Star Trek Elite Force nº02


Título: No hay honor entre ladrones
Autor: Raúl Montesdeoca
Portada: Juan A. Campos
Publicado en: Octubre 2017

El escuadrón Alpha aborda una nave del sindicato de Orión, y allí se las ven con la sensual y peligrosa Lady Verona ¿Podrán salir indemnes y seguir con su misión en espacio romulano?
El Escuadrón Alpha, cuerpo militar de Elite, fue creado en la Uss Voyager para sobrevivir en el peligroso cuadrante Delta. Ahora, de regreso a casa, les esperan nuevas misiones y nuevas aventuras...

Creado por la compañía Raven Software

 



I
Fecha Estelar 57016.29, Sector H’atoria.



Nada más tomar consciencia de su entorno tras el teletransporte, Alex Munro se percató de que algo no iba como debía ir. Lo primero que percibió fue a dos sorprendidos tripulantes que estaban en los controles de una estación de artillería. Los oriones no tuvieron tiempo a reaccionar, Korban y Sirk los barrieron literalmente con una cortina de fásers incluso antes de que Munro diera la orden. No hubo margen para la maniobra, pues de inmediato el escuadrón alfa comenzó a recibir fuego proveniente de un puesto de mando secundario que se encontraba a la derecha de su posición. Los soldados de la federación tuvieron que correr a buscar refugio tras la mampara que separaba el puesto de los dormitorios de la tripulación.

-¿Qué demonios ha pasado? -preguntó Telsia una vez segura tras el parapeto.

-No tengo la menor idea. Esto no es el puente de mando -se quejó el teniente comandante Munro.

Activó el intercomunicador para pedir respuestas a la Runabout.

-¿Por qué estamos en la bodega?

-Ha sido imposible situarlos en el puente. Está protegido por su propio campo de fuerza. Nos vimos obligados a reubicarlos durante el mismo transporte -explicó la subteniente Stockman.

-No esperaba un comité de bienvenida, pero las cosas se nos han complicado. Tendremos que abrirnos camino por nuestra cuenta hasta el puente principal. Algo imposible si seguimos atascados aquí esta posición. Hay que eliminar a los del puesto de mando antes de que envíen más refuerzos. ¡Chang, granadas de luz sobre la posición enemiga! ¡Sirk y Korban conmigo!

El alférez Chang agarró dos de los cilindros metálicos que colgaban de su cinturón de combate. Apretó con los pulgares el botón de seguridad y una luz roja comenzó a parpadear avisando de que las granadas habían sido activadas. Con una mueca de satisfacción el medio rigeliano lanzó las dos cápsulas. El escuadrón entero se protegió la vista cubriéndose con el brazo. A pesar de tener los ojos cerrados y bien cubiertos pudieron sentir los dos fogonazos. No así los miembros de la tripulación acantonados en el puesto de mando, que recibieron de lleno los efectos del arma. Se oyeron gritos de desesperación desde el interior y Munro saltó como un resorte seguido del klingon y el andoriano. Fue como pescar en un barril, con los adversarios cegados y su puntería admirable acabaron en un santiamén con la resistencia de los miembros del sindicato orión, un grupo de lo más ecléctico en el que podían encontrarse representantes de las más diversas razas de la galaxia. Korban gruñó con desaprobación al comprobar que uno de los cuerpos inconscientes era de un klingon.
Con el área asegurada se unió el resto del escuadrón.

-¡Chell, necesito que accedas a la computadora de la nave! Busca la ruta más directa al puente de mando principal.

-Estas naves orión son un maldito laberinto -añadió Telsia Murphy.

El boliano se puso manos a la obra sin perder un instante. Conectó desde su tricorder con la consola de la estación de mando.

-¿No hará falta recordarte que tenemos prisa, verdad Chell? -apremió Sirk al técnico.

-Esto no es tan sencillo como parece -le espetó el alférez técnico con un gruñido.

-Deja que haga su trabajo -le recriminó la teniente Murphy al andoriano.

-Al menos no parece que haya más tripulantes en este nivel -dijo la oficial médica Juliette Janot al consultar las lecturas de su tricorder.

Tal y como había previsto Chell, los sistemas de la nave eran una amalgama de tecnologías, lo que dificultaba el acceso a la computadora central. No era el técnico del escuadrón alfa de la Elite Force por casualidad sino por ser uno de los mejores en su campo. No tardó mucho en improvisar una interfaz compatible con aquella maquinaria hecha a base de unir piezas tan dispares entre sí.

-¡Lo tengo! Estoy dentro, el puente está justo en el nivel superior. El punto de acceso más cercano es a través de la bahía de carga contigua. A través de los tubos de embarque podemos llegar hasta la sala del departamento de seguridad.

