Título: El Libro de los Muertos (II) Autor: Federico Hernan Bravo Portada: Lea Chillaud Publicado en: Marzo 2017
Los Winchester viajan a Florida, para impedir que el rey del infierno, Crowley, y el arcángel Rafael, desaten el infierno en la Tierra a través del Necronomicón ¿serán capaces de impedir el rito final?
|
Su familia tiene una tradición familiar: Son Cazadores de monstruos. Dean y Sean Winchester deben enfrentarse a todo tipo de criaturas sobrenaturales salidas de las más aterradoras pesadillas, recorriendo el país dando caza a los entres y criaturas más terroríficas.
Creado por Eric Kripke
1
La puerta al Más Allá del Más Allá
La puerta al Más Allá del Más Allá
Florida. Cerca del pantano.
Noche. Tiempo después.
Noche. Tiempo después.
La mansión de Crowley era una casa señorial rodeada de sauces y ubicada a pocos metros del pantano más cercano. Varios demonios vigilaban las entradas, mientras su jefe se hallaba en el sótano, junto con el arcángel Rafael preparando todo para el pronto ritual diabólico que iban a realizar.
-Dibujen los símbolos con cuidado – decía Crowley a dos de sus lacayos, quienes pintaban con sangre símbolos arcanos en una pared – Un error y todo se ira al carajo – se volvió hacia Rafael - ¿Seguro que sabes manipular eso?
El arcángel no se molestó en mirarlo. Se limitó a pasar página tras página del Necronomicón, leyéndolo.
-Ese libro me da escalofríos – Crowley hizo una mueca – He oído cosas espantosas sobre él.
-Si sigues molestándome continuamente con tus idiotizantes parloteos sin sentido, me encargaré de que veas el espanto en vivo y en directo.
Crowley se mordió la lengua. Odiaba a Rafael, pero dado el caso no podía hacer otra cosa que cooperar con él. Tal vez pudiera sacar ventaja de la situación. Esbozó una semi-sonrisa. Era astuto y paciente, sabría aprovechar el momento cuando llegara.
Finalmente, Rafael se detuvo en una página en concreto del libro. La señaló, complacido.
-El Encantamiento de los Pórticos – dijo – aquí está lo que buscamos.
Crowley se acercó a leer, dubitativamente. El hechizo en cuestión le pareció algo rebuscado, pero hubo algo que le llamó poderosamente la atención. Se lo hizo saber a su socio…
-¿Ya leíste la letra chica?
-¿A que te refieres?
El demonio señaló una parte del conjuro, al final de todo. Se lo leyó en voz alta:
-Dice: “No abráis el Pórtico, salvo en el momento especial que hayáis establecido en el instante de la apertura, y no podrá quedar abierto ni un momento después del paso de la Hora de Tiamat, si no queréis que el Abismo se abra por toda la tierra, y que los muertos se levanten para devorar a los vivos. Porque así está escrito: haré que los muertos se levanten y devoren a los vivos. Le daré poder a los muertos sobre los vivos, de modo que los superen en numero” – Crowley miró a Rafael – Es una advertencia.
El arcángel le restó importancia.
-¿Le temes a unos zombies? – preguntó, irónico - ¿No eras el rey del Infierno?
El demonio se ofendió. Malhumorado, se apartó de Rafael y se marchó.
Sin inmutarse y sin prestar atención, el arcángel continúo leyendo el Necronomicón, dispuesto a preparar todo. Una vez que el Purgatorio estuviera abierto y las almas fueran suyas, ya no necesitaría ni a Crowley ni a sus lacayos.
Estaba seguro de ello: se convertiría en el nuevo Dios.
-Dibujen los símbolos con cuidado – decía Crowley a dos de sus lacayos, quienes pintaban con sangre símbolos arcanos en una pared – Un error y todo se ira al carajo – se volvió hacia Rafael - ¿Seguro que sabes manipular eso?
El arcángel no se molestó en mirarlo. Se limitó a pasar página tras página del Necronomicón, leyéndolo.
-Ese libro me da escalofríos – Crowley hizo una mueca – He oído cosas espantosas sobre él.
-Si sigues molestándome continuamente con tus idiotizantes parloteos sin sentido, me encargaré de que veas el espanto en vivo y en directo.
Crowley se mordió la lengua. Odiaba a Rafael, pero dado el caso no podía hacer otra cosa que cooperar con él. Tal vez pudiera sacar ventaja de la situación. Esbozó una semi-sonrisa. Era astuto y paciente, sabría aprovechar el momento cuando llegara.
Finalmente, Rafael se detuvo en una página en concreto del libro. La señaló, complacido.
