| Título: Zombie Land (II) Autor: Federico H. Bravo Portada: Lea Chillaud Publicado en: Mayo 2017
En un país invadido por los muertos vivientes, Sam y Dean, recorren las carreteras en su Impala, tratando de encontrar una solución al apocalipsis en el que están envueltos, hasta que la muerte decide dar con ellos...
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Su familia tiene una tradición familiar: Son Cazadores de monstruos. Dean y Sean Winchester deben enfrentarse a todo tipo de criaturas sobrenaturales salidas de las más aterradoras pesadillas, recorriendo el país dando caza a los entres y criaturas más terroríficas.
Creado por Eric Kripke
1
Charlando con la Muerte
Al día siguiente, los Winchester decidieron seguir viaje. Resolvieron que irían a Atlanta. Si allí existía un punto seguro, con gente refugiada, ambos con su experiencia previa en lo sobrenatural serian útiles. Nuevamente, ofrecieron a Duane y su esposa llevarlos hasta allá, pero Jones desistió. La casa era lo único que les quedaba que podían llamar hogar: estaban convencidos que el orden se restauraría, pese a todo, y que las autoridades vendrían por ellos. Dean aceptó su negativa lamentándose, pero no había nada que hacer, salvo una cosa: seguir viaje.
Antes de despedirse, Jones les informó de la existencia de una armería en Gainsville donde podían abastecerse de municiones para las armas. En compensación, los Winchester les dejaron algunas de las suyas, con el sabio consejo de solo usarlas cuando fuera necesario.
-Cuando estemos en Atlanta, mandaremos por ustedes – les prometió Sam. Dean frunció el ceño, pero no dijo nada hasta que los dos subieron al Impala y se marcharon a la armería del pueblo.
-No deberías haberle dicho eso – le reprochó a su hermano.
-¿Por qué no?
-Les creaste falsas esperanzas. ¿Qué si Atlanta es simplemente otro nido de zombies?
Silencio. Sam asintió.
-Ojala que no – deseó.
Acceder a la armería no fue problema. Solo tuvieron que matar a un zombie y era uno de los lentos. Pan comido. Atiborrados de municiones, los hermanos se dirigieron hacia Atlanta.
Las carreteras estaban llenas de vehículos abandonados y saqueados en dirección hacia fuera de la ciudad. El carril de entrada estaba curiosamente desocupado. Una vez que entraron en la urbe, pasaron por un vallado militar solitario, donde vieron a varios cuervos picoteando un cadáver apoyado de lado en un jeep. No se movía, por lo que supusieron que le habían metido un balazo en la cabeza.
Las carreteras estaban llenas de vehículos abandonados y saqueados en dirección hacia fuera de la ciudad. El carril de entrada estaba curiosamente desocupado. Una vez que entraron en la urbe, pasaron por un vallado militar solitario, donde vieron a varios cuervos picoteando un cadáver apoyado de lado en un jeep. No se movía, por lo que supusieron que le habían metido un balazo en la cabeza.
Muy pronto se dieron cuenta que Atlanta era otro caso perdido. La ciudad era una ruina espantosa. Si alguna vez fue un punto seguro, hacía rato que había dejado de serlo. Al doblar una esquina, se toparon con una horda de criaturas. Al divisarlos, éstas empezaron a chillar y se les arrojaron encima corriendo salvajemente.
-¡Mierda! ¡Son rápidos! ¡Sammy, ya sabes qué hacer!
Mientras Dean retrocedía el coche, su hermano tomó una escopeta y abrió fuego. Abatió a unos cuantos zombies, disparando desde la ventanilla del auto abierta y con medio cuerpo fuera. Su puntería era envidiable.
No todo podían ser rosas. Los disparos efectuados en una ciudad silenciosa atrajeron un número desbordante de muertos. El coche no tardó en ser rodeado. A Dean no le quedó otra que pisar el acelerador y tomar una calle lateral. La prioridad ahora era huir de Atlanta.
