| Título: La dama y el sabio Autor: Luis Guillermo del Corral Portada: José Gabriel Espinosa Publicado en: Abril 2017
"En su solitaria cruzada sin fin, los aliados del Amo de los Hombres son pocos y han de enfrentar los mismos peligros que él. Cuando Nita Van Sloan busca una brillante mente envilecida por la Titiritera... ¿camina hacia la muerte segura o la incierta victoria?"
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Su justicia es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es..
Creado por Harry Steeger
-¡¿Qué hacéis aquí?! ¿Y Dick? ¿Ocurre algo?
El chofer de Wentworth intentó hablar pero la falta de aliento convirtió sus palabras en un incomprensible graznido. Con una más que explícita mirada, cedió la palabra al sikh.
-¡Missie sahib! Sahib Wentworth nos aleja de su lado -la decepción era evidente en su voz- para protegerla. Desea que...
-Localice a cierto profesor de ingeniería eléctrica y le saque toda la información que pueda sobre la titiritera de la carroña. Lo supuse apenas crucé cuatro palabras con Stanley. No me reveló gran cosa, pero lo que calló pude deducirlo yo sola. No me miréis así. No es la primera vez que actuó en su nombre ni será la última.
Los dos hombres contemplaron a Nita con renovada admiración. En verdad, el Amo de los Hombres no podía desear mejor compañera que aquella valerosa mujer. Enderezándose de nuevo, Jackson la entregó un encendedor que ella aceptó sin más. Sabía de lo que se trataba. El chofer de su amado reconocía que ella lo merecía mucho más y emplearía de un modo más terrible y efectivo.
A un gesto, la siguieron. Ella ya había decidido que hacer, pero la presencia de Jackson y Ram Singh había inflamado una repentina inspiración. Una que por una vez, mantendría el derramamiento de sangre a un mínimo.
No carecía de instinto asesino. Tampoco habían escaseado las ocasiones en que había matado y marcado en nombre de the Spider. Incluso había llegado a asumir su terrible máscara en su despiadada cruzada contra criminales, malvados y aquellas negras almas que se alimentaban de la miseria, la opresión y el dolor.
En aquella ocasión también lo haría, aunque a su modo.
Sin detenerse ni volver el rostro, continuó a lo largo de la avenida que llevaba al laboratorio de ingeniería eléctrica de aquella universidad. Sus acompañantes aceleraron sus fatigadas zancadas, tratando de escuchar sus instrucciones. Mantenía un tono de voz bajo, en previsión de oídos indiscretos.
Apenas terminó de hablar, los dos hombres se alejaron de ella sin dar muestra alguna de haber entendido sus palabras. No era necesario. Sabían lo que tenían que hacer. Nita era valiente, inteligente y muy consciente de que podía estar enfrentándose a un peligro mortal.
De hecho, su único temor real era que en tal caso, convirtieran su carroña aún caliente en una de las truculentas marionetas de carne de la Titiritera. Pero eso no la iba a detener. Al contrario. Espoleaba su voluntad para evitar que aquella desquiciada emperatriz del crimen continuara campando a sus anchas.
La Titiritera de la carroña caería. Y ella ayudaría de un modo decisivo, se prometió.
La mujer tenía esa edad que la situaba más cerca de la madurez que la juventud. Su expresión de hastío iba más allá de la imaginable y era evidente que vendería su alma por estar en cualquier lugar que no fuera aquel. Apartó la vista de su máquina de escribir.
-¿Puede repetirlo? Si la dejo entrar sin más el profesor montará en cólera. Soy la treceava secretaria que contrata en dos años. ¿Me he explicado?
Nita paseó la vista por la estancia. El escritorio de la secretaria. Una tan miserable como sencilla lámpara en el techo. Un rígido e incómodo banco de madera donde hacer esperar a las visitas y a su lado un agrietado perchero. Le extrañó no ver archivador alguno.
-¿Es dinero? Es eso lo que quiere, ¿verdad?
-¡¡¡NO!!! -vociferó con vehemente sinceridad-. Lo que exijo es una buena razón para dejarla ver al profesor, eso es todo.
Nita Van Sloan observó con atención a la secretaria. La miraba con algo cercano al desdén. Sin lograr disimularlo, sus ojos brincaban de continuo hacia la puerta tras la cual se hallaba el profesor Cardeaux. Con toda seguridad, su mayor preocupación era su puesto de trabajo por encima de cualquier otra consideración imaginable.
