| Título: Episodio IX Autor: Francesc Marí Portada: Jason Edminston Publicado en: Noviembre 2017
Aunque sus pesquisas no dieron sus frutos, Ornesha y Lonus han encontrado una pista de los sith, aunque primero tendrán que enfrentarse a dos de ellos que están sedientes de sangre. Sin embargo, no será nada comparado con lo que les espera.
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A pesar de que los dos jedi se precipitaron hacia los sith, estos apenas se inmutaron. El único movimiento fue por parte del que blandía un sable, que se hizo a un lado para que el otro pudiera enfrentarse. En un primer momento, Lonus intentó bloquearlo para que Ornesha pudiera enfrentarse al que se había detenido, sin embargo el sith de los dos sables los detuvo a ambos.
Los dos jedis no dejaban de realizar estocadas y profundos cortes, pero el sith lograba esquivarlos o detenerlos, mientras el otro observaba tras su máscara. Aquel hombre, si es que todavía lo era, se movía de tal manera y tan rápido que impedía que ni Ornesha o Lonus pudiera avanzarse para herirle, los tenía controlados y, literalmente, contra las cuerdas.
Ante la impotencia, y con la esperanza de ganar espacio, Ornesha lo empujó con la Fuerza, dando el margen suficiente a Lonus para que este soltara un movimiento circular directo con la cara de su enemigo.
Al verlo, el otro sith se irguió sorprendido, sin embargo el corte había sido superficial. Lentamente, el sith de los dos sables levantó la cabeza, mientras la máscara se desprendía de ella, dejando a la visa la misma piel blanquecina y los mismos ojos de pupilas blancas que habían visto días atrás. Pero en esta ocasión un corte limpio y candente cruzaba su cara.
Los dos jedis respiraban profundamente, el esfuerzo físico que estaban realizando estaba superando su entrenamiento. Durante un segundo ninguno de los cuatro se movió. El sith al que habían arrancado la máscara les regaló una horrible sonrisa, y antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, volvió al ataque, impidiendo que ni Ornesha ni Lonus pudiera hacer nada más que bloquear sus poderosos golpes.
A cada estocada que el sith daba, la sonrisa aumentaba de tamaño y su expresión de locura se acrecentaba por segundos. Parecía que sus horribles ojos blancos no los estuvieran mirando, como si fuera más allá de sus cuerpos. Su boca, que mostraba una dentadura cuyas encías eran también de un blanco lechoso, no dejaba de soltar espumarajos sobre ellos.
—¡Joder, qué asco! —exclamó Ornesha al sentir la salvia caliente sobre su piel.
Pero Lonus no respondió, a pesar de estar concentrado en bloquear los golpes de sable de su rival, claramente estaba pensando en otra cosa. Ornesha lo observó como pudo. Lonus era una persona tranquila y amable, pero cuando se enfadaba era como un torbellino de violencia.
Inesperadamente, Lonus recibió una estocada en la cadera, obligándole a arrodillarse. El sith mostró una sonrisa triunfal, de una patada lanzó a Ornesha hacia una de las paredes del callejón, mientras gozaba de la proximidad de la muerte del otro jedi.
—Los jedis no son rivales para mí —dijo aquel hombre con la extraña voz con la que antes había hablado.
Desde dónde había ido a parar, Ornesha solo veía como los hombros de Lonus iban de arriba abajo, impulsados por sus rápidas respiraciones.
El sith se paseaba de un lado a otro frente a Lonus, como si esperara que alguien le ordenara que acabara con su vida.
«No puede ser, no puede ser que esto termine así», pensó preocupada sintiendo como las lágrimas empezaba a descolgarse de sus ojos.
El sith se detuvo frente a Lonus, desactivó uno de los sables y alzó el otro a punto de asestar el golpe final.
—Eso era lo que estaba esperando —dijo Lonus alzando la cabeza para ver como el sith mostraba una expresión de extrañeza en su lechoso rostro.
Un instante después, la hoja del sable láser de Lonus había cortada las piernas al sith a la altura de las rodillas y, después de que el cuerpo de su rival cayera, le cortó el cuello haciendo saltar la cabeza a unos metros de él.
—El único que la babea soy, pedazo de capullo —le espetó Lonus.
A Ornesha no le gustó ese chascarrillo final, pero se alegraba de que su compañero estuviera vivo y que pudiera levantarse.