-El Encantamiento de los Pórticos – dijo – aquí está lo que buscamos.
Crowley se acercó a leer, dubitativamente. El hechizo en cuestión le pareció algo rebuscado, pero hubo algo que le llamó poderosamente la atención. Se lo hizo saber a su socio…
-¿Ya leíste la letra chica?
-¿A que te refieres?
El demonio señaló una parte del conjuro, al final de todo. Se lo leyó en voz alta:
-Dice: “No abráis el Pórtico, salvo en el momento especial que hayáis establecido en el instante de la apertura, y no podrá quedar abierto ni un momento después del paso de la Hora de Tiamat, si no queréis que el Abismo se abra por toda la tierra, y que los muertos se levanten para devorar a los vivos. Porque así está escrito: haré que los muertos se levanten y devoren a los vivos. Le daré poder a los muertos sobre los vivos, de modo que los superen en numero” – Crowley miró a Rafael – Es una advertencia.
El arcángel le restó importancia.
-¿Le temes a unos zombies? – preguntó, irónico - ¿No eras el rey del Infierno?
El demonio se ofendió. Malhumorado, se apartó de Rafael y se marchó.
Sin inmutarse y sin prestar atención, el arcángel continúo leyendo el Necronomicón, dispuesto a preparar todo. Una vez que el Purgatorio estuviera abierto y las almas fueran suyas, ya no necesitaría ni a Crowley ni a sus lacayos.
Estaba seguro de ello: se convertiría en el nuevo Dios.
El Chevrolet Impala avanzaba velozmente por la carretera sinuosa a la vera de un río de aguas turbias que corría cerca. Pasaron al lado de un cartel que decía: “¡BIENVENIDOS A LA FLORIDA!”
Mientras viajaban a los pantanos, Dean y Sam aprovecharon para hablar de ciertos temas…
-¿De qué conocía el tal Lovecraft sobre la existencia de ese libro? – preguntó el mayor de los Winchester.
-Lo mencionaba bastante en sus cuentos – explicó Sam, doblando un mapa – Lo que te leyó Bobby fue una síntesis que Lovecraft escribió sobre el libro. En verdad, deberías leer su obra, Dean. Es muy interesante.
-No, lo siento, Sammy. Lo mío no es la lectura… al menos, no ese tipo de lectura.
-¿Por qué? ¿Temes aburrirte?
-No es eso. Yo cazo monstruos. No me gusta leer ficción sobre ellos, es todo. Como que me suena todo muy morboso – señaló a un nuevo cartel al costado de la ruta – Llegamos.
Paró el coche. Se bajó, seguido por su hermano. Ambos caminaron hacia la parte trasera del vehículo y abrieron el baúl: un arsenal de armas apareció a la vista.
-Me pregunto donde estarán Cass y Meg – Dean tomó una escopeta de doble caño y la empezó a cargar con cartuchos – Ya tendrían que estar aquí.
-Ya estamos.
Meg y Castiel aparecieron, saliendo de entre los arbustos más cercanos. Se habían adelantado a la pareja para analizar el terreno.
-¿Y bien?
-Veinte demonios en total – informó Cass – Montan guardia en la mansión de Crowley. Rafael está dentro.
-Okey. ¿Dónde están tus hombres? – Dean se volvió hacia Meg.
-Esperando a mi señal.
-No tenemos mucho tiempo – Cass señaló al cielo – El eclipse está empezando. En cuanto llegue a su cenit, Rafael iniciara el ritual.
-Entonces movámonos.
Todo estaba listo en el sótano de la mansión. Varios candelabros con velas negras habían sido encendidos y en el centro de la estancia, frente al dibujo con sangre en la pared, Rafael acompañado por Crowley inició el ritual.
-¡Ia! ¡Ia! ¡Soy el Dios de Dioses, soy el Señor de la Oscuridad, y amo de magos! ¡Soy el Poder y el Conocimiento! Soy desde antes que todas las cosas, soy desde antes que Anu y los Igigi; soy desde antes que Anu y los Annunaki… Soy desde antes que los Siete Shuruppaki. ¡Soy desde antes que todas las cosas!
A medida que recitaba el conjuro, la voz de Rafael se volvió grave. A su lado, Crowley aguardaba, sudando. El eclipse avanzaba allá arriba; podía sentir a la Luna siendo ocultada en un cono de sombra, pese a estar bajo tierra.
Rafael prosiguió leyendo el Necronomicón. Alzó una vez más su voz…
-Soy desde antes que todos los dioses. Soy desde antes que todos los días. ¡Soy desde antes que todos los hombres y las leyendas de los hombres! ¡Antes de mí, no se hizo nada que fuera hecho!
