Título: Bajo cero (II): Una pizza congelada, por favor Autor: Francesc Marí Portada: Francis Tsai Publicado en: Julio 2015
Iron Man vuelve a la acción para investigar el horrible destino de una pizzería de Brooklyn… El local entero ha sido cubierto por un misterioso hielo que no se funde bajo el calor del sol. ¿Quién será el responsable? ¿Logrará Iron Man detenerlo?
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Un elegante millonario, playboy, extraordinario inventor y un poderoso industrial, es Tony Stark... Pero cuando se viste su metálica armadura, se convierte en la más poderosa máquina luchadora del mundo
Creado por Stan Lee, Larry Lieber, Don Heck y Jack Kirby
—Señor, si fuera yo, me apuraría en llegar —recomendó la voz electrónica de J.A.R.V.I.S.
Tony andaban arrastrando los pies hacia las escaleras sin ningún tipo de ganas por llegar a ellas. Al oír lo que su mayordomo le decía, Stark se detuvo.
—Muy bien, J.A.R.V.I.S., pero de los dos ¿quién es el héroe? —preguntó mirando al infinito.
Tras unos segundos en los que la inteligencia artificial que Tony tenía por mayordomo no dijo nada, su voz volvió a oírse.
—Siendo realistas, el auténtico héroe es la armadura —dijo J.A.R.V.I.S. sin ningún tipo de reparo.
—Muy bonito, J.A.R.V.I.S., muy bonito. Si sigues así tendré que desconectarte…
—Entonces, ¿quién se hará cargo de que se levante por las mañanas para que haga su trabajo, señor?
Tony no respondió, simplemente reemprendió la marcha sonriendo, su mayordomo era mucho más listo de lo que cualquiera podría atribuir a una máquina.
Al cabo de unos instantes llegó al principio de las escaleras y, con un suspiro de cansancio, miró hacia arriba.
—La próxima vez instalaré una ascensor —dijo refunfuñando mientras las subía.
Cuando al fin llegó arriba de las escaleras, se encaró a la puerta metálica que daba acceso a su “hangar”. Empujando con ambas manos, las dos hojas de la puerta se abrieron de par en par dejando ver una enorme sala, igual de amplia que todo el apartamento que había debajo. En ella había decenas de plataformas informatizadas en las que descansaban sus armaduras, cargadas de energía y listas para que alguien que se las pusieran.
—Hola, pequeñines, ¿habéis descansado bien? —preguntó dirigiéndose al centro del “hangar”.
—Señor, se da cuenta que son máquinas, ¿verdad? —preguntó la electrónica y británica voz de J.A.R.V.I.S.
—Por supuesto que lo sé —respondió Tony.
—Entonces, ¿por qué les habla como si fueran sus hijos?
—Por el mismo motivo que a ti trato como si fueras un amigo —respondió Stark.
“Esta vez he sido más rápido que tú, J.A.R.V.I.S.”, pensó Tony mientras sonreía y miraba a su alrededor.
—La Mark VI está lista y completamente operativa —anunció el mayordomo como si quisiera cambiar de tema.
—Perfecto —contestó Tony dirigiéndose hacia la armadura que empezaba a abrirse para que él pudiera introducirse en ella.
Mientras se situaba en el interior de la armadura, Tony no pudo evitar mirar como iba vestido.
—Suerte que con la armadura puesta nadie ve si llevo ropa o no —se dijo con sarcasmo. —Acabó de situarse en el interior y añadió—: Vamos allá, J.A.R.V.I.S., conviérteme en Iron Man
Inmediatamente después de dar la orden, el ordenador hizo que las diversas piezas de metal que formaban su armadura empezaran a encajar unas con las otras recubriendo su cuerpo. En pocos segundos, dejaría de ser un tipo cualquiera —aunque le costara admitirlo— y se convertiría en todo un superhéroe. Las láminas de metal rojo y plateado iban soltando chasquidos cada vez que encajaban con la de al lado, hasta que por fin, la última de ellas estuvo en su lugar.
Teniendo absoluto control sobre la armadura, Iron Man empezó andar pesadamente hacia el centro de la sala. A cada paso que daba se podía oír todo un repertorio de sonidos mecánicos e hidráulicos.