-En marcha -dijo Munro sin perder un instante.

Atravesaron una sala comunal y vieron la puerta que separaba la estancia de la bahía de carga. Los dedos mágicos de Chell abrieron con facilidad el obstáculo, volando sobre la pantalla táctil de su computadora de batalla. El lugar estaba atestado de cajas metálicas con cierres de seguridad y asas laterales plegables para facilitar su transporte.

-Chell, ven aquí y échame una mano con esto, quiero ver qué es lo que protegen con tanta entrega -le pidió Chang al técnico boliano.

-No hay señales de explosivos o sustancias tóxicas, pero no consigo ver lo que hay en el interior. Debe estar recubierto de algún material que distorsiona la lectura -dijo el boliano después de escanear el objeto. 

-Los cierres parecen bastante resistentes -se lamentó Chang.

-Déjame probar a mí -interrumpió la teniente Murphy-. Chell, pásame tu multiherramienta.

El boliano le cedió el puesto, sorprendido por la extraña petición. Telsia raramente se metía en asuntos técnicos. Con tres hábiles movimientos de muñeca hizo saltar los mecanismos de cierre. Al ver el asombro en los rostros de sus compañeros la teniente se justificó:

-Durante una época yo era la encargada de construir estos sellos.

-No hay duda de que has tenido una vida muy intensa -bromeó Chang.

La broma quedó interrumpida cuando Chell abrió la caja y se reveló su contenido. Apilados en su interior se encontraban un buen número de rifles fásers.

-Son modelos de la federación que han sido retirados del servicio activo. Algo desfasados, pero todavía están en buen estado de uso.

El que había hablado era Korban. Ninguno discutió la opinión del klingon, en lo que se refería a armas él era la autoridad suprema. La revelación abría nuevas e intrigantes preguntas sin respuesta. Algo que debería esperar a un momento más oportuno porque el teniente comandante Munro dio la orden de continuar avanzando. Con rapidez y sigilo se introdujeron por el túnel de embarque hasta llegar a un doble portón metálico que lo separaba de la sala de seguridad. Al ver que el acceso no se abría, Munro miró a Chell.

-¿Qué pasa con la maldita puerta?

-No lo sé, debería abrirse. He sobrepasado el sistema pero sigue cerrada -se excusó el boliano.

-Han soldado la puerta desde el otro lado, aún puedo notar los restos de combustión en el aire -les advirtió el andoriano Sirk mientras movía las características antenas que distinguían a los de su raza.

-Bien, ha llegado la hora de comenzar a volar cosas. En días como estos me encanta mi trabajo -dijo el alférez Chang.

-La explosión podría llevarse también el tubo de embarque y mandarnos a todos al espacio -le advirtió Juliette.

-Lo sé. Por eso tengo una bomba para cada ocasión. Estas monadas disparan una carga de un potentísimo ácido que corroerá el metal. Protegeré el enganche del tubo con un gel especial para que no se vea afectada por la sustancia… et voilá!

El escuadrón retrocedió para poner algo de espacio entre ellos y la bomba ácida. Chang accionó el detonador y de pronto comenzó a brotar un espeso humo allí donde el metal comenzaba a deshacerse. Munro indicó al equipo que se pusieran los filtros nasales.

-Es casi seguro que tendremos a los oriones esperando nuestra entrada, estad atentos -advirtió a Korban y Sirk que iban en vanguardia.

Los dos asintieron y se prepararon para el inminente asalto. El ácido hizo su trabajo dejando un grueso surco circular en la pesada puerta. Korban se adelantó y dio una contundente patada que hizo caer hacia atrás una buena sección del portón. Sirk se coló por el hueco con una ágil cabriola mientras disparaba su rifle fáser, sus increíbles sentidos aumentados le permitían situar a los enemigos incluso
Sirk esquivó el filo de la hoja del primero gracias a sus prodigiosos sentidos, pero aún así recibió un fuerte golpe con la parte plana del arma, que le quebró varias costillas y le envió volando por los aires varios metros hasta estrellarse contra una pared cercana. Korban se salvó de morir decapitado al interponer el fáser pesado en la trayectoria de la cimitarra, aunque su arma quedó destrozada por el golpe. El klingon desenfundó su bat’leth y lanzó un gutural grito de guerra.
El alférez andoriano recuperó pie, cubriéndose el dolorido costado con un brazo mientras con el otro disparaba contra el nausicano que lo había derribado. El impacto dio de lleno a su oponente, pero la armadura que aquel portaba disipó la energía del fáser. En posición de aturdir su arma resultaba tan inútil contra el gigantón como una almohada de plumas. Antes de tenerlos a primera vista el klingon barrió la sala seguridad con su fáser multitubo, una creación suya con una potencia de fuego demoledora. Desde el techo de la sala de seguridad cayeron dos moles de músculos portando enormes cimitarras aserradas, eran mercenarios nausicanos como indicaban las protuberancias óseas de sus cráneos y los prominentes colmillos que surgían de ambos lados de sus bocas.




