Mystery Men nº6


Título: El Despertar de la Momia de Lenin (II)
Autor: Julio Martín Freixa
Portada: Julio Martín Freixa
Publicado en: Jul 2015

Doctor Dröm, Judas el Maldito, Garland Faust y Agatha Mandrake, comandados por el profesor Challenger asaltan el barco Mussaka Maris para intentar detener a Lenin resucitado. ¿Podrán conseguirlo?
Action Tales presenta

Creado por Julio Martín Freixa

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Cuatro figuras silenciosas se descolgaban desde sendos hilos de nailon irrompible desde las alturas. Las espesas nubes impedían ver la luna y arropaban a los invasores furtivos a medida que caían al agua, a distancia prudencial del Mussaka Maris. Equipados con trajes de buceo provistos de una mochila propulsora, que los convertía en torpedos humanos, surcaban las aguas negras en pos del transatlántico.
Como si de una máquina bien engrasada se tratase, el cuarteto hizo contacto con el casco recubierto de percebes y comenzaron la ascensión, ayudándose de unas ventosas adaptadas a sus guantes y rodilleras. Cada uno llevaba consigo una mochila impermeable en la que portaba su equipación personal, sujeta a la cintura por delante. De ese modo, evitaban su deterioro por la exposición al escape de las mochilas-cohete, que nada más llegar dejaron abandonadas en alta mar. Se trataba de un derroche de medios, pero el profesor Challenger no estaba dispuesto a escatimar en gastos cuando estaba en peligro el destino de la nación.
Subieron de forma implacable por la lisa superficie, luchando contra los feroces bandazos del casco y sorteando los ojos de buey que se abrían desde los camarotes. La consigna era llegar a cubierta sin ser vistos, o de lo contrario su misión correría serio peligro. Por fortuna, lo intempestivo de la hora propició que no hubiera testigos, por lo que los cuatro Mystery Men se apresuraron a deshacerse de los trajes aislantes y arrojarlos por la borda.
 
—La fase uno del plan ya está completa —dijo el Doctor Dröm—. Ahora nos separaremos para buscar a la momia. Seguramente se encuentre en la bodega de carga, pero no podemos olvidarnos del Onanista Gris. Es un tipo extremadamente peligroso.
 
—Agatha y yo trataremos de acceder a la bodega —dijo Garland Faust—. Propongo que Judas y tú tratéis de dar con el erotomante.
 
—Así lo haremos —certificó Dröm—. Sin cronicemos nuestros relojes. Nos veremos en este mismo punto dentro de una hora, independientemente de lo que hallemos. En caso de que uno de los grupos no comparezca, significará problemas. En ese caso, el grupo restante acudirá en su ayuda.
 
— ¿Y si ninguno de los dos grupos acude a la cita? —inquirió Judas.
 
—Eso significaría que somos una mierda de grupo —terció Agatha Mandrake—. A trabajar.
 
Garland Faust avanzaba junto a la bruja inmortal, exhibiendo sus andares característicos. Como resultado de un encuentro demoníaco en la Edad Media, su cuerpo había sufrido una drástica modificación: el brazo derecho era descomunalmente grande y musculoso, desequilibrando el resto de su estructura. Había aprendido a vivir con el lumbago durante sus largos siglos de existencia, pero a cambio esta mutación le otorgaba un suplemento extra de fuerza que siempre se había revelado muy eficaz en su lucha contra las criaturas de la Oscuridad. Nada más abrir la puerta que daba a las escaleras, se toparon de frente con un vigilante nocturno.
 
— ¿Quién va? —exclamó sobresaltado—. No es seguro deambular sobre cubierta por la noche...
 
—Ruego mil perdones, monsieur —dijo Faust, en tono afectado—. Mi valet y yo estábamos disfrutando de un momento romántico a la luz de las estrellas.
 
—Juraría que cuando hice mi última ronda no vi a nadie —contestó—. ¿Dice que llevan ahí mucho rato?
 
—Oui, oui... —dijo Faust, que comenzaba a impacientarse—. Creo que debimos de quedarnos dormidos en una de las hamacas. Demasiado champaña, me temo. —Guiñó un ojo con complicidad.
 
—Espere un momento... —dijo el vigilante, frunciendo el entrecejo—. Las hamacas están todas recogidas. Yo mismo me ocupé de eso. Y estoy seguro de que recordaría a un pasajero tan... peculiar como usted. Lo lamento, pero tendrán que acompañarme al camarote del capitán...
 
