The Spider nº02

Título: La ira del Amo de los Hombres
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Jose Baixauli
Publicado en: Febrero 2013

¡¡Continua la lucha contra el crimen de The Spider!! El Maestro de los Hombres no cambiaba su expresión. Libraba su particular guerra por impartir justicia a aquellos que se creían intocables. Se enfrentaba al inframundo criminal por convicciones personales y dejaba su sello escarlata como una advertencia y una sentencia
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger


«Anoche, un individuo de raza negra, respondiendo al nombre de Yves Garou, se personó en las oficinas de este periódico. Solicitó la ayuda del director para contactar con el criminal conocido como The Spider. Afirmó que «la ley de los blancos no puede ni desea protegernos. Si nos defendemos, las víctimas nos convertimos en culpables. Ruego al justo conocido como Araignée que acuda cuanto antes al restaurante Hidalgo en Harlem. Hay inocentes en peligro»

-¡No pensaras ir! -respondió Nita escandalizada-. ¡Pueden aprovecharlo para tenderte una trampa!

-Stanley seria un necio si no aprovechara esta oportunidad. -Dobló el periódico y frunció el ceño.- Y los que creía haber exterminado anoche también. No puedo desoir esta llamada, Nita. No puedo.

No respondió. Sin decir nada, vio como daba una serie de rápidas órdenes al fiel hindú. Mientras él se dirigía al lugar de aquella cita, Ram Singh debía indagar en una serie de establecimientos de la ciudad dedicados al corte y confección teatrales y otros a la venta y reparación de armas. Justo antes de abandonar el piso, dedicó una última mirada de preocupación a Nita.

Esta se limitó a esbozar un rictus triste y preocupado. Apenas se cerró la puerta, tomó una decisión. Ella había ayudado a Richard multitud de veces en el pasado. Y esta vez lo haría de nuevo.

-¡Jenkins! -El viejo mayordomo se personó en el salón.- Avisa a Jackson. Tengo que salir. Y no esperes mi regreso. Volveré a mi propio apartamento.

Ajeno a los planes de la mujer que amaba, la mente de Richard Wentworth era un frenético torbellino de interrogantes. No le cabía duda de que Stanley Kirkpatrick actuaría. ¿Se opondría el fiscal Armstrong? Su amigo podía alegar que tenía una oportunidad de capturarle a él. ¿Acudirían curiosos? ¿Quien era el líder de los Hijos de Lee?

A través de los callejones y patios traseros, a cada paso que daba, Spider podía sentir la desconfianza de las calles. El muy bien sabía que eran pobres. pero estaban llenas de vida normalmente. Ahora las grises mandíbulas de un odio no tan lejano en el tiempo lo devoraban todo.

Vio policías apostados frente a un local del que no paraba de entrar y salir gente. Esperaban descubrirle a él cundo deberían preocuparse de los auténticos malvados. había en total cinco agentes, un coche patrulla y un furgón para transportar presos. Ojala fueran más. Agazapado en su escondrijo, cambió su aspecto por aquel que los criminales temían y la policía tenia por su presa más codiciada.

Dando un rodeo, se acercó a la parte trasera del restaurante. Maldijo cuando vio que no había un policía bloqueando e acceso. ¿Quizás estuviera dentro? Aun así, parecía que en aquella ocasión Kirkpatrick había logrado imponer su voluntad a la del fiscal. Tenia que entrar y pronto.

Sin dudar, pero prestando atención a su entorno, el Maestro de los Hombres abandonó la esquina que lo ocultaba y caminó rápido hasta la puerta. había una mirilla abierta tras la cual asomaban dos ojos que por un instante le hicieron pensar que había caído en una trampa. La mirilla se cerró con un golpe seco y la cerradura crujió.

Le estaban esperando.

-Bienvenido, Monsieur Aragnée. -Ante el vio a un hombre negro, anciano, erguido y arrugado como una raíz vieja. Se apoyaba en un alto bastón, con una cabeza de gato en su extremo.- me llamo Yves Garou.

Su mirada era penetrante, hambrienta. la mirada de alguien con poder propio y la confianza que da el estar acostumbrado a ejercerlo.

-¿Que quiere de mi? -El Spider se mostró frío. ¡No debía confiarse! no seria la primera vez que trataban de engañarle. ni seria la última, si esta era otra encerrona.

-¡Justicia, monsieur! ¡Yo puedo conducirle al refugio de quienes nos persiguen! ¡hay que acabar con ellos o pronto no será seguro que los hombres blancos caminen en su propia ciudad!

>>Hay mas justos como usted, pero los necios desconfían de ellos y pretenden comenzar una guerra que no podrán ganar. Ni siquiera con mi ayuda. El dios de mis antepasados, monsieur Araignée -alzó el bastón- me ha revelado que usted es el que debe hacerlo. ¡Traerá justicia!

El Maestro de los Hombres no cambió su expresión. Libraba su particular guerra por impartir justicia a aquellos que se creían intocables. Se enfrentaba al inframundo criminal por convicciones personales y dejaba su sello escarlata como una advertencia y una sentencia.


-Yo no soy esclavo de nadie. Dígame donde puedo encontrar la raíz de este mal.

