| Título: La ratonera Autor: Sigfrido Portada: Sigfrido Publicado en: Febrero 2009
¡Nueva serie! La Enterprise llega a una región desconocida del espacio, donde se encuentran con una nave conocida como el Halcón Milenario... ¡la aventura comienza! .
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¿Que ocurriría si la Federación Unida de Planetas coexistiese con el Imperio Galáctico? ¿Como sería ese hipotético cruce de las dos franquicias galacticas mas importantes del siglo XX? Adentrate con nosotros en este fantástico nuevo universo lleno posibilidades, hacia una galaxia muy, muy lejana... hasta donde ningun hombre ha llegado jamás!
Star Trek creado por Gene Roddenberry
Star Wars creado por George Lucas.
Star Wars creado por George Lucas.
Nota del autor: para situar "cronológicamente" esta historia dentro de la mitologia de ambas franquicias, deberemos suponer que ambas corren en paralelo. Para Star Trek estaría situada tras la tercera temporada de Star Trek: the Original Series; en el aso de Star Wars, se situaría entre Una Nueva Esperanza (Episodio III) y El Imperio Contraaataca (Episodio IV)
Una astronave surcaba el espacio a máxima velocidad. Los soles de lejanos sistemas semejaban estrellas fugaces: aparecían y desaparecían como agujas de luz en el oscuro manto del espacio sideral. Era el efecto que producían vistos desde el apresurado ingenio de metal, aparentemente frágil e insignificante, fabricado por los habitantes del minúsculo planeta Tierra, un ingenio de nombre Enterprise.
El U.S.S. Enterprise era la más famosa nave de la Federación Unida de Planetas, sus hazañas se contaban por decenas, y había salvado la galaxia de terribles invasiones en más de una ocasión. Pero no se trataba de una nave especial, de hecho, era idéntica a muchas otras construidas con el mismo diseño y las mismas prestaciones. Lo realmente especial del Enterprise era su tripulación, cuatrocientas personas que eran su sangre, corazón y alma. En situaciones normales se encontraría explorando planetas y civilizaciones desconocidas; pero aquel día su misión era de socorro. Había recibido una señal urgente de auxilio de un sistema cercano a la zona neutral que servía de frontera con el Imperio Romulano. Poco imaginaba el capitán James T. Kirk que, acudiendo a esa llamada, el Enterprise y su tripulación iban a comenzar una de sus más sorprendentes y peligrosas aventuras.
El puente de la nave estaba presidido por el capitán, sentado en su sillón de mando, Kirk mostraba su nerviosismo adoptando una de sus poses características: el cuerpo ladeado y en tensión, el codo derecho sobre el brazo del sillón y la mano medio cerrada colocada delante del mentón, como si quisiera morderse las uñas. Su expresión intensa le hacía parecer una fiera a punto de saltar sobre su presa. El más joven capitán de la Flota Estelar seguía teniendo la impaciencia de la adolescencia. Sus decisiones, arriesgadas e imaginativas, contrastaban con el conservadurismo imperante en aquellos que asumían un cargo de la responsabilidad del suyo. A su derecha, en la estación científica, Spock, el primer oficial, era el justo contrapunto a su carácter impulsivo. Spock se comportaba como todo un vulcaniano, racional y reflexivo hasta en las situaciones más insospechadas. Aunque era medio humano, intentaba ocultar esa parte de su herencia por todos los medios. La única debilidad humana que mostraba de forma habitual era la curiosidad, que, junto a su extraordinaria capacidad de análisis, le convertían en uno de los mejores científicos de la Flota Estelar. A la izquierda de Kirk se encontraba el Dr. Leonard McCoy, apodado «Bones» (Huesos), el oficial médico de la nave. Había salvado muchas vidas a lo largo de su dilatada carrera, incluso en las situaciones más precarias. Cuando no era necesaria su presencia en la enfermería solía ir al puente. Irónico, sarcástico y cascarrabias, McCoy disfrutaba bromeando con Spock, intentaba que sacara a relucir la naturaleza humana que ocultaba tras su fría coraza