Superman nº 24

Titulo: Errante (IV): Corriendo por un rio
Autor: Jose Luis Miranda
Portada: Daniel Mendoza 
Publicado en: Enero 2012

Clark descubre que los héroes pueden estar escondidos en los lugares más insospechados...
Enviado a la Tierra desde el moribundo planeta Krypton, Kal-El fue criado por los Kent en Smallville. Ahora como un adulto, Clark Kent lucha por la verdad y la justicia como...

Superman creado por Jerry Siegle y Joe Shuster

Prólogo.Dos años antes.

Los dos hermanos estaban en la azotea. Era lo único que les gustaba de su nuevo domicilio. No hacía ni una semana que había fallecido el padre de ambos y debido a la falta de ingresos de su madre tuvieron que dejar el confortable piso parisino e irse a Cliché-sous-Bois, ciudad situada a 15 kilómetros al este de París, en el Departamento de Sena-San Denis. La ciudad tuvo su momento de triste importancia cuando en el 2005 inició las revueltas sociales que padeció Francia en ese año. Un periodista escribía de la ciudad que estaba aislada, deslavazada, construida sin ningún plan urbanístico, sin metro, ni tren, ni plaza, ni centro, llena de altísimos bloques abarrotados de parados. Cliché-sous-Boix ejemplifica el divorcio entre las afueras de la capital y el París de las postales(1). Era una zona conflictiva en la que la droga golpeaba a los jóvenes y el paro a los adultos.

Al vivir en el último piso tenían un fácil acceso a la zona alta del inmueble. Desde allí, se contemplaba una espectacular vista. Pierre, el mayor, de 15 años, se sentó en un rincón bajo una especie de tejadillo e hizo un gesto a Jean, de 12 años, para que se pusiera a su lado. Entre ambos un viejo cómic de Flash que narraba su origen. Pierre lo iba leyendo en voz alta escenificando con la voz alguna de las situaciones. Cuando en una de las escenas Flash perseguía una lancha motora, los dos hermanos clavaron su mirada en las viñetas en las que el héroe corría por la superficie del agua sin hundirse. Pierre detuvo la lectura y miró a su hermano:

- Mira. ¿Te acuerdas de lo que decía papá? Algún día también correremos tú y yo sobre un río y nos iremos de esta miseria de ciudad.

- ¿Juntos?

- Claro, somos hermanos. Correremos sobre el agua y llegaremos a otro lugar mejor.

- Me lo prometes.

- Te lo juro.


Capítulo 1.Dos años después, en la actualidad.

Jean llegó a casa. Eran las once de la noche. Abrió la puerta muy despacio intentando que no sonara ruido alguno. El temor le invadía. Sabía que su hermano mayor podía estar allí. Se había retrasado un par de horas jugando al fútbol con compañeros del instituto. Nada más entrar su nariz percibió un fuerte olor a hachís, probablemente su hermano habría estado o estaría fumando en el salón. Intentó pasar desapercibido y casi de puntillas se dirigió hacia su cuarto con la intención de tumbarse y dormirse. Pasó por delante del salón sin asomarse. Llegó hasta la entrada de su habitación apreciando que la puerta, casi cerrada, dejaba asomar una rendija de luz. Entonces oyó las risas. Con la palma abierta la abrió lo suficiente como para asomar la cabeza. Su sorpresa fue mayúscula. Su cama estaba ocupada por dos jóvenes fumando costo. Eran Urrea y Palomo, amigos de su hermano. Éstos le miraron con expresión ausente, como si fuera una hormiga que pasara por allí. Jean dio un paso atrás, pero su espalda chocó con el cuerpo de otra persona que estaba detrás suyo. Se giró y vio que se trataba de su hermano. El miedo le dominó y balbuceó al hablar:

- Ho… la, Pierre.

- Puto enano. Siempre molestando.

El puñetazo de Pierre sin venir a cuento impactó en la frente de Jean que cayó al suelo y se arrastró como pudo por el pasillo intentando alejarse de él. Pierre tenía 17 años y él, a punto de cumplir 15, no era rival para su fuerza. Por suerte, Pierre estaba muy fumado y, a diferencia de otras noches, no continuó con los golpes.

- Quédate en el salón, ¿no ves que el cuarto está ocupado?

El chico no dudó un instante. Así que se dirigió al salón donde, sin soltar una lágrima, se acurrucó en el sofá. Estaba orinándose pero no se atrevió a ir al servicio porque tenía que pasar de nuevo delante de la puerta de su cuarto. Las risas vociferantes de los tres fumadores se oían atronadoramente. Jean pensó en su madre. Era enfermera y esa noche tenía turno de noche. A pesar del ruido consiguió dormirse enseguida. Pero la tranquilidad no duró ni una hora. Los tres jóvenes hicieron irrupción en el salón cantando y gritando. Pierre sacó el móvil del bolsillo y buscó una canción de Eminem que situó a todo volumen. Jean se despertó en el acto. Recibió otro manotazo de su hermano que le dijo de manera brusca:

- Sobras.

Se levantó con rapidez y recorriendo el pasillo fue al servicio. Allí también apestaba a porro. Al menos, pudo por fin orinar y se tumbó en su cama en la que, a pesar del olor y de la atronadora música, quedó dormido en un par de minutos. Sobre las nueve de la mañana volvió a morir el sueño. La discusión a voz en grito entre su madre y su hermano le despertó. Jean fue hasta el salón. Estaba todo destrozado y sucio. Lleno de colillas, charcos de bebida y vasos rotos. Una de las estanterías se encontraba volcada con los libros alfombrando el suelo. Pierre se puso más violento. Agarró uno de los libros y lo arrojó con fuerza contra la televisión. Se puso la chaqueta y mirando a su madre escupió al suelo con gesto de rabia:

- No es para tanto. Luego lo recogerás. Me voy a casa de Urre, a ver si allí puedo dormir un poco.

El portazo que dio al salir hizo retumbar la pared. Su madre se sentó en un sillón con los ojos humedecidos de lágrimas. Jean quedó mirando la puerta y deseó que a su hermano le pasara algo: un coche que le atropellara, una maceta en la cabeza. Pensó que el día que tuviera tanta fuerza física como él le mataría. Después fijó su vista en el libro que acaba de lanzar su hermano: Ríos del Mundo. Había quedado abierto y se apreciaba una fotografía que ocupaba dos páginas del río Nilo. Se quedó pensativo pendiente del agua y se imaginó durante unos segundos que era capaz de introducirse en la fotografía y pisar la superficie del río sin hundirse, que podía correr sobre ella dirigiéndose hacia el confín del río, al mar. Así se alejaría de su familia, del recuerdo de su padre muerto, de su madre pusilánime y vieja antes tiempo aplastada por la vida, del cabrón de su hermano, de las carestías de su barrio, con su droga y violencia continua. Se veía recorriendo a toda velocidad el río rumbo a una nueva vida.



