Blade nº17


Título: Tempestad. Arco III: LA MUERTE DE LOS MONSTRUOS.
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Marta Deer
Publicado en: Enero  2017

La historia es ya leyenda: Blade el Cazador de Vampiros ha sido ejecutado por el Maestro de la Hermandad de los Ángeles, pero algunos antiguos compañeros piensan que sigue con vida, aunque muy lejos de las sombras. ¿Adónde les conducirá ese viaje? Al lugar que menos esperan. ¡Sigue leyendo!
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.

Creado por Marv Wolfman y Gene Colan

 




UNO
TIEMPO ATRÁS, EL DÍA DE LA EJECUCIÓN DE BLADE

La oscuridad era pesada y densa como el óleo. Cualquiera podía perderse o hundirse en ella, como si un mar de negrura le hubiera ahogado. Y entonces prendió, con una breve esfera de luz, una antorcha.
Como si fuese una reacción instintiva, el prisionero se agitó, haciendo tintinear sus grilletes y liberando un quejido que se había atragantado en su garganta. Su rostro, deformado por las heridas sangrientas de la tortura, miró hacia la luz y encontró a tres Ángeles de la Mañana Silenciosa, observándole tras sus máscaras ceremoniales de plata.

—El Cazador de Vampiros —dijo uno de los Ángeles al preso—. Blade.

El reo abrió la boca para farfullar algo, pero solo emergió un hilillo de sangre espumosa. Esa fue la respuesta perfecta para resumir cualquier otra.
El Ángel que había hablado, el que sostenía la luz, se quedó contemplando al cautivo durante un largo rato, sin decir nada, hasta que al final las palabras le pesaron y habló:

—Muchos Ángeles de la Mañana Silenciosa rompieron su lealtad total hacia la Orden con pensamientos lo suficientemente estúpidos y necios como para ser pronunciados en alto —habló. A

Blade solo le faltaba que aquel ingenuo imbécil empezase a hablarle de votos de castidad—. Muchos de mis compañeros, algunos muy buenos soldados, hablaban de ti, Blade, el Vampiro Que Ha Visto La Luz Del Día. Bonito título, muy lleno de mayúsculas cuando se escribe, muy lleno de estupidez cuando se pronuncia en alto.

Blade consiguió, con mucho esfuerzo, decir algo que vagó entre sus dientes rotos:

—¿A qué… has venido? —Tomó aire no sin sentir que este le quemaba por dentro—. ¿A regodearte… en tus recuerdos? —Tosió una flema sanguinolenta—. No me interesan.

El Ángel miró a sus acompañantes, a un lado y a otro, como si quisiera ver sus reacciones tras sus caretas, como si quisiera una mirada cómplice, igual que un matón que ha recibido una respuesta de su víctima y busca sostén en su pandilla. Exactamente igual.

—Blade —dijo—. No interesa lo que tú quieras ahora, tú ya eres un hombre muerto. El Maestro así se ha pronunciado —agregó con cierta sorna el Ángel—. Lo que quiero es eximir los pecados de mis hermanos diciéndote lo que realmente eres, levantando con mi voz la voz de todos los Ángeles.

Blade cerró los ojos. La mente le daba demasiadas vueltas como para escuchar a aquel montón de escoria hablándole sobre redención y pecados.

—Muchos Ángeles pensaron que tú eras parte de la cruzada contra los monstruos —habló el Ángel. Negó con la cabeza—. Yo jamás. —Lo comentó con orgullo, alzando su cabeza—. ¿Cómo podía pensar eso si tú también eras un monstruo? —Chistó brevemente—. En algún momento, ese grupillo de insolentes se acercó demasiado al Maestro y el Maestro decidió valorarte por sí mismo (así es su sabiduría, así es su misericordia). Él te vigiló y supo de ti.

Blade levantó el rostro, esperando algo más. Quizás un golpe, puede que una falsedad.

—¿Estoy aquí para soportar la espeluznante visión de cómo lames las botas de tu amo? —preguntó al Ángel.
Este acercó la antorcha al rostro de Blade, como si estuviese dispuesto a quemarlo con ella. El otro le hubiese empapado con gasolina para verlo arder.

