| Título: Fortuna. Arco III: LA MUERTE DE LOS MONSTRUOS. Autor: Carlos Javier Eguren Portada: Conrado Martín Publicado en: Junio 2017
Los Ángeles de la Mañana Silenciosa se enfrentan a los Vampiros de la Creadora y los Monstruos de la Reina de las Sombras. Drácula ha tomado la Espada de Azrael con la que podría convertirse en el amo del mundo. Y el destino de todos pende de Blade…
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Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan
UNO
Drácula observó el brillo del filo de la hoja. La Espada de Azrael era poder y él se sentía embelesado por la belleza del arma con la que podía reinar sobre el mundo. Después de tanto tiempo, al fin, él, rey de todos.
—Acaba con esto, Drácula —habló Blade. Las heridas de la batalla eran muchas, pero seguiría luchando.
—Blade, viejo amigo —dijo Drácula mirándolo de reojo—. Acaba tú mismo, con tus amiguitos, con los Ángeles de la Mañana Silenciosa y luego hablaremos sobre qué ocurrirá con la Espada.
Blade rugió:
—¡No me das órdenes, Drácula!
Drácula no perdió la sonrisa, pero sí ganó a un Ángel de la Mañana Silenciosa. Lo cogió por el cuello. Le puso la espada en él. La batalla parecía muy lejana ante un acto tan decisivo como aquel. Blade entrecerró los ojos.
—Blade, si le corto la cabeza yo mismo a este Ángel, que es humano, ¿crees que la Espada matará a todos los humanos como mataría a todos los monstruos? —preguntó Drácula y soltó una carcajada, exultante—. Mejor será que los mates tú por mí. Uno por uno, si hace falta. ¿Qué haría yo sin humanos? ¿Qué comería?
Blade respiró, angustiado. Estaba exhausto por el combate con el Maestro y cansado de soportar a gente como Drácula. Debía deliberar cuanto antes.
—Blade, mata a Drácula —murmuró el Maestro, con el rostro ensangrentado—. Si acabas conmigo y él sobrevive, condenarás al mundo a algo peor…
—¿Vas a hacer caso a ese viejo loco, Blade? —preguntó Drácula levantando las cejas—. ¡Ya has visto de lo que es capaz! ¡Llegó a ejecutarte!
—¡Cállate, vil chupasangre! —gritó el Maestro.
—¿Quién te crees que eres para dar órdenes ahora, Maestro? —contestó Drácula de modo mordaz—.
¡Eres nadie!
Blade estalló:
—¡Callaos los dos, malditas alimañas! —Su voz resonó por encima de la batalla—. Ojalá esa Espada no eliminase razas, sino que eliminase al tipo de persona que ejecutas.
»Si matase a cualquiera de los dos con ella, tanto a ti Drácula como a ti Maestro, se extinguirían todos los tiranos que creen que pueden gobernar el mundo a través de sus designios, sin importar a todos aquellos que torturen.
—Todos los seres son malvados, Blade —dijo Drácula—. Acabarías con todos, por tanto…
Las huestes de los Ángeles detuvieron su ataque al mismo tiempo que los vampiros se llamaban entre sí para ver a Drácula con la Espada. Los monstruos de la Creadora se detuvieron en ese instante, observando lo que podía ser su final.
—Todo este tiempo luchando, ¿para qué? —gritó Blade. Escupió sangre—. ¿Para servir al amo de todos los monstruos? Tanto tú, Maestro, como tú, Drácula, sois monstruos. ¡Los verdaderos monstruos!
Drácula saludó a su público.
El Maestro quiso contraatacar, pero las heridas pesaban.
—Y si algo he aprendido es que no todos los monstruos son aquellos que muestran un aspecto que no sea humano. Los monstruos son aquellos que torturan, que gobiernan sobre las almas de los demás, que niegan la libertad, que arrebatan la vida como quien respira…
—Muy conmovedor —susurró Drácula sin tomárselo en serio.
Blade lo ignoró y susurró:
—Al final del camino, hay que decidir y yo decidí hace mucho que terminaría con los monstruos y eso os incluye a ambos.
El Maestro vomitó antes de poder hacer algo.
Drácula miró a Blade, intrigado.
