Título: Pasado profundo (II) Autor: Jose Antonio Martínez Portada: Conrado Martín Publicado en: Septiembre 2015
Alguien está acabando con los Fatboys, antiguos amigos de Daredevil, y para dar con el culpable, el Hombre Sin Miedo chocará con la realidad de la gente que vive en las calles de Hell's Kitchen...
|
Vive en una noche eterna, pero la oscuridad está llena de sonidos y olores que otros no pueden percibir. Aunque el abogado Matt Murdock es ciego, sus otros sentidos funcionan con una agudeza sobrehumana... Abogado de día, vigilante de noche... El Hombre sin miedo
Creado por Stan Lee y Bill Everett
Hell’s Kitchen, de noche:
Una figura oscura engancha el extremo de su bastón en una antena de telefonía cercana y se lanza al vacío. Surca el cielo nocturno de Nueva York deslizándose grácil, con unos movimientos perfectos de acróbata. Daredevil gira, se retuerce, y vuelve a lanzar el gancho al mástil de una bandera. Se balancea y, ayudado por el impulso, se suelta. Da varias vueltas en el aire y cae, ligero, en el borde de una azotea. Pese a la reciente merma de sus sentidos, el de la orientación sigue tan fino como siempre, por suerte. A sus pies está el callejón donde encontraron los restos de Darla, y junto a él, el bloque de pisos donde vive el testigo del Caso Levine: J. E. Houndry. [1]
De acuerdo con el informe policial, Houndry vio desde su ventana, en la segunda planta, como Abraham Levine discutía a gritos con Darla. El testigo ocular declaró que el anciano amenazó varias veces a la indigente para que no hablase si apreciaba su vida. La tomó de los brazos, zarandeándola de forma violenta, mientras le decía que ellos se enterarían, que acabaría como los demás. A Matt aquello le pareció desde el principio un aviso más que una amenaza. Houndry entró para llamar a la policía, y al volver a la ventana el anciano había desaparecido y el cuerpo de Darla estaba tirado en el asfalto. A los investigadores les sirvió para situar a Levine en la escena del último crimen y no tuvieron duda cuando, Matt no sabe cómo, les dio por analizar a las víctimas anteriores y encontraron restos biológicos de Abraham Levine en todos. [2]
- Saliva… -hay muchas cosas de ese caso que no le cuadran- Podría indicar que habló con todas las víctimas antes de que muriesen, pero no que las matase. ¿Y Freddie? A él lo encontraron en el puerto, rodeado de toda clase de desperdicios… [3]Tengo que hablar con ese tal Houndry.
La ventana del piso del testigo está abierta, y la luz de la luna entra por ella hasta que es oscurecida por la silueta agazapada del Diablo Guardián. No detecta movimiento ni latido alguno. Parece que no hay nadie en casa, hasta que lo huele. Sigue el rastro hasta el baño, inundado con dos dedos de agua. Va hacia la bañera y extiende el brazo. El cadáver de un hombre corpulento medio sumergido, con las muñecas cortadas goteando abundante sangre en el líquido elemento que rebosa del borde de la tina.
- ¡Houndry! ¡No puede ser…!
## TOC, TOC, TOC##
- ¡POLICÍA DE NUEVA YORK, ABRAN LA PUERTA!
- No… -Daredevil sale aprisa del aseo, y detecta al menos a una veintena de policías armados tras la puerta. Corre hacia la ventana antes de que utilicen lo que acaban de traer-
##PUMMM, PUMMM, PUMMM##
- ¡Vamos, echad abajo esa puerta ya!
##PUMMM, PUMM… CRAAASSHH##
- ¡Policía! ¡Todo el mundo quieto!
En el instante en el que irrumpen, observan una sombra que se mueve veloz en dirección a la ventana abierta.
- ¡Está ahí! ¡Quieto o disparo!
Las semiautomáticas comienzan a escupir plomo, siguiendo la estela del invasor, quien en un último y temerario movimiento se lanza de un salto al exterior.
- ¡Tras él! ¡Vamos! -ordena el superior al mando- ¡Que no escape!
- P-pero señor… Nadie podría sobrevivir a una caída como…
- ¡Calla estúpido! ¿Acaso no has visto quien era? -toma una radio de su cinturón- Atención, aquí el Detective LaFrentz, a todas las unidades; Daredevil es sospechoso de asesinato. ¡Traedme a ese payaso disfrazado!
Una figura oscura engancha el extremo de su bastón en una antena de telefonía cercana y se lanza al vacío. Surca el cielo nocturno de Nueva York deslizándose grácil, con unos movimientos perfectos de acróbata. Daredevil gira, se retuerce, y vuelve a lanzar el gancho al mástil de una bandera. Se balancea y, ayudado por el impulso, se suelta. Da varias vueltas en el aire y cae, ligero, en el borde de una azotea. Pese a la reciente merma de sus sentidos, el de la orientación sigue tan fino como siempre, por suerte. A sus pies está el callejón donde encontraron los restos de Darla, y junto a él, el bloque de pisos donde vive el testigo del Caso Levine: J. E. Houndry. [1]
De acuerdo con el informe policial, Houndry vio desde su ventana, en la segunda planta, como Abraham Levine discutía a gritos con Darla. El testigo ocular declaró que el anciano amenazó varias veces a la indigente para que no hablase si apreciaba su vida. La tomó de los brazos, zarandeándola de forma violenta, mientras le decía que ellos se enterarían, que acabaría como los demás. A Matt aquello le pareció desde el principio un aviso más que una amenaza. Houndry entró para llamar a la policía, y al volver a la ventana el anciano había desaparecido y el cuerpo de Darla estaba tirado en el asfalto. A los investigadores les sirvió para situar a Levine en la escena del último crimen y no tuvieron duda cuando, Matt no sabe cómo, les dio por analizar a las víctimas anteriores y encontraron restos biológicos de Abraham Levine en todos. [2]
- Saliva… -hay muchas cosas de ese caso que no le cuadran- Podría indicar que habló con todas las víctimas antes de que muriesen, pero no que las matase. ¿Y Freddie? A él lo encontraron en el puerto, rodeado de toda clase de desperdicios… [3]Tengo que hablar con ese tal Houndry.
