Blade nº16

Título: Tregua. Arco III: LA MUERTE DE LOS MONSTRUOS.
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Jung-Geun- Yoon
Publicado en: Noviembre 2016

Las huestes de Drácula han caído frente a los Ángeles de la Mañana Silenciosa. Morbius ha utilizado la magia para encontrar a Lilith, convertida en la Reina de las Sombras. Rex, el licántropo, ha olvidado su humanidad y vaga por un mundo de sangre y muerte. El Jinete Fantasma guía las almas de los muertos. Y Blade ha sido ejecutado ¿o no? ¡Descubre cómo sigue la historia aquí!

Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por
Marv Wolfman y Gene Colan



UNO

Esa mañana, cada media hora, Drácula fue lanzado diez segundos contra los rayos de sol y traído de nuevo a las sombras hasta que sus heridas se curasen. No sabía hasta qué punto se inspiraron los Ángeles de la Mañana Silenciosa en el castigo que los dioses dieron a Prometeo por robar la llama: un águila devorando su hígado cada mañana. Quizás, aquello hubiera sido más piadoso. Sin embargo, los Ángeles de la Mañana Silenciosa respondían a otro dios, uno más oscuro y funesto.

Después de que la piel de Drácula empezase a dar síntomas del fuego de los rayos solares y tras que cicatrizase al encontrar las sombras, solo entonces, volvía a ser arrojado a la luz, mientras se maldecía por su debilitamiento, por haber recuperado las viejas flaquezas vampíricas y por no poder escapar de los Ángeles de la Mañana Silenciosa.

Era solo el comienzo de la tortura.

—¿Por qué? —preguntó Drácula a aquel enemigo que sabía que le vigilaba siempre. El rostro del otrora conde era sanguinolento, pero no por sangre ajena, sino por las quemaduras solares propias. Qué bajo había caído…

El Maestro se irguió desde su trono, alzado sobre restos de armaduras de sus fieles lacayos. Como un rey de una obra clásica, se agitó exultante al escuchar a su prisionero. Los Ángeles guardaron silencio para escucharle.

—¿Por qué? —repitió con sorna—. No, no. Termina la frase, por favor. Lo que quieres decir es: ¿por qué no te mato? Eso es lo que piensas con tanto anhelo.

Drácula frunció el ceño. Parte de la piel de su frente cayó, reseca. Se desprendía como tiras de cuero curtido bajo el sol del verano. Una nueva capa de piel le cubría con rapidez, incapaz de morir. En un par de minutos, volvería a ser arrojado al foso de luz… Y la rueda giraría de nuevo.

—Si tu misión es acabar con todos los monstruos (y sabes que yo soy el único que los ha unido), deberías matarme —dijo Drácula. Sus ojos, rojizos, se fijaron en todos los Ángeles. Sabía jugar bien sus piezas. La política no distaba en demasía de un buen juego de dados: agitabas, esperabas la suerte, distraías y apuñalabas—. Acaso, vosotros, Ángeles, ¿no desconfiáis de que vuestro señor me mantenga vivo a mí, vuestro gran enemigo, y deje inconclusa vuestra obra?

Los Ángeles desenvainaron sus espadas y sus filos fueron hacia Drácula. Esa era su contestación. Aquellos fanáticos no tenían cabida para las cuestiones ni para el veneno de Drácula. Uno de los Ángeles le golpeó en la cabeza con el mango de su arma. Drácula escupió sangre. No querían jugar.

—Nadie cuestiona a nuestro rey —dijo uno de los Ángeles.

Drácula, mirando a todos lados, musitó:

—Ya lo veo…

El Maestro sonrió.


DOS

En la Fortaleza de la Reina de las Sombras, un gigantesco lobo negro estaba arrasando entre los orcos y las esfinges. Las torres de hueso y los palacios de costillas vacías hacían que los aullidos retumbasen como ecos de una noche interminable. Los gritos de sufrimiento colmaron toda la base, mientras los capitanes pedían la retirada y la búsqueda de otro cubil. Los cuernos sonaban una y otra vez… ZRUUUUM, ZRUUUUUUUM, ZRUUUUUUUUUUM… Tres toques, retirada y petición de refuerzo. Luego, los cuernos se partían y el lobo seguía con su caza.