—Y tú, ¿qué coño miras? —le preguntó al otro sith que permanecía de pie ocultando su rostro tras la máscara.
A pesar de que Ornesha esperaba que ese misterioso sith se enfrentara a Lonus, desactivó su sable y, utilizando la Fuerza, empezó a saltar para desaparecer entre los edificios.
—¡Eh! Qué no he acabado contigo, cobarde —le espetó Lonus al verlo huir.
Al ver aquello, Ornesha se levantó rápidamente y se acercó al humano.
—¡Rápido! ¡Tras él!
—Por si no lo has visto apenas puedo andar —protestó Lonus.
—Iré yo, regresa al Templo y avísales, volveré cuando sepa dónde se esconden —respondió la twi’lek con firmeza antes de empezar a correr.
Lonus se quitó la chaqueta rápidamente y se la lanzó.
—Ponte esto, y lucha con un poco de dignidad sin que se te vea nada —contestó el otro.
—Muy gracioso, Lonus —dijo ella antes de desaparecer por el mismo sitio por el que lo había hecho el sith enmascarado.
—Ten cuidado, por favor —respondió Lonus en un susurro frunciendo el ceño de preocupación.
Lonus cruzó las puertas del Templo cuando la luz del día estaba desapareciendo tras el horizonte. Había hecho lo imposible para llegar cuanto antes y avisar al consejo.
—¡Maldita sea! La próxima vez solicitaré un bastón láser —protestó.
—Lo siento, señor, el Templo está cerrado… —dijo uno de los guardias.
—Soy Lonus Naa, merluzo, corre a avisar al consejo de que nuestras investigaciones han dado sus frutos —le espetó mientras la herida que el sith le había hecho en la pierna lo torturaba—. Me encontrarán en la enfermería.
Minutos después, mientras una de las doctoras vendaba la herida de Lonus, los maestros Pinfeas, Alziferis y Skywalker llegaron a la enfermería.
—Ha tenido suerte de que la herida sea superficial y de láser, ha cauterizado limpiamente y se puede decir que está cerrada, sin embargo a afectado a los músculos de la zona —explicó la doctora, antes de añadir—: Necesitará una intervención y un período de reposo.
—¿Reposo? No puedo reposar, y menos con Ornesha sola persiguiendo a uno de esos pirados de los sables rojos —respondió enfadado Lonus.
—Tranquilo, Naa, ¿qué ha sucedido? —intervino Skywalker indicándole a la doctora que dejara las curas para más tarde.
Lonus se controló como pudo para no levantarse y salir corriendo en ayuda de Ornesha. Era consciente de que por muchas ganas que tuviera no sabía donde se encontraba en aquel momento.
El jedi estaba recostado en la camilla, con Skywalker a la derecha y los otros dos maestros a la izquierda. Sin dejar de estar nervioso, les contó todo cuanto había sucedido desde que habían abandonado el Templo con la misión de descubrir el escondite de los sith.
A pesar de que el relato fue conciso, fue largo. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido desde que había visto como Ornesha había desaparecido entre los vapores de la ciudad, esta no había dado señales de vida.
—Debemos ir a por ella, maestro —dijo Lonus.
—Entiendo tu preocupación, Naa, pero no podemos emprender una búsqueda sin saber donde se encuentra. Con el peligro añadido de comprometerla si se ha escondido —explicó Pinfeas.
—Desafortunadamente, lo único que podemos hacer es esperar a que regrese al Templo —dijo Skywalker.
—¿Y si no regresa? —preguntó Lonus preocupado.
—Tranquilo, regresará. Conocemos bien a Ornesha para saber que conseguirá volver sana y salva —respondió el maestro Skywalker—. Ahora, descansa, lo necesitas.
Dicho esto, los tres maestros abandonaron la enfermería, dejando a Lonus sumido en la oscuridad del Templo, temiéndose lo peor.
—¡Maldita sea! La próxima vez solicitaré un bastón láser —protestó.
—Lo siento, señor, el Templo está cerrado… —dijo uno de los guardias.
—Soy Lonus Naa, merluzo, corre a avisar al consejo de que nuestras investigaciones han dado sus frutos —le espetó mientras la herida que el sith le había hecho en la pierna lo torturaba—. Me encontrarán en la enfermería.
Minutos después, mientras una de las doctoras vendaba la herida de Lonus, los maestros Pinfeas, Alziferis y Skywalker llegaron a la enfermería.