La ventana del piso del testigo está abierta, y la luz de la luna entra por ella hasta que es oscurecida por la silueta agazapada del Diablo Guardián. No detecta movimiento ni latido alguno. Parece que no hay nadie en casa, hasta que lo huele. Sigue el rastro hasta el baño, inundado con dos dedos de agua. Va hacia la bañera y extiende el brazo. El cadáver de un hombre corpulento medio sumergido, con las muñecas cortadas goteando abundante sangre en el líquido elemento que rebosa del borde de la tina.
- ¡Houndry! ¡No puede ser…!
## TOC, TOC, TOC##
- ¡POLICÍA DE NUEVA YORK, ABRAN LA PUERTA!
- No… -Daredevil sale aprisa del aseo, y detecta al menos a una veintena de policías armados tras la puerta. Corre hacia la ventana antes de que utilicen lo que acaban de traer-
##PUMMM, PUMMM, PUMMM##
- ¡Vamos, echad abajo esa puerta ya!
##PUMMM, PUMM… CRAAASSHH##
- ¡Policía! ¡Todo el mundo quieto!
En el instante en el que irrumpen, observan una sombra que se mueve veloz en dirección a la ventana abierta.
- ¡Está ahí! ¡Quieto o disparo!
Las semiautomáticas comienzan a escupir plomo, siguiendo la estela del invasor, quien en un último y temerario movimiento se lanza de un salto al exterior.
- ¡Tras él! ¡Vamos! -ordena el superior al mando- ¡Que no escape!
- P-pero señor… Nadie podría sobrevivir a una caída como…
- ¡Calla estúpido! ¿Acaso no has visto quien era? -toma una radio de su cinturón- Atención, aquí el Detective LaFrentz, a todas las unidades; Daredevil es sospechoso de asesinato. ¡Traedme a ese payaso disfrazado!
Hogar de los Urich, más tarde:
Doris duerme tranquila, mientras su marido tiene los ojos abiertos, fijos en algún punto de la oscuridad que les rodea. El artículo que tiene casi preparado para su publicación lleva varias noches interrumpiendo su sueño. Como periodista, sabe que su deber es destapar el asunto, y su experiencia le dice que la onda expansiva de la bomba de mierda que está a punto de encender le manchará de manera irremediable. Siempre pasa cuando metes los dedos en la sopa de los poderosos.
La inquietud le vence, besa a su esposa en la frente y se levanta. Se pone las gafas para buscar un paquete de tabaco que tiene en su chaqueta, y cuando va a abandonar el dormitorio, se gira y observa su silueta bajo las sábanas. Escucha su respiración, profunda y pausada, y sabe que hace lo correcto. No puede contarle nada del artículo, aunque cada día se le hace más difícil. Desearía saber su opinión de todo, pero entonces ya no podría dormir así. “Con un insomne en casa ya es más que suficiente…”, y cierra con delicadeza la puerta tras de sí.
A Ben Urich nunca le ha gustado perder el tiempo, y mientras avanza hacia su despacho se enciende un cigarro a la vez que consulta las últimas noticias en su teléfono. Espera que alguien le haya quitado el peso de la responsabilidad, adelantándose a su artículo. Al parecer su informante tenía razón; la exclusiva era suya. No sabe si alegrarse o quemar todos los documentos y volverse a la cama.
Pero su cabeza va por un sitio, y su cuerpo por otro. Así, cuando se quiere dar cuenta, está abriendo la puerta a su escritorio. Avanza a oscuras con la seguridad de quien se conoce aquella habitación como la palma de su mano. Toma asiento delante de la mesa, arranca el ordenador y enciende el flexo.
- Hola Ben…
- ¡AAAAHHH….! -el cigarro cae de su boca-
- Sshh… No querrás despertar a Doris.
- ¿¡Estás loco!? ¡Casi me matas del susto! ¡Por Dios…! -recupera el pitillo, apresurado, antes de que queme más la moqueta- ¡Coño!
- Esos cigarrillos acabarán contigo antes…
- Si, ya, por supuesto… -apaga el que tiene en la mano y se enciende otro- Pues que sepas que estas visitas sorpresa tuyas no ayudan nada. Nada en absoluto…
- Lo siento, supongo que cuesta dejar las viejas costumbres… Necesito tu ayuda Ben.
- ¿Y no podrías haber esperado hasta mañana Matt? ¿Haberme llamado?
- Estoy en un aprieto, alguien me ha tendido una trampa y ahora tengo a la Policía de Nueva York dándome caza. ¿Qué sabes del Caso Levine?
- ¿El del anciano mata-mendigos? Poca cosa, lo cubre una compañera. He leído algo y creo que tampoco tiene mucho interés más allá de la morbosidad y el sensacionalismo.
- Créeme, hay mucho más bajo la superficie de lo que parece. Necesito información sobre James E. Houndry.
- ¿Ese no es el testigo?
- Lo era, me lo he encontrado muerto en su apartamento. Parecía un suicidio pero está claro que no, sobre todo cuando ha llegado la policía. Quien sea que lo hiciese los avisó para que me encontraran allí, junto al cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué matar al único testigo si lo que quería quien sea era inculpar a Levine?
- Ummm, estás consiguiendo que me interese por el tema, pero ahora mismo estoy en plena noticia. Una muy delicada que…
- Ben, los mendigos muertos… ¿Te acuerdas de los Fatboys? [4]
- ¿Quienes? ¿Aquellos niños con los que se te solía ver por Hell's Kitchen hace años?
- Sí. Ellos… ellos crecieron, al parecer se perdieron por el camino, y terminaron en la calle... Y por si no fuera suficiente castigo, alguien acabó con sus miserias personales.
- Vaya Matt, lo siento mucho... Yo…
- Eran mis amigos, y yo no estuve a su lado cuando me necesitaron. Les fallé… Pero todavía puedo hacer algo; creo que queda uno con vida. Tengo que encontrarlo. ¡Tengo que salvarle!