Un ruido de disparos y de pelea bajó por las escaleras que daban a la planta de arriba. Crowley levantó la mirada y lo supo. ¡Los Winchester estaban ahí! Pero no venían solos: los acompañaban ese odioso ángel y la perra traidora de Meg.
-Maldición – murmuró. Le hizo señas a sus hombres, los que estaban con él montando guardia en el sótano, para que fueran a eliminar a los intrusos. Él no podía moverse ahora de ahí. No ahora que el ritual estaba avanzando. Debía asistir a Rafael.
-Ningún hombre puede buscar mi lugar de reposo – continuo el conjuro su compañero, la vista siempre fija en el libro – Recibo al Sol por la noche y a la Luna por el día. Soy el que recibe el sacrificio de los Peregrinos. Las montañas de la magia me cubren. ¡Soy la antigüedad de los días!
El ruido de la pelea arriba se intensificó. Crowley se mordió los labios. Al parecer Meg no había venido sola; había traído consigo a un grupo de desertores, antiguos seguidores de Lucifer.
Iba a decirle algo a su compañero, pero en ese momento uno de sus demonios se desplomó cabeza abajo por las escaleras. Le siguió otro, y otro, y otro más…
Dean apareció en la cima, la escopeta en sus manos humeando. Sam le siguió. Bajaron a su encuentro.
-Buenas noches. Pasábamos por el vecindario y decidimos entrar a saludar un rato – Dean sonrió.
Rafael interrumpió por primera vez su lectura. Levantó la vista y los miró.
-Llegan justo a tiempo – dijo – para observar el momento en el que el Pórtico se abrirá.
-Me temo que tu show del Fin del Mundo se suspende por lluvia – Dean lo apuntó con la escopeta – Aléjate de ese libro. Despacio.
Crowley aprovechó la distracción de los recién llegados con su socio y se dispuso a huir de allí. Meg se lo impidió, apareciendo tras él por sorpresa y enterrándole un cuchillo en la espalda.
-¡Ésta va por Lucifer, idiota! – le siseó en el oído, mientras el demonio escupía sangre y se desplomaba en el piso, mortalmente herido.
-Rafael – Castiel apareció, uniéndose a sus amigos – Todo acabó. Ríndete.
-Oh, por el contrario. Todo ha empezado realmente.
Rafael extendió una mano señalando a Meg. La demonio fue sacudida en el aire y se estrelló con violencia contra la pared con el símbolo grabado. Ahí quedó, sostenida por el poder del arcángel.
Cuando Dean y Sam atinaron a atacar, un muro de fuego surgido de la nada apareció ante ellos, impidiéndoles pasar.
Cass comprendió que todo dependía de él. Con su arma en la mano (la espada angélica, aquél afilado cuchillo celestial capaz de matar ángeles) intentó acabar con Rafael. Jamás llegó a tocarlo. Al igual que como hiciera con Meg, el arcángel uso su poder y lo arrojó por al aire. Lo hizo estrellar contra la pared opuesta.
-¡Cass! – gritó Sam.
Rafael volvió a su lectura.
-Soy desde antes que Absu. Soy desde antes que Nar Marratu. Soy desde antes que Anu. Soy desde antes que todas las cosas. ¡Ia! ¡Ia! ¡Ia Sakkakth! ¡Ia Sakkakth! ¡Ia Sha Xul!
Con asco y horror, a través del muro de fuego, Dean y Sam observaron como Rafael destrozaba con su poder invisible el cuerpo de Meg. La demonio abrió la boca a último momento y como una nube oscura, escapó de su cuerpo huésped mientras éste era destruido en una explosión sangrienta.
-¡Dios! ¡Usó a Meg como sacrificio ritual! – dijo Sam - ¡Dean, tenemos que detenerlo!
-¡Opino lo mismo! ¡A la cuenta de tres, nos tiramos para pasar por el fuego!
-¡Okey!
-Uno… Dos… ¡Tres! ¡YA!
Los Winchester saltaron. Pasaron por la pared de fuego rápidamente y aterrizaron echando humo del otro lado. Rafael les sonrió y se dispuso a acabar con el ritual…
-¡Ia! ¡Ia! ¡Ia Utukku Xul! ¡Ia Zixul! ¡Ia Abzul! ¡Ia…!
Se interrumpió bruscamente. La hoja de la espada angélica de Castiel surgió de su pecho. El arcángel soltó el libro. Miró hacia atrás.
Un magullado Cass había aprovechado el momento de distracción para atacar. Su estocada fue mortal.
