Los 4 Fantásticos nº15

Título: "Una casa en el campo."
Autor: Gabriel Romero
Portada: Santiago Ramos
Publicado en: Mayo 2008

¿Cómo? ¿Qué me estás diciendo? ¿Johnny Storm, líder del equipo oficial de superhéroes de la Ciudad de Los Ángeles? ¿Ben Grimm, Campeón del Mundo de los Pesos Pesados de Boxeo? ¿Reed y Sue, retirados en una casa de campo junto a Albany? ¿Lyja, Embajadora de la Nación Skrull en la Tierra? No… eso es imposible. Debe tratarse de algún universo paralelo… ¿Verdad?.
Se enfrentaron a lo desconocido con la cabeza bien alta, y el destino les otorgó poderes increíbles. Y cuando podían haber utilizado esos dones para su propio beneficio, decidieron emplearlos para proteger a toda la Humanidad.Superhéroes, aventureros, exploradores, celebridades públicas, y sobre todo una familia.Reed, Sue, Johnny y Ben, pero para el mundo son...
STAN LEE y ACTION TALES presentan
Creado por Stan Lee y Jack Kirby


“Los mejores momentos de mi vida han sido aquéllos que he disfrutado en mi hogar, en el seno de mi familia”.
Thomas Jefferson


Prólogo
Un nuevo comienzo donde todo empezó


« Albany, capital del Estado de Nueva York y del Condado del mismo nombre, comenzó su historia


en el año 1609, cuando el explorador Henry Hudson recorrió la zona para la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Cinco años después se construyó en el área Fort Nasau, y diez más tarde fue erigido el asentamiento de Fort Orange. En 1664, cuando el territorio de Nueva Holanda fue asumido por los británicos, Albany  tomó su nombre definitivo.


Situada en la confluencia de los ríos Hudson y Mohawk, en el último censo llegaba casi a los cien mil habitantes, entre ellos algunos personajes renombrados, como el actor William Devane o el pintor Stephen Hannock. Pero sin duda, el hecho más conocido por la población general en lo referente a Albany es que fue en las amplias tierras boscosas que la circundan donde cayó sin control hace una década el enorme transbordador espacial del Proyecto Richards.


Así es, queridos lectores: fue en este lugar donde por primera vez un grupo de valientes astronautas se convirtieron en Los 4 Fantásticos. (…) »


(Fragmento extraído del artículo “Albany en la Historia de la Unión: Cuatrocientos años frente al Hudson”, escrito por el periodista Barton Silk para la revista “New York State”).

La tierra estaba negra y reseca todavia. Habían pasado ya diez años, pero nada había cambiado. El inmenso agujero seguía allí, con toda su superficie oscura y requemada. La enorme franja partía el suelo en dos, como una monstruosa linde que separara un país del otro. El éxito del fracaso…

Y a lo lejos, seguían oyéndose los ruidos de la vida, y llegaban hasta su nariz los delicados perfúmenes del bosque. “El mismo que destrozó Ben en su furia…”

Reed Richards hundió sus manos en el oscuro terreno, pero no quedaba nada que pudiera aprovechar.

Todo estaba muerto.

De pronto, una delicada mano de mujer cayó en su hombro.

– Cariño… ¿vas a tardar mucho más aquí?... Ya es tarde…

– No tiene arreglo, Sue – murmuró, más hablando consigo mismo –. El cohete estaba demasiado caliente, y abrasó la tierra. Está muerta…

– No te obsesiones, Reed. Cambiaremos la tierra. Devolveremos la vida a este lugar.

– No es sólo eso. Es un símbolo. Mi mayor error… Casi nos cuesta la vida, y a Ben le costó su humanidad…

– Oh, vamos, cariño, ¿aún sigues con eso? Ahora Ben puede controlar sus mutaciones, desde la pelea con Diablo (1), así que el problema está zanjado. Y los demás ya nos acostumbramos a ser Los 4F…

Se agachó a su lado, y lo abrazó.

– Por eso vinimos aquí – siguió la mujer –. Para empezar de nuevo donde todo pasó. Para volver a ser una familia. Ahora tenemos dos hijos que cuidar… ¡Y aún no hemos elegido un nombre para la niña!

– Podíamos llamarla como mi madre…

– O como la mía…

Richards hizo una mueca sutil, de no más de un segundo.

“A veces el matrimonio va en contra del buen gusto… pero terminas por aceptarlo, si sabes lo que te conviene…”

De pronto, la alarma salvó la cena del famoso científico. Richards pulsó un botón oculto en su hebilla, y se materializó en el aire la imagen holográfica y transparente de su secretaria–robot.

– Buenas noches, Roberta. ¿Qué sucede?

– Lamento molestarle, doctor, pero las cámaras exteriores han detectado a la señorita Jennifer Walters dirigiéndose hacia el Edificio Baxter. Pensé que le gustaría saberlo.

- ¡Ah, sí, Hulka! La invitamos a cenar. Disculpa, se me olvidó por completo.

- Aún tardaremos un poco aquí. Dile que se acomode e iremos en un segundo, ¿de acuerdo?

Apagó el proyector, y aceleró el paso en dirección a la casa.

“¡Dios, queda tanto por hacer aquí…!”


Interludio. El sirviente del villano

Mientras, en algún lugar secreto, escondido bajo la abrasada arena del desierto de Arizona…

Un hombre musita, solo con sus sueños.

Un hombre pequeño y deforme, pero grande en maldad.

– Al fin… al fin… mi esperada venganza va a completarse, después de tantos años. La brillante Attilan caerá hecha pedazos, como la horrenda montaña de basura que es en realidad. Y cuando sus gentes, los pocos que queden vivos, clamen en busca de los responsables, hallarán pruebas que inculpen al Gobierno de los Estados Unidos.

» Oh, y entonces habrá guerra… sí, se desatará una guerra como no ha conocido nunca la Humanidad… La guerra que debió acontecer hace tantos años…

» El triunfo que nos negaron a mi señor Maximus y a mí… Yo, que fui su más leal sirviente, y sufrí del mismo modo la burla y el desprecio de la Familia Real de Attilan… Tuve que exiliarme, y habitar entre humanos, tejiendo el complejo entramado de este plan maestro.

» Esperando el momento adecuado para golpearles, del mismo modo que su desprecio me golpeó a mí.

» Hoy Attilan sufrirá mi cólera, y vendrán a pedir que les gobierne, que les guíe en la salvaje guerra que se avecina. Que sea su rey…

» Hoy Attilan aprenderá que también hay que ganarse el respeto de los leales sirvientes de los villanos…

» ¡Y temerán el nombre de Caribdis, el Despiadado!

El pequeño ser bajó de la silla, y extendió pletórico sus rojas alas membranosas. Echó atrás su enorme cabeza huesuda, y rió. Rió a carcajadas, con su boca llena de largos dientes afilados.

Sediento de sangre…


La Energía GammaNew York City…


La elegante abogada Jennifer Walters sonrió al descubrir entre los rascacielos la silueta brillante y llamativa del viejo Edificio Baxter. Su segunda casa… O la tercera, o la cuarta…

Sentía aquella fría construcción como su verdadero hogar, igual que la Mansión de los Vengadores. Era como un enorme parque de atracciones que nunca llegas a conocer por completo. Y recordaba sus breves períodos en el grupo con auténtico cariño.

“Son héroes de verdad”, se dijo.

Cruzó a buen paso el concurrido hall, y siguió hacia los ascensores. Y por un segundo, le sorprendió que nadie la mirase, que nadie se sorprendiera al descubrirla… Y quizá hasta le decepcionó.

Desde que adquiriera sus poderes hace años (con la fatídica  transfusión de sangre proveniente de su primo, Bruce Banner, alias El Increíble Hulk), su vida se había convertido en una extraña locura verde. Y le encantaba. A diferencia de Bruce, Jennifer siempre pudo conservar su intelecto y su personalidad cuando realizaba la transformación (salvo muy al principio, pero ese tiempo pasó pronto), y al hacerlo le confería una enorme seguridad en sí misma, un carácter gracioso y aventurero, dispuesto a meterse en cualquier peligro de cabeza, siempre con una sonrisa en los labios. Y su vida sexual era muy parecida: graciosa y aventurera.

Durante un tiempo estuvo atrapada en el estado de Hulka, y la verdad es que no le importó en absoluto. Ser de continuo la poderosa Amazona Esmeralda, en vez la tímida y apocada Jennifer Walters, no era una experiencia tan terrible como hubiera sido para su primo.