II



 

El nausicano se adelantó dispuesto a atravesar a su enemigo con la larga y aserrada cimitarra que portaba, pero el golpe quedó congelado en su descenso. Un grito lo detuvo. No eran los de su especie fácilmente intimidables, mas aquel aviso había resonado también dentro de su cabeza. El mercenario olvidó al derribado alférez y centró su atención en una hembra humana que se acercaba a él con los brazos en alto como señal universal de paz. La mujer de piel pálida se quedó frente a él, inmóvil. La reacción lógica habría sido aprovechar la ventaja para descargar un tajo mortal, pero por alguna razón no podía hacerlo. En vez de eso estaba allí plantado como un estúpido mirando a la soldado de la federación. Tan absorto estaba que no vio que Sirk recuperaba pie acercándose por su espalda hasta instantes antes de caer inconsciente por el duro golpe que el andoriano le propinó en la base del cuello.

-Te debo una -le dijo el andoriano a la oficial médico Junot.

La mujer tardó unos segundos en contestar. El esfuerzo para serenar una mente tan caótica y salvaje como la del nausicano había sido considerable, las gotas de sudor que perlaban su frente así lo atestiguaban.

-Vas a deberme más de una. Deja que eche un vistazo a tus costillas -dijo ella al ver el encorvado caminar de su compañero.

-No es nada -dijo Sirk intentando quitarle importancia.

-Tomarás esas decisiones cuando seas un oficial medico. Mientras tanto harás lo que yo te diga.

Korban continuaba reteniendo al segundo de los nausicanos en un exótico combate de esgrima entre el bat’leth y la pesada cimitarra. Los potentes golpes sacaban literalmente chispas de las hojas que subían y bajaban a velocidad centelleante. La maniobra del klingon había dado tiempo al resto de la escuadra a entrar en la estancia. Podrían haber tratado de reducir al beligerante nausicano con sus fásers, pero podían arriesgarse a herir a Korban y sobre todo no querían entrometerse en el desafío personal del klingon. Para él sería una deshonra no vencer en singular combate.
Sabiendo que el tiempo apremiaba y que no podía retrasar el avance del escuadrón, Korban trabó la hoja de su enemigo con una de las hojas delanteras de su bat’leth, quedando los dos frente a frente en un desesperado forcejeo por liberar las armas. Con un rápido movimiento de muñeca el klingon giró de pronto la pesada hoja y estrelló contra el rostro de su oponente la empuñadura. No era una maniobra elegante, más bien al contrario era un truco de luchador marrullero. El nausicano quedó aturdido por el golpe y trastabilló. Sin darle tiempo a reaccionar, Korban le enganchó la pierna con el bat’leth y de un tirón lo envió al suelo. Como una extensión del mismo movimiento impactó nuevamente con la empuñadura en el plexo solar de su enemigo, con tanta fuerza que lo dejó incapacitado para continuar la lucha.

Munro dio la orden de seguir avanzando. Esta vez era Korban el que iba en vanguardia, el andoriano Sirk cubría la retaguardia a paso renqueante gracias a los primeros auxilios de Juliette Junot. Atravesaron la sala y llegaron hasta otra bastante más espaciosa, que se encontraba ocupada en su mayor parte por todo tipo de maquinarias.

-Estamos en la sección de ingeniería -dijo el técnico boliano Chell.

-Sin duda que lo estamos, menuda macedonia de tecnologías -exclamó asombrado Chang.

Poco tiempo pudo dedicar el ingeniero a contemplar los extraños mecanismos porque enseguida comenzaron a llover disparos de disruptores. Llegaban de un pasillo central por el que se comunicaba aquella sección con el resto de la cubierta. Una decena de piratas oriones avanzaban por la galería para asaltar la posición. El teniente comandante Munro y la teniente Murphy se parapetaron tras el marco de la puerta para intentar mantenerlos a raya.

-¡Chell! ¡Cierra esta maldita puerta! -ordenó Alexander Munro.

El boliano suspiró tratando de despejar el miedo que le atenazaba el pecho y se acercó hasta el tablero de mando. Korban se unió con su fáser a la defensa del pasillo, incluso llegó a derribar a uno de los oriones con un impresionante lanzamiento de cuchillo que paró en seco a uno de los piratas más cercanos.

-¡Chang! ¡Busca una manera de comunicarnos con el puente principal!

