| Título: Episodio(VI) Autor: Francesc Marí Portada: Alberto Aguado Publicado en: Junio 2017
Con Mace Windu en la nave, Ornesha y Lonus emprende el viaje de regreso a Coruscant. Sin embargo, por el camino, la twi’lek no puede evitar preguntarle al anciano maestro qué le sucedió tras ser vencido por Darth Sidious.
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La nave de los jedis surcaba de nuevo el espacio, dejando atrás una estrella tras otra. Lonus estaba sentado en el puesto del piloto, comprobando que todo funcionaba tan perfectamente como Vynks les había asegurado que lo hacía. A su lado estaba Ornesha, pero ella, en lugar de actuar como copiloto, no podía dejar de mirar al maestro Windu por el rabillo del ojo. El maestro estaba acomodado en uno de los asientos posteriores de la nave, observando con su atenta mirada las estrellas que pasaban a su alrededor. Cuando le habían propuesto que se uniera a ellos para regresar a Coruscant, Windu no había dudado ni un segundo, estaba ávido de regresar al mundo que se había visto obligado a dejar más treinta años antes.
—¿Cómo están los reguladores del motor de hipervelocidad? —preguntó Lonus realizando las tareas habituales de control durante el viaje.
Pero Ornesha no lo escuchó, su cabeza estaba en otro lugar. No podía dejar de pensar en las cosas que deseaba preguntarle al maestro, pero una parte de ella se resistía a comportarse como una joven padawan emocionada por conocer a uno de los héroes de la orden. Quería preguntárselo, pero no sabía cómo podía reaccionar un hombre que había estado aislado durante tantos años. Afirmaba que sabía cómo era la galaxia de aquel momento, pero había seguido viviendo en aquella choza en medio de las junglas de Cadannia. A pesar de la larga lista de objeciones que su cerebro le estaba dando, al final, ya no pudo retenerse más y, sin hacerle el más mínimo caso a Lonus, se levantó acercándose a Windu deseosa de conocer que había sucedido después de que fuera vencido por Darth Sidious.
—Supongo que querrás saber que me sucedió tras el combate con Palpatine —afirmó sin dejar de mirar por la ventana de la nave cuando ella se situó a su lado.
—Sí, maestro —contestó Ornesha sorprendida por la claridad de pensamiento de Windu—. Toda la Orden cree que desapareció después de morir a manos del Emperador.
—Por un instante, cuando estaba al lado del gran ventanal del despacho del canciller, pensé que podía acabar con los sith yo solo. Pequé de pretencioso. Un hombre no puede acabar con una orden que se ha mantenido en las sombras durante siglos. Los jedis creíamos que los sith se habían extinguido siglos atrás. Pero nos equivocábamos. —Hizo una pausa, como si reflexionara sobre el error que cometieron los jedi—. Cuando Skywalker nos traicionó y rebanó mi mano derecha —dijo levantando el muñón cubierto por las telas de la túnica—. Caí al abismo de Coruscant. En parte tuve suerte que
Palpatine y Skywalker me creyeran muerto. Sin embargo, fueron muy estúpidos si el hecho de perder una mano y sufrir una pequeña electrocución había acabado con mi vida. Pero sí que me debilitaron.
Ahora apenas recuerdo aquellos minutos en los que caía sin freno desde las alturas. Lo tengo muy borroso. Debía estar conmocionado. —Con la mano hizo un gesto indicando que había perdido la cabeza—. Mi consciencia, después de la derrota, empieza tendido en el húmedo suelo de los bajos fondos de Coruscant. Estaba malherido, débil, sin posibilidades de unirme a la lucha de nuevo, y no tenía a donde ir. Pero no todo estaba perdido. No muy lejos de donde desperté, en mitad de un charco de vete a saber qué, estaba mi sable, sujetado por mi mano inerte. Como pude, envolví el bulto entre mi túnica y desaparecí de la ciudad.
—¿Cómo pudo abandonar la capital cuando todos los soldados estaban buscando a los jedi? —preguntó Ornesha.