Un reventón en una rueda del Impala frustró sus planes. Dean maldijo en voz alta y condujo hasta un centro comercial. Estacionó como pudo el coche ahí y se bajó, seguido de cerca por Sam. Un ejército de violentos muertos vivientes ya venían a por ellos, corriendo por las calles.
-¡Toma toda las armas que puedas y veamos si podemos entrar ahí!
Sam cargó armas en un bolso. Todavía quedaron un montón en el coche. Acto seguido, los dos muchachos echaron a correr al centro comercial.
El lugar parecía herméticamente cerrado. Cuando ya perdían las esperanzas, Sam dio con una puerta de emergencia sin tranca y ambos pudieron entrar finalmente. A salvo de los zombies de afuera, pese a todo, todavía podía haber más de ellos adentro. Tenían que registrar el lugar.
A paso de hormiga, los Winchester revisaron cada centímetro de los almacenes. Solo hallaron siete cadáveres reanimados y los siete eran lentos. Los bajaron a tiros y arrojaron sus cuerpos a un gran contenedor de basura. No era higiénico, pero sí practico.
Una vez asegurado el perímetro, decidieron que lo mejor que podían hacer era descansar. Había alimentos de sobra, así que comieron hasta hartarse. En una pausa obligada que tuvieron que hacer por haber sido truncado su viaje, los dos empezaron a charlar sobre ciertas cuestiones…
Una vez asegurado el perímetro, decidieron que lo mejor que podían hacer era descansar. Había alimentos de sobra, así que comieron hasta hartarse. En una pausa obligada que tuvieron que hacer por haber sido truncado su viaje, los dos empezaron a charlar sobre ciertas cuestiones…
-Ojala Cass estuviera aquí. Él podría sacarnos de este embrollo.
-Sammy, Cass ya no volverá. Se ha ido – Dean miró al vacío, desolado – El Cielo ha abandonado a la Tierra a su suerte. Se acabaron los contactos angélicos.
-Me pregunto donde estará Bobby…
-Me imagino que resistiendo en algún lugar.
-Pero, ¿y si…?
-No sigas, Sammy – lo cortó su hermano – Bobby está vivo. Punto. Ya lo encontraremos. Y veremos cómo solucionar este desastre.
-¿De verdad crees que tiene solución?
-Mira, es un hecho sobrenatural. Esto es solo un Vudú a escala planetaria. Daremos con el hechizo adecuado y los fiambres volverán a la tumba. Y todos contentos.
-En estos cuatro meses, me he preguntado por qué no hemos consultado directamente con la Muerte.
-Creeme, no querrás hacerlo. A estas alturas debe estar cabreado por falta de trabajo.
-De hecho, lo estoy.
Sam y Dean se sobresaltaron. Un individuo flaco y vestido de negro, con un bastón, apareció a su lado. El mayor de los Winchester lo reconoció al toque.
-¡Muerte! ¡Ya era hora! – dijo - ¿Por qué no acudiste antes?
-Porque nadie me llamó. Además, estaba muy ocupado tratando de sostener un negocio que se fue al traste cuando ustedes fallaron al evitar cerrar ese dichoso portal.
Los hermanos se miraron, sintiéndose hondamente culpables.
La Muerte en tanto caminó hacia una ventana. Miró a la legión de zombies que acechaba fuera y bufó.
-Sí que lo han hecho bien – dijo – Han atraído a esas cosas hasta aquí. No pasara mucho hasta que los más violentos de ellos entren a por ustedes y se los coman.
-¿No puedes hacer algo tú con tus poderes? – sugirió Sam – Digo, eres la Muerte, ¿no?
La Muerte lo miró fijo.
-He ahí el problema – suspiró – Gracias a su incompetencia, he quedado en jaque.
-¿Eso qué quiere decir?
-¿Eso qué quiere decir?
-Quiere decir, Dean, que mis poderes han sido anulados – explicó, sombrío – Intenté parar esto, creánme. Pero me fue imposible. Y no es para menos. De los dos, mi hermano siempre ha sido el más poderoso.
-¿Hermano? ¿Tienes un hermano?
-¿Quién no lo tiene? Son una verdadera molestia.
