| Título: Episodio(VII) Autor: Francesc Marí Portada: Aino Gommon Publicado en: Julio 2017
Mace Windu ha regresado a Coruscant. Mientras los maestros del consejo agasajan al recién llegado, el maestro Skywalker espera pacientemente el momento de que la sabiduría del anciano aporte luz al misterio del ejército sith.
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Pocos minutos después de cruzar la atmósfera de Coruscant, Lonus hizo que la nave descendiera lentamente en dirección al Templo. Cuando habían informado al maestro Skywalker de su hallazgo, este les había ordenado que regresaran de inmediato para proseguir con la investigación sobre los misteriosos sith.
A medida que se acercaban al Templo, Ornesha y Lonus pudieron ver como, a diferencia de cuando habían regresado de Tatooine, en esta ocasión en la plataforma de aterrizaje les estaba esperando el consejo en pleno rodeado por un gran número de jedis curiosos que querían dar la bienvenida a un maestro de la talla de Mace Windu.
—Lo que hace llevar un famoso en la nave —dijo en tono sarcástico Lonus.
—No deseo ningún tratamiento especial —afirmó el anciano con voz preocupada.
—Lo siento, maestro, eso será inevitable —respondió Ornesha cuando la nave se posó en la plataforma.
En el exterior ya se podía ver como los maestros del consejo se acercaban lentamente, encabezados por Skywalker. La serenidad de su mirada contrastaba con el orgullo y la satisfacción que se podía observar en la de los demás.
—Detrás de usted, maestro —dijo Ornesha mientras la rampa de la nave descendía.
A pesar de su negativa a ser recibido con todos los honores, Mace Windu bajó de la nave con extrema dignidad, como si lo hubiera hecho toda la vida. En cuanto pisó el suelo del exterior del Templo, los demás maestros lo rodearon y le estrecharon la mano con firmeza, a lo que él solo podía responder una y otra vez:
—Que la Fuerza te acompañe.
Después de que Pinfeas y Alziferis hicieran lo mismo, el único que quedaba para estrechar la mano era el Skywalker. Ambos hombres se miraron, los separaban cinco décadas, y el último recuerdo que tenía Windu de un Skywalker era el muñón que llevaba oculto bajo la túnica.
—Maestro —dijo Skywalker alargando la mano izquierda para que Mace le correspondiera.
El anciano jedi lo observó durante unos segundos, comprobando que, a pesar de que aquel hombre tenía el poder de su padre, en sus ojos se reflejaba la bondad de su madre.
—Luke —respondió al fin Windu devolviendo el saludo, obviando por completo el tratamiento y su apellido.
—Si me permite, le enseñaré el Templo —dijo Skywalker habiendo superado aquel tenso momento.
Dicho esto, el grupo, encabezado por Skywalker y Windu, se encaminó hacia la entrada del Templo, dejando olvidados tras ellos a Ornesha y Lonus.
—O sea, sudamos la gota gorda para traer de nuevo a una leyenda del Orden, y ni tan sólo un «gracias» o un «buen trabajo» —protestó Lonus.
—Estas protestas no son propias de un jedi —le advirtió Ornesha.
—Lo sé, pero la descortesía tampoco —respondió Lonus lanzando una mirada de reproche al grupo que se alejaba lentamente de ellos.
—Vamos, no te preocupes más y ahora te lo recompenso —le dijo Ornesha con una mirada lasciva.
Lonus se olvidó rápidamente de todo y de todos, y solo pudo pensar en el cuerpo bien torneado y rosado de la twi’lek.
A medida que se acercaban al Templo, Ornesha y Lonus pudieron ver como, a diferencia de cuando habían regresado de Tatooine, en esta ocasión en la plataforma de aterrizaje les estaba esperando el consejo en pleno rodeado por un gran número de jedis curiosos que querían dar la bienvenida a un maestro de la talla de Mace Windu.
—Lo que hace llevar un famoso en la nave —dijo en tono sarcástico Lonus.
—No deseo ningún tratamiento especial —afirmó el anciano con voz preocupada.
—Lo siento, maestro, eso será inevitable —respondió Ornesha cuando la nave se posó en la plataforma.
En el exterior ya se podía ver como los maestros del consejo se acercaban lentamente, encabezados por Skywalker. La serenidad de su mirada contrastaba con el orgullo y la satisfacción que se podía observar en la de los demás.
—Detrás de usted, maestro —dijo Ornesha mientras la rampa de la nave descendía.