- Vale. Mira, te diré lo que vamos a hacer: yo voy a acceder a la base de datos del diario y te daré todo lo que tengamos, tanto de ese Houndry como de los Fatboys. ¿Tienes sus identidades, verdad?
- Sí, sus nombres verdaderos eran William Lilley, Frederick Rodemberg, Massimo Riera, Alfred Tyler, Ralf Hansen y Stephanie… Darla Mitchell.
- Ok. Ahora lo que tú tienes que hacer: desaparecer de mi casa en cuanto te haya entregado la información. Lo último que quiero es a una división SWAT derribando mi puerta de madrugada.
- Conforme. Muchas gracias. Te debo una…
- Toma, me debes más de una, Diablo. -le entrega una memoria USB sin girarse- Y algún día pienso cobrarlas, ¿sabes? -entonces mira hacia atrás, pero allí ya no hay nadie más- Al menos sé que sigues cumpliendo tu palabra…
Doris duerme tranquila, mientras su marido tiene los ojos abiertos, fijos en algún punto de la oscuridad que les rodea. El artículo que tiene casi preparado para su publicación lleva varias noches interrumpiendo su sueño. Como periodista, sabe que su deber es destapar el asunto, y su experiencia le dice que la onda expansiva de la bomba de mierda que está a punto de encender le manchará de manera irremediable. Siempre pasa cuando metes los dedos en la sopa de los poderosos.
La inquietud le vence, besa a su esposa en la frente y se levanta. Se pone las gafas para buscar un paquete de tabaco que tiene en su chaqueta, y cuando va a abandonar el dormitorio, se gira y observa su silueta bajo las sábanas. Escucha su respiración, profunda y pausada, y sabe que hace lo correcto. No puede contarle nada del artículo, aunque cada día se le hace más difícil. Desearía saber su opinión de todo, pero entonces ya no podría dormir así. “Con un insomne en casa ya es más que suficiente…”, y cierra con delicadeza la puerta tras de sí.
A Ben Urich nunca le ha gustado perder el tiempo, y mientras avanza hacia su despacho se enciende un cigarro a la vez que consulta las últimas noticias en su teléfono. Espera que alguien le haya quitado el peso de la responsabilidad, adelantándose a su artículo. Al parecer su informante tenía razón; la exclusiva era suya. No sabe si alegrarse o quemar todos los documentos y volverse a la cama.
Pero su cabeza va por un sitio, y su cuerpo por otro. Así, cuando se quiere dar cuenta, está abriendo la puerta a su escritorio. Avanza a oscuras con la seguridad de quien se conoce aquella habitación como la palma de su mano. Toma asiento delante de la mesa, arranca el ordenador y enciende el flexo.
- Hola Ben…
- ¡AAAAHHH….! -el cigarro cae de su boca-
- Sshh… No querrás despertar a Doris.
- ¿¡Estás loco!? ¡Casi me matas del susto! ¡Por Dios…! -recupera el pitillo, apresurado, antes de que queme más la moqueta- ¡Coño!
- Esos cigarrillos acabarán contigo antes…
- Si, ya, por supuesto… -apaga el que tiene en la mano y se enciende otro- Pues que sepas que estas visitas sorpresa tuyas no ayudan nada. Nada en absoluto…
- Lo siento, supongo que cuesta dejar las viejas costumbres… Necesito tu ayuda Ben.
- ¿Y no podrías haber esperado hasta mañana Matt? ¿Haberme llamado?
- Estoy en un aprieto, alguien me ha tendido una trampa y ahora tengo a la Policía de Nueva York dándome caza. ¿Qué sabes del Caso Levine?
- ¿El del anciano mata-mendigos? Poca cosa, lo cubre una compañera. He leído algo y creo que tampoco tiene mucho interés más allá de la morbosidad y el sensacionalismo.
- Créeme, hay mucho más bajo la superficie de lo que parece. Necesito información sobre James E. Houndry.
- ¿Ese no es el testigo?
- Lo era, me lo he encontrado muerto en su apartamento. Parecía un suicidio pero está claro que no, sobre todo cuando ha llegado la policía. Quien sea que lo hiciese los avisó para que me encontraran allí, junto al cuerpo. ¿Por qué? ¿Por qué matar al único testigo si lo que quería quien sea era inculpar a Levine?
- Ummm, estás consiguiendo que me interese por el tema, pero ahora mismo estoy en plena noticia. Una muy delicada que…
- Ben, los mendigos muertos… ¿Te acuerdas de los Fatboys? [4]
- ¿Quienes? ¿Aquellos niños con los que se te solía ver por Hell's Kitchen hace años?
- Sí. Ellos… ellos crecieron, al parecer se perdieron por el camino, y terminaron en la calle... Y por si no fuera suficiente castigo, alguien acabó con sus miserias personales.
- Vaya Matt, lo siento mucho... Yo…
- Eran mis amigos, y yo no estuve a su lado cuando me necesitaron. Les fallé… Pero todavía puedo hacer algo; creo que queda uno con vida. Tengo que encontrarlo. ¡Tengo que salvarle!
- Vale. Mira, te diré lo que vamos a hacer: yo voy a acceder a la base de datos del diario y te daré todo lo que tengamos, tanto de ese Houndry como de los Fatboys. ¿Tienes sus identidades, verdad?
- Sí, sus nombres verdaderos eran William Lilley, Frederick Rodemberg, Massimo Riera, Alfred Tyler, Ralf Hansen y Stephanie… Darla Mitchell.
- Ok. Ahora lo que tú tienes que hacer: desaparecer de mi casa en cuanto te haya entregado la información. Lo último que quiero es a una división SWAT derribando mi puerta de madrugada.