—Estás aquí para ser ejecutado —contestó el Ángel como si fuera lo más lógico del mundo. Resonó cruel.

Blade miró sus cadenas y musitó con ironía:

—No me lo imaginaba…

El Ángel apartó la antorcha y se deleitó con su visión, con el leve baile del fuego, tal y como lo haría un pirómano en medio de la espesura del Amazonas.
—Solo era cuestión de tiempo que el monstruo venciese en ti, Blade —continuó el Ángel. Sus ojos rozaron una de las ascuas, con la fascinación de un enfermo—. Para mí siempre fuiste un monstruo matando a otros monstruos, pero tarde o temprano, serías fiel a ellos y no a los cazadores, con aquellos que acabamos con esos viles seres. La sangre traiciona. —Blade recordó al pirómano de aquella novela que tanto le gustaba a uno de sus mentores, Apocalipsis. Aquel tipo se quemaría a sí mismo con tal de disfrutar de su enfermedad—. Eso te impide unirte a nosotros, eso hace que al final debas morir ejecutado, eso hace que seas lo que realmente eres: un monstruo. —El rostro plagado de hematomas se reflejó en la máscara de plata del psicópata. Era como si una bestia le devolviese la mirada a otra. El sueño de Nietzsche—. Y, por fin, toda la Orden de los Ángeles de la Mañana Silenciosa lo sabe. ¡Todos! —Parecía que iba a echarse a reír—. Y tú ahora sabes que lo sabemos. —Su voz tronó—: Así se redime el pecado.

El Ángel contempló a su acompañante, a la derecha, un ser alto y corpulento. Luego al de la izquierda, algo más bajo. Los tres asintieron con la cabeza ante Blade.
Después, se los tragó la sombra.



DOS
Blade fue transportado hasta la sala principal del templo de los Ángeles de la Mañana Silenciosa.
Le pusieron un saco negro en la cabeza y le hicieron avanzar a trompicones. De vez en cuando, los guardas sacaban al lado de sus oídos las espadas y sables, para que pensasen que su hora se había acelerado más de lo esperado. Una y otra vez.
Cuando lo oyeron gritar y farfullar, el Maestro pidió que le quitasen la bolsa. Quería ver a Blade, ¿cómo podía aullar aquel cazador como si fuese una víctima? Bueno, claro estaba, era una víctima al fin y al cabo. La careta de Blade había caído.
Miró al rostro de aquel cazador y vio, pese a las heridas, cómo su amenaza estaba allí, luchando por respirar, suplicando por su vida.

—Siempre pensé que morirías con algo más de dignidad —dijo el Maestro sin disimular el asqueo en su severo rostro, como el de una estatua antigua de un conquistador.
Inmortal como era, el Maestro mismo había visto a lo largo de la historia como grandes guerreros se habían convertido en niños asustadizos cuando la Muerte avanzaba hacia ellos portando su final. ¿Las lágrimas no habían resbalado por las mejillas de Alejandro antes de despedirse del mundo? ¿Julio César no aulló cuando la primera daga atravesó su espalda? ¿No se desangró Kahn antes de irse? ¿No apestaba Napoleón antes de cerrar los ojos? Todos eran niños penosos ante sus ojos.

—Terminemos ya la danza de la muerte —anunció.

Los Ángeles empujaron a Blade contra el tocón y le cortaron la cabeza.


 
TRES

Blade abrió los ojos cuando debía estar viendo la cesta donde yacía su cabeza decapitada, pero lo que encontró fue un firmamento oscurecido por la tormenta.
Miró hacia detrás, a sus dos captores. Lucían las capas blancas, pero ya no tenían las máscaras. Había un hombre de un severo rostro pálido y gesto de asco, y luego había una chica pálida con cabellos negros. Ambos debían estar muertos.

—Heinrich —musitó Blade. ¿Era aquello una fantasía acaso? ¿Había caído en el viaje místico de algún loco como el Hermano Vudú o el Doctor Extraño?—. El vampiro nazi.
El hombre lució una sonrisa, la misma con la que había intentado encandilar al mismísimo Cráneo Rojo.

