Doctor Extraño nº04

Título: Pesadilla skrull a 20.000 pies
Autor: Julio Martín Freixa
Portada: Julio Martín Freixa
Publicado en: Octubre 2014

Siguiendo su peripló por el tiempo, el Doctor Extraño llega a la década de los 50, donde en una prueba de un nuevo dispositivo de Howard Stark, tiene que seguir las pistas sobre su misterioso enemigo, mientras intenta evitar que saboteen el lanzamiento, con ayuda del Hombre 3-D
Una vez fue un hombre como todos, hasta que Stephen Extraño renació, convirtiéndose en el hechicero supremo de este plano de existencia…
Doctor Strange creado por Stan Lee y Steve Ditko

Resumen de lo publicado: después de resolver in extremis el último reto de su misterioso enemigo, esta vez junto a los Invasores de los años cuarenta, el Doctor Extraño viaja una década en el futuro para encarar una nueva amenaza. ¿Conseguirá su némesis oculta evitar con sus artimañas que Stephen Extraño llegue a convertirse en el Hechicero Supremo?

Los Ángeles, California. La tierra prometida para todo buen amante del surf. Nadie ha oído hablar todavía de un grupo de chicos con voces agradables que un día se harán llamar los Beach Boys, pero un blanco de Memphis levanta encendidas polémicas con sus canciones llenas de dobles sentidos y sus impúdicos meneos de pelvis. Son los años dorados del rock and roll, antes de que unos melenudos británicos desembarquen en el Nuevo Mundo con ganas de comerse el mundo con sus nuevos ritmos beat. También es la época de la guerra fría, con dos gigantescas naciones pugnando por acaparar su parte del inmenso pastel en que se ha convertido el mundo después del aún reciente conflicto en la vieja Europa. La guerra de Corea tal vez no haya sido una buena idea después de todo, pero ya es un poco tarde para arrepentirse.

El Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Charles Erwin Wilson, se dispone a tomar un vuelo en el aeropuerto LAX, Internacional de Los Ángeles, en dirección a Washington, sin sospechar que podría tratarse del último avión que pisara en su vida. Acude al control de embarque de forma despreocupada, igual que un ciudadano más, mezclándose entre una multitud que, en ocasiones, le reconoce con una sonrisa en el rostro y se acerca a estrechar su mano. Entre los pasajeros, un joven estudiante de medicina llamado Stephen Extraño se dispone a retomar sus estudios tras el merecido descanso vacacional.


En los lavabos del inmenso aeropuerto, razonablemente limpios a pesar de su gran concurrencia de público, un hombre elegantemente vestido contempla su imagen en el espejo. Su rostro, inexpresivo y con las comisuras torcidas hacia abajo como una U invertida, comienza a cambiar de forma sutil a medida que corrige las imperfecciones que un análisis meticuloso le muestra. Una vez satisfecho con el resultado, oprime un botón en su reloj de pulsera y una imagen holográfica se proyecta sobre la superficie bruñida del espejo.

—Aquí Agente número Uno informando de la situación —dijo, con una voz carente de inflexiones.

—Adelante, número Uno —contestó la forma del espejo, una esfera de luz cambiante.

—Todo preparado para la primera fase del plan. Procedo a embarcar en el avión con el Secretario de Defensa. El Agente número Dos espera novedades en el lugar convenido.

—Excelente, número Uno. Esta noche, el Secretario dormirá en el infierno y la respuesta del Presidente no se hará esperar. El globo de la tensión entre americanos y soviéticos tan solo necesita un pequeño estímulo para reventar de forma definitiva.

La esfera luminosa crepitó unos instantes, como un risueño fuego fatuo, antes de extinguirse por completo.