Ahora por fin había logrado controlar los cambios, y ser una u otra a voluntad. Pero lo cierto es que la Energía Gamma se había convertido en una especia de droga para ella… y ahora casi le defraudaba no ser el centro constante de atención allá donde fuera.

Pero mejor de vez en cuando pasar desapercibida… al menos para variar.

(Sólo recientemente había descubierto a un terrible asesino capaz de controlar a distancia sus transformaciones, y que a punto estuvo de matarla… y eso no le había gustado nada (2). Pero eso era asunto para otro día, y otro lugar…).

Pulsó el botón del piso 35, y notó cómo el haz fotoeléctrico de la cabina reconocía su estructura ósea y genética, identificándola.

“Ya se acabaron las hebillas especiales, ¿eh, Reed? (3)”, murmuró.

– Bienvenida al Edificio Baxter, señorita Walters – dijo una voz chillona, mientras las puertas automáticas se cerraban frente a ella, y el moderno ascensor adquiría una velocidad prodigiosa.

Treinta y cinco plantas en apenas segundos. Menos mal que Hulka no solía marearse…

Al llegar, le recibió la sonrisa feliz de una bella jovencita de piel negra, sentada detrás de un alto mostrador color azul.

– Hola, Roberta – dijo la heroína.

– Bienvenida, señorita Walters. Hacía tiempo que no la veíamos por aquí…

Educación británica, grabada a fuego en su cerebro de computadora. “Recepcionistas–robot, una de las muchas excentricidades de Los 4 Fantásticos”. Desde ese fatídico día hace ocho años, cuando una batalla descontrolada con El Mago supuso heridas graves al entonces portero del Edificio Baxter, Reed Richards decidió que nunca más volvería a poner en peligro una vida inocente por sus actividades. Y desde entonces, todo el personal de servicio son autómatas.

Correctos y educados, siempre guapos y elegantes, pero más artificiales que una tostadora.

Y todas las recepcionistas se llaman Roberta, igual que todas las guías turísticas se llaman Mariah…

“Manías de Reed…”

– Dime, Roberta, ¿está el jefe por aquí?

– El doctor Richards y la señora Richards me encargaron que le comunicara que aún tardarían unos minutos en llegar. Acomódese, por favor, y una de mis compañeras le servirá cualquier cosa que guste.

– Muchas gracias.

Y la prestigiosa abogada ocupó uno de los grandes sillones de orejas de la sala de recreo, y encendió la televisión. No vio nada en concreto, y cambió sin detenerse uno a uno los cinco mil canales de todo el mundo con los que Richards lograba conectarse. Y luego miró en los de otros planetas. Se aburría…

Ciertamente, el lugar estaba muy solitario sin sus héroes.

¿Dónde podían haberse metido…?


Campeón

¡Es increíble, señoras y señores!

¡Está a punto de terminar el quinto asalto, y Grimm tiene a su rival contra las cuerdas!

El joven Quesada ya no ve venir los golpes, y tiene la cara como el mapa de Texas!

¡Esto ya no es un combate, amigos del boxeo, es una matanza!

¡Un momento!

¡Sí! ¡El árbitro detiene la pelea, por superioridad manifiesta!

¡Ben Grimm es el nuevo campeón mundial de los pesos pesados!

El Madison Square Garden, en el corazón de New York City…

Levanta las manos, y ríe a carcajadas.

El viejo Ben Grimm, con sus treinta y ocho bien llevados, le acaba de pegar una paliza a un chaval de veintidós. El Madison Square Garden ruge satisfecho, y sus dieciocho mil fieles corean el nombre del que será un nuevo héroe.

Un vejestorio, que acaba de dar una lección como pocas en la Historia…

El enorme mastodonte que es Larry Quesada yace ahora en la lona, semi–inconsciente e incapaz de levantarse. A duras penas recuerda su nombre, y tiene que concentrarse para respirar.

Ben Grimm está pletórico.

Después de diez años siendo La Cosa, al fin puede recuperar su vida humana, practicar un deporte en igualdad de condiciones, y ganar con justicia.

No tiene que pedir perdón por ser quien es.

Nunca renunciaría a La Cosa, a todo el bien que puede hacer con sus poderes… pero de vez en cuando es bueno sentirse humano otra vez.

Y demostrar quién es Ben Grimm.

– Ya no te ríes, ¿eh, idiota? – le grita a lo poco que ha dejado de Quesada –. Ya no me llamas “vieja mula cansada”, ¿verdad? Porque resulta que esta “vieja mula” te ha enseñado un par de lecciones de cómo se boxea, ¿a que sí?

Y corre por el ring, feliz y exultante, gritando en cada esquina quién es el nuevo campeón.

Ya no le importa tener un labio roto, ni un ojo hinchado por el que no puede ver. Todo eso curará…

Pero la alegría que siente hoy, y la sensación de que empieza una nueva vida, quedarán siempre en su corazón.

Sharon Ventura, en su deforme aspecto de La Mujer Cosa, fue la primera en subir a felicitarle.

Como una gigantesca montaña de rocas naranjas, cruzó las cuerdas que delimitaban el ring, y abrazó a su héroe levantándolo en vilo. Sus brazos eran enormes columnas de piedra, rodeando el castigado torso de Grimm hasta casi romperlo. La alegría de Sharon era infinita.

Ella, que vivía atrapada en el monstruoso estado que una vez compartió con Ben, ahora al menos podía ser feliz viendo feliz al hombre al que amaba. Disfrutando aunque sólo fuera a su lado de una humanidad que a ella le había sido negada.

Detrás del coloso naranja subieron el resto de amigos del héroe: Danny Rand (alias Puño de Hierro), Luke Cage (más conocido en la profesión como Power Man), y el entrenador personal de Grimm, Balboa, el antiguo boxeador y campeón del mundo.

Todos estaban exultantes.

Guirnaldas y fuegos artificiales surgieron de las esquinas del ring, y el Madison Square Garden anunció al mundo quién era su nueva leyenda: Benjamin Jacob Grimm, Campeón del Mundo de Boxeo.

El camino hacia los vestuarios fue lento y trabajoso, lleno de fans histéricas y sentidos admiradores. En este día tan especial, Grimm había enseñado una lección al mundo: todo hombre puede ser un campeón, si tiene el coraje suficiente. No importa lo terrible que sea tu vida, ni los estragos que cause la radiación cósmica en tu cuerpo… Si te lo propones de verdad, cualquier éxito es posible.

Al poder finalmente encerrarse en privado, Grimm activó el proceso mental que había aprendido tras la batalla con Diablo, y volvió a ser La Cosa. Ganó altura y corpulencia, sus brazos se alargaron hasta bajar más allá de las rodillas, y su piel se llenó de una gruesa capa de rocas naranjas. Y al instante, todo el daño que le había ocasionado Larry Quesada desapareció como por arte de magia.

– No lo entiendo – dijo Danny Rand –. ¿Por qué te curas sólo por el hecho de transformarte en La Cosa?

– La explicación es demasiado larga para mí – respondió el héroe –. Reed ha intentado soltarme el discurso un par de veces, pero sólo me he quedado con lo básico. Parece que en realidad mi poder consiste en una especie de súper–metabolismo avanzado, por el que las células de mi cuerpo se regeneran al instante, haciendo uso de la misma energía cósmica con la que entramos en contacto hace diez años. Eso permite que cada vez que me convierto en La Cosa, mis tejidos empiezan a multiplicarse y reparar el daño, convirtiéndome en algo así como un súper–humano, mucho más fuerte y resistente que un hombre normal. No puedo cambiar mi aspecto físico, porque eso es consecuencia del daño producido por las radiaciones, pero en lo demás soy mucho más perfecto que el resto de la Humanidad. ¿Acaso lo dudabas?

– Desde luego que no, hermano – dijo Cage, riendo –. ¿Y los poderes de los demás también se basan en algo parecido?

– No exactamente. Reed quedó transformado en algún tipo de sustancia maleable, que puede cambiar y adaptar según conciba su imaginación. Creo que por dentro no tiene más órganos que los que él mismo desee (prueba de ello es que ha sido capaz de tener hijos, porque su cerebro quiso que tuviera gónadas). Johnny y Sue son manipuladores de energía cósmica. Ella la usa para crear campos de fuerza que pueden alterar la percepción de la luz. Él, en cambio, genera esa misma luz, y la utiliza como fuente pura de energía. En realidad, todos nos movemos a base de energía cósmica. Creo que si realmente dejáramos de comer, seguiríamos vivos para siempre.

