The Spider nº18


Título: ¡Donde yacen los muertos!
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Ángel Legna
Publicado en: Sep 2015

"Sin armas, prisionero, lejos de sus aliados... No es una situación nueva para the Spider. Pero eso no quiere decir que se encuentre indefenso. Como buen arácnido, el Amo de los Hombres espera en su telaraña a que el malvado se revele a si mismo. Aunque quizás esta vez la revelación sea la más terrible y macabra de cuantas ha tenido lo largo de su guerra contra el crimen"
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...

Creado por Harry Steeger

 

 Richard Wentworth contuvo las ganas de maldecir. No arreglaría nada y quizás avivase la cólera de la mujer que le encañonaba con aquel revolver. Se había dejado atrapar. Había entrado de lleno en las fauces del enemigo. De nuevo, una situación desesperada a la que en realidad no era ajeno en su solitaria guerra contra el crimen. Intentó aparentar una calma que no sentía. Había una posibilidad de que la dueña de la funeraria no tuviera nada que ver con los muertos que caminaban.

  -Señora Jefferson, por favor. ¿A qué se de... -el cañón del revolver que le apuntaba tembló. Wentworth calló ante el nervioso discurso de la mujer.

 -Lo siento en lo más hondo, pero no voy a dejar que le suceda nada a mi hijo. Es todo lo que me queda. -Rita Jefferson hablaba con un enfado firme y una contenida humedad en sus ojos-. Si tuviera hijos lo entendería.

  Wentworth se dio cuenta de que sus palabras habían sido mecánicas, declamadas como un discurso bien aprendido. De inmediato se le ocurrió que el cerebro tras toda aquella operación lo había tenido en cuenta: Alguien investigaría los robos de los cadáveres y habían decidido obrar en consecuencia.
 
  -Supongo que ahora disparará ese revolver.
 
  -No. Pero su criado no debe estar aquí. Cuanto antes se vaya mejor. Le acompañaré a la puerta.
 
Despídale con cualquier excusa, pero que se marche de inmediato. -La urgencia en la voz de la mujer hizo sospechar a su rehén. Quien quiera que fuese quien se hallaba tras esa macabra ola de crímenes, no quería testigos. Fingiendo abatimiento, dejó caer sus hombros con un suspiro.
 
-Sea. Pero permítame decirle que comete un error si confía en criminales. ¿Acaso cree que podrá denunciarles tras recuperar a su hijo? Si es que lo recupera, claro está.

 Wenworth no quiso arriesgarse. Se dirigió a Ram Singh desde la entrada de la funeraria. Le habló en indostaní, dándole una serie de rápidas instrucciones ante las cuales el fiel sirviente abrió los ojos de paren par. Tras un breve instante, se llevó las manos a la frente en una profunda reverencia. Segundos después, el coche no tardaba en perderse entre el tráfico.
  Ante la aparente extrañeza de la señora Jefferson se sintió tentado a emplear su habitual excusa acerca del poco dominio del inglés de su sirviente. Pero no hubo necesidad de emplear tal mentira. La mujer tenía toda su atención fijada en la calle opuesta por la cual se había marchado. Podría intentar una huida suicida, pero una curiosidad igualmente temeraria le retenía. Confiaba en el fiel sirviente sikh y en el mensaje que le había dado.

  Tenía una oportunidad inmejorable de acercarse a la banda que se hallaba tras aquellos crímenes y los no menos extraños delincuentes que los cometían. Quizás incluso de aplastar su mismo corazón. Si en el proceso perdía su propia vida, era un pequeño precio a pagar si con ello the Spider lograba poner fin a aquel horror. No tuvo que esperar mucho más. A medida que se acercaba, reconoció la negra furgoneta contra la cual casi se estrelló.
 
  Del vehículo bajó un niño de unos doce años que se echó llorando al cuello de Rita Jefferson. No les pudo prestar atención. Enseguida un hampón se situó frente a él. Rasgos vulgares, no demasiado bien alimentado, un feo traje de corte barato y anodino. Carente de personalidad no era más que músculo ni sabía hacer otra cosa que no fuera obedecer órdenes. De hecho ni tan siquiera habló, limitándose a señalar con un pulgar de fea uña por encima de su hombro.
 
  -No te hagas el listo amigo  -dijo al ver a donde se encaminaba su pasajero.-. No necesito copiloto.
 
Tú vas a ir en la parte de atrás. Andando, no tengo todo el día. -Richard obedeció dejándose cachear... y lamentando que el pandillero encontrara el kit de herramientas ajustado bajo la manga que cubría su brazo izquierdo. La parte de atrás del vehículo lo delataba como un vehículo de carga. El Amo de los Hombres se resistió lo justo para no despertar sospechas cuando una vez dentro, le esposaron de manos y pies y le cubrieron la cabeza con una ajustada capucha.
 