Rafael gritó. Al hacerlo, una luz impresionante salió de su cuerpo y cegó a los Winchester. Cuando acabó, el cuerpo del arcángel yacía caído en el piso, fulminado. La sombra de unas alas inmensas se habían grabado con cenizas en el suelo, surgiendo de él.
Castiel lo miró, triste. Dean le puso una mano en el hombro.
-Ojala nunca hubiéramos llegado a esto – dijo el ángel, lamentándose.
-Hey. Hiciste lo correcto, Cass. No había otra forma.
-No. Esto no está bien, Dean. Esto no está bien… yo… yo jamás pensé que terminaría así. Que nuestra guerra acabaría en esto.
Cass lo miró a los ojos. Dean lo entendió. Entendió su dolor.
Pero no había tiempo para lamentaciones.
Algo sucedía sobre el símbolo arcano dibujado en la pared. Las manchas de sangre y los restos del cuerpo de Meg estaban desapareciendo, como chupados por una fuerza invisible. Sam fue el primero en darse cuenta de ese fenómeno…
-Chicos… Algo no está bien.
Cass y Dean se volvieron para ver. Lo hicieron justo a tiempo para contemplar cómo el ladrillo de la pared desaparecía y un agujero negro se abría, directamente hacia un abismo insondable más allá del tiempo y del espacio.
-¡El Portal! ¡Se ha abierto! – Castiel no lo podía creer.
-¡Pero si no acabó con el ritual! ¿Cómo es posible que…?
Un ruido venido de ultratumba interrumpió a Dean. Era como un rugido de una bestia enorme.
Un titánico tentáculo lleno de ventosas surgió del hoyo oscuro y voló en dirección de Crowley, quien herido pero todavía vivo, intentó arrastrarse en vano para alejarse del asqueroso apéndice.
-¡Ayuda! ¡Ayúdenme! – gritó, mientras el tentáculo lo aferraba con fuerza y tiraba de él en dirección al abismo.
Normalmente Dean lo habría dejado así como estaba, pero creía que ni un hijo de puta como ese demonio se merecía semejante destino. Tanto Sam como él corrieron y lo agarraron de los brazos, intentando hacerlo zafar de su aprisionamiento.
-¡Empuja, Sammy! ¡Empuja!
-¡No puedo! ¡Es muy fuerte!
-¡No me suelten! ¡Por el amor de Satán! ¡No vayan a soltarmeeeeeee…!
Los Winchester no pudieron evitar que el tentáculo les sacara a Crowley de las manos. Desapareció por el agujero gritando a pleno pulmón.
-¡Mierda!
Cass se acercó valientemente al borde del abismo. Miró hacia el fondo, al otro lado. Palideció al instante.
-¿Cass? – lo llamó Sam.
Se volvió hacia ellos.
-¡Salgan de aquí! – gritó - ¡Él ya viene!
El suelo se puso a temblar. Un rumor se dejo oír. Era como el sonido de cientos de voces susurrando y aullando.
-¡Váyanse! – repitió Cass, desesperado - ¡Ya viene!
-¿Quién? – Dean tuvo que gritar para hacerse oír por encima del ruido que venia del otro lado del abismo.
-¡El morador de más allá del umbral!
Pero ya era tarde. Una tremenda energía surgió del agujero y como una cascada, se llevó por delante a Cass y se desparramó por todas partes, abandonando la mansión y extendiéndose hacia todas direcciones, por el mundo.
-¡Ia! ¡Ia! ¡Soy el Dios de Dioses, soy el Señor de la Oscuridad, y amo de magos! ¡Soy el Poder y el Conocimiento! Soy desde antes que todas las cosas, soy desde antes que Anu y los Igigi; soy desde antes que Anu y los Annunaki… Soy desde antes que los Siete Shuruppaki. ¡Soy desde antes que todas las cosas!
A medida que recitaba el conjuro, la voz de Rafael se volvió grave. A su lado, Crowley aguardaba, sudando. El eclipse avanzaba allá arriba; podía sentir a la Luna siendo ocultada en un cono de sombra, pese a estar bajo tierra.
Rafael prosiguió leyendo el Necronomicón. Alzó una vez más su voz…
-Soy desde antes que todos los dioses. Soy desde antes que todos los días. ¡Soy desde antes que todos los hombres y las leyendas de los hombres! ¡Antes de mí, no se hizo nada que fuera hecho!
Un ruido de disparos y de pelea bajó por las escaleras que daban a la planta de arriba. Crowley levantó la mirada y lo supo. ¡Los Winchester estaban ahí! Pero no venían solos: los acompañaban ese odioso ángel y la perra traidora de Meg.
-Maldición – murmuró. Le hizo señas a sus hombres, los que estaban con él montando guardia en el sótano, para que fueran a eliminar a los intrusos. Él no podía moverse ahora de ahí. No ahora que el ritual estaba avanzando. Debía asistir a Rafael.