—Ahora estoy con otra clase de führer, pero sigo odiando a los de tu calaña, cazadores y negros —contestó—. No obstante, mi ama va a dejarte un par de cosas claras. Te odio tanto…
—Sentimiento compartido, hijo de perra —replicó Blade. Sus brazos se tensaron. Podría hacer algo si…

Heinrich ladró y sonrió.

Blade se tambaleó. Estaba débil.

La joven se acercó a Blade.

—Anna Molly —dijo Blade. Aquello debía ser un sueño. Aquella cría había perecido—. la niña que murió, la que empezó todo esto…
La joven asintió con la cabeza. Sus ojos brillaban como breves estrellas antes de morir.

—Soy yo.

—Moriste.

—Y renací.

La sonrisa de la cría fue la más inquietante que Blade había visto nunca, incluso por encima de la que poseía el maldito Drácula.

—Hemos estado siguiendo tus pasos todo este tiempo, Cazador —dijo la niña¬—. Hemos estado esperando la oportunidad de traerte de vuelta a casa. —Señaló hacia un valle con líneas refulgentes trazadas en complicados símbolos—. Te hemos liberado y ahora nuestra madre desea verte.

Las palabras ahogaron el pensamiento del cazador.
Blade negó con la cabeza.

—Estoy cansado de tener que inclinar la cabeza ante gente que cree que le debo algo.
Heinrich puso cara de odio. Es decir, un poco más de la cara de rottweiler pulgoso que poseía.

—¿Así nos pagas haberte liberado?

Blade rugió al nazi.

Anna Molly apoyó su mano en el pecho de Blade.

Una extraña sensación se extendió por el cuerpo del cazador. ¿Qué veneno era aquel?

—A mi reina sí le debes algo, pero antes debes volver a verla, Blade.

—¿Volver a verla?

—Ya la conoces, claro. Por eso, la Creadora te espera.

Mil truenos parecieron liberarse alrededor del portal mágico en el que se adentraban. Mil tormentas estallaron en un innumerable baile de la matemática eterna de la magia.



CUATRO

Una hora antes, el Ángel de la Mañana Silenciosa que portaba la antorcha retrocedió dejando a Blade malherido.

—Hora de llevarlo ante el tocón y arrancarle la cabeza —dijo.
Su acompañante, el corpulento, hizo algo inesperado: le dio una patada en las rodillas haciéndolo caer de bruces.

—¿Qué? —musitó el Ángel de la antorcha intentando usar su linterna como arma, pero la perdió y se apagó.

Antes de que pudiera decir algo, el otro Ángel posó sus manos en su rostro. Quiso chillar, pero en las mazmorras nadie podía escuchar sus gritos de auxilio.
Heinrich se alegró de ver cómo Ana cambiaba el rostro de aquel Ángel hasta transformarlo en una copia exacta de Blade. Ambos respiraron con calma debajo de las máscaras de Ángeles.

—Que comience la parte dos del plan —dijo Heinrich disimulando el acento alemán—. Mi parte favorita.

Blade se esforzó en entender la escena.

—¿Qué…?

Con sus puños, Heinrich golpeó a Blade para dejarlo inconsciente. Lo consiguió. No podían arriesgarse a que el cazador montase una escenita en el cuartel general de los Ángeles. Anna Molly no compartía la forma de actuar, pero era la mejor manera de lograr sus fines.

—Hora de marchar y dejar al nuevo Blade en su celda. Los otros Ángeles vendrán a por él en breve —profetizó Ana.

Aprovechando los túneles y las alcantarillas, Anna Molly y Heinrich se llevaron a Blade.


CINCO

El portal les había transportado lejos, a un mundo propio escondido dentro de aquel infierno forjado por los Ángeles.
Anna Molly les condujo por pasajes secretos de la ciudad. Nadie se fijaba en ellos en aquellos lugares. Descendieron por túneles y atravesaron estaciones de tren abandonadas para los mortales. Habían forjado su reino secreto en medio de ninguna parte y disfrutaban de él. Cada uno de los tipos allí concentrados había forjado su propia vida. Y todos tenían ojos rojizos, ojos de vampiro.