  -Esto como advertencia -Wentworth recibió un puñetazo en el vientre que le dejó sin aliento y casi sin sentido-. Quien se entromete en los asuntos de la Titiritera lo paga caro, amiguito. -Cerró la puerta trasera de un fuerte golpe y al poco ya estaban circulando.
 
  Tumbado y cegado como estaba no podía distinguir cual era el camino que seguían. Se concentró en los sonidos de la ciudad que lograban traspasar el constante rumor del viejísimo motor de aquella furgoneta. En un primer momento no distinguió más que el constante rugir de los tubos de escape, los estridentes bocinazos y el agudo chillido de los silbatos de los agentes que regulaban el tráfico. Pero poco a poco este se fue difuminando. Abandonaban las calles del centro y era posible oír el sonido de trenes circulando y...
 
 ¡La sirena de una fábrica! Aquella señal del cambio de turno dibujó una lúgubre sonrisa en el rostro del cautivo. Una sonrisa que el hampa había aprendido a temer. ¡La sonrisa de the Spider!
  No tardó mucho en escuchar justo al otro lado de su encierro el rumor de los obreros, al tiempo que la furgoneta disminuía de velocidad. Captó un breve intercambio de palabras entre el conductor y alguien fuera. El fin de su viaje estaba ya muy próximo. El vehículo se detuvo aunque sin apagar el motor. Se escuchó el agudo chirriar de una puerta metálica al abrirse.la furgoneta avanzó un trecho más hasta detenerse de forma definitiva.

  Los ecos lejanos y graves de la maquinaria hicieron que Wentworth tuviera la certeza de que se hallaba en una zona de carga y descarga. La capucha seguía ceñida y no podía ver nada. Había intentado aguzar el oído pero el motor antes y la maquinaria ahora lo confundían. Tan solo había logrado hacerse una idea general de la ruta que habían seguido, nada más.
  Sintió como liberaban sus pies y casi al tiempo algo metálico se clavaba en sus costillas.
 
-Nada de tonterías amigo, La verdad es que no te envidio tu destino. Seria más honrado lastrarte los pies y arrojarte al Hudson. Pronto desearás estar muerto.

-Demasiadas veces había escuchado the Spider palabras como aquellas. Pero en esa ocasión no tuvo la menor duda. Aquel endurecido delincuente estaba tratando de controlar su propio pánico.
 ¿Qué le aguardaba?

Le arrancaron la capucha al tiempo que lo empujaban a través de una puerta tras la cual se veía un enorme espacio con una iluminación casi inexistente. El techo era alto, unos cuatro metros. Casi en el límite se veían unas estrechas y alargadas ventanas rodeando la cámara desde lo alto. Tras las mismas vio unas siluetas pero no llegó a distinguir sus rasgos. Apenas puso un pie dentro, la puerta se cerró con un eco de llaves girando.
  Como si fuera una señal, una multitud de focos en el techo se encendieron arrojando una luz sucia y ofensiva sobre aquella especie de almacén o depósito. El espacio estaba ocupado por una docena de algo que semejaba una mezcla entre banco de trabajo mecánico y mesa de autopsias. Todas estaban ocupadas por cadáveres desnudos, cosidos de cicatrices.

  Richard Wentworth se acercó con pasos lentos y precavidos a la más cercana de las mesas. Su mirada se dilató con espantado asombro. ¡Sabia quien era el muerto! El matara y marcara con su terrible sello en la morgue de la policía. Asomando entre el corto pelo negro veía algo que parecían diminutas antenas de insecto ramificadas. Repartidas por todo su cuero cabelludo. En su frente distinguió la araña carmesí. Por una vez, fue él quien se estremeció de horror al verlo.
 
-Bienvenido a mi teatro, Mr.Wentworth. -La voz venia del muerto que contemplaba fascinado. Pero no era una voz masculina. Pertenecía a una mujer y su tono era de triunfal arrogancia y cruel seguridad. La boca del cadáver permanecía abierta en una grotesca mueca: Tenía incrustado un altavoz que permanecía sujeto por los propios dientes entre los que estaba encajado. Y sus ojos... ¡Uno era algo que no podía ser más que una diminuta cámara!

 >>Quería saber donde habían acabado los muertos. ¡Aquí están! -La docena de cuerpos se levantó rodeando al criminólogo como un truculento comité de bienvenida-. Soy la Titiritera. Espero que disfrute de la función.


Próximo episodio:
CONTROL DE CALIDAD


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