Al llegar al centro del hangar, justo dónde en el suelo había una circunferencia pintada en rayas negras y amarillas, como si fuera una zona de seguridad, Tony levantó la máscara de su casco y dejó ver su rostro mal afeitado.
—Muy bien, J.A.R.V.I.S., abre el “Óculo de los Dioses” —ordenó.
— ¿No cree qué resulta un poco pretencioso llamarle así? —preguntó su mayordomo.
—No —contestó secamente Tony.
—Pero si usted no es un dios —insistió J.A.R.V.I.S.
—No, no lo soy. Pero sí que lo era el que abrió el agujero original con su martillo —respondió Tony—. Y ahora, ábrelo —añadió Tony justo antes de volver a cerrar la máscara de su casco.
Sin rechistar, J.A.R.V.I.S. activó el mecanismo que abría el “Óculo de los Dioses”, una obertura circular en el techo del hangar.
En el interior de su armadura, Tony no pudo evitar sonreír cuando el sol matutino de Nueva York le alumbró. Los cristales de sus visores se oscurecieron automáticamente, permitiendo que el piloto de la armadura nunca perdiera de vista el mundo que le rodeaba.
— ¿Seguro que no hay nadie más que pueda encargarse de esto? —preguntó Tony.
—No, señor. Como le he dicho antes…
Antes de que J.A.R.V.I.S. pudiera completar la frase, el sonido de los potentes repulsores de las botas de Iron Man interrumpieron al mayordomo electrónico, a la vez que permitían a Tony salir a una velocidad vertiginosa del interior de su peculiar “hangar” para surcar los cielos de Manhattan.
Iron Man en seguida superó la altura los grandes rascacielos de la ciudad, dejando tras él el mismo rastro que dejaban los cazas a reacción. Al cabo de unos segundos, cuando la ciudad más grande del mundo no parecía más que una vulgar maqueta, el vengador dorado se detuvo y estabilizó su vuelo, permaneciendo flotando.
— ¿Dónde están la pizzas congeladas? —preguntó Tony.
—Muy ingenioso, señor —respondió con sarcasmo la voz del mayordomo a través de los auriculares del casco de Iron Man.
Sin decir nada más, en la pantalla de vuelo y control, que Tony tenía en el interior de su casco, apareció un punto amarillo que marcaba el destino y una raya discontinua que establecía la ruta más rápida y plausible para llegar hasta allí.
En un solo gesto, Iron Man volvió a ponerse en posición de vuelo, con el cuerpo recto y los brazos pegados a él, a la vez que los repulsores de sus botas intensificaban su potencia para que Stark pudiera cruzar media ciudad sin tener que verse obligado a sufrir el tráfico de Nueva York.
A medida que pasaba entre los edificios, los cristales de sus ventanas vibraban, haciendo que todos sus ocupantes se giraran a ver cuál de los numerosos superhéroes que residían en la ciudad interrumpía su trabajo y su quehaceres. Sin embargo, lo único que podían ver era una estela rojiza y dorada.
En apenas unos minutos Iron Man llegó al lugar de los hechos, y con un sonoro golpe metálico hincó una rodilla en el suelo, dentro del perímetro policial, para después levantarse lentamente, a la espera de las aclamaciones del público…
— ¡Iron Man ha llegado! ¡Viva el Vengador Dorado! —exclamaron algunos mirones que había más allá de la cinta amarilla.
Eso le encantaba, y sabía que el público disfrutaba al verle aparecer de la forma más espectacular posible. Podía aterrizar calmadamente y sin apenas hacer ruido, pero no sería lo mismo.
El perímetro policial de cinta amarilla, coches patrulla y camiones de bomberos rodeaba parte del arcén y toda la acera, llegando hasta las paredes de los edificios colindantes al del lugar de los hechos.
—Don Giovanni —dijo Tony esperando a que J.A.R.V.I.S. le inundara de información sobre ese lugar.
Milésimas de segundos después, su casco estaba repleto de informes digitalizados, denuncias de la policía, fotos de unos veinte años atrás. Don Giovanni, era la clásica pizzería de barrio venida a menos. De aquellas que, cuando abrió, hacía las mejores pizzas de la ciudad, pero que ahora, a duras penas, debía pasar los controles de sanidad; si es que lo hacía.
—Buenos días, Iron Man —dijo uno de los policías acercándose y alargándole la mano.