-¿Quién es él? Yo pensaba que la Vida era hermana de la Muerte. Algo así como una interdependencia entre ambas.
-No seas tan metafísico, Sam – terció la Muerte – Vida es la menor de mis preocupaciones en este momento. Mi verdadero hermano sea ha hecho con el poder. Todo, gracias a ustedes.
-¿Quién es el sujeto? – preguntó Dean, ansioso.
-Se llama Hades. ¿Les suena familiar?
-¿El dios de los muertos?
-Ah, ese es solo un titulo. Es más que eso. Es un completo cabrón.
-¿Por qué mejor no nos lo explicas con un poco más de detalle?
La Muerte suspiró.
-Hades siempre codició el poder. Desde el principio, y estamos hablando de EL principio, fue un ambicioso. Cada alma que yo colectaba, la quería para sí. Tuvimos muchas disputas. A la final, lo encerré en el Purgatorio, cuando me di cuenta que no se detendría ante nada en su escalada al poder supremo. Pero sucedió que alguien abrió la puerta a su celda y ahora, ha escapado.
-¿Es el que convierte en zombies a los muertos?
-Hades está decidido a exterminar la vida, pues es enemigo de ella. Utilizará a los muertos para tal propósito – la Muerte hizo una pausa. Miró a los Winchester con fría expresión – Él los conoce. Sabe quienes son. Intentara matarlos.
-¿Qué podemos hacer? Digo, ¿Cómo paramos esto y te devolvemos el control?
-Matando a Hades, por supuesto.
-Genial. ¿Cómo lo hacemos?
-No es tan sencillo, Dean. Para poderlo hacer, necesitan la Guadaña.
-¿Una guadaña? ¿Es todo?
-No seas tan idiota. Estoy hablando de La Guadaña. Era un arma mística que yo mismo forjé hace miles de años. Se ha perdido desde entonces.
-Oh.
El desanimo golpeó a los Winchester.
-Sin embargo, la he encontrado.
-¿Tienes alguna pista?
-Tengo más que eso. Tengo una dirección.
Dean asintió. Se la pidió.
-No tan rápido – terció la Muerte – El camino hasta ella no es fácil. ¿Y mencioné que quién la tiene actualmente trabaja para mi hermano?
-¿Pero quién en su sano juicio haría algo así? – preguntó Sam.
La Muerte enarcó una ceja.
-Un demonio, por supuesto. ¿Quién más se podría beneficiar de este desafortunado hecho?
-¿Lo conoces? ¿Sabes cómo se llama?
-Ankanoc. Un desgraciado oportunista. Con la caída de Crowley, el nuevo jefe de los demonios es él. Es el brazo derecho de mi hermano.
-Bien. Dinos dónde se hallan e iremos tras ellos.
-Ciudad de Nueva York.
-Wow. Eso queda lejos.
-Nadie dijo que iba a ser fácil, Dean.
-¿Si conseguimos esa Guadaña y matamos a Hades volverá todo a la normalidad?
-Sí. Podré hacer que todas esas aberraciones vuelvan a reposar en sus sepulcros, que es donde deben estar. Limpiaré todo este desastre.
-Ok. Lo haremos.
La Muerte sonrió, irónico.
-Están rodeados de cientos de zombies hambrientos. Y sin auto. ¿Cómo lo harán?
-Ya pensaremos en algo.
-Suerte con eso – la Muerte se volvió para irse – Oh, una cosa más. Creí que a lo mejor les venia bien un poco de ayuda. No es gran cosa, pero tal vez les sirva – le arrojó algo a Dean. Éste lo atrapó al vuelo.
-Tu anillo – el muchacho lo observó, confundido - ¿Para que sirve?
-Eso lo tendrán que descubrir ustedes. Adiós.
La Muerte desapareció. Los Winchester miraron el anillo, dudosos.
-¿Qué crees que haga? – quiso saber Sam.
-No creo que sirva para matar a los muertos – razonó Dean. Sopesó el anillo – A lo mejor puede
servir para otra cosa…
-¿Cómo qué?