—Te aplaudiría si no tuviese la espada en mis manos —dijo Drácula y alzó la hoja—. Pero la tengo. Y harás lo que yo desee. —Sus ojos se detuvieron en su rival, el líder de los Ángeles—. No obstante, el Maestro ha acertado. Impondré mi mundo, tanto si quieres como si no.
DOS
La magia se extendía por la sangre de Belladonna como nunca había hecho hasta entonces. Era un poder devastador que la hacía respirar de un modo entrecortado, que le daba ganas de gritar, de destrozar el mundo, de acabar con todo… Era un sentimiento más potente que cualquier otro que hubiera sentido y era lo que la hacía deambular por el campo de batalla, con las manos ensangrentadas por el cuerpo de Rex. Tanta guerra, tanta lucha, ¿para qué? La Creadora podría devolverle a Rex, pero volverían a morir y volvería a estar a merced de gente como Drácula o el Maestro.
¿Y qué pasaría si la Espada de Azrael alcanzaba a uno de los vampiros de la Creadora? ¿Destruirían a la Creadora también? ¿Se acabaría su oportunidad de volver a la vida?
Era el momento de acabar con todo lo que había comenzado mucho tiempo antes. Notaba la magia fluyendo por la sangre de sus venas, haciéndola hervir, vomitar poder. Era el día. Era el momento. Era por lo que había respirado.
Cuando era pequeña, su abuela la instruyó en las artes de la magia y siempre le dijo:
—La magia nace del orden y del caos, es importante, por tanto, que tengas a la suerte y el control de tu lado. Nunca sabes por qué camino te puede llevar la magia.
Belladonna había utilizado hasta ese día el control. Eso fue lo que evitó que matase a su hermanastra cuando eran pequeñas y se peleaban. Fue lo que evitó que matase a aquel chico que intentó propasarse con ella. Fue lo que evitó que su amor abrasase a Rex. Fue lo que evitó que fuera ella misma hasta entonces.
Belladonna había sido testigo, cuando era una cría, de la primera aparición de la Fuerza Fénix en la Tierra, al menos la primera que se retransmitió en todas las televisiones. Ella temía ser como aquella mutante, temía perder los grilletes con los que ataba toda su alma.
—El control, siempre el control —murmuró su abuela mientras veían en los informativos como Fénix arrasó con todo a su paso.
—¿Es magia, abuela? —preguntó Belladonna.
—¿Ese poder o el control? ¿A qué te refieres?
Belladonna tragó saliva.
—A ambas.
Su abuela asintió y respondió:
—Poder y control, ambas, son magia.
Desde ese día, Belladonna no pudo borrar aquellas imágenes de sufrimiento, aquella oscuridad. No quería transformarse en la nueva Fénix, no quería que la magia le destruyese. Debía controlarla.
Debía…
Pero ya no importaba lo que debiese hacer.
—A veces la magia rompe las cadenas, nieta mía —le dijo su abuela en el pasado—. Y para volver a controlarla, debes…
Belladonna no escuchó la última parte.
O no quiso recordarla.
Rex le había enseñado qué era amar, qué era perderse, qué era encontrarse y no iba a dejar que se convirtiese en un cadáver más en el campo de batalla. Había sufrido, le dolía de tal modo que se decía que nunca jamás nadie volvería a sufrir como ella había sufrido. Se había terminado. Era el fin. Jamás, ¡jamás!, volvería nadie a hacer ese daño como al que a ella le habían hecho.
Un Ángel de la Mañana Silenciosa levantó su espada contra ella. El filo del arma hirvió y el guerrero cayó de rodillas al suelo, clamando por una madre mucho tiempo atrás perdida. La magia lo devoró.
TRES
Siempre que caía inconsciente, Danny regresaba a la vida presenciando imágenes de su pasado. Podía ver a Mephisto pactando con sus antepasados, pero también podía vislumbrar a Bárbara morir y a él mismo, cubierto de sangre, encontrando la moto y transformándose por primera vez en el Motorista Fantasma. Era entonces cuando abría los ojos y salía de la tormenta.
El Jinete consiguió recuperase después de los golpes. Quería fulminar a cualquier Ángel con el que se topase, pero de pronto, vio que la batalla se había detenido. “Vaya suerte tengo”, pensó. Si a eso le añadía el tema de tener un demonio en su interior, tampoco la situación se arreglaba en demasía.