- Conforme. Muchas gracias. Te debo una…
- Toma, me debes más de una, Diablo. -le entrega una memoria USB sin girarse- Y algún día pienso cobrarlas, ¿sabes? -entonces mira hacia atrás, pero allí ya no hay nadie más- Al menos sé que sigues cumpliendo tu palabra…
Poco antes de que muera la noche:
La brisa fría que anuncia la llegada del amanecer acaricia el rostro de Daredevil en su camino de vuelta a casa. Entre sonidos de sirenas y bebés llorando, su cabeza procesa los pocos datos que tiene, y las muchas dudas que estos le plantean. Piensa que, quizá no es buena idea ir a su apartamento con todos los agentes de la ciudad persiguiéndole y con una identidad tan poco secreta al parecer. El despacho tampoco es una opción.
No tiene muy claro hacia dónde dirigirse, cuando se da cuenta de que su cuerpo, de forma instintiva, le ha llevado de vuelta hasta un oscuro y maloliente callejón. El lugar donde encontraron el cuerpo de Darla. Se detiene y, desde las alturas, escanea con su sentido de radar la zona. Los CSI ya no está en el apartamento de Houndry, aunque los coches patrulla vigilan las calles principales. A cierta distancia, un helicóptero despega para sobrevolar las azoteas. Debajo puede detectar a varios mendigos que intentan lidiar con el frío lo mejor que pueden.
- ¡EEEEH, DIAAAABLO! ¡TE VEEEEEOOOOO! ¡JA, JA, JA…! ¿Verdad que lo vemos, Loomi? ¡UPS, JE!
Hasta los receptores olfativos de Daredevil llega una nube pestilente, cargada de alcohol barato, que lleva consigo una voz entre divertida y desquiciada. Uno de los mendigos, que bailotea justo debajo suya con un perro atado a su cintura, lo señala con una botella enfundada en una bolsa de papel.
- ¡VENGA DIABLO! ¡BAJA AQUÍ Y…! Je, perdona… Eeeh… SOY UN GRAN ADMIRADOR TUYO… ¿SABES? -da un largo trago a la bebida y se limpia la cara con la manga- ¿A que sí Loomi, a que lo somos? Claaaro… -otro sorbo- POR CIERTO, NO TENDRÁS UNA MONEDITA, ¿VERDAD?
Como aquel que no teme a nada, el héroe de Hell's Kitchen extiende los brazos en cruz y se deja caer al vacío. Mientras se precipita contra el asfalto, lanza el garfio de su bastón hacia una escalera de incendios, el cable se tensa y llega, suave, hasta el firme. Su figura erguida impresiona al vociferante sin hogar que, desequilibrado, se desploma sobre su espalda.
- Deje de gritar. Con esas voces va a despertar a todo el barrio -” y atraerá a toda la policía de la zona”, piensa.
- ¡Joder tío, si que estás cachas! Je, je je… Debes impresionar tela a las churris, ¿eh? ¿Todo un ligón, eh Loomi? Je, je, je… Vale, vale, lo siento… Ya me callo, ya me callo… ¡Ssshhh! Calla Loomi, no enfademos a este señor. ¿Ves? Ya estoy callado -se pone de pie y trata de beber, pero lo poco que le quedaba está ahora esparcido por el suelo- ¡Oooooh noooo…! Mierrrrda tiiiio, ¿y ahora qué…? Oye, tú no tendrás una monedita, ¿verdad? Ese traje es muy ajustado, fíjate Loomi…
- No, lo siento. No suelo llevar dinero en el traje. Ahora…
- ¿Ni siquiera en esos bolsillitos de ahí? ¿Para qué son? Deberías llevar dinero en algún sitio, amigo. Además... perdón. -no para quieto mientras habla, meciéndose como a punto de derrumbarse y andando de aquí para allá- Además, ¿quién se iba a atrever a robarte el dinero a tí? ¿Eh, Loomi? Je, je, je…
- Los bolsillos son para otras cosas. Mire, no tengo mucho tiempo...
- Perdona, perdona… Es verdad, me lo dice todo el mundo; hablo mucho. Pero es que soy una persona muy sociable, ¿a que sí Loomi? Me gusta mucho hablar con la gente. Aunque bueno, no todo el mundo quiere hablar conmigo…
- ¿Qué sabe de la chica que encontraron muerta hace unos días aquí? ¿La conocía? ¿Solía frecuentar esta zona?
- ¡Eh, eh, eh! Más despacio hombre… El viejo Reefer conoce a todos aquí, y quiere ayudarte, pero poco a poco… A ver… Sí, la chica rubia. Pobrecita. Tenía un pelo precioso. Una joven con muchos problemas, según creo. Hablaba muy poco, sólo tenía confianza con su compañera.
- ¿Compañera?
- Sí, ya sabes, de cartones. La persona que dormía a su lado. Ven, mira. -ambos se adentran en lo más profundo del callejón- Es aquella. ¿La ves allí, junto al bidón?
Pegadas a un muro, Daredevil detecta unas estructuras frágiles hechas con cajas. Hay gente dentro de algunas, mientras otro grupo se calienta alrededor de una hoguera improvisada. Reefer le señala una mujer de esa reunión. No sabe que el Protector de su barrio es en realidad un abogado ciego.
- ¿La ves o no, eh? La del crío en los brazos hombre…
Ahora la tiene. Dos latidos juntos, como en un mismo cuerpo; uno nervioso y acelerado, el otro tranquilo y sosegado. El bebé duerme mientras que su madre está nerviosa por algo y no es por su presencia, ya que aún no ha reparado en la extraña pareja que acompaña a un pequeño perro en una esquina poco iluminada.
De repente, alguien llama la atención de la mujer desde detrás de unos contenedores de basura. El pulso se le acelera aún más. Se dirige hacia una de las cajas-hogar, se arrodilla para dejar al bebé, cuando otro par de manos sale de la casucha y lo recoge. La mendiga sale corriendo hasta los contendores y cuando llega, los sentidos del Hombre Sin Miedo casi pueden experimentar el chute en su cuerpo tras la breve conversación. La aguja rompe la piel. El pistón sintético se retrae. La sangre se mezcla con la droga en el barril de la jeringa en una danza carmesí escalada. La presión sobre el émbolo precipita la emulsión al torrente sanguíneo. La reacción es instantánea; el pulso se ralentiza, el inyector y la goma caen al suelo a cámara lenta. El viaje ha comenzado.