lógica. Casi nunca lo conseguía, pero nunca perdía la esperanza. Más a la izquierda, en la consola de la estación de ingeniería, se encontraba Montgomery Scott, el ingeniero jefe. Scott velaba por el óptimo funcionamiento de los complejos sistemas del Enterprise. El celo era tanto que llegaba a tratar a la nave como si fuera su propia hija. Gracias a su pericia y capacidad de improvisación habían salido indemnes de situaciones de extremo peligro. Al fondo a la derecha, Nyota Uhura, la oficial de comunicaciones, buscaba con los sensores de la nave cualquier señal, conocida o desconocida, proveniente de las oscuras entrañas del espacio. Su belleza y dulce carácter la convertían en una verdadera princesa; pero sabía desenvolverse con fiereza cuando la ocasión así lo requería. Delante del sillón del capitán, a los mandos del Enterprise, estaban los oficiales Hikaru Sulu y Pavel A. Chekov. Sulu pilotaba la nave en la mayoría de las ocasiones, de la rapidez de sus reflejos dependía en gran medida el éxito o fracaso de cualquier maniobra arriesgada. Chekov era uno de los oficiales más jóvenes del Enterprise, pero esta juventud no le impedía tener una gran experiencia. Muchos oficiales veteranos de la Flota Estelar desearían tener la hoja de servicios de Chekov con poco más de veinte años. Servir a bordo del Enterprise era enfrentarse a lo extraño y desconocido todos los días.
—Capitán, estamos llegando a alcance visual —dijo Sulu.
—En pantalla —contestó Kirk de forma enérgica—. Alerta roja.
—Torpedos y fásers preparados, señor —añadió Chekov, sin apartar la vista de la consola de control.
Spock observaba a través del visor de los sensores de la nave, un resplandor azulado iluminaba sus ojos oscuros.
—Se trata de un planeta de clase M: la atmósfera y gravedad son similares a las de la Tierra. No se observan formas de vida animal o vegetal.
Kirk, impaciente, interrumpió a su primer oficial.
—¿Hay algún rastro de actividad romulana?
—Detecto restos de un ave de guerra, también los rastros de fásers y torpedos fotónicos. En la órbita del planeta debió de haber una escaramuza hace, aproximadamente, ocho horas. Todos los indicios sugieren que los romulanos se enfrentaron a una nave de la Federación que poco después abandonó el sistema. Por las marcas de los motores debía de tratarse de una nave estelar Clase Constitución, como el Enterprise —Spock dio todo el informe con su habitual asepsia.
El capitán hizo un gesto de perplejidad y ordenó que anularan la alerta roja.
—Esta vez hemos llegado tarde, pero me pregunto qué interés podría tener este sistema para la Federación... o el Imperio Romulano. Y por qué enviar un mensaje codificado de prioridad uno para luego marcharse sin ninguna explicación.
Spock, como adivinando las sospechas de su capitán, respondió en voz alta.
—Parece una trampa, sugiero que abandonemos el sistema inmediatamente.
Kirk asintió con la cabeza.
-Tiene razón, Sr. Spock. Sr. Sulu, ponga rumbo a la base estelar veintitrés, velocidad...
El capitán no tuvo tiempo de terminar la frase, Uhura lo interrumpió bruscamente.
—Señor, vuelvo a detectar la señal que nos trajo a este sistema, viene del planeta.
—¿Puede hallar el punto exacto de emisión? —preguntó Kirk.
—Proviene de un lugar situado en el hemisferio Sur, introduciré las coordenadas en la computadora.
—Capitán, detecto un complejo subterráneo en esas coordenadas —dijo Spock.
—Seguramente debe de ser la causa de la escaramuza —continuó el capitán—. Puede que sea un puesto valioso. La Federación y los romulanos no nos enfrentaríamos por el control de este planeta arriesgándonos a un conflicto diplomático, no sin una buena razón.
Scott, que había permanecido callado hasta entonces, no pudo evitar dar su opinión sobre la situación.
—Esto sigue oliendo a trampa. Los romulanos son muy astutos, seguro que han ideado todo este montaje para atraernos aquí, como un ratón al queso.
—No lo sé, Scott —contestó Kirk—. Quizá me equivoque, pero algo me dice que debemos bajar a investigar esa transmisión.
