Star Wars: El camino de la Fuerza nº02


Título: Episodio II
Autor: Francesc Marí
Portada: Sergio Morilla
Publicado en: Enero 2017


Mientras Ornesha Lera informa al consejo jedi de lo sucedido en Tatooine, lo que menos esperan los jedi que suceda, tiene lugar ante las puertas de su propio Templo… Un ejército sith los está atacando.

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana...

Creado por George Lucas
 






Cuando posaron la nave de transporte en la plataforma de aterrizaje exterior del Templo Jedi, no había nadie esperando a recibirles.

—Tanta tontería con lo del sith y ahora no vienen a preguntar qué ha sucedido —protestó Lonus.
—Y no olvides el rancor —dijo Ornesha con una sonrisa.
—Eso, eso, el rancor —insistió Lonus.
A medida que los dos jedis se alejaban de sus naves, se acercaban lentamente al renovado Templo Jedi. La visión que tenían ante sus ojos era cautivadora, frente a ellos se alzaba la inmensa construcción, sede de los caballeros de la luz. El Templo, destruido y desmantelado después de la Purga tras la caída de la Antigua República Galáctica, había sido reconstruido con esmero, prácticamente poniendo cada piedra en su lugar de origen, para que, con el nacimiento de la Nueva República, viera renacer a la Orden Jedi, perdida durante décadas.
Al pasar entre las grandes torres que guardaban la entrada, Ornesha y Lonus sintieron como se les erizaba la piel. Ellos formaban parte de aquello, del nuevo orden, de la nueva estirpe de jedis. Con sus propios ojos había visto como ese símbolo de la paz iba tomando forma y, ahora, casi una década después de la caída del Imperio, los jedis volvían a brillar con luz propia bajo las órdenes el maestro Luke Skywalker y de un consejo tan poderoso como en tiempos del maestro Yoda.
A cada paso que daban, el humano y la twi’lek se sentían empequeñecidos ante la inmensidad del Templo, cuyo tamaño olvidaban cuando estaban lejos de él. Pero, en seguida, las preocupaciones de Lonus fueron hacia otros derroteros, al ver como otros jedis que había en la entrada y entre la columnata de acceso, se apartaban molestos por el olor que todavía desprendían sus ropas.
—¡Maldita sea! —protestó el humano.
Ornesha no dijo nada, solo sonrió al ver como su pareja intentaba aguantar la respiración indefinidamente, pero al no conseguirlo, acababa tomando una descomunal bocanada de aire pestilente que lo llevaba a enfadarse aún más.
Cuando llegaron al gran vestíbulo de la entrada, que daba acceso a las diferentes áreas del Templo, Lonus se detuvo.
—¿Te importa si vas sola a hablar con el consejo? —preguntó.
—No hay problema —contestó ella.
—De acuerdo, pues. Iré a las habitaciones a ver si logro quitarme de encima este horrible olor.
—Más te vale —le recomendó ella entre risas, y después añadió—: ¿Nos vemos luego en la sala de entrenamiento?
—Claro. Prepárate para recibir una buena paliza…
—Ya lo veremos, padawan, ya lo veremos.



 
Lonus se marchó refunfuñando y protestando, tanto por el maldito olor de las babas del rancor, como por la insistencia de Ornesha por recordarle que, una vez, fue su aprendiz.
Antes de que Lonus desapareciera por la amplia escalinata que llevaba a las dependencias de los caballeros jedi que vivían en el Templo, Ornesha subió los peldaños que la separaban de la base del ascensor de la torre situada en el centro del Templo, en lo más alto de la cual se reunía el consejo jedi.
El caballero jedi que vigilaba el acceso la saludó dándole permiso para subir. Todo el mundo sabía quién era Ornesha, era la ventaja de tener la piel rosada y dos grandes colas que salían de la parte posterior de su cabeza. No pasaba desapercibida entre una comunidad jedi mayoritariamente humana.
Una vez llegó arriba, recorrió los pocos metros de pasillo que separaban el ascensor la sala del consejo. La puerta que daba acceso al lugar donde se encontraban los jedis más poderosos de la Galaxia. Era grande pero no ostentosa, de tonos marrones y con una decoración neutra, carente de símbolos de cualquiera de las múltiples culturas que formaban la Orden.
Ornesha se detuvo frente a ella y, antes de empujar las dos hojas que formaban la puerta, hinchó los pulmones y respiró hondo. Sabía que al consejo le preocupaba mucho que existiera la posibilidad de que los sith renacieran de nuevo, por pequeña que fuera. Así que los nervios recorrían todo su cuerpo, ya que en realidad no había podido aclarar absolutamente nada. Lo único que tenía eran unos restos de comida en un palacio abandonado desde hacía años y un rancor con muy mala uva. Pero sobre todo, lo que más alteraba la paz de la twi’lek era que el maestro Skywalker había puesto todas sus esperanzas en ella.
—Ornesha, descubre algo, no quiero que la Galaxia vuelva a correr peligro —le había dicho el maestro jedi justo antes de partir.
La twi’lek era una jedi poderosa y con un gran futuro, sin embargo su juventud la había puesto en duda en más de una ocasión, por lo que fallar en aquella misión tan importante podía apartarla de las operaciones llevadas a cabo por el consejo, relegándola a meras tareas rutinarias. Además, no solo era ella la que sufriría esta infravaloración, Lonus tanto como compañero y padawan le seguiría a cualquier lugar al que ella fuera enviada.
—¿Tiene algo sobre lo que informarnos? —le preguntó la voz de un hombre interrumpiendo sus pensamientos.
Ornesha no pudo dejar de sorprenderse al ver que el maestro Pinfeas la observaba con sus penetrantes ojos azul celeste, mientras que el resto de miembros del consejo la esperaban sentados en sus respectivas butacas.
—¿Eh? Sí, claro… —respondió la twi’lek balbuceando.
—Relájese, maestra Lera —dijo el maestros Pinfeas mientras el sol del exterior se reflejaba en sus casi albinos cabellos rubios—. Entre, el consejo la espera.
Ornesha Lera entró en la sala del consejo y Pinfeas cerró la puerta tras ella, ocupando su lugar. La jedi no pudo más que ponerse nerviosa al ver como los rostros de los jedis más poderosos de la Galaxia la observaban mostrando expresiones de expectación y severidad a la vez. Pero el que más nerviosa la ponía era el maestro Skywalker, cuya expresión calmada era indescifrable, por lo que Lera no podía saber en que estaba pensando.
—A pesar de las informaciones que habían llegado desde Tatooine, cuando Lonus Naa y yo llegamos al planeta, nadie sabía nada. Interrogamos a diferentes personas, pero, incluso utilizando trucos mentales, ninguno de ellos reveló nada acerca del paradero del supuesto sith —explicó al fin la twi’lek.
—Claramente frustrante y decepcionante a la vez —dijo Alziferis, siendo el primero en hablar mientras que los demás aún se reservaban para ellos sus opiniones.
Ornesha se alarmó al oír aquellas palabras: «¿Su tarea era decepcionante?», se preguntó para sus adentros.
—Sin duda, maestro, sin duda. Sin embargo debemos tener en cuenta que si fueran sith de verdad, habrían utilizado todos sus recursos para borrar su rastro —opinó Pinfeas recostándose en su asiento.
Durante unos instantes el silencio reinó en la sala.
—Supongo que, si has venido directamente a hablar con nosotros, es que sí que encontrasteis algo—dijo Skywalker.
—Así es, maestro —contestó Ornesha—. Casualmente, aunque dudo de las casualidades, cuando estábamos a punto de regresar, un vendedor nos informó que en el palacio de Jabba el Hutt encontraríamos al hombre que buscábamos. Pero solo hallamos restos de comida y un rancor.
—¿Un rancor? —preguntó sorprendido Skywalker—. ¿Todavía quedaba uno?
Ornesha asintió ceremoniosamente con la cabeza.
—Sin embargo, por lo que nos cuentas, lo más sorprendente fue lo que no encontrasteis… —dijo Pinfeas haciendo una pausa dramática—. El rastro de nuestros informadores.
—Como ya he dicho, decepcionante y frustrante —insistió Alziferis.
Antes de que ninguno de los presentes pudiera añadir nada más, las puertas de la sala del consejo se abrieron súbitamente de par en par. Tras ellas, apareció Lonus con la frente perlada de sudor y claramente alterado. Se había cambiado de ropa, pero, por lo que fuera, no había tenido tiempo de acabarse de vestir ya que en la parte superior del cuerpo solo llevaba una camiseta muy fina de lino.
—Lera, deberías controlar más a Naa, nadie puede interrumpir una sesión del consejo de este modo —protestó Alziferis.
—Lo siento, maestros, pero algo importante sucede en la entrada del Templo —contestó Lonus.
Al oírlo, Skywalker se levantó demostrando quién era el líder de ese consejo.
—¿Qué sucede, Lonus? —preguntó.
—Un grupo de hombres armados nos están atacando —respondió nervioso el jedi.
—Tranquilo, Naa —dijo Skywalker poniendo su mano en el hombro de Lonus— ¿Son muchos?
—Los suficientes como para que los guardias empiecen a tener dificultades para contenerlos
—respondió Lonus—. Pero ese no es el problema…
—Habla de una vez, muchacho —insistió Alziferis sin apenas moverse.
—El problema es que van armados con sables. Sables rojos.
Todos los miembros del consejo se miraron realmente alarmados. Sin decir ni una palabra, todos se levantaron y salieron de la sala corriendo para bajar inmediatamente a ayudar.
—Después seguiremos con la reunión —le dijo Skywalker a Ornesha al pasar por su lado—. Tenemos muchas cosas de las que hablar.

 
Sino tenía suficiente con haber fracasado en su misión y el ataque de unos misteriosos individuos armados con sables, ahora «tenía muchas cosas de las que hablar» con el maestro Skywalker.
—Vamos —le dijo Lonus al ver que Ornesha se había quedado rezagada.
Al oírlo, la twi’lek reaccionó y se unió al grupo de maestros jedi.
Cuando el grupo bajó del ascensor, desde el rellano que había antes de los peldaños que llevaban a la gran entrada del Templo, vieron como decenas de jedis hacían frente a unos misteriosos atacantes vestidos de negro que blandían sables con hojas rojas. Sin que nadie lo ordenara a los demás, todos ellos activaron los suyos mostrando las hojas verdes y azules a la vez que descendían hacia la entrada para unirse a la lucha.
—Se mueven rápido. Parecen buenos. Pero sus movimientos, si bien efectivos, son muy rudimentarios —observó Pinfeas entrecerrando los ojos preocupado.
—Sin duda, pero los guardias seguro que acabarán por detenerlos… —Las palabras del maestro Alziferis quedaron interrumpidas cuando un grupo de guardias fueron lanzados en todas las direcciones por una onda de Fuerza.
—Él que haya hecho eso es más poderoso de lo que suponemos —afirmó preocupado Skywalker—. Rápido, debemos detenerlos al coste que sea, no podemos permitir ni que nos superen, ni que huyan.
—Y dirigiéndose a Ornesha, añadió—: Haz lo que debas hacer, y que la Fuerza te acompañe.
Mientras que los maestros jedi mostraban sus hojas y las hacían chocar contras los sables rojos de los atacantes, Ornseha, seguida de cerca por Lonus, se separaron del grupo para salir al exterior por una de las puertas secundarias.
—¿A dónde vamos? —preguntó Lonus mirando hacia atrás, donde la lucha parecía encarnizarse.
—A los cazas, pillaremos a esos supuestos «sith» por detrás —contestó enérgicamente Ornesha.
No muy lejos de dónde habían hecho aterrizar la nave de transporte que los había traído de Tatooine, había un caza de doble cabina.
—Sube —ordenó Ornesha señalando el vehículo.
Sin decir nada, Lonus corrió y subió al espacio reservado para el piloto.
—Hazlo tan bien como sepas, ¿de acuerdo? —le advirtió la twi’lek, y sin dejarle de responder, añadió—: Despega y ve a la entrada del Templo.
—¿A la entrada? —preguntó sorprendido Naa.
—Sí, hazlo sin miedo —contestó Ornesha.
—Eso se da por supuesto —dijo el jedi con una sonrisa a la vez que ponía en marcha el caza.
La nave dio un potente acelerón y, con una vertiginosa velocidad, despegó para después encararse de frente a la entrada del Templo.
—¿Seguro, no? —preguntó Lonus—. Luego no quiero marrones con el consejo por cargarme su flamante Templo.
—¡Seguro! —exclamó Ornesha.
Antes de que la twi’lek pudiera acabar de pronunciar la última sílaba, Lonus se dirigió a toda velocidad hacia el Templo pasando entre las torres y las columnas de la entrada.
Sin embargo, antes de que pudiera alcanzar el lugar de combate, se notó un vaivén que sacudió la nave. Uno de los misteriosos guerreros había logrado saltar y subir a la parte trasera del caza, y arremetía con fiereza contra el cristal de la ventana de Ornesha.
—¡Joder! —exclamó Lonus—. Menudo salto.
—Está intentando atacarme, y tu te preocupas del salto —protestó Ornesha.
—Bueno, que quieres…
—Anda, calla, yo me encargo. Ya sabes lo que hay que hacer.
Sin decir nada más, Lonus accionó los mandos de la nave para que esta se pusiera del revés, a la vez que Ornesha abría su cabina y saltaba activando su arma. De reojo, Naa pudo ver como, todavía en el aire, la twi’lek y el supuesto sith intercambiaban numerosas estocadas.
El jedi en seguida perdió de vista a Ornesha, pero no tenía tiempo para buscarla, frente a él apareció un mar de sables rojos, azules y verdes que entrechocaban sin cesar a pocos metros de distancia.
Antes de que pudiera reaccionar, la ventanilla de su cabina se abrió de par en par. Fue entonces cuando Lonus vio como otro de los sith estaba ensañándose con la nave, haciendo que el jedi perdiera el control de su nave que se dirigía peligrosamente donde se encontraban sus compañeros jedi y los miembros del consejo.
—Si salgo de esta, juro que jamás volveré a pilotar una nave —afirmó justo antes de saltar utilizando la Fuerza, a la vez que, activando su sable, rebanaba el cuello de su atacante.
Mientras caía hacia el suelo, Lonus no sabía si había hecho lo correcto, solo esperaba que los jedis que había en la entrada del Templo reaccionaran a tiempo. Cuando el humano se posó ágilmente en el suelo, la nave golpeó con fuerza la extensa superficie de mármol de la entrada, haciendo que esquirlas de metal, pedazos de tierra y cristales rotos saltaran por todas partes.
Desde dónde estaba Lonus pudo ver como la lucha quedaba oculta tras una nube polvo que se levantaba tras la nave. Preocupado y con la adrenalina a flor de piel, Naa empezó a correr hacia el combate.
Quedaban pocos segundos para el impacto y, entre el polvo, le pareció ver la luz de decenas de sables justo debajo de la nave, que seguía inexorablemente hacia el desastre.
—¡Hacia atrás, rápido! —La esperada voz de alerta alivió a Lonus, parecía que Pinfeas se había dando cuenta a tiempo del peligro.
Un instante después, la nave se detuvo con un fuerte estrepito en la entrada del Templo, provocando un silencio sepulcral, solo interrumpido por el sonido de piedras cayendo sobre el suelo destruido. Pero esa incómoda paz duró poco, segundos después se volvió a escuchar el sonido de entrechocar de sables de luz.
Lonus apenas no podía ver nada entre el polvo que había levantado su peligrosa estratagema, pero no podía quedarse ahí parado esperando, así que reemprendió la marcha para unirse a la lucha.
Sin embargo, antes de que pudiera acercarse, la voz de Pinfeas volvió a oírse:
—¡Cuidado se escapan!
Todavía no había logrado llegar al caza estrellado, cuando Lonus vio que, entre las últimas briznas de polvo, salía un grupo de hombres vestidos de negro que empuñaban sables de color rojo.
—¡Ah, no! Después de la que habéis liado no voy a dejar que os vayáis de rositas —exclamó
tomando una agresiva posición de combate.
El primero que se acercó a él atacó a Lonus desde arriba, pero el jedi desvió la estocada y, con la empuñadura de su arma, le propino un golpe en las costillas. A pesar de la fuerza del golpe, pareció como si su contrincante apenas lo sintiera ya que, de un manotazo, le hizo soltar su sable.
—¡Mierda! —exclamó Lonus al ver como su sable rebotaba en el suelo alejándose de él.
Completamente desarmado, Lonus se encaró a su adversario a la vez que esquivaba los golpes y puntadas del sable de un segundo rival. El jedi se encontraba entre los dos sith, esquivando golpes por delante y por detrás, evitando que las rojizas hojas le hirieran. Con un giro muy hábil, consiguió que uno de ellos clavara su sable en el pecho del otro, permitiendo a Lonus apoderarse de su sable y cortarle la cabeza al sorprendido sith que acababa de matar a uno de sus compañeros.
Antes de que el cuerpo del segundo sith tocara el suelo, Lonus cogió su sable con la Fuerza.
—Ahora os vais a enterar —afirmó empuñando los dos sables de hojas rojas.
Con una arma en cada mano esperó que los otros sith se acercaran para atacarle. En cuanto uno de ellos estuvo lo bastante cerca, Lonus empezó a moverse a un ritmo vertiginoso a la vez que seccionaba, uno tras otro, los miembros de sus enemigos. Tras varios minutos de lucha, de los sith que intentaban escaparse, Lonus había conseguido herir a cuatro, matar a otros tantos y, con sus piernas, inmovilizar a un tercero.
Lonus respiraba profundamente mirando a su alrededor, con una rodilla sobre el pecho de su enemigo y el pie sobre una de sus manos. Se alarmó al sentir como alguien se acercaba por su espalda, pero en seguida se relajó al ver que era Ornesha.
—Esto es tuyo —le dijo alargándole su sable.
Lonus se levantó y, antes de que el sith que tenía debajo reaccionara, Lonus le propinó una patada en la cabeza que lo dejó inconsciente.
—¿Y eso? —preguntó mirando lo que la twi’lek llevaba arrastrando tras ella. Con su mano rosa tiraba de los pies del atacante que había derrotado.
—Mira, he creído que debía traer algo de recuerdo de nuestro viaje en caza —respondió ella con sarcasmo.
—Pero, ¿solo uno? —preguntó Lonus mirando a los sith derribados a su alrededor.
—No seas orgulloso —contestó Ornesha.
Los dos sonrieron.
De lejos vieron como algunos jedis se acercaban dónde estaban, y, antes de que llegaran, Ornesha le dio un suave beso en la mejilla, haciendo que Lonus se sonrojara.
—Veo que habéis conseguido capturar alguno —dijo el maestro Pinfeas cuando estuvo a su lado.
—Así es, maestro.
—Buen trabajo, Naa, buen trabajo —afirmó Alziferis desactivando su sable.
En seguida, el consejo al completo observaba al grupo de sith que rodeaban a Lonus y Ornesha.
Sin decir nada, Skywalker se acercó al que había traído Ornesha y le arrancó la máscara, dejando ver una pálida tez a juego con un par de ojos de iris blanquecinos. Hizo lo mismo con el que yacía inconsciente bajo los pies de Lonus, y se encontró con una cara completamente diferente pero caracterizada por los mismos colores.
—¿Esto qué significa, maestro? —preguntó Lonus sorprendido al ver la cara de sus atacantes.
—Lo desconozco, Naa —respondió Skywalker—. Y eso me preocupa gravemente.
Los demás jedis se miraron con extrañeza unos a otros, mientras el maestro Skywalker observaba detenidamente las máscaras que había cogido. Eran exactamente iguales. Parecían formar parte de un uniforme. ¿Podía ser que alguien estuviera creando un ejército sith? No supo responder, pero prefirió no compartir aquellos pensamientos en el exterior del Templo, frente a decenas de jedis preocupados.
—Parece que la amenaza ha pasado —afirmó al fin alzando su voz sobre la del resto—. Vayan a limpiarse y descansar —añadió, y después, dirigiéndose a Ornesha y Lonus, dijo—: Ustedes háganlo rápido, debemos proseguir con nuestra reunión, aunque puede que este ataque haya cambiado las circunstancias.
La twi’lek y el humano asintieron con la cabeza.
Sin decir nada, Skywalker dio media vuelta y entró de nuevo en el Templo seguido de cerca por el resto de miembros del consejo, excepto Pinfeas, que esperó unos segundos al lado de los dos caballeros jedi.
—Buen trabajo —les dijo orgulloso antes de irse, aunque después regresó sobre sus pasos y añadió—: Pero Lonus, la próxima vez… Avisa.
—Sí, maestro —contestó el aludido sonriente.
Mientras los responsables de enfermería y limpieza recogían los cuerpos y los restos de la nave estrellada, Ornesha y Lonus entraron con paso firme en el Templo, dirigiéndose hacia sus habitaciones, dejando atrás aquel desastre que, en gran parte, habían organizado ellos dos.

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