The Shadow nº06

Título: Lobos sobre Broadway (III)
Autor: Ana Morán Infiesta
Portada: Gustavo Rubio
Publicado en: Septiembre 2016

Solo la oportuna intervención de Espada Silenciosa ha podido salvar la vida de Arline Marsland, y Cliff lucha por su vida entre las garras de Selene…¿Llegará a tiempo el Amo de la Oscuridad para rescatar a su agente? Solo La Sombra lo sabe…
¿Quién conoce el mal que acecha en el corazón de los hombres?

Creado por Walter B. Gibson

Resumen de lo publicado:  En las entregas anteriores vimos cómo los Amos de la Noche estaban dispuestos a protagonizar cualquier acción violenta con tal de hacerse con el control de los principales clubes nocturnos de la ciudad. Los ataques a Joan Wang y sus empleadas se han saldado con cinco lobos muertos y la violación de Susan Lane, pero los hombres de Selene aun no han dado su último aullido. Además, las investigaciones de la policía empiezan a amenazar con interferir en los planes de La Sombra. Aunque no son ellos el único peligro. Solo la oportuna intervención de Espada Silenciosa ha podido salvar la vida de Arline Marsland, y Cliff lucha por su vida entre las garras de Selene…¿Llegará a tiempo el Amo de la Oscuridad para rescatar a su agente? Solo La Sombra lo sabe…

I

La habitación empezaba a dar vueltas alrededor de Cliff, creando un caleidoscopio delirante digno de un sueño de opio. El agente de La Sombra intentaba arañar los brazos de Selene, aflojar de algún modo la presa del collar, pero el pulso de la mujer era tan firme como el del señor de la oscuridad.

—Ahora, señor Marsland —le susurró Selene en el oído tras aflojar la presa—. Cuénteme por qué le interesan los Amos de la Noche y logrará dos cosas: salvar su vida y evitar que mis hombres se sigan divirtiendo con su caperucita.

—Solo busco… —jadeó Cliff—. Solo busco proteger mi territorio.

—Respuesta equivocada, señor Marsland.

Selene volvió a tirar de la soga de plata, sin dar a su prisionero ocasión de buscar un modo de defenderse. Cliff intentó revolverse, pero la presa de aquel collar de muerte era inconmovible, le robaba el aliento vital cual súcubo ansioso, al tiempo que la sangre empezaba a arroyarle por el cuello. La habitación volvía a ser un demente caleidoscopio mientras a los oídos del espía llegaba el eco distante de la risa satisfecha de Selene.

Pronto fue tapada por una carcajada aún más potente, una risa gutural y macabra que parecía extenderse por las paredes, reverberando como un eco de ultratumba. Era una risa capaz de helar la sangre de los criminales y detener los corazones de los culpables. La risa de La Sombra. Y retaba a los lobos en su propia guarida.

Aunque Cliff no podía verlo, el señor de la oscuridad se había situado al lado de la puerta, de tal modo que una de sus automáticas cubría a Selene y la otra se asomaba por el pasillo dispuesta a abatir a quienes hubiesen escuchado su reto. En el mismo instante en que la mafiosa aflojaba la presión sobre el cuello de Marsland, la automática del vigilante tronaba.

Sin embargo, esa noche Selene iba a probar ser una oponente aún más rápida que su gatillo.

La líder de los Amos de la Noche saltó por encima de la cabeza de Cliff sin dar muestras de haber tomando impulso; más ligera de lo que su fuerza hacía presagiar, giró en el aire mientras las balas silbaban a milímetros de ella, y aterrizó sobre sus pies sin dar muestras de necesitar luchar para mantener el equilibrio. El .45 volvió a tronar mientras la asesina corría hacia la pared situada frente a la camilla; una bala al menos, logró rozar el muslo de la mujer pero esta no detuvo la carrera.

No hubo tiempo para más disparos antes de la puerta oculta en el muro se abriese para permitir la huida de Selene. Una manada descontrolada se acercaba por el pasillo. Muchos a medio vestir, todos armados; disparaban sin saber dónde estaba el dueño que aquella risa que los había aterrado, malgastando su valiosa munición.
La Sombra no cometió ese error. Sus automáticas tronaron a la par, alcanzando una diana en cada disparo; muchos de los lobos solo resultaban heridos, pero, en la estrechez del pasillo, sus cuerpos provocaban la caída de sus compañeros; incluso si lograban conservar el equilibrio, estos se convertían en presa fácil para su atacante cuando saltaban para esquivar a los yacientes.
Aun así, muchos lograban seguir avanzando y sus disparos cada vez parecían más próximos a lograr un blanco.
Cliff, desarmado, miraba a su jefe con gesto interrogante.