– Vaya, amigo Grimm – comentó Puño de Hierro con curiosidad –. No sabía que tus conocimientos científicos eran tan amplios. Normalmente aparentas ser… ehh…

– ¿Un zoquete? ¡Ey, eso sólo es mi disfraz! Otros llevan gafas para esconder que son superhéroes, y yo me hago pasar por el tonto del grupo. Pero te recuerdo que también tengo un par de carreras, aunque no llegue al nivel de Reed. Ya era un famoso astronauta de la NASA antes de que él montara su circo hiperespacial…

- Basta de charla – intervino Balboa –. Hay mucho que celebrar. Hoy has cambiado el mundo con tu hazaña, Ben, y vas a salir en todas las televisiones…

De pronto, el aire pareció cobrar vida.

Una luz brillantísima salió de la nada en mitad del vestuario, haciendo que todos se apartaran de

forma cauta. Y de esa misma luz surgió una forma femenina. Alta, de estilizada figura, con largos cabellos negros deslizándose sobre sus hombros, y unos ojos tan profundos como el cielo. Su ropa era una ajustada tela negra que contorneaba su silueta como una segunda piel, y su rostro era tan bello como el de un auténtico ángel.

Y se dirigió inmediatamente hacia la Cosa.

– ¡Ben Grimm! ¡Al fin he llegado! Creí que el viaje se iba a hacer eterno. ¿Sabes lo que me entretuvieron en Krissma Siete para darme el pasaporte? Allí no son muy amigos de los cazarrecompensas, y tienen que ser cuidadosos para que no se les cuele ningún Skrull…

El héroe la miró con aire extrañado (y Sharon Ventura no parecía muy contenta de verla). ¿Quién demonios era aquella mujer…?

– Ehh… ¿Nos conocemos, señorita? –preguntó la Cosa.

– ¡Oh, claro que sí! No me digas que ya no te acuerdas. Soy Botín, la cazarrecompensas espacial. Nos encontramos hace un tiempo, cuando aún vivíais en el Espigón Cuatro (4). Hacía mucho que estaba deseando volver a la Tierra…

Y entonces la Cosa recordó. Botín… la alienígena que se dedicaba a perseguir asesinos por el cosmos y entregarlos a las autoridades (por un módico precio)… y que además estaba enamorada de él. Sí, no era fácil olvidarse…

– Oh… ehh… Hola, Botín… Cuánto tiempo sin verte… ¿Qué has estado haciendo en estos meses?

– Bueno… me impliqué en la guerra civil en Aldanaar Nueve, y por poco no consigo salir viva de allí. Los Hombres Planta siempre fueron duros, al menos hasta que descubrimos el XG–24, un compuesto que revierte su avanzado estado de evolución, y los transforma de nuevo en vegetales inmóviles. De no ser por aquello, ahora toda la galaxia comería por fotosíntesis… ¿Y tú, querido? Te veo en buena forma…

– Ehh… Sí, la verdad es que no me quejo… Ahora puedo controlar mi forma a voluntad. Como Ben Grimm me he convertido en Campeón del Mundo de Boxeo, y la Cosa sigue siendo el héroe favorito de los niños. ¿Qué más se puede pedir?

– ¿Qué más…? ¿Cómo que qué más? ¡El universo entero, Ben Grimm! Vengo desde el otro extremo de la galaxia para llevarte conmigo, en el viaje más fabuloso que pueda crear la imaginación. Piénsalo… tú y yo juntos en el espacio, persiguiendo criminales y haciéndonos ricos… Una aventura sin fin. ¿Qué me dices?

– Pero… ¿qué estás diciendo, Botín? Yo pertenezco a la Tierra. Soy sólo un chaval de Nueva York, aunque Los 4 Fantásticos hayamos recorrido medio universo en esta década. ¿Crees que voy a dejarlo todo y seguirte, ahora que por fin tengo una vida?

– Ey, macizo, yo no te digo que renuncies a nada. ¿Es que en este planeta inferior no hay teleportadores? Ven conmigo, disfruta de la aventura, y cuando te canses o quieras volver a boxear, sólo tienes que montar en el cacharro y venir a la Tierra. ¿Qué me dices? ¿Pretendes hacerme creer que no te tienta?

La Cosa permaneció callado, y observó a la alienígena. Sí, claro que le tentaba, y mucho. Ben Grimm era un aventurero nato, y le entusiasmaba la idea de recorrer la galaxia y poner paz entre sus duros criminales. Pero era un cambio tan grande…

Luego miró a sus amigos, y eso lo hizo aún más difícil. Separarse de ellos, decir adiós a su nueva vida en la Tierra, aunque sólo fuera por un tiempo…

¿Y Sharon?...

La Mujer Cosa tenía los ojos vidriosos, pero no dijo nada. Ben sabía que ella aún le quería, pero él ya no estaba enamorado. Y le dolía. Y se odiaba a sí mismo, por ser capaz él de volver a ser humano, cuando ella en cambio estaba atrapada en su forma monstruosa. Por culpa de Grimm…

La Cosa respiró hondo, y miró de nuevo a la bella alienígena. Y sonrió.

– Dame tiempo, ¿vale, nena?

– ¿Tienes que pensarlo?

– No… Tengo que darle la noticia a mi familia.


La pareja intergaláctica. Mientras, el mundo es muy diferente en la soleada California…

Felices, muy despacio, las parejas paseaban con gusto por el brillante asfalto de Los Ángeles. Ya empezaban a asomarse las primeras tibiezas del año, caldeando las tardes, cuajando de flores los jardines, y llenando las terrazas de los bares.

Al caer la tarde, los jóvenes ociosos salían a mostrar su amor en público, a compartir minutos generalmente robados, a gastar su dinero en contemplarse.

Y nadie llamaba la atención a otros.

Ni siquiera el alto y guapo rubio que paseaba de la mano de una atractiva pelirroja vestida con pantalones cortos. Hasta ellos pasaban desapercibidos entre la masa informe de ociosos.

Otra cosa muy distinta sería si alguien supiera de quién se trataba: Johnny Storm (la Antorcha Humana, el miembro más joven de los famosos 4 Fantásticos de Nueva York) y su recién recuperada esposa, Lyja Storm. Y más se asombrarían al descubrir que la figura que ella lucía (una bellísima pelirroja de más de un metro ochenta de altura, con profundos ojos verdes, labios carnosos de un rojo intenso, cuerpo sinuoso, cintura breve y muslos tersos, vestida con el clásico uniforme de camiseta ajustada y pantalones cortos que es tan típico en la Costa Oeste), era falsa por completo, pues no se trataba sino de una espía Skrull reformada, cuyos poderes de mimetización le permitían infiltrarse entre los hombres sin levantar sospechas.

Pero hoy ya no le importaba nada de eso. Ni guerras, ni ardides, ni tácticas de infiltración. Había terminado con bien la Guerra Civil Skrull, y la paz volvió a aquella lejana galaxia. Y ahora, Lyja no tenía que preocuparse más que de cuidar su matrimonio. Una rara pareja, interracial e intergaláctica, que había sufrido demasiados altibajos en su corta vida…

La historia empezó hace años, cuando ella secuestró y suplantó a la joven Alicia Masters (por entonces novia de La Cosa), para infiltrarse en Los 4F por orden del Alto Mando Skrull. Espió para ellos, entregándoles datos vitales sobre los medios de seguridad del planeta Tierra, y del Edificio Baxter en particular. Pero cometió un error fatal, imperdonable en la carrera de un soldado: se enamoró. Y puso ese amor por encima del deber. Reveló quién era a Los 4 Fantásticos, y ellos consiguieron liberar a la auténtica Alicia Masters. Y Lyja quedó atrapada en el medio: repudiada por los Skrulls, y también por los terráqueos, que ya no podían confiar en ella más.

Sólo hace muy poco, con motivo de la Guerra Civil Skrull, pudo volver a ganar el afecto de los suyos (que ahora la consideran un ejemplo de coexistencia pacífica entre mundos), y también del hombre que ama, Johnny Storm (que por fin vuelve a creer en su amor sincero).