La vorágine de la corriente espacio-temporal pasaba ante los ojos del Hechicero Supremo como los espectadores de un vertiginoso carrusel supersónico. De haber tenido algo que arrojar en el estómago, probablemente lo habría hecho, a pesar de sus años de experiencia en viajes interdimensionales. Madame Web le había facilitado las coordenadas donde debería actuar para evitar ser borrado de la línea temporal y éstas le llevaban hasta la California de los años cincuenta. Trató de imaginar la conexión que pudiera tener aquella época y aquel lugar para él, que entonces no era más que un tibio proyecto de doctor en medicina. La noria del viaje temporal se detuvo por fin, permitiéndole pisar tierra firme con un suspiro de alivio. Confirmó que había aterrizado a plena luz del día, por fortuna en una zona poco transitada. Desde la colina, junto a la máquina del tiempo del Doctor Muerte, podía dominar varias millas a la redonda. La suave pendiente bajaba hasta un aeropuerto de grandes dimensiones, que reconoció en el acto: se trataba del LAX de Los Ángeles. Entonces, sintió una presencia intrusa en el interior de su cráneo, como si fuese un avispero en cuyo interior alguien agitase maliciosamente un palo. Ya la había sentido antes, cada vez que Madame Web entraba en contacto con él:

»Hola, Stephen. Espero que te encuentres con fuerzas suficientes, porque la misión que te espera no solo te afecta a ti directamente, sino al destino de toda la Humanidad.

— ¿De qué se trata esta vez, Cassandra?

»Tengo una visión parcial de lo que puede suceder, pero veo la mano de tu Enemigo detrás... Al parecer, ha pactado con seres especialmente dotados para hacer el mal, proporcionándoles información privilegiada, obtenida de su propios conocimientos del futuro. Dicha información ha propiciado que corra peligro la vida del Secretario de Defensa. Si logran lo que se proponen, sin duda se buscarán culpables en el lugar equivocado y podría desatarse una guerra nuclear.

—Y, por lo tanto, supongo que mi misión es proteger al Secretario, ¿me equivoco?

»Se trata de algo más que eso, Stephen. ¿No te trae recuerdos este aeropuerto, en septiembre del 55?

—En el 55... Creo que aquel verano lo pasé en Malibú, tostándome al sol y persiguiendo chavalas. ¡Entonces...! —Un brillo de entendimiento iluminó los ojos del Doctor Extraño.

»Sí, Stephen. Tú también ibas en el vuelo que va a coger el Secretario dentro de tres horas; el mismo que tu Enemigo planea destruir. Pero no debo recordarte lo que podría pasar si interactúas de forma directa con una versión de ti mismo en el pasado. La paradoja podría destruirte por sí sola. Tal vez ese sea el verdadero plan de tu Enemigo.

—En ese caso, más vale que piense en una solución cuanto antes.


Hal Chandler, joven investigador científico, suele concederse escasos momentos de descanso a la semana. Pero uno de sus placeres inconfesables consiste en pasear bajo el sol de la Costa Oeste para poner en orden sus pensamientos. Es en momentos así que echa especialmente de menos a su hermano desaparecido, Chuck. Solían charlar de sus intimidades y de las pequeñas cosas que realmente importan en la vida. Pero todo había cambiado desde aquel fatídico accidente, tres meses atrás. La vida de un piloto de pruebas puede parecer excitante desde fuera, pero cuando la tragedia se ceba en un hombre joven, rebosante de vitalidad, pierde todo su sentido.

Sus pasos le han llevado a la sala de exposiciones en las inmediaciones del aeropuerto Internacional, atraído por un artículo del periódico que lleva enrollado bajo el brazo. Esa misma mañana, los federales van a presentar una nueva y extraordinaria arma desarrollada por Industrias Stark; se trata de un desintegrador portátil. Como buen científico, cualquier avance tecnológico supone un estímulo digno de ver, por lo que decide abandonar el diario sobre un buzón de correos mientras se dispone a coger sitio en el interior del recinto.


Stephen Extraño, disfrazado bajo un hechizo para ocultar su indumentaria habitual, mostrando otra más acorde con la moda de los cincuenta, con sombrero fedora y traje de tweed, llegaba a las inmediaciones del aeropuerto.