Capítulo 2.

Jean odiaba Cliché-sous-Bois todo lo que se podía odiar una ciudad. Muchas veces intentaba recordar como era su familia antes de llegar allí. Sus diez primeros años de vida se le aparecían felices viviendo en París. Fue tras el fallecimiento de su padre cuando debieron cambiar de domicilio y mudarse a la localidad citada. Todo empeoró. Pierre que era un hermano protector y atento, enseguida comenzó a tontear con las drogas volviéndose cada vez más uraño y desagradable. Su madre acuciada por las deudas que dejó su marido tuvo que compaginar su trabajo de enfermera en un hospital parisino con la limpieza de casas. Eso le produjo un cada vez mayor alejamiento de los niños. Y, pronto, Jean se vio en un árido entorno sin más ayuda que su propia capacidad de supervivencia.

Pero, el chico era inteligente y muy maduro para su edad. Entendía perfectamente las reglas no escritas de aquel crudo mundo y hacía frente a las situaciones que se le presentaban con enorme eficiencia. De hecho, a pesar de no llamar la atención en muchos aspectos, no consumía drogas, ni armaba jaleo en clase, era de los alumnos más respetados en su instituto. Recordaba palabras de su padre que le repetía que estudiara porque los libros conseguirían hacerle andar por la piel de un río. Esa frase se le había grabado y se la repetía cuando le llegaban momentos de desesperación. De hecho, al llegar a Cliché su hermano también enarbolaba las mismas palabras, hasta que la vida del barrio le alejó mentalmente de su pasado olvidándolas por completo.

Su ocio lo dedicaba casi por completo a su chica Marie, no tenía ordenador ni internet desde que su hermano se lo llevó para cambiarlo por costo o cocaína. Y los pocos euros que su madre podía darle se los gastaba en cómics. Esta afición la había adquirido de su hermano. Pero ya hacía mucho tiempo que Pierre no se preocupaba de los viejos cómics que antes le leía. Como casi nadie de su instituto compartía este amor por los tebeos (excepto algún otro chaval que seguía alguna colección manga, pero de aspecto demasiado friki, a juicio de Jean, como para llegar a comentar nada con él) esta afición era casi como un secreto masónico. No quería que nadie la conociera. Adquiría un par de colecciones mensuales y se las subía a la terraza de su bloque de pisos, bajo la chaqueta o la camiseta, como si llevara una revista pornográfica. Allí, las leía en absoluta soledad. Luego, los guardaba en bolsas de plástico, que, a su vez, introducía en cajas de cartón. Las escondía en un rincón de la terraza, bajo un techillo de teja que las protegía de la lluvia. Aquel rincón era como su Fortaleza de la Soledad.

Pierre por el contrario gastaba el poco dinero que le daba su madre o el que conseguía en hurtos en diferentes tipos de droga: tabaco, costo, pastillas, alcohol, cocaína. Su comportamiento era cada vez más destructivo y violento en casa y fuera de ella. No consiguió finalizar la secundaria y tampoco buscaba ocupación académica o laboral alguna.

Jean, sin embargo, seguía estudiando en el instituto Balzac. El presente verano la escuela había puesto en marcha un programa en el que profesores de la enseñanza pública impartían clases de repaso en julio y agosto de cara a la convocatoria de septiembre. Además, se compaginaba el estudio con actividades deportivas, que intentaban hacer germinar en la población estudiantil formas más sanas de ocupar el tiempo libre. El programa era gratuito y la madre de Jean lo aprovechó inscribiéndole. Por un lado, recuperaría las dos asignaturas que no había conseguido aprobar durante el año escolar: Historia de Francia y Matemáticas. Por otro, practicaría deporte y estaría menos tiempo en casa alejado de la presencia de Pierre.

Realmente la memoria e inteligencia de Jean eran prodigiosas. No poseía ningún problema para comprender y aprender los contenidos. Pero, este curso la situación cada vez más violenta que generaba su hermano en casa le impedía tener tiempo de estudio allí y la biblioteca del centro cerraba demasiado pronto. Por ello, cada vez más, basaba sus resultados en la atención en clase siendo una esponja de conocimiento que era capaz de memorizar la explicación de los docentes. Con todo, tuvo que renunciar a algunas materias para sacar otras. Ahora estaba encantado, porque las clases eran de pocos alumnos y los dos profesores eran de los mejores docentes del Centro. Sobre todo el profesor de historia: Monsieur Dubois.

Dubois era una institución en el barrio. En los últimos quince años había dado clase a miles de chiquillos que le recordaban a la perfección. Aunque de porte serio, seco y distante en el aula, poseía el maravilloso don de crear un discurso mágico que envolvía las inteligencias y los sentimientos de los alumnos. Además, su preocupación hacia los estudiantes era máxima y éstos lo percibían. Era una leyenda en el barrio. Jean era uno de sus rendidos admiradores. Cuando en la última clase explicó la Revolución Francesa, el chico se veía como un jacobino radical cortando cabezas y paseándolas por las calles de París clavadas en una pica. De verdad el discurso del maestro le transportaba en el tiempo. No había ocasión en que al acabar las clases no se acercara a Dubois para preguntarle diferentes aspectos de lo explicado.

Pero aquel día no pudo. Un hombre se le adelantó, llevaba gafas, camiseta y vaqueros y estaba esperando al veterano profesor a la salida de la clase. Cuando el maestro le vio abrió mucho los ojos como si no hubiese esperado jamás encontrarse delante de aquella persona. El desconocido dio un paso adelante sonrió y le tendió la mano:

- Señor Dubois, ¿se acuerda usted de mí?

- Pues… claro, eras ese chico americano… ¿cómo era tu nombre…? Clark… Clark Kent.-dijo Dubois tras unos segundos de duda.

- Dejé de ser un chico hace mucho.

- ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Quince años?

- Más o menos.

- Me alegro mucho de volver a verte. ¿Qué haces por Francia?

- He iniciado un viaje alrededor del mundo, como aquella vez en la que nos conocimos. Acabo de visitar España, ahora estoy aquí. ¿Qué ha sido de su vida?

- Trátame de tú. Me separé de Eva, ahora está en Niza, visitando a su madre y mi hijo de viaje veraniego en… creo que Grecia. ¿Y tú?

