The Spider nº19


Título: Control de Calidad
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Dan Brereton
Publicado en: Oct 2015 

"Solo, desarmado, aislado... ¡contra un enemigo que no puede morir! Un obstáculo insalvable. Pero the Spider es más que un hombre. es una causa, y como tal, inmortal y eterna..."

Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...

Creado por Harry Steeger

 
Aquella era una reunión que de haber sido conocida por el público habría entrado en un muy infame lugar de deshonor de la historia de Nueva York. Los jefes de las más prósperas bandas criminales de la urbe se hallaban reunidos bajo el mismo techo.
  Aquella sala se hallaba en la primera planta de una relativamente pequeña nave industrial. Una pared tenía una serie de estrechas y alargadas ventanas que se asomaban al interior de aquel lugar. Bajo estas una mesa sobre la cual se veía una serie de cajas casi idénticas.
 
Todas tenían una serie de diales, botones, palancas, un micrófono que colgaba de un enroscado cable y algo que resultaba absurdo: Una muy diminuta pantalla de cristal. Aquella docena de hombres contemplaban las cajas con miedo. Pero no eran capaces de apartar la vista.
  Aquellos señores del crimen habían acudido citados por la mujer que se hacía llamar la Titiritera. La intriga y el deseo de probarse superiores ante sus rivales era lo que mantenía el tenso silencio de la espera. Los secuaces de su anfitriona les habían conducido hasta esa habitación y aguardaban allí.
  Cuando por fin apareció atrajo todas las miradas sobre su figura y un par de groseros silbidos de lujuriosa admiración.
  Lucía un vestido escotado con los hombros desnudos y el cabello ondulado y recogido en un lazo por detrás. Caminó con firmeza dominando la escena, arrojando su mirada como una ley recién promulgada por la máxima autoridad.

  -Me complace que hayan venido todos. Sé que sus legítimos -pronunció la palabra con un rastro de ironía- negocios les mantienen ocupados así que iré al grano.

 >>Habrán leído la prensa estos días, supongo. Han visto la película proyectada antes de esta reunión. Ahora lo contemplaran en persona. Probado por ustedes mismos en la figura de un muy entrometido investigador.
 
  >>Con mis Marionetas, ni siquiera the Spider podrá oponerse a sus planes.
  Un murmullo de incredulidad y susurrado desprecio brotaron de los jefes del hampa allí reunidos. Contra the Spider no se luchaba. Se le evitaba o se moría luciendo su pavoroso sello en el entrecejo.
 
  -¡Silencio! Ahora mismo conseguirán las pruebas por su propia mano, estúpidos descreídos -Dio tres palmadas secas y dos más de sus sicarios entraron en la habitación. Uno entregó una caja de control adicional a su jefa, que se la colgó al cuello. Otro pulsó un interruptor iluminando el espacio al otro lado de las ventanas.
 
  Sin una palabra, la Titiritera esperó a que sus invitados (y futuros compradores) se acercaran poniendo las manos sobre cada una de aquellas inquietantes cajas. Esperó unos segundos. Quería que distinguieran lo que había dispuesto en la parte baja de aquella nave. Y al desdichado que iba a prestar su involuntaria ayuda para probar la calidad de su producto.
  Llevó el micrófono a sus labios, pronunciando las palabras con la seguridad y arrogancia de quien cree haber espantado las acechantes mandíbulas de la derrota.

  -Bienvenido a mi teatro, señor Wentworth. Quería saber dónde habían acabado los muertos. ¡Aquí están!

 >>Soy la Titiritera. Espero que disfrute de la función.

  Richard Wentworth retrocedió hacia la puerta llevado por el más primordial miedo. Los cuerpos sin vida se levantaron agitando sus podridos miembros, cayendo y levantándose de nuevo como si trataran de recordar cómo se andaba. Vio que otros cuatro ostentaban su sello escarlata. Casi como si la truculenta maldad tras aquellos engendros proclamara que ni siquiera el Amo de los Hombres podía detenerla. De las bocas de aquella podredumbre esclavizada salían amenazas de muerte. Wentworth reconoció algunas de aquellas distorsionadas voces. Pero no sintió terror.
  Echó la cabeza atrás riendo ante aquella truculenta ironía. Si aquellos pandilleros glorificados supieran que lo habían atrapado. ¡Que tenían la posibilidad de acabar con su más terrible enemigo!
  Brincó a un lado, evitando un demasiado torpe puñetazo y corrió tratando de poner los bancos en los que habían estado tendidos los muertos entre él y sus atacantes. Cargó contra uno, poniendo toda su fuerza y peso en el hombro al golpear. El fallecido cayó derribado y Wentworth cruzó sobre el pisando como si no existiera.
  Aquellos muertos andantes no se coordinaban. Daba la impresión de que cada uno quería ser quien acabara con él.
 