-Ningún hombre puede buscar mi lugar de reposo – continuo el conjuro su compañero, la vista siempre fija en el libro – Recibo al Sol por la noche y a la Luna por el día. Soy el que recibe el sacrificio de los Peregrinos. Las montañas de la magia me cubren. ¡Soy la antigüedad de los días!
El ruido de la pelea arriba se intensificó. Crowley se mordió los labios. Al parecer Meg no había venido sola; había traído consigo a un grupo de desertores, antiguos seguidores de Lucifer.
Iba a decirle algo a su compañero, pero en ese momento uno de sus demonios se desplomó cabeza abajo por las escaleras. Le siguió otro, y otro, y otro más…
Dean apareció en la cima, la escopeta en sus manos humeando. Sam le siguió. Bajaron a su encuentro.
-Buenas noches. Pasábamos por el vecindario y decidimos entrar a saludar un rato – Dean sonrió.
Rafael interrumpió por primera vez su lectura. Levantó la vista y los miró.
-Llegan justo a tiempo – dijo – para observar el momento en el que el Pórtico se abrirá.
-Me temo que tu show del Fin del Mundo se suspende por lluvia – Dean lo apuntó con la escopeta – Aléjate de ese libro. Despacio.
Crowley aprovechó la distracción de los recién llegados con su socio y se dispuso a huir de allí. Meg se lo impidió, apareciendo tras él por sorpresa y enterrándole un cuchillo en la espalda.
-¡Ésta va por Lucifer, idiota! – le siseó en el oído, mientras el demonio escupía sangre y se desplomaba en el piso, mortalmente herido.
-Rafael – Castiel apareció, uniéndose a sus amigos – Todo acabó. Ríndete.
-Oh, por el contrario. Todo ha empezado realmente.
Rafael extendió una mano señalando a Meg. La demonio fue sacudida en el aire y se estrelló con violencia contra la pared con el símbolo grabado. Ahí quedó, sostenida por el poder del arcángel.
Cuando Dean y Sam atinaron a atacar, un muro de fuego surgido de la nada apareció ante ellos, impidiéndoles pasar.
Cass comprendió que todo dependía de él. Con su arma en la mano (la espada angélica, aquél afilado cuchillo celestial capaz de matar ángeles) intentó acabar con Rafael. Jamás llegó a tocarlo. Al igual que como hiciera con Meg, el arcángel uso su poder y lo arrojó por al aire. Lo hizo estrellar contra la pared opuesta.
-¡Cass! – gritó Sam.
Rafael volvió a su lectura.
-Soy desde antes que Absu. Soy desde antes que Nar Marratu. Soy desde antes que Anu. Soy desde antes que todas las cosas. ¡Ia! ¡Ia! ¡Ia Sakkakth! ¡Ia Sakkakth! ¡Ia Sha Xul!
Con asco y horror, a través del muro de fuego, Dean y Sam observaron como Rafael destrozaba con su poder invisible el cuerpo de Meg. La demonio abrió la boca a último momento y como una nube oscura, escapó de su cuerpo huésped mientras éste era destruido en una explosión sangrienta.
-¡Dios! ¡Usó a Meg como sacrificio ritual! – dijo Sam - ¡Dean, tenemos que detenerlo!
-¡Opino lo mismo! ¡A la cuenta de tres, nos tiramos para pasar por el fuego!
-¡Okey!
-Uno… Dos… ¡Tres! ¡YA!
Los Winchester saltaron. Pasaron por la pared de fuego rápidamente y aterrizaron echando humo del otro lado. Rafael les sonrió y se dispuso a acabar con el ritual…
-¡Ia! ¡Ia! ¡Ia Utukku Xul! ¡Ia Zixul! ¡Ia Abzul! ¡Ia…!
Se interrumpió bruscamente. La hoja de la espada angélica de Castiel surgió de su pecho. El arcángel soltó el libro. Miró hacia atrás.
Un magullado Cass había aprovechado el momento de distracción para atacar. Su estocada fue mortal.
Rafael gritó. Al hacerlo, una luz impresionante salió de su cuerpo y cegó a los Winchester. Cuando acabó, el cuerpo del arcángel yacía caído en el piso, fulminado. La sombra de unas alas inmensas se habían grabado con cenizas en el suelo, surgiendo de él.
Castiel lo miró, triste. Dean le puso una mano en el hombro.
-Ojala nunca hubiéramos llegado a esto – dijo el ángel, lamentándose.
-Hey. Hiciste lo correcto, Cass. No había otra forma.