—Ha tenido suerte de que la herida sea superficial y de láser, ha cauterizado limpiamente y se puede decir que está cerrada, sin embargo a afectado a los músculos de la zona —explicó la doctora, antes de añadir—: Necesitará una intervención y un período de reposo.
—¿Reposo? No puedo reposar, y menos con Ornesha sola persiguiendo a uno de esos pirados de los sables rojos —respondió enfadado Lonus.
—Tranquilo, Naa, ¿qué ha sucedido? —intervino Skywalker indicándole a la doctora que dejara las curas para más tarde.
Lonus se controló como pudo para no levantarse y salir corriendo en ayuda de Ornesha. Era consciente de que por muchas ganas que tuviera no sabía donde se encontraba en aquel momento.
El jedi estaba recostado en la camilla, con Skywalker a la derecha y los otros dos maestros a la izquierda. Sin dejar de estar nervioso, les contó todo cuanto había sucedido desde que habían abandonado el Templo con la misión de descubrir el escondite de los sith.
A pesar de que el relato fue conciso, fue largo. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido desde que había visto como Ornesha había desaparecido entre los vapores de la ciudad, esta no había dado señales de vida.
—Debemos ir a por ella, maestro —dijo Lonus.
—Entiendo tu preocupación, Naa, pero no podemos emprender una búsqueda sin saber donde se encuentra. Con el peligro añadido de comprometerla si se ha escondido —explicó Pinfeas.
—Desafortunadamente, lo único que podemos hacer es esperar a que regrese al Templo —dijo Skywalker.
—¿Y si no regresa? —preguntó Lonus preocupado.
—Tranquilo, regresará. Conocemos bien a Ornesha para saber que conseguirá volver sana y salva —respondió el maestro Skywalker—. Ahora, descansa, lo necesitas.
Dicho esto, los tres maestros abandonaron la enfermería, dejando a Lonus sumido en la oscuridad del Templo, temiéndose lo peor.
Tras dejar atrás a Lonus, Ornesha emprendió la carrera tras el sith huidizo. En un primer momento, cuando había subido a los tejados de los edificios más bajos de Coruscant, creyó haberlo perdido. Sin embargo, tras inspeccionar a su alrededor, vio como una oscura figura saltaba de un lado a otro entre chimeneas metálicas y columnas de vapor que subían hacia el cielo nocturno del planeta.
Poco a poco, Ornesha pudo recortar distancias con su presa, pero intentó mantenerse oculta a sus sentidos, para evitar un nuevo enfrentamiento que le impidiera descubrir hacia donde se dirigía.
Los bajos fondos quedaron atrás, y el sith y la jedi fueron adentrándose cada vez más en la zona industrial del planeta. Atrás quedaron las calles cubiertas de vapor y de bruma, con delincuentes en cada esquina, frente a ellos se alzaban grandes edificios y naves industriales de color negro opaco. Una luz rojiza, procedente de los hornos que estaban siempre en funcionamiento, iluminaba todo a su alrededor, dejando ver el polvo metálico que había sobre todas las paredes y suelos de la zona. De lejos se podía oír el retumbar de la maquinaria pesada cuya actividad no cesaba nunca.
Ornesha era consciente de que aquel lugar existía, sin embargo su aspecto era desalentador. Apenas se veía el cielo, un calor incómodamente artificial la hacía sudar a mares, mientras un olor acre lo envolvía todo. El que no parecía afectado era el sith que no dejaba de saltar de un lugar a otro.
De repente, el sith se detuvo, miró a ambos lados como si comprobara que nadie lo siguiera, y cruzó la claraboya de una de aquellas horrendas naves industriales, desapareciendo en su interior.
La twi’lek se acercó al lugar con pasos precavidos, no quería ser atrapada. No se oía nada, no se veía nada, solo podía sentir unas potentes alteraciones en la Fuerza. Tras varios minutos avanzando con cautela, pudo mirar a través de la claraboya por la que se había escurrido el sith.
—¡Mierda! —exclamó entre susurros al ver que aquella entrada daba a una escalera que descendía en la oscuridad.
Por un segundo dudó, no sabía si proseguir con la persecución o volver al Templo a informar. Pero la intuición la llevó a meterse por aquel sitio y empezar a bajar.