- Todo bien. Me casé, aunque nos hemos… ¿cómo se suele decir…? ¿…dado un tiempo? No tengo hijos.

- ¿Cuál es tu oficio? ¿Acabaste dedicándote al periodismo?

- Sí, lo alternaba con… digamos que otros trabajos sociales.

- ¿Por qué hablas en pasado?

- Me he tomado una pausa. Necesitaba descansar.

- ¿Lo añoras?

- ¿Sinceramente?

- Claro.

- No. Estoy feliz ahora sin pensar en lo que debo hacer por los demás, preocupándome sólo de mí. Puede que suene algo egoísta, pero es que me he tirado tanto tiempo anteponiendo las necesidades de los otros a las mías, que ahora me es absolutamente imprescindible disfrutar de los pequeños placeres de la vida. ¿Y usted…? Perdón, ¿y tú? También recuerdo que te olvidabas de ti, para entregarlo todo a los alumnos.

- Pues, esa fue una de las causas de mi fracaso matrimonial. Supongo que me ocupaba más de los hijos de los demás que del mío.

- ¿Es feliz?

- Trabajo en lo que me gusta. Soy profesor, ejerzo y, sinceramente, no sabría hacer otra cosa.

Realmente Clark no quería volver a su anterior vida. Estaba muy cómodo viviendo una existencia normal sin tener que compaginar vida y muerte, ni tomar decisiones que afectasen al curso de la historia, a la supervivencia del planeta o del mismo universo. El sol brillaba, hacía algo de brisa y tenía a un viejo conocido frente a él, experto en historia y arte. ¿Qué más hace falta para sentirse pleno? se dijo. Dubois le sacó de sus pensamientos.

- Me sigue sorprendiendo tu perfecto francés, sin una pizca de acento americano.

- Se me dan bien los idiomas. ¿Te apetece comer? ¿Tienes otro plan?

- Ninguno mejor que comer con un viejo amigo. Hablaremos de historia y arte y si quieres mañana te guiaré en tu visita por París.

- Perfecto.

Jean se les había quedado mirando esperando que el desconocido se alejase de Dubois para acercarse y preguntarle al profesor algún aspecto de lo que había explicado en el aula. Se decepcionó cuando vio que ambos caminaban juntos con intención de seguir estándolo. El chico se detuvo abruptamente y su gesto llamó la atención del docente. Éste levantó la mano derecha y le hizo ademán de que se acercara:

- Ven, Jean. Te voy a presentar a un viejo conocido.

Cuando llegó a la altura de Clark, Dubois dijo:

- Te presentó a Clark Kent, es periodista en los EE. UU.

- Encantado Jean, dijo Clark.

Jean frunció el ceño y sólo asintió con la cabeza. Sin decir palabra, dio media vuelta y se fue contrariado. Quería hablar con el profesor a solas, Clark era un estorbo. Dubois se percató de ello y sonrió. Le detuvo con una frase:

- ¿Querías decirme algo?

- No, el lunes nos vemos.- contestó mintiendo el chico.

- De acuerdo, hasta entonces.

Dubois se volvió hacia Clark para hablarle de nuevo:

- Es un buen chaval, pero tiene una vida familiar muy compleja. Su hermano, al que di clase, no acabó la secundaria y se metió en asuntos de drogas y atracos. El padre murió hace unos años y la madre trabaja como una esclava para sacarlos adelante. Jean tiene muchísimas aptitudes para los estudios. Aunque le he echado muchas broncas, la verdad es que conectamos muy bien. Siempre se queda hablando un rato conmigo con cualquier excusa sobre lo que acabo de explicar. Pero, bueno que pesado soy. Dejémonos de charla y vayamos a comer algo.



Capítulo 3

Anochecía. Se iba conformando una fina neblina oscura sobre casas y calles que se espolvoreaba de luces eléctricas de farolas y ventanas. Jean besaba a Marie en el portal de la casa de ésta con pasión. De repente Marie se separó:

- Ya, ya, Pierre. Déjame respirar.

- Bueno, bueno, como si tú no lo hubieras querido.

- Mira mi padre está a punto de llegar del turno del taxi y no quiero que nos encuentre enrollándonos. ¿Tú sí?

- Vayámonos a la zona de la fábrica y…

- No. Otro día. Me subo.

Jean hizo una mueca de desagrado. Marie se acercó y tras una sonrisa de oreja a oreja le besó cálidamente en los labios.

- Venga, no me seas idiota. Mañana es sábado. ¿Sigue en pie lo de ir a París?

- Claro, tomamos el bus y nos vamos a aquel rincón del Sena debajo del puente. Allí no pasa nadie.

- Pero tenemos que estar aquí antes de las 11 de la noche. O si no mi padre me mata.

- Saldremos muy temprano. El primer bus pasa a las siete de la mañana.

- Venga hombre, quiero dormir. A las nueve lo más pronto.

- Ok, a las nueve. Tendremos todo el día para nosotros.

- Venga, hasta mañana.

- Ok.

Jean la volvió a besar. Marie le guiñó un ojo y entró en el portal. El chico se encaminó a casa. Estaba como a un cuarto de hora andando. Lo hizo ignorante que estaba a punto de tropezarse con un hecho que cambiaría su vida. A medio kilómetro de allí, su hermano Pierre acompañado de sus dos amigos, Palomo y Urrea, vigilaba un cajero automático. Se encontraban apostados a unos treinta metros del cajero, sin que pudieran ser percibidos desde aquel. La calle no tenía concurrencia, la oscuridad bañaba ya el ambiente. Su objetivo estaba claro: atracar al que fuera a utilizar la máquina. Al poco, un hombre de unos treinta y pocos años se detuvo para hacerlo. Sacó la cartera del bolsillo, de ella una tarjeta y la introdujo en la máquina. Mientras pulsaba su código, los tres jóvenes se fueron acercando. A una señal de Pierre, Palomo y Urrea se abalanzaron sobre el hombre. El dinero, unos 100 euros, acababa de emerger de la rendija. Palomo y Urrea le sujetaron con fuerza, a la par que Pierre se adelantaba y retiraba el dinero. El hombre atracado no se amedrentó y forcejeó contra sus agresores gritando pidiendo ayuda. Pierre sacó su navaja del bolsillo y sin pensárselo un segundo la clavó en el cuello del asaltado.