A pesar de su negativa a ser recibido con todos los honores, Mace Windu bajó de la nave con extrema dignidad, como si lo hubiera hecho toda la vida. En cuanto pisó el suelo del exterior del Templo, los demás maestros lo rodearon y le estrecharon la mano con firmeza, a lo que él solo podía responder una y otra vez:
—Que la Fuerza te acompañe.
Después de que Pinfeas y Alziferis hicieran lo mismo, el único que quedaba para estrechar la mano era el Skywalker. Ambos hombres se miraron, los separaban cinco décadas, y el último recuerdo que tenía Windu de un Skywalker era el muñón que llevaba oculto bajo la túnica.
—Maestro —dijo Skywalker alargando la mano izquierda para que Mace le correspondiera.
El anciano jedi lo observó durante unos segundos, comprobando que, a pesar de que aquel hombre tenía el poder de su padre, en sus ojos se reflejaba la bondad de su madre.
—Luke —respondió al fin Windu devolviendo el saludo, obviando por completo el tratamiento y su apellido.
—Si me permite, le enseñaré el Templo —dijo Skywalker habiendo superado aquel tenso momento.
Dicho esto, el grupo, encabezado por Skywalker y Windu, se encaminó hacia la entrada del Templo, dejando olvidados tras ellos a Ornesha y Lonus.
—O sea, sudamos la gota gorda para traer de nuevo a una leyenda del Orden, y ni tan sólo un «gracias» o un «buen trabajo» —protestó Lonus.
—Estas protestas no son propias de un jedi —le advirtió Ornesha.
—Lo sé, pero la descortesía tampoco —respondió Lonus lanzando una mirada de reproche al grupo que se alejaba lentamente de ellos.
—Vamos, no te preocupes más y ahora te lo recompenso —le dijo Ornesha con una mirada lasciva.
Lonus se olvidó rápidamente de todo y de todos, y solo pudo pensar en el cuerpo bien torneado y rosado de la twi’lek.
A pesar de los años que habían pasado desde que pisara por última vez aquel lugar, la reconstrucción prácticamente exacta que la Nueva Orden Jedi había hecho del Templo era, para Mace Windu, como si nunca hubieran pasado aquellos veinte años de reinado sith.
Varios maestros le estaban explicando con emoción las novedades y las mejoras que se habían hecho tanto en el Templo como en la orden, esperando que fueran de su agrado. A lo que Mace solo podía responder:
—No soy quién para valorar nada de todo esto, no soy más que un anciano.
Una respuesta que provocaba que todos ellos volcarán cumplidos de todo tipo hacia él. Apenas tenía unos años y la Orden volvía a estar llena de favoritismos, elitismo e hipocresía. Si Ornesha y Lonus le habían causada una grata impresión, ya que, a pesar de estar guiados por impulsos y pasiones, tenían las ideas muy claras. Puede que chocaran en las costumbres, pero se podía comprobar que era de lo que podía estar orgullosa la Nueva Orden, jóvenes jedis, inteligentes y astutos, listos para mantener la paz en la Galaxia. No como aquella tropa de lameculos pretenciosos que se hacían llamar «maestros». Bueno, todos no.
Tal vez el que más habría tenido que hablar, aquel que realmente había traído el equilibrio a la Fuerza, permanecía callado, observando como todos los demás parloteaban sin cesar. Ese hombre no se parecía en nada al otro Skywalker que Windu había conocido. Dejando a parte la traición, el padre era impetuoso y temerario, el hijo parecía sereno, reflexivo y, sobre todo, más sabio.
—¿También habéis reconstruido la sala del consejo? —preguntó Windu cuando ya se estaba hartando de las mejores tecnológicas del Templo.
—Por supuesto, maestro. Por aquí. —Le indicó Alziferis con pompa y circunstancia, como si en lugar de un jedi estuviera guiando a un rey.
El grupo, que fue menguando hasta que solo lo formaban los maestros del consejo, se dirigió al ascensor que llevaba hasta lo alto de la torre en la que se encontraba la sala del consejo.
Cuando el grupo llegó a la parte superior, Alziferis se puso de nuevo al lado de Windu para seguir con su discurso pretencioso.
