| Título: Capítulo 11 Autor:Luis Guillermo del Corral Portada: Justin Reed Publicado en: Abril 2017
La víspera de la batalla final contra Birugenia. O eso pretenden los campeones de dos mundos. ¿Qué harán cuando se enfrenten a un creciente peligro que el malvado ha logrado recrear en el mundo en el que se halla ahora?
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Base de Neo Gorgom
Birugenia observaba a sus seguidores. Si hubiera conocido lo que era la amabilidad, hubiera asentido, satisfecho del resultado. Pero no lo hizo. Mantuvo su rostro inexpresivo y severo, juzgando la misma existencia de quienes se hallaban junto a él. A pesar de no tener la fuerza de Darom, Baraom o Bishium, había logrado lo que para los Tres Sacerdotes de Gorgom había sido rutina diaria en su mundo.
Los escasos luchadores que antes habían servido a la Mano y ahora le servían a él, se habían transformado en los cimientos sobre los cuales edificaría su conquista de aquel mundo. ¡Les había convertido a todos en mutantes de neo-Gorgom! Con ellos, había recreado a aquellos caídos a manos del maldito Rey Secular, Kamen Rider Black.
Llevar a cabo tantas reconstrucciones humanas en un espacio de tiempo tan breve había tenido un precio que había podido pagar por última vez. El cuerpo que poseía se había debilitado más allá de toda recuperación posible. Y solo quedaba otro capaz de soportar las oscuras, horribles y dañinas energías de su alma.
Se detuvo con su impío trono a sus cada vez más débiles espaldas. Levantó una mano disgustado. Temblaba sin que pudiera evitarlo. Una humillante prueba de creciente debilidad.
-Vosotros dos -la voz resonó como un diabólico croar en la oscura cámara. Id y traed al último de los elegidos para albergar mi esencia.
Los mutantes Bisonte y Araña se inclinaron en una exagerada reverencia y se retiraron. Nadie dijo nada. Parte de aquellos mutantes no eran capaces de habla humana. Y los que gozaban de tal don, callaron por el puro terror de despertar las iras de su amo con sus ahora inhumanos cuchicheos.
Su inexistente paciencia estaba a punto de estallar en un vendaval de ira cuando sus servidores regresaron, sujetando de pies y manos a un corpulento hombre vestido con un muy sucio gi de karateka. El último y derrotado superviviente de los participantes en el torneo de artes marciales días atrás. No fue necesario que Birugenia gesticulara o diera orden alguna.
Sus esclavos sabían que hacer, como y cuando.
Birugenia dio dos cortos pasos mientras bisonte y Araña ponían de pie al desgraciado y cada uno le sujetaba de un brazo.
-Serás el último. Mi próximo cuerpo será el de mi maldito enemigo cuando sea derrotado. Lamento que no vivirás para convertirte en mi esclavo cuando conquiste este mundo.
Con ojos desorbitados, el desdichado karateka solo tenía fuerzas para sentir un terror absoluto. Apenas escuchó el alarido de Birugenia cuando este echó la cabeza hacia atrás. Un aura de fungoso color verde le cubrió, como un manto de espesa sangre sucia.
Los mutantes dieron un paso hacia atrás, casi al unísono. Birugenia no solo había reconstruido sus cuerpos. También sus mentes habían sido alteradas con lealtad y temor de su persona y aquello que podía llegar a hacer.
Aquel fulgor esmeralda no era inmaterial por completo ni sólido del todo. Fluía como si se desplazara por una dimensión alienígena a aquella en la cual se encontraba. Sin embargo, había una extraña e inhumana sensación. Los ahora esclavos de Neo Gorgom lo habían visto suceder en días anteriores. Por esa misma razón temblaban. No por temor a lo desconocido.
Porque sabían demasiado bien lo que estaba sucediendo y cómo iba a terminar.
La semifísica masa verde abandonó el debilitado cuerpo y se abalanzó en una viscosa embestida sobre los pies del desgraciado artista marcial. Reptó sobre su carne con pequeñas y continuas explosiones de movimiento, como un lagarto que se moviera sobre las rocas que componen su hogar.
Cuando alcanzó el pecho, ya no hizo falta que lo soportaran de modo alguno. Los mutantes se retiraron y unieron a sus compañeros mientras la posesión ya alcanzaba su truculento final. El gaseoso fulgor verde cubrió la cabeza del hombre como una capucha demasiado ceñida. Durante un instante, mientras cubría todo el cuerpo, hubo un estallido luminoso.