Si bien había llegado a una tregua y ya no era el Motorista, sino el Jinete Fantasma, las fuerzas infernales seguían ardiendo en él. Solía mantenerlas a distancia, pero ese día no había funcionado para nada. Ese día hubiera destruido toda aquella ciénaga, convirtiéndola en algo menos que cenizas.
Si bien había llegado a una tregua y ya no era el Motorista, sino el Jinete Fantasma, las fuerzas infernales seguían ardiendo en él. Solía mantenerlas a distancia, pero ese día no había funcionado para nada. Ese día hubiera destruido toda aquella ciénaga, convirtiéndola en algo menos que cenizas.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó el Jinete a una de las vampiresas adoptadas por la Creadora, Milagros, una joven mexicana de quinientos años (joven para los estándares vampíricos, claro)—. ¿Quién ha cesado la lucha?
—Drácula se ha hecho con la Espada de Azrael, ahora quiere gobernarnos a todos por el miedo que genera con esa arma —dijo Milagros. Su melena negra flotó en el aire.
—¿Y el Maestro?
—Doblegado, aguarda para su próximo ataque como un escorpión.
—¿Y Blade?
—Entre ambos, espera.
Milagros esperó que el Jinete Fantasma le preguntase qué aguardaba Blade, pero no lo hizo. El Jinete caminó con pasos cortos y silbó emitiendo una llamarada. Una pila de cadáveres se prendió fuego y, desde abajo, surgió un esqueleto en llamas, el de su caballo. Montó en él.
A poca distancia, un Ángel de la Mañana levantó un rifle y apuntó contra él.
—Gracias, amigo. Yo también quiero reanudar la batalla —le dijo el Jinete al Ángel y le lanzó un látigo que se enrolló en el cuello de su adversario. El Ángel forcejeó para liberase y el látigo se prendió fuego, quemándoselo y decapitándolo—. Ese fuego ha sido convocado por todo el dolor que causaste.
El Jinete miró a su alrededor.
—Es hora de devolverle a todos el dolor que han causado —dijo y miró al horizonte, donde estaban Drácula y el Maestro—. Empezando por esos dos.
El Jinete Fantasma Danny Ketch espoleó a su corcel y corrieron con premura hacia sus adversarios. Dejaron tras de sí una estela de puro fuego.
CUATRO
—Nunca voy a dejar de disfrutar este tipo de cosas —dijo Terror a los muertos. El olor a cadáveres le ponía filosófico—. Pasará el tiempo que pasará, cambiará lo que tenga que cambiar… Muchos nacerán y muchos más morirán… No cabe duda, pero siempre disfrutaré de estos pequeños y puñeteros placeres.
La época de las crucifixiones en Roma fue una de las épocas favoritas para Terror. Para la mayoría, fue una etapa de terror y muerte; para él, fueron días fáciles donde encontrar restos que poner en su cuerpo pútrido. Tuvo que aprender mucho en ese entonces para seguir con vida, pero fue algo que, sin duda, le sirvió.
Ya fuera bajo el mandato de Draghgnazzo, Talita o los Ravenscore, Terror había conocido la muerte y la resurrección bajo muchas maneras. Siempre se maldijo porque otros heredasen la inmortalidad perfecta y él tuviese que pudrirse, pero era por culpa de una maldición y lo que causa una maldición pocas veces puede traer el beneficio para alguien, incluso para él.
Ahora que contemplaba el campo de batalla, siendo un par de millones más rico, podía darse cuenta de que el dinero no compraba la felicidad. La alegría estaba en tener pilas y pilas de cadáveres ante él.
—El fanatismo… —dijo Terror a uno de los Ángeles que yacía sin piernas, en el suelo, moribundo—. Es una enfermedad. Las ideas se contagian y toman vida ellas solas. Son como un virus. El fanatismo es el caso más grave.
El Ángel se ahogaba en su sangre. Terror se arrodilló y tocó la cabeza del hombre con la mano que le quedaba.