—Buenos días, ¿qué sabemos? —preguntó Tony a la vez que levantaba la máscara de su casco y le devolvía el saludo.
—No demasiado —respondió un poco decepcionado el policía—. Ayer por la noche, varios vecinos oyeron gritos y después la temperatura de toda la manzana bajo unos veinte grados. Cuando alguno de ellos se atrevió a sacar la cabeza por la ventana, vio este enrome cubito de hielo.
Tony miró hacia la pizzería, desde la mitad de la acera hasta las ventanas del primer piso, una gruesa capa de hielo lo recubría absolutamente todo. Y no tan solo lo cubría sino que, además, debía haber hielo por todo el interior del local. Era allí dónde, precisamente, se podían ver las figuras de dos personas. Una era un hombre gordo con una camiseta de tirantes llena de manchas y un delantal blanco, la otra era una chica joven, con un estridente peinado y un modelito muy llamativo. Ambos tenían una expresión de sorpresa en la cara. Iron Man pudo ver, incluso, que la chica había escupido un chicle al verse congelada, ya que este permanecía flotando en el aire a pocos centímetros de su cara.
— ¿Quiénes son? —preguntó Tony volviendo a mirar hacia el policía.
—El propietario y su camarera —respondió sin prestar atención el oficial—. Sinceramente, no sé como proceder. Durante la noche hemos estado evacuando a la gente por si se trataba de alguna fuga o algo parecido. Pero los técnicos nos han informado que es imposible que esto suceda. No existen fuentes de bajas temperaturas que puedan provocar esto. —El hombre se frotó la cara desconcertado—. Además, contábamos que con el calor y la luz del día, el hielo se derretiría, pero no se ha reducido ni lo más mínimo.
Tony lo observó, el hombre parecía preocupado, no era normal que a principios de verano se congelara medio edificio, pero, sin embargo, ahí había lo prueba de todo lo contrario.
— ¿Falta alguien? —preguntó Tony.
El oficial lo miró sin saber a qué se refería.
—Quiero decir, si además del propietario y la camarera, ¿tenía que haber alguien más en el local?
—Por lo que hemos averiguado, la pizzería no tenía demasiados clientes, y los pocos que tenía apenas venían, sino que pedían la comida para que se la llevasen a casa y…
— ¿Dónde está el repartidor?
—Exactamente, señor Stark. Hemos intentado localizarle pero nos ha sido imposible, parece que se haya esfumado de la faz de la tierra.
— ¿Su nombre? —preguntó Tony.
—Donald Gill.
Tony cerró la máscara y vio como J.A.R.V.I.S. ya estaba buscando al tal Donald Gill, así que volvió a abrirla.
—Si me permite, quiero ver de que esta hecho este hielo —afirmó Tony acercándose a la pared de hielo que cubría la pizzería.
Alargó una mano y, con uno de sus dedos metálicos, raspó la superficie. Era increíblemente dura, y, al tocarla, los sensores de temperatura de su cuerpo le avisaron de la alarmante baja temperatura.
—Debo suponer que están muertos, ¿no? —le preguntó a J.A.R.V.I.S.
—Así es, señor. Por lo que el traje ha podido detectar, nadie podría sobrevivir más de unos minutos bajo este hielo —explicó su mayordomo.
Tony se acercó más y observó con suspicacia el hielo que había frente a él.
—Analiza la composición —ordenó—, si solo fuera agua congelada ya debería haberse derretido.
—Señor, aunque pueda parecer imposible, este hielo está formado, principalmente, por nitrógeno —respondió J.A.R.V.I.S. tras unos segundos de análisis.
— ¿Nitrógeno? —preguntó sorprendido Tony.
—Así es.
Tony no esperó más explicaciones por parte de J.A.R.V.I.S., bajó la máscara de su casco y activó los repulsores de las manos, apuntándolos directamente al hielo. La superficie congelada no reaccionó. Tony cambió de estrategia y encendió los láseres de sus puños, pero el hielo siguió sin inmutarse. Solo una pequeña esquirla se desprendió e impactó en su frente, haciendo que todos los sensores de su traje se volvieran locos.
— ¡Ahora sí que me he cabreado! —exclamó Iron Man.