Las tiendas, moteles y restaurantes competían entre sí para acaparar la atención de los viajeros. Sin una idea clara de cómo debía actuar a continuación, posó su mirada en un objeto vagamente cilíndrico que descansaba sobre un buzón. Al menos, la suerte le sonreía por esa vez: se trataba de un diario. Abrió sus páginas de segunda mano, ante la mirada reprobatoria de un hombre de edad avanzada, que parecía increparle por querer leerlo gratis. Leyó los titulares que hablaban de tensiones políticas y clima prebélico. ¿Encontraría entre aquellas páginas algún dato que le pudiera servir de ayuda? Hasta aquel momento, siempre había contado con la colaboración de otros héroes misteriosos en sus misiones. Había sido una de las revelaciones de Cassandra, la primera vez que hiciera contacto con él para advertirle del peligro que le acechaba. Pero, ¿qué superhéroes había en activo en la década de los cincuenta? No habían sido buenos tiempos para los enmascarados... La vergonzosa historia del furioso racista que había suplantado al Capitán América en los cincuenta, mientras el auténtico dormía en el hielo, todavía levantaba ampollas.

Una pequeña noticia acompañada de una foto borrosa llamó su atención: hablaban de Marvel Boy, sin duda un hombre con algún tipo de superpoder que había evitado el robo de un banco el día anterior. En aquel instante, los gritos de terror de una pequeña multitud llamaron su atención hacia el interior del local que tenía delante. Convencido de que Madame Web le había llevado hasta ese lugar y momento por algún motivo concreto, aun de forma inconsciente, decidió investigar. Al acercarse a la puerta, un guardia le impidió el paso:

— ¡No se puede pasar! La exhibición ya ha empezado y no se admiten curiosos a mitad del acto.

— ¿Es que no va a entrar a ver por qué la gente está gritando? Debe de haber ocurrido algo.

—Están mostrando la nueva arma de Industrias Stark. El público suele impresionarse con esas cosas. Todo lo que sé es que debo asegurarme de que nadie entre a mitad del acto, amigo. Sea bueno y váyase por donde ha venido.

Sin mediar palabra, el Hechicero Supremo rodeó el edificio y, envuelto en un conjuro de ocultación, levitó hasta una ventana abierta en el piso superior.


Momentos antes, en el interior del recinto, un militar uniformado acompañaba a Howard Stark, el más prestigioso ingeniero industrial de la nación. Detrás de ellos, un lienzo cubría un voluminoso objeto alargado que descansaba sobre un pedestal. La audiencia, entre la que abundaban los periodistas y los fotógrafos, guardó un silencio sepulcral cuando el general alzó las manos para anunciar que iba a tomar la palabra, solo perturbado por el chasquido de los flashes.

—Damas y caballeros, les ruego su atención. Lo que el señor Stark va a mostrarles a continuación puede suponer un inestimable avance en la historia bélica mundial. Se trata de un desintegrador nunca antes fabricado, fruto de arduas investigaciones llevadas a cabo por los científicos más brillantes de esta nación y financiadas con los fondos de todos ustedes.

Un coro de tímidas risas generalizadas corearon la observación del militar. Howard Stark descubrió la tela de un tirón seco para mostrar al mundo su última creación. Los aplausos y los fogonazos de las cámaras llenaron la sala entre exclamaciones de admiración. El instrumento, sin duda concebido para ser usado a modo de cañón portátil, estaba provisto de una batería acumuladora en forma de mochila y dos catalizadores que se proyectaban hacia el frente, sobre los hombros del soldado destinado a portarla. Cuando por fin los rumores hubieron cesado, el ingeniero tomó la palabra:

—Ante todos ustedes, el ARM-2000; el desintegrador portátil más poderoso que veremos en lo que queda de siglo. Un soldado equipado con una de estas monadas podrá derretir el hormigón reforzado de un búnker, del mismo modo que un cuchillo caliente corta la mantequilla. Se abre una nueva era para las tácticas militares de infantería ligera...

