The Spider nº07

Título: ¡El Precio De La Traición! 
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Jose Baixauli
Publicado en: Septiembre 2013

The Spider asalta la finca donde se encuentra la mansión donde se oculta Jefferson. El Maestro de los Hombres en el combate contra los Hijos de Lee!! ¿Será el enfrentamiento definitivo?
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger

Los agentes Carter y Cardigan se empeñaron en entrar a la vez aun cegados. Sintieron como alguien les empujaba derribándolos y cruzaba sobre ellos sin contemplaciones. Escucharon la reseca, aterrorizada voz de Jenkins.

-¡¿Que le ha hecho al señor Wentworth?!

Nada permanente, viejo. Tu amo volverá sano y salvo cuando me haya dicho lo que sabe. ¡Camina maldito soplón! -Lo último que oyeron antes de comenzar a recuperar la vista fue un tremendo portazo ocultando el extremo de una elegante capa negra.

Carrigan fue el primero en levantarse. Mientras estaba en el suelo se dio cuenta de que, dada la posición en la que el y Carter se hallaban solo UNA persona había caminado sobre ellos. Era imposible que lo hubieran hecho dos. Se lo dijo a su compañero, que abrió la mandíbula en un asombrado gesto.

-eso quiere decir... ¡Vamos tras él! ¡Son veinticinco de los grandes para cada uno! -Sin esperar respuesta, abandonó el piso y bajó las escaleras con toda la prisa de la que era capaz.

-¡Si, pero solo los vale vivo! recuerda lo que dijo el jefe: Tenemos que lograr que se entregue él.

-¡Al infierno con Hoover! ¡Si se entrega nos quedamos sin recompensa, idiota! -La portería se hallaba vacía, sin rastro alguno del hombre al cual perseguían.- ¿Donde se habrá metido ese hijo del demonio?

-Manos arriba, caballeros. -escucharon el estrépito metálico de la puerta del ascensor al abrirse a sus espaldas.- ¡No se vuelvan! Si hacen el favor de esposarse ustedes mismos al pasamanos...

Escucharon como dos automáticas del cuarenta y cinco se amartillaban y obedecieron.- Tiren las llaves al suelo y aléjenlas de ustedes si son tan amables. Gracias.

Carter no paraba de mascullar entre dientes, lamentando la perdida recompensa. Su compañero suspiró. Sin volverse, respondió en tono de amenaza:

-Sabemos quien se halla bajo la máscara, Mr. Wentworth. -El aludido echó la cabeza hacia atrás, riendo con ganas.

-Lo contrario me hubiera decepcionad, agente Carrigan. Les dar é una oportunidad de hacer méritos. Acudan a... -les comunicó sus sospechas sobre la más que posible masacre planeada en el hospital de San Patricio.- Entonces verán quien es el malvado y quien hace verdadera Justicia.

Abandonó el portal, dejando atrás a un iracundo Carter, que forcejeaba y maldecía mientras su compañero trataba de calmarle sin éxito. Carrigan le comunicó sus intenciones. Fuera un farol o no, no podían arriesgarse. Irian al hospital.

-¡Y ahora deja de gemir como un mula! ¡Tenemos que soltarnos!

La finca donde vivía Eugene Jefferson II era un intento de llevar a la fría Nueva Inglaterra parte de la cálida belleza de los estados del Sur de la Unión. De hecho, la mansión de estilo colonial había sido trasladada pieza a pieza desde los terrenos ancestrales de la familia. Ahora estaba en un terreno a las fueras de Nueva York.

El rancho donde criaba sus famosos caballos se hallaba en otro lugar. En los terrenos de la mansión tan solo mantenía un grupo selecto y favorito de yeguas y sementales. En aquellos momentos se asomó con precaución al blanco ventanal que daba al inmenso jardín trasero en el cual pastaban sus animales cundo estaban sueltos.

También patrullaban los soldados, protegiendo su casi regia persona. Resopló saboreando su pipa de magnífico y virginiano tabaco y entró de nuevo en la habitación. No prestó atención al fuerte destello que había captado en el límite de su visión. Sin duda era el reflejo del sol en el arma de alguno de los hombres.

The Spider se agazapó tras un frondoso arbusto floral a escasos metros del muro trasero que había saltado. Un escondite idóneo. Todo aquel inmenso patio trasero era un pintoresco y bello jardín. Uno cuya hermosura se veía empañada por la presencia de los soldados uniformados de gris que patrullaban el lugar a caballo. Como manchas de sangre en una herida recién abierta.

Examinó las bombas cegadoras. Creadas por el profesor Brownlee a partir de las bombas incendiarias de los Destructores de Comida. Creaban un destello que cegaba durante unos preciosos instantes a sus víctimas. Le quedaban dos y tenia que usar esos largos tubos de cristal con prudencia.

Había unos doscientos metros hasta la entrada trasera de la mansión. Se ajustó la correa de la cual pendía la ametralladora Thompson que recogiera de uno de sus refugios esparcidos por toda la ciudad. ¡Y entró en acción!