La última sílaba quedó flotando en el aire, pues su artífice cayó como un saco de plumas al ser impactado en plena mandíbula por el puño de Agatha Mandrake. Faust la miró boquiabierto.
 
—A veces tienes demasiada paciencia, Faust.
 
—Eso es porque soy un inmortal, querida.
 
—Yo también lo soy, y no soporto que me hagan perder el tiempo.
Encogiéndose de hombros, Garland Faust cargó sobre su hombro descomunal al dormido vigilante y se lo llevó escaleras abajo siguiendo a su compañera.





El Doctor Dröm y Judas el Miserable habían tomado otro camino hacia los camarotes, que había resultado estar expedito. Algunos juerguistas, visiblemente ebrios, todavía hacían eses sobre la moqueta que recubría el pasillo, chocando torpemente contra los muros, tal vez buscando sus propios habitáculos para perder allí la consciencia.
 
—Al menos, nadie sospechará de nosotros si nos ven —dijo Dröm. Su compañero permanecía callado como una tumba—. No te gusta hablar, ¿verdad? Tal vez sea mejor así.
 
— ¿Qué se supone que debemos buscar?
 
—Dudo mucho que, aunque tuviésemos una lista completa de todos los pasajeros, nos sirviese de algo. No sabemos qué nombre estará usando el Onanista Gris en esta ocasión. Pero aún nos queda un recurso de emergencia.
 
— ¿A qué te refieres?
 
—No me llaman el Jinete Onírico por nada. Busquemos un camarote vacío y te lo mostraré.
Judas se aproximó a uno de los borrachos, que trataba en vano de introducir una llave en la cerradura de su camarote.
 
— ¿Me permite ayudarle? —le preguntó. Acto seguido, se apoderó de la pieza de níquel y le soltó un directo a la mandíbula que lo dejó completamente noqueado en el suelo—. Ya tienes tu camarote.

—No negaré que tus métodos son efectivos, aunque tal vez les falte sutileza —respondió el experto en artes místicas, pasando al interior del camarote—. No obstante, situaciones desesperadas requieren soluciones extremas.

Judas introdujo al durmiente en la letrina de mala manera, casi introduciéndole la cabeza en el inodoro. Dröm se sentó sobre la alfombra en la posición del loto, acompasando su respiración con los latidos del corazón. Poco a poco comenzó a ralentizar la frecuencia cardiaca hasta que se sumió en un profundo trance...
...Su mente se volvió receptiva a las ondas oníricas, como una antena de radio cósmica. Captó pesadillas psicodélicas, fruto de una noche de excesos con la comida y el alcohol. Descubrió secretos anhelos de mujeres casadas y aburridas. Se paseó por escenas de difícil calificación como si se tratara de un turista en tierra extraña, hasta que encontró lo que buscaba.
Una presencia repulsiva, impregnada de una lascivia tal que casi le hizo vomitar en sueños. Soñaba con obscenas uniones contra natura entre vivos y muertos, en una macabra orgía decadente. Sin duda debía tratarse del infame Onanista Gris, que dormía ajeno a la realidad. Conteniendo las nauseas, pudo localizar su origen y hacia ahí dirigió su forma astral, que nadaba por la corriente metafísica tejida con las hebras de los sueños de varios centenares de almas.
Sí. Lo había encontrado.




 
—Esta debe de ser la compuerta que da a la bodega de carga —dijo Agatha—. Cerrada, cómo no. Y del otro lado se oyen golpes... Como de metal golpeando metal.
 
—Me pregunto quién puede estar haciendo reparaciones, a estas horas —dijo Faust—. ¿Crees que el servicio de mantenimiento estará operativo a las tres de la madrugada?
 
—Me parece, cuanto menos, extraño. Pero seguimos teniendo el problema de cómo vamos a hacer para conseguir entrar.
 
—Tal vez nuestro amigo, aquí presente, pueda hacer algo al respecto —dijo Faust, dejando al guardia en el suelo para registrarle los bolsillos—. Voilá! Una llave.
 
—Déjame ver —dijo Agatha, arrebatándosela con un rápido movimiento. Después de trastear con ella en la cerradura, exclamó desalentada—: No sirve. Era demasiado bueno para ser verdad.
 
—No desesperes, ma belle. A grandes males, grandes remedios. ¡Mira! Mi piel brilla. Eso solo puede significar que al otro lado hay algo diabólico.
 