Más no pudo terminar la frase, al ser abruptamente interrumpido por una voz inoportuna desde el fondo de la sala:

— ¡Que nadie se mueva! Cualquiera que haga un movimiento sospechoso será eliminado. Entregadme el prototipo y nadie saldrá dañado —dijo el hombre corpulento, enfundado en un traje gris bajo el que ocultaba una ametralladora Thompson—. No se molesten en llamar a los guardias, acabo de ocuparme de ellos hace un momento.

En efecto, los seis agentes de policía que velaban por que el acto discurriese de forma ordenada yacían en el suelo, aparentemente inconscientes o tal vez algo peor. Con el paso firme del que se sabe con todos los triunfos en su poder, el saqueador se aproximó al estrado.

Mientras, uno de los espectadores hacía algo más que limitarse a mirar el transcurso de los acontecimientos. Hal Chandler consiguió escabullirse, poniendo en riesgo su vida al desobedecer al pistolero, para ocultarse en el interior de los lavabos públicos. Cerró por dentro con el pestillo y, sentándose sobre la taza del excusado, se dispuso a acompasar el ritmo de su respiración con el fin de alcanzar un profundo estado de relajación. El motivo de su huida no era el miedo a una situación de peligro, sino otro bien diferente. Hal Chandler tenía un secreto, un don que también era una maldición... Tras la desaparición de su hermano Chuck, piloto de pruebas, en extrañas circunstancias, a bordo de una nave alienígena que finalmente estalló con él dentro, descubrió la extraña conexión que les había unido a ambos para siempre. Sus gafas, en las que había quedado  sobreimpresionada por algún extraño motivo la imagen desdoblada de su hermano, le otorgaban la capacidad de traerlo de vuelta a este plano de existencia. Alcanzando un estado mental cercano al coma, Hal Chandler podía conjurar al asombroso Hombre 3-D, un individuo múltiple, con la mente y los atributos atléticos de su hermano Chuck aumentados. El triple de fuerza, velocidad y resistencia para combatir el mal allá donde fuera necesario. Y estaba claro que aquella ocasión lo requería...


Cuando el Doctor Extraño penetró en la sala de exposiciones, a través del piso superior, lo primero que llamó su atención fue el borrón verdirrojo que zumbaba en torno al grandullón de la ametralladora. Su vista no era capaz de enfocar su silueta, pues se movía con velocidad endiablada. Esquivaba los intentos del gánster por encañonarlo con aparente facilidad, al tiempo que descargaba una auténtica lluvia de golpes sobre su enorme humanidad. Al parecer, estaban tratando de robar el prototipo y aquel héroe con superpoderes trataba de impedirlo. No obstante, sería cuestión de tiempo que el pistolero decidiese apretar el gatillo y entonces correrían peligro las vidas de personas inocentes, algo que el Doctor Extraño no iba a tolerar. Decidió entrar en escena, levitando hasta que estuvo cuatro metros por encima de los combatientes y lanzó un hechizo transmutador de la materia:

— ¡Por las llamas de los Faltine, que el acero se arrugue como un barco de papel en el puño de un niño!

En ese instante, la mancha verde y azul se detuvo para comprobar el origen de tan extrañas palabras, mientras que el gánster miraba con expresión perpleja su ahora inservible metralleta.

— ¿Qué, en el nombre de Ronan el Acusador...? —Gruñó el matón—. Este lugar está plagado de supertipos.

—Será mejor que te entregues de forma pacífica, gorila —dijo el Hombre 3-D—. Tienes todas las de perder.

—Te equivocas, hormiga —tronó el gánster, cuyo rostro comenzó a desvanecerse como un mal espejismo, revelando su verdadera piel, de una tonalidad verdosa—. Esto no ha hecho más que empezar.

— ¡Un maldito Skrull! —Gritó el Hombre 3-D—. Debí suponer que tu sucia estirpe estaría detrás de esto...