—¿A qué es como estar en una reserva natural de los seres que has buscado aniquilar durante años y darte cuenta de que no tienes rifle? —preguntó Heinrich a Blade.

—No me hace falta ningún rifle —dijo Blade—. Ven, deja que use mis manos contigo, ¡deja que te mate y…!

Ana le devolvió una sonrisa que le hizo enmudecer.

—Drácula ha ascendido junto a los monstruos —dijo Anna—. El Maestro ha ascendido junto a los Ángeles. —Negó con pesadumbre—. La Creadora aprovechó a los que merecían sobrevivir al apocalipsis, ya que el mundo se acercaba a un final asegurado.
Heinrich obligó a Blade a seguir caminando por el estrecho pasaje de lo que parecía ahora un sótano o un callejón sin salida.

—Nadie valoró que una tercera forma estuviese ascendiendo desde la oscuridad —dijo Anna—. La Creadora es la única fuerza que no ha buscado la autodestrucción. —Su voz resonaba por los amplios espacios—. Sus vampiros le somos leales, porque sabemos que es una madre para nosotros. —Los ojos vivaces de Molly se fijaron en él—. Y ella desea encontrarte Blade, lo ha deseado desde hace mucho.

Blade continuó caminando tras la adolescente. Pensar en aquella niña le suponía recordar cómo había empezado aquel caos. Él la dio por muerta, pero ahora resultaba que seguía viva y coleando, que era una vampiresa.
Una puerta blindada fue abierta por Heinrich y siguieron bajando por una escalinata. A cada paso que daba, Blade se convencía de que no se uniría a aquellos dos dementes y a los que llamaba la Creadora.

Después, cuando la escalera concluyó en una sala abierta e inmensa, un círculo esperando ser colmado, se dio cuenta de que había muchos más en juego. Docenas y docenas de vampiros que jamás había visto, esperaban a alguien situado en el centro, alguien que alzó la mirada nada más verlos y que desprendía luz.
Era una mujer envuelta en una capa de terciopelo oscuro. Su rostro estaba oculto por una hermosa máscara veneciana con detalles y arabescos rojizos y negros. Era la Creadora.

—Madre es misericordiosa y madre te lleva esperando todo este tiempo —dijo Ana.
Blade siguió caminando, mientras los vampiros le abrían paso para que se reuniese con la Creadora.

—Dime, Ana —muitó Blade—. ¿Nunca has lamentado la posibilidad de haber muerto sin tener que volver convertida en una maldita vampira?

Ana miró un instante a Blade, con unos ojos gélidos que no eran humanos.

—Nunca lamentaría la posibilidad de haber descubierto que mi existencia tenía un propósito —dijo, orgullosa.

Heinrich contempló a sus camaradas con una sonrisa, apretando los dientes mientras obligaba a Blade a subir los escalones hasta la Creadora.
En el trono, estaba la mujer que derramaba luz como si fuera una supernova corpórea, como las elfas de los cuentos de hadas. ¿Cómo los vampiros soportaban aquella luz que hacía llorar a Blade?

—Bienvenido —dijo la Creadora a Blade.

Molly hizo que Heinrich se detuviera, aquel encuentro pertenecía a la Creadora y a Blade.

—Corta el rollo —le dijo Blade a la Creadora—. Tú y yo sabemos que no me voy a unir a ti y a tus monstruitos. —Gruñó—. Estoy cansado de unirme a monstruos. No me ha servido para nada. Se me da mejor cazarlos.

La Creadora se llevó las manos hacia su máscara. Todos los vampiros parecieron sorprenderse. Un murmullo se alzó como las alas de un buitre cuando descubre que los cadáveres se han terminado. Blade supo que la Creadora nunca había mostrado su verdadero rostro hasta entonces.
Heinrich estuvo a punto de soltar una palabrota cuando vio el color de la piel de la Creadora, pero Anna Molly lo acalló con un codazo.