Dean lo pensó un segundo. Acto seguido, se lo puso.
Nada ocurrió.
-¿Y bien?
-Veamos… tengo una teoría. Si resulta, estamos salvados.
-¿Y si no?
-Despídete de tu hermano, Sammy.
Dean comenzó a caminar hacia una puerta de cristal. Fuera, una horda de zombies se apiñaba.
-¡Espera! ¿Qué haces? ¿Te volviste loco?
-Escóndete, Sam. No quiero que te vean cuando salga. Voy a enfrentar esto.
-¡Estas loco!
-¡Solo obedece! ¿Okey? Veamos si esta cosa funciona…
Dean aspiró una bocanada de aire y salió al exterior.
Sam esperaba el fatal desenlace. Para su asombro, no pasó nada.
Sin prestarle la más mínima atención, los zombies caminaban a su alrededor gimiendo. Para ellos, en tanto y en cuanto llevara el anillo, Dean no existía. Era invisible.
-¡Estupendo! – se giró hacia su hermano y alzó los pulgares. Se habían anotado un buen tanto con aquello. Era hora de darle buen uso.
2
Problemas
Problemas
Dean caminaba lentamente por las calles de Atlanta. A su alrededor, cientos de zombies deambulaban, gimiendo. Mientras llevara el anillo de la Muerte puesto, seria invisible para todos ellos.
Se dirigió hacia el Impala. Obviamente, tendría que cambiar la rueda. Seria un trabajo duro; la mano de Sammy le vendría bien ahora. Pero era imposible para su hermano seguir sus pasos. Si se le ocurría poner un pie fuera del centro comercial, sería su fin. No. Todo corría por cuenta suya.
Sacó los implementos y la rueda de auxilio. Pasado un buen rato, la rueda pinchada estaba reemplazada.
Lo único que le quedó fue sentarse detrás del volante y encender el motor. Condujo el coche hasta la entrada del centro comercial y se bajó. Lo fácil había terminado, ahora venia lo difícil.
-Toma el anillo – Dean regresó donde su hermano se escondía – Pontelo. Quiero que lo uses, te subas al auto y lo arranques.
-Pero, ¿y tú?
-Encuéntrame en la salida de emergencia. Voy a cargar algunas bolsas con provisiones y saldré por ahí.
-Pero los zombies te verán…
-Sí. Y verán esto también – alzó su escopeta – No te preocupes. Haz lo que te digo. Vamos.
Un par de minutos después Dean salía corriendo del centro comercial cargado con algunas bolsas y disparando balazos a todo muerto que se le cruzaba enfrente. Tuvo demasiada suerte: eran todos de la clase de los lentos. El tiroteo terminó cuando Sam acercó el coche y los dos huyeron a toda velocidad, como alma que se la lleva el Diablo, lejos de Atlanta.
Kilómetros y kilómetros de devastación. Un océano de muerte los acompañó de camino al norte por la ruta. Cruzaron pueblos y ciudades sumidas en la miseria, donde el escenario siempre era el mismo: ruinas y basura. Cadáveres en descomposición, de los que caminaban y de los que no. Había algunos afortunados que no gozaron del dudoso privilegio de la resurrección, por lo visto. Eran millares; los zombies se entretenían comiéndoselos lentamente, sin problemas ahí donde habían caído.
-Esto es un asco – se quejó Sam, al cabo de un rato - ¿Es que nadie se ha salvado? ¿Dónde está la gente? ¿Dónde están los supervivientes?
-Tienen que estar en alguna parte – comentó Dean, al volante – Sin duda, habrá puntos seguros.
-¿Cómo en Atlanta?
-Ve tú a saber qué pasó ahí.
La carretera, de la cual tuvieron que sortear vehículos volcados, los condujo a una nueva ciudad. Sam consultó el mapa.
-Baker City.
-No me suena de nada.
-A mí tampoco, pero el camino corre por ahí.
-¿No hay rutas para bordearla?
-Negativo – dijo Sam, con el mapa en las manos – Tendremos que cruzarla.