El Hechicero Supremo conocía la historia de la guerra Kree-Skrull. Corrían rumores en su época de que una avanzadilla de Skrulls había tratado de infiltrarse en nuestro planeta durante los años cincuenta con el fin de valorar el potencial bélico de los humanos, de cara a una futura invasión. Al parecer, la Tierra era un puesto estratégico de gran valor táctico en su sanguinaria cruzada.

—Os voy a convertir a ti y a tu amigo volador en picadillo —rio el Skrull. Un brillo azulado envolvió sus puños, formándose en ellos sendas esferas de energía vibrante. Con un golpe seco, las lanzó hacia sus enemigos.

— ¡Cuidado, Marvel Boy! —gritó el sosías de Hal Chandler, rodando ágilmente hacia un lado para evitar la descarga. Varias sillas, alcanzadas por el impacto, se volatilizaron en el aire entre un fuerte olor a ozono. El público asistente ya se agolpaba en la salida para huir de la reyerta, entre chillidos de terror. El único que permanecía inmóvil, agazapado detrás de una mesa, era Howard Stark.

«Así que piensa que soy ese Marvel Boy. —Pensó el Doctor Extraño—. Leí un informe de las Cuatro Fantásticos que hablaban de él. Al parecer, se volvió chiflado durante los años setenta y acabó siendo internado en el Proyecto Pegaso bajo el nuevo nombre de El Cruzado. Por lo que a mí respecta, puede seguir creyéndolo. Tan solo espero no toparme con el auténtico. Ya tuve bastante con el incidente con el Doctor Druida...»

La segunda bola de energía buscaba al mago, pero éste conjuró el escudo de Seraphim para neutralizarla. No obstante, el brazo se le quedó dormido por el impacto. Ahora el superser mostraba su verdadero aspecto íntegramente, con el uniforme púrpura del Imperio Skrull. Sus ojos destellaban con un odio ultraterrenal, enmarcados en los prominentes arcos orbitales, circundando unas cuencas que semejaban dos agujeros negros. Con un salto prodigioso, se lanzó hacia el Hombre 3-D al tiempo que generaba una pantalla estática de energía para bloquear el contraataque del Doctor Extraño. Cogió desprevenido al acróbata verdirrojo, aferrándose a su cuello con una de sus enormes manos nudosas. Mientras, una banda carmesí de Cytorak se estrellaba contra su barrera energética en el lugar donde había estado tan solo un instante antes. La tenaza oprimió sin piedad la tráquea de su enemigo, mientras contemplaba su horrible rostro reflejado por partida doble en sus lentes bicolor.

—Muere, estúpido entrometido —masculló—. No eres nada comparado con un Super Skrull modificado genéticamente. ¡Observa!

Alzando al aire la mano libre, que comenzaba a chisporrotear energía pura en torno a sus dedos poderosos, lanzó una risa sardónica que llenó la sala con sus ecos. Antes de que éstos se extinguiesen, una nueva esfera luminosa se formó en la palma de su mano. Justo antes de que el puño letalmente cargado descendiese sobre la cabeza del Hombre 3-D, éste pudo zafarse de la presa con un esfuerzo sobrehumano multiplicado por tres. No obstante, el Skrull seguía portando aquel rayo mortal con el que amenazaba calcinarlo. Pero había cometido un error: subestimar a su otro oponente.

— ¡Por las hirsutas huestes de Hoggoth! —Exclamó el Doctor Extraño—. Los vapores de Valtorr caigan sobre ti.

Una niebla espesa, que se retorcía en torno al Skrull como un ente vivo, surgió de la nada con un siseo estremecedor. Sorprendido, el extraterrestre soltó la esfera de energía a ciegas, acertando a una columna que estalló en mil pedazos.

— ¿Qué clase de tecnología es esta? —rabió—. Debe de ser lo que conocéis como magia. ¡Pero no os salvará de mis rayos letales!

Esta vez, de los ojos de la criatura salieron dos haces de luz ambarina que disiparon los vapores y buscaron al Hechicero Supremo. Éste hizo uso nuevamente del escudo de Seraphim, al tiempo que materializó unos barrotes ectoplásmicos en torno al Skrull.