Una vez efectuado el ataque, el hombre cesó su resistencia, llevó las manos a intentar taponar la herida que sangraba abundantemente. Intentaba alzar la voz, pero la respiración le fallaba y sus sonidos salían ahogados. Los tres jóvenes con el dinero aún en la mano echaron a correr riéndose por lo ocurrido. Tan eufóricos iban que casi atropellan al único testigo que había presenciado el asesinato. Pierre tuvo que esquivarlo y en un segundo, sin dejar de correr, reconoció a su hermano. Jean quedó paralizado, sin saber que hacer. Pero pronto actuaron por él. La mujer del agredido, llegaba desde el fondo de la calle, sin duda habrían quedado en aquel punto. Gritó al reconocerle de pánico mientras llamaba desde su móvil a las asistencias médicas. Para cuando llegaron el hombre agredido yacía muerto. Su esposa le aferraba abrazada llorando desconsolada.

Cuando Jean llegó a casa, entró aterrado. No estaba seguro de que Pierre le hubiera reconocido. Se alivió al ver que estaba su madre y no su hermano. Pero, por desgracia estaba ya preparada para salir. Jean corrió hacia ella:

- Mamá, ha pasado algo.

- Mañana me lo cuentas, tengo que salir ya. Llego tarde.

- Es importante…

- Lo siento, me voy. Te he hecho algo de cena.

- Mamá, por favor… es Pierre ha…

En ese momento se oyó una llave en la puerta y Jean cortó su discurso. En un suspiro su hermano estaba en el marco de la puerta. Se le quedó mirando fijamente. Su madre habló:

- Mira, cariño, no sé si te has dado cuenta de que el único dinero que entra en esta casa lo traigo yo, aunque sea para que tu hermano se lo gaste en drogas y putas. Trabajo doce horas diarias, para poder pagarnos esto. Así que espero que tú seas como debe ser un hombre y en poco tiempo tus estudios hagan que consigas un trabajo digno para poder echarme una mano. Mañana hablaremos.

Le dio la espalda y apresurada salió cerrando la puerta de la casa con fuerza. Pierre se puso de rodillas y situó su cara a la altura de su hermano. Sacó del pantalón la navaja asesina y la levantó hasta el ojo izquierdo de Jean mientras le susurraba al oído:

- Si se te ocurre hablar con alguien de lo que has visto… te la clavaré en los ojos hasta dejarte ciego. ¿Lo has comprendido?

- S... sí…

- Bien, odio a los putos soplones. Y ahora vete a dormir a tu mierda de cama.



Capítulo 4

Al día siguiente, Marie y Jean estaban bajo un Puente del Sena. Habían quedado muy temprano para poder aprovechar todo el día en la capital francesa. El amanecer iba disipando los restos de sombra y las luces eléctricas parpadeaban cual luciérnagas como si el sueño las estuviera venciendo. Y allí,bajo el puente con la ciudad envolviéndoles, con los pies colgando a escasos centímetros del agua, Jean y Marie se besaban como si fuera el último beso de sus días.

Marie se separó y aunque sonrió la preocupación la invadía:

- No puedo creerme que tu hermano haya matado a alguien.

- Lo sé. Pero lo vi con mis propios ojos.

- ¿No se lo has dicho a nadie?

- Sólo a ti. Intenté hablar con mi madre, pero llegó él.

- Deberías ir a la policía.

- No puedo chivarme. Primero, no soy un soplón. Segundo, Pierre me mataría.

- Mira, esto va más allá de ser un chivato o no. Joder, Jean, han matado a un hombre. Esto no es una película.

- ¿Explícame qué coño hago? ¿Condeno a mi hermano? ¿Me condeno a mi mismo?

- Tu hermano no deja de pegarte y maltratarte.

- Joder, Mar, esta vida es una mierda.

- No digas eso…

- Lo es. Y Jean se levantó y gritó. No quiero esta vida. Quiero correr y huir. Irme a otro lugar. Quisiera poder correr sobre el Sena y dirigirme al final del mundo.

- Las cosas no se resuelven huyendo. Quizá sea el momento de que tu hermano deje de hacer daño.

- No soy un superhéroe.

- Quizá sea el momento de que lo seas. Mira, en vez de ir a la policía, ¿por que no hablas con el profesor de historia?

- ¿Con Dubois?

Dubois había pasado el día con Clark en el Museo del Louvre. Los conocimientos de ambos eran inmensos. Clark retenía en su mente prácticamente todo lo que había leído. Se dio cuenta que era el único superpoder que no había perdido. De hecho los datos que desconocía y que leía en las guías o le contaba Dubois se enraizaban en sus recuerdos listos para ser utilizados cuando los necesitase. ¿Era esto un avance de que sus poderes estaban a punto de retornar? No le gustaba la idea. La Gioconda de Leonardo Da Vinci pareció mirarle anunciándole un futuro de capa roja con aquella enigmática sonrisa.

En aquel preciso momento el profesor Dubois y Clark estaban subiendo por la escalera de la Torre Eiffel. Clark sudaba tras diez minutos de ascensión y sentía una enorme felicidad por ese hecho. No dejaba de agradecer las cosas más normales que molestarían o enfadarían a otros. Le sorprendía la buena forma física de Dubois que a sus 55 años subía la Torre al mismo ritmo que él habiéndose negado a utilizar el ascensor. No sólo eso, sino que no dejaba de hablar contándole anécdotas sobre la Torre.

- ¿Sabes que al principio se le llamó la Torre de los 330 metros?

- Sí, recuerdo los libros sobre la historia y los monumentos de Francia.

- Me sorprende tu cultura. Pareces recordar todo lo que has leído.

Tú no te quedas corto.

- La Torre fue diseñada por Gustave Eiffel para la Exposición Universal de París de 1889. Se tardó en levantar dos años, dos meses y cinco días. Hasta 1930 fue la construcción más alta del mundo. Pero esto seguro que también lo sabías.

- No quiero resultar pedante.

- Bien. Pienso pillarte. ¿Y lo de la huelga?

- ¿La huelga? Pues creo que eso no.

- Aleluya. Pues resulta que en 1888 los trabajadores se declararon en huelga. Aunque cobraban más que los obreros del sector, se quejaron por lo bajo del salario en proporción al riesgo de trabajar a 200 metros de altura y por las jornadas laborales de 9 horas en invierno y 12 en verano. Eiffel les dio un aumento. Sin embargo, cuando tres meses después volvieron a iniciar un parón laboral, Eiffel se opuso a la huelga y no cedió ante nuevas reivindicaciones.

- ¿Hubo algún accidente mortal entre los trabajadores?

- Murió una persona, pero era domingo, no estaba trabajando. Parece que quiso presumir delante de su prometida y perdió el equilibrio.