La vida no puede irle mejor…

– ¿Estás lista, cariño? – preguntó el héroe, mientras caminaban hacia la entrada del hotel.

– Sí, desde luego – contestó ella, respirando despacio –. Más que nunca…

Caminaron lentamente hasta las lujosas puertas del Hotel Ambassador, pasando por su enorme entrada de cristal y entorchados, y llegando al amplio hall estilo art decó, que más parecía sacado de una vieja película de los años 30. Y se dirigieron sin prisa hacia el serio y estirado recepcionista. Un hombre alto y seco de más de cincuenta, que los observó con desprecio desde el mismo momento en que pusieron un pie en su hotel. “Turistas”, pensó. “Con esos horrendos pantalones cortos…”

– Hola, buenas tardes – dijo el héroe, con su eterna sonrisa.

– Bienvenidos al Hotel Ambassador – contestó el recepcionista, con la vieja cantinela de tres décadas de servicio, cada día más falsa –. ¿En qué puedo ayudarles?

– Venimos a la rueda de prensa.

La cara se puso aún más agria. “Dios, son aún peor que turistas: ¡son reporteros!”.

– ¿Están ustedes acreditados?

– Bueno… la verdad es que no… pero verá: yo soy Johnny Storm… ¡soy quien da la charla!

Y aquel rostro gris se puso blanco de pronto, pálido como una tumba. Y luego rojo, intenso, con la boca muy abierta. Y casi no podía hablar.

– Oh… Oh… señor Storm… discúlpeme… lamento haberle hecho esperar… Vengan conmigo, por favor…

Y ya todo fue amabilidad y buenos modos. “Cómo cambian las cosas, ¿eh, amigo?”. Parecía magia: bastaba con nombrar a Los 4 Fantásticos y todas las puertas se abrían para ellos. A Johnny Storm no le disgustaba lo más mínimo. Él se dejaba querer, y disfrutaba de los beneficios de la fama y el prestigio, allá donde fuera. “También nos lo merecemos, ¿no? Ya luchamos contra Galactus y el Doctor Muerte para ganárnoslo…”

El voluntarioso recepcionista les llevó a todo correr a la enorme sala de prensa, de altísimas paredes y amplio escenario, plagada de anchas sillas de fieltro rojo, ya ocupadas en su totalidad por una legión de reporteros ansiosos de verle. Con sus grandes cámaras y sus flashes brillantes, sus ojos como platos y sus bocas esperanzadas, no menos de ciento cincuenta periodistas, escogidos entre los principales diarios de la Costa Oeste, aguardaban las palabras del héroe.

Y allí se sentó la Antorcha Humana, feliz y saludando con la mano, mostrando su blanca e inmaculada sonrisa. Y a su lado, la bellísima pelirroja que nadie conocía.

Un mar de flashes llenó de luz el viejo salón de fiestas, como un nuevo amanecer en la tarde, como el mismo sol de la brillante California. Y la pareja aguantó con eterna paciencia, saludando y sonriendo sin parar, como hacían siempre que se mostraban ante su público. Dando al mundo lo que esperaban de ellos…

Finalmente, Johnny Storm levantó una mano, llamando al silencio, y todos regresaron a sus asientos.

El momento había llegado. El gran discurso…

– Señoras y señores… buenas tardes, y gracias por acudir tan rápidamente a mi llamada. Soy Johnny Storm, de Los 4 Fantásticos. Sé que ésta no es mi base normal de operaciones, soy poco más que un invitado en vuestra ciudad, pero mi intención es no quedarme sólo en eso. En las últimas semanas he estado viviendo en un pequeño apartamento en Los Ángeles, mientras actuaba en aquella falsa súper-producción de la que ya os hablé en la última entrevista. Ahora se ha descubierto que todo era mentira, una farsa creada por los skrulls para tenerme controlado. Hoy puedo anunciar que, tras la reciente Guerra Civil Skrull, ese proyecto se ha anulado., pero me ha surgido otra oferta. Ayer mismo firmé con la productora de Steve Spielberg para la realización de dos películas de acción en este año, y estoy en negociaciones para una obra de teatro en Broadway y un par de apariciones estelares en series de televisión.

» Dicho de otro modo, parece que mi carrera como actor está empezando a despegar, y quiero aprovecharlo. De modo que mi propósito para este año será mudarme oficialmente a Los Ángeles. Quiero comprar una casita donde vivir, algo modesto, nada como las mansiones de los famosos, y establecerme en vuestra ciudad por tanto tiempo como sea posible. Y al mismo tiempo seguiré con mis actividades como superhéroe, tanto en solitario como con el resto de mi familia, Los 4 Fantásticos. Ellos y yo seguiremos teniendo nuestra base en el Edificio Baxter, en la ciudad de Nueva York, pero a la vez he estado hablando con el Gobernador de California para convertirme en el nuevo superhéroe oficial de Los Ángeles. Tanto él como la Alcaldía y el comisario Vaughn poseen ya mi número de teléfono personal, para comunicarse conmigo ante cualquier amenaza que surja (¿no creerían que iba a usar algo como una señal luminosa en el cielo?). Es una responsabilidad enorme, y me siento orgulloso de tomar esta obligación como propia. ¡La ciudad de Los Ángeles me acoge como a uno más, y yo a cambio me dedicaré a protegeros hasta la última gota de mi sangre! ¡Y no exagero!

Un sonoro aplauso invadió el salón. El público estaba eufórico, feliz. Volvían a tener un superhéroe al que adorar…

Lyja sonrió de forma disimulada. Johnny era un populista, y sabía controlar a su público y hacer que se exaltara al oírle. Había aprendido a decirles justo lo que querían escuchar, y actuaba siempre de cara a sus admiradores. Ningún otro miembro de Los 4F sabía tanto sobre relaciones públicas, imagen y tratos con la prensa.

No es que eso fuera intrínsecamente bueno ni malo. Era Johnny…

– Por favor, por favor – decía el muchacho, intentando calmar al auditorio –. Hay más cosas que tengo que deciros…

» No estaré solo en esta lucha, ni en el plano personal ni en cuanto a mi trabajo. Como superhéroe, ya he hablado con otros compañeros que me ayudarán en la defensa de Los Ángeles: Hulka y el Hombre Hormiga ya se han comprometido a formar parte de lo que hemos venido a llamar… ¡Proyecto Los Ángeles!

Nuevo aplauso. Gritos, ovaciones y hasta algunas lágrimas…

– Por favor, por favor… Aún os quedan emociones… No voy a vivir solo en la ciudad. Hay una mujer que quiero presentaros, la que compartirá mi vida en adelante… ¡Lyja!

Había llegado el momento. La bella pelirroja se puso en pie, al mismo tiempo que el héroe se sentaba, y una gigantesca nube de flashes la cubrió. Voces, preguntas, un sinfín de micrófonos y ansiedad. ¿Quién era aquella mujer? ¿Por qué la sorpresa? ¿Realmente era la prometida de la Antorcha…? Muchos periodistas llamaron enseguida a sus editores: habría una edición especial.

– Buenas tardes – comenzó la joven –. Como ya han oído, me llamo Lyja, y es fácil que ninguno de ustedes me conozca, aunque sin duda les sonará mi nombre. Eso tiene una explicación muy sencilla: éste no es mi verdadero rostro, sino que yo… en realidad… ¡soy una skrull!

Al instante, la cara y los rasgos de la bella pelirroja se volvieron difusos, como si la cubriera una espesa nube, y de pronto surgió una apariencia completamente distinta, que en nada se parecía a la otra. Claramente inhumana. Su piel era verde y brillante, con larga melena lacia del mismo color que le bajaba por la espalda, grandes orejas puntiagudas, y unos enormes ojos de tono esmeralda. Pero extrañamente, su aspecto no era repulsivo, sino que se mostraba clara y hermosa, tranquila, sincera… preciosa.

Aun así, una oleada de gritos de pavor y asombro plagaron la sala, y un nuevo mar de luces la bañó por entero. Y esta vez, nadie era feliz…

– Por favor… No se asusten, por favor… Mi nombre es Lyja, y he sido recientemente nombrada Embajadora de la Nación Skrull en la Tierra. Soy una skrull, igual que los seres malignos y belicosos que han amenazado este planeta desde hace tantos años. Pero eso ya es historia pasada. Los tiempos de las armas y amenazas terminaron. Desde hoy empieza una nueva era… la edad de la paz.