Todos los mutantes sin excepción, apartaron la vista, cegados a medias. Cuando miraron de nuevo, hallaron algo que ya habían contemplado varias veces en días anteriores. Un apestoso montón de lodo orgánico pudriéndose en el suelo. Y ante la fuente del hedor, un cuerpo que dominaba la atmósfera con la mera arrogancia de su muy tangible presencia.
-¡Traedme mi armadura y mi Birusable! -La voz de Birugenia se derramó en un arrollador torrente de decisión.
-¡Amo! -protestó el Mutante Puercoespín. Se acercó cabizbajo y temeroso-. ¿No sería más juicioso recuperar antes el Biruescudo?
Con un gruñido, Birugenia lanzó una patada a su esclavo, que retrocedió sin levantar la vista.
-¡estúpido! ¡Ya no puedo esperar más! ¡Se acabó el ocupar cuerpos débiles, incapaces de resistir mi gran poder! Necesito un físico digno de mi fuerza. ¡Necesito el cuerpo de Kamen Rider Black y lo tendré!
>>Escuchad y obedeced. ¡No toleraré el fracaso!
Al unísono, todos los siervos de Neo Gorgom presentes comenzaron a entonar el nombre de su amo. Una vez más, juraron dedicarse a su causa con absoluta devoción. Aun si eso significaba perder sus condenadas almas.
Los escasos luchadores que antes habían servido a la Mano y ahora le servían a él, se habían transformado en los cimientos sobre los cuales edificaría su conquista de aquel mundo. ¡Les había convertido a todos en mutantes de neo-Gorgom! Con ellos, había recreado a aquellos caídos a manos del maldito Rey Secular, Kamen Rider Black.
Llevar a cabo tantas reconstrucciones humanas en un espacio de tiempo tan breve había tenido un precio que había podido pagar por última vez. El cuerpo que poseía se había debilitado más allá de toda recuperación posible. Y solo quedaba otro capaz de soportar las oscuras, horribles y dañinas energías de su alma.
Se detuvo con su impío trono a sus cada vez más débiles espaldas. Levantó una mano disgustado. Temblaba sin que pudiera evitarlo. Una humillante prueba de creciente debilidad.
-Vosotros dos -la voz resonó como un diabólico croar en la oscura cámara. Id y traed al último de los elegidos para albergar mi esencia.
Los mutantes Bisonte y Araña se inclinaron en una exagerada reverencia y se retiraron. Nadie dijo nada. Parte de aquellos mutantes no eran capaces de habla humana. Y los que gozaban de tal don, callaron por el puro terror de despertar las iras de su amo con sus ahora inhumanos cuchicheos.
Su inexistente paciencia estaba a punto de estallar en un vendaval de ira cuando sus servidores regresaron, sujetando de pies y manos a un corpulento hombre vestido con un muy sucio gi de karateka. El último y derrotado superviviente de los participantes en el torneo de artes marciales días atrás. No fue necesario que Birugenia gesticulara o diera orden alguna.
Sus esclavos sabían que hacer, como y cuando.
Birugenia dio dos cortos pasos mientras bisonte y Araña ponían de pie al desgraciado y cada uno le sujetaba de un brazo.
-Serás el último. Mi próximo cuerpo será el de mi maldito enemigo cuando sea derrotado. Lamento que no vivirás para convertirte en mi esclavo cuando conquiste este mundo.
Con ojos desorbitados, el desdichado karateka solo tenía fuerzas para sentir un terror absoluto. Apenas escuchó el alarido de Birugenia cuando este echó la cabeza hacia atrás. Un aura de fungoso color verde le cubrió, como un manto de espesa sangre sucia.
Los mutantes dieron un paso hacia atrás, casi al unísono. Birugenia no solo había reconstruido sus cuerpos. También sus mentes habían sido alteradas con lealtad y temor de su persona y aquello que podía llegar a hacer.
Aquel fulgor esmeralda no era inmaterial por completo ni sólido del todo. Fluía como si se desplazara por una dimensión alienígena a aquella en la cual se encontraba. Sin embargo, había una extraña e inhumana sensación. Los ahora esclavos de Neo Gorgom lo habían visto suceder en días anteriores. Por esa misma razón temblaban. No por temor a lo desconocido.
Porque sabían demasiado bien lo que estaba sucediendo y cómo iba a terminar.
La semifísica masa verde abandonó el debilitado cuerpo y se abalanzó en una viscosa embestida sobre los pies del desgraciado artista marcial. Reptó sobre su carne con pequeñas y continuas explosiones de movimiento, como un lagarto que se moviera sobre las rocas que componen su hogar.