Baker City era grande. Una ciudad moderna, de altos edificios. Con vacilación, Dean condujo por calles silenciosas, con esporádicas y pocas vistas de zombies. Había algo ahí que no le gustaba en lo más mínimo. No sabia bien qué, pero no le gustaba. Su olfato de cazador estaba alerta.
Cuando el coche fue emboscado en un cruce por una pandilla de tipos armados, se hizo evidente qué era lo que lo alarmaba.
-¡Quietos! ¡Paren el motor y bajen del auto! ¡Ya!
-Mierda…
-Dean, ¿Qué hacemos?
El grupo de atracadores era numeroso. Iban muy bien armados.
-¡Bajen del coche! ¡Ya! – el que elevaba la voz cantante, un latino que por su acento era mexicano, movió su pistola haciéndoles señas. Los Winchester no tuvieron otra que obedecer. Apenas bajaron, los demás pandilleros los requisaron de inmediato y les robaron las armas que llevaban encima.
-…Y esto también – un tipo le sacó a Dean el anillo de la Muerte. Éste protestó. Se ligó un puñetazo en el estomago que lo dejó un momento sin aire.
-Calladitos o se comen plomo, par de idiotas. ¿Qué hacían viniendo para acá? – preguntó el líder.
-Íbamos a Nueva York.
El tipo le dedicó una mirada asesina al más joven de los Winchester.
-¿Y para qué diablos iban a querer ir para allá dos nenas como ustedes? ¿Eh?
-¡Miguel! ¡Mira esto!
Uno de los delincuentes había abierto el baúl del Impala. Descubrió el arsenal guardado.
-¡No me jodan! – Miguel amartilló su arma y se la puso en la cabeza a Dean - ¡A que ustedes son el par de tipos que esa perra andaba buscando! ¿De donde sacaron todas esas armas?
-Son nuestras. Y más te vale que nos las devuelvas y nos dejes ir.
-O si no, ¿qué? ¿Qué vas a hacer, yanqui?
Miguel acercó la cara y casi la pegó a la de Dean. Ambos se sostuvieron la mirada, sin pestañear.
-Tienes coraje, idiota – el mexicano rió – Ahorrátelo. Adonde vas no te va a servir.
Miguel hizo una seña. Alguien golpeó con fuerza a Dean en la cabeza, desmayándolo. Sam fue victima del mismo trato.
Cuando los Winchester recuperaron la conciencia estaban atados y sentados por separado en sillas. Se hallaban en el interior de lo que parecía ser un inmenso galpón que hacía las veces de taller de repuestos. En apariencia, estaban solos. No había rastros de sus captores.
-¿Estas bien? – le preguntó Dean a su hermano.
-Sí. ¿Pero donde estamos?
-Maldita sea. No lo sé – miró hacia su alrededor, buscando una respuesta – No sé que planea Pancho Villa y sus amigos, pero no debe ser nada bueno. Esa mención a “la perra que andaba buscándonos” no puede ser nada positivo. Y encima, se llevaron el anillo.
-El anillo, las armas, el coche…
-No me lo recuerdes. Si le hacen algo a mi auto, juro que…
Dean se interrumpió. Una hermosa y voluptuosa mujer apareció. Venia caminando hacia ellos, meneando su escultural cuerpo.
La segunda debilidad del mayor de los Winchester después de su coche, eran las mujeres. Ésta era demasiado hermosa. Pero algo en el desenfado casi sensual en su manera de caminar lo puso en guardia. No estaba ahí para compadecerse por ellos. De hecho, todo lo contrario…
-Finalmente, los hermanos Winchester atrapados. Que divertido – dijo, con un ligero acento francés en la voz – Ankanoc estará complacido. Al fin tenemos a los mejores cazadores del mundo.
-¿Quién eres? – Dean le sostuvo la mirada. Ella sonrió, se le acercó y le acarició el rostro.
-Me llamo Melissa – se presentó – Bueno, en realidad así se llama la dueña de este cuerpo. Melissa Lauren. De nacionalidad, francesa. Una perra engreída que se creía muy lista y pactó conmigo para salvar el pellejo. Por supuesto, no solo me quedé con su alma, también con su cuerpo.