El oficial del cuerpo de ingenieros se puso de inmediato a cumplir la orden.
La teniente Murphy recibió un impacto de refilón en el hombro derecho. Por fortuna la armadura le había protegido de lo peor, pero eso no impedía que le doliera un horror.

-¡Lo tengo! -gritó emocionado Chell cuando finalmente cayó la puerta, dándoles un respiro a todos.

-¿Cómo va eso Chang? -preguntó Munro mientras se aseguraba que Murphy no estaba herida de gravedad.

-Ya está. Te lo paso a tu ordenador de batalla, canal dos -le respondió el medio rigeliano.

El teniente comandante observó la imagen de un pirata orion que se formaba en su pantalla. Era atlético e iba vestido con materiales muy exclusivos aunque de dudoso gusto, muy al estilo de los pretenciosos capos del sindicato orión. Aunque la organización admitía a miembros de muchas especies, el que estaba en su visor era orión también por origen, tal y como se percibía por su piel verdosa.
-Aquí el capitán Vourol del sindicato orión. Espero que tengan una buena explicación para habernos asaltado -se quejó el orión a través de su intercomunicador.

-Le habla el teniente comandante Alex Munro de la Federación de Planetas Unidos. Estaré encantado de dársela en cuanto nos deje acceder al puente y nos responda por qué transporta armas a través del bloqueo romulano -dijo Munro sin dejarse intimidar. 

-Esto es un acto de guerra y si no abandonan mi nave yo mismo les echaré a patadas -continuó el orion con sus amenazas.

La teniente Telsia Muyphy agarró el brazo de Munro para situarse frente al visor y que Vourol pudiera verle.

-Estamos hartos de esta cháchara intrascendente. Queremos hablar con el verdadero lider de la nave -dijo Telsia.

Alex Munro la observaba con asombro. Telsia le guiñó un ojo, pidiéndole que confiara en ella.

-¿De qué habla esa hembra insolente? ¡Yo soy el capitán! -se quejó con vehemencia el orión.

-Puede que lo sea, al menos en teoría. Pero queremos hablar con la máxima autoridad del sindicato -insistió Telsia.

La comunicación se cortó súbitamente.

-Espero que sepas lo que estás haciendo -le recordó Munro que seguía sin saber qué es lo que pretendía.

Por los rostros del resto del escuadrón se veía que todos coincidían con su opinión. La teniente les pidió que esperasen un poco.

Pronto volvió a aparecer una nueva figura, pero esta vez era una mujer. De cabello largo y negro como la noche. Su escultural cuerpo de piel verde iba cubierto por un escaso dos piezas que apenas cubría sus senos y su zona púbica. Como único adorno un estrecho cinturón dorado del que colgaban unos velos transparentes.

-Soy Lady Verona, patrona del sindicato orión.

-Teniente comandante Munro. Solicito una audiencia personal con usted.

-No tengo costumbre de recibir a quienes asaltan mi propiedad. Podría simplemente dejarles encerrados ahí. No podrán ir a ninguna parte estando rodeados por mis tropas -le advirtió la orión.

-Podríamos volar los motores y entonces nadie iría a ninguna parte -le recordó el oficial de la federación.

La atractiva orión entrecerró los ojos y pareció meditar su siguiente paso por unos instantes.

-Es conveniente que hablemos esto en persona -concedió Lady Verona-. Le garantizo un salvoconducto para usted y dos miembros de su escuadrón hasta el puente.

-De acuerdo, corto y cierro -dijo Munro.

El teniente comandante miró a Telsia Murphy.

-Tú eres la que más conoce a los oriones. ¿Podemos fiarnos de su promesa?

-Los oriones pueden tener muchos defectos, pero basan su éxito social en su reputación. Mantendrá su palabra para no quedar desacreditada y sus hombres tampoco harán nada mientras ella siga teniendo su respeto.

-No me gusta, esa escoria pirata no tiene honor -se quejó un malhumorado Korban.

-Es cierto, no lo tienen. Aunque sí tienen sus códigos de conducta y jamás los quebrantarían. El sindicato tiene sus reglas y nadie se atreve a desafiarlas si no quiere terminar convertido en un paria -explicó Murphy.

-Está bien. Murphy vendrá conmigo, su conocimiento del sindicato resultará muy útil -dijo Alex Munro.

-Si me permites una sugerencia, la segunda persona que te acompañe debería ser Juliette.

-¿Yo? No tengo entrenamiento diplomático y no soy la mejor en combate ni de lejos. ¿Qué pinto yo allí? -preguntó la oficial médico sorprendida.

-Créeme, eres la única imprescindible en esta comitiva. Si tú no vas es como si todos estuviésemos muertos ya -dijo la teniente Murphy.