—La pared —susurró La Sombra, sin dejar de disparar.

Su agente no precisó más explicación; corrió hacia la pared por la que escapara Selene y comenzó a palpar el muro; pronto, sus dedos tocaron una ligera irregularidad que cedió bajo la presión adecuada.

—Jefe…

El señor de la oscuridad no se giró en su dirección, se alejó de la puerta sin dejar de disparar. Cuando sus automáticas se declararon exhaustas, su diestra se sumergió en la capa y pronto reapareció con un nuevo arma.

Los supervivientes de la jauría asomaban el hocico por la puerta cuando ambos se adentraron por el pasaje secreto. Las balas repiquetearon contra el muro, pero eso no pareció asustar a La Sombra, ni darle ánimos para apresurarse.

Su mirada ardiente se demoró unos segundos en estudiar la puerta y el mecanismo que la accionaba, una larga cadena conectada con una rueda dentada. Rápido, el vigilante incrustó una de sus pistolas descargadas entre los radios de la rueda. Si hubiese tardado un segundo más, habría sido demasiado tarde; la rueda empezó a temblar en su eje, mientras se escuchaban los gruñidos de frustración de los Lobos tras la pared.

Los dos fugitivos se apresuraron por el corredor, guiados por una estela de gotas carmesíes. Ya se habían alejado varios metros cuando los gruñidos se intensificaron; las balas tronaban, pero no lograban acercarse. Cliff se habría esperado tener que sortear alguna trampa, pero o Selene no había tenido ocasión de activarlas o no había tenido miedo de ser seguida, si es que tales precauciones existían en el corredor. Agente y amo salieron a un callejón solitario. Sin necesitad de acordar nada, bloquearon la puerta con un cubo de basura. No detendría a los lobos por mucho tiempo, si aún les seguían, pero les estorbaría.

La Sombra tendió a Cliff una de sus automáticas de repuesto; sin dejar de controlar el callejón, sacó una pequeña linterna y emitió tres destellos rojizos. Un taxi se puso en marcha desde el extremo opuesto de la calle. Las pistolas empezaban a tronar cuando el conductor se detuvo frente a los fugitivos. Sin dejar de abatir lobos furiosos, el señor de la oscuridad empujó a su agente dentro del coche antes de adentrarse él en el mismo.

Iracundos, los amos de la noche continuaron disparando, pero los impactos parecían incapaces de estropear siquiera la carrocería del vehículo fugitivo. Unos se subieron a un coche cercano, dispuestos a dar caza a sus enemigos. Antes de que lograsen hacer un puente, este ya se había perdido por las calles del Bronx. Nadie podía dar caza a Moe Shrevnitz.


—¿Está segura de que no saber qué buscaban esos lobos? —insistió por enésima vez Joe Cardona.

Arline cerró los ojos durante unos instantes; tratar con la policía empezaba a ser más estresante que verse acosada por una pareja de lobos en celo.

—No, inspector. No me dijeron qué buscaban antes de intentar agredirme. Solo se identificaron como policías y me ordenaron que les acompañara. Sus placas parecían muy reales. —Cuando alzó la mirada, los ojos de Arline distaban de ser los de una caperucita indefensa.

El gesto no pareció atemorizar al estoico policía, pero, al menos, le valió un pequeño asentimiento por su parte. Incluso él habría podido ser engañando por las placas; fuera quien fuese su autor, eran la mejor falsificación con la que se había cruzado en mucho tiempo.

—¿Podrían ser amigos del señor Marsland?

Arline empalideció durante unos segundos; se había esperado la mención a Cliff, pues era conocida por muchos su condición de amantes, pero las palabras de Cardona le habían hecho pensar en la seguridad de su pareja. Había regresado a la Guarida de Pan, como otras noches, en busca de lobos… Tal vez fuesen los amigos de los que yacían muertos en su salón.