La mujer no puede andar pero lo intenta. Se tambalea, feliz y relajada, de lado a lado del callejón. Tropieza con los pies de otro indigente y cae de rodillas en un charco. Su cuerpo se mueve como poseído. Ríe. A duras penas se levanta y llega a la altura de sus hijos. El más pequeño llora sin consuelo. El mayor asoma la cabeza para ver la llegada errática de su madre. Ésta se desmorona junto a él, en lo que a ella le parece un sueño plácido sobre un buen colchón. La saliva le cae por la comisura de la boca. El mayor le limpia con cuidado, la cubre con una manta harapienta y le pasa una mano piadosa por la cabeza. Justo antes de volver a atender a su hermano, el joven se gira y observa las dos sombras que han presenciado toda la escena. Dedica su atención a la forma sobrecogedora con dos cuernos en su cabeza.
Desde el otro extremo, Daredevil aprecia como el ritmo cardíaco del niño se convierte en un auténtico tabor de guerra. Le odia. Odia que no haga nada por su madre. Que no haga nada por él y por su hermano. Para aquel pequeño mendigo los superhéroes no existen, por mucho que los tenga delante. Y Matt piensa que tiene razón. Desde que descubrió lo que les sucedió a los Fatboys tiene la sensación de que les ha fallado. Ha fallado a los más desprotegidos de la sociedad. Aquel niño al que le hierve la sangre al verle y su hermano jamás irán a la escuela, nunca se enamorarán y llevarán una mala vida.
- Bueno, me parece que no vas a poder sacar nada de ella ahora mismo, ¿eh? Está en pleno flipe, lo cual me recuerda… ¿Tienes alguna monedita? Tengo sed. Tenemos sed, ¿verdad Loomi? Ja, ja, sí…
- Mire Reefer, si me ayuda con esto le prometo que la próxima vez traeré muchas moneditas. ¿Trato hecho?
- ¡Eeeehh…! ¡Un momento! ¡Que no puedes mangonearme por muy súper que seas! Que soy marine, ¿eh? -se sube una manga con cierta dificultad por el vaivén de su cuerpo, dejando ver un tatuaje de un águila sobre un globo terráqueo- Bueno, o lo era… ¡Pero no puedes cachondearte de mí! ¿A que no, Loomi? -el perro gruñe- ¡Por supuesto que no! No somos gilipollas, no señor…
- Reefer, le doy mi palabra de honor: si me cuenta todo lo que sabe sobre Darla, no tendrá problema para comer una temporada.
- ¿Comer? ¡Ja! ¿Y quién quiere comer? Nosotros tenemos sed… aunque tampoco diríamos que no a un buen asado, ¿eh Loomi?
- Podrá hacer lo que quiera con el dinero. Por favor, la mujer rubia que encontraron el otro día…
- Mmmmpf… Está bieeeeen, confiaré en ti. Pero que sepas que si me engañas ya nunca… no; jamás, jamás… hablaré contigo ni te contaré nada. Y yo lo sé todo, ya sabes. Ya te dije…
- ¡Reefer!
- Sí, sí… Esa rubia llevaba tiempo por aquí. Al parecer es neoyorquina, estuvo fuera una temporada por alguna movida que no conozco. Esas cosas sólo se las contaba a su compañera. Peeeero…
- ¿Pero...? Vamos Reefer, céntrese.
- Peeeero… ¡había un hombre! ¡Un viejo! ¿Qué? -las piernas del mendigo no paran de tambalearse, como si los huesos no las sostuvieran- ¿Cómo te has quedao? ¿Me darás las moneditas, eh?
- El señor Levine, lo sé… ¿Los vio hablar? ¿Escuchó su conversación?
- Bueno, no es que me guste cuchichear… No voy por ahí metiéndome en la vida de los demás, ¿sabes? Peeerooo… Puede que les escuchara hablar algo sobre un sitio donde pasaban... cosas… Una tienda, creo.
- ¿Les observó discutir o que el anciano agrediera a Darla?
- ¿Discutir? Sssíi… puede ser… La verdad es que daban muchas voces, seguro que por aquí los escucharon todos. Pero tienen miedo, ¿sabes? No como nosotros, ¿verdad Loomi? No, a nosotros no nos asusta nada.
- ¿Agredió aquel hombre a la mujer rubia, Reefer? ¿O tengo que preguntarle a Loomi? -el pequeño can gruñe-
- Noooo… Que va hombre… Mira, no lo hizo, ¿vale? Es que, aunque lo hubiese intentado, era un puto viejo decrépito, tío… O sea, perdona, no quería pasarme… Pero hasta aquella yonqui que se cree un globo de helio podría tumbar a ese hombrecito. ¿Me vas a dar ahora las moneditas? Tenemos sed…
- Ha sido de gran ayuda Reefer, y se ha ganado esas monedas. Gracias, volveremos a “vernos” pronto…
Mientras el sol se esfuerza por salir, Daredevil saca su bastón y proyecta el gancho hacia una azotea cercana. El cable se tensa y, en un santiamén, desaparece.
- ¡ADIÓS AMIGO! ¡NO TE OLVIDES DE NUESTRAS MONEDAS!
La brisa fría que anuncia la llegada del amanecer acaricia el rostro de Daredevil en su camino de vuelta a casa. Entre sonidos de sirenas y bebés llorando, su cabeza procesa los pocos datos que tiene, y las muchas dudas que estos le plantean. Piensa que, quizá no es buena idea ir a su apartamento con todos los agentes de la ciudad persiguiéndole y con una identidad tan poco secreta al parecer. El despacho tampoco es una opción.
No tiene muy claro hacia dónde dirigirse, cuando se da cuenta de que su cuerpo, de forma instintiva, le ha llevado de vuelta hasta un oscuro y maloliente callejón. El lugar donde encontraron el cuerpo de Darla. Se detiene y, desde las alturas, escanea con su sentido de radar la zona. Los CSI ya no está en el apartamento de Houndry, aunque los coches patrulla vigilan las calles principales. A cierta distancia, un helicóptero despega para sobrevolar las azoteas. Debajo puede detectar a varios mendigos que intentan lidiar con el frío lo mejor que pueden.