Cuando alcanzó el pecho, ya no hizo falta que lo soportaran de modo alguno. Los mutantes se retiraron y unieron a sus compañeros mientras la posesión ya alcanzaba su truculento final. El gaseoso fulgor verde cubrió la cabeza del hombre como una capucha demasiado ceñida. Durante un instante, mientras cubría todo el cuerpo, hubo un estallido luminoso.
Todos los mutantes sin excepción, apartaron la vista, cegados a medias. Cuando miraron de nuevo, hallaron algo que ya habían contemplado varias veces en días anteriores. Un apestoso montón de lodo orgánico pudriéndose en el suelo. Y ante la fuente del hedor, un cuerpo que dominaba la atmósfera con la mera arrogancia de su muy tangible presencia.
-¡Traedme mi armadura y mi Birusable! -La voz de Birugenia se derramó en un arrollador torrente de decisión.
-¡Amo! -protestó el Mutante Puercoespín. Se acercó cabizbajo y temeroso-. ¿No sería más juicioso recuperar antes el Biruescudo?
Con un gruñido, Birugenia lanzó una patada a su esclavo, que retrocedió sin levantar la vista.
-¡estúpido! ¡Ya no puedo esperar más! ¡Se acabó el ocupar cuerpos débiles, incapaces de resistir mi gran poder! Necesito un físico digno de mi fuerza. ¡Necesito el cuerpo de Kamen Rider Black y lo tendré!
>>Escuchad y obedeced. ¡No toleraré el fracaso!
Al unísono, todos los siervos de Neo Gorgom presentes comenzaron a entonar el nombre de su amo. Una vez más, juraron dedicarse a su causa con absoluta devoción. Aun si eso significaba perder sus condenadas almas.
El pie casi resbaló en algo que se deslizaba por el fondo y se levantó como un muelle al estirarse de repente. El Motorista Fantasma miró hacia el rio de suciedad que le cubría hasta los tobillos y por un breve instante, las llamas que envolvían su cráneo aumentaron su fuerza.
-Lo que me ha rozado el tobillo no era de este mundo. ¿No lo notas? El mismo hedor parece un perfume comparado con lo que impregna este lugar.
Kamen Rider Black respondió sin volverse, con el tono de quien sabía demasiado bien a que se refería su interlocutor.
-Lo sé. Lo he sentido demasiadas veces. En mi mundo. Es el poder de aquellos que sirven a Gorgom. A medida que lo usan, corrompe todo aquello que toca. Se hará más fuerte a medida que nos aproximemos a su guarida -El héroe de otro mundo pasó la mano por la pared, como si aquel gesto le ayudara a orientarse. La retiró con un brusco gesto de consternada sorpresa, más que asco o repulsa.
A medida que habían avanzado, el entorno cambió de modo gradual pero perceptible. Las paredes y el techo adquirieron un aspecto más orgánico, con gruesos crecimientos semejantes a una rejilla de coral liso y pardo. Aquel lugar ya no era reconocible como una cloaca. Era como caminar por las arterias sucias y obstruidas de una gargantuesca abominación.
Kamen Rider Black se tambaleó, salpicando basura líquida a su alrededor mientras se esforzaba en mantener el equilibrio. Había sido asaltado por una repentina debilidad que casi le hizo revertir a su aspecto humano. A su espalda, escuchó un irregular chapoteo y se dio la vuelta, poseído por una súbita urgencia.
El Motorista Fantasma permanecía de pie, apoyado contra la pared. Sus llamas eran más débiles y sus zancadas carecían de fuerza.
-Yo aún puedo soportar el aura de maldad de Birugenia al ser un humano reconstruido. Pero a ti parece afectarte más. Sospecho que en este mundo carecéis de un peligro que se le parezca. ¿Puedes continuar?
-La sangre inocente... debe ser vengada. Continuemos.
Kamen Rider Black asintió, orgulloso de luchar junto a tan implacable campeón del Bien y aliado de la Justicia.
De repente, a unos quince metros, el espacio se abrió sin previo aviso, dando paso a una gran cámara abovedada, con una espesa neblina que no se alzaba más allá de sus rodillas. Al tiempo que entraban, el grave tañido de una campana comenzó a sonar incesante. A cada golpe de badajo, el volumen era mayor y aumentaba cada vez más.
Entonces, el ciborg y el espíritu de la venganza cambiaron.
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