-Diríjase a... -¡Una mujer entró! Su aspecto era terrible, espantoso: la sangre salpicaba su oscura piel de pies a cabeza. Sus ropas reducidas a harapos dejaban ver heridas recién sufridas, abiertas, sangrantes. Sus lloros y pavorosos gemidos la daban un aspecto más de espectro que de ser humano.

-¡Los niños! -El viejo negro se apresuró hacia la mujer, ofreciéndola su bastón. balbuceaba una mezcla de inglés, francés y el argot propio de Harlem.-. ¡Marie! ¡Carlota! ¡A todos, a todos!

-¿Donde? -la inconsolable mujer retrocedió espantada al ver al justiciero ante ella-. ¿Y los policías?

-¡Usted! ¡Oooooh! ¡Dijeron que era un castigo por haberle pedido ayuda! -Intento abalanzarse sobre el vigilante. ¡Sobre aquel a quien acusaba de haber traído la desgracia a su hogar! La esquivó sin problema. La mujer cayó de rodillas, abriéndose el rostro con las manos, mezclando sangre y lágrimas.- ¡Maldito! ¡Maldito!

Yves cedió el bastón a la mujer, que al instante pareció calmarse, con la mirada perdida en el infinito. Cuando se volvió, su edad y penurias parecían pesar sobre él como la espada de Damocles...

-Es Martha. Trabaja como maestra en la escuela que hay a dos calles. Es ahí donde están unos pocos policías. Los que vigilan la puerta y otros siete están protegiéndome. Soy un hombre temido. Yo, un pobre viejo.

>>Sígame, monsieur. Le daré algo que le ayudará a llegar con la rapidez que necesita. y un arma. Sus pistolas no le serán suficientes.

Wentworth, tras la mascara, decidió arriesgarse y confiar en aquel hombre. Durante la guerra, en el sangriento barro de las trincheras, había aprendido una valiosa lección: La humanidad no se hallaba en el color de la piel, si no en el de sus actos.

Sus labios se curvaron en una despiadada sonrisa. ¡Pronto los malvados se encontrarían frente a alguien que no les temía!

Escuchó con atención las instrucciones que le daban y asintió.

-Está bien, Mr. Garou. Seria buena idea que llevara a la mujer a hablar con el comisario Kirkpatrick. ¡Con nadie más! ¿Entendido? -El viejo asintió en silencio y recuperó el bastón de felina cabeza de manos de la mujer. El anciano al instante pareció recuperar su fuerza y su porte. Abandonó el pequeño pasillo donde había tenido lugar el diálogo por la misma puerta lateral de servicio que había usado la mujer para entrar. Antes señaló un umbral a Spider.

-es esa puerta. Que Basti le proteja de todos aquellos que quieren hacerle daño.

El Spider abrió con cuidado la puerta señalada. a través de la estrecha rendija vio el salón principal del restaurante. Los camareros iban y venían entre las mesas ocupadas por policías y algún que otro periodista. Por un momento, pensó que ojala comprendieran lo que hacia. El también protegía y servia. Por esa meta erraba por las calles de Nueva York como un alma nómada, dejando como único rastro su sello.

Captó un retazo de conversación. Aguzó el oído y escuchó como un policía hablaba con un compañero.

-Te digo que algo pasa. Primero esa extraña nave o lo que fuera. Y ese monje verde en el edificio de la Bolsa. Y ahora esto. Tres horas ya. Te digo que más nos valdría salir y buscar a ese insecto en lugar de quedarnos aquí esperando.

-Son ordenes directas del...

La puerta se abrió, golpeando con fuerza la pared. En el umbral pudieron ver una figura enmascarada que reconocieron al instante. El agente que había visto interrumpido su discurso le señaló y exclamó lo que todos ya sabían.

-¡Es el! ¡El Spider! -Los periodistas allí presentes empuñaron sus cámaras y comenzaron a disparar foto tras foto.

Spider observó como los policías desenfundaban sus armas y avanzaban resueltos hacia él. Era osado y temerario en su lucha contra el crimen, pero no un necio. Los policías eran más, pero la presencia de civiles les hacia vacilar. Hizo lo que nadie esperaba.

¡Corrió hacia los revólveres que le apuntaban! En el último momento, giró bruscamente a la derecha, apoyando el brazo en una mesa, saltando por encima y continuando la carrera hacia una ventana que daba a un callejón lateral.

Dos zancadas más y de un brinco atravesó la ventana, con los brazos cruzados ante el rostro para protegerse mientras destrozaba el cristal. Aterrizó en un montón de vidrios rotos y se incorporó con una rápida voltereta.

Cuando vio por fin la inmensa tela que le había mencionado Garou, aparecieron tres policías a su izquierda, en la entrada del callejón. Le dieron el alto, ordenándole que se entregara si no quería salir malparado.

Descubrió lo que había bajo la tela y sus labios se curvaron en una siniestra sonrisa. Un disparo rebotó en el suelo, levantando un surtidor de basura e inmundicias. Cuando los policías uniformados avanzaron al fin, tan solo pudieron agitar la mano ante una nube de humos de escape.


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En el próximo episodio: ¡A Sangre y Fuego en Harlem!

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