  -¡Me haré unas corbatas con tus tripas, hijo de perra! -Aquella era la desquiciada voz de Marcus Baker.
 
 -Aprende a caminar antes, niñato -Clover Pesci, el contrabandista-. ¡Creo que ya sé cómo hacer que esto mate!
 
  -Señores, ruego permitan al señor Pesci demostrar lo que dice-. Wentworth no pudo evitar un escalofrío de espanto al escuchar aquella voz cargada de estática salir de la boca de un hombre que él mismo había ajusticiado.
 
  Retrocedió buscando espacio para maniobrar, moverse. Si se quedaba quieto se le echarían encima sin piedad ni misericordia.
 
  El muerto conducido por Pesci avanzó con pasos convulsos pero más seguros que los del resto de aquel truculento grupo. Agitó los brazos tratando de cerrar los puños pero solo logró golpear y derribar otro de los cadáveres reconstruidos.
 
-¡Tenga cuidado, señor Pesci! -La Titiritera sonaba irritada de modo genuino-. Quien rompe paga. Y mis Marionetas son muy caras, se lo aseguro.
 
  El jefe criminal no contestó. Había logrado entender aquellos controles antes que nadie y no iba a desaprovechar la ocasión. Vendería a su misma madre si hacía falta. Pero aquel instrumento tenía un increíble potencial para la delincuencia y el crimen.
  Abajo, en el escenario de aquel guiñol hecho realidad, Wentworth decidió pasar a la ofensiva. Se había cansado de huir. ¿Que eran doce enemigos aunque fueran carne muerta? Se deslizó a un lado evitando un mal dirigido puñetazo y lanzó un golpe con la zurda al bajo vientre de su enemigo.
  No retrocedió. No se ahogó por el aire expulsado con brusquedad ni se quejó. Su instinto de combate no había caído en un terrible detalle:
  Estaba muerto.

  Todos sus adversarios eran carne sin vida. Complejos títeres de sofisticada repugnancia. Dirigidos de forma segura por sus enemigos a salvo de su fría, cósmica ira.
  A través del altavoz incrustado en la boca de aquella carroña andante resonó una crujiente risa triunfal. Dedos sin vida cerraron su tenaza sobre el brazo del vivo. Como si fuera el disparo de salida de una carrera los demás muertos fueron conducidos hasta ese punto como el hierro por el imán.
  Richard Wentworth golpeó con la zurda los brazos que le retenían pero no cedió. ¿Cómo iba a hacerlo si no era más que un muñeco de carne fría y putrescente? No padecía, no se agotaba, carecía de escrúpulos. Eran ni más ni menos armas, dirigidas de modo implacable por sus amos.
  Desesperado golpeó las muñecas de su adversario como si llamara a una puerta consumido por la impaciencia.
 
-Amigo -proclamó Pesci- ve rezando lo que ¡Eh!

  Las muñecas del cadáver chasquearon con el sonido del hueso roto. Había logrado liberarse pero no estaba más cerca de la victoria. Las marionetas ya se aferraban a su ropa buscando arrancar la misma vida de su cuerpo.
  Perdiendo la chaqueta, una pernera entera de su pantalón y media corbata logró zafarse de sus incansables acosadores. Maldijo la cobardía de sus enemigos dirigiendo aquel ataque desde un lugar a salvo de su despiadada furia.
 
  ¡Eso era! Dirigir. Podía ganar algo de tiempo si destruía la manera que tenían de transmitir su voluntad a aquellos engendros mezcla de metal y carne.
  Se agachó esquivando un demasiado torpe abrazo. Alzándose de nuevo agarró el brazo,  llevando el codo hasta su rodilla, rompiéndolo, dejando que el brazo colgara inútil. Se apartó una vez más zancadilleando a otro, haciéndole derribar a otro más mientras caía. Tenía que darse prosa antes de que su control sobre aquellos diabólicos muñecos fuera más hábil.
  Luchando contra la primordial repulsión que le provocaba ver como se movía algo que estaba muerto, levantó a uno de los caídos. Sin hacer caso de golpes y arañazos golpeó la cabeza de su rival contra la pared. El enemigo cayó fulminado, permaneciendo inmóvil como lo que era: Peso muerto.
  Su intuición había sido acertada. Destruida aquella protuberancia metálica en su cabeza, quedaban inutilizados. Uno había caído.

  Quedaban once más. Empezaba a cansarse. Se puso en guardia y rió con desdeñosa burla.

PROXIMO EPISODIO:
EL ROSTRO DEL MAL



Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)


No hay comentarios:

Publicar un comentario