—Puede que Cliff no tenga un pasado impecable, pero no se relaciona con chusma —respondió con nada disimulada acritud. Al ver que Cardona permanecía impasible, añadió:— Cliff se encarga de la seguridad de la cadena Griscom, nada más, y nadie nos ha importunado en los últimos tiempos.

Por un instante pareció que el inspector iba a seguir atacando; sin embargo, en ese momento un coro de voces iracundas interrumpió la charla. No tardaron en descubrir el origen del escándalo. Joan Wang se deslizó como una sensual saeta en el interior del apartamento, seguida de un resollante patrullero. 

Arline conocía a la directora del Red Velvet, aunque esa era la primera vez que la seductora belleza chinoeuropea la visitaba.

—Inspector, no pude detenerla —jadeó el agente.

—Parece que hoy estamos destinados a cruzarnos, inspector —sonrió Joan—. Había decidido aprovechar el cierre del Red Velvet para hacer un poco de vida social y pensé en invitar a la señorita

Griscom a una copa. Pero veo que ha tenido otros visitantes inesperados.

Ante el último comentario de la empresaria, Cardona se vio impelido a explicar la agresión sufrida por Arline. Al terminar la narración la mujer se sacudió en un pequeño escalofrío que parecería real a cualquiera que no viese sus ojos fríos como espadas de jade.

—Parece que ayer Eleanor y yo tuvimos suerte de que esos lobos se matasen entre ellos en lugar de subir a mi apartamento. ¿Estás bien Arline?

—Estaría mejor si pudiese ponerme otra ropa —contestó la agente de La Sombra, aprovechando la oportunidad. Dirigió una mirada interrogante al inspector Cardona, que se limitó a cerrar su cuaderno y hacer un gesto de asentimiento.

—Tal vez deberías preparar una maleta —sugirió Joan—. Si al inspector le parece bien, podría ofrecerte asilo en mi apartamento. Si los lobos van a empezar a asaltar a mujeres indefensas, en grupo podremos defendernos mejor que solas.

Arline se quedó parada, agradecida de que Cardona no pudiese verle el rostro, pues estaba más pálido que cuando el agente había mencionado a Cliff. Antes Joan había pronunciado la palabra «rojo», pero Arline no le había dado importancia, dado que era lógico que la mujer nombrase su club. Sin embargo, ahora había hablado de «asilo» y estaban sus sugerencias…

—Lo cierto es que, al menos por esta noche, agradecería compañía. ¿Le parece bien, inspector?
Cardona se limitó a asentir.

—Si quieren, puedo poner vigilancia en su apartamento, señorita Wang.

—De momento no creo que sea necesario. Con el club cerrado, no creo que los lobos vayan a acercarse.

Apenas diez minutos después, ambas ponían rumbo a Broadway. No intercambiaron palabra alguna en todo el trayecto, ni en su ascenso hacia el piso de Joan. En el salón de este, los esperaban Eleanor Lancaster y una criatura aovillada en el sofá, a quien resultaba difícil asociar con la fascinante Hija del Dragón. Al ver a su compañera de fatigas, Arline estuvo cerca de olvidarse de toda precaución y abrazarse a ella. Sin embargo, la mirada de Eleanor la detuvo a tiempo.  Solo eran meras conocidas. Empleada de Joan Wang, Eleanor; ella, querida de Cliff Marsland. Se conocían por ser Cliff y Arline clientes ocasionales del Red Velvet, nada más.

—Puede instalarse en el dormitorio de invitados, señorita Griscom. ¿Has cambiado ya tus cosas y las de Susan a mi dormitorio? —preguntó Joan, mirando directamente a Eleanor.

—Sí pero ¿Qué harás tú....? —las palabras murieron en los labios de la agente de La Sombra al ver la mirada fría de su jefa.

—Dormir no es la única forma de descanso que conoce un buen guerrero  —fue la respuesta de Joan—. Acompaña a la señorita Griscom al dormitorio de invitados.

Ni siquiera en ese atisbo de intimidad acertaron las dos agentes del señor de la oscuridad a dejar a un lado las máscaras. Por unos segundos, pareció que Arline hacía ademán de disponerse a realizar algún comentario en voz baja, pero un grito de terror resonó el apartamento, helándoles el corazón.
Pasado el primer momento de estupor, prevaleció el espíritu inquebrantable de dos mujeres merecedoras del honor de trabajar como agentes de La Sombra. En dos rápidas zancadas se adentraron en el pasillo; Eleanor, amartillando su .38; Arline, su propio revólver. No se escuchaban nuevos gritos, solo silencio. Pero la llamada de la lucha no se acallaba en sus corazones. Solo enmudeció al llegar al salón.