Cruzó sus antebrazos sobre su pecho y curvó la espalda, a la vez que empezaba a sobrecargar el reactor de su pecho. Un fuerte zumbido y una potente luz blanca surgieron de su traje mientras seguía concentrando la energía.
—Señor, los niveles de sobrecarga son peligrosamente alarmantes —le dijo J.A.R.V.I.S.
Tony no respondió.
—Señor, si pierde el control podía convertirse en una bomba.
— ¡Maldita sea, J.A.R.V.I.S.! ¡Ya lo sé, yo fabriqué este traje! —exclamó Tony conteniendo la energía que se iba concentrando en su pecho.
—Señor, esto es demasiado peligroso, además de inútil —dijo la voz calmada de J.A.R.V.I.S.
— ¡Hazme caso! ¡Esto va a funcionar!
Cuando ya no pudo más, se irguió rápidamente, haciendo que un grueso haz de energía saliera de su pecho e impactara con fuerza en el hielo. Al principio pareció que no había pasado nada, pero cuando el reactor se detuvo, se pudo ver como se había abierto un gran agujero en el centro de la superficie helada, al mismo tiempo que un centenar de grietas había empezado a quebrar el inmenso cubito que ocupaba toda la pizzería.
—Te dije que funcionaría —le espetó a J.A.R.V.I.S. con una sonrisa jactanciosa.
Iron Man se giró y dejó que, tras él, las grietas fueran creciendo en la superficie del hielo. Ahora que había lo había quebrado, los policías y los bomberos no tardarían mucho tiempo en poder desmontarlo a piezas.
—Muchas gracias, señor Stark —le dijo el oficial acercándose—. Ahora podremos extraer los cuerpos.
—De nada, oficial, es mi trabajo —respondió Tony abriendo la máscara.
Pero antes de que el policía pudiera seguir agradeciendo la colaboración de Iron Man, un chorro de vapor helado cayó sobre él, convirtiéndole en una estatua de hielo.
— ¡¿Pero, qué?! —exclamó Stark al ver que ese no era el único policía que caía al suelo quedando preso de un cubito de hielo.
Alarmado miró hacia el origen de los chorros de vapor. Levantó la cabeza y vio que, surcando el aire deslizándose sobre una plataforma de hielo que se congelaba por delante y desaparecía por detrás, había un hombre vestido con una camiseta negra con el logo de una banda rock estampado, unos vaqueros y unas zapatillas. Pero no era aquello lo que sorprendía de su aspecto, sino su blanquecina piel, su piel surcada por líneas de un tono azul eléctrico y el hecho que dejaba una estela de vapor tras él.
Tras un par de rodeos, el misterioso hombre de hielo descendió y se detuvo a pocos metros de Tony.
— ¡Madre mía, qué honor! El gran Iron Man ha venido a detenerme —espetó.
—A ver, “CubitoMan”, yo de ti pararía de congelar a la gente, sino te las verás conmigo —le amenazó.
—Señor, le recomiendo que no inicie una batalla. Después de utilizar el reactor la energía de la armadura se ha quedado reducida el veinte por ciento —le susurró J.A.R.V.I.S.
—Ahora no, J.A.R.V.I.S., no ves que estoy ocupado…
Pero antes de decir nada más, el hombre de hielo le lanzó un chorro de vapor a los pies.
—Lo siento, Iron Man, la cocina está cerrada, ¿desea algo más? —preguntó el hombre entre risas.
Tony movió con fuerza los pies, y en seguida destrozó el hielo que los recubría.
—Sí, una pizza bien calentita —contestó Iron Man disparando con los repulsores de sus manos hacia el hombre de hielo, pero, el misterioso atacante consiguió esquivarlos.
—Lo siento, señor Stark, solo las tenemos congeladas —le contestó lanzado de nuevo chorros de vapor.
Iron Man volvió a esquivarlos y salió volando gracias a los repulsores de sus botas, intentando alejar el posible combate de las abarrotadas calles neoyorquinas.
Mientras zigzagueaba entre los edificios pudo comprobar como el hombre de hielo lo seguía de cerca. Su plan había funcionado.
—Señor, aquí tiene la información de Donald Gill —dijo J.A.R.V.I.S. inundando el casco de Iron Man de documentación.
