The Spider nº26


Título: Cae el telón
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Anthony Kosar
Publicado en: Noviembre 2017


"¡La Titiritera al fin acorralada! Pero como toda bestia, es más peligrosa cuando se halla malherida. Dicen que el espectáculo debe continuar. pero tarde o temprano en toda obra, el telón ha de caer de un modo u otro..."
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es..

Creado por Harry Steeger

 

 



El Amo de los Hombres abandonó el local de la empresa de pompas fúnebres de la misma manera y hollando el mismo camino que había empleado para entrar. Por la puerta trasera empleada para entrar los ataúdes. En lugar de agacharse delatando así su furtiva actividad, caminó erguido, con zancadas firmes y de fuerte huella.
 
Dejó que su capa se abriera al viento de la tarde, como si fueran las mandíbulas de una araña, abiertas antes de abalanzarse sobre su presa, atrapada en la tela. Pensando en la dirección recién descubierta, se dirigió a un cobertizo situado a un lado del gran patio al cual se abría la entrada posterior del negocio.
  Esperar lo contrario hubiera demostrado escasa inteligencia por su parte. El portal del cobertizo estaba cerrado por una cadena y un candado de gran tamaño. De hecho, tardó más en sacar las ganzúas del bolsillo oculto dentro de la pernera de su pantalón y guardarlas de nuevo que en obligar a abrirse al candado.
 Tal y como esperaba, dentro encontró un coche fúnebre, vacío de féretro en su parte trasera. Maldijo, cediendo a la frustración. No tenía las llaves puestas y tampoco en la guantera. Otro retraso más. ¿Acaso era ese su sino? ¿Un diminuto percance tras otro en el camino de su despiadada justicia? ¿Vería de nuevo como la titiritera huía de su justa y merecida retribución?
 
Agitó la cabeza y por un momento sus colmillos postizos asomaron, como recordando al mundo quien era él. ¡El Amo de los Hombres! ¡The Spider! Aquel que había entregado su vida y renunciado a su dicha personal por el bien de los débiles, indefensos y desamparados. Y lo continuaría haciendo hasta que su fría, despiadada rabia ya no fuera necesaria.


 A toda prisa, regresó al despacho donde yacía el cadáver marcado con su terrible sello en el entrecejo y buscó en los dos únicos cajones que no había registrado, abandonados tras hallar aquello que buscaba. En el segundo halló un estuche que albergaba varios juegos de llaves de vehículos. Con toda seguridad, los coches fúnebres de la empresa.
Los cogió todos. Cuando por fin se incorporó al relativamente escaso tráfico, el implacable enemigo delos malvados y depravados se carcajeó burlón. El vehículo era de lo más adecuado para aquello que pretendía hacer, sin importar los obstáculos.
 
 En el primer cruce, con gesto decidido y temerario, pisó a fondo el acelerador y desobedeció el semáforo en rojo.
 
 Aquella carrera fue diferente a otras, casi suicidas marchas a través de las muy transitadas calles de Nueva York. Los asombrados transeúntes y espantados conductores del resto de vehículos le cedieron el paso casi al momento. El número de bruscos giros que efectuó para evitar estrellarse se contaron con los dedos de una mano.
 
 El Amo de los Hombres pensó que tal vez, dada la naturaleza luctuosa del coche pensaron que abrían camino a alguien que se dirigía a llevar a cabo su duro trabajo con extrema urgencia. De hecho así era, aunque errasen al pensar en la naturaleza de tal trabajo.
  Tal confusión de hecho tuvo un beneficio adicional del cual no fue consciente hasta que casi hubo alcanzado su destino. Nadie parecía haberle reconocido, distraídos por la naturaleza del automóvil que conducía. Otro hubiera vacilado, temeroso de aquella no tan habitual buena fortuna.
 
 The Spider se juró a sí mismo no desaprovecharla ni deshonrar su promesa a las gentes de bien. La Titiritera no volvería a ver un amanecer más, sin importar las consecuencias ni lo que tuviera que hacer para conseguirlo.

 
Su intención había sido entrar en el terreno embistiendo, como si aquel coche fúnebre fuera un ariete motorizado. Sin embargo, cuando invadió el camino de entrada al tiempo que derrapaba, descubrió de un fugaz vistazo que la puerta principal de aquella edificación se hallaba medio desvencijada.
 
 No disminuyó su velocidad. Había decidido convertir su presencia en un vendaval de rabia y muerte que golpeara sin misericordia a su enemiga, fulminándola en el acto.
 
