The Spider nº20


Título: El Rostro Del Mal
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Dan Brereton
Publicado en: Nov 2015

Con máscara o sin ella, el Amo de los Hombres siempre ha sido implacable en su lucha contra el crimen y los malvados. Sabe del valor de la astucia. Sabe del valor de los aliados en los que se pueda confiar. Pero... ¿llegaran a tiempo esta vez? ¿O las marionetas de la Titiritera logran lo que nadie ha logrado?
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...


Creado por Harry Steeger



En la habitación desde la cual observaban lo que acontecía, uno de los jefes se volvió jurando hacia la Titiritera. Marco el Destripador nunca había sido conocido por su buen humor, su talante calmado o su paciencia. Las dos primeras cualidades eran inexistentes en él. La tercera era más bien una bestia rabiosa encadenada y retenida a duras penas por las lecciones impartidas por pasadas experiencias cuando la había perdido.
  En honor a la verdad, había aprendido poco.
 
— ¡Esto es grotesco y una jodida tomadura de pelo! ¡Mire lo que acaba de ocurrir! ¿Esta es la calidad que nos promete? ¡Es una estafadora!
 
  La Titiritera enarcó una ceja, respondiendo como si explicara algo evidente a un niño.
 
  —La efectividad de mis Marionetas depende de la habilidad de quien las usa. Ni más ni menos. Por supuesto que no son perfectas. No soy tan arrogante. Pero siguen siendo una excelente herramienta para el crimen. Con el añadido del horror que inspiran.
 
  >>valen lo que cuestan y más. Lo que me recuerda algo. Quien rompe, paga. Esto sigue siendo un negocio.
 
  — ¡¿Cómo se atreve?!
 
  — ¿Quiere que haga una demostración en su barrio? ¿O aquí mismo con usted? ¿Se puede saber que mira?



 Los ojos del destripador iban más allá del desnudo hombro de la mujer, hasta la puerta que franqueaba el paso a aquella atestada habitación. Uno de los hombres de la titiritera acababa de entrar tambaleándose. Su chaqueta y camisa estaban convertidas en puro harapo. En varios puntos la tela estaba pegada a su torso por la sangre que se derramaba de los cortes que se podían ver.
  La mujer se volvió desorbitando los ojos al ver al malherido pandillero. Este estaba agachado con la espalda casi en ángulo recto y gemía más que hablaba. Extendió un brazo manchado de sangre fresca, atrayendo la atención de todos los presentes en el lugar.
  La Titiritera se agachó junto a su secuaz, que susurró con más miedo que rapidez lo que había ocurrido para que acabara en ese estado.
 
  —Señores —comunicó con gesto grave sin ocultar la contrariedad en su voz—, se ha producido un lamentable percance. Todo lo que puedo decir es: ¡Sálvese quien pueda!
 
 En un primer momento aquellos empresarios del crimen no reaccionaron. Entonces, abandonaron el lugar en estampida tras su anfitriona arrollando al herido sin piedad como hierba bajo un rebaño de búfalos en marcha.
 
  Ninguno pensó en preguntar en que consistía aquel «lamentable percance». Tan solo en salvar sus vidas y abandonar aquel lugar lo antes posible.
 
  Richard Wentworth se hallaba más determinado que nunca a lograr su meta. Sin embargo tenía que luchar con algo que ni siquiera su indomable espíritu podía controlar. La atávica, ancestral repulsión al enfrentarse a algo animado cuando debería estar muerto. Se obligó a recordar que en realidad eran marionetas de carroña. Abominables títeres dirigidos por una perversa inteligencia como parte de sus terribles planes.
 
Se echó a un lado zancadilleando a uno de los muertos. Eso le llevó a los brazos de otro que arañó su cuello dejando un rastro rojo de dolor y peligro. El hombre que el hampa conocía como the Spider se apartó de nuevo. No podía quedarse quieto. Detenerse era la muerte.
  Debía encadenar un paso con otro en aquella danza macabra, aguardando la oportunidad para destruir otra de las diminutas antenas que transmitían las órdenes a aquellas grotescas abominaciones. Había logrado agarrar a uno destrozando la antena contra uno de aquellos bancos de trabajo macabros, cuando sucedió.
  Justo antes del impacto, aquellos engendros se quedaron quietos, tambaleándose como una vela en un huracán, cayendo al suelo en un desorden de muerte. Uno había quedado tendido contra la pared, la cabeza caída sobre un hombro, como un vagabundo borracho. Todos inmóviles como se suponía que debía ser un cadáver: Un frio y descompuesto recordatorio de que todo lo que vive algún día ha de morir.
 
