ki-Gor es un caso distinto y X está jugando a un juego peligroso usándole para atrapar a Black Bat. Por como agarraba del cuello al Teniente Caraway no me pareció que la paciencia sea una de las virtudes de Ki-Gor. Además Black Bat no será presa fácil, lleva tiempo dando esquinazo a los mejores de Nueva York, estamos perdiendo un tiempo muy valioso, mientras jugamos al gato y al ratón nuestra única pista está en manos de Black Bat y sinceramente creo que avanzaríamos más si le pedimos que nos ayude en vez de obligarle a darnos la información. Tiene qué elegir qué es más importante, capitán.

-Curtis. –dijo el capitán

-¿Cómo? – preguntó dudoso Green Lama.

-Llámame Curtis, es mi nombre, Curtis Newton.

Green Lama sonrió complacido.


Rutger Bode y Dieter Schwedes no podían estar más contentos y aliviados, por fin habían llegado a su destino, había sido un infierno de viaje. El complejo residencial West Pine aún no había sido inaugurado pero ya contaba con numerosos huéspedes, contaba con todas unas instalaciones modernas y lujosas que estarían destinadas en un futuro al asueto de las clases pudientes del país que elegían Florida como lugar de vacaciones, contaba incluso con su propio embarcadero privado, pero ahora cumplía con otro fin. El sitio era propiedad de Harold Nielsen y alojaba en estos momentos a un numeroso grupo de agentes secretos de la Alemania nazi y quintacolumnistas de los camisas marrones de Nielsen.

Nada más llegar e identificarse, Rutger y Dieter fueron dirigidos inmediatamente al edificio central del complejo residencial a informar a su superior, ninguno lo habría reconocido pero un nudo atenazaba sus gargantas, no se trataba de un oficial cualquiera, era Karl von Schmidt más conocido como Eisenkiefer, una leyenda en Alemania, guardaespaldas y mano derecha del propio Führer había sido puesto al mando de esta operación.

Al menos los objetivos se habían conseguido, trataba de auto animarse Rutger que como teniente sería el encargado de informar, aunque los costes habían sido altos. Tras atravesar un salón decorado con grandes lámparas de cristal, columnas recubiertas de mármol y todo tipo de detalles acordes al gusto de la alta sociedad alcanzaron la oficina del director.

Allí les esperaba “Mandíbula de Hierro”, lógicamente ese no era su verdadero nombre pero es por el que todos le conocían, su aspecto era temible, se rumoreaba que había salvado la vida al Führer en un atentado con bomba, llevándose lo peor de la explosión, quedó prácticamente destrozado pero milagrosamente no murió, el propio Hitler en agradecimiento hizo que sus mejores científicos no solo le salvaran sino que le mejorasen sustituyendo las partes orgánicas perdidas por partes metálicas, una de ellas era su mandíbula, de ahí su sobrenombre. Medía alrededor de siete pies de altura, de anchas espaldas y constitución robusta, de pelo rubio cortado a cepillo, su piel era extremadamente pálida, era una visión que impresionaba. Su lealtad para el tercer Reich era incuestionable, estaba total y absolutamente convencido sobre la visión de Hitler y su Nuevo Orden Mundial.

-¡Heil Hitler! – pronunciaron a la vez Rutger y Dieter con todo el aplomo que lograron reunir

-¡Heil Hitler! – respondió en un tono más sosegado Eisenkiefer, aunque su voz casi metálica y gutural no invitaba precisamente al sosiego -. Informe teniente. – continuó sin más prolegómenos

Rutger Bode tragó saliva mientras sacaba un bulto que llevaba en el interior de su abrigo, estaba envuelto en paños, con cuidado lo depositó sobre la mesa.

-La misión ha sido un éxito Mein Herr, los datos del Coronel Bauer fueron de gran utilidad, la mina existía y los diamantes son de una calidad excepcional, los cuales se encuentran ya bajo custodia en Hamburgo, los dejamos allí en una de nuestras escalas antes de llegar a Nueva York y además le hemos traído una de las primeras “pistolas de energía”, un arma excepcional si se me permite decirlo.

