| Título: The Spider Extiende Su Telaraña Autor: Luis Guillermo del Corral Portada: Dan Brereton Publicado en: Diciembre 2016
¡La Titiritera desenmascarada! pero la batalla aun no ha terminado y el Amo de los Hombres, aunque sin pretenderlo, ve sus fuerzas divididas. Pero... ¿será para bien o acabará perjudicándole?
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Su justicia es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es..
Creado por Harry Steeger
Por un instante, el comisario Kirkpatrick y Wentworth permanecieron con la boca entreabierta, como si las palabras no pronunciadas temieran abandonar sus labios. El detective Garland había entrado como una tromba en el despacho de su superior sin llamar. En la zurda blandía una gastada carpeta de la que casi se escapaba un puñado de hojas.
Cerró la puerta con violencia, con un fuerte golpe de talón. Wentworth apretó los dientes ante el estruendo y Kirkpatrick juró por lo bajo. Jadeando con ansia, el detective estampó la carpeta contra el escritorio de su superior y la golpeó repetidas veces. Su mirada era de eufórica satisfacción.
— ¡Aquí está todo, comisario! —Golpeó varias veces la carpeta. Las hojas en su interior crujieron como troncos bajo el hacha del leñador— ¡Podemos...
—Puede empezar por calmarse, Garland. Dick, si haces el favor...
Sin una palabra, el amigo del comisario de policía de Nueva York abandonó su silla, cediéndola al tercer hombre, que respiraba de un modo exagerado tratando de controlar su nerviosismo. Sin decir una palabra, Wentworth se apoyó contra la pared, guardando absoluto silencio.
Su intuición, con la veteranía de años de dura y solitaria guerra contra el crimen, tenía una certeza, como el insecto atrapado en la telaraña. The Spider podía sacar provecho de lo que allí se hablara. Kirkpatrick no le había ordenado de forma explícita que se retirase. No pensaba hacerlo a menos que se lo dijeran. Hervía por dentro con la necesidad de asumir su despiadado otro yo. ¡Necesitaba desencadenar la letal retribución del Amo de los Hombres sobre el inframundo del hampa! La Titiritera necesitaba recordar que la Ley era solo uno de sus enemigos.
—Lo descubrí apenas empecé a comparar las fichas con el retrato descrito por el señor Wentworth —Garland se relamió los labios—. He descubierto la identidad de la Titiritera.
El detective tragó saliva, forzando una calma que saltaba a la vista, le era difícil de mantener. En realidad, la había reconocido uno de los policías de uniforme que formaban parte de su equipo. La Titiritera era Martha Volta, viuda de William Volta, un jefe criminal que había sido famoso por...
—... ejecutaba a sus rivales en un modelo de silla eléctrica de su propia invención? —completó Kirkpatrick, con un brillo de esperanza en sus ojos.
—Diseño —interrumpió Wentworth—. La silla la fabricó un ingeniero, pero el gobierno no se la compró. Volta estaba obsesionado con la ciencia y tecnología aplicadas al crimen.
>>Stanley, ¡creo que está podría ser una pista importante! Puede que lo que le permite controlar esos cadáveres tenga el mismo origen que la silla de Volta.
>>Stanley, ¡creo que está podría ser una pista importante! Puede que lo que le permite controlar esos cadáveres tenga el mismo origen que la silla de Volta.
—Señor —dijo Garland—. Se lo útil que ha sido el señor Wentworth al departamento en el pasado. Pero dadas las circunstancias del caso y las sospechas que hay acerca de su relación con el criminal que usted sabe...
—Garland, tiene usted razón. Pero no vuelva a decirme como he de hacer mi trabajo. ¿He sido claro? —Sin esperar respuesta, se volvió hacia su amigo, adoptando un tono de firme y oficial autoridad:
>>Richard, te aparto del caso. Te has convertido en testigo del mismo tras lo sucedido y...
>>Richard, te aparto del caso. Te has convertido en testigo del mismo tras lo sucedido y...
El hombre que en secreto era the Spider, esbozó una media sonrisa, en parte decepción, en parte la de alguien a quien confirman una mala noticia.
—Descuida Stanley. Mis propios asuntos me mantienen ocupado y no esperan —Se dirigió hacia la puerta y cuando ya la había abierto se volvió hacia el detective Garland—: Le sugiero que siga el ejemplo de su superior. Hable claro y no acuse sin pruebas sólidas. Que tenga un buen día. ¡Suerte, caballeros aunque no la necesitan! —dijo con firme y absoluta sinceridad.
—Señor comisario. ¿Cuándo le va a detener? ¡Está claro que es él! ¡Richard Wentworth es the Spider!
—Cuando tenga pruebas irrefutables. No antes. ¡Somos policías, no hampones! Y como tales hemos de ser modelo de comportamiento para la sociedad.
>>Jamás lo olvide, Garland. Ni por un momento —se aclaró la garganta y su actitud cambió por completo. Había una desquiciada emperatriz del crimen que detener.
Apenas abandonó la comisaría, una fría ira invadió a Wentworth. No culpaba al detective. Era bueno. De hecho, si tuviera la oportunidad de ayudarle, lo haría. ¡Cuán necesarios eran más hombres como él! No. La negra rabia que azotaba su espíritu bramaba por la misma causa que lo hacía desde la primera vez que el pavoroso sello carmesí con la forma de una peluda araña marcase la carroña de un malvado.