- Lo que no se haga por amor.

- Efectivamente.

Cuando retornaron ya de noche, comprobaron que en el portal de la casa de Dubois estaba sentado Jean esperándole.

- ¿Jean? ¿Qué haces aquí tan tarde? ¿Cómo has sabido dónde vivía?-dijo acercándose Dubois.

- Todos en el colegio saben donde vive usted.

- Supongo que no habrás venido a preguntarme dudas sobre los exámenes.

- No.

- ¿Entonces?

- Es que… hay algo…pero me gustaría hablarlo a solas.

- Claro, no hay problema daré una vuelta.- dijo Clark.

- No, quédate. Anda vamos a pasar todos. Clark esperará en el Salón y tú y yo hablaremos en mi despacho.

La entrada al domicilio dejaba claras las intenciones decorativas de Dubois, se encontraron con una enorme estantería repleta de libros sobre la historia de la Filosofía: Platón, San Agustín, Hume, Descartes, Kant… Clark iba repasando con la mirada los nombres de los lomos. Aquello no era sino una avanzadilla porque la casa entera era una impresionante biblioteca. No había prácticamente espacio en pared cualquiera sin repisas. Incluso en el cuarto de baño y la cocina. Clark pasó al salón donde abrió algún volumen para hojearlo, mientras que Dubois y Jean entraron al despacho de aquel para hablar. Dubois pidió al chico que se sentara en la silla del ordenador, mientras que él se acercaba una alta banqueta que tenía para subirse a las baldas más altas.

- Bueno, tú dirás.

Su alumno se sintió en el fondo de un pozo. No podía hablar. Era delatar a su hermano y jugarse la vida.

- Lo siento, no sé para qué he venido. No puedo ser un chivato.

- ¿Chivato? ¿Has sido testigo de algo? ¿Drogas, robos…? Mira, no voy a obligarte a decirme nada, pero entiende que evitar daños a otros seres humanos no es ser un chivato. Si te callas una información que puede evitar el perjuicio de alguien y se comete ese perjuicio… ¿sabes que serás si no lo dices…? un cobarde.

- ¿Cobarde?

- Claro, si a tu madre la estuviesen agrediendo y yo lo observo y miro para otro lado. ¿Tengo que sentirme bien conmigo mismo porque he conseguido no ser un chivato? Piensa en lo que está bien y lo que está mal. El dolor a los demás es dañino. Nadie tiene derecho a maltratar a los otros.

- Pero, ¿y si mi hermano acabara en la cárcel por mis palabras?

- ¿Ha hecho algo Pierre? Tienes que contarme qué ha hecho.

- No, no puedo decir nada.

- Jean, chico. Confía en mí.

- Confío, profesor, pero si hablo sé que seré lo último que haga.

- A veces hay que anteponer las necesidades ajenas a las propias.

- No tenía que haber venido. Adiós, profesor.

- Espera…

El chico salió de la casa a toda prisa. Dubois intentó retenerle, pero reaccionó tarde y no pudo alcanzarle. Sólo llegó a ver desde el portal como se alejaba corriendo. Y en una nefasta casualidad fue observado por Palomo, uno de los participantes del crimen, que recorría la misma calle. Vio con total claridad como se trataba del canijo hermano de Pierre el que huía y al estúpido profesor Dubois, que, en su opinión, no había hecho más que echarle broncas en el colegio y no aprobarle jamás un examen, salir detrás de él renunciando a perseguirle calle abajo. Palomo lo tuvo claro: el enano se ha chivado al viejo Dubois. 



Capítulo 5

Nada más amanecer el domingo, Jean subió a la azotea de su edificio. Pasó por debajo de las sábanas que algún vecino colgaba allí y se dirigió al rincón cubierto por un tejadillo donde guardaba las cajas de cómics. Había forrado las cajas con plásticos para que la lluvia no pudiera afectarlas y dentro de ellas también en bolsas multitud de cómics. Se amontonaban los que publicaba DC, superhéroes que existían en la realidad como Superman, Batman, Green Lantern, Flash, Wonder Woman, La Liga de la Justicia, y los de la editorial Marvel, que narraban sucesos de ficción como las aventuras de Spiderman, los Cuatro Fantásticos, los Vengadores, Daredevil, Hulk o los X-Men. En la mano llevaba sus dos últimas adquisiciones, una de cada editorial: Thor de Marvel y Superman de DC. Curiosamente se trataba del final de dos sagas que habían acaparado la atención de los lectores durante meses. Thor ponía fin a una guerra entre dioses y Superman derrotaba al imperio de Luthor. De hecho, la editorial advertía que a partir del siguiente número, dado que Superman había desaparecido, se publicarían aventuras ficticias del personaje. Tras acabar su lectura los guardó en bolsas y los introdujo en las cajas correspondientes. Aquello era como un tesoro para Jean, una ventana a un mundo de fantasía que le permitía escapar de su realidad. Aunque en breves segundos ésta se le aparecería con toda su crudeza porque cuando se dirigía a la salida del patio, Pierre, Urrea y Palomo estaban bloqueándola. Los tres entraron al patio y Pierre habló:

- Te dije que no abrieras la puta boca.

- Pierre, no, no. Te equivocas. Yo no he dicho nada.

- Se lo has largado al viejo Dubois. Te vieron hablando con él.

Palomo sonrió por lo bajo. Jean estaba muy asustado.

- No le dije nada. Si lo hubiera hecho os habría denunciado.

- No me cuentes mierdas.

- Te lo juro, Pierre. Debes creerme. Yo nunca…

La frase quedó cortada por un bofetón del hermano mayor. Urrea y Palomo esperaban las instrucciones de Pierre no querían precipitarse y agredir sin su permiso al hermano del jefe. Pierre hizo un gesto y los tres propinaron casi al unísono un par de patadas cada uno. Jean tuvo suerte, aparte de alguna herida en el costado, la sangre del labio y de la nariz no había sufrido un daño irreparable. Pero, peor que los golpes sería lo que hicieron a continuación. Urrea y Palomo le sujetaron apoyando su cabeza en el murete y apretándosela contra él de tal manera que viera como Pierre sacaba una caja de cerillas. Jean abrió los ojos con desesperación. Pierre llegaba hasta las cajas de cómics. Encendió la primera cerilla y le miró diciendo:

- Llamas a mí.

- No lo hagas. Te lo suplico. No he dicho nada. No diré nada. Te lo juro. No lo hagas.

- Ya es hora de que te hagas un hombre y dejes de leer estas mariconadas de tíos en pijama. Madura.