-No. Esto no está bien, Dean. Esto no está bien… yo… yo jamás pensé que terminaría así. Que nuestra guerra acabaría en esto.
Cass lo miró a los ojos. Dean lo entendió. Entendió su dolor.
Pero no había tiempo para lamentaciones.
Algo sucedía sobre el símbolo arcano dibujado en la pared. Las manchas de sangre y los restos del cuerpo de Meg estaban desapareciendo, como chupados por una fuerza invisible. Sam fue el primero en darse cuenta de ese fenómeno…
-Chicos… Algo no está bien.
Cass y Dean se volvieron para ver. Lo hicieron justo a tiempo para contemplar cómo el ladrillo de la pared desaparecía y un agujero negro se abría, directamente hacia un abismo insondable más allá del tiempo y del espacio.
-¡El Portal! ¡Se ha abierto! – Castiel no lo podía creer.
-¡Pero si no acabó con el ritual! ¿Cómo es posible que…?
Un ruido venido de ultratumba interrumpió a Dean. Era como un rugido de una bestia enorme.
Un titánico tentáculo lleno de ventosas surgió del hoyo oscuro y voló en dirección de Crowley, quien herido pero todavía vivo, intentó arrastrarse en vano para alejarse del asqueroso apéndice.
-¡Ayuda! ¡Ayúdenme! – gritó, mientras el tentáculo lo aferraba con fuerza y tiraba de él en dirección al abismo.
Normalmente Dean lo habría dejado así como estaba, pero creía que ni un hijo de puta como ese demonio se merecía semejante destino. Tanto Sam como él corrieron y lo agarraron de los brazos, intentando hacerlo zafar de su aprisionamiento.
-¡Empuja, Sammy! ¡Empuja!
-¡No puedo! ¡Es muy fuerte!
-¡No me suelten! ¡Por el amor de Satán! ¡No vayan a soltarmeeeeeee…!
Los Winchester no pudieron evitar que el tentáculo les sacara a Crowley de las manos. Desapareció por el agujero gritando a pleno pulmón.
-¡Mierda!
Cass se acercó valientemente al borde del abismo. Miró hacia el fondo, al otro lado. Palideció al instante.
-¿Cass? – lo llamó Sam.
Se volvió hacia ellos.
-¡Salgan de aquí! – gritó - ¡Él ya viene!
El suelo se puso a temblar. Un rumor se dejo oír. Era como el sonido de cientos de voces susurrando y aullando.
-¡Váyanse! – repitió Cass, desesperado - ¡Ya viene!
-¿Quién? – Dean tuvo que gritar para hacerse oír por encima del ruido que venia del otro lado del abismo.
-¡El morador de más allá del umbral!
Pero ya era tarde. Una tremenda energía surgió del agujero y como una cascada, se llevó por delante a Cass y se desparramó por todas partes, abandonando la mansión y extendiéndose hacia todas direcciones, por el mundo.
2
El Día del Juicio
El Día del Juicio
Cuando Dean abrió los ojos, todo había acabado.
Sam yacía inconsciente a su lado. Cerca, Castiel permanecía de pie, la gabardina rota y el cuerpo lleno de magullones. Tenía la mirada perdida en el vacío.
El agujero negro interdimensional se había cerrado. Sintiendo latirle la cabeza por culpa de una migraña, Dean se incorporó. Sam no tardó en despertar y hacer lo mismo, igual de adolorido.
-¿Qué pasó? – preguntó.
-¿Cass? – Dean miró a Castiel – Oye, ¿estas bien?
El ángel se volvió hacia él. Lucía muy pálido.
-Es tarde. Ya es tarde – dijo y se desplomó en el piso.
Los Winchester corrieron hacia él y lo ayudaron. Le salía sangre por la boca.
-Ya es tarde… ya es tarde – murmuraba.
-¿Cass? ¡Cass! ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó?
Castiel le dirigió una mirada vidriosa a su amigo humano.
-Los muertos… los muertos…
-¿Qué pasa con los muertos?
-Los muertos se alzaran…
Sam frunció el ceño.
-¿Los muertos se alzaran? – preguntó.
-¡Cass! ¿Qué quieres decir? ¿Por qué se alzaran? ¿Qué pasa?
Como Castiel no respondía, Dean lo sacudió. Funcionó. Volvió a hablar.
-“Y vi a los muertos, grandes y chicos, en pie delante de Dios” – comenzó a recitar. Los Winchester se miraron, perplejos. Cass continuo – “El mar entregó a los muertos que había en él, y la Muerte y el Hades entregaron a los que había en ellos…”
-Cass, no te entendemos.