The Spider libraba una solitaria guerra contra los depravados y tiranos que habitaban el oscuro inframundo del crimen y la delincuencia. Solo, superado en número, en fuerza, en recursos... Renunciando a su propia paz para que los desamparados, los menesterosos pudieran gozarla.
Un único campeón, con un muy reducido grupo de aliados. Y continuaría hasta que venciera al crimen o el crimen le venciera a él. Esa había sido su elección.
Un único campeón, con un muy reducido grupo de aliados. Y continuaría hasta que venciera al crimen o el crimen le venciera a él. Esa había sido su elección.
Apenas regresó a su apartamento se encontró a Jackson esperando su regreso. Su chofer no le dio tiempo a saludar. En cuanto le vio aparecer en el umbral exclamó:
— ¡Jefe! Su prometida salió disparada hace un buen rato. Se dirigía a la comisaría.
Una rabiosa tempestad arrugó el firme entrecejo del azote del inframundo criminal. Nita era valiente, tenía recursos. Pero en aquel momento... Con un esfuerzo que le causó un dolor casi físico, centró sus pensamientos en una idea que le había asaltado de camino a su domicilio.
Aunque la ley lograra poner a la Titiritera en el corredor de la muerte, su organización continuaba en pie. Sus pavorosos talleres continuaban existiendo. Seguía siendo posible fabricar aquellas abominables marionetas de carne muerta.
En cierto modo lo consideraba una afrenta personal. Gran parte de esas aberraciones llevaban la marca de the Spider. Y ahora caminaban de nuevo con una falsa vida. Una burla a su absoluta, implacable, definitiva justicia. Destruiría todos y cada uno de esos talleres.
Y sabía por dónde empezar a buscar. No marcharía en pos de ese ingeniero. Eso lo reservaba para Nita. Impartió una rápida serie de órdenes para asegurarse de que ella se enteraba de la misión que quería que llevara a cabo.
Y sabía por dónde empezar a buscar. No marcharía en pos de ese ingeniero. Eso lo reservaba para Nita. Impartió una rápida serie de órdenes para asegurarse de que ella se enteraba de la misión que quería que llevara a cabo.
— ¡Es un plan muy arriesgado, jefe! —Protestó Jackson—. ¡Ram Singh, dile algo!
El sirviente, sin despegarse de la puerta de entrada al gran apartamento, emitió un quejumbroso gemido.
— ¡Aie! ¡Me alejáis de la batalla, sahib! ¿En qué os ha ofendido vuestro servidor?
— ¡No te aflijas! Missie sahib necesitará tu valentía. Yo solo pretendo hablar con una madre que ha sufrido ya demasiado —respondió irritado quien en secreto era el azote del inframundo criminal—. El mayor riesgo lo correréis vosotros dos, valiente león. Me duele arrojaros a un peligro así, pero es necesario. Arrojareis dudas sobre quien está bajo la máscara de the Spider, protegeréis a los hombres de sahib Kirkpatrick... Y si se presenta la ocasión, ya sabéis que hacer.
>>Jackson: Tienes mi permiso para usar el sello de the Spider. Usalo como te plazca. Confío en vosotros dos.
El sikh no pareció convencido del todo, pero acató la orden con una profunda reverencia. Jackson se cuadró como si de nuevo estuvieran en las trincheras de Francia.
El automóvil apenas rozó con el lado del conductor el puesto, pero fue suficiente para hacer que la totalidad de periódicos y revistas estallaran en un caótico aleteo de páginas impresas. En medio de aquella nube de papel se alzó rampante un aciano puño.
— ¡Mujer tenías que ser!
La conductora ni siquiera vio el obsceno gesto que acompañó a aquella exclamación. Con más ansia que habilidad, giró el volante devolviendo el vehículo a la calzada. ¡Ella era inocente! No permitiría que la marcaran con ese infame sello carmesí.
Tras ella, los transeúntes vieron una moto. Su conductor era una terrible figura, reverenciada y odiada a partes iguales. La desordenada cabellera blanca, los agudos colmillos y la capa que flameaba colgada de sus hombros como si azuzara al vehículo para que aumentara aún más su suicida velocidad.
Tras el volante del coche, la mujer echó un fugaz vistazo al espejo retrovisor. En el asiento de atrás, tumbado, encogido y aterrado se hallaba su hijo. Aquella breve distracción fue todo lo que hizo falta para que no viera la furgoneta que salía de una calle a la derecha.
Varias decenas de metros más atrás, the Spider asistió impotente al catastrófico siniestro. La furgoneta frenó con un desesperado chillido de neumáticos casi al instante, pero la embestida fue inevitable. A su vez, el azote de las bandas frenó la moto y la abandonó a la carrera casi antes de que se detuviera por completo.
Nadie se atrevió a interrumpir sus ansiosas zancadas. Todos sabían quién era. Lo sanguinario de su ira. Si perseguía aquella mujer, algo debía de haber hecho. Tal vez secuestrar al niño que asomaba conmocionado por las ventanas traseras.
La mujer estaba caída contra el volante y respiraba con dificultad. El niño alargó una mano hacia ella mientras lloraba desconsolado. Se volvió como un ratoncillo asustado al ver la siniestra figura que abría la puerta del conductor.
Observó con ojos desencajados aquellos despiadados colmillos, la mirada borracha de rabia. Una autentica imagen de pesadilla.
— ¿Vas a matar a mamá?
En el exterior, se escuchó la estridencia de un silbato de policía.
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