—Esto no me detendrá, insecto de piel rosada.

En efecto, los barrotes místicos brillaron con más intensidad cuando fueron aferrados por las manos enguantadas del coloso esmeralda, que forcejeaba con ellos entre gruñidos.

— ¿Crees que esa jaula aguantará, Marvel Boy? —preguntó 3-D.

—No lo detendrá eternamente, compañero —contestó Extraño—. Tenemos que idear un plan... ¡Fíjate en esa columna que ha derribado el Skrull! Era una de las que sostienen la estructura. Si pudiéramos debilitar alguna más...

—Deja que ponga primero a salvo al señor Stark y al prototipo, Marvel Boy. ¿Podrás entretenerlo tú solo mientras?

—Sin problemas. ¡Corre!

Tomando el desintegrador del pedestal y colocándoselo en la espalda a la carrera, el Hombre 3-D zumbó como una bala en dirección al ingeniero. Lo alzó en vilo entre sus nudosos brazos, como si no pesara más que una almohada, y en cuestión de segundos atravesó la sala para desaparecer a través de la puerta abierta.

—Tus trucos no te servirán, hechicero —rugió el Skrull, generando una nueva acumulación de energía entre sus manos. Al aplicarlas sobre los barrotes mágicos, éstos oscilaron con una brusca sacudida y, finalmente, se esfumaron en el aire.

— ¡Demonios de los Vishanti! —gritó el Doctor Extraño. Dos formas encorvadas de color rojo, coronadas con una cornamenta de ciervo y pezuñas hendidas aparecieron a través de un portal de líneas quebradas. Blandiendo sus puños grandes como mazas se abalanzaron sobre el Skrull. Éste recibió al primero con los rayos letales de sus ojos, haciéndolo caer. El segundo demonio agarró al alienígena por la cintura y lo lanzó tres metros  hacia arriba. Antes de caer, lo corneó con furia bestial, proyectándolo a través de la sala. Fue a estrellarse precisamente sobre otra de las columnas, que crujió por el impacto y provocó una pequeña lluvia de tierra procedente del techo. Sin perder un segundo, el Skrull se incorporó como si nada hubiera pasado, mostrando los dientes en una macabra sonrisa furibunda. Sus atacantes se preparaban para un nuevo ataque conjunto, inclinando las astadas testuces hacia delante. El Skrull cargó entonces como un rinoceronte en celo contra los dos demonios de los Vishanti, anticipando un verdadero choque de trenes. Todo sucedía a velocidad vertiginosa, mientras Stephen Extraño contemplaba con preocupación la estructura del edificio, que peligraba bajo las fuerzas allí desatadas. La carga del alienígena acabó cuando éste abrió los brazos en cruz al pasar por entre el escaso hueco que dejaban los dos demonios en su ataque conjunto. Sus puños cargados de energía impactaron en los cuellos de ambos, provocando que las imponentes figuras escarlata volteasen al unísono hacia atrás, como los muñecos de un futbolín. Sus cráneos estallaron antes de tocar el suelo, salpicando energía mística incolora en lugar de sangre y sesos. Sus musculosas e inmóviles envolturas se disiparon al momento, regresando a la dimensión de la que habían sido traídos.

— ¿Tienes más diversiones reservadas para mí, mago? —Se burló el Skrull—. Porque estoy empezando a impacientarme...

—Entonces, acabemos con esta farsa —dijo el Doctor, adoptando con sus dedos su signo mágico característico—. ¡Por los Eternos Vishanti, mira fijamente la Luz de Faltine!

Un resplandor verdoso se formó a partir de las manos del Hechicero Supremo, atrayendo la mirada del Skrull con fuerza irresistible. En ese instante, el Hombre 3-D hizo su aparición tras haber dejado en un lugar seguro al magnate de la industria y su prototipo.

— ¡No sé qué le has hecho al verdoso, pero mantenlo así! —exclamó el relámpago bicolor—. Solo necesitaré unos segundos.