Hasta que llegó ella.

Lilith hizo acto de presencia, alzando su hermoso rostro confeccionado por las tinieblas. En su mano derecha, el cráneo de Terror; en la izquierda, la cadena con la que sujetaba a Morbius en torno a su cuello y brazos. Los arrastró hasta el gran lobo negro, que defendía el cuerpo abatido de Belladonna. Un reencuentro de viejos enemigos que fueron aliados brevemente y ahora solo querían destruirse: ese era el resumen perfecto de la inmortalidad de Lilith.

—Oh, licántropo, veo que has acudido a las sombras —murmuró Lilith. El lobo rugió. Ella se concentró en el cadáver¬—. Apesta a hechizos para que esa vidente no se consuma…

Rex mostró unos colmillos gigantescos, enrojecidos por la sangre de los trasgos abatidos.

—Rex no ha aceptado la muerte de Belladonna —musitó Morbius. Notaba que la garganta le ardía.

El lobo les aulló como si la tierra se abriese bajo ellos, como si fuera Fenris, el destructor nórdico. Quería acabar con ellos, con el mundo… Si Belladonna no vivía, nadie merecía hacerlo.

Hubo una leve carcajada que se ahogó en una tos, seguida de unas palabras balbuceantes:

—El amor es así —filosofó Terror. Enarcó una ceja. Pus virulento salió de una de sus arrugas—. ¿Qué haces cuando te tiras a la mujer más buenorra del mundo y se muere? —Hizo una pausa, esperando alguna respuesta que acabó ofreciendo él—. Pues la metes en un frasco, como los pepinillos.

El lobo que fue Rex pegó una dentellada al aire. Lilith hizo un amago de tirarle un hueso, pero dicho hueso era la cabeza de Terror.

—¡EH, PERRA! ¡NO ME HAGAS ESTO! —gritó Terror.

Lilith soltó una carcajada.

Morbius intervino:

—Le he traído porque le vamos a necesitar en nuestro camino hasta Blade —dijo. Lilith se pasó una lengua por sus labios, cavilando—. Si Rex fue capaz de llegar hasta la Llave, será capaz de llegar hasta Blade.

La mirada blanquecina de Lilith lo apuñaló.

—¿Y por qué querríamos a Blade?

Un par de aullidos. Un pequeño troll se lanzó contra el licántropo. Pobre de él…

Morbius replicó a Lilith, mientras el lobo mataba al troll:

—Porque sé que estás cansada de esconderte, como todos nosotros.


TRES

El Maestro dio una palmada. Fue suficiente para que todos sus súbditos envainasen sus armas al mismo tiempo, como si lo tuviesen ensayado. “Son fieles hijos de su padre”, susurró Drácula en su interior. La sonrisa amarga del Maestro no se desvaneció

—Los Ángeles saben el porqué que tú te estás preguntando, Drácula —contestó el Maestro levantándose de su trono y descendiendo los escalones hasta su rival—. Tú te preguntas: “¿por qué no me ha matado todavía el Maestro?”. Has usado esa pregunta para cuestionarme ante mis hermanos. Crees que ellos empezarían a murmurar a mis espaldas: “El Maestro se apiada del gran villano”, “El Maestro no cumple con su real cometido”, “El Maestro no sabe empuñar a Azrael”…

El Maestro desenvainó la Espada de Azrael y cortó el aire con ella. Dio un salto, acercando el filo al cuello de Drácula. El conde intentó retroceder, casi por instinto, pero los Ángeles lo retuvieron.