— ¡Ahora no, J.A.R.V.I.S.! ¡Ahora no! —exclamó Tony.
Con la visibilidad cubierta por decenas de informes digitalizados, Iron Man empezó a volar completamente a ciegas. Tras rozar un par de edificios, no pudo evitar el tercero, cruzando sus acristaladas paredes. Perdió altura y empezó a dirigirse, inexorablemente, hacia el suelo.
Continuará…
Tony andaban arrastrando los pies hacia las escaleras sin ningún tipo de ganas por llegar a ellas. Al oír lo que su mayordomo le decía, Stark se detuvo.
—Muy bien, J.A.R.V.I.S., pero de los dos ¿quién es el héroe? —preguntó mirando al infinito.
Tras unos segundos en los que la inteligencia artificial que Tony tenía por mayordomo no dijo nada, su voz volvió a oírse.
—Siendo realistas, el auténtico héroe es la armadura —dijo J.A.R.V.I.S. sin ningún tipo de reparo.
—Muy bonito, J.A.R.V.I.S., muy bonito. Si sigues así tendré que desconectarte…
—Entonces, ¿quién se hará cargo de que se levante por las mañanas para que haga su trabajo, señor?
Tony no respondió, simplemente reemprendió la marcha sonriendo, su mayordomo era mucho más listo de lo que cualquiera podría atribuir a una máquina.
Al cabo de unos instantes llegó al principio de las escaleras y, con un suspiro de cansancio, miró hacia arriba.
—La próxima vez instalaré una ascensor —dijo refunfuñando mientras las subía.
Cuando al fin llegó arriba de las escaleras, se encaró a la puerta metálica que daba acceso a su “hangar”. Empujando con ambas manos, las dos hojas de la puerta se abrieron de par en par dejando ver una enorme sala, igual de amplia que todo el apartamento que había debajo. En ella había decenas de plataformas informatizadas en las que descansaban sus armaduras, cargadas de energía y listas para que alguien que se las pusieran.
—Hola, pequeñines, ¿habéis descansado bien? —preguntó dirigiéndose al centro del “hangar”.
—Señor, se da cuenta que son máquinas, ¿verdad? —preguntó la electrónica y británica voz de J.A.R.V.I.S.
—Por supuesto que lo sé —respondió Tony.
—Entonces, ¿por qué les habla como si fueran sus hijos?
—Por el mismo motivo que a ti trato como si fueras un amigo —respondió Stark.
“Esta vez he sido más rápido que tú, J.A.R.V.I.S.”, pensó Tony mientras sonreía y miraba a su alrededor.
—La Mark VI está lista y completamente operativa —anunció el mayordomo como si quisiera cambiar de tema.
—Perfecto —contestó Tony dirigiéndose hacia la armadura que empezaba a abrirse para que él pudiera introducirse en ella.
Mientras se situaba en el interior de la armadura, Tony no pudo evitar mirar como iba vestido.
—Suerte que con la armadura puesta nadie ve si llevo ropa o no —se dijo con sarcasmo. —Acabó de situarse en el interior y añadió—: Vamos allá, J.A.R.V.I.S., conviérteme en Iron Man
Inmediatamente después de dar la orden, el ordenador hizo que las diversas piezas de metal que formaban su armadura empezaran a encajar unas con las otras recubriendo su cuerpo. En pocos segundos, dejaría de ser un tipo cualquiera —aunque le costara admitirlo— y se convertiría en todo un superhéroe. Las láminas de metal rojo y plateado iban soltando chasquidos cada vez que encajaban con la de al lado, hasta que por fin, la última de ellas estuvo en su lugar.
Teniendo absoluto control sobre la armadura, Iron Man empezó andar pesadamente hacia el centro de la sala. A cada paso que daba se podía oír todo un repertorio de sonidos mecánicos e hidráulicos.
Al llegar al centro del hangar, justo dónde en el suelo había una circunferencia pintada en rayas negras y amarillas, como si fuera una zona de seguridad, Tony levantó la máscara de su casco y dejó ver su rostro mal afeitado.
—Muy bien, J.A.R.V.I.S., abre el “Óculo de los Dioses” —ordenó.
— ¿No cree qué resulta un poco pretencioso llamarle así? —preguntó su mayordomo.
—No —contestó secamente Tony.