Tomando al guerrero Skrull por la cintura desde atrás, alzó su mole del suelo y la lanzó hacia atrás en un perfecto puente olímpico, acabando con las cervicales del alienígena sobre el piso. Aturdido, el Skrull no contraatacó, circunstancia que aprovechó el Hombre 3-D para colocarse a horcajadas sobre el pecho del coloso. Lo que tuvo lugar entonces solo puede ser descrito de una forma: una auténtica lluvia de puñetazos, conectados a endiablada velocidad, se ensañó sobre el rostro del Skrull. Imposibles de seguir por el ojo humano, los puños demoledores del Hombre 3-D redujeron la carne verdosa a una pulpa violácea cuajada de sangre. Finalmente, el superhombre interrumpió la paliza para encararse al Skrull, todavía consciente.

— ¿Qué os traéis entre manos esta vez, malditos sapos? —Escupió el verdirrojo—. ¿Hay otros como tú rondando por aquí? Contesta, o te callo para siempre...

Stephen Extraño contemplaba la escena con emociones encontradas, ciertamente perturbado ante la brutalidad de su compañero forzoso. Finalmente, dijo:

—No es necesario emplear la violencia. Todo el que está bajo el efecto de la Luz de los Faltine tiende a decir la verdad.

—Ahora ya no importa que lo sepáis, porque pronto lo sabrá toda la nación —contestó el extraterrestre, escupiendo sangre oscura como la noche sideral—. En estos momentos, está despegando el avión en el que viaja el Secretario de Defensa. Ese vuelo nunca alcanzará su destino... ¡Sino que se estrellará contra la mismísima Casa Blanca, con todos sus pasajeros!

— ¡Mientes! —Le cortó el Hombre 3-D—. ¡Eso no puede ser verdad!

—Pero, sin embargo, lo es. A bordo viaja uno de mi raza, camuflado de manera indetectable como un sucio humano más. Cuando llegue el momento, secuestrará el avión y lo redirigirá hasta su nuevo destino. Mi misión aquí ha fracasado solo en parte, puesto que ha servido para manteneros alejados del verdadero peligro y ahora ya es demasiado tarde para evitarlo. Aun en el improbable caso de que algo vaya mal en pleno vuelo, otro soldado imperial escoltará el avión en secreto, preparado para hacerlo explotar en llamas en cualquier momento. Pase lo que pase, la Tierra pierde...

Antes de que los héroes pudieran formularle más preguntas, el Skrull comenzó a brillar con una intensa luz que provenía del interior de su cuerpo. Con una mueca de dolor, se retorció al tiempo que una columna de humo surgió de su boca abierta. Llamas rojizas se asomaron a sus ojos, boca y nariz, y en cuestión de segundos redujeron su cuerpo masivo a cenizas.

—Auto combustión espontánea —observó Extraño—. Al menos, sabemos que la ciencia Skrull no es infalible... Tenía que haberse prendido fuego antes de darnos la información. Ahora tenemos una oportunidad. Por cierto, creo que no hemos sido presentados...

—Soy el Hombre 3-D. Y supongo que tú debes de ser Marvel Boy. He leído sobre ti en los periódicos. Pero la cuestión es: ¿ahora, qué?

El rostro de Stephen Extraño se ensombreció ante el peligro inminente que corría su versión juvenil de los años cincuenta. Si el avión se estrellaba, nunca llegaría a convertirse en Hechicero Supremo, amén de que su vida terminaría de forma prematura. Además, el asesinato del Secretario de Defensa provocaría tal vez la Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, no podía intervenir personalmente y arriesgarse a provocar una paradoja temporal al interactuar consigo mismo. El tiempo corría en su contra y a cada segundo la situación le parecía más difícil de resolver. ¿Triunfaría al final su misterioso enemigo secreto?

Próximo: el desenlace de esta trepidante historia. ¿Necesitamos decir más? No te pierdas la próxima actualización de Action Tales... ¡tu web de fan fictions favorita, y la de Barack Obama!
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