-Eres un demonio – dijo Sam. Melissa se volvió hacia él.
-Soy una demonio – lo corrigió. Sus ojos se volvieron tan negros como su cabello. Solo por un momento. Luego volvieron a ser normales – Chicos, les tengo que dar las gracias. Haber sacado a
Crowley de la escena ayudó bastante a hacer limpieza en el Inframundo. Ahora Ankanoc está al mando y él sí sabe manejar las cosas.
-¿Qué quieres de nosotros?
-Dean, mon ami. ¿Para qué preguntas cosas de las que sabes las respuestas? – Melissa suspiró – Mi jefe desea que los elimine. Son un severo obstáculo para sus planes.
-Querrás decir los de Hades. Tu jefe también tiene quien le sostenga la correa.
Melissa sonrió.
-Las cosas cambian. En un mundo donde los muertos se levantan de sus tumbas para devorar a los vivos, alguien como mi amo tiene mucho que ganar.
-¿Cómo encaja Pepe Juárez y sus pandilleros en esto?
-Dean, eres listo. Te imaginaras que después de la purga en el Infierno, andamos escasos de personal. Miguel y sus hombres han hecho un pacto conmigo. A cambio de mi protección, trabajan para mí en las ciudades.
-Saqueadores. Perros de caza – Dean hizo una mueca – Obreros del Infierno. Perseguidores de supervivientes.
La demonio rió. Dijo algo en francés.
-En inglés, por favor. Nunca se me dio bien idiomas extranjeros en el colegio.
Melissa le dio un puñetazo. A continuación, se le subió encima y lo besó apasionadamente en la boca.
-Me encantaría jugar con ustedes dos, en privado – confesó, cuando se separó de él – Pero me temo que Ankanoc los quiere muertos. Miguel y sus amigos están aburridos. Permitiré que se distraigan con ustedes y hagan el trabajo sucio – empezó a marcharse – Adiou. Nos veremos luego.
Cuando se fue, Sam miró a su hermano enarcando una ceja.
-¿Qué?
-Viva le France – comentó– No te vi resistirte mucho cuando te besó…
-Ah, Sammy, ya basta. No es momento de hacer chistes. Tenemos que pensar cómo salir de esto y recuperar el anillo de la Muerte.
Silencio. Los Winchester permanecieron mudos un rato, dando vueltas a la situación, buscando alguna solución. No se les ocurrió nada.
-Mierda. Estamos jodidos. Ahora sí que lo estamos…
Los condujeron a una gran sala con una jaula en medio. Los desataron y los encerraron en ella. Miguel y sus matones la rodeaban. Melissa estaba también allí; dirigía toda la orquesta, de hecho.
Con gritos de entusiasmo, los pandilleros trajeron atados por cadenas a dos zombies. Eran de los rápidos y si no fuera por los bozales que llevaban bien atados a sus rostros, hubieran mordido a sus captores.
Con gritos de entusiasmo, los pandilleros trajeron atados por cadenas a dos zombies. Eran de los rápidos y si no fuera por los bozales que llevaban bien atados a sus rostros, hubieran mordido a sus captores.
-Las reglas, chicos, son las que siguen: si sobreviven, los dejaremos ir.
-Te gusta dar órdenes, ¿verdad, perra? – Dean miró a Melissa con furia. La demonio le sonrió.
-Solo tendrán un arma, así que van a tener que economizar. Yo que ustedes pensaría rápido cómo zafar de ésta.
Les tiraron un cuchillo. Metieron a los zombies en la celda y los soltaron de sus ataduras.
Los muertos se les vinieron encima enseguida. Dean y Sam tuvieron que luchar con ellos a puño tendido. Se pasaron el cuchillo de mano en mano, pero era poca cosa contra dos furiosos zombies.
-¡Sammy! ¡Esto no está bien!
-¡Estoy de acuerdo!
Forcejearon con los monstruos. Hasta el momento evitaban sus mordidas, pero el combate no podría durar indefinidamente.