—Lo hice como pude. Durante varios días me escondí entre los callejones, descubriendo un mundo que había estado oculto para mí. Apenas comía, y lo poco que podía llevarme a la boca no me ayudaba en mi recuperación. Cuando estuve suficientemente fuerte, me deshice de mi mano y guarde con cuidado el sable para que fuera difícil que otra persona supiera que lo llevaba encima. Tras mucho esfuerzo, al final conseguí uno de los pasajes más baratos en uno de los transportes que abandonaban la ciudad. Y, a pesar de los controles, el demacrado aspecto que había logrado durante aquellos días me hizo invisible a los soldados, que no me reconocieron.
»Sin saberlo, acabé en un planeta del Borde Exterior, plagado de contrabandistas, narcotraficantes, y delincuentes de todo tipo. En este sentido, tenía ventaja, mi aspecto, si bien no permitía conseguir ayuda con facilidad, también impedía que los esclavistas se fijaran en mí. ¿Qué podían sacar de un viejo tullido? Nada.
—Pero usted no era viejo —dijo la twi’lek.
—Sí, pero ellos no lo sabían —respondió Windu sonriendo con astucia—. Lo más importante es que nadie supiera que era un jedi. Al estar en un planeta tan alejado del centro de la Galaxia, pude pasar desapercibido, pudiendo encontrar refugio entre los empleados de un agradable campesino. Un hombre justo y trabajador. Me ayudó a recuperarme, tanto físicamente como mentalmente. Hasta entonces se puede decir que actué por instinto. Fue allí, en las granjas de humedad de ese hombre, que comprendí que mi exilio, si bien no muy honorable, había sido lo mejor que había podido hacer. Supe de la Purga y de la masacre que Sidious y Vader llevaron a cabo entre los nuestros. Quise actuar, responder. Pero había perdido las capacidades, hubiera sido más un estorbo que una ventaja para la resistencia.
La voz de Mace se fue apagando hasta que desapareció, quedándose en silencio a la vez que bajaba lentamente la cabeza.
—Siento vergüenza por mi cobardía, por haber puesto mi supervivencia por encima de la de la Orden…
—No diga eso, maestro, fue el primero en enfrentarse a un lord sith. Eso es cualquier cosa menos cobardía —lo interrumpió Ornesha intentando animarlo.
La twi’lek no supo qué quiso decir Windu con el gesto que hizo al oír aquellas palabras, sin embargo, el anciano continuó con su narración:
—Tras unos años trabajando como granjero. Llegando incluso a olvidar quien era en realidad, la edad y la poca disciplina empezaron a hacer estragos en mi cuerpo. Así que cogí todo lo que había ahorrado, me despedí de aquel lugar, y adquirí una nave para esconderme en algún lugar recóndito de la Galaxia, donde pudiera estar seguro a la vez que recuperaba mis antiguas costumbres jedis, oculto a los ojos del Imperio.
»Recordé que había un planeta en el Borde Medio que poseía una extraña planta que tenía el poder de incapacitar a aquellos que utilizaban la Fuerza. Así que me escondí en el lugar en el que no se hubiera escondido ningún jedi, allí dónde sus poderes fueran inútiles. Allí dónde me habéis encontrado, en Cadannia.
—¿Por qué escogió un lugar tan inhóspito? —preguntó Ornesha.
—Para tener una ventaja táctica sobre cualquiera que pudiera atacarme. Además, con el tiempo, supe que las incapacidades de las senflax se podían superar, si sabías que tenías que hacerlo.
—Es decir, ¿Qué cuando me sacudió estaba utilizando la Fuerza? —preguntó Lonus.
—Cuando te sacudí, lo hice sin utilizar la Fuerza, pero tienes razón al creer que hubiera podido utilizarla —respondió Windu con satisfacción—. Lo siento Lonus, quieras o no, la posteridad sabrá que un anciano te pegó un puñetazo que te dejó tendido en el suelo —añadió aguantándose una carcajada.
Sin embargo, la que no pudo contenerse fue Ornesha, que, literalmente, se rió en la cara de su compañero, mientras este regresaba a los mandos de la nave refunfuñando.
Continuará...
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