- ¡EEEEH, DIAAAABLO!
Hasta los receptores olfativos de Daredevil llega una nube pestilente, cargada de alcohol barato, que lleva consigo una voz entre divertida y desquiciada. Uno de los mendigos, que bailotea justo debajo suya con un perro atado a su cintura, lo señala con una botella enfundada en una bolsa de papel.
- ¡VENGA DIABLO! ¡BAJA AQUÍ Y…
Como aquel que no teme a nada, el héroe de Hell's Kitchen extiende los brazos en cruz y se deja caer al vacío. Mientras se precipita contra el asfalto, lanza el garfio de su bastón hacia una escalera de incendios, el cable se tensa y llega, suave, hasta el firme. Su figura erguida impresiona al vociferante sin hogar que, desequilibrado, se desploma sobre su espalda.
- Deje de gritar. Con esas voces va a despertar a todo el barrio -”
- ¡Joder tío, si que estás cachas! Je, je je… Debes impresionar tela a las churris, ¿eh? ¿Todo un ligón, eh Loomi? Je, je, je…
- No, lo siento. No suelo llevar dinero en el traje. Ahora…
- ¿Ni siquiera en esos bolsillitos de ahí? ¿Para qué son? Deberías llevar dinero en algún sitio, amigo. Además...
- Los bolsillos son para otras cosas. Mire, no tengo mucho tiempo...
- Perdona, perdona… Es verdad, me lo dice todo el mundo; hablo mucho.
- ¿Qué sabe de la chica que encontraron muerta hace unos días aquí? ¿La conocía? ¿Solía frecuentar esta zona?
- ¡Eh, eh, eh! Más despacio hombre…
- ¿Compañera?
- Sí, ya sabes, de cartones. La persona que dormía a su lado. Ven, mira. -ambos se adentran en lo más profundo del callejón- Es aquella. ¿La ves allí, junto al bidón?
Pegadas a un muro, Daredevil detecta unas estructuras frágiles hechas con cajas. Hay gente dentro de algunas, mientras otro grupo se calienta alrededor de una hoguera improvisada. Reefer le señala una mujer de esa reunión. No sabe que el Protector de su barrio es en realidad un abogado ciego.
- ¿La ves o no, eh? La del crío en los brazos hombre…
Ahora la tiene. Dos latidos juntos, como en un mismo cuerpo; uno nervioso y acelerado, el otro tranquilo y sosegado. El bebé duerme mientras que su madre está nerviosa por algo y no es por su presencia, ya que aún no ha reparado en la extraña pareja que acompaña a un pequeño perro en una esquina poco iluminada.
De repente, alguien llama la atención de la mujer desde detrás de unos contenedores de basura. El pulso se le acelera aún más. Se dirige hacia una de las cajas-hogar, se arrodilla para dejar al bebé, cuando otro par de manos sale de la casucha y lo recoge. La mendiga sale corriendo hasta los contendores y cuando llega, los sentidos del Hombre Sin Miedo casi pueden experimentar el chute en su cuerpo tras la breve conversación. La aguja rompe la piel. El pistón sintético se retrae. La sangre se mezcla con la droga en el barril de la jeringa en una danza carmesí escalada. La presión sobre el émbolo precipita la emulsión al torrente sanguíneo. La reacción es instantánea; el pulso se ralentiza, el inyector y la goma caen al suelo a cámara lenta. El viaje ha comenzado.
La mujer no puede andar pero lo intenta. Se tambalea, feliz y relajada, de lado a lado del callejón. Tropieza con los pies de otro indigente y cae de rodillas en un charco. Su cuerpo se mueve como poseído. Ríe. A duras penas se levanta y llega a la altura de sus hijos. El más pequeño llora sin consuelo. El mayor asoma la cabeza para ver la llegada errática de su madre. Ésta se desmorona junto a él, en lo que a ella le parece un sueño plácido sobre un buen colchón. La saliva le cae por la comisura de la boca. El mayor le limpia con cuidado, la cubre con una manta harapienta y le pasa una mano piadosa por la cabeza. Justo antes de volver a atender a su hermano, el joven se gira y observa las dos sombras que han presenciado toda la escena. Dedica su atención a la forma sobrecogedora con dos cuernos en su cabeza.
Desde el otro extremo, Daredevil aprecia como el ritmo cardíaco del niño se convierte en un auténtico tabor de guerra. Le odia. Odia que no haga nada por su madre. Que no haga nada por él y por su hermano. Para aquel pequeño mendigo los superhéroes no existen, por mucho que los tenga delante. Y Matt piensa que tiene razón. Desde que descubrió lo que les sucedió a los Fatboys tiene la sensación de que les ha fallado. Ha fallado a los más desprotegidos de la sociedad. Aquel niño al que le hierve la sangre al verle y su hermano jamás irán a la escuela, nunca se enamorarán y llevarán una mala vida.
- Bueno, me parece que no vas a poder sacar nada de ella ahora mismo, ¿eh?
- Mire Reefer, si me ayuda con esto le prometo que la próxima vez traeré muchas moneditas. ¿Trato hecho?
- ¡Eeeehh…! ¡Un momento! ¡Que no puedes mangonearme por muy súper que seas! Que soy marine, ¿eh? -se sube una manga con cierta dificultad por el vaivén de su cuerpo, dejando ver un tatuaje de un águila sobre un globo terráqueo- Bueno, o lo era… ¡Pero no puedes cachondearte de mí! ¿A que no, Loomi? -el perro gruñe- ¡Por supuesto que no! No somos gilipollas, no señor…
- Reefer, le doy mi palabra de honor: si me cuenta todo lo que sabe sobre Darla, no tendrá problema para comer una temporada.
- ¿Comer? ¡Ja! ¿Y quién quiere comer? Nosotros tenemos sed… aunque tampoco diríamos que no a un buen asado, ¿eh Loomi?