Eisenkiefer apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó sus manos, sus ojos color azul glaciar atravesaron al teniente Bode.

-En cuanto a su ruta de regreso se les esperaba de vuelta desde el Congo y no desde Kenia, lugar mucho menos discreto si queremos mantener a los británicos fuera de todo esto, ¿Dónde está el resto de su unidad?

Gotas de sudor empezaban a brotar de la despejada frente del teniente Bode.

-Están todos muertos – vaciló al responder – solo quedamos el soldado Schwedes y yo.

Era imposible saber la expresión de Eisenkiefer, nunca cambiaba, pero su tono de voz subió de volumen así que no era buena señal.

-¿Pretende usted decirme que veinte de los mejores hombres que el Tercer Reich puede ofrecer, armados con nuestra mejor tecnología y con nuestro mejor equipo han caído contra unos negros salvajes en taparrabos?

-No eran negros, fue un salvaje pero era blanco, se llama Ki-Gor. Es un demonio, él y esa fulana pelirroja que le acompaña nos dieron caza uno a uno, por eso decidimos tomar otra ruta de escape para tratar de perderle.

-Ki-Gor – repitió pensativo Eisenkiefer- recuerdo que el Coronel Bauer lo mencionó, es una especie de salvaje blanco, nos dijo que podríamos tener problemas con él, es despreciable, un blanco que quiere ser como los negros, un traidor a su raza, en fin, al menos consiguieron deshacerse de él y ya están aquí. ¿Por qué no está la pistola experimental en su caja reglamentaria?

-Verá…-ahora el teniente Bode tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que su voz no se quebrase - , nos vimos obligados a usarla contra Ki-Gor, estuvo a punto de detenernos cuando llegamos a Nueva York, de alguna manera nos localizó en el aeropuerto pero conseguimos huir en coche aunque él y su ramera nos siguieron y tuvimos una persecución en la que ese maldito salvaje casi nos pasa a cuchillo, la única arma de la que disponíamos era el prototipo y nos vimos obligados a usarla.

Eisenkiefer guardaba silencio, el teniente Bode y el soldado Schwedes se miraban el uno al otro conscientes de que eran su prestigio y sus vidas los que estaban en juego. De repente Eisenkiefer descargó uno de sus puños contra la pesada mesa de madera de roble y la partió en dos.

-¿Ese salvaje les siguió hasta Nueva York? ¿Han usado esta arma en público? Teniente, no sé si sabe usted que ha comprometido toda la misión.

-Mein Herr, es poco probable que haya conseguido seguirnos hasta aquí, hemos sido muy precavidos.

-¿Igual de poco probable que les siguiese desde la jungla hasta Nueva York, teniente?

Esta vez el teniente Bode no supo que responder, Eisenkiefer abrió uno de los cajones de la destrozada mesa de su despacho y sacó una pistola Luger del mismo.

-Teniente Bode, tiene usted dos opciones, puede suicidarse de un tiro en la cabeza y ser enterrado con honores o puede acabar sus días en un campo de concentración como un traidor a la patria.

El desolado teniente buscaba desesperadamente alguna muestra o indicación de que aquello se tratase de una broma macabra, pero ahí estaba Eisenkiefer ofreciéndole una pistola por su empuñadura y ninguna emoción humana en lo que quedaba de su rostro, buscó el apoyo del soldado Schwedes pero este le rehuyó la mirada, cabizbajo y derrotado cogió la pistola que se le ofrecía y salió lentamente de la habitación como un cadáver andante.

-Sargento Schwedes, informe a los hombres que carguen el equipo en los barcos, nos movemos, tenemos que dejar estas instalaciones, están comprometidas. La operación Amanecer comienza ya.

-¡Heil Hitler! – dijo a pleno pulmón y visiblemente aliviado el recién ascendido sargento Schwedes.