—Has danzado demasiado tiempo en la sombra, Drácula —dijo el Maestro—. Ya piensas en el delito de la traición como solo la sombra lo hace. Ya piensas que mis hombres son como tus monstruos… Oh, enemigo mío, pero eso nos diferencia: la lealtad. Mis hermanos me son fieles, vosotros sois falsos porque sois monstruos. He ahí la realidad.

Los ojos de Drácula brillaron con pura malicia, relampaguearon. ¿Podría utilizar su magia hipnótica?
Bajo la petición de un ademán del Maestro, dos guardias le clavaron agujas en los ojos a Drácula. Gritó mientras la ponzoña se liberaba de las puntas afiladas.


CUATRO

El lobo Rex se precipitó contra un basilisco que cayó desde las alturas. Otro duelo más, otra muestra de furia, sangre, dolor y muerte. Eso dio más tiempo a Lilith para enfrentarse a Morbius, mientras Terror musitaba:

—Se llama Rex y es un licántropo. Rex es nombre de perro. Vaya, nunca me había fijado en esa ironía vital… Hay que ver cómo es la vida.

El basilisco retrocedió, agitando su cola de cascabel contra el hombre lobo, mientras Terror le seguía sacando significados metafísicos.

—Podría coger la Llave que has recuperado y enviar a ese lobo al infierno —dijo Lilith tirando de los grilletes de Morbius.

Su adversario negó con la cabeza.

—No te he contado todo.

Los ojos de Lilith refulgieron.

—¿Qué no me has contado?

Morbius tomó su tiempo. Llevaba mucho tiempo pensando en aquella historia como para ahora fastidiarla. Murmuró:

—No te he contado que ya le he dado esa Llave a otro que ha emprendido la última parte de este viaje —respondió Morbius. En ese instante, el licántropo arrancó uno de los ojos del basilisco y la sangre les salpicó—. Blade no está en este mundo. —Lilith se le acercó, enfurecida—. Necesitamos a ese guía con la Llave para llegar hasta él.

Y a Rex para detener a los tipos de los que se rodea ahora Blade. Y a ti, Lilith, para suponer una amenaza contra su reina. —Morbius tragó saliva—. Y a mí para unir las piezas.

Lilith atrajo a Morbius hasta sí, deseosa de matarlo a golpes. Sus garras negras brillaron. Sería muy fácil despedazar a aquel ser. Antes, le dijo lo que ella ya sabía:

—Blade está muerto.

Terror carraspeó y dijo:

—He estado escuchando, por cierto… ¿A mí no me necesitáis para nada?

Morbius ignoró a Terror y contestó a Lilith:

—Blade está vivo. —Lilith no se creía todo aquella, ni por asomo—. Forma parte de la comitiva de un clan monstruoso que vaga en la oscuridad. —Alzó el rostro—. Sigue vivo, para bajo las órdenes de una vampiresa en la que se han reencarnado todos los poderes demoníacos antiguos.
Aquella idea pareció divertir a la mujer de los ojos de sangre.

—¿El cazador de vampiros siendo amiguito de vampiros?

Morbius señaló a Lilith y a sí mismo:

—Con ciertas diferencias, si nos fijamos en nosotros mismos y en él, no sería la primera vez que

Blade cruza la línea.

Un golem asestó un puñetazo a Rex, pero el licántropo volvió al contraataque antes de que su rival se recuperase de la última dentellada. El golem intentó asfixiar a Rex usando el cadáver del basilisco como soga, pero no sirvió para nada.

A poca distancia, Morbius susurró:

—Blade no fue ejecutado. Fue otro.

Lilith levantó la voz:

—¿Te crees que voy a creerme eso? ¿Me dices que esa vampiresa ha sido capaz de cambiar a Blade por otro al que ejecutó el Maestro?

Morbius asintió.

—Tan poderosa es.

Lilith murmuró:

—Ja, sí… ¿Y quién es?

—Su nombre es la Creadora.

Y Lilith, la Madre de los Escalofríos, sintió uno, el primero en muchísimos años.