- Podrá hacer lo que quiera con el dinero. Por favor, la mujer rubia que encontraron el otro día…
- Mmmmpf… Está bieeeeen, confiaré en ti. Pero que sepas que si me engañas ya nunca… no; jamás, jamás… hablaré contigo ni te contaré nada. Y yo lo sé todo, ya sabes. Ya te dije…
- ¡Reefer!
- Sí, sí… Esa rubia llevaba tiempo por aquí. Al parecer es neoyorquina, estuvo fuera una temporada por alguna movida que no conozco. Esas cosas sólo se las contaba a su compañera. Peeeero…
- ¿Pero...? Vamos Reefer, céntrese.
- Peeeero… ¡había un hombre! ¡Un viejo! ¿Qué? -las piernas del mendigo no paran de tambalearse, como si los huesos no las sostuvieran- ¿Cómo te has quedao? ¿Me darás las moneditas, eh?
- El señor Levine, lo sé… ¿Los vio hablar? ¿Escuchó su conversación?
- Bueno, no es que me guste cuchichear… No voy por ahí metiéndome en la vida de los demás, ¿sabes? Peeerooo… Puede que les escuchara hablar algo sobre un sitio donde pasaban... cosas… Una tienda, creo.
- ¿Les observó discutir o que el anciano agrediera a Darla?
- ¿Discutir? Sssíi… puede ser… La verdad es que daban muchas voces, seguro que por aquí los escucharon todos. Pero tienen miedo, ¿sabes? No como nosotros, ¿verdad Loomi? No, a nosotros no nos asusta nada.
- ¿Agredió aquel hombre a la mujer rubia, Reefer? ¿O tengo que preguntarle a Loomi? -el pequeño can gruñe-
- Noooo… Que va hombre… Mira, no lo hizo, ¿vale? Es que, aunque lo hubiese intentado, era un puto viejo decrépito, tío… O sea, perdona, no quería pasarme… Pero hasta aquella yonqui que se cree un globo de helio podría tumbar a ese hombrecito. ¿Me vas a dar ahora las moneditas? Tenemos sed…
- Ha sido de gran ayuda Reefer, y se ha ganado esas monedas. Gracias, volveremos a “vernos” pronto…
Mientras el sol se esfuerza por salir, Daredevil saca su bastón y proyecta el gancho hacia una azotea cercana. El cable se tensa y, en un santiamén, desaparece.
- ¡ADIÓS AMIGO! ¡NO TE OLVIDES DE NUESTRAS MONEDAS!
A pocos metros de allí:
“Tiene su lógica”, piensa Daredevil. Ha de empezar por el principio de todo el asunto, el nexo entre su cliente y él mismo; la antigua tienda de ultramarinos de los Levine. Donde se conocieron el anciano y el abogado años atrás, [5] y que permanece cerrada desde la jubilación de su propietario. El mismo establecimiento que parece unir a los Fatboys con su cliente, según le ha contado el viejo Reefer. “Al menos no la han convertido en un maldito Starbucks…”
Los cristales hace tiempo que los rompieron a pedradas y las rejas han resistido a duras penas el paso de los años. Un gran candado sella la puerta principal, que no es problema para el juego de ganzúas que Daredevil lleva en un compartimento de su cinturón.
No obstante, no queda mucho allí que investigar; algunas estanterías tiradas por el suelo y expositores cuyo único producto en venta son montañas de polvo. Toca el mostrador, y por un instante se ve a sí mismo, de pequeño, comprando pan, leche y cervezas para su padre, aunque no puede recordar el rostro del tendero. Aquello sólo le trae a la memoria nostalgia, por lo que continúa hacia la trastienda. No hay rastro de olores personales recientes; hace mucho tiempo que nadie entra allí.
Examina la cámara frigorífica con detalle; cero. Aquel local está completamente vacío y no hay nada que le ayude con el caso Levine ni a salvar a Bola 8. Sale de la cámara y la cierra tras de sí. Pero el sonido que emite el cierre es sutilmente diferente al que hizo al abrirse. Como un “bip”, cuando antes había sido un “clic”. Se desenguanta la mano, y siente la maquinaria bajo el metal. Es tecnología antigua, engranajes activados al accionar el tirador, como en una caja fuerte. Lo manipula un par de veces arriba y otras tres hacia abajo, y entonces un bufido precede una ligera nube de gas que emana de las prensas hidráulicas. La cámara frigorífica se agita y se desplaza hacia arriba, dejando al descubierto unas escaleras que descienden.
Al final de las mismas hay una puerta entreabierta. Matt se adentra en el sótano secreto siendo uno con la oscuridad. Por las formas que le rodean, aquello parece una especie de laboratorio o lugar de pruebas abandonado tiempo atrás. La maquinaria, las jaulas, los viales rotos, el olor a químicos; sus sentidos procesan la información a toda velocidad cuando la detecta. Aquella silueta es la pieza que faltaba en el puzle. Toca el sillón de pruebas para especímenes humanos con las manos desnudas y éste le devuelve el dolor y sufrimiento de quienes allí se han tumbado. Es la terrible materialización de la verdad. Una certeza que, lejos de aliviar la angustia de la búsqueda tras su descubrimiento, la acrecienta.
Daredevil se derrumba pensando en todo lo que tuvieron que pasar sus amigos, en lo injusta que es la vida con los más desdichados. Cuando las lágrimas amenazan con aflorar, una luz blanca de pureza indescriptible desbordan los sentidos del Diablo Guardián. Su radar está inutilizado, perdido en la inmensidad nívea. El sonido blanco tapona el oído súper desarrollado del héroe ciego, ahora más nunca en su vida. Pese a la saturación, la sensación general que le recorre el cuerpo es de un bienestar como jamás ha sentido.
Sin saber lo que es arriba y lo que es abajo, ni si está de pie o tumbado, advierte un pequeño punto oscuro en la magnitud alba. Extiende una mano hacia él tratando de alcanzarlo, en el momento en el que empieza a crecer. La negrura se expande y, en un segundo devora la claridad, junto con Daredevil. La tranquilidad se torna en un frío desasosiego. Algo parece aferrarse a sus tripas, una presencia depredadora que no puede detectar, pero que nota cómo se alimenta de la luz de su alma recién cargada. Garras invisibles se le clavan en el cuerpo debilitado, y entonces cae…
Recupera la conciencia sin saber si han pasado minutos, horas o semanas. Escucha una conversación a lo que le parece un kilómetro de distancia. Se concentra en las voces y en las figuras, y todo a su alrededor cobra sentido. Se levanta, con las manos estrangulando sus bastones y la mandíbula tensa.