Blade se quedó observando aquella cara que transmitía un remanso de paz. Lucía ojos brillantes como nebulosas a punto de estallar. Unos labios con una sonrisa triste y una piel oscura como la del propio Blade. Era una visión que había tenido en muchos sueños, con la que había cavilado mucho tiempo, el rostro de las víctimas que vengaba cada vez que mataba a un vampiro. Era el rostro que le había hecho iniciar la caza mucho tiempo después.

—Hijo mío —dijo la Creadora.

Blade solo pudo susurrar:

—Madre.


SEIS

Siguiendo las órdenes de la Matriarca, Ana reunió a los vampiros de su clan para conversar sobre los próximos movimientos y obligó a Heinrich a callar (estaba farfullando que él no sabía que la Creadora era negra). Al final, en el centro del corazón del mundo de la Creadora, solo quedaban Blade y su madre.

—Esto es imposible —se pronunció Blade. Notaba que algo muy profundo se había roto en él—. Es un truco. Igual que hiciste que aquel guardia se convirtiera en mí para ser ejecutado, tú has tomado el rostro de mi madre.

La Creadora sonrió, afable.

—Memorizaste mi rostro en cada foto que las chicas del burdel donde te criaste tenían de mí —dijo su madre—. Nunca pensaste que pudieras volver a encontrarlo lejos de una foto.
Blade alzó su mano, pero esta se detuvo como si hubiese golpeado una pared invisible.

—Eres una mentira.

La Creadora le miró y le dijo:

—No lo soy.
Una de sus manos se acercó al rostro de Blade. Él la intentó alejar, pero ella logró tocarlo y él se removió, agitado, furioso. Unas imágenes fueron surgiendo en torno a la mente de Blade. Vio a su madre teniéndole, vio a su madre muriendo, vio a su madre resucitando…
 


—Envenenada por el mal vampírico, morí —dijo su madre—. Mis restos fueron enterrados o lanzados a los vientos… —Imágenes turbulentas continuaron brotando en la cabeza del cazador—. No los recuerdo, pero un viejo ritual vudú para convocar a una fuerza creadora me atrajo y me transformó. —Una sombra ígnea surgió de la nada—. Unida al mal vampírico y a las ansias de venganza, me transformé en aquello que querían los que me convocaron y yo a su vez los transformé a ellos. —Señaló hacia dos hermanas de pelo blanquecino que se habían convertido en estatuas. Debían ser las que hicieron el ritual—. Ahí las tienes. En mi reino hay lugar para todos los que puedan abrazar la idea de crear y no de destruir.

Blade no pudo decir nada, la caricia de su madre lo paralizaba.

—Te preguntas el motivo por el que no volví a por ti cuando deberías saber que mi regreso ha sido demasiado reciente, Blade —dijo la Creadora—. ¿Cómo podía ambicionar volver a encontrarme contigo si todavía no existía? —Sonrió—. He creado a nuestra familia para poder reunirte conmigo y alejarte de la violencia. No podía permitir que Drácula o el Maestro te matasen a ti, a mi verdadero hijo.

Blade rehuyó a su madre. Las palabras se arremolinaban en su pensamiento.

—Quieres expresar tu confusión, tu odio, tu rabia —le reveló la Creadora—. Pero ya has pasado por esto, Blade, ya sabes lo que es descubrir que viejos amigos regresen convertidos en otros seres. —Su voz se hizo más poderosa—. ¿Por qué debe ser siempre para mal? ¿Por qué no puede ser para bien? ¿Por qué no puede ser el reencuentro de una madre con su hijo? Erik, no permitas que la rabia ensombrezca tu corazón.

Blade contempló a la Creadora, pero solo podía ver a Tara Brooks, su madre.

—¿Qué quieres de mí?

La Creadora dio un paso hacia él y lo envolvió en sus brazos.

—Te quiero a ti, Erik. Siempre te he querido.