- Por Dios Pierre… no… no

Pierre dejó caer la cerilla sobre los tebeos. Empezaba a humear cuando repitió la operación con varios fósforos más en todas y cada una de las cajas que guardaban los cómics. La humareda negra dio paso a un verdadero foco de llamas.

- Oye, Pierre el fuego se ve desde la calle. Dijo Urrea.

- Nos vamos enseguida.

Pierre descargó un puñetazo en la nariz de Jean que quedó terriblemente mareado. Pronto los tres se pusieron a darle patadas al cuerpo y al rostro durante casi medio minuto. Jean era un pelele sin fuerza. Pierre ordenó a sus compañeros que se fueran. Se acercó a Jean y le dijo:

- Este si que ha sido el último aviso. Y ahora tendremos que ir a por el viejo Dubois.

- Te… ju…ro que no dije… na…da.

- Ya, y yo me lo creo.

Jean intentó hablar otra vez, pero perdió el sentido. Pierre contempló como las llamas iban menguando y bajó por la escalera.



Capítulo 6

Era completamente de noche cuando Dubois regresó a casa. Había pasado el día con Clark en París. Bajó del taxi que había dejado a su amigo en su hotel. Guardó la cartera de la que había sacado el billete que pagó al conductor. Sacó las llaves de su domicilio cuado un tremendo golpe con una barra de acero le hizo soltarlas. Tres encapuchados le rodearon en segundos. Asustado intentaba reconocer a través de los ojos a sus asaltantes. La oscuridad lo impedía. Los tres le cercaban y se aproximaban. Todos armados con barras de acero. Dubois les habló sin amedrentarse:

- No hagáis nada de lo que podáis arrepentiros. Tiraréis vuestra vida por la borda. ¿Qué queréis? ¿Dinero? Os daré lo que llevo.

Los asaltantes esperaban la orden de uno de ellos para actuar. Así que dos parecían paralizarse y sus miradas se centraban en el hombre que más próximo estaba a Dubois. Pierre dudó, pero no podía dejar que Dubois le delatara a la policía y descargó la barra de hierro sobre la cabeza de Dubois. La sangre salpicó a los presentes. El profesor alzó una mano para defenderse y agarró el gorro de montaña del agresor, separándoselo de la cabeza. Vio claramente a Pierre.

El hermano de… Jean. ¿Por qué…?

No consiguió acabar la frase. Los otros dos golpearon con las barras de hierro hasta que Dubois cesó toda resistencia quedando inmóvil en el suelo. Los tres montaron en el coche y huyeron. El profesor estaba moribundo. Con su último esfuerzo sacó el móvil de su chaqueta y perdiendo la conciencia pulsó la tecla de la agenda, marcando las letras c y l. Cuando la palabra Clark apareció pulsó la tecla de llamada. Clark se extrañó que su móvil sonara. Apenas una decena de personas tenía aquel número. Lo compró antes de salir y mandó un mensaje a sus amigos para que pudieran localizarle si pasaba algo. Así que salvo Lois, Perry, Jimmy, Bruce, Diana y su madre, no recordaba habérselo dado a nadie…. salvo… a Dubois. Cuando el nombre del profesor apareció Clark intuyó que algo iba mal. Descolgó e intentó hablar con él, pero el profesor había perdido el sentido y sólo el silencio fue respuesta.

Clark bajó apresuradamente del hotel y pidió un taxi. Al taxista no le hizo gracia alguna tener que ir a Cliché-sous-Bois a aquella hora de la noche, pero una suculenta propina de Clark y el pago por adelantado de una estimación del viaje le convencieron. Al llegar encontró a su amigo en un charco de sangre. Clark pidió al taxista que llamase a las asistencias médicas, mientras él se abalanzó sobre Dubois. Busco el pulso del viejo maestro, pero no lo encontró. Comenzó, con desesperación, un masaje cardíaco intentando que la vida no escapase de su amigo. Insuflaba aire en sus labios y presionaba repetidamente el esternón, esperando, como un milagro, que el pecho del profesor se hinchara con una bocanada de aire propia. Venga, venga, sigue, Clark, sigue, joder. Vamos, vamos. No paraba de repetirse. Los brazos le dolían cuando escuchó la sirena de una ambulancia. Y cuando los sanitarios descendían del vehículo, Dubois hinchó la caja torácica y tosió escupiendo sangre. Clark se apartó aliviado cuando los enfermeros y un médico rodearon al caído.

Se levantó y miró en derredor, algunas ventanas iban encendiéndose y unos cuantos vecinos bajaban a la calle a ver quién era atendido por las emergencias. Cuando alguien reconoció a Dubois, el nombre fue pasando de boca en boca y casi doscientas personas quedaron expectantes y pendientes de su recuperación. Clark vio las llaves de Dubois en el suelo, las cogió, entró en el domicilio y buscó en el despacho algún cuaderno de alumnos. Encontró uno en cuya portada ponía curso de verano y allí buscó la ficha de Jean para encontrar su domicilio.



Capítulo 7

Tras dos días en el hospital Jean estaba ya en casa. Los golpes de su hermano y los otros dos le habían causado múltiples contusiones, heridas y un brazo roto, pero, afortunadamente, nada de extrema gravedad. El joven había dicho a su madre que le habían agredido en la calle para robarle. Estaba solo en casa. Cuando sonó el timbre de la puerta pensó que era su hermano. No había vuelto a verle desde la paliza de la azotea. Temió que volviera borracho y que hubiera perdido las llaves, con su madre en el turno nocturno estaba absolutamente a su merced. Fue con dificultad hacia la puerta y la abrió para sorprenderse al ver a Clark Kent allí:

- Hola, Jean. ¿te acuerdas de mí?

- Sí. ¿Qué quieres?

- Vengo por Dubois.

- ¿El profe? ¿Le ha pasado algo…?

- ¿No lo sabes? Le asaltaron hace un par de días y creo que tú sabes por qué ha sido.

- No, yo no sé nada.

- ¿Está tu madre?

- No. Estoy solo. Váyase. No puedo ayudarle.

Jean hizo ademán de cerrar la puerta, pero Clark la sostuvo con la mano. No tenía la menor intención de irse de allí sin alguna respuesta.

- Mira chico. Podemos hacer esto de dos maneras. Si no hablas conmigo vendré con la policía. El otro día fuiste a ver a Dubois, Le contaste que sabías algo terrible. No hace falta ser muy listo para averiguar que esa información tiene que ver en la paliza que ha recibido.

- ¿Cómo está?

- Sigue muy grave. Lucha entre la vida y la muerte.