CINCO

Drácula se hubiera puesto en pie y le hubiera arrancado la yugular a aquel miserable Maestro. “Deseos, siempre me dejo llevar por los deseos. Ese es mi problema”, pensó. Estaba demasiado débil y la espada estaba demasiado cerca de su cuello como para intentar algo.

—Si te matase, podría enviar un mensaje a todos los que te apoyaron, ¿no? —preguntó el Maestro contemplando el reflejo de Drácula en la pálida hoja de su espada—. Mató al rey de los vampiros, con ello mató a todos los chupasangre, mató a la vil y poderosa raza de los que bebedores de escarlata… —Valoró la propuesta—. Sería un buen mensaje.

La punta de la espada marcó el cuello de Drácula. Una gota de sangre negra resbaló por él tiñendo la vaga túnica roída con la que se cubría el otrora conde. Si seguía hundiéndola, se cumpliría el augurio del Maestro.

—Pero no es el mensaje que quiero dar… aún —dijo el Maestro. Otra vez volvió la sonrisa melancólica a su rostro. Miró a los Ángeles—. Aniquilaré a todos los monstruos y dejaré para el final a los vampiros. —Levantó su arma—. No obstante, fueron ellos quienes me trajeron hasta aquí y si ellos empezaron esto, ¡ellos lo terminarán!

Los Ángeles prorrumpieron en una breve oración en latín y el Maestro la disfrutó como si fuera éxtasis. Drácula observó cómo el Maestro apartaba la espada.

—Mi familia fue masacrada por vampiros, puede que tú estuvieras entre ellos… Siempre lo he pensado —dijo el Maestro—. Convertidos en monstruos, yo tuve que matarlos con mis manos y juré que viviría hasta matar al último monstruo. Y así será. Lo prometo.


SEIS

Rex continuó sembrando la muerte entre sus rivales, los pocos sobrevivientes de la Armada de los Monstruos de Drácula, los cuales habían viajado hasta otro mundo a través de la Llave, para solo encontrar una dolorosa muerte bajo las fauces del licántropo.

—Y si me uniese a ti para ir a por Blade y regresar al mundo (cosa que no estoy diciendo que vaya a hacer) —empezó a decir Lilith a Morbius—, ¿cómo harás que ese licántropo entre en razón?
Morbius miró al licántropo. Pegó un silbido. De pronto, el lobo miró a Lilith, Terror y Morbius. Rugió de nuevo.

Terror susurró:

—Agradezco no tener cuerpo ahora, porque me estaría cagando de miedo.
Lilith carraspeó. ¿Morbius estaba loco? Aquel licántropo acabaría con ellos como había acabado con dos docenas de sus seguidores en tan solo media hora.

Morbius empezó a chillar:

—¡REX! ¡TENGO UN MODO DE QUE TU BELLADONNA VUELVA A LA VIDA! —Rex se abalanzó hacia él. Iba a matarlos. Lilith ya se preparaba para contraatacar y…—. ¡LA CREADORA A LA QUE VAMOS A BUSCAR ES CAPAZ DE ELLO!

Terror observó con asombro como el licántropo se detenía un segundo, pero luego pateó el suelo, como si fuera a tomar impulso.

—Oh, ya veo, Morbius, recurres a mentiras —farfulló Terror y soltó una carcajada.
Morbius negó.

—No miento. Es lo que se dice. La Creadora da la vida.


El licántropo Rex comenzó a trotar contra ellos de nuevo, dispuesto a matarlos.

—¡No parece que ese cabrón esté de acuerdo! —gritó Terror.
Lilith tiró de la cadena. Morbius se fue hacia delante, a cuatro patas. Lilith se lo estaba sirviendo al lobo en bandeja, dispuesto a que fuera el primer plato y ella pudiera huir.

—¡No parece que Rex te crea, Morbius! —dijo Lilith esperando que Rex matase a Morbius en un instante.
Pero el licántropo se tambaleó… y cayó de bruces.

Lilith quedó sorprendida.


Las criaturas de la Reina de las Sombras empuñaron sus armas para despiezar al lobo antes de que despertase.