—Al reconstruir esta parte del Templo, nos guiamos por los archivos que se conservaron de los últimos años antes del Imperio. Como podrá ver…
Windu lo apartó con el brazo amputado, dirigiéndose con paso decidido hacia aquellas puertas que tantas veces había cruzado. Parecían las mismas de antaño, sabía que no lo eran, pero la sensación de haber viajado en el tiempo era gratificante. Al cruzarlas, la luz del mediodía de Coruscant iluminaba la sala a través de los amplios ventanales. Situadas en círculo había las butacas en las que el consejo se sentaba. Sin embargo no eran las mismas, o no lo eran todas. La butaca especial para Yoda había desaparecido, en su lugar había otra con una forma distinta, más adecuada para un figura mayor. Sin embargo, había una que era prácticamente igual que en sus tiempos. Estaba diseñada para humanos y seguía estando donde la había dejado él la última vez que había salido de aquella sala. Sin pensárselo dos veces, Windu se dirigió hacia aquella butaca, tan parecida a la que tuvo una vez, y se sentó en ella.
—Disculpe, maestro, estas sillas están reservadas a los miembros del consejo —advirtió Alziferis poniéndose nervioso.
—Bueno, la última vez que salí de esta sala yo era el líder del consejo —afirmó sin titubear Windu—. Supongo que puedo ocupar un asiento por mera cortesía.
—Pero… —Alziferis empezó a decir algo, pero el gesto de Skywalker lo hizo callar.
—Ya que estamos aquí, tenemos temas de los que hablar. Alziferis, por favor, puedes tomar otro asiento. Me parece que en la sala de al lado hay sillas plegables —dijo Skywalker.
Windu sonrió al escuchar aquella orden. No se había sentado en aquel asiento por fastidiar a Alziferis, pero le complacía haberlo hecho.
Poco a poco, los demás maestros fueron ocupando sendas butacas, salvo Alziferis, que quiso mantener su orgullo intacto permaneciendo de pie al lado de la puerta.
Al mirar a su alrededor, Windu no pudo evitar sentir nostalgia de otros tiempos. Tal vez no mejores, pero si los suyos. No podía dejar de echar de menos las sabias palabras de Yoda, los sarcasmos de Obi-Wan Kenobi o las brillantes ideas de Ki-Adi-Mundi. Todos habían desaparecido, solo él permanecía allí, como prueba viviente de que, antes del Imperio, también había existido la luz.
—Maestro, lo hemos enviado buscar porqué necesitamos su ayuda —dijo sin más Pinfeas.
—No —respondió Windu sin preocuparse.
—¿No nos ayudará, maestro? —preguntó Alziferis dando un paso adelante.
—No, no. No me habéis ido a buscar, Ornesha y Lonus me han encontrado por pura casualidad. En lugar de mí, hubieran podido encontrar a un sith o uno de esos misterioso lugares en los que Fuerza lo envuelve todo —explicó, para después añadir—. Pero ya que estoy aquí, os ayudaré.
Los demás suspiraron aliviados.
Pinfeas prosiguió con la narración de los hechos. El misterio de Tatooine, los invasores del Templo, las infructuosas búsquedas en los planetas más cercanos.
—Aquellos sith desaparecieron sin más. En cuanto abandonaron el Templo, se perdió cualquier rastro de ellos —concluyó el maestro de ojos azules.
—Esperamos que su experiencia con los sith ocultos nos ayude a combatirlos —concluyó otro maestro.
Windu se echó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas, reflexionando sobre lo que le acaban de contar.
Los demás lo observaron, esperaban que cuando menos se lo esperaran, el gran maestro de la Antigua Orden, les brindara un discurso repleto de sabiduría y consejos, que les guiará por el camino a seguir. Sin embargo, Windu se mesó la barba y solo hizo una pregunta:
—¿Cómo llegaron tan rápido al Templo esos atacantes?
Los demás se miraron sorprendidos, no comprendían la pregunta. Sí que la entendían, pero no sabía a dónde quería llegar el anciano con ella.
—Muy sencillo —se respondió el mismo Windu.
—¿A sí? —preguntó Alziferis impacientándose y pensando que Windu había perdido las facultades
por estar tantos años exiliado.
—Sí, solo hay una explicación lógica para vuestro problema.
—¿Cuál, maestro? —preguntó Pinfeas.
—Llegaron tan rápido, apareciendo de la nada, y se fueron del mismo modo porque se esconden aquí, en Coruscant.
—Si estuvieran en Coruscant, lo habríamos encontrado de inmediato —contestó ofendido Alziferis.
—¿Seguro? —preguntó levantando las cejas Windu—. ¿A alguno de vosotros se le ha ocurrido inspeccionar todo el planeta?