-¡Heil Hitler! – respondió Eisenkiefer haciéndole gestos de que se retirase

Una vez solo, se dirigió al amplio ventanal de su despacho, desde allí tenía una privilegiada vista del mar. Debía rescatar a Nielsen de la prisión, ni siquiera le caía bien, le consideraba un advenedizo que solo estaba en esto por el poder, no creía en el Nuevo Orden pero contaba con una organización afín al Tercer Reich y con los contactos necesarios dentro del país y ahora mismo era absolutamente necesario que los Estados Unidos apoyasen al Eje, y si su gobierno no quería, quizás iba siendo hora de poner otro gobierno más colaborador.

El sonido de un único y solitario disparo llegó desde el área de las cocinas.


El pequeño barrio residencial en las afueras de Nueva York donde se encontraba la casa en la que se alojaban Ki-Gor y Helene estaba tranquilo como era la norma, al menos en apariencia. Black Bat casi podía sentir la presencia de los ojos que sin duda acechaban la casa esperando su llegada, pero tras una “cortés” visita al Teniente Caraway ya sabía a quién se enfrentaba, y se trataba ni más ni menos que de X, el agente secreto. Mucho antes de que Black Bat se enfundara su traje negro por primera vez X ya era una leyenda en las calles como luchador contra el crimen, quizás con suerte podría sacar a la pareja de la jungla sin tener que enfrentarse con él, no lo deseaba.

Esperaba agazapado en un recodo sombrío y la noche le amparaba, no necesitaba ninguna luz, su visión le permitía ver con tanta claridad como si fuese de día. Y esperaba. De repente las luces que provenían del interior de las casas del vecindario se apagaron a la vez. Black Bat sonrió.

-Justo a tiempo, Silk. Empieza el espectáculo.

Ahora la noche era negra como boca de lobo, era su momento y se deslizó en dirección a la casa que había estado vigilando. Algunos vecinos empezaban a salir a la calle con linternas y se preguntaban unos a otros que es lo que había ocurrido, eso le favorecía para cubrir su hipotética huida, mientras se acercaba a la casa pudo ver como las luces de un coche que estaba aparcado en frente de la casa se encendían y de su interior salían dos hombres con gabardina con una linterna en una mano y una pistola en la otra, aun así no tuvo problemas en esquivarles para entrar en la casa, la salida ya sería otra historia, pero eso ya se vería luego. Llegó hasta la parte trasera de la casa y empezó a trepar por la enredadera, a pesar de la noche era una locura intentar entrar por la puerta, deberían tenerla bien cubierta, una vez en la ventana del segundo piso forzó sin problemas el seguro de la misma y se introdujo en la casa, la habitación se encontraba a oscuras aunque una vez en la puerta pudo observar que en la planta baja se oían voces, eran Helene y Ki-Gor. Lo más silenciosamente que pudo abrió la puerta y se dirigió a las escaleras, la titilante luz de una vela era la única iluminación de la casa, se disponía a bajar cuando casi se da de bruces con un leopardo que subía las escaleras. Por unos segundos se quedó paralizado, se había olvidado de aquel maldito gato sobrealimentado, pero su preocupación se disipó cuando el animal pasó a su lado sin prestarle mayor atención.

-¿Quién está ahí? – rugió la voz de Ki-Gor desde la base de las escaleras

-Soy yo, Black Bat, tranquilos. – se dejó ver levantando sus manos en señal de paz

-¿Este lío de la luz es cosa tuya? – preguntó un tanto enfadada Helene

-Culpable como el pecado en este caso. – sonrió el enmascarado – Pero ahora debemos marcharnos, la casa está rodeada de agentes del F.B.I. y me temo que yo soy su objetivo. Si queremos seguirles la pista a esos desalmados nazis tenemos que despistar a los federales, aprovecharemos la oscuridad y el bullicio de los vecinos para tratar de escapar, mi socio espera la señal de mi bengala para venir a recogernos – se palpó un costado en el que llevaba un lanzador de bengalas -, nos espera con un coche en marcha no muy lejos de aquí.

Ki-Gor no tardó mucho tiempo en tomar su decisión.

-Nos vamos.