 Subió los escalones y a través de la larga carrocería del coche fúnebre, sintió un extraño tropiezo al tiempo que se estrellaba contra la puerta de entrada, arrancándola de sus goznes con un arrollador impacto. Si la Titiritera se hallaba acompañada por secuaces vivos o aquellas infames marionetas de carroña, esperaba que acudieran a su encuentro cuanto antes.
 
No permaneció tras el volante, aguardando su llegada. En cuanto abandonó el automóvil, descubrió el motivo de aquel extrañó tropezón. Justo tras las ruedas delanteras descubrió el cadáver de un hombre con inequívocos signos de aplastamiento. Su cabeza estaba fracturada y deformada de un modo grotesco y truculento.
 
 Asomaban fragmentos de cráneo, cortando el cuero cabelludo y dejando vislumbrar la machacada materia gris por debajo. The Spider había visto muertos con aspecto más dantesco que aquella carroña. En las trincheras de Francia, en su infierno de barro, muerte y odio.
 
 
 
Cruzó el umbral y de inmediato desenfundó sus herramientas de sanguinaria cólera. El recibidor era amplio. Un reguero de sangre recorría las escaleras y llegaba hasta el punto en el cual se hallaba, alcanzando el exterior.
 
Decidió seguir el rastro de sangre hasta su más que probable origen. Como tantas otras veces, notó algo. Años de solitaria cruzada contra el crimen habían agudizado sus sentidos hasta un extremo casi doloroso.
 
Como insectos atrapados en la telaraña que hicieran vibrar sus hilos, sutiles percepciones vibraron en su mente. Cosas que de modo consciente no llamarían su atención, eran captadas por aquel extraño sentido. Uno que a veces sorprendía al mismo the Spider cuando se encontraba acertado.
Alcanzó el pasillo de la primera planta en el momento que un hombre fuerte de anchos hombros salía tambaleándose por una puerta tres metros a su derecha. Tras él, otro hombre apareció a espaldas del primero, con un cuchillo alzado, a punto de atacar.
 

 Las balas destrozaron el rostro y vientre del criminal, que recibió el cuchillo en medio de su torso. Su compañero quedó paralizado con una expresión idiota y bovina. Otra bala que atravesó su sien acabó con su vida de manera fulminante y cayó como si se apresurara por morir.
 
La mirada de los recién aparecidos delató sus evidentes y asesinas intenciones. El Amo de los Hombres se giró hacia su izquierda. Desde ese lado y por otra puerta salieron dos hampones. The Spider dejó que sus pistolas hablaran el lenguaje de la ira y venganza. Una centella metálica cruzó el espacio sobre su hombro mientras dos proyectiles atravesaban el arco entre sus piernas.
Sin perder tiempo, el mayor enemigo del crimen marcó los dos cadáveres con su pavoroso sello carmesí.
 
-¡Ram Singh y Jackson! -exclamó volviéndose hacia los hombres que permanecían a su espalda-. ¡¿Que hacéis aquí?!
 
Jackson hizo ademan de responder, pero con un gruñido de dolor se llevó la mano al hombro. Una mancha oscura y húmeda atravesaba su ropa.
 
-Díselo tú... amigo. Yo estoy demasiado... ocupado no desangrándome.
 
El sikh asintió. Se despojó de su chaqueta y con ella improvisó una manera de detener la hemorragia de su compañero mientras respondía la pregunta del hombre a quien servía por honor.  -¡Sahib, llegáis en el momento preciso! -El sikh le narró lo sucedido desde que se encontraran con Nita en la universidad hasta aquel mismo momento. Cuando acabó de hablar, una mezcla de temor y orgullo por Nita inflamó su tormentoso espíritu.
 
Temor por perderla a manos de una fuerza criminal como era la de la titiritera. Orgullo por la decisión que había tomado para detener por su propia mano a aquella malvada. Dos sentimientos que en otras circunstancias no hubiera sabido conciliar, sumido en una negra desesperación.
  ¿Pero en aquel momento y lugar? la necesidad de desbaratar aquella organización y acabar con su líder de una manera definitiva y absoluta se impusieron.
 
-Jackson, veo que puedes caminar.
 
-Solo la muerte me detendrá, mayor -respondió el chofer.
 
-Bien. Veo que estos dos pandilleros tenían varias de esas cajas de control. Tú y Ram Singh encargaos de que la Policía las recibe. Solo necesito una cosa.
 