—No, pero…
—¿Los bajos fondos? ¿La zona industrial? —insistió Windu interrumpiendo a Alziferis.
Los demás se quedaron de piedra al comprender lo que el anciano maestro les estaba haciendo ver.
—Pero si nos presentamos como jedis en esos lugares volverán a ocultarse, desaparecerán en cuanto sepan que los buscamos —protestó Pinfeas.
—Por eso necesitáis a alguien que conozca los bajos fondos de esta ciudad.
—¿A quién?
—Solo hay un jedi que proceda de ese lugar…
—¡Lonus Naa! —exclamaron varios miembros del consejo a la unísono.
Al oírlo, Alziferis salió de la sala y se dirigió a uno de los guardias.
—Localiza a Lonus Naa y dile que venga de inmediato, el consejo lo espera —ordenó.
De nuevo en la sala, Windu no pudo evitar preguntar en voz alta:
—¿Para esto me habéis traído? ¿Para hacer esta simple relación de ideas? —y añadió recostándose en la butaca—: Menuda Nueva Orden Jedi, alguno más como yo os haría falta para meteros en vereda.
Continuará..Varios maestros le estaban explicando con emoción las novedades y las mejoras que se habían hecho tanto en el Templo como en la orden, esperando que fueran de su agrado. A lo que Mace solo podía responder:
—No soy quién para valorar nada de todo esto, no soy más que un anciano.
Una respuesta que provocaba que todos ellos volcarán cumplidos de todo tipo hacia él. Apenas tenía unos años y la Orden volvía a estar llena de favoritismos, elitismo e hipocresía. Si Ornesha y Lonus le habían causada una grata impresión, ya que, a pesar de estar guiados por impulsos y pasiones, tenían las ideas muy claras. Puede que chocaran en las costumbres, pero se podía comprobar que era de lo que podía estar orgullosa la Nueva Orden, jóvenes jedis, inteligentes y astutos, listos para mantener la paz en la Galaxia. No como aquella tropa de lameculos pretenciosos que se hacían llamar «maestros». Bueno, todos no.
Tal vez el que más habría tenido que hablar, aquel que realmente había traído el equilibrio a la Fuerza, permanecía callado, observando como todos los demás parloteaban sin cesar. Ese hombre no se parecía en nada al otro Skywalker que Windu había conocido. Dejando a parte la traición, el padre era impetuoso y temerario, el hijo parecía sereno, reflexivo y, sobre todo, más sabio.
—¿También habéis reconstruido la sala del consejo? —preguntó Windu cuando ya se estaba hartando de las mejores tecnológicas del Templo.
—Por supuesto, maestro. Por aquí. —Le indicó Alziferis con pompa y circunstancia, como si en lugar de un jedi estuviera guiando a un rey.
El grupo, que fue menguando hasta que solo lo formaban los maestros del consejo, se dirigió al ascensor que llevaba hasta lo alto de la torre en la que se encontraba la sala del consejo.
Cuando el grupo llegó a la parte superior, Alziferis se puso de nuevo al lado de Windu para seguir con su discurso pretencioso.
—Al reconstruir esta parte del Templo, nos guiamos por los archivos que se conservaron de los últimos años antes del Imperio. Como podrá ver…
Windu lo apartó con el brazo amputado, dirigiéndose con paso decidido hacia aquellas puertas que tantas veces había cruzado. Parecían las mismas de antaño, sabía que no lo eran, pero la sensación de haber viajado en el tiempo era gratificante. Al cruzarlas, la luz del mediodía de Coruscant iluminaba la sala a través de los amplios ventanales. Situadas en círculo había las butacas en las que el consejo se sentaba. Sin embargo no eran las mismas, o no lo eran todas. La butaca especial para Yoda había desaparecido, en su lugar había otra con una forma distinta, más adecuada para un figura mayor. Sin embargo, había una que era prácticamente igual que en sus tiempos. Estaba diseñada para humanos y seguía estando donde la había dejado él la última vez que había salido de aquella sala. Sin pensárselo dos veces, Windu se dirigió hacia aquella butaca, tan parecida a la que tuvo una vez, y se sentó en ella.
—Disculpe, maestro, estas sillas están reservadas a los miembros del consejo —advirtió Alziferis poniéndose nervioso.
—Bueno, la última vez que salí de esta sala yo era el líder del consejo —afirmó sin titubear Windu—. Supongo que puedo ocupar un asiento por mera cortesía.