-Dean… él… él usara a los muertos, como castigo… los muertos se alzaran…
-Está volando en fiebre – Sam le colocó una mano en la frente - ¡Tenemos que llevarlo a un hospital!
-Okey. Vamos. Lo cargaremos hasta el coche y… - Dean se interrumpió.
Cass empezó a convulsionar. Eran movimientos espasmódicos violentos. Duró un rato. Cuando acabó, suspiró y cerró los ojos… no volvió a abrirlos.
-¿Cass? ¿Cass? – Dean lo sacudió - ¡Castiel! – no había caso. No reaccionaba.
-Creo… creo que está muerto – soltó Sam.
Se produjo el silencio.
-No puede ser. No puede ser. No puede ser…
Dean le apoyó una oreja sobre el pecho. No había ningún latido.
-¡Mierda!
Silencio de nuevo. Los hermanos observaron desolados a su amigo. No dijeron nada. En silencio, lloraron su repentina muerte.
Súbitamente, Castiel abrió los ojos.
-¡Cass! – Dean suspiró, aliviado - ¡Por poco y nos das un flor de susto! ¿Estas bien?
Pero Cass no le respondió. Rugió y se le tiró encima, furioso. Intentó morderlo.
-¿Qué haces? ¡Cass! ¡Cass! ¡Suéltame! – Dean forcejeó con él. Prácticamente luchó por su vida - ¡No te quedes ahí quieto sin hacer nada, Sammy! ¡Sácamelo de encima!
Sam lo aferró desde la espalda por los brazos y se los llevó para atrás, apartándolo de su hermano.
-¿Qué le pasa? – preguntó, mientras lo sostenía. Cass gruñía y echaba espuma por la boca como rabioso, dando dentelladas al aire - ¡Se volvió loco!
-¡Cass! ¡Castiel! ¡Reacciona! ¡Soy yo, Dean!
Pero no había forma. Castiel no parecía reconocerlo. Estaba empecinado en devorar su carne y luchaba por hacerlo como un animal furioso.
-¡Dios!
Sam señaló con la cabeza a la espalda de Dean. El muchacho se volvió justo a tiempo para ver cómo los lacayos de Crowley, quienes llevaban muertos desde hacía un rato bien largo, se incorporaban y al igual que Cass, se lanzaban en un desesperado y bestial intento por devorarlo.
Dean tomó su escopeta. De un tiro le voló el estomago a uno. Aquello no lo detuvo. Agitando los brazos, el muerto se le fue encima con intención de morderlo.
-¡En la cabeza! – gritó Sam, todavía sosteniendo a Castiel - ¡Disparales en la cabeza!
Dean tardó un momento en asimilar la orden. Le voló los sesos a su atacante y este no se levantó. Hizo lo mismo con los otros.
-Sammy, ¿Qué está pasando aquí?
-“Los muertos se alzaran” – repitió Sam, citando a Castiel - ¡Zombies!
-¿Qué? ¡Debes estar bromeando! ¿Zombies? ¡No puede ser!
-¿No? ¡Pues acá tengo a uno enfrente tuyo! – Sam estaba al límite de sus fuerzas. Cass iba a zafarse de su agarre en cualquier momento - ¡Dean! ¡Disparale!
-¿Qué?
-¡Disparale! ¡En la cabeza!
-¿Te volviste loco? ¡Es Cass!
-¡Ya no! ¡Es un zombie! ¡Lo que sea que salió de ese agujero está reviviendo a los muertos y volviéndolos zombies! ¡¡Disparale!!
Dean apuntó a la cabeza de su amigo. Dudó en jalar el gatillo.
-¿Qué esperas? ¡Ya no puedo contenerlo más! ¡Dispara!
-Lo siento, amigo.
-¡Hazlo! ¡Ya!
Sam cedió. Cass se soltó.
Dean apretó el gatillo.
Sam yacía inconsciente a su lado. Cerca, Castiel permanecía de pie, la gabardina rota y el cuerpo lleno de magullones. Tenía la mirada perdida en el vacío.
El agujero negro interdimensional se había cerrado. Sintiendo latirle la cabeza por culpa de una migraña, Dean se incorporó. Sam no tardó en despertar y hacer lo mismo, igual de adolorido.
-¿Qué pasó? – preguntó.
-¿Cass? – Dean miró a Castiel – Oye, ¿estas bien?
El ángel se volvió hacia él. Lucía muy pálido.
-Es tarde. Ya es tarde – dijo y se desplomó en el piso.
Los Winchester corrieron hacia él y lo ayudaron. Le salía sangre por la boca.
-Ya es tarde… ya es tarde – murmuraba.
-¿Cass? ¡Cass! ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó?