-Te conozco lo suficiente para saber que no me lo pedirías si no fuese de verdad importante. Pero no tengo idea de qué es lo que te propones -dijo Juliette Junot.

-Las hembras orión son unas poderosas psíquicas, capaces de manipular a su antojo a los machos de su especie. Esa habilidad se extiende también a los miembros masculinos de otras muchas razas, la humana incluida. Sin ti para escudarle psíquicamente del influjo de Lady Verona, el teniente comandante acabaría aceptando cualquier cosa que ella le propusiese.








III
La puerta de la sección de ingeniería volvió a abrirse y tres miembros del escuadrón alfa la atravesaron para internarse por el pasillo. Escrutados de arriba abajo por los piratas orión, que les miraban con cara de pocos amigos, pasaron a través de la zona destinada al alojamiento de la tripulación y llegaron finalmente al puente principal de la nave.
En el lugar más prominente se había instalado un cómodo diván, en el que se hallaba recostada en una sensual postura Lady Verona.

-Acérquese, teniente comandante Munro. He ordenado que nos preparen un pequeño ágape para amenizar nuestra reunión. Si le gusta la cerveza romulana, tenemos la mejor -dijo la orión alzando una fina copa llena de líquido azul.

-Creía que la cerveza romulana era ilegal -apuntó la teniente.
-¡Telsia, que sorpresa! Cuanto tiempo sin verte -dijo la orión al reconocerla.

-He progresado desde entonces. Ahora soy la teniente Murphy.

-Es una pena que dejaras el sindicato. Tenías una carrera muy prometedora.

-Resultaba muy duro para una mujer cuando no tienes poderes psíquicos, así que decidí buscar otros aires.

En la conversación entre las dos mujeres parecía más bien que estaban midiendo sus fuerzas. Munro decidió no intervenir y esperar diplomáticamente hasta que Lady Verona diese pie a continuar la negociación. No quería tensar más la situación por apresurarse.

-Aún hemos de resolver este desagradable incidente. Estoy segura de que encontraremos una solución que nos beneficie a todos -dijo Lady Verona mirando a Alexander Munro.

Juliette Junot permanecía en un segundo plano en silencio. Notaba las oleadas psíquicas de la mujer orión. Necesitaba de toda su concentración para protegerse de los sentimientos que emanaban de Lady Verona. Para la patrona del sindicato era algo tan natural como el respirar, pero a la betazoide le costaba un considerable esfuerzo escudar a Munro de su influencia.
Munro se sentía un tanto mareado al ser el centro de aquella batalla entre émpatas. Respiró hondo para despejar su mente.

-No queremos causar ninguna complicación innecesaria. Pero su nave se disponía a romper el bloqueo con los romulanos y no respondieron cuando les dimos el alto. Además hemos podido comprobar que transportan armas.

-No puedo darle ninguna respuesta a sus preguntas -se limitó a decir Lady Verona.

-Entonces no nos queda más opción que confiscar la nave y llevarles a la base estelar más cercana de la federación -dijo Alexander Munro.

-¿No podríamos resolverlo de alguna otra manera? -preguntó con falsa inocencia la mujer de piel verde.

Juliette Junot volvió a notar las embestidas psíquicas de la orión casi como si fueran algo físico, pero se mantuvo firme como una roca gracias a las técnicas de meditación que había aprendido en Vulcano.

-Me temo que no -dijo el teniente comandante Munro con rotundidad.

El buen humor y la fingida amabilidad desaparecieron de inmediato del rostro de Lady Verona.

-No sabe usted dónde se está metiendo -advirtió críptica la mujer orión.

Munro no se dejó impresionar y permaneció inmóvil, sin hablar, para dejar claro que ya había dicho lo que tenía que decir.

Lady Verona vio la determinación en los ojos del teniente comandante.

-Le acompañaremos a la estación espacial. Recuerde lo que le digo, me acabará usted pidiendo disculpas por el tremendo error que está cometiendo -concedió finalmente la líder de los oriones.
 
 
 
Fecha Estelar 57017.44. Base estelar de la Federación 234.
 
 
El escuadrón alfa se encontraba desayunando en una de las muchas salas libres de la estación que habían acondicionado como comedor. En sus nuevos alojamientos disponían de sus propios replicadores personales, pero durante su tiempo de servicio en la Flota Estelar se habían acostumbrado a comer juntos. Era como una especie de ritual al que no querían renunciar. Además nadie quería perderse el espléndido desayuno cajún que había preparado el profesor Struhlem.

-¿Cómo te encuentras, Sirk? -se interesó Munro mientras se servía del bufet una generosa ración de la especiada comida.

-Mejor que nuevo. La alférez Junot ha hecho un gran trabajo, apenas siento molestias -respondió el andoriano.