- … nada que hacer contra nosotros. -resuena una fonación de ultratumba, como un trueno en una caverna-
- No sé, y si… ¡Mira! -le contesta un coro de ángeles celestiales unidos en una sola voz-
- ¡CAPA Y PUÑAL, HABÉIS ESCOGIDO UN DÍA HORRIBLE PARA ATACARME!
Continuará...“Tiene su lógica”, piensa Daredevil. Ha de empezar por el principio de todo el asunto, el nexo entre su cliente y él mismo; la antigua tienda de ultramarinos de los Levine. Donde se conocieron el anciano y el abogado años atrás, [5] y que permanece cerrada desde la jubilación de su propietario. El mismo establecimiento que parece unir a los Fatboys con su cliente, según le ha contado el viejo Reefer. “Al menos no la han convertido en un maldito Starbucks…”
Los cristales hace tiempo que los rompieron a pedradas y las rejas han resistido a duras penas el paso de los años. Un gran candado sella la puerta principal, que no es problema para el juego de ganzúas que Daredevil lleva en un compartimento de su cinturón.
No obstante, no queda mucho allí que investigar; algunas estanterías tiradas por el suelo y expositores cuyo único producto en venta son montañas de polvo. Toca el mostrador, y por un instante se ve a sí mismo, de pequeño, comprando pan, leche y cervezas para su padre, aunque no puede recordar el rostro del tendero. Aquello sólo le trae a la memoria nostalgia, por lo que continúa hacia la trastienda. No hay rastro de olores personales recientes; hace mucho tiempo que nadie entra allí.
Examina la cámara frigorífica con detalle; cero. Aquel local está completamente vacío y no hay nada que le ayude con el caso Levine ni a salvar a Bola 8. Sale de la cámara y la cierra tras de sí. Pero el sonido que emite el cierre es sutilmente diferente al que hizo al abrirse. Como un “bip”, cuando antes había sido un “clic”. Se desenguanta la mano, y siente la maquinaria bajo el metal. Es tecnología antigua, engranajes activados al accionar el tirador, como en una caja fuerte. Lo manipula un par de veces arriba y otras tres hacia abajo, y entonces un bufido precede una ligera nube de gas que emana de las prensas hidráulicas. La cámara frigorífica se agita y se desplaza hacia arriba, dejando al descubierto unas escaleras que descienden.
Al final de las mismas hay una puerta entreabierta. Matt se adentra en el sótano secreto siendo uno con la oscuridad. Por las formas que le rodean, aquello parece una especie de laboratorio o lugar de pruebas abandonado tiempo atrás. La maquinaria, las jaulas, los viales rotos, el olor a químicos; sus sentidos procesan la información a toda velocidad cuando la detecta. Aquella silueta es la pieza que faltaba en el puzle. Toca el sillón de pruebas para especímenes humanos con las manos desnudas y éste le devuelve el dolor y sufrimiento de quienes allí se han tumbado. Es la terrible materialización de la verdad. Una certeza que, lejos de aliviar la angustia de la búsqueda tras su descubrimiento, la acrecienta.
Daredevil se derrumba pensando en todo lo que tuvieron que pasar sus amigos, en lo injusta que es la vida con los más desdichados. Cuando las lágrimas amenazan con aflorar, una luz blanca de pureza indescriptible desbordan los sentidos del Diablo Guardián. Su radar está inutilizado, perdido en la inmensidad nívea. El sonido blanco tapona el oído súper desarrollado del héroe ciego, ahora más nunca en su vida. Pese a la saturación, la sensación general que le recorre el cuerpo es de un bienestar como jamás ha sentido.
Sin saber lo que es arriba y lo que es abajo, ni si está de pie o tumbado, advierte un pequeño punto oscuro en la magnitud alba. Extiende una mano hacia él tratando de alcanzarlo, en el momento en el que empieza a crecer. La negrura se expande y, en un segundo devora la claridad, junto con Daredevil. La tranquilidad se torna en un frío desasosiego. Algo parece aferrarse a sus tripas, una presencia depredadora que no puede detectar, pero que nota cómo se alimenta de la luz de su alma recién cargada. Garras invisibles se le clavan en el cuerpo debilitado, y entonces cae…
Recupera la conciencia sin saber si han pasado minutos, horas o semanas. Escucha una conversación a lo que le parece un kilómetro de distancia. Se concentra en las voces y en las figuras, y todo a su alrededor cobra sentido. Se levanta, con las manos estrangulando sus bastones y la mandíbula tensa.
- … nada que hacer contra nosotros. -resuena una fonación de ultratumba, como un trueno en una caverna-
- No sé, y si… ¡Mira! -le contesta un coro de ángeles celestiales unidos en una sola voz-
- ¡CAPA Y PUÑAL, HABÉIS ESCOGIDO UN DÍA HORRIBLE PARA ATACARME!
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
Referencias:
1 .- Ver el núm. anterior.
2 .- Ver el núm. anterior.
3 .- Ver el núm. anterior.
4 .- Los Fatboys son un grupo de jóvenes del barrio de Hell´s Kitchen que se hicieron muy habituales en la etapa de su creadora, Ann Nocenti, al frente de Daredevil en los años ochenta. Ver el núm. anterior.
5 .- Ver el núm. anterior.
1 .- Ver el núm. anterior.
2 .- Ver el núm. anterior.
3 .- Ver el núm. anterior.
4 .- Los Fatboys son un grupo de jóvenes del barrio de Hell´s Kitchen que se hicieron muy habituales en la etapa de su creadora, Ann Nocenti, al frente de Daredevil en los años ochenta. Ver el núm. anterior.
5 .- Ver el núm. anterior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario