Star Wars: El camino de la Fuerza nº05


Título: Episodio(V)
Autor: Francesc Marí
Portada: Matthew Harden
Publicado en: Mayo 2017

En mitad de la jungla de Cadannia, Ornesha Lera y Lonus Naa han encontrado lo que menos se esperaban, un antiguo maestro jedi...
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana...

Creado por George Lucas





Ornesha miró al hombre desconcertada.

—Somos caballeros jedi —empezó a decir—, estamos investigando una fuente de Fuerza detectada en este planeta, cuyo origen es este lugar, maestro. —Ornesha lo dijo probando suerte, la túnica y el buen estado de salud podía ser que no tuvieran nada que ver con que aquel hombre fuera un antiguo caballero jedi.

Sin embargo, la twi’lek vio como la expresión de severidad del hombre se relajaba y, por un segundo, pareció que incluso le agrada la presencia de los jedi.

—Venid, no es seguro estar aquí —contestó recuperando el tono autoritario.

Sin esperar que Lonus y Ornesha lo siguieran, el anciano empezó a andar. A pesar de su aparente edad, avanzaba con la espalda muy erguida y sin la ayuda de bastón alguno.
Cuando Lonus se hubo levantado, la pareja de jedi emprendió un pesado avance tras los pasos de aquel enigmático hombre. A medida que avanzaban Lonus empezó a sentir que su cara se entumecía, no sabía si por el golpe que le había propinado el anciano o por el contacto con aquellas peligrosas plantas.

De forma inconsciente se tocó la nariz y, al mirarse la mano, pudo comprobar que la tenía cubierta de sangre.

—¡Olnesa, Olnesa! —exclamó.

La twi’lek se giró al oírlo.

—Pero, ¿qué te pasa? —preguntó alarmada al verlo.

—No lo sé, no palo de sanglal pol la naliz…

—Y apenas puedes mover los labios, ¿cierto? —le interrumpió el hombre.

Lonus asintió con la cabeza.

—Es el efecto de esas plantas.

—¿Cómo la sabe? —preguntó Ornesha.

—Llevo el guante impregnado con su extracto.

—¡¿Qué?! —exclamó la twi’lek— ¿Cómo puede ir con eso en las manos?

—La mano —aclaró—. Yo como iba a saber quiénes eráis, no sería la primera vez que un contrabandista intenta convertirme en esclavo, esto me sirve para protegerme.

—Así que admite que es un jedi —afirmó Ornesha.

El hombre la miró de reojo, no se había dado cuenta y él mismo se había traicionado.

—Creo que ya vivimos en tiempos en los que aceptar estas cosas ya no son delito —respondió de forma enigmática.

Y sin añadir nada más, reemprendió la marcha a través de aquella espesa jungla. Por su parte, los dos jedis no pudieron más que seguirlo, mientras Ornesha procuraba que Lonus no tropezara con una raíz o chocara contra un tronco.

—¿Polqué me ha sacudido? —preguntó Lonus cuya voz era cada vez más nasal y menos vocalizada.

—Déjalo, Naa, procura no hablar —respondió Ornesha dándole unas suaves palmadas en el hombro.

Ninguno de los dos pudo controlar muy bien cuanto tiempo estuvieron andando, pero, entre el estado de Lonus y la densidad de la selva, les pareció que fue durante horas. Sin embargo, el anciano avanzaba como si aquello fuera un paseo por el campo. Lo único que, de vez en cuando, Ornesha procuraba mirar era el sensor, que parecía estar señalando constantemente aquel hombre.

—Hemos llegado —anunció el anciano antes de cruzar un cortina de grandes hojas que había entre dos gruesos árboles.

Cuando los otros dos hicieron lo propio, descubrieron que al otro lado de aquellos árboles había un pequeño claro, aunque las ramas más altas de los árboles hacían de techo a varios metros del suelo. En el centro de aquel lugar había una pequeña cabaña de madera, de la chimenea de la cuál salía una delgada columna de humo que se diluía antes de salir entre las hojas.

—Bienvenidos a mi humilde morada —les dijo encaminándose con paso decidido hacia el interior de la caseta.

Los jedis no supieron que hacer, ambos tenían ciertos recelos a meterse en un sitio tan pequeño, en un lugar en el que no podían utilizar la Fuerza.

—¿Venís o no? —preguntó el hombre sacando la cabeza por una ventana.

Ornesha lo miró insegura.

—Si no, ¿cómo quieres que ayude a tu chico? —preguntó el anciano.

—Yo no he dicho que fuera…

—Tus actos hablan por ti —respondió antes de espetarle—: Entrad de una maldita vez antes de que se desangre.

La twi’lek no dudó, si aquel hombre era un antiguo maestro jedi debía ofrecerle la misma obediencia que al maestro Skywalker.

El interior de la casita era muy espartana, pero acogedora de cierto modo. Una pequeña mesa redonda, un par de sillas, una cama, y un fuego. El anciano estaba buscando algo en el interior de un armarito encima de la chimenea.

—En un segundo estoy con vosotros, pero hace tanto tiempo que no necesito el antídoto que no lo encuentro —explicó mientras los otros dos se sentaban.

Mientras el hombre rebuscaba, Ornesha observó con atención todo lo que había en aquel lugar. Cada grieta en la pared, cada objeto, por banal que fuera, quedó registrado en su mente, hasta que sus ojos se detuvieron al observar algo que podía parecer imposible. Aunque, si creía que aquel hombre era un jedi, tampoco era de extrañar que conservara aquello.

En un estante, sobre el sencillo camastro, había un objeto metalizado cubierto de polvo. Ornesha había visto los suficientes para saber que aquello era un sable láser. Ahora solo faltaba saber si era propiedad de aquel anciano o no.