-El colágeno que te administré sellará las fisuras de las costillas y se irá cayendo progresivamente mientras tu cuerpo termina de soldarlas. De todas formas deberías evitar los excesos físicos durante unos días -le recomendó la doctora.

-Eso va a ser difícil con un trabajo como el nuestro -rió Korban.

Un zumbido proveniente de la insignia de su uniforme anunció a Munro que tenía una comunicación entrante. Tocó suavemente la insignia y pudo oírse la voz de Libby Webber:

-Teniente comandante, le espero en mi despacho en diez minutos.

-A sus órdenes.

La conversación no pudo ser más escueta y cortante, carente de todo protocolo. No le dio un buen presentimiento.

-Maldita sea, ya no nos dejan ni desayunar tranquilos -se quejó Chang.

Telsia Murphy miró a Alexander Munro, también se había dado cuenta de que no parecían muy buenas noticias. Discretamente puso su mano sobre la de su superior y amante para transmitirle tranquilidad, gesto que él agradeció con una mirada cómplice. Apuró los últimos bocados de su plato y se levantó.

-Iré a ver qué es lo que quiere la violinista tan temprano -dijo a modo de despedida.

Ese era el mote que el escuadrón había puesto a su nueva oficial de enlace con el Departamento de Inteligencia. Hacía referencia a su anterior trabajo como músico.
Poco después se encontraba junto a la puerta del despacho. Pulsó el timbre para anunciar su llegada y el panel se deslizó para permitirle el acceso. Había otra persona aparte de la agente Webber, un vulcaniano con insignias de almirante al que no reconoció.

-Pase, teniente comandante Munro. Le presento al almirante Pavoc.

Munro saludó marcialmente. Ahora recordaba quién era. Pocos conocían su rostro pero todos en la flota sabían el nombre del Director del Departamento de Inteligencia. Un hombre poco dado a prodigarse en actos públicos y también uno de los cargos con más poder de toda la federación. Debía tratarse de algo más serio que el simple contrabando para que la cabeza del departamento se hubiese trasladado hasta la base en persona.

-Tome asiento, oficial -dijo Pavoc respondiendo al saludo de Munro.

El líder de la Elite Force hizo lo que se le indicaba, sin saber muy bien qué esperaban de él. Por el momento lo mejor era callar y escuchar.

-Sin saberlo hemos causado un grave contratiempo a una operación en marcha del Departamento -comenzó a explicar la agente Webber.

A pesar del esfuerzo por disimular su expresión de asombro, el almirante debió notar algo en Munro porque se apresuró a continuar la explicación.

-Desde el bloqueo de la frontera romulana no sabemos qué está sucediendo al otro lado. La única manera que tenemos de obtener información es a través de ciertos intermediarios, como el sindicato orión -dijo el romulano con la característica impasibilidad de su especie.

-¿No estarán hablando de Lady Verona? -preguntó un incrédulo Munro.

-Así es -asintió el almirante Pavoc.

-Pero están traficando armas con los romulanos -dijo Munro sin salir aún de su asombro.

-La política hace extraños compañeros de cama. Ellos son bien recibidos en el espacio romulano si la mercancía que venden les interesa, y nada interesa más a los romulanos que las armas. Hasta que la situación no cambie, los oriones son nuestros ojos y oídos en el otro lado. La tensión en la frontera no para de crecer, la destrucción de la base Unity 1 y las fricciones con los klingons nos tienen al borde de la confrontación. Necesitamos información de lo que quiera que esté sucediendo en territorio romulano si queremos impedir una nueva guerra -añadió el oficial vulcaniano.

Munro decidió callar, le vinieron a la mente las premonitorias palabras que le había dicho Tuvok en su reciente despedida de la Elite Force. El mayor reto de la federación iba a ser sobrevivir sin perder su espíritu.

-¿Y para qué necesitan entonces a la Elite Force? -preguntó Alexander Munro sin seguir demasiado convencido de adónde le llevaba aquella conversación.

-Su imprevista intromisión en la misión puede haber resultado providencial. Hemos convencido a la capitana Lady Verona para que permita ir a los miembros del escuadrón alfa ocultos entre su tripulación. Se harán pasar por piratas oriones. De esa manera obtendremos información de primera mano -le aclaró la agente Libby Webber.

El teniente comandante Munro respiró profundamente. El universo debía odiarle. Desde el principio supo que trabajar para el Departamento de Inteligencia les colocaría en zonas grises de lo ético y lo correcto, pero aquel plan atentaba contra lo que suponía la federación. Por otra parte el vulcaniano no dejaba de tener razón, si se declaraba una guerra el desconocimiento del poder que tenían los romulanos costaría cientos de miles de vida en un hipotético ataque. Su obligación como soldado era obedecer las órdenes de los superiores, así que decidió no causar más problemas y aceptar la misión.
Regresó a la zona de esparcimiento del escuadrón alfa cabizbajo y meditando sobre las implicaciones del encargo que acaba de recibir. Explicarlo al resto de la unidad no iba a ser fácil ni agradable. Si a él no le gustaba en exceso trabajar con los de inteligencia lo mismo pasaba con los soldados bajo su mando. Iba a ser una píldora difícil de tragar.