Susan Lane se aovillaba en el sofá y miraba con gesto atarrado a un hombre que parecía tanto o más tenso que ella, vestido únicamente con una capa negra; su barba, su físico poderoso, incluso su mirada delataban la sangre lupina que corría por sus venas. No obstante, Joan Wang no hacía ademán alguno de atacarlo. Sabía diferenciar a un Amo de la Noche de una de sus víctimas.

—¡Cliff! —oyó Eleanor exclamar a Arline, aun antes de terminar de bajar su arma.

La falsa caperucita se apresuró a librar la distancia que la separaba de su amante y entrerrarse entre sus brazos.

No obstante, el suyo fue un encuentro muy breve.

—No es tiempo para efusiones afectivas, señorita Griscom —susurró una voz cavernosa desde la oscuridad—, sino de buscar un modo de salvar las vidas de todos ustedes.

Solo Joan Wang no dio muestras de sorpresa cuando los ojos como carbones encendidos de La Sombra los taladraron desde un punto del salón cercano a la ventana, sumido en la completa penumbra.

—Se han ganado la enemistad de los Amos de la Noche. Si trabajamos juntos, tal vez no tengan que seguir temiendo su ira.


II

Nadie prestaba atención al hombrecillo que paseaba por las inmediaciones del apartamento de Dwight Flynn(1) , tenía una forma de deslizarse por la acera, más que caminar, que lo hacía pasar desapercibido. O tal vez la falta de notoriedad se debía al modo en que el hombre encogía sus hombros a la hora de caminar, dándole cierto aspecto de polluelo aterido de frío. E inofensivo. El hombre podría pasar por un simple caminante o por un mendigo, pero nadie se sentía amenazado por su presencia. En parte porque nadie llegaba a ver por completo su rostro flaco, afilado, un tanto vulpino o su astuta mirada zorruna, a la que pocas cosas se le escapaban, delatora de su sangre mestiza. Gracias a esa mirada, el hombre era conocido en los bajos fondos de Nueva York como Hawkeye(2) . Lo que nadie sabía es que desde hacía años era un delincuente reformado, además de uno de los agentes más fieles de La Sombra.

El pequeño rastreador se deslizó hacia un callejón sin salida, situado a la derecha del edificio. Y se sumergió entre las sombras, apoyando la espalda contra la pared. Al cabo de unos segundos, encendió un cigarrillo, asegurándose de tapar la lumbre con la mano derecha. Por dos ocasiones, sin embargo, pareció no tener éxito y el extremo candente del pitillo refulgió en la oscuridad, apuntando hacia lo alto del edificio. Habiéndolo fumado solo a metidas, el agente arrojó el pitillo al suelo y lo aplastó con el tacón de su bota. Luego retomó su inmóvil vigilancia; resultaba esta un tanto extraña pues era la primera vez en toda su carrera en que controlaba el refugio de un enemigo desde un punto donde no se podía ver la entrada del mismo ni tampoco la escalera de incendios.

Al cabo de unos minutos, el gesto del pequeño espía se dibujó una mueca de alerta, incluso el vello de su nuca pareció erizarse. A sus oídos había llegado un sonido tenue, susurrante, imperceptible para cualquier humano y para muchos mestizos o bestiamorfos. Al escucharlo, alargó la mano, como lo haría un mendigo en busca de una limosna, pese a no haber nadie a su alrededor. Y a pesar de esa soledad, en la palma abierta aterrizó un brillante dólar de plata.

El espía no dio muestra alguna de extrañeza. Guardó la moneda en un bolsillo interior de su cazadora y se encaminó hacia un estanco vecino, equipado con una cabina de monedas convenientemente apartada del mostrador. Una vez dentro de esta, introdujo los centavos pertinentes en la ranura y marcó un número que conocía de memoria desde hacía años.

—Burbank —susurró una voz atona, al otro lado de la línea antes de que llegase a sonar el tercer tono de llamada.

—Hawkeye. La loba ya está en la guarida.