SIETE

Durante las siguientes horas, Blade aprendió todo de las fuerzas de la Creadora y cómo estas movían su propio mundo. Aprendió de su utopía pacífica y de cómo frustraban los planes de Drácula y el Maestro sin que estos lo supieran. Aprendió también mil maneras distintas de destruir aquel lugar desde dentro y huir, pero bastaba una sola mirada de su madre para detenerlo.
Apartado de aquella comuna, sentado entre las sombras, vigilante, el cazador esperó sin saber si él era la presa.

—Es complicado cambiar —dijo una voz tras él.

—No estoy para conversaciones existenciales —contestó Blade.

Anna Molly se sentó a su lado.

—Pero yo sí —dijo. La calma continuó durante un rato—. Cuando era humana, siempre soñé con cambiar hasta que al final pude hacerlo. —Sus cabellos negros flotaron, como los de la ensoñación de las damas de Poe—. Ahora lo agradezco. Cada año de mi vida como una mortal, no valieron ni un instante de lo que ha valido ser durante un solo segundo una vampira.

Blade golpeó la columna más cercana. La palmada resonó por toda la balaustrada.
Los ojos de Blade prendieron como brasas.

—Soy un cazador y acabó con monstruos como vosotros.
La voz de Ana brilló.

—¿Y por qué? ¿Qué llevó al cazador a matar a los vampiros? He descubierto gran parte de tu historia y sé cómo los monstruos han ido a por ti, Blade. Monstruos como Lamia, Deacon Frost, la Legión de los Condenados, Drácula, el Maestro… ¿No te has cansado de todo eso? ¿O estás en medio de un huracán del que no puedes escapar?

Blade la hubiera estrangulado con sus propias manos, pero antes quería dejarle una cosa clara:

—No me conoces.

Anna Molly movió sus dedos simulando la fuerza de un huracán.

—Estás en medio de una salvaje vorágine y no has recordado cómo se sale de ella. Ni siquiera recuerdas cómo entraste. —La joven vampira sonó como si fuese sabia como eras interminables—. La destrucción y el vendaval son dos partes de tu vida, ya tan habituales, que ni siquiera recuerdas cómo era el mundo lejos de esas circunstancias. No recuerdas que fue la muerte de tu madre lo que te llevó a convertirte en un cazador.
Blade dio un salto y alzó las manos golpeando al aire. Su rostro estaba desencajado por el sufrimiento.

—¡NO ME CONOCES! —chilló.

Anna Molly fue detrás de él.

—¿Qué hubiera pasado si tu madre no hubiera muerto, Blade? ¿Te habrías convertido en cazador? —preguntó Ana—. No tienes razón para imaginarlo, porque tu madre ha regresado y la furia ha concluido.

Blade cayó de rodillas y golpeó el suelo con sus puños hasta ensangrentarlos. Anna Molly contempló cómo la sangre cayó lentamente por el suelo.

—A pocas personas se les presenta una segunda oportunidad como esta —dijo Anna Molly—. Aprovéchala.




OCHO

En años, ningún hijo de la Creadora había desertado hasta ese día.
Heinrich se marchó en cuanto cayó la oscuridad, mientras negaba a quién había servido. No podía imaginarse a él mismo, pura raza aria, sirviendo a una negra. ¿Él? ¿Un esclavo? ¡Maldita sea! ¡Jamás! Se odió a sí mismo casi tanto como cualquiera odiaría a alguien como él, más bestia que humano. ¿Dónde estaba Hydra cuando se le necesitaba?
En cuanto dio un par de pasos, dejó de escuchar el susurro de la Creadora, aquella nana que permitía que los vampiros permanecieran en paz, y entonces escuchó el ruido y luego el silencio del mundo. Y tuvo miedo, pues ya no existía la calma.
Cuando se dio la vuelta para encontrar el refugio de la Creadora y suplicarle perdón, ya este no existía y ya no recordaba el camino de regreso a casa.
Había sido expulsado del paraíso.
Y estaba solo.
Y tenía miedo.
 
 

NUEVE

La Creadora se reunió con Blade en una cámara de paredes negras y muebles de ébano que reflejaban su piel gélida. La madre contempló a su hijo.