El anciano se acercó a Lonus y, después de que el desconfiado jedi forcejeara un poco con él, empezó a aplicarle un ungüento en la cara.

—Esto es para detener el sangrado y recuperar la sensibilidad de los músculos.

Aprovechando que el hombre estaba distraído con Lonus, Ornesha se levantó rápidamente y se acercó a la cama, cogiendo el sable láser. Sin detenerse a pensar un solo instante, lo activó.
Como si se hubiera hecho de día en el interior de la caseta, un haz de luz púrpura resplandeció entre las pequeñas paredes de aquella vulgar choza.

El hombre se giró para observarla. Y en su cara mostró una expresión a la vez de alivio y de preocupación.

—Solo he sabido de un jedi que empuñara un sable láser de color púrpura —dijo Ornesha mirando con suspicacia y esperanza al hombre que se esforzaba por curar a Lonus solo con su mano izquierda.

El hombre dejó de mirarla y prosiguió con la tarea de curar a Lonus.

—Enséñeme su mano derecha —ordenó Ornesha desactivando la hoja del sable, acercándose de nuevo a la mesa.

—No hace falta que te enseñe nada, tú ya sabes con quién estás hablando —contestó el hombre, antes de añadir dirigiéndose a Lonus—: Ya está, irás notando que vas recuperando la sensibilidad en la cara.

—¿Con quién estamos hablando? —preguntó Lonus incorporándose a la conversación.

—¿Nunca estuviste atento a las clases de historia en el Templo? —dijo Ornesha devolviéndole la pregunta—. Este hombre es el maestro jedi Mace Windu.

—Venga, va —contestó Lonus, pero, inconscientemente, miró al anciano y no pudo dejar de preguntar—: ¿En serio?

—Puede que no sepa otras cosas, sin embargo, sigo sabiendo perfectamente quien soy. Y tu maestra no se ha equivocado al respecto.

Los dos jóvenes jedi no supieron que decir, estaban ante una leyenda de la Orden. Una leyenda que todos creían que había muerto treinta años atrás, a manos de los sith.

—Sabe que el Imperio ha caído, ¿verdad? —preguntó Lonus.

—Porque viva aquí no significa que lo haga aislado del resto de la Galaxia, además la Fuerza tiene caminos infinitos para mostrarle a sus seguidores más de lo que sus ojos pueden abarcar —explicó.

—Así que, usted es la fuente de la Fuerza en este planeta, ¿no? —dijo Ornesha un poco insegura.

—Exactamente, vuestros aparatos funcionan a la perfección.

—Entonces, si la fuente es usted, ¿cómo es que la detectamos tan lejos de aquí?

Mace les regaló una amplia sonrisa de satisfacción.

—No me lo diga, hemos estado andando en círculos —afirmó Lonus.

—Así es.

El silencio reinó entre ellos durante unos segundos.

—Por cierto, ¿cómo sabe que fue mi maestra? —preguntó molesto Lonus.

—Lo fue y lo será siempre. Esa relación, ese vínculo es incorruptible —explicó Mace—. Además, veo que las normas de la Orden ahora se aplican de forma más laxa —afirmó mirándolos con una sonrisa picarona, impropia de un maestro jedi.

Los otros dos lo observaron nerviosos.

—Las leyes jedi han cambiado bastante desde que el maestro Skywalker dirige la Orden.

Al oír ese nombre los ojos de Mace se ensombrecieron.

—Espero que ese nombre haya cambiado de significado desde mi época.

Ornesha abrió los ojos de par en par al atar cabos. Fue el padre del maestro Skywalker el que traicionó la orden, y el maestro Windu era consciente de ello.

—Sin duda, padre e hijo no tienen nada en común, salvo su estrecha relación con la Fuerza —explicó la twi’lek.

Al oírlo, Mace hizo todo lo posible para recuperar su actitud, logrando parecer alguien alegre.

—Vosotros me conocéis, pero yo no tengo el mismo placer —dijo cambiando de tema.

—Soy Ornesha Lera y él es Lonus Naa —respondió ella.

—Y ¿qué queréis de mí? A parte de «investigar» una fuente de Fuerza.

—Tenemos problemas con los sith —Lonus dejó caer la información de un plumazo.

—¿De nuevo?

—Así es, maestro —contestó Ornesha—. Ayer mismo el Templo fue atacado por un pequeño ejército de hombres armados con sables láser.

—Por tu expresión puedo comprobar que los vencisteis.

—Sí, pero descubrimos algo muy extraño, la cara de los derrotados era blanca, al igual que sus ojos, como si no fueran dueños de sus propios cuerpos.

—¿Te refieres al control mental?

Ornesha afirmó con la cabeza.

—¿Qué puedo hacer para ayudaros?

—La Nueva Orden Jedi, desde su origen, luchó contra sith reconocidos, que se encontraban completamente al descubierto. En cambio, la Orden anterior al Imperio lo hizo contra los sith en las sombras…

—Pero fuimos derrotados —le interrumpió Mace.

—Fueron traicionados —quiso aclarar Ornesha.

Mace mostró una leve sonrisa de complicidad.

—Es decir, el Consejo Jedi quiere que viaje hasta Coruscant para ayudaros a encontrar a estos supuestos lores del lado oscuro.

—Exactamente —dijeron Ornesha y Lonus al unísono.

—¿La Nueva Orden Jedi necesita la ayuda de un anciano? —insistió Mace sonriente.

—Pero no de un anciano cualquiera —respondió rápidamente Ornesha con la misma sonrisa.

Continuará...


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