Castiel le dirigió una mirada vidriosa a su amigo humano.
-Los muertos… los muertos…
-¿Qué pasa con los muertos?
-Los muertos se alzaran…
Sam frunció el ceño.
-¿Los muertos se alzaran? – preguntó.
-¡Cass! ¿Qué quieres decir? ¿Por qué se alzaran? ¿Qué pasa?
Como Castiel no respondía, Dean lo sacudió. Funcionó. Volvió a hablar.
-“Y vi a los muertos, grandes y chicos, en pie delante de Dios” – comenzó a recitar. Los Winchester se miraron, perplejos. Cass continuo – “El mar entregó a los muertos que había en él, y la Muerte y el Hades entregaron a los que había en ellos…”
-Cass, no te entendemos.
-Dean… él… él usara a los muertos, como castigo… los muertos se alzaran…
-Está volando en fiebre – Sam le colocó una mano en la frente - ¡Tenemos que llevarlo a un hospital!
-Okey. Vamos. Lo cargaremos hasta el coche y… - Dean se interrumpió.
Cass empezó a convulsionar. Eran movimientos espasmódicos violentos. Duró un rato. Cuando acabó, suspiró y cerró los ojos… no volvió a abrirlos.
-¿Cass? ¿Cass? – Dean lo sacudió - ¡Castiel! – no había caso. No reaccionaba.
-Creo… creo que está muerto – soltó Sam.
Se produjo el silencio.
-No puede ser. No puede ser. No puede ser…
Dean le apoyó una oreja sobre el pecho. No había ningún latido.
-¡Mierda!
Silencio de nuevo. Los hermanos observaron desolados a su amigo. No dijeron nada. En silencio, lloraron su repentina muerte.
Súbitamente, Castiel abrió los ojos.
-¡Cass! – Dean suspiró, aliviado - ¡Por poco y nos das un flor de susto! ¿Estas bien?
Pero Cass no le respondió. Rugió y se le tiró encima, furioso. Intentó morderlo.
-¿Qué haces? ¡Cass! ¡Cass! ¡Suéltame! – Dean forcejeó con él. Prácticamente luchó por su vida - ¡No te quedes ahí quieto sin hacer nada, Sammy! ¡Sácamelo de encima!
Sam lo aferró desde la espalda por los brazos y se los llevó para atrás, apartándolo de su hermano.
-¿Qué le pasa? – preguntó, mientras lo sostenía. Cass gruñía y echaba espuma por la boca como rabioso, dando dentelladas al aire - ¡Se volvió loco!
-¡Cass! ¡Castiel! ¡Reacciona! ¡Soy yo, Dean!
Pero no había forma. Castiel no parecía reconocerlo. Estaba empecinado en devorar su carne y luchaba por hacerlo como un animal furioso.
-¡Dios!
Sam señaló con la cabeza a la espalda de Dean. El muchacho se volvió justo a tiempo para ver cómo los lacayos de Crowley, quienes llevaban muertos desde hacía un rato bien largo, se incorporaban y al igual que Cass, se lanzaban en un desesperado y bestial intento por devorarlo.
Dean tomó su escopeta. De un tiro le voló el estomago a uno. Aquello no lo detuvo. Agitando los brazos, el muerto se le fue encima con intención de morderlo.
-¡En la cabeza! – gritó Sam, todavía sosteniendo a Castiel - ¡Disparales en la cabeza!
Dean tardó un momento en asimilar la orden. Le voló los sesos a su atacante y este no se levantó. Hizo lo mismo con los otros.
-Sammy, ¿Qué está pasando aquí?
-“Los muertos se alzaran” – repitió Sam, citando a Castiel - ¡Zombies!
-¿Qué? ¡Debes estar bromeando! ¿Zombies? ¡No puede ser!
-¿No? ¡Pues acá tengo a uno enfrente tuyo! – Sam estaba al límite de sus fuerzas. Cass iba a zafarse de su agarre en cualquier momento - ¡Dean! ¡Disparale!
-¿Qué?
-¡Disparale! ¡En la cabeza!
-¿Te volviste loco? ¡Es Cass!
-¡Ya no! ¡Es un zombie! ¡Lo que sea que salió de ese agujero está reviviendo a los muertos y volviéndolos zombies! ¡¡Disparale!!
Dean apuntó a la cabeza de su amigo. Dudó en jalar el gatillo.
-¿Qué esperas? ¡Ya no puedo contenerlo más! ¡Dispara!
-Lo siento, amigo.
-¡Hazlo! ¡Ya!
Sam cedió. Cass se soltó.
Dean apretó el gatillo.
Ésta historia continuara…
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)
No hay comentarios:
Publicar un comentario