 


IV
Fecha Estelar 57020.34. Base estelar de la Federación 234.


 La Elite Force avanzaba a paso reluctante, casi como si no quisieran llegar a su destino, en dirección a uno de los muelles espaciales de la estación. Sydney Stockman observaba con desagrado como su Runabout había sido anclada al casco de la nave orión. Aunque tenía que reconocer que no desentonaba en aquella amalgama mecánica.
La pirata les esperaba a pie de rampa, quería disfrutar el momento.

 -¿Recuerdas cuando te dije que estabas cometiendo un gran error y que me acabarías pidiendo disculpas? -le preguntó sarcástica a Munro.

 -No puedo quitarme la sensación de que es ahora cuando estoy a punto de cometer uno de los mayores errores de mi vida. Pero soy un soldado y obedezco órdenes. En cuanto a lo de la disculpa, no creo que eso vaya a pasar -respondió desafiante Munro.

 -Esa fe ciega en la federación te convertirá en una marioneta muy valiosa para tus superiores -se burló ella a carcajada limpia-. Subid a bordo y poneos los nuevos uniformes que se os han asignado.

 No hubo más intercambio de palabras, el escuadrón alfa continuó con las cabezas gachas hasta la zona donde estaban los alojamientos de la tripulación. Recordaban bien el camino, un día antes lo habían recorrido mientras asaltaban la nave. Lo cual hacía mucho más duro estar entre aquellos piratas. Entraron en un espartano camarote amueblado con literas plegables adosadas en las paredes y unas desvencijadas taquillas para guardar sus efectos personales, dentro de las cuales habían ropas más propias de unos piratas orión.
 Korban fue el que puso más reparos a la hora de vestir las prendas.

-Uno no solo debe ser honorable, también debe parecerlo. Y con estos trapos damos a entender que somos perros sin honor -comentó malhumorado.

-Y uno también debe acatar las órdenes que recibe -le recordó el andoriano Sirk.

De haberse tratado de cualquier otro, Korban habría respondido con un rugido de rabia o directamente con un puñetazo,  pero el klingon respetaba al andoriano de piel azul. Los de su especie eran reconocidos guerreros y entendían el honor, dos rasgos muy valorados en el imperio klingon. Además tenía razón en lo que decía. No podía anteponer sus intereses a los del equipo, era muy egoísta por su parte.

Finalmente Korban accedió entre quedos gruñidos de protesta.

Dos días de navegación no ayudaron en nada a mejorar el humor del escuadrón alfa. La tensión entre la Elite Force y la tripulación se podía cortar con un cuchillo. Los dos grupos no habían hablado entre ellos más que para lo estrictamente necesario.

Alexander Munro mataba el tiempo paseando por los pasillos. Estiraba las piernas y de paso aprovechaba para pensar en soledad. El superpoblado camarote que les habían asignado no dejaba mucho tiempo para la intimidad. Unos pasos amortiguados a su espalda le pusieron en alerta.
Se tranquilizó al ver que se trataba de Kenioth, el caitiano era sigiloso como una sombra cuando quería.

-Teniente comandante, tengo que hablar con usted -dijo el hombre gato casi en un susurro.

Kenioth no era precisamente un tipo muy hablador. Munro no creía haber oído el sonido de su voz más de una decena de veces. Era un tripulante eficaz al que no hacía falta decirle las cosas dos veces y que siempre cumplía con su deber sin rechistar. Por eso su superior se extrañó de la poco habitual solicitud del caitiano. Debía ser algo de importancia porque Kenioth no perdía el tiempo en conversaciones vanas.

-Hable con total libertad, alférez.

-He estado haciendo cálculos de astronavegación. Nos dirigimos a la región de Breker Rift, en el espacio atrexiano.

El primer impulso del sorprendido Munro fue preguntar a Kenioth si estaba seguro de tal afirmación. Enseguida desechó la idea, de no estarlo no se lo habría dicho.

-Muchas gracias Kenioth. Hablaré con Lady Verona. Por el momento mantenlo en secreto hasta nuevo aviso.

El caitiano de pelaje marrón oscuro se limitó a asentir y desapareció nuevamente tal y como había llegado, en completo silencio.