Helene no discutió pero en su expresión se leía que aquella situación no le gustaba, se dirigieron a la puerta de atrás, Black Bat oteaba afuera por ver si localizaba a alguno de sus perseguidores, parecía despejado aunque en el fondo sabía que no era así, antes de salir a la calle dio las últimas instrucciones a la pareja.

-Cuando abra esta puerta correremos como alma que lleva el diablo hasta la valla de la parte trasera, la saltaremos y lanzaré la bengala, solo debemos aguantar un minuto o menos hasta que mi socio aparezca a toda velocidad, estad atentos para subir al coche como podáis porque no parará. Esto se va a poner feo, no nos van a dejar ir por las buenas y solo una última cosa. Ki-Gor –dijo mirando a los ojos al gigante rubio-, esos hombres de ahí fuera solo cumplen con su deber, si tenemos que luchar no deben resultar heridos, o al menos no de forma permanente, ¿entiendes eso?

-Lo entiendo.

-Si salimos vivos de esta, tú y yo vamos a tener una charla muy larga, acabar como una fugitiva del F.B.I. no era precisamente mi plan cuando llegué aquí. –dijo Helene mirando a Black Bat con cara de malas pulgas, aunque no insistió en ello porque sabía que no era el momento ni el lugar

Black Bat abrió la puerta y les dio la señal para que salieran, Ki-Gor fue el primero en hacerlo, daba grandes zancadas y saltos, se detenía apenas unas décimas de segundo para inspeccionar el terreno y volvía a lo que parecía una alocada danza, pero Black Bat reconoció sus estrategia, si había algún tirador, sus movimientos irregulares y zigzagueantes iban a ponérselo muy difícil, la siguiente en salir fue Helene, no titubeó ni un segundo y se movía como una gacela parándose solo cuando algún parapeto o cobertura se lo permitían, sus movimientos eran fluidos, sin duda su vida en la jungla había aguzado sus instintos. Era el turno de Black Bat, ya había recorrido casi la mitad de la distancia que le separaba de la valla cuando se percató de que Ki-Gor saltó desde la misma hasta la copa de uno de los sauces que bordeaban ambas aceras de la calle trasera.

-¿A dónde demonios va ese maldito loco? – pensó

Titubeó unos segundos y una detonación le sacó de su estupefacción, los dos tipos que había visto bajarse del coche habían bordeado la casa por uno de sus laterales y habían sacado sus armas.

-¡Deténganse, F.B.I.!

La oscuridad les cubría pero aun así Helene aun estaba a tiro y Black Bat no quiso arriesgarse, sacó una de sus automáticas y derribó a uno de los agentes que cayó al suelo lanzando alaridos de dolor, el otro automáticamente buscó cobertura y empezó a disparar al lugar del que había provenido el fogonazo de Black Bat que no tuvo más remedio que buscar refugio también, la cosa se estaba poniendo fea, aunque eso en su negocio era casi lo normal. El agente del F.B.I. era bueno, lo tenía acorralado, podía ver como Ki-Gor saltaba de árbol en árbol en la oscuridad y que Helene ya se encontraba al otro lado de la valla, por fortuna ella no había decidido columpiarse por las ramas como el idiota de Ki-Gor.

-Creo que ha llegado el momento de rendirse.

La voz le llegaba desde su derecha, al parecer un tercer agente había rodeado la casa por el otro lado y le había cogido con la guardia baja, este al igual que los otros llevaba gabardina aunque completamente abotonada y con el cuello levantado, un sombrero calado hasta las cejas y unas extrañas gafas que tenían en extraño resplandor verdoso terminaban de ocultar sus facciones.

-Me gustaría poder decir que es un placer conocerte Black Bat, pero mentiría. –volvió a hablar el extraño

-¿El agente X, supongo? – trató de bromear Black Bat

-Suelta esa pistola y levanta muy despacio tus manos, y no intentes ninguna tontería, puedo verte perfectamente por mucho que te escondas en las sombras.

Aquellas extrañas gafas le permitían ver en la oscuridad, así pudo emboscarme, me veía todo el tiempo. – pensó Black Bat.