—Pero si usted no es un dios —insistió J.A.R.V.I.S.
—No, no lo soy. Pero sí que lo era el que abrió el agujero original con su martillo —respondió Tony—. Y ahora, ábrelo —añadió Tony justo antes de volver a cerrar la máscara de su casco.
Sin rechistar, J.A.R.V.I.S. activó el mecanismo que abría el “Óculo de los Dioses”, una obertura circular en el techo del hangar.
En el interior de su armadura, Tony no pudo evitar sonreír cuando el sol matutino de Nueva York le alumbró. Los cristales de sus visores se oscurecieron automáticamente, permitiendo que el piloto de la armadura nunca perdiera de vista el mundo que le rodeaba.
— ¿Seguro que no hay nadie más que pueda encargarse de esto? —preguntó Tony.
—No, señor. Como le he dicho antes…
Antes de que J.A.R.V.I.S. pudiera completar la frase, el sonido de los potentes repulsores de las botas de Iron Man interrumpieron al mayordomo electrónico, a la vez que permitían a Tony salir a una velocidad vertiginosa del interior de su peculiar “hangar” para surcar los cielos de Manhattan.
Iron Man en seguida superó la altura los grandes rascacielos de la ciudad, dejando tras él el mismo rastro que dejaban los cazas a reacción. Al cabo de unos segundos, cuando la ciudad más grande del mundo no parecía más que una vulgar maqueta, el vengador dorado se detuvo y estabilizó su vuelo, permaneciendo flotando.
— ¿Dónde están la pizzas congeladas? —preguntó Tony.
—Muy ingenioso, señor —respondió con sarcasmo la voz del mayordomo a través de los auriculares del casco de Iron Man.
Sin decir nada más, en la pantalla de vuelo y control, que Tony tenía en el interior de su casco, apareció un punto amarillo que marcaba el destino y una raya discontinua que establecía la ruta más rápida y plausible para llegar hasta allí.
En un solo gesto, Iron Man volvió a ponerse en posición de vuelo, con el cuerpo recto y los brazos pegados a él, a la vez que los repulsores de sus botas intensificaban su potencia para que Stark pudiera cruzar media ciudad sin tener que verse obligado a sufrir el tráfico de Nueva York.
A medida que pasaba entre los edificios, los cristales de sus ventanas vibraban, haciendo que todos sus ocupantes se giraran a ver cuál de los numerosos superhéroes que residían en la ciudad interrumpía su trabajo y su quehaceres. Sin embargo, lo único que podían ver era una estela rojiza y dorada.
En apenas unos minutos Iron Man llegó al lugar de los hechos, y con un sonoro golpe metálico hincó una rodilla en el suelo, dentro del perímetro policial, para después levantarse lentamente, a la espera de las aclamaciones del público…
— ¡Iron Man ha llegado! ¡Viva el Vengador Dorado! —exclamaron algunos mirones que había más allá de la cinta amarilla.
Eso le encantaba, y sabía que el público disfrutaba al verle aparecer de la forma más espectacular posible. Podía aterrizar calmadamente y sin apenas hacer ruido, pero no sería lo mismo.
El perímetro policial de cinta amarilla, coches patrulla y camiones de bomberos rodeaba parte del arcén y toda la acera, llegando hasta las paredes de los edificios colindantes al del lugar de los hechos.
—Don Giovanni —dijo Tony esperando a que J.A.R.V.I.S. le inundara de información sobre ese lugar.
Milésimas de segundos después, su casco estaba repleto de informes digitalizados, denuncias de la policía, fotos de unos veinte años atrás. Don Giovanni, era la clásica pizzería de barrio venida a menos. De aquellas que, cuando abrió, hacía las mejores pizzas de la ciudad, pero que ahora, a duras penas, debía pasar los controles de sanidad; si es que lo hacía.
—Buenos días, Iron Man —dijo uno de los policías acercándose y alargándole la mano.
—Buenos días, ¿qué sabemos? —preguntó Tony a la vez que levantaba la máscara de su casco y le devolvía el saludo.
—No demasiado —respondió un poco decepcionado el policía—. Ayer por la noche, varios vecinos oyeron gritos y después la temperatura de toda la manzana bajo unos veinte grados. Cuando alguno de ellos se atrevió a sacar la cabeza por la ventana, vio este enrome cubito de hielo.