—Con el debido respeto, capitán —interrumpió Spock—. Estoy de acuerdo con el Sr. Scott: deberíamos actuar con prudencia y no dejarnos llevar por corazonadas. Abandonemos el sistema.
El planeta misterioso ocupaba toda la pantalla principal, seductor y desafiante. Kirk lo observó pensativo unos segundos. Todo el puente dirigió su mirada hacia él esperando un gesto, una respuesta... finalmente llegó.
—Anotaré sus objeciones, pero bajaremos de todos modos. Sr. Sulu, disponga una órbita estándar sobre el planeta. Spock, Chekov, McCoy… vengan conmigo a la sala del transportador. Sr. Scott, tome el mando. Vamos a entrar en la ratonera.
—Esperemos que no se nos atragante el queso —murmuró el doctor mientras abandonaban el puente.
Un murmullo rompió el silencio mientras un destello anaranjado surgía de la nada. En pocos segundos, cuatro figuras se materializaron como por arte de magia. Kirk, Spock, McCoy y Chekov aparecieron dándose la espalda y con un fáser preparado en la mano. Una precaución lógica, ya que las circunstancias que les habían llevado a ese lugar eran, cuanto menos, sospechosas. Se encontraban en una gran sala coronada con una bóveda de medio cañón. Las paredes y el techo tenían un acabado completamente liso, no había indicios de ninguna estructura sustentante. La estancia tenía planta rectangular y medía, aproximadamente, cien metros de largo por cincuenta de ancho. La altura de la bóveda era de unos veinticinco metros. Todo estaba uniformemente iluminado, pero no parecía haber ningún foco, era como si los muros irradiaran luz, una luz de la que sólo se notaba su reflejo. Las paredes estaban cubiertas con líneas de colores y figuras geométricas, parecían trazadas a mano alzada. Toda la estancia era un inmenso fresco abstracto de gran belleza y elegancia. Las formas y colores se combinaban con una armonía perfecta, una sinfonía plástica cubría la vista trescientos sesenta grados. Era como si de pronto hubieran entrado en los sueños de un artista. El suelo, en contraste, tenía la apariencia natural de la roca. Los cuatro exploradores se quedaron sin palabras durante unos segundos. El Dr. McCoy fue el primero en abrir la boca.
—Sr. Spock, ahora es cuando le toca decir aquello de...
—Fascinante —continuó el oficial científico sin perturbar su expresión. Ni siquiera se molestó en levantar una ceja, como hacía habitualmente.
—Allí hay una baliza de la Flota Estelar, alguien se ha tomado muchas molestias para que viniéramos aquí —comentó Kirk con tono de sospecha, mientras dirigía su mirada hacia el familiar aparato que tenía un par de metros al frente.
Chekov fue el último en hablar.
—Quizá fueran esos romulanos... señor —dijo con voz insegura.
Kirk, Spock y McCoy se volvieron instintivamente con los fásers empuñados hacia la dirección de Chekov. Esparcidos por el suelo vieron los cuerpos de cinco romulanos. El doctor se dirigió al más cercano sin dejar de apuntar con su arma, se acuclilló y pasó el sensor de su tricorder médico sobre el cuerpo, finalmente giró la cabeza hacia el capitán.
—Jim, este romulano está muerto.
—Todos están muertos, doctor, sino los hubiéramos detectado con los sensores del Enterprise
—apostilló Spock—. Seguramente formaban parte de la tripulación de la nave que fue destruida en la órbita del planeta.
McCoy, más por llevar la contraria a Spock que por asegurarse, examinó todos los cuerpos. Cuando terminó hizo un gesto de negación a Kirk, y éste ordenó que bajaran las armas, no había peligro.
—Tienen heridas de fáser, según los datos del tricorder murieron hace unas ocho horas a causa de las mismas —dijo McCoy.
—Justo al mismo tiempo en que su nave era destruida —añadió Kirk—. Sr. Chekov, vea que información puede sacar de la baliza. Spock, McCoy, intentemos averiguar dónde nos encontramos.
El capitán sacó el comunicador y lo abrió con su característico ruidito.
—Kirk a Enterprise, ¿Sr. Scott?
—Sí, capitán —respondió una vocecita desde el minúsculo aparato.