Todo parecía perdido. Mientras que Dean estaba siendo acorralado en una esquina de la jaula, a Sam le pasaba algo similar en el otro rincón. El zombie con el que luchaba estaba a punto de morderlo.
-¡Sam!
Al ver a su hermano a punto de morir, Dean sacó fuerzas de donde no las tenía y usó el cuchillo para asestar un estocada en el ojo del muerto. A través de él, llegó al cerebro y lo mató. Mientras el cadáver caía, se dio cuenta de que en vida había sido un soldado. Llevaba su uniforme de combate verde y todo. Vio algo que le colgaba del podrido traje y no pudo creer lo idiotas que eran sus captores por no haberse dado cuenta. Tomó el objeto enseguida y acudió a ayudar a su hermano menor.
Desgraciadamente, llegó tarde.
El zombie hundió sus dientes en el brazo del muchacho.
-¡Aaah!
-¡¡Sammy!!
Dean le enterró el cuchillo en la cabeza por la base del cráneo. El muerto pataleó y soltó el brazo de Sam. Cayó pesadamente al suelo, inactivo.
-¡Sammy! ¡Por Dios, Sam!
Una horrible herida se había formado ahí donde el muerto viviente mordió. Sangraba bastante.
Miguel y sus hombres dejaron de gritar. Contemplaron la escena con estupor. La única que estaba furiosa era Melissa. De inmediato ordenó que trajeran más zombies.
-¡Muévanse, idiotas! ¡Los quiero muertos!
Dean se irguió, cuan alto era. Estaba enojado. Blandió el objeto que había tomado del cuerpo del soldado zombie y le sacó la anilla.
-¡Granada! – gritó alguien.
Estirando la mano a través de los barrotes, la arrojó hacia la demonio.
Melissa se dio cuenta tarde de que el objeto que chocó primero contra su pecho y aterrizó luego a sus pies era un explosivo. Cuando reaccionó, la granada explotó convirtiéndola en pedazos de carne que salieron despedidos para todas partes.
Aprovechándose del humo y la confusión que siguieron, el mayor de los Winchester le propinó una feroz patada a la puerta de la celda. Como supuso, el candando estaba tan oxidado que cedió. Salió con el cuchillo en alto y atacó al más cercano de los hombres de Miguel. Le rebanó el cuello y le sacó el arma que llevaba: una ametralladora de grueso calibre.
Dando un grito de guerra, Dean abatió a balazos a sus captores. Los tomó a todos desprevenidos; ninguno quedó en pie.
Rápidamente, regresó por su hermano. Con mucha dificultad, lo ayudó a ponerse de pie y a salir de la celda.
-Dean…
-Tranquilo, Sammy. Tranquilo. Todo acabó. Vamos a salir de aquí.
-No creo que lo logre.
-¡No digas tonterías! Vamos.
La herida en el brazo de Sam sangraba mucho.
-Dean, déjame.
-¿Qué?
-Me han mordido… me convertiré. Solo déjame.
-¡Sam Winchester, no seas idiota! ¡Esto no es la Noche de los Muertos Vivientes! ¡No es un virus!
¡No te convertirás en nada! ¡Te coseré esa herida y te daré antibióticos! ¡Vamos, muévete!
-El anillo de la Muerte…
Dean se detuvo. Sam tenía razón. No podían irse sin el anillo.
Lo descubrió adornando el dedo del cadáver de Miguel. Apenas se lo sacó, recuperándolo, el muerto volvió a la vida.
-¡Ah, no! ¡Tú te quedas fiambre! – con la culata de la ametralladora, le dio tal golpe en la frente que
le reventó la cabeza. Cargando a su hermano herido, salieron del lugar.
Los Winchester encontraron el Impala intacto y con todas sus armas en el baúl. Recostando a Sam en el asiento del acompañante, Dean arrancó el motor y condujo fuera del lugar. Al poco, se habían alejado bastante como para suspirar aliviados. Todo aquello quedaría como un mal recuerdo cuando horas más tarde abandonaron para siempre Baker City y siguieron su camino.
Continuará...
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