Tony miró hacia la pizzería, desde la mitad de la acera hasta las ventanas del primer piso, una gruesa capa de hielo lo recubría absolutamente todo. Y no tan solo lo cubría sino que, además, debía haber hielo por todo el interior del local. Era allí dónde, precisamente, se podían ver las figuras de dos personas. Una era un hombre gordo con una camiseta de tirantes llena de manchas y un delantal blanco, la otra era una chica joven, con un estridente peinado y un modelito muy llamativo. Ambos tenían una expresión de sorpresa en la cara. Iron Man pudo ver, incluso, que la chica había escupido un chicle al verse congelada, ya que este permanecía flotando en el aire a pocos centímetros de su cara.
— ¿Quiénes son? —preguntó Tony volviendo a mirar hacia el policía.
—El propietario y su camarera —respondió sin prestar atención el oficial—. Sinceramente, no sé como proceder. Durante la noche hemos estado evacuando a la gente por si se trataba de alguna fuga o algo parecido. Pero los técnicos nos han informado que es imposible que esto suceda. No existen fuentes de bajas temperaturas que puedan provocar esto. —El hombre se frotó la cara desconcertado—. Además, contábamos que con el calor y la luz del día, el hielo se derretiría, pero no se ha reducido ni lo más mínimo.
Tony lo observó, el hombre parecía preocupado, no era normal que a principios de verano se congelara medio edificio, pero, sin embargo, ahí había lo prueba de todo lo contrario.
— ¿Falta alguien? —preguntó Tony.
El oficial lo miró sin saber a qué se refería.
—Quiero decir, si además del propietario y la camarera, ¿tenía que haber alguien más en el local?
—Por lo que hemos averiguado, la pizzería no tenía demasiados clientes, y los pocos que tenía apenas venían, sino que pedían la comida para que se la llevasen a casa y…
— ¿Dónde está el repartidor?
—Exactamente, señor Stark. Hemos intentado localizarle pero nos ha sido imposible, parece que se haya esfumado de la faz de la tierra.
— ¿Su nombre? —preguntó Tony.
—Donald Gill.
Tony cerró la máscara y vio como J.A.R.V.I.S. ya estaba buscando al tal Donald Gill, así que volvió a abrirla.
—Si me permite, quiero ver de que esta hecho este hielo —afirmó Tony acercándose a la pared de hielo que cubría la pizzería.
Alargó una mano y, con uno de sus dedos metálicos, raspó la superficie. Era increíblemente dura, y, al tocarla, los sensores de temperatura de su cuerpo le avisaron de la alarmante baja temperatura.
—Debo suponer que están muertos, ¿no? —le preguntó a J.A.R.V.I.S.
—Así es, señor. Por lo que el traje ha podido detectar, nadie podría sobrevivir más de unos minutos bajo este hielo —explicó su mayordomo.
Tony se acercó más y observó con suspicacia el hielo que había frente a él.
—Analiza la composición —ordenó—, si solo fuera agua congelada ya debería haberse derretido.
—Señor, aunque pueda parecer imposible, este hielo está formado, principalmente, por nitrógeno —respondió J.A.R.V.I.S. tras unos segundos de análisis.
— ¿Nitrógeno? —preguntó sorprendido Tony.
—Así es.
Tony no esperó más explicaciones por parte de J.A.R.V.I.S., bajó la máscara de su casco y activó los repulsores de las manos, apuntándolos directamente al hielo. La superficie congelada no reaccionó. Tony cambió de estrategia y encendió los láseres de sus puños, pero el hielo siguió sin inmutarse. Solo una pequeña esquirla se desprendió e impactó en su frente, haciendo que todos los sensores de su traje se volvieran locos.
— ¡Ahora sí que me he cabreado! —exclamó Iron Man.
Cruzó sus antebrazos sobre su pecho y curvó la espalda, a la vez que empezaba a sobrecargar el reactor de su pecho. Un fuerte zumbido y una potente luz blanca surgieron de su traje mientras seguía concentrando la energía.
—Señor, los niveles de sobrecarga son peligrosamente alarmantes —le dijo J.A.R.V.I.S.
Tony no respondió.
—Señor, si pierde el control podía convertirse en una bomba.