» Como bien les ha contado en estos días la Antorcha Humana, mi pueblo ha sufrido en épocas recientes una temida guerra civil. Muchos buenos skrulls murieron en defensa de su patria, y la mayoría de ciudades y construcciones han sido demolidas. Pero podemos decir que ha ganado la paz. Gracias a héroes como Los 4 Fantásticos, la facción rebelde y belicosa fue vencida, y sus planes de conquista sobre el resto del universo ya no serán más que pesadillas pasadas.

» La Nación Skrull está dispuesta a enmendar sus antiguos errores, a pedir perdón por su estúpida actitud de sometimiento de otros pueblos, y a colaborar por un futuro brillante y hermanado. No será fácil, ni llevará dos días, pero creo que debemos apostar por ello.

» Realmente merece la pena. ¿No les parece…?

La sala quedó un instante en silencio, como si el miedo flotara invisible sobre sus cabezas.  Y de pronto, como un solo hombre, los más de cien periodistas rompieron en aplausos. Sin hablar, mudos de asombro y respeto, sin euforias ni gritos, pero mostrando su apoyo a esa mujer valiente que estaba compareciendo ante ellos. Osadía y franqueza, de mostrarse tal cual es y explicarles quién era, de someterse a su juicio, y buscar un camino que recorrer juntos. Hallar los valores que les convertían en hermanos, y olvidar lo que les hacía diferentes…

Y por una vez, la humanidad supo actuar como debía, y aprender de sus errores. Ganarse un futuro.

En este día inolvidable, tanto Lyja como los humanos normales fueron los auténticos héroes…

– ¡A partir de hoy – concluyó la mujer –, terrestres y skrulls podrán trabajar unidos, y aprender los unos de los otros!

Sonrió, con una hermosa expresión de paz, y Johnny Storm se puso en pie a su lado, posando para las fotos. Y un nuevo océano brillante les cubrió, tomando la que sin duda sería la imagen de portada en todas las publicaciones de la Costa Oeste.

Un viejo superhéroe que cambia de ciudad. Una alienígena que cambia de planeta. Una pareja dispuesta a cambiar su estatus. Un millón de aventuras por delante…

Tras el discurso, un ejército de camareros empezó a repartir bandejas. Copas y canapés volaron en segundos, como si los veteranos periodistas no hubieran comido en años. La gente estaba feliz…

Era un día de celebración.

Oculto tras el telón, Johnny Storm abrazó ansioso a su todavía esposa Lyja, y le robó un beso fugaz.

– ¿Lo ves, cariño? ¡Todo ha salido perfecto!

– Sí… ha ido bien… – ella aún temblaba, como si la azotara el viento –. Pero lo he pasado muy mal. Pudo haber sido un desastre… Tu gente ha demostrado una inteligencia enorme, y una gran capacidad de diálogo… mucho más de lo que hicieron los míos hasta ahora…

– ¡Ey, los humanos somos geniales! ¿Nadie te lo ha dicho?

El héroe metió de pronto la mano en el bolsillo, y acarició los bordes de la pequeña cajita. Buscando la confianza que no tenía. Ahora una pelea contra Klaw o el Doctor Muerte no le parecía tan terrible… en comparación con la dura misión que hoy le tocaba realizar…

– Ehh… Lyja… había pensado una cosa…

– ¿El qué? – dijo ella, con una mirada brillante.

– Bueno… ahora que SHIELD te ha conseguido la doble nacionalidad humana–skrull, y perdonaron todo tu pasado como agente secreto,… bueno… han sido invalidados tus antiguos actos en la Tierra… así que pensé que… que por qué no… en fin… ¿quieres cas…?

¡Breeeeeeeeep!

De repente, la pequeña alarma alojada en el cinturón del héroe empezó a sonar como loca. Su nueva ciudad le requería.

Él la miró, con la más terrible disculpa pintada en sus ojos. Y sonrió, apenado, consciente de la oportunidad que debía dejar escapar. Ella bajó la cara, y dos pequeñas lagrimitas discurrieron por sus finas mejillas verdes. Pero el héroe la tomó entre sus manos, y con la más firme promesa de volver pronto y acabar lo que había empezado, la besó apasionadamente. Luego se envolvió en llamas, y salió volando hacia el desierto de Arizona.

“¿Cómo demonios hacen los demás superhéroes para compaginar su trabajo con el resto de su vida…?”

Mientras, en algún lugar secreto, escondido bajo la abrasada arena del desierto de Arizona…

Desde fuera no parecía más que un diminuto agujero en el suelo. Y de hecho, si no hubiera sido por los satélites orbitales, nunca lo habrían encontrado. Pero su inteligente dueño cometió un error…

Hacía apenas tres minutos, un brevísimo bip saltó en una pantalla de vigilancia orbital global, en Langley, Virginia. No fue más que un milisegundo, pero suficiente para alertar a los sistemas de control energético de la CIA, programados para analizar desde el espacio la distribución de redes electromagnéticas de todo el planeta, alertando a sus dueños en caso de usos anómalos o no autorizados. Y aquella señal en concreto, de tal magnitud y tan bien escondida, sólo podía significar una cosa: base secreta de un supervillano.

La alarma fue inmediata, ajustando los filtros de imagen para localizar su fuente: un pequeño punto en mitad del desierto de Arizona. Y una orden de intervención fue lanzada. Había que neutralizar el peligro antes de que se convirtiera en amenaza.

Los encargados de ello fueron los hombres del estricto coronel Ryan Twilight, el llamado Comando Azul Acero del Departamento de Operaciones Especiales del FBI. Los expertos en manejar supervillanos. Y al mismo tiempo, llamaron al superhéroe más cercano: la Antorcha Humana, protector de Los Ángeles.

Cuando Johnny Storm voló hasta el lugar (enfadado por “haber tenido que guardar el anillo de brillantes y pelear contra algún idiota con traje de colores”), el equipo de seis hombres del coronel Twilight ya había controlado la situación. Y eso cabreó aún más al héroe…

Desde fuera no parecía más que un diminuto agujero en el suelo, pero en los subterráneos hallaron un vasto complejo de túneles sin fin, inmensos, larguísimos, que discurrían en secreto por casi todo el desierto.

– ¿Cómo han podido hacer esto sin que nadie se entere? – preguntó la Antorcha.

– Se llaman mecanismos de ocultación – respondió Twilight, con sus viejos malos modos –. Hay un tipo que los vende en el mercado negro. Puedes conectarlo a un robot y hacerlo indetectable, para que nadie sepa que te está construyendo una súper –base.

– ¿Y no hay forma de saberlo…?

El veterano agente federal se volvió hacia el superhéroe, y sus ojos parecían capaces de matarlo sólo de un vistazo. Estaba furioso…

– Escúchame bien, guaperas. Intento hacer mi trabajo, y hacerlo bien. Yo no tengo fans, y hablo con la prensa. Yo sólo atrapo villanos. ¿Te suena? Son esos majaras con poderes que amenazan a la gente normal, los que atrajisteis con esas actuaciones vistosas y coloridas, y que luego tengo que venir a limpiar yo. Así que, por lo menos, deja que lo haga sin tener que aguantarte. ¿Vale, rubito?

Johnny Storm se puso serio de pronto, frío, como si le hubieran golpeado. El coronel Twilight odiaba a los superhéroes. “Genial…” Por desgracia, él no tenía tiempo ni ganas de soportar su berrinche.

– Coronel, llevo diez años en este trabajo. Creo que mi reputación habla por sí sola…

– Te equivocas. Es la reputación de Los 4 Fantásticos la que te avala. Ésa es la única razón por la que te han aceptado. Pero ahora estás solo, y han puesto en tus manos la protección de toda una ciudad. Y por lo que a mí respecta, eso significa que aún tienes que probarte. Demostrarme lo que vales. Hasta entonces, no eres más que un crío de veintiséis con poderes de fuego…

El héroe respiró hondo, y tragó saliva. Tenía razón. Lo que peor le sentaba de aquel discurso es que tenía toda la razón. Hasta ahora no había trabajado más que en el seno de un equipo de combate (salvo algunas pocas aventuras independientes, que no fueron nada del otro mundo), y ahora en cambio estaba solo. Solo. Completamente solo. Y tenía que ganarse el respeto de sus semejantes.

Y al pensarlo se estremeció.