Aquellas escaleras estaban sumidas en las tinieblas. Pero no se veía ninguna puerta o acceso a la nave. El nerviosismo la recorría de arriba abajo, mientras unas gotas de sudor frío descendían por el lateral de su frente.
Tras un lento avance, pudo ver que, varios tramos de escalera por debajo de ella, se podía ver una fuente de luz, y, justo en ese instante, la sombra del sith que había perseguido la cruzó. Aceleró el paso sabiendo que aquel lugar tenía una salida.
Minutos después, Ornesha cruzó la puerta yendo a parar al interior de una gran nave industrial completamente vacía. No había las habituales máquinas y obreros. En su lugar, había cientos de aquellos sith, de pie y sin moverse, como si fueran robots inactivos. En la pared del fondo se veía a hombres y mujeres encadenados a la pared. Ornesha los observó, parecían inconscientes, y lo comprendió. Eran individuos listos para unirse al ejército de acólitos sith.
Pero lo que le llamó la atención fue lo que vio al otro lado de la nave. Encima de un entarimado, paseando de un lado a otro, levantando los brazos y mientras los sith se movían a su son, como si estuviera dirigiendo aquel peculiar ejército, había una figura oculta bajo un manto de telas negras. Ni tan solo el espacio vacío de la capucha permitía ver quién o qué se escondía debajo.
La jedi se ocultó tras una de las anchas columnas que sostenían el techo acristalado de la nave, y examinó con atención a aquella figura. No parecía que empuñara sable alguno, sin embargo, el hecho de estar dando órdenes a los demás, la llevó a concluir que se trataba de un nuevo maestro del lado oscuro. Pero, lo que la corroía por dentro, fue que no podía identificar quién era.
La figura se giró y, por un segundo, la mirada de Ornesha se cruzó con la suya, como si observara donde estaba oculta la twi’lek. El corazón latió con fuerza en el pecho de la jedi, ya que, durante aquel instante, había podido ver como dos puntos rojos refulgían en el interior de la capucha. Aquellos ojos que brillaban con la misma luz que los sables de sus siervos, eran los de un maestro sith,
Ornesha supo que ya se había arriesgado suficiente, así que giró sobre ella misma para volver a subir aquella oscuras escaleras, pero la voz cavernosa que había oído junto a Lonus en el callejón volvió a oírse, pero esta vez amplificada por un centenar:
—Detente, jedi —ordenó.
Ornesha miró hacia el interior de la nave industrial, todos los acólitos la miraban a través de sus máscaras. Parecía que todos aquellos sith hablaban al unísono con la misma voz, una que no era la suya. Pero la twi’lek comprobó algo, no todos la observaban, la figura encapuchada de la tarima miraba hacia otro lado, ajena a todo lo que podía suceder a su alrededor.
Al verse amenazada, Ornesha se levantó para salir rápidamente de ese lugar, pero, cuando todavía no había tenido tiempo de acabar de ponerse en pie, aquellos sith empezaron a rodearla, impidiéndole que saliera de aquel lugar.
—Deberías haberlo pensado antes de meterte en la boca del… Rancor —dijo de nuevo aquella voz soltando una malvada carcajada a través de los cuerpos de aquellos sith, riéndose de su propia gracia.
Los acólitos la agarraron con firmeza de los brazos, impidiendo que pudiera escaparse, arrastrándola hacia la tarima, dónde la figura encapuchaba la esperaba observándola con aquellos luminosos y penetrantes ojos.
Poco a poco, Ornesha pudo recortar distancias con su presa, pero intentó mantenerse oculta a sus sentidos, para evitar un nuevo enfrentamiento que le impidiera descubrir hacia donde se dirigía.
Los bajos fondos quedaron atrás, y el sith y la jedi fueron adentrándose cada vez más en la zona industrial del planeta. Atrás quedaron las calles cubiertas de vapor y de bruma, con delincuentes en cada esquina, frente a ellos se alzaban grandes edificios y naves industriales de color negro opaco. Una luz rojiza, procedente de los hornos que estaban siempre en funcionamiento, iluminaba todo a su alrededor, dejando ver el polvo metálico que había sobre todas las paredes y suelos de la zona. De lejos se podía oír el retumbar de la maquinaria pesada cuya actividad no cesaba nunca.
Ornesha era consciente de que aquel lugar existía, sin embargo su aspecto era desalentador. Apenas se veía el cielo, un calor incómodamente artificial la hacía sudar a mares, mientras un olor acre lo envolvía todo. El que no parecía afectado era el sith que no dejaba de saltar de un lugar a otro.