La cabeza de Munro era un hirviente caldero de preguntas. El nombre de la zona galáctica le era bastante familiar, la Elite Force ya había estado allí durante el tiempo que sirvieron en la Enterprise . Los recuerdos de aquella misión llevaban un negro presagio que hizo que se le pusiera la piel de gallina. 

 Con paso firme y decidido no tardó en llegar al puente. Dos de los piratas se interpusieron en su trayecto para impedirle el acceso, pero una orden de Lady Verona hizo que volvieran a ocuparse de sus asuntos.

-¿En qué puedo ayudarle teniente comandante? -se ofreció la lisonjera orión.

-Suponía que nos dirigíamos al espacio romulano.

-Y así es.

-Mis cálculos dicen que vamos hacia el espacio atrexiano.

La mujer miró con extrañeza al militar de la federación.

-Veo que no estás informado de los últimos acontecimientos, los romulanos han conquistado buena parte de la confederación atrexiana.

Munro no se molestó en disimular su asombro.

-Pero eso es… imposible -dudó antes de contestar.

-Hay tantas cosas que no sabes. Desde la guerra contra el Dominion tu querida federación se ha encerrado en sí misma. Sin su apoyo muchas pequeñas facciones no alineadas han caído bajo la influencia de los grandes poderes. Son presas fáciles ahora que tu gobierno se ha desentendido de ellos.
Quizás no había sido una buena idea hablar con Lady Verona sin la presencia de Juliette. Las palabras de la orión le confundían. No sabía si era por sus poderes psíquicos o porque era cierto lo que decía.

¿Era posible que la federación hubiera desatendido la llamada de auxilio de los atrexianos? Poco tiempo atrás habría defendido a capa y espada que se trataba de una mentira. Pero los últimos tiempos habían sido muy convulsos en la FPU. Sobrevivir a la guerra del Dominion había sido difícil, pero también tuvo sus consecuencias. La primera era que la paranoia parecía haberse instalado entre una población obsesionada por la seguridad hasta el punto de renunciar a los valores que siempre les habían representado. La segunda y no menos importante es que el resto de poderes galácticos veía a la Federación como una fuerza imparable. El liderazgo de la Flota Estelar en la reciente guerra demostraba bien a las claras que su poderío no tenía rival. Con buena parte de sus territorios devastados, no eran pocos los enemigos que creían que era el momento de dar el golpe definitivo a la federación antes de que tuviese tiempo de recuperarse de sus heridas. El cierre de fronteras con los romulanos solo había disparado los recelos del resto de facciones.

-¿Cuál es entonces nuestro destino? -preguntó Munro.

-Un planeta llamado Idryll. Los romulanos están montando una base allí y pagan a precio de oro armas y suministros -explicó Lady Verona.

Los peores presentimientos se hacían realidad. Idryll carecía de recursos atractivos para los beligerantes romulanos y tampoco era un lugar especialmente estratégico. Solo había una cosa que pudiera interesarles, la maquinaria para crear Exomorfos.
No tenía sentido, hasta los dirigentes de Romulus sabían del peligro que representaban aquellas criaturas. Ni siquiera ellos estaban tan locos como para querer reiniciar la pesadilla. La actual pretor Tal’Aura estaba al corriente de lo que allí había sucedido, incluso les había ayudado de forma tácita a deshacerse de la sociedad secreta llamada la Corona Vacía, que pretendía usar a las temibles criaturas para instalarse como nuevos regentes del imperio estelar. En cierta forma la pretor debía al escuadrón alfa que todavía siguiera en su puesto.
Pero las señales estaban ahí, no podía ser una simple casualidad que los romulanos hubiesen conquistado Idryll. Si ese era su plan, entonces la Elite Force tendría que hacer todo lo posible para evitarlo.

Había comprobado en carne propia que los Exomorfos eran incontrolables. La mayor parte de la tripulación del USS Dallas y muchos habitantes del planeta Idryll habían pagado con sus vidas por la soberbia que habían demostrado los que creían que los Exomorfos podían ser utilizados como esclavos, soldados o bestias de carga. Las creaciones biomecánicas habían escapado del control de sus creadores, cuando una de las criaturas ganó conciencia propia. Los nativos la llamaban Arqueopendra, el mismo nombre del monstruo legendario que mucho tiempo atrás estuvo a punto de destruir la floreciente civilización idryll. De no haber sido detenida, la criatura podría haberlo conseguido en su segundo intento. Si es que realmente se trataba del mismo ser.
Tenía que volver al camarote e informar al resto del escuadrón alfa que la prioridad de su misión habían cambiado. Aquello era mil veces más peligroso que el todo el contrabando que pudiera realizar el sindicato orión en toda la galaxia, por poco que le gustaran las criminales prácticas de los piratas.
 

Continuará...



  
 




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