—Eres mi mayor triunfo, Erik. Te has impuesto sobre la muerte y has acabado con monstruos que buscaban el final del mundo. Y nos hemos vuelto a encontrar.
Blade nunca soportó los halagos y menos cuando llegaban de aquel modo inesperado.

—¿Qué quieres de mí?

La Creadora negó mientras caminaba a un lado y otro.

—Piensas que todo tiene un motivo, piensas que todas las cosas deben ocurrir por un hecho en concreto que terminará con alguien aprovechándose de ti… Y se debe a que has tenido una vida realmente dura, Erik, pero ya no más.

Blade la señaló:

—¿Cuáles son tus planes en esta guerra? —preguntó. La Creadora mantuvo su rictus serio, como si valorase la cuestión—. Es esa la pregunta que querías escuchar, ¿no? Es esa la gran pregunta al fin, después de todas las cosas. Solo así realmente me llevaré la decepción que me confirmará que tú eres como el resto de los vampiros.
Su madre le miró con cierta rabia.

—No somos como el resto de los vampiros que has conocido, Erik —dijo su madre—. Te has acostumbrado a monstruos y no puedes aceptar que somos otra raza que merece vivir.

A Blade le costaba creer en aquella nueva verdad del mundo. Eran demasiadas heridas abriéndose al mismo tiempo.

—¡Sois depredadores!

La Creadora se elevó y dijo:

—¡Los leones son depredadores! ¿Matarías a todos? No, no los matarías porque ellos son parte de la creación y se merecen vivir.

Blade se sacudió. Estaba harto y desesperado.

—¡No me vengas con diálogos de National Geographic!

La Creadora se abalanzó sobre su hijo.

—No todos merecemos morir y eso es lo que quiero demostrar —replicó—. Vamos a acabar con los Ángeles de la Mañana Silenciosa, vamos a destruir la Espada de Azrael y vamos a crear un modo de alimentarnos que no sea a través de la humanidad y mis hijos saldrán de las sombras. —Acarició la mejilla de Blade—. Al fin.

Blade negó con la cabeza.

—Eso es una utopía.

La Creadora sonrió.

—Recuerda cómo me llaman, Erik.

—Los motes no hacen a su dueño.

La Creadora no dejó de sonreír.

—¿Así crees, Blade?

Blade asintió.

—Así lo pienso, Creadora.

La Creadora le hizo un gesto a Blade para que se acercase a un ventanal. Ambos miraron desde él al grupo de vampiros que vivían y existían entre ellos. La Matriarca centró su mirada en un niño que jugaba con otro.

—Somos inmortales, pero no monstruosos, ¿lo ves?

—Hasta que vean sangre.

Entonces uno de los niños sacó algo de su gabán y lo partió a la mitad, ofreciéndolo a otro. Era una chocolatina.

—Y si te dijera que al unir mis poderes al ritual y volver de la muerte he conseguido dones con los que cambiar a mis hijos, ¿me creerías?
Los niños devoraron el chocolate.

—¿Has eliminado la dependencia de la sangre? —cuestionó Blade apretando los dientes.

La Matriarca asintió.

—Una nueva raza, Erik, una raza que pueda vivir en paz, lejos de la guerra, lejos del legado de Azrael, del Maestro, de Drácula, de los que odian —dijo la Matriarca y tendió su mano—. Una nueva raza de la que tú serás su príncipe.

Y bajo la mirada del tiempo, Blade contempló a los críos jugando sin pensar en la sangre que otrora diera la vida a su raza. Y mientras la Matriarca tocaba la mano de su hijo, sentía que su poder se repartía en un nuevo monarca.



DIEZ

A la medianoche, Blade se convirtió en el príncipe de la nueva raza de la Creadora. Sobre su cabeza posaron una pequeña corona de hueso negro. Creadora y príncipe, ambos dirigirían a aquellos vampiros hacia un futuro donde las tornas habrían cambiado.
Ya no habría más monstruos.
Ya no habría más muerte.

—Pero antes deberemos detener a los que ansían la destrucción —dijo la Creadora.

Y Blade respondió:

—Y los detendremos.

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