—Pero… —Alziferis empezó a decir algo, pero el gesto de Skywalker lo hizo callar.
—Ya que estamos aquí, tenemos temas de los que hablar. Alziferis, por favor, puedes tomar otro asiento. Me parece que en la sala de al lado hay sillas plegables —dijo Skywalker.
Windu sonrió al escuchar aquella orden. No se había sentado en aquel asiento por fastidiar a Alziferis, pero le complacía haberlo hecho.
Poco a poco, los demás maestros fueron ocupando sendas butacas, salvo Alziferis, que quiso mantener su orgullo intacto permaneciendo de pie al lado de la puerta.
Al mirar a su alrededor, Windu no pudo evitar sentir nostalgia de otros tiempos. Tal vez no mejores, pero si los suyos. No podía dejar de echar de menos las sabias palabras de Yoda, los sarcasmos de Obi-Wan Kenobi o las brillantes ideas de Ki-Adi-Mundi. Todos habían desaparecido, solo él permanecía allí, como prueba viviente de que, antes del Imperio, también había existido la luz.
—Maestro, lo hemos enviado buscar porqué necesitamos su ayuda —dijo sin más Pinfeas.
—No —respondió Windu sin preocuparse.
—¿No nos ayudará, maestro? —preguntó Alziferis dando un paso adelante.
—No, no. No me habéis ido a buscar, Ornesha y Lonus me han encontrado por pura casualidad. En lugar de mí, hubieran podido encontrar a un sith o uno de esos misterioso lugares en los que Fuerza lo envuelve todo —explicó, para después añadir—. Pero ya que estoy aquí, os ayudaré.
Los demás suspiraron aliviados.
Pinfeas prosiguió con la narración de los hechos. El misterio de Tatooine, los invasores del Templo, las infructuosas búsquedas en los planetas más cercanos.
—Aquellos sith desaparecieron sin más. En cuanto abandonaron el Templo, se perdió cualquier rastro de ellos —concluyó el maestro de ojos azules.
—Esperamos que su experiencia con los sith ocultos nos ayude a combatirlos —concluyó otro maestro.
Windu se echó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas, reflexionando sobre lo que le acaban de contar.
Los demás lo observaron, esperaban que cuando menos se lo esperaran, el gran maestro de la Antigua Orden, les brindara un discurso repleto de sabiduría y consejos, que les guiará por el camino a seguir. Sin embargo, Windu se mesó la barba y solo hizo una pregunta:
—¿Cómo llegaron tan rápido al Templo esos atacantes?
Los demás se miraron sorprendidos, no comprendían la pregunta. Sí que la entendían, pero no sabía a dónde quería llegar el anciano con ella.
—Muy sencillo —se respondió el mismo Windu.
—¿A sí? —preguntó Alziferis impacientándose y pensando que Windu había perdido las facultades
por estar tantos años exiliado.
—Sí, solo hay una explicación lógica para vuestro problema.
—¿Cuál, maestro? —preguntó Pinfeas.
—Llegaron tan rápido, apareciendo de la nada, y se fueron del mismo modo porque se esconden aquí, en Coruscant.
—Si estuvieran en Coruscant, lo habríamos encontrado de inmediato —contestó ofendido Alziferis.
—¿Seguro? —preguntó levantando las cejas Windu—. ¿A alguno de vosotros se le ha ocurrido inspeccionar todo el planeta?
—No, pero…
—¿Los bajos fondos? ¿La zona industrial? —insistió Windu interrumpiendo a Alziferis.
Los demás se quedaron de piedra al comprender lo que el anciano maestro les estaba haciendo ver.
—Pero si nos presentamos como jedis en esos lugares volverán a ocultarse, desaparecerán en cuanto sepan que los buscamos —protestó Pinfeas.
—Por eso necesitáis a alguien que conozca los bajos fondos de esta ciudad.
—¿A quién?
—Solo hay un jedi que proceda de ese lugar…
—¡Lonus Naa! —exclamaron varios miembros del consejo a la unísono.
Al oírlo, Alziferis salió de la sala y se dirigió a uno de los guardias.
—Localiza a Lonus Naa y dile que venga de inmediato, el consejo lo espera —ordenó.
De nuevo en la sala, Windu no pudo evitar preguntar en voz alta:
—¿Para esto me habéis traído? ¿Para hacer esta simple relación de ideas? —y añadió recostándose en la butaca—: Menuda Nueva Orden Jedi, alguno más como yo os haría falta para meteros en vereda.
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