Daba un poco de miedo asumir aquella responsabilidad, llevar la defensa de toda la Costa Oeste… Pero tenía que hacerlo. Había llegado su momento de madurar, de salir del nido y abandonar a la familia, para hallar su propio camino. No podía seguir toda la vida en el Edificio Baxter, protegido tras el genio de Reed y la fuerza de voluntad de su hermana. Tenía que convertirse por fin en un héroe completo, capaz de resolver por sí mismo las amenazas que surgieran. Aunque duela.

Y si para ello tenía que ganarse el respeto de los federales… bueno, para eso había venido, ¿no?

Respiró hondo, y meditó la pregunta unos segundos, para no volver a equivocarse.

– ¿Cómo pueden burlas nuestros sistemas?

– Se llama Virus Infiltrado – contestó Twilight, con resignación –. Coloniza las redes centrales del Departamento de Defensa, copia nuestros protocolos y los manda al enemigo. Y aunque esos protocolos se modifican a diario, siempre están un paso por delante nuestro. Los jefes creen que puede haber cien bases como ésta sólo en los Estados Unidos.

– ¿Quién ha fabricado ese virus?

– Aún no lo sabemos, pero debe estar ganando una fortuna, porque hay muchos villanos interesados en sus servicios…

El comando siguió recorriendo los túneles, despacio, cautos, con sus complejos aparatos rastreando cada grieta y cada esquina. Pero no hallaron nada. El misterioso lugar había sido abandonado. Los inmensos túneles, de más de tres metros de altura y una infinidad de kilómetros de longitud, estaban fríos como tumbas. Y en sus paredes lucían extraños símbolos desconocidos. Runas, círculos y espirales tallados en piedra, creados por manos que nunca fueron terráqueas.

– ¿Qué demonios es esto? – murmuró Twilight.

– Yo he visto esos símbolos antes – dijo la Antorcha –. En Attilan.

– ¿Attilan?

– El hogar de los Inhumanos. Primos lejanos de los Kree, usados durante siglos como cobayas en sus malignos experimentos genéticos. Vivían aislados de la Humanidad, en su ciudad oculta en el Tíbet, hasta que una enfermedad mortal les obligó a trasladarse a la Luna. Estos símbolos son su alfabeto. No puedo traducirlo, pero sé que es lenguaje inhumano.

– Umm.. ¿Puede que ahora hayan decidido mudarse a Arizona?

– No lo creo… Tenemos buenas relaciones con la Familia Real de Attilan, y nos lo habrían contado. Es más fácil que sea algún… renegado… un miembro aislado de su raza, que esté empleando la ciencia de los Inhumanos para ganar dinero y poder en el mercado negro. Avisaré a Reed Richards para que revise estos túneles, coronel. Seguro que él puede encontrar pistas que nos ayuden.

– No hace falta, héroe. Tenemos nuestro propio súper–científico. Un tipo que hace que tu amigo

Richards parezca tan avanzado como un Hombre de Neanderthal…

Johnny Storm se volvió hacia Twilight, sonriente y burlón.

– ¿De qué está hablando? ¿Alguien más listo que Reed? ¡Está de broma! ¡Reed Richards es considerado el hombre más inteligente del mundo!

– Tal vez para gente como tú, chaval, pero los mayores tenemos nuestros propios héroes…

La Antorcha le miró extrañado, con el mayor de los desconciertos pintado en sus ojos azules. Y justo cuando abría la boca para hacer la pregunta del millón de dólares, la alarma de su cinturón volvió a interrumpirle.

¡Breeeeeeeeep!

– Uhh… Ahora tengo que irme, coronel – dijo, con un evidente tono de fastidio –. Me esperan en Nueva York, y es algo que no puede esperar… pero vendré con Los 4 Fantásticos… e investigaremos este lugar de cabo a rabo.

Twilight sonrió brevemente, como si le divirtiera la ignorancia del chico.

– Vuelve cuando quieras, y trae a quien te parezca… Vuestras credenciales os permiten entrar en cualquier dependencia custodiada por el Gobierno Federal, y yo no soy quién para negároslo…

A regañadientes, Johnny Storm asintió, con la mayor expresión de enfado que podía mostrar. Se envolvió en llamas, y desapareció volando de regreso a Los Ángeles. Una de las principales lecciones que aún le faltaba por aprender como superhéroe es que nadie puede ganar siempre… salvo los federales.


Una cena en familia

– Atención, señorita Walters: Los 4 Fantásticos acaban de volver a casa.

La voz sonó dulce y cálida en sus oídos, como si realmente fuera alguien humano quien lo hubiera dicho, y no otra de las computadoras increíblemente sofisticadas de Reed. Y Hulka despertó de su breve sueño. A veces, ni siquiera en los cinco mil canales del Edificio Baxter ponían nada divertido. “Es increíble, ¿cómo pueden ser tan malos los concursos de convivencia de los kree? Claro, que tampoco se puede esperar mucho… ¡Si esos bichos no saben ni convivir!”.

Le había cabreado tanto que no pudo evitar la transformación. Y ahora volvía a ser la gigantesca Amazona Esmeralda: más de dos metros de puro músculo verde, ojos inmensos y una larga melena rizada. De un corazón de oro, pero muy mal carácter si la provocan. “Suerte de ropa adaptable, o llegaría a la cena en cueros…”

Se puso en pie, y estiró delicadamente los que tal vez fueran los músculos más poderosos del planeta. Sólo su primo estaba claramente por encima de ella, y quizá ese Blonsky de Rusia (5).

Pero no pensaba ir a comprobarlo…

– Dime, Roberta –preguntó –, ¿dónde están los jefes?

– Los 4 Fantásticos se hallan en el nivel C–47–Alfa, señorita Walters: el Servicio de Teleportación.

– ¿C–47–Alfa? ¿Y dónde demonios se supone que está eso? – gritó furiosa. Desde la última reestructuración del Edificio Baxter  (“¿Y cuántas llevan ya…?”), no había forma de encontrar nada en su sitio (Bueno, en realidad también influía en el tono de su respuesta el hecho de que Hulka no solía tener muy buen despertar…”
).
De pronto, el aire pareció cobrar vida a su lado, y surgió de la nada un extraño dibujo holográfico: el mapa tridimensional del Edificio Baxter. Y desde el lugar donde ella se encontraba, habían trazado la ruta en forma de una fina línea brillante, hasta el conocido como Servicio de Teleportación.

– No se preocupe por nada, señorita Walters. La imagen la acompañará hasta su destino. Sólo haga lo que le indica y llegará en 2:37 minutos hasta el nivel C–47–Alfa.

Hulka bufó, pero no se le ocurrió contrariarle. “Maldita tecnología…”. A veces odiaba a Reed Richards, por hacer las cosas tan condenadamente bien.

Llegó en el momento justo en que Los 4F se estaban materializando.

Dentro de cuatro anchas cabinas independientes, fabricadas en plástico transparente plomado, se hicieron visibles unas tupidas nubes de energía fosforescente azul, que jugaban a arremolinarse como encrespadas olas de un mar furioso. Y en su interior, como dando a luz, surgieron sendas figuras humanas vestidas de calle: Los 4 Fantásticos.

El ordenador bajó instantáneamente las emisiones de energía dentro de las cabinas, y les permitió salir.

Y la Primera Familia volvió a abrazarse, reencontrándose al fin.

– ¡Enhorabuena, Ben! – Gritó Sue Richards –. Ya vi tu combate por televisión. Le diste una buena paliza…

– Sí, bueno – dijo el enorme Ben Grimm, fornido y compacto incluso en su forma humana –. El chico no me lo puso fácil. Aún me duele la mandíbula. Te juro que es más difícil que esto que hacemos…

– Una rueda de prensa magnífica – comentó por su parte Reed Richards –. Tanto tú como Lyja fuisteis muy valientes al mostraros así ante las cámaras. Creo que el pueblo de Los Ángeles estará muy contento de teneros como protectores.

– Va a ser un trabajo duro – contestó la Antorcha –. En realidad ya ha habido el primer problema. El FBI encontró una base secreta en Arizona, abandonada por algún villano. Creo que la tecnología es de Attilan.

– ¿Attilan? – repitió Richards, acariciándose la barbilla –. ¿Tal vez algún robo de maquinaria? Pero los Inhumanos poseen uno de los mejores sistemas defensivos. ¿Quizá un exiliado? Maximus y los suyos siguen a buena recaudo… Vamos, se lo preguntaremos a Rayo Negro y Medusa…

Y el científico más inteligente del mundo salió corriendo hacia su laboratorio, seguido de cerca por la Antorcha Humana. Sólo éste último se percató de la presencia de  Hulka, pero no le dio tiempo más que a un breve “¡Hola, Jen!”.