- Lo siento.

- Dime qué sabías. Hazlo por Dubois.

- Si hablo le matarán y me matarán a mí.

- Ya lo han intentado y, a juzgar por tu aspecto, también a ti. Si no me dices nada no podré ayudarte.

Jean quedó en silencio. Entró en el salón dejando que Clark le siguiese. Abrió el libro de los ríos puso las manos con las palmas abiertas encima de una de las fotografías y se sintió flotar sobre el agua. Salió del trance y miró a Clark:

- Se trata de mi hermano Pierre.

Al decir esas palabras la cara de Jean fue un absoluto mapa del horror. En la puerta Pierre, Urrea y Palomo acababan de hacer su aparición. Clark no tuvo tiempo de volverse cuando una de las barras empleadas en el ataque al profesor impactó en su cabeza dejándole sin sentido. Sosteniéndole de los brazos le auparon y, escalera abajo, salieron a la calle para meterle en el asiento delantero del coche de Urrea, un destartalado Peugeot 206. Su dueño se sentó al volante y Pierre y Jean, obligado a acompañarles, iban detrás. Palomo les siguió en una motocicleta. Inconsciente, Clark, no pudo oponer resistencia alguna. Llegaron a una extensa zona deshabitada que atravesaba el Sena. Jean se imaginaba que iban a asesinarlos y a arrojar sus cadáveres al río. Les veía reírse como dementes debido a las pastillas que estaban ingiriendo. De hecho, por un momento pensó que habían perdido todo control y no sabían lo que hacían, ni que consecuencias podían tener sus actos. El coche paró en una brusca maniobra y todos descendieron. Clark fue arrastrado en dirección al agua del Sena, que estaba a unos 20 metros, por Urrea y Palomo. Jean se asustó y suplicó a Pierre:

- Tú ganas Pierre. Tú ganas. No he dicho nada y no diré nada. por favor, déjame. No le hagas daño.

- Cállate mono y asume las consecuencias. Tu amigo sabe demasiado.

Urrea y Palomo gritaban henchidos de adrenalina y risa. Pero ambos estaban aturdidos por las pastillas y la sensación de euforia les invadía de tal manera que no se dieron cuenta de que agarraban más las mangas de la chaqueta que los brazos de Clark. El héroe kryptoniano despertó y aunque terriblemente mareado, dolorido y con una evidente pérdida de sangre, consiguió en un enorme esfuerzo desasirse de su sujeción y nada más tocar suelo corrió lo más rápido que pudo alejándose de ellos. La sorpresa de los tres jóvenes unido a las drogas ingeridas, les impidieron tener una reacción inmediata. Jean aprovechó el momento de duda para correr y situarse junto a Clark sirviéndole de bastón. El problema era que el río cortaba toda escapatoria. Pierre reaccionó por fin y grito:

- Serán cabrones. Cogedles. No pueden escapar.

Jean advirtió que comenzaban la persecución y que en breves segundos volverían a estar en sus garras. Advirtió como a Clark le suponía un enorme esfuerzo mantenerse en pie. Fijó su vista en el Sena y en su imaginación se vio sosteniendo a Clark y cruzándolo a pie. No lograría nadar con Clark apoyándose cada vez más en él. Si pudiera andar sobre el agua. Su mente bullía de miedo y esperanza. Cada paso era una tortura, con un último esfuerzo llegó al borde del río. Lo contempló oscuro y sosegado. Pensó en Marie. Dio un paso adelante, pero Pierre le había alcanzado propinándole un fortísimo puñetazo que le desorientó por completo. Jean soltó la mano de Clark y apenas pudo más que intuir su caída al agua. Sin control sobre sus movimientos, pudo alzar un pie como si fuera a posarse sobre el agua. Por un segundo pensó: voy a correr sobre el agua.

Sin embargo, la superficie se hundió bajo sus pies y no pudo aferrarse a nada. Aturdido como estaba no pudo sino dejarse envolver por la desesperación. Aunque sabía nadar perfectamente, la conmoción, el dolor de las costillas, el brazo roto, la ropa… Todo le impedía coordinar su cuerpo para poder ascender y el techo del agua se le antojó demasiado lejano. Además, prácticamente no había tomado aire y sus pulmones casi recién inmersos en el agua demandaban ya una bocanada de aire. El pánico se apoderó de su ánimo y en un último gesto instintivo de supervivencia alzó la mano derecha engarfiando los dedos buscando un milagroso asidero. Pero nada más que agua rozaron sus dedos y fue hundiéndose lentamente en aquella inmensidad azulada y oscura.

Clark también se precipitó sobre la superficie cristalina. El impacto le devolvió sus sentidos y, aunque débil por la pérdida de sangre, la situación de peligro le hizo disparar sus niveles de adrenalina para intentar resistirse al fatal desenlace. Más próximo a la orilla no pudo hacer nada por sostener a Jean, al que vio hundirse a plomo como si fuera una piedra, pero sí asirse a unos arbustos que le impidieron seguir el mismo camino. Pierre se erguía ante él como un gigante. Con medio cuerpo bajo el agua, agarrándose con todas sus fuerzas a la orilla para evitar que la corriente le llevara, veía la figura de Pierre con impotencia sabedor que una patada en el rostro sería suficiente para debilitarle y hacerle caer al río. Clark debía jugarse el todo por el todo:

- Es tu hermano.

- Calla.

- Aún puedes salvarle.

- Es un soplón.

- Escucha. tu hermano va a morir si no haces algo por salvarle. No es un juego. El único que puede salvarle eres tú. Haz conmigo lo que quieras, pero no dejes que él se ahogue.

Pierre quedó congelado al borde del agua. A pesar de la oscuridad, aún veía como envuelto en sombras Jean se agitaba intentando retornar a la superficie.

- Tu hermano se lo ha buscado. Acaba con éste y larguémonos- dijo Palomo.

- Sálvale.-insistió Clark.

- Cierra tu puta boca.- Palomo gritó lanzando una patada que impactó en el rostro de Clark. Nuestro héroe resistió a duras penas y consiguió no soltarse, aunque no pudo impedir que sus gafas saltaran a varios metros en tierra.

Sin embargo, Pierre no se movió. Miraba como hipnotizado la superficie del agua esperando que su hermano emergiera y se pusiera de pie sobre ella. La imagen de su padre se le apareció delante hablándoles a ambos. Y le vino a la mente una escena de hace dos años en la que leyéndole un viejo cómic a su hermano le juro que correría con él sobre el agua. Sin embargo, quedó inmóvil como una estatua. Esta falta de movimiento desesperaba a Palomo y Urrea. Uno de ellos gritó:

- Estamos armando mucho ruido. Acabemos con este cabrón.