Aquellos dos hombres no necesitaron compartir mirada alguna para saber lo que pensaba el otro. Llevaban tanto tiempo luchando codo con codo al servicio del Amo de los Hombres que podían prescindir de las formalidades necesarias `para la gente común.
 
-¡Aie! -gimió el sikh-. ¡Este perro os ha fallado, sahib! ¡No fui capaz de ver hacia donde marchaba missie sahib!
 
-Yo... lo sé -Jackson gruñó, tratando de mantenerse erguido-. Pude verlo gracias a que Ram me salvó la vida. Al desván. Ahí es donde la encontrará. Salió persiguiendo a esa maldita Titiritera.

 Sin responder, the Spider se dirigió a la puerta que su leal chofer le señaló con un gesto de esfuerzo. La misma por la cual habían salido ellos. A punto de traspasar el umbral, miró por encima de su hombro.
 
-Ram Singh, no me has fallado. Has protegido a quien debías. Y si la culpa te abruma, redímete cumpliendo la orden que os he dado -Sin decir más, alzó sus instrumentos de ardiente cólera y abrió la puerta del todo de una fuerte patada.
 
El archienemigo del crimen se sintió casi decepcionado. No había nadie en pie para escuchar el atronador bramido de sus pistolas automáticas. La habitación parecía una especie de despacho o sala de reuniones, con una gran mesa alargada y unas pocas sillas ocupando casi todo el espacio disponible.
Las paredes estaban llenas de cráteres de balazos de alto calibre y manchas de sangre en algunos puntos. Bajo algunos, desmadejadas carroñas pandilleras yacían con las cajas de control de aquellas pavorosas marionetas de carne a un lado, ya inútiles.
En el mismo instante en que entraba en aquella sala, the Spider lazó la cabeza. ¡Varios disparos bramaron más allá del techo! Una trampilla se abría justo por encima dela alargada mesa, con una escalerilla que se apoyaba en su superficie y subía hasta la penumbra superior.
 
Enfundando una de sus automáticas comenzó a subir cuando al otro lado del gran ventanal en la pared opuesta a la entrada, una escala de cuerda cayó más allá del marco inferior. Si se agachaba tras la mesa no podía saber quién era y cabía la posibilidad de que se tratara de Nita.
Una temeraria decisión que como tantas otras en su solitaria guerra contra el crimen se probó casi fatal.
 
Quien bajó por esa escala apenas se desenrolló no fue Nita Van Sloan. ¡Se trataba de la titiritera! Vestida como una pandillera normal, pero reconocible por su mirada oscura y orgullosa en exceso.
Desorbitó los ojos cuando vio la figura de jorobados hombros y áspera cabellera blanca de pie sobre la gran mesa. Una repentina detonación arrasó aquel momento, tan breve como tenso y la infame criminal se desplomó fulminada, precipitándose hacia el suelo.
 Lo último que vio the Spider de su enemiga fue algo que en realidad no era tan habitual como más de una ociosa mente podría especular.
 

El machacado rostro del cadáver se hallaba tenso en una increíble mueca de odio. Incluso su opaca y vacía mirada arrojaba una estremecedora sensación de desprecio por aquello que la titiritera había observado en su último segundo de vida.
 Nita Van Sloan se levantó tras marcar la frente de la muerta con el pavoroso sello carmesí. Suspiró casi abatiendo los hombros. Aquella muerte era suya para reclamar y marcarla. Su disparo era el que había acabado con la función de muerte y horror de la Titiritera.
 
A su lado, como una sombra de ira y justicia, se hallaba the Spider. Observó el cadáver. Una batalla más acabada con la victoria. Pero la guerra contra el crimen, contra aquellos que hacían de la miseria ajena su modo de vida, era interminable. Y él continuaría librándola hasta exhalar el último aliento.
 
-Lo averigüé en la universidad, del profesor que había diseñado los artefactos que controlaban a los muertos.
 
En la lejanía, una sirena de policía se dejó oír, cada vez más cerca.
 
-Me lo contarás todo en casa, Nita querida -interrumpió él-. Parece que Jackson y Ram Singh han sido más rápidos de lo que esperaba. Con suerte, no tendremos que escapar de otra persecución más.

Sí, se dijo el Amo de los Hombres. Continuaría luchando por quienes no podían luchar.
 
Hasta el último aliento.
 







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