La bomba cegadora estalló a varios metros de distancia. De inmediato atrajo la atención de la media docena de jinetes. Hubiera preferido actuar de una manera más discreta pero no había tiempo. Empuñó la ametralladora y se levantó, barriendo el terreno ante él.


Las balas destrozaron las patas de dos de los caballos, que cayeron con agónicos relinchos, estorbando y desconcertando al resto de jinetes. Uno logró desenfundar su revolver y disparar pero erró el tiró, agujereando la capa del enmascarado. No tuvo ocasión de hacer una segunda detonación. Un ardiente chorro de plomo destrozó su cara, convirtiéndole en una amorfa masa de carne y astillas de hueso ensangrentadas.

Sus compañeros no corrieron mejor suerte. En apenas unos instantes, todos yacían lastrados de balas. Una araña de intenso escarlata marcaba sus cuerpos. De los caballos, solo uno había huido. El resto yacían en el suelo, gimiendo impotentes. Sin perder tiempo, the Spider corrió hacia la puerta trasera del edificio.

Se arrojó al suelo dando una voltereta y con una rodilla aun en tierra, desenfundó sus pistolas. Un disparo reventó el tobillo del Hijo de Lee que había aparecido en el umbral. El siguiente se alojó en el vientre del que tenia detrás. Se levantó disparando una vez más, rematando al caído.

Cuando llegó al umbral, un rápido vistazo no desveló presencia alguna que se interpusiera entre él y su objetivo. Tan solo un larguísimo pasillo de alto techo. Panelado con maderas rojas y flanqueado por hornacinas en una pared. Albergaban bustos de famosos militares sudistas representados como estadistasde la Grecia antigua.

Al fondo pudo ver una escalera que subía girando sobre si misma. Una deformada, movediza sombra delató al enemigo acechante.

-¿Cuantos hombres en total hay en la casa? -El hijo de Lee que agonizaba con una bala de calibre cuarenta y cinco en el estómago gimió algo que no llegó a entender. Con toda calma, marcó a los caídos con su inconfundible sello y preparó la última de sus bombas cegadoras. Echo un nuevo vistazo al extremo del pasillo y avanzó. Sus pasos eran como los de la araña en su tela, avanzando hacia el insecto atrapado.

La puerta del despacho no era muy gruesa. De hecho, permitía escuchar con relativa claridad todo l que sucedía tras ella.

-¡Dispárale, estúpido! ¡Da igual que sea blanco! ¡Es el enem... -un estallido, como un trueno que hizo temblar la puerta, cinco detonaciones más. Eugene torció el gesto. Habían caído todos los soldados que le había concedido el General. ¿Porque no habían usado la ametralladora Gatling? Incompetentes. El servicio no estaba disponible. Les había dado vacaciones a todos. No era conveniente que vieran ciertas cosas durante un tiempo.

-¡Ah! Usted debe de ser sin duda Mr. Spider. -El umbral fue atravesado por el azote del submundo criminal. Su capa estaba medio destrozada a disparos y cuchilladas, y toda su ropa estaba manchada con sangre ajena. Sus ojos rezumaban rabia.- Puede bajar esas pistolas. No voy a huir ni cometer la indignidad del suicidio. Pero tampoco voy a dejar que me marque con su bárbaro sello como si fuera escoria callejera.

>> ¿Cuanto quiere por olvidarse de todo esto y trabajar para los Hijos de Lee exterminando monos? Diga una cifra, ¡se la triplico!

Sin decir una sola palabra, the Spider disparó. Jefferson estaba sentado en el borde de su escritorio. La bala le atravesó la rodilla y cayó al suelo.

-Ahora mismo me va a proporcionar una lista con todos los nombres de los miembros de los Hijos de Lee que conozca. Hágalo y consideraré su oferta. ¡Vamos! -Jefferson se arrastró, tratando de incorporarse de nuevo.

-¡Usted es blanco! ¡¿Porque traiciona a su raza?! ¡Mujeres, dinero, le daré lo que quiera!

-Mi precio es uno que no se puede pagar. ¡La lista! -Jefferson tragó saliva. Por primera vez en su vida se topaba con alguien que rechazaba una oferta suya. Llorando de puro pánico, trató de saltar sobre la pierna sana y arrojarse por la ventana. The Spider se abalanzó sobre él, asestándole un culatazo en la sien.

-hay una caja en el armario junto a la puerta. La combinación es... -Apoyó el cañón de sus pistolas contra la sien del criador de caballos.- ¡Por favor no me mate! -No lo haría. No a sangre fría como afirmaban muchos. A él le movían su ira contra los malvados y su determinación inquebrantable por impartir Justicia.

Llevó a Jefferson hasta el lugar señalado y le obligó a abrir la caja. Cuando está se abrió con un sonoro «clic», cayó al suelo fulminado. Había muerto de miedo, confundiendo el sonido de la caja al abrirse con el del percutor de las pistolas que l amenazaban.

En el interior de la caja había un papel mecanografiado. Era una lista escasa (cinco nombres, uno de los cuales yacía muerto), poderosos, influyentes.

No tardarían en sufrir su Gettysburg particular.

Fin

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En el próximo episodio: Chantaje a Mediodía

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