-Sabes que no voy a permitir que me detengas. – fue la única respuesta del enmascarado a la petición del federal

Black Bat intentó disparar su arma pero la ventaja y la posición eran para X, dos disparos salieron de su automática modificada impactando en el plexo solar de Black Bat, un extraño vapor salió de las balas cuando estas alcanzaron su objetivo y casi de manera inmediata Black Bat cayó redondo al suelo tanto por el impacto de los proyectiles como por el efecto del gas adormecedor que contenían sus balas. X se acercó manteniendo todo tipo de precauciones, su bajo ritmo de respiración indicaba que Black Bat estaba inconsciente, había girado sobre sí mismo y había quedado boca abajo. X le empujó con una pierna para hacerle rodar y dejarle boca arriba, tras inspeccionarle unos segundos gritó a su compañero.

-¿Cómo está Jones?

-Dolorido, pero bien, la bala no parecía tener mucha penetración, baja carga de pólvora me imagino, aunque duele lo suyo por cómo se retuerce el desgraciado. –respondió el agente que aún quedaba en pie

De repente Black Bat sacó como una centella el lanzador de bengalas y disparó a bocajarro al pecho de X, el impacto le derribó aunque fue más aparatoso que doloroso pero la luz de la bengala vista a través de sus gafas intensificadoras de luz fue demasiado para sus ojos.

Se quitó desesperadamente las gafas, no veía nada, estaba completamente cegado, sentía náuseas y vértigos. La sobrecarga sensorial amenazaba con llevarle a la inconsciencia y perdió el equilibrio.

Black Bat se incorporó lentamente frotándose el pecho dolorido por el impacto de los dos proyectiles que había recibido, se quitó los filtros nasales que llevaba puestos y dijo.

-Hay que renovar el truco de las balas de gas, amigo. Aunque reconozco que no pensaba usar la bengala para esto la doy por bien empleada, hasta otra.

El otro agente se acercaba intrigado por la luz de la bengala pero sin saber muy bien que estaba ocurriendo.

-¿Qué está pasando, jefe?

Otra detonación y el agente cayó al suelo agarrándose una pierna y gritando.

-¡Me has roto una pierna, maldito bastardo!

-Es mucho menos de lo que me habrías hecho tú a mí, no te quejes, señor “Dispara primero y pregunta después”. –dijo Black Bat antes de saltar la valla

Al caer al otro lado pudo ver como un cuerpo caía a plomo de uno de los árboles, al impactar en el suelo algo cayó de sus manos, era un rifle de francotirador y llevaba unas gafas intensificadoras de luz idénticas a las de X. De no haber sido por Ki-Gor su huída podía haber sido mucho más corta, quizás no era tan idiota después de todo.

Afortunadamente el jaleo montado por los disparos había llamado la atención de Silk que esperaba con el coche en marcha y ya se encontraba allí, de manera atropellada los tres se lanzaron al interior del coche y Silk se disponía a pisar a fondo cuando Ki-Gor gritó.

-Espera. –y acompañó su orden de un silbido largo e intenso que casi deja sordos a los ocupantes del coche

A toda velocidad apareció un leopardo que perseguía al coche, Ki-Gor sacó medio cuerpo por fuera de le ventanilla trasera del coche y extendió sus brazos para recoger el hermoso y peligroso animal en pleno salto e introducirlo en el coche.

-Ya podemos irnos.

Silk apretó el pedal a fondo para poner la mayor distancia posible entre ellos y el desaguisado que allí se había montado, poco a poco fueron alejándose, se oían sirenas de policía en la lejanía.

-Parece que vamos a escapar de esta. –suspiró aliviado Black Bat

Pero quizás su alivio era un poco apresurado porque en ese instante algo impactó con un golpe seco en el techo del coche en el que escapaban.

-¡Santo Dios, estamos volando! – exclamó Helene

Era increíble pero cierto, estaban volando, los pasajeros del coche se apresuraron a sacar sus cabezas por las ventanas del coche, colgaban de un cable metálico que estaba unido a una nave de forma triangular que algunos reconocieron enseguida.

-¡Es el Mantarraya-1!

Continuará...


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