— ¡Maldita sea, J.A.R.V.I.S.! ¡Ya lo sé, yo fabriqué este traje! —exclamó Tony conteniendo la energía que se iba concentrando en su pecho.
—Señor, esto es demasiado peligroso, además de inútil —dijo la voz calmada de J.A.R.V.I.S.
— ¡Hazme caso! ¡Esto va a funcionar!
Cuando ya no pudo más, se irguió rápidamente, haciendo que un grueso haz de energía saliera de su pecho e impactara con fuerza en el hielo. Al principio pareció que no había pasado nada, pero cuando el reactor se detuvo, se pudo ver como se había abierto un gran agujero en el centro de la superficie helada, al mismo tiempo que un centenar de grietas había empezado a quebrar el inmenso cubito que ocupaba toda la pizzería.
—Te dije que funcionaría —le espetó a J.A.R.V.I.S. con una sonrisa jactanciosa.
Iron Man se giró y dejó que, tras él, las grietas fueran creciendo en la superficie del hielo. Ahora que había lo había quebrado, los policías y los bomberos no tardarían mucho tiempo en poder desmontarlo a piezas.
—Muchas gracias, señor Stark —le dijo el oficial acercándose—. Ahora podremos extraer los cuerpos.
—De nada, oficial, es mi trabajo —respondió Tony abriendo la máscara.
Pero antes de que el policía pudiera seguir agradeciendo la colaboración de Iron Man, un chorro de vapor helado cayó sobre él, convirtiéndole en una estatua de hielo.
— ¡¿Pero, qué?! —exclamó Stark al ver que ese no era el único policía que caía al suelo quedando preso de un cubito de hielo.
Alarmado miró hacia el origen de los chorros de vapor. Levantó la cabeza y vio que, surcando el aire deslizándose sobre una plataforma de hielo que se congelaba por delante y desaparecía por detrás, había un hombre vestido con una camiseta negra con el logo de una banda rock estampado, unos vaqueros y unas zapatillas. Pero no era aquello lo que sorprendía de su aspecto, sino su blanquecina piel, su piel surcada por líneas de un tono azul eléctrico y el hecho que dejaba una estela de vapor tras él.
Tras un par de rodeos, el misterioso hombre de hielo descendió y se detuvo a pocos metros de Tony.
— ¡Madre mía, qué honor! El gran Iron Man ha venido a detenerme —espetó.
—A ver, “CubitoMan”, yo de ti pararía de congelar a la gente, sino te las verás conmigo —le amenazó.
—Señor, le recomiendo que no inicie una batalla. Después de utilizar el reactor la energía de la armadura se ha quedado reducida el veinte por ciento —le susurró J.A.R.V.I.S.
—Ahora no, J.A.R.V.I.S., no ves que estoy ocupado…
Pero antes de decir nada más, el hombre de hielo le lanzó un chorro de vapor a los pies.
—Lo siento, Iron Man, la cocina está cerrada, ¿desea algo más? —preguntó el hombre entre risas.
Tony movió con fuerza los pies, y en seguida destrozó el hielo que los recubría.
—Sí, una pizza bien calentita —contestó Iron Man disparando con los repulsores de sus manos hacia el hombre de hielo, pero, el misterioso atacante consiguió esquivarlos.
—Lo siento, señor Stark, solo las tenemos congeladas —le contestó lanzado de nuevo chorros de vapor.
Iron Man volvió a esquivarlos y salió volando gracias a los repulsores de sus botas, intentando alejar el posible combate de las abarrotadas calles neoyorquinas.
Mientras zigzagueaba entre los edificios pudo comprobar como el hombre de hielo lo seguía de cerca. Su plan había funcionado.
—Señor, aquí tiene la información de Donald Gill —dijo J.A.R.V.I.S. inundando el casco de Iron Man de documentación.
— ¡Ahora no, J.A.R.V.I.S.! ¡Ahora no! —exclamó Tony.
Con la visibilidad cubierta por decenas de informes digitalizados, Iron Man empezó a volar completamente a ciegas. Tras rozar un par de edificios, no pudo evitar el tercero, cruzando sus acristaladas paredes. Perdió altura y empezó a dirigirse, inexorablemente, hacia el suelo.
Continuará…
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
Referencias:
1 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
2 .- texto de la nota a pie de pagina aqui
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