Como siempre, tuvo que ser la Mujer Invisible quien se disculpara con los amigos.

– Hola, Jennifer. Perdona a Reed. Debe haber algún misterioso universo subatómico en peligro...

– Ya me lo imaginaba. No te preocupes, sé cómo es. Y gracias a que no sabe quedar bien con las visitas, ahora podemos transportarnos a Plutón en un segundo. ¿Cómo os va por aquí?

– Mucho trabajo – respondió Ben Grimm, con la mejor sonrisa que tenía –. La gente no sabe lo difícil que es ser boxeador y superhéroe al mismo tiempo.

– ¿Boxeador…? –preguntó Hulka extrañada.

– Sí, nena, boxeador. ¿Se puede saber en qué galaxia has estado metida?

– No te lo creerías, grandullón… (2)

– Luego contaréis todo eso en la cena, chicos – interrumpió Sue Richards –. He encargado al generador de alimentos que nos prepare una auténtica delicia que aprendí en Bangkok. Ya veréis… ¡Os vais a chupar los dedos!

– Eso espero, Suzie – sentenció Grimm –. Ahora tengo un dedo más en cada mano…

La cena aún tardó media hora en poder empezar. La Mujer Invisible tuvo que sacar a su esposo del laboratorio (literalmente a rastras) y sentarlo a la mesa por la fuerza. Y después todos le imitaron pacíficamente… por si acaso.

Los camareros–robot (que respondían por igual al nombre de André) colocaron ante ellos unas enormes bandejas de plata con la especialidad de la noche: “Láminas de solomillo de elefante con verduritas confitadas, bañadas en salsa agridulce”. Por supuesto, todo era falso, nada más que materia sintética nacida en una probeta, pero con el sabor, el olor y la textura de la auténtica carne de elefante (y su completo valor alimenticio), pero sin tener que matar a nadie (“Las preocupaciones de Sue”, pensó Jennifer Walters, “que es la defensora de los animales…”). Incluso se decía que este invento podía terminar algún día con el hambre en el mundo. Fantastic Four Inc. ya estaba en negociaciones con la ONU…

– Oí que habías aceptado la propuesta de Johnny – dijo de pronto Susan Richards –. ¿Estás segura, Jen? Mi hermano puede ser intragable cuando quiere, y lo digo con conocimiento…

– ¡Eh! ¡Que estoy aquí!

– No te preocupes, sé mantenerlo a raya… Me pareció genial su proyecto, la verdad. Creo que la Costa Oeste ha quedado muy desprotegida en los últimos tiempos, y ya es hora de cambiarlo. Sois muchos los que vivís en Nueva York, pero nosotros preferimos California. Además, con los nuevos transportadores será como estar aquí todavía. ¿Y vosotros? ¿Qué tal la pequeña, Sue?

– Es muy buena. Sólo come y duerme. El parto fue un poco… accidentado, pero luego todo ha ido genial.

– ¿Cómo vais a llamarla?

– Aún no lo tenemos claro. Hay varias propuestas, pero nada decidido. Estamos preparando el bautizo. Queremos que sea pronto, pero… ya sabes cómo son las cosas en esta familia… supongo que el universo morirá y renacerá tres o cuatro veces antes de que podamos ponerle nombre a nuestra hija…

– De todas formas, ya no estáis viviendo en el Baxter, ¿no?

– No de continuo como antes. Nos hemos mudado a una casita de campo en Albany, justo en el mismo lugar donde cayó nuestra nave hace diez años. Queremos empezar de nuevo en ese mismo sitio, para que los niños crezcan en medio de la naturaleza, y alejados de nuestras aventuras más peligrosas.

– Conociendo a Reed, seguro que ya lo está llenando de cacharros.

– No lo dudes. Él no sabe preparar una mudanza sin sus analizadores cósmicos… Aun así, tenía que poner cabinas de teleportación en la casa. Los dos vamos a seguir actuando en el grupo, y Franklin irá al mismo colegio, así que no podíamos depender de coches ni Fantasticars.

– Sin hablar del sistema de seguridad que habréis instalado…

– Por supuesto. El hecho mismo de que esa casa exista es uno de los secretos mejor guardados de la nación. Pero por si llegara a descubrirse, Reed la ha equipado con un sistema de seguridad traído del siglo 7420. Podría resistir hasta un ataque de Galactus, así que imagínate… Podrán volar el planeta entero, pero la casa seguirá en pie.

De pronto, la suave voz del ordenador interrumpió la velada.

– Atención, señores: la señorita Lyja está llegando.

Y Johnny deseó que fuera el día en que la anunciaran como la señora Storm…

Lyja, nueva Embajadora Skrull, llegó al salón envuelta en una aureola de belleza y solemnidad.

Las grandes puertas de roble se abrieron solas a su paso, mostrando a una mujer cada día más hermosa y magnífica. Lucía un vaporoso vestido largo con amplio faldón, que luego por arriba se ceñía perfectamente a su fino y delicado cuerpo esmeralda. Y toda su tela estaba confeccionada con diminutas escamas de plata, que refulgían con saña a cada uno de sus movimientos.

El largo cabello verde estaba recogido en un amplio moño, dejando a la vista su larguísimo cuello, tan precioso y brillante como el de una estatua griega. Finos pendientes de plata adornaban sus orejas puntiagudas, y en su pecho un collar de gruesos eslabones engarzados, y muchas pulseras en sus muñecas. Tan dulce y luminosa como una estrella en el cielo.

Pero sin duda, lo más impresionante de su delgada figura humanoide era la potente luz que despedían sus enormes ojos verdes.

– Espero no llegar tarde…

– Oh, claro que no – dijo Sue Richards –. Dame un abrazo y siéntate, querida. ¡Estás fabulosa!

– Muchas gracias. Es la primera vez que me invitan a una cena familiar…

– Bueno, ahora formas parte de una familia, nena – intervino Ben Grimm –, así que habrá muchas más como ésta…

– ¡Al menos – dijo Hulka, riendo –, ya no seré la única chica verde del grupo!

Entonces la Antorcha se puso en pie, caminó hasta la mujer que amaba, la miró a los ojos hipnotizado, y la besó con todo el profundo amor que había en su pecho.

Y todos aplaudieron y silbaron.

- Estás preciosa, vida mía – dijo el héroe entre susurros.

– Te quiero – respondió ella simplemente.

– Tengo dos regalos – dijo más tarde Lyja –, uno para todo el grupo y otro sólo para ti, Sue. ¿Cuál preferís ver antes?

– ¡Dame mi regalo! – gritó la Cosa –. ¡Vamos, nena, dame un regalo!

– Ah, no, de eso nada – respondió la Skrull, con una enorme sonrisa –. Voy a empezar por la matriarca del grupo.

Caminó despacio hasta Sue Richards, con una enorme sonrisa en su bellísimo rostro verde, y le entregó una pequeña cajita negra de cartón.

La Mujer Invisible sonrió con afecto, abrió el regalo, y su expresión fue de asombro infinito: era una joya, pequeña y de aspecto romboidal, de un color rojo brillante. Sus lados y caras desprendían un fulgor inusitado, una luminosa iridiscencia carmesí que sin embargo no cegaba los ojos. Era como una delicada caricia a la vista.

– Es el mítico Omegahedron, Susan. Uno de los eternos cristales de poder de la antigua Nación Skrull. Cuando éramos príncipes en las estrellas, y mis antepasados viajaban en grandiosas naves, señores de la guerra y dueños del hiperespacio… Antes de ser multiformes, antes del sucio espionaje y las tácticas militares… Cuando aún quedaba honor entre los míos. La Familia Real Skrull nos gobernaba con eterna sabiduría, bendecidos por los Dioses Cósmicos con doce todopoderosos cristales de fuerza. Ahora todo aquel tiempo está olvidado, y su poder es sólo leyenda. Pero el Omegahedron sigue vivo, y aún aguarda el tiempo en que volveremos a ser grandes.

» Hasta entonces, quiero que lo lleves tú, Susan…

– Pero… no puedo aceptar este regalo, Lyja. Es un símbolo sagrado de tu mundo, y me parece una falta de respeto que lo tenga yo.