—Me alegra saber que el fanatismo no se contagia —dijo y sonrió antes de partirle estallarle la cabeza al Ángel. Le encantaba aquel cuello. Lo quería para él—. Me pregunto qué pasaría si pusiera un pedacito de Drácula o el Maestro en mí. Son inmortales, como yo, pero sus cuerpos no se descomponen.
Dos Ángeles le atacaron. Uno terminó con todas las balas que le quedaban en su revólver y el otro esgrimió una espada que se quebró cuando Terror la interceptó con su hacha. Terror rio y lo lanzó al suelo. Después decapitó a ambos. Durante un instante, le recordaron a los fracasados de la organización terrorista del Reino de la Muerte.
Otro Ángel al que Terror había ensartado con un hacha, temblaba en el suelo, suplicando que lo matase. Terror le sonrió como sonreía a sus víctimas desde la época en la que era un vándalo.
—Sí, amigo, yo también me pregunto qué pasará —dijo Terror y miró hacia donde estaban Drácula, Blade y el Maestro—. ¿Y sabes qué? Le voy a dar una respuesta.
Terror caminó sobre el barro y los cadáveres, en busca de un poder inmortal. Aquel bien podía ser el resumen de su vida.
CINCO
Lilith observó el cuerpo de Morbius durante un par de minutos. Vio cómo la herida de la espada de Drácula se cerraba y aquel idiota regresaba a la vida. Nunca se cansaba de aquel tipo de cosas. Evocó a un vampiro llamado Harx que se obsesionó por mutilarse y ver cómo los miembros crecían de nuevo. Para ella, la humanidad se parecía a Harx y Morbius no dejaba de ser un estúpido humano con algunos dones de las criaturas de la noche.
—La Llave… —murmuró Morbius, escupiendo sangre.
—Drácula —replicó Lilith.
Morbius golpeó el cieno con rabia.
—Debemos detenerle —dijo Morbius.
—Imposible.
—¿Por qué?
Lilith señaló hacia delante. Blade seguía discutiendo con el Maestro y con Drácula, que mantenía la Espada y a un Ángel cautivo.
—¡Tiene la Espada de Azrael! —gritó Morbius.
—Sí, me había dado cuenta —replicó con cierta malicia Lilith.
—¡Debemos recuperar la Llave y la Espada! ¡Debemos destruirla! ¡Que la Espada la tenga Drácula es tan malo como que la tenga el Maestro!
Lilith valoró la idea.
—Conozco a mi padre. Te doy la razón.
Aquello no podía ir a peor para Morbius ni aunque Spider-Man llegase a soltar sus chistes de patio de colegio. Claro que no vendría, Spider-Man y sus amiguitos se solían mantener al margen de los monstruos, aunque la erradicación de la raza humana estuviera en juego. Así era el mundo.
Se puso en pie, tambaleándose. Lilith lo contempló con cierto asco. Aquel miserable de Morbius necesitaba algo de energía o pronto caería. A Lilith no le importó demasiado, pero fue divertido ver cómo Morbius empezaba a absorber vida de los Ángeles moribundos para recuperarse, como loco.
—Planeas un contraataque —dijo Lilith.
—¿Qué otra nos queda? —se quejó Morbius.
Lilith asintió.
—¿Por qué no haces nada, Reina de las Sombras? —preguntó Morbius.
Lilith rio.
—Antes de atacar a mi padre dejaré que se canse matando a todos los demás, por eso espero.
Morbius asintió. Sin duda, Lilith ya se comportaba como la Reina de las Sombras en la que se había convertido. Continuó tomando vida para el ataque final, pero entonces lo notó. Algo temblaba a su alrededor.
—Magia —musitó Morbius.
—Magia muy poderosa —corrigió Lilith.
SEIS
Drácula lanzó al Ángel de la Mañana Silenciosa que tenía cautivo a un lado. Cuando Blade intentó contraatacar, fue tarde. Drácula ya había tomado por el cuello al Maestro de la Mañana Silenciosa.
—Ha sido un buen cambio —dijo Drácula haciendo un leve corte en el cuello del Maestro. Quería disfrutar de aquello—. Quizás así te cueste menos matar. Odias al Maestro. Debería ser fácil dejarlo morir… o beber de él.
Blade se negó. Estaba malherido, pero no se iba a convertir en un siervo de su lado animal. ¡Jamás!
—No vas a matarlo.