De repente, el sith se detuvo, miró a ambos lados como si comprobara que nadie lo siguiera, y cruzó la claraboya de una de aquellas horrendas naves industriales, desapareciendo en su interior.
La twi’lek se acercó al lugar con pasos precavidos, no quería ser atrapada. No se oía nada, no se veía nada, solo podía sentir unas potentes alteraciones en la Fuerza. Tras varios minutos avanzando con cautela, pudo mirar a través de la claraboya por la que se había escurrido el sith.
—¡Mierda! —exclamó entre susurros al ver que aquella entrada daba a una escalera que descendía en la oscuridad.
Por un segundo dudó, no sabía si proseguir con la persecución o volver al Templo a informar. Pero la intuición la llevó a meterse por aquel sitio y empezar a bajar.
Aquellas escaleras estaban sumidas en las tinieblas. Pero no se veía ninguna puerta o acceso a la nave. El nerviosismo la recorría de arriba abajo, mientras unas gotas de sudor frío descendían por el lateral de su frente.
Tras un lento avance, pudo ver que, varios tramos de escalera por debajo de ella, se podía ver una fuente de luz, y, justo en ese instante, la sombra del sith que había perseguido la cruzó. Aceleró el paso sabiendo que aquel lugar tenía una salida.
Minutos después, Ornesha cruzó la puerta yendo a parar al interior de una gran nave industrial completamente vacía. No había las habituales máquinas y obreros. En su lugar, había cientos de aquellos sith, de pie y sin moverse, como si fueran robots inactivos. En la pared del fondo se veía a hombres y mujeres encadenados a la pared. Ornesha los observó, parecían inconscientes, y lo comprendió. Eran individuos listos para unirse al ejército de acólitos sith.
Pero lo que le llamó la atención fue lo que vio al otro lado de la nave. Encima de un entarimado, paseando de un lado a otro, levantando los brazos y mientras los sith se movían a su son, como si estuviera dirigiendo aquel peculiar ejército, había una figura oculta bajo un manto de telas negras. Ni tan solo el espacio vacío de la capucha permitía ver quién o qué se escondía debajo.
La jedi se ocultó tras una de las anchas columnas que sostenían el techo acristalado de la nave, y examinó con atención a aquella figura. No parecía que empuñara sable alguno, sin embargo, el hecho de estar dando órdenes a los demás, la llevó a concluir que se trataba de un nuevo maestro del lado oscuro. Pero, lo que la corroía por dentro, fue que no podía identificar quién era.
La figura se giró y, por un segundo, la mirada de Ornesha se cruzó con la suya, como si observara donde estaba oculta la twi’lek. El corazón latió con fuerza en el pecho de la jedi, ya que, durante aquel instante, había podido ver como dos puntos rojos refulgían en el interior de la capucha. Aquellos ojos que brillaban con la misma luz que los sables de sus siervos, eran los de un maestro sith,
Ornesha supo que ya se había arriesgado suficiente, así que giró sobre ella misma para volver a subir aquella oscuras escaleras, pero la voz cavernosa que había oído junto a Lonus en el callejón volvió a oírse, pero esta vez amplificada por un centenar:
—Detente, jedi —ordenó.
Ornesha miró hacia el interior de la nave industrial, todos los acólitos la miraban a través de sus máscaras. Parecía que todos aquellos sith hablaban al unísono con la misma voz, una que no era la suya. Pero la twi’lek comprobó algo, no todos la observaban, la figura encapuchada de la tarima miraba hacia otro lado, ajena a todo lo que podía suceder a su alrededor.
Al verse amenazada, Ornesha se levantó para salir rápidamente de ese lugar, pero, cuando todavía no había tenido tiempo de acabar de ponerse en pie, aquellos sith empezaron a rodearla, impidiéndole que saliera de aquel lugar.
—Deberías haberlo pensado antes de meterte en la boca del… Rancor —dijo de nuevo aquella voz soltando una malvada carcajada a través de los cuerpos de aquellos sith, riéndose de su propia gracia.
Los acólitos la agarraron con firmeza de los brazos, impidiendo que pudiera escaparse, arrastrándola hacia la tarima, dónde la figura encapuchaba la esperaba observándola con aquellos luminosos y penetrantes ojos.
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