– No soy yo sola quien lo entrega, sino todo el Consejo de Gobierno de la Nación Skrull, como un acto de buena voluntad. Sabemos cuánto dolor ha causado nuestro mundo en la Tierra, y las disculpas no serán nunca suficientes. Los 4 Fantásticos han estado siempre dispuestos a defender su planeta, pero también a olvidar las diferencias y tender lazos comunes hacia el futuro. De no ser por vosotros, no habría más que odio y muerte en mi patria… Gracias… De todo corazón…

– Gracias a ti, Lyja – dijo Susan Richards –. Sé cuánto significa esto para ti.

– El Omegahedron es el receptáculo de la virtud de los Dioses. Él te protegerá, a ti y a los tuyos, con la bendición más antigua que existe en el cosmos.

- Ya he oído hablar de él – intervino Mister Fantástico, como despertando de un sueño

–. Es una joya mítica, y se creía perdida para siempre. Es un honor infinito que pienses en nosotros para guardarlo, Lyja.

– ¡Vaya, Estirado! – gritó la Cosa –. ¡Has vuelto al mundo de los vivos! ¿En qué universo estabas flotando hasta ahora?

– No sé de qué me hablas, Ben. Mi cabeza funciona a modo de compartimentos estancos. Puedo estar hablando con vosotros y prestar toda la atención del mundo, y al mismo tiempo estar diseñando un satélite de observación solar para la NASA, investigar el asunto de Attilan que me contó Johnny, o descifrar un enigma matemático del siglo XVIII. En realidad, ahora mismo tengo diecisiete compartimentos de ese tipo funcionando de manera simultánea…

– Vale, vale, Cerebro… Hay cosas que creo que es mejor que no nos cuentes… ¿Pero dónde está mi regalo, Lyja?

La Skrull sonrió, y tendió hacia el héroe otra cajita de similares dimensiones. Y tenía una para cada miembro del grupo. Todos la abrieron… y su imagen fue de completa desilusión: lo único que había allí dentro era una diminuta esfera negra, sin brillos ni reflejos, confeccionada en un extraño material liso y tremendamente duro.

– ¿Qué es esto, cariño? – preguntó la Antorcha.

– Sostenedlo sobre la palma de la mano derecha, y veréis lo que sucede.

Obedecieron, y fue el momento más extraño de sus vidas.

Porque al instante, cada esfera pareció disolverse al contacto del calor humano, transformándose en materia negra y gelatinosa, que se extendía como dotada de vida propia por sus cuerpos metahumanos. Acariciaba su piel, se deslizaba rauda bajo las ropas y adornos, adhiriéndose de forma tan estrecha que ni el aire pasaba bajo ella. Y Los 4 Fantásticos se encogieron, temiendo el peligro.

– Oh, no os preocupéis – dijo Reed Richards –. Es un nuevo proyecto en el que hemos estado trabajando Lyja y yo, mezclando lo que hemos aprendido de nuestros propios uniformes de moléculas inestables, el simbionte de Spiderman y las ropas que utilizan los Skrulls.

– ¿Nunca os habéis preguntado – siguió la alienígena – por qué los Skrulls podemos cambiar de forma sin quedarnos automáticamente desnudos? Es algo parecido al invento de Reed sobre las moléculas inestables (aunque bastante más primitivo que vuestros uniformes, por supuesto). Ahora tendréis algo incluso mejor…

– Yo lo llamo Esferoides – explicó Mister Fantástico, con una sonrisa en los labios –. Pueden ser transportados en la que forma que habéis visto, sin que nadie adivine lo que son, pero en cuanto entran en contacto con vuestro ADN específico, se desarrollan y cubren por completo toda superficie corporal. Está hecho de material poroso, y al mismo tiempo el más resistente del mundo, pudiendo variar su consistencia a voluntad. Se formó de un moderno compuesto de moléculas inestables, con capacidad para emular cualquier tejido y sustancia del universo, desde el algodón al acero, el cristal o el plomo. Todo manejado por una sonda telepática, programada sólo para vuestras propias pautas cerebrales. Incluso cambia de color y diseño de formas con sólo ordenárselo.

– ¿Qué me estás diciendo, cuñadito? – preguntó la Antorcha –. ¿Ahora podemos decidir nosotros el diseño de nuestros trajes….?

– Bueno, Johnny – contestó Richards, sorprendido –, en principio no era ésa la idea… Pensé que esto os serviría para hacerlo pasar por ropa de calle, y de este modo cambiaros a uniformes de batalla sin perder tiempo. Además, cada esferoide lleva asimilada una red cibernética de control, tan multiforme como el resto del traje. Así os rastrearán los satélites de la ONU en cada momento, y recibiréis aleras instantáneas en caso de amenaza.

– Dicho de otro modo – cortó Ben Grimm –, que has jubilado por fin las viejas bengalas de señales.

– Bueno… la verdad es que no eran muy prácticas. Supón que uno está en el Edificio Baxter, otro en Los Ángeles y los demás en el Mundo Skrull… ¿Cómo iban a descubrir las bengalas? Así nunca faltaremos a una misión por no habernos enterado…

– ¡Ah, por cierto! –dijo la Cosa –. Ahora que nombras a los Skrulls… voy a coger unas vacaciones fuera de la Tierra. Estuve hablando con Botín, la alienígena que persigue criminales. Voy a irme con ella un tiempo de aventuras galácticas. “Ben Grimm, cazarrecompensas espacial”. ¿Os gusta cómo suena?

La Mujer Invisible quedó paralizada de sorpresa, y observó a su amigo como si no le hubiera conocido nunca.

– ¿Có… cómo? ¿Te vas de la Tierra? ¿Con Botín? ¿Eso significa… que tú… y ella…?

– ¡Ey, ey, Suzie! ¡Para el carro, nena! Vale que la vieja Cosa de ojos azules sea un guaperas y un seductor, pero eso no significa que vaya a cruzarme la galaxia sólo por una mujer… Me apetece un poco de acción al viejo estilo, ¿vale? No… no os parece mal, ¿verdad?

– Claro que no – respondió la matriarca del grupo –. Sabemos que puedes arreglártelas solo, aquí o en cualquier lugar del universo… Pero lleva cuidado, ¿eh, grandullón? Creo que Hulka ya no está disponible para sustituirte otra vez…

La Cosa sonrió, y volvió a sentirse muy orgulloso de ser parte de ese equipo.

De ser uno más de la Familia.

De pronto, la alarma les sacó del momento feliz, acompañada de la voz impersonal de Roberta, la secretaria–robot.

– ¡Atención, 4 Fantásticos! ¡Un androide gigante ha sido descubierto en la Zona Azul de la Luna, y está atacando la Ciudad de Attilan! El señor Ban Ki–Moon, Secretario General de las Naciones Unidas, les llama por la línea nueve…

– ¡Muy bien, grupo! – Gritó Reed Richards –. Parece que el asunto de Johnny sobre los Inhumanos va a solucionarse por sí solo. ¡Vamos! ¡Al teleportador!

Y así, el mayor equipo de combate del mundo, el mejor equipo de superhéroes, y la Primera Familia de Marvel, volvió a ponerse en acción, como siempre habían hecho.

Y como siempre habrían de seguir haciendo.

Continuará...

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Referencias:
1 .- En la clásica etapa de Los 4F por Pacheco y Merino.
2 .- Quieres saber de qué habla Hulka? Consulta el primer número de su propia miniserie regular, este mismo mes en Action Tales
3 .- Al principio de su carrera como superhéroes, Los 4 Fantásticos instalaron en su base ascensores privados que llevaban directamente hasta las plantas ocupadas por ellos en el Edificio Baxter. Estos ascensores únicamente funcionaban con el haz fotoeléctrico disparado por la hebilla de sus cinturones especiales. Ahora el tiempo ha pasado, el rascacielos se ha convertido en propiedad exclusiva de los héroes (ya no hay personas normales viviendo en los pisos inferiores), y los ascensores privados ahora disparan sus propios rayos fotoeléctricos de reconocimiento genético del individuo. Eso hace que ya no hagan falta los viejos cinturones especiales. Es lo que tiene que los fabrique el hombre más inteligente del mundo, ¿no?...
4 .- En la clásica etapa de Los 4F por Claremont y Larroca.
5 .- Emil Blonsky, alias La Abominación (un viejo enemigo de Hulk)

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