—Nos vamos a quedar a investigar. Manténganse alerta. A la menor señal de actividad romulana transpórtennos a bordo. Hemos encontrado los cadáveres de cinco romulanos, fije las coordenadas para transportarlos. Aunque sean enemigos de la Federación se merecen un funeral digno en el espacio. Kirk fuera.
Al momento, los cinco cuerpos se convirtieron en una energía ambarina y desaparecieron. Kirk se unió a Spock y McCoy, y juntos se encaminaron a uno de los muros longitudinales de la cámara. Mientras el oficial vulcaniano recogía datos con su tricorder, el doctor puso las manos sobre la pared y las arrastró sobre la superficie, como si acariciara un perro o un gato.
—Ni frías ni calientes, y perfectamente lisas —las yemas de los dedos rozaron uno de los trazos de color—. No se notan los rastros de los pinceles, parece que fueron impresos con algún proceso físico o químico. No obstante, es todo tan auténtico, tan espontáneo...
—Según los datos del tricorder se trata de un material cerámico de gran complejidad —dijo Spock—. Es más resistente que el titanio reforzado. Las paredes tienen poco más de un centímetro de grosor y son capaces de soportar toda la presión que ejercen la tierra y las rocas que las cubren.
—¿Está diciendo que la bóveda de esta cámara está hecha de barro cocido? —preguntó Kirk asombrado.
—Eso mismo es lo que he dicho, capitán.
—Sólo por curiosidad, Sr. Spock, ¿a qué profundidad nos encontramos? —intervino McCoy.
—Nos encontramos a ciento veinte metros de la superficie, doctor.
McCoy tragó saliva al imaginarse la presión que debía soportar la cámara en la que estaban. Pensó en un jarrón de delicada porcelana china aguantando el peso de un elefante africano.
—Pero lo más asombroso —continuó Spock— es que las propiedades de la cerámica varían según la capa y la zona. Es como si estuviera modelada con diversos materiales: la parte exterior es más dura, resistente y uniforme; la interior es más variada, cada área es diferente y parece tener una función específica. Las pinturas no sólo tienen un valor estético o plástico, indican estas áreas y como se relacionan entre ellas. He detectado flujos de energía que recorren los trazos de los dibujos.
—¿Quiere decir que estas pinturas son como un panel de control?
—Efectivamente, capitán. Manipulando de alguna forma estos dibujos podríamos controlar el funcionamiento de todo el complejo, acceder a sus bases de datos, y saber quién o qué lo construyó.
McCoy, mientras escuchaba, seguía palpando el muro. De repente, al pasar una mano sobre un cuadrado violeta, comenzó a sonar una extraña música por toda la estancia. Los cuatro exploradores se sobresaltaron, echaron mano de sus fásers y miraron en todas direcciones tratando de encontrar el foco de donde provenía la música. Una de las paredes transversales empezó a moverse, una línea oscura apareció en su centro dividiéndola en dos partes iguales de arriba abajo. La línea se fue ensanchando poco a poco, se trataba del hueco que estaban dejando las dos mitades del muro mientras se separaban. El doctor había conectado sin querer el dispositivo que abría una de las puertas de la cámara. Al otro lado había un túnel de la misma altura y anchura que la estancia. Sus paredes también estaban decoradas con dibujos abstractos, pero de colores más oscuros, el suelo era completamente blanco. Spock guardó su arma y dio unos pasos en dirección al túnel mientras consultaba los datos de su tricorder.
—Se trata de una salida al exterior. El suelo tiene una inclinación de veintitrés grados. Creo que nos encontramos en una especie de hangar. Por ese túnel entraban y salían los vehículos que utilizaran los constructores del complejo.
—¿Qué antigüedad puede tener todo esto, Spock? —preguntó Kirk.
—Unos diez mil años. Nunca había visto ninguna tecnología parecida a ésta. Todo está construido con diferentes tipos de cerámica. Sus conocimientos eran mucho más avanzados que los nuestros. Si seguimos buscando conseguiremos abrir otras puertas que nos lleven a otras cámaras.
—Desde luego como cebo es muy tentador —comentó McCoy con su habitual sentido del humor.
—