 Richard aguardó un segundo, esperando las antinaturales convulsiones de aquellos cuerpos cuando sus amos trataran de ponerles en pie. Pero esperó en vano. Siendo como era hombre de acción, dejó las preguntas a un lado. Tenía que abandonar aquel lugar de inmediato y comunicarle lo descubierto a Stanley.
  Por una vez, se dijo, los defensores de la ley y the Spider trabajarían casi mano a mano. Porque el Amo de los Hombres pensaba usar lo descubierto para dejar su marca una vez más. ¡Para aplastar el mal de la Titiritera!
  Registró a los caídos y aquel lugar en busca de cualquier cosa que le pudiera ayudar a salir de aquel truculento pozo. Una búsqueda infructuosa: Aquellas mezclas de banco de trabajo y mesa de operaciones estaban vacías de herramientas. Los muertos solo llevaban la ropa con la que habían sido enterrados.
 
La puerta era de metal así como las paredes y aquellas ventanas se hallaban demasiado altas como para alcanzarlas. Maldijo porque solo podía esperar que Ram Singh hubiera podido cumplir sus órdenes: Aunque le preocupaba más otro asunto: ¿Que habría causado que aquellos muertos andantes se detuvieran? Ya no se vislumbraban formas algunas tras los altos cristales.
  Se encontraba en un inusual momento de su guerra sin fin contra malvados y criminales. Incapaz de actuar pero pudiendo reflexionar o eso creía.
  Cuando escuchó disparos de relativa cercanía al otro lado de la puerta se puso en guardia. Si tenía que caer lo haría matando. O esa era su intención hasta que pudo escuchar una voz entonando un canto de guerra sikh.
 
  — ¡Ram Singh! ¡Aquí! ¡Deprisa! —Wentworth se carcajeó pero en aquella ocasión no fue de burla y si de triunfo. Cuando había salido de la funeraria, había comunicado a su muy sirviente cual era la situación. Al emplear el lenguaje del sikh, los secuestradores no descubrieron que había dispuesto su huida en el mismo momento de su captura.
 
  No tuvo que esperar mucho hasta que tres disparos estallaron, reventando la cerradura que le mantenía prisionero y rodeado de muertos. Por un momento temió que se alzaran de nuevo reacios a permitirle marchar.
 
  La puerta se abrió con brusquedad dejando paso a Ram Singh que en una mano llevaba una humeante automática y en la otra un cuchillo que goteaba sangre. Su turbante estaba ladeado y su camisa rasgada. Notando la mirada del hombre a quien servía dijo:
 
— ¡No os preocupéis sahib! ¡La única sangre que se ha derramado es la de los malvados! —Le entregó la pistola.
 
  Wentworth la aceptó. Por desgracia no podía adoptar el aspecto de su terrible alter ego. Si el sikh estaba allí, significaba que el lugar estaba plagado de policías que sabían que Richard Wentworth se encontraba allí también.
 
  — ¡Vamos! ¡Aún podemos hacer justicia!
 
  Apenas salieron, el sirviente gruñó preocupado. Al otro lado de un corto pasillo se veía otra puerta bajo la cual se colaba luz exterior. A la derecha una escalerilla metálica subía al piso superior. En el suelo una irregular mancha de sangre se arrastraba hasta el pie de la misma.
 

  — ¡Soy un miserable que ni siquiera puede matar a un perro! ¡Os he fallado sahib!
 
—Al contrario, valiente. Malherido como está buscará el socorro de su líder condenándole sin darse cuenta. ¡Vamos!
 
  Ram Singh sonrió con ferocidad contento de saber que su fallo no había sido tal y si una trampa tendida sin saberlo por uno de los enemigos a los que se enfrentaban.
  Mientras sus pasos hacían repicar el metal de los empinados escalones, un ruido de fondo fluía en la atmósfera: Gritos y advertencias de la policía seguidos de un breve intercambio de disparos, quejidos y exclamaciones confirmando la rendición de aquellos que se habían enfrentado a los agentes de la ley.
 
  Pero aquello no terminaría hasta que la organización fuera decapitada de modo absoluto y definitivo. Wentworth avanzaba con el cañón del arma por delante hasta que llegaron a una estrecha pasarela que acababa en una ventana. Entre ella y los dos hombres pudieron ver a una mujer de rasgos que habrían sido hermosos de no estar deformados por el odio más absoluto.
  Vestía con inusual elegancia y la sorpresa la paralizó por un momento mientras su mirada chocaba con la del hombre que había querido usar para demostrar la calidad de su fúnebre producto.


PROXIMO EPISODIO:
Se Busca Viva O Muerta


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