Drácula sonrió.
—¿Por qué no?
—Porque te deleitas haciendo sufrir a tus enemigos y el Maestro lo ha sido.
Drácula continuó riendo.
—Podría sorprenderte.
El Maestro levantó la voz.
—¡Mátale, Blade! ¡Acaba con el vampiro!
Drácula golpeó al Maestro y le dijo a Blade:
—Ya empieza a cansarme este vejestorio, ¿cómo no lo has matado antes?
Fue en ese preciso instante cuando algo disparó a Drácula por la espalda. El vampiro se giró a tiempo, esquivando el ataque, e hizo que el proyectil alcanzase en el pecho al Maestro, al cual se lanzó, ensangrentado, al suelo mientras Drácula alzaba su espada. Vio quién había disparado: era una niña, Ana Molly, malherida por la batalla.
—Lo tenía que intentar —dijo Ana a Blade. La niña cayó al suelo.
Drácula cortó el aire con la Espada de Azrael. Observó al moribundo Maestro.
—Tu amiguita era buena, Blade —dijo—. Sin duda, está herida por culpa del Maestro, que yace moribundo. ¿Por qué no lo matas? ¿Por qué el cazador no se atreve a vengarse? ¿Por qué te quedas mirándome cuando puedes hacer algo al respecto y acabar con todo esto de una vez por todas?
Blade abrazó el cuerpo ensangrentado de Ana Molly. Drácula esperó que le respondiese. A su alrededor, Ángeles, vampiros y monstruos aguardaban también lo que estaba por ocurrir.
Y entonces fue cuando llegó una estela de magia que lanzó a Drácula por los aires y le arrebató la Espada de Azrael, que cayó ante Blade.
Y entonces fue cuando llegó una estela de magia que lanzó a Drácula por los aires y le arrebató la Espada de Azrael, que cayó ante Blade.
—ESTO TERMINA —dijo la voz de la hechicera. Era Belladonna y la magia se desató a su alrededor, destruyendo todo.
El Maestro volvió a ponerse en pie, pero un látigo le ató el cuello. Era el látigo del Jinete Fantasma.
—¿Adónde te crees que vas? —le preguntó el Jinete al Maestro. Su cráneo vomitaba llamas por doquier—. ¿A causar más dolor?
—¡Yo he limpiado este mundo de dolor! —gritó el Maestro furioso—. ¡Soy inmortal! ¡No podrás matarme hasta que acabe con todos los monstruos!
El Jinete Fantasma derramó una risa cruel.
—¡Mi demonio puede conseguir cosas que ni imaginarías! Si suicidarte es lo que quieres…
Los ojos del Maestro titilaron.
—¡Tengo una misión!
—¡Y yo tengo otra! ¡Y ambas se contraponen, sucia salamandra! Ja… Yo voy a devolverte todo el dolor que has causado, monstruo.
Drácula se abalanzó hacia la Espada de Azrael para tomarla, pero una fuerza brutal lo derribó y le quitó la Llave que tenía consigo. Era Morbius.
—¡No vas a conseguirlo esta vez, hijo de perra! —clamó Morbius antes de recibir un puñetazo de Drácula.
—¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú?
—¡Sí, yo!
Drácula rugió.
—¡Dame esa arma, engendro! —gritó Drácula.
Morbius no pudo retener la Llave y esta flotó en el aire, yendo hacia Drácula, pero fue justo antes de que un puñetazo le derribase y la Llave cayese al suelo. Drácula levantó el rostro.
—¡Tú! —clamó el vampiro.
Lilith, su hija, sonrió.
—Yo, siempre yo —contestó—. No podía esperar mi turno para acabar contigo.
Drácula se abalanzó contra su hija. Ambos se devolvieron golpes brutales antes de que Drácula consiguiese escapar de ella.
Drácula fue a por la Llave. Podía utilizarla al igual que la Espada para el plan que estaba tramando.
Pero un halo de luz de Belladonna tomó la Llave consigo. Drácula lanzó a Morbius a un lado y volvió a por la Espada de Azrael, pero esta ya estaba en las manos de alguien.
—Quieto, Drácula —dijo Blade señalándole con la espada—. Quieto.
Y el mundo se detuvo.
Continuará...
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