Juntos se dispusieron a aplastar la cara de Clark hasta que se soltara, pero los dos quedaron mudos de asombro al ver como Jean empezó a emerger del agua. Por un momento los dos creyeron que las pastillas ingeridas les hacían alucinar, porque veían como el chico flotaba dormido sobre la superficie e iba levantándose sobre la piel del río. Pronto, la realidad se hizo evidente. Alguien estaba sosteniéndole en brazos y le sentaba ya en la orilla. Jean respiraba ávidamente casi olvidando el inmenso malestar que le envolvía. La persona que le había salvado se sentó a su lado. Jean le miró descubriendo que era su hermano Pierre.

- Estúpido. ¿Qué haces? Tú mataste a aquel hombre y empezaste lo de Dubois.- le interpeló Palomo.

- Largaos.- dijo Pierre.

Pierre quedó sentado en silencio mirando el río. Jean ayudó a Clark a salir del agua. Alzó las gafas que habían quedado clavadas en el fango de la orilla y se las acercó mirándole al rostro:

- ¿Te han dicho alguna vez lo mucho que te pareces a Superman sin gafas?

- Alguna vez que otra. añadió Clark mientras se las ponía.

Palomo y Urrea no sabían como actuar. Ambos no se decidieron a contravenir a Pierre y se fueron del lugar en coche y moto. Clark jadeaba. Miró a Pierre y le dijo:

- Has hecho lo correcto.

Éste no se inmutó. Jean recuperó el aliento y observó detenidamente a su hermano, como si no le hubiera visto en los últimos dos años.

- Gracias, dijo Jean.

Pierre asintió con la cabeza, sin saber qué decir o qué hacer. Miró el río y recordó las palabras de su padre y la promesa realizada a su hermano hace años. Y en voz susurrante, casi imperceptible, pronunció:

- Al final hemos corrido juntos sobre el agua.



Epílogo.Treinta años después.

La lápida impactó secamente contra su base y la enorme multitud de presentes empezaron a despedirse. Dubois abrió los ojos y su espíritu salió atravesando ataúd y mármol hasta la superficie. Era invierno, nevaba ligeramente. Se sorprendió que tantas personas hubieran ido a presentarle los últimos respetos. Escuchaba las conversaciones de todos y sólo oía frases acerca de su bondad y entrega. Se elevó más alto y observó la ciudad. Las inversiones de la Fundación Superman habían creado polígonos industriales que daban empleo a multitud de habitantes. Las infraestructuras de transporte se habían multiplicado y la carestía de las zonas dejaba paso a la opulencia en centros comerciales, zonas de tiendas y campos deportivos que jalonaban el municipio. Sintió que era tiempo de irse, descendió y contempló a los dos hermanos, que compungidos se alejaban hablando entre sí. Jean daba clases en el mismo instituto en el que había dedicado él su vida profesional. Y Pierre, tras haber pasado 20 años en prisión, llevaba ya diez trabajando en una asociación contra la drogodependencia, también financiada por la citada Fundación. Alargó los brazos, intentó tocar sus rostros, pero ninguno advirtió su presencia. Escuchó la conversación entre ambos y se sintió orgulloso de que le recordaran como un hombre sabio y bueno. Una voz sonó nítida a su espalda.

- Es la hora.

Dubois miró a una especie de cadáver vestido como un artista circense de rojo y blanco.

- Me han pedido que te sirva de guía, me llamo Boston, como la ciudad.

- ¿Qué hay ahora?

- Cada uno obtiene lo que ha merecido.

- Espero que haya libros.

- En su caso, sin duda los habrá.



Estamos llegando a la orilla,
corriendo sobre el agua,
cruzando entre niebla.
Somos tus hijos e hijas.

Deja el río correr,
deja que todos los soñadores
despierten la nación.
Ven, a la nueva Jerusalén.


Se alzan ciudades plateadas,
las luces de la mañana,
las calles que se encuentran
y sirenas que las llaman
con una canción.
Pidiendo tomarlo,

temblando, agitando.

Mi corazón duele.


Llegamos a la orilla,
corriendo sobre el agua,
cruzando entre niebla
tus hijos e hijas.
Nosotros, grandes y pequeños,
de pie sobre una estrella,
abrimos el sendero del deseo

a través de la oscuridad del alba.

Pidiendo tomarlo,

ven, corre conmigo ahora.

El cielo es de un color tan azul

que nunca lo viste

en los ojos de tu amante.

Mi corazón duele.

Estamos llegando a la orilla,
corriendo sobre el agua,

cruzando entre niebla.
Somos tus hijos e hijas.

Pidiendo tomarlo,
temblando, agitando.

Mi corazón duele.

Estamos llegando a la orilla
corriendo sobre el agua

cruzando entre niebla
somos tus hijos e hijas.


Deja el río correr,
deja que todos los soñadores
despierten la nación.

Ven, a la nueva Jerusalén(2).



De enero a octubre de 2011
José Luis Miranda Martínez

jlmirandamartinez@hotmail.com



Referencias:

(1): Artículo reseñado de El País.
(2): Magnífica canción compuesta e interpretada por Carly Simon, que habla de empezar una nueva vida.

2 comentarios:

  1. "Me ha costado un poco "digerir" la historia. Creo que está bien narrada, pero la he sentido demasiada rara para el universo superman.

    L."

    Comentario publicado originalmente por el usuario "Luis" el 18/03/2012

    ResponderEliminar
  2. "Gracias por tu comentario Luis, y siento que no hayas quedado muy conforme con el desarrollo de la historia. La presente saga "Errante" proviene directamente de los hechos acaecidos para Superman en Imperio (busca la historia en este enlace: http://actiontalesfanfictions.blogspot.com.es/p/imperio.html) que resultaron tremendamente traumáticos para él. Tuvo que enfrentarse a grandes sacrificios y pérdidas que ahora mismo (y durante esta saga) esta tratando él mismo de digerir. Entre esas pérdidas estan sus poderes: ya no es Superman, pero durante este viaje esta teniendo experiencias que le reafirman en su convicción de que aún "puede marcar una diferencia". Te invito que te leas la saga desde el principio y puedas disfrutar (como he hecho yo como lector) de esas "pequeñas heroicidades de todos los dias" que nunca salen en los periódicos pero que resultan muy cercanas."

    Respuesta del Staff de AT publicada originalmente el 30/03/2012

    ResponderEliminar