—Haz que paren —pidió Morbius—. Esto estaba planeado.
Lilith detuvo a su horda para escuchar una explicación de Morbius:

—Usé un veneno que se reactiva si la víctima va a atacar a su envenenador —respondió—. Se le irá el efecto, pero para entonces ya estaremos en los reinos de la Creadora, buscando a Blade.

Lilith se quedó pensativa un buen rato. Luego, dio un aplauso a Morbius.


SIETE

Cuando se preparaba de nuevo la tortura, Drácula tembló para luego revelar una risa y dijo al Maestro:

—Es eso, ¿no? Ese es el gran problema.

El Maestro levantó una ceja.

—¿El gran problema?

Drácula señaló al Maestro:

—Respirar… Respirar para siempre —contestó.

El Maestro convirtió sus ojos en dos ranuras apagadas.

—La vida de los humanos tiene sentido porque cualquier latido podría ser el último —dijo Drácula, sonriente—. Se afanan en amar, llorar, reír, obedecer…, porque saben que su tiempo es finito, porque algún día estarán muertos. Los inmortales somos diferentes.

El Maestro le dio la espalda.

—No soy como tú.

Drácula no dejó de señalarle.

—Me han matado muchas veces y sigo volviendo: soy inmortal —replicó—. Tú no mueres hasta que los monstruos perezcan: eres inmortal. Somos iguales.

Los Ángeles estuvieron a punto de castigar a Drácula por la insolencia, pero el Maestro les detuvo con un gesto. Miró de reojo a Drácula.

—Tal nimiedad no nos hace semejantes.

Drácula escupió un poco de sangre y dijo:

—¿Tú crees?

El Maestro se encaminó a ocupar de nuevo su trono.

—No lo creo. Lo sé.


OCHO

Se celebró un breve consejo entre los monstruos que habían caído bajo la Espada de Azrael y servían a la Reina de las Sombras. En algún punto, Lilith se debió volver una fiel gobernante, porque pensaba que era justo luchar por aquellos seres y hacer que volviesen a la vida cuando ella no tenía motivo por el que hacerlo.

Los monstruos argumentaron durante horas, pero Lilith los acalló con un grito.

Utilizando las artes de un nigromante que vestía con huesos de animales, se reavivó el cuerpo mezclado de un orco, un zombie y un mortal. Luego, se puso el cráneo de Terror y esté volvió a tener un cuerpo.

—¿Por qué? Ahora podría cargarme a todos vosotros —dijo Terror deleitándose con su nuevo cuerpo.

Lilith lo señaló con calma.

—Necesitamos carnaza y ese hechizo te hace fiel a tu última asesina, asqueroso saco de gusanos —dijo Lilith sonriente.

—Serás hija de… Drácula…

Mientras Morbius se recuperaba y contemplaba aquella escena, ya sin sus cadenas, empezó a chillar en silencio a su guía, el cual debía esperarles ya para emprender la marcha hacia el reino de la Creadora. La huella psíquica, el resplandor, funcionaba.

—¿Estás seguro de lo que vamos a hacer, Morbius? —preguntó Lilith.

Morbius respondió:

—Es lo único que nos queda: recuperar la vida y acabar con los ángeles que nos las arrebataron.


NUEVE

Dos Ángeles agarraron a Drácula por los hombros, preparados para lanzarle de nuevo al foso de luz.

—¡Has comprendido el gran problema de tu promesa, Maestro! —dijo Drácula con una horrenda sonrisa en su cara—. Pensaste, cuando hiciste la promesa, que era Dios el que te había escuchado, pero fue algo peor, fue algo peor que el demonio. Alguien te coincidió dicho poder para hacerte inmortal, para jamás morir.

El Maestro apretó sus manos en la empuñadura de la espada.

—Si los monstruos siempre volvemos, nunca morimos, tú siempre vas a ser inmortal —dijo Drácula y volvió a reír—. Aunque tengas tu dichosa Espada de Azrael. Siempre volveremos.