—Recibido. Queda libre de servicio.

En un apartamento escondido en el distrito de Manhattan, un hombre colgó con suavidad uno de los nueve teléfonos que descansaban sobre la mesa situada frente a él, conectados cada uno a líneas telefónicas diferentes. A su izquierda, sobre otra mesa, descansaba un equipo de comunicaciones que habría despertado las envidias del mismísimo ejército. En ese momento, ninguna de las luces que alertaban de la llegada de nuevas llamadas estaba encendida. Tampoco el hombre de la habitación esperaba otra cosa.

Alargó la mano hacia el segundo teléfono y marcó el número de Joan Wang. La directora del Red Velvet cogió respondió a la llamada al instante. El intercambio de órdenes fue breve. Otro teléfono colgado.
Burbank elevó las piernas hasta el asiento de su silla y las cruzó en una posición parecida a la del loto. Cerró los párpados; no tenía ordenes que transmitir a otros agentes, tampoco informes que dar a La Sombra. Mientras esperaba el momento de entrar en acción, podría darle un descanso a su cerebro. Hacía unos años, unos experimentos lo habían privado de la capacidad de dormir, no así de la necesidad de proporcionar reposo a su mente. La Sombra le había enseñado las técnicas para lograr tal cosa y gracias a ello el encargado de comunicaciones seguía siendo un hombre atlético, aunque algo pálido, en lugar de haberse convertido en una carga de huesos moribunda.


Mientras tanto, el teléfono clamaba por ser descolgado en el apartamento de Dwight Flynn. Su sonido no pasaba desapercibido a la oscura figura que, pegada a la pared, espiaba sin ser vista a los dos sicarios del Dragón de Jade. Tampoco se le pasaba por alto el gesto de extrañeza del hombre ni la mirada enojada de Selene.

Finalmente, el dueño del apartamento se hizo con el auricular. Su gesto se hizo aún más grave tras el protocolario «diga», que al poco fue seguido por unos débiles «creo que se ha confundido de número» y «vuelvo a insistir, esa persona no vive aquí». Derrotado, tendió el aparato a Selene.

—Joan Wang —dijo Flynn por toda explicación.

La líder de los Amos de la Noche no mostró la debilidad desplegada por Flynn, pero no pudo ocultar cierto deje de frustración al no lograr sonsacar dónde había localizado ese número Joan Wang  y cómo podía saber que ella estaba en el apartamento. Aun así, a sus labios pronto acudió una sonrisa triunfante. Incluso espiando desde la distancia, incapaz de escuchar las palabras dichas al otro lado de la línea, a La Sombra le resultaban evidentes cuáles habían sido estas. La directora del Red Velvet deseaba negociar. Y Selene desconfiaba.

—Espere mi llamada y le diré dónde debemos reunirnos —susurró la mujer loba, antes de colgar el aparato.

Flynn la miró con gesto interrogante.

—Así que por fin ha decidido ser sensata y rendirse… —dijo, al cabo de unos segundos.

—Demasiado oportunamente para mi gusto —admitió Selene.

—¿Crees que trabaja aliada con Marsland?

—O tal vez con alguien más peligroso que él. Fue La Sombra que impidió que acabase con Marsland y logró rescatarle. Tal vez estuviesen compinchados… o tal vez lo estén ahora, gracias al maldito rescate…

—Bueno. Si Wang acude a la cita acompañada de nuestro lobito traicionero podremos empezar a buscar enemigos entre las sombras. Pero eso solo añadirá lustre a nuestro trabajo. Si el plan sale tal y como tengo pensado, La Sombra estará demasiado ocupado salvando su propio pellejo como para acudir en ayuda de sus siervos.

»Y si elude la vigilancia, tendrá que demostrar ser capaz de sostener la mirada de un Dragón de Jade.
Flynn acompañó las últimas palabras de una risa cruel. Si hubiese visto el fulgor rojizo de la mirada del espía apostado al lado de la ventana, la carcajada se habría helado en sus labios. En aquellos ojos como tizones se intuía una risa más estremecedora que la suya, la risa de La Sombra anticipando el triunfo sobre el Mal.

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Referencias:
1 .- Agente del Dragón de Jade que actúa como enlace con Selene, visto en la primera entrega de Lobos sobre Broadway.
2 .- En español “Ojo de halcón”.

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