Tendría que emplear la ayuda de uno de los mayores y más veteranos aliados de the Spider en su interminable cruzada contra el inframundo criminal. Un aliado que en realidad servía a todos aquellos que batallaban junto al Amo de los Hombres, como la misma Nita. Si se sabía cómo llamarlo, actuaría de una manera fulminante e inmediata. Sin piedad, misericordia ni conceder cuartel.
El miedo.
-Muy bien -respondió con una mefistofélica sonrisa que casi partía su rostro por la mitad-. Tan solo necesito que me deje papel, pluma y unos instantes.
-¿Y me dejará en paz después? -replicó la otra, entre el sarcasmo y la súplica.
-Entonces verá que me tenía que haber obedecido desde el principio, señorita.
-Use el escritorio si lo desea entonces. La verdad es que me vendrá bien el descanso.
Nita no perdió el tiempo. Cogió una hoja en blanco, de las que había al lado de la máquina de escribir. Unas pocas líneas dirigidas al hombre que tan difícil parecía de alcanzar. Cuando acabó, sacó el encendedor que Jackson le había entregado y giró su base, descubriendo un pequeño sello. Lo apretó contra la hoja de papel y con cuidado la plegó y guardó en un bolsillo.
Repitió el proceso, estampando el sello en medio de una hoja en blanco y devolvió el encendedor a su bolsillo, satisfecha.
-Ya está. Por favor, observe esto. No diga nada.
La secretaria del profesor dio un respingo. Se había quedado traspuesta aun permaneciendo de pie y medio apoyada contra una delas paredes. Recogió la hoja de mala gana al tiempo que regresaba a su silla. El color huyó despavorido de su horrorizado rostro al ver la sencilla pero terrible figura que manchaba la hoja.
Una peluda araña carmesí.
¡El símbolo de the Spider!
´Todo el mundo en Nueva York conocía aquel estandarte de sanguinaria retribución. Sabían lo que significaba y el letal significado que encerraba.
-¿Y bien? -Nita empleó su tono más claro. Se le acababa la paciencia. No permitiría un solo obstáculo más en su misión-. ¿Qué me responde, señorita?
Sin una sola palabra, la secretaria asintió, indicándole la puerta del despacho con un gesto de la cabeza. Observó a van Sloan con gesto desencajado cuando la arrebató la hoja, la prendió fuego con el mechero y la dejó caer en la papelera pegada al escritorio.
-Una cosa más -añadió Nita-. No hable de esto con nadie. Esta visita no ha tenido lugar. Los inocentes no tienen nada que temer de the Spider. Que tenga un buen día, señorita.
Al tiempo que traspasaba el umbral, la secretaria se derrumbó y comenzó a sollozar, incapaz de aguantar por más tiempo la tensión.
El despacho no era lo que uno esperaría de alguien cuyo campo de experiencia era la ingeniería eléctrica. Parecía más bien una estancia desgajada de un exclusivo club de caballeros de las islas británicas. Paredes paneladas con exóticas madreas, un gran y macizo escritorio y varias sillas de elegante barroquismo contribuían a una atmósfera de ostentación.
El único indicio del saber ostentado por quien ocupaba ese despacho era un gran plano enmarcado lleno de anotaciones. Nita no era una experta, pero parecía un modelo de silla eléctrica similar a un sarcófago que cubriera por completo al reo.
Tras el muy caro escritorio se hallaba un hombre de relativa juventud, aspecto demacrado y gesto de pedir perdón por vivir. En aquel preciso instante estaba vaciando una carísima botella de bourbon de Kentucky. Sus labios succionaban el licor como un recién nacido el pecho de su madre.
Con más fuerza de la necesaria, posó la botella medio vacía en el mueble. Eructó de un modo exagerado y se limpió los labios con la manga de un traje confeccionado a medida.
-¿Quien en el nombre de Satanás es usted? ¡¿No ve que estoy ocupado?!
Ocultando el asco que sentía, la aludida le tendió el mensaje que escribiera momentos antes.
-Una mensajera. Solo eso y nada más.
Y Nita Van Sloan sabía cómo seducirlo.
Continuará...
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