En efecto, la mano derecha de Garland Faust comenzó a emitir un brillo azulado sobrenatural que pronto se extendió hasta su cuello y hemicara. Cerró los dedos, grandes como bananas, hasta conformar un puño ciclópeo, y lo estrelló con furia infernal contra la puerta de acero. Repitió la operación hasta tres veces, como si de un martillo pilón se tratara, hasta que ésta cedió, convertida en un guiñapo arrugado de ferralla.
 
—Quién quiere llaves, si tiene un brazo demoníaco —dijo Agatha, socarrona—. Buen trabajo. Ahora, veamos qué se está cociendo aquí...
 
Lo que vieron los dejó estupefactos.



 
 
 
—No sé qué habrás estado haciendo mientras te echabas esa siesta —dijo Judas, mientras bajaba las escaleras junto al Doctor Dröm hacia el nivel inferior—, pero por mí vale, si nos ayuda a dejar esta sucia bañera flotante cuanto antes.
 
—Me llevaría un buen rato explicarlo —contestó, pensando para sus adentros que su compañero le gustaba más cuando estaba callado—. Tendrás que confiar en mí por el momento. Ya hemos llegado.
La puerta no tenía nada de especial y era igual en todo a las demás entradas de los restantes camarotes, excepto por un detalle: era la número 666.
 
—Acabemos con esto de una vez —dijo Judas, aplicando el oído a la cerradura, al tiempo que manipulaba el picaporte. Sacó un alambre de su mochila y, tras introducirlo con mano experta, lo giró hábilmente hasta que un chasquido anunció que el mecanismo había saltado—. Vía libre.
 
—Dröm le dedicó una mirada conspicua antes de deslizarse al interior del camarote donde dormía el Onanista Gris. Esquivó unos pañuelos de papel sospechosamente acartonados que yacían dispersos por el parqué, en dirección a la figura durmiente.
 
—Vaya —susurró Judas—. Este tío hace honor a su apodo. ¡Aquí huele a choto que no veas!
 
Un objeto esférico llamó poderosamente la atención del Doctor Dröm desde el escritorio de caoba. Sus emanaciones místicas eran tan potentes que aturdían sus sentidos hiperdesarrollados, haciéndole perder el interés por el durmiente. Se trataba de algún artefacto mágico de gran poder. Sin pensarlo, como hipnotizado, alargó sus dedos hacia él. Era tan perfecto, tan hermoso...
 
— ¡Hey, Doc! —Lo apremió Faust—. No hemos venido aquí a por baratijas. ¿Doc?
Pero el Doctor Dröm estaba más allá de este plano de realidad, obcecado en su empeño por poseer la esfera. Nada más rozarla con la yema de los dedos, estalló con un relámpago de luz cegadora.
 
— ¡Caíste en mi trampa, incauto! —Tronó una voz con marcado acento eslavo—. Ahora serás mi esclavo por siempre.
 
Dröm comprendió demasiado tarde que estaba atrapado en el interior de una esfera de estasis, fabricada por los asirios en tiempos inmemoriales. Desde su confinamiento, pudo ver a un estupefacto Judas, que contemplaba inmóvil al Onanista Gris sin decidirse a actuar. La mirada triunfal de su adversario no presagiaba nada bueno.






—Sacré bleu! —Exclamó Faust—. ¡Mira eso!
 
La bodega entera había sido convertida en un taller metalúrgico en el que refulgían los hornos y batían los martillos. Una horda de proletarios soviéticos, enfundados en austeros monos de cuero y empapados en sudor como salmonetes, se encorvaba sobre las piezas de lo que parecía una armadura medieval forjada en metal carmesí. Como si fueran un grupo de umpa-lumpas sin derecho a huelga, todos se quedaron mirando a la pareja con expresión estúpida. En un rincón, sobre un altar de piedra, descansaba la momia de Lenin.
 
—Casi parece que... —titubeó Agatha—. Que...
 
—Sí, querrida —dijo la voz gutural de la momia, que ya comenzaba a entrar en actividad—. Una armadurra digna de un zar... ¿Qué digo zar? —Escupió sobre el suelo con repulsa—. ¡Digna de un camarrada supremo! Y con ella derrotaré al capitalismo.
 
Se puso en pie de un salto y extendió las cuatro extremidades al aire. Los trozos de la armadura salieron volando desde los yunques, acomodándose sobre su cuerpo momificado, algunos todavía humeantes. El hedor a carne quemada inundó la amplia estancia, pero la momia de Lenin no demostró dolor, adoptando su rostro una expresión de gozo indescriptible.


Continuará...


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