El líder de los Ángeles movió su espada, rasgando el aire entre el trono y él.

—Por eso emprendiste la búsqueda de la Espada —dijo Drácula con auténtica mezcla de furia y sorna—, porque querías terminar de alguna forma con una inmortalidad que ya no deseas. ¡Quieres morir!

El Maestro clavó la espada en el suelo e hizo gestos a sus Ángeles. Uno por uno se acercaron a Drácula. Cada uno portaba hierros candentes con los que marcar al vampiro.

—¿SABES QUÉ ES LO PEOR? ¡QUE NUNCA TENDRÁS LO QUE DESEAS! —chilló Drácula.

El primer hierro le abrasó la cara. Luego vino otro.

El Maestro alzó la voz:

—¿Esto es todo, Drácula?

Otro hierro candente y otro.

Sangre y más sangre.

—¿Esto es todo lo que tienes, Drácula?

El Maestro señalaba ahora al vampiro, retorciéndose por los hierros.

—¿Querías hacerme enfadar para que te matase y acabase con tu sufrimiento? —preguntó el Maestro estrechándose las manos—. No, vil alimaña. —Sonrió—. Te preguntas por qué no te he matado todavía, por qué parece que he entablado una tregua contigo, y sigues sin entender lo más importante. No te he matado aún porque yo sea piadoso, sino por todo lo contrario. Tú no me mataste en todo este tiempo ni chocamos porque sabías de mí y querías hacerme sufrir. —Sacó su espada de la piedra y observó con su hoja al vampiro—. Ahora yo voy a hacerte sufrir y has sido lo suficientemente mezquino para que yo esté así, sometiéndote a esta condena, ¡durante eras y eras! Y como soy inmortal, puedo resistirlo. —Miró a los Ángeles—. Practicad con él todas las formas de castigo que almacenamos en la biblioteca de torturas. Todas y cada una, de menor a mayor dolor, aguardando a la hoguera como última instancia… Sed justos con la justicia que él impartía, pero dejadle descansar entre cada una. Quiero que nos consagremos. Y lo haremos.

Los alaridos de Drácula fueron la respuesta.


DIEZ

Más allá de los volcanes de vómito ígneo y cerca de las ciénagas de los huesos, Morbius, Terror y Lilith se reaparecieron. Un gusano de hueso llevaba a Rex, dormido y atado junto al cadáver de Belladonna. En el horizonte, líneas de fuego se dibujaban

—¿Queda muy lejos? —preguntó Terror como si fuera un niño que le pregunta a sus padres cuánto falta para volver a casa.

Morbius respondió:

—A un par de mundos de distancia.

El viaje se hizo tan difícil que el gusano acabó abandonando la comitiva y Rex quedó a la deriva, al igual que su hechicera. Terror tuvo que encargarse de cargarlos.

Lilith avanzó hacia Morbius.

—¿Y dónde está tu guía?

Hubo un grito en la oscuridad. Un fuego se acercaba como un cometa ardiente.

—Apesta a quemado, joder —se quejó Terror—. Es como aguantar al puñetero Motorista Fantasma.
—Ahí está —replicó Morbius.

Y, entonces, vieron el corcel de fuego avanzando con un jinete que portaba en sus manos una llave, pero no era una cualquiera, era La Llave.


—Un placer volver a veros —dijo el Jinete Fantasma y acarició el ala de su sombrero de fuego.

Terror dio una palmada de sorpresa.

—¡Este hijo de puta sigue vivo!

El Jinete rugió una llamarada.

—Más o menos.

Morbius miró a Lilith.

—Como nuestro guía, el Jinete ha encontrado ya a la Creadora y nos conducirá hasta ella.

El Jinete señaló hacia arriba, donde estelas ocres dibujaban nubes de tormentas de fuego y nebulosas hechas de estrellas nunca vistas.

—Allí nos aguarda el destino.

Cayó un rayo.

Se había roto la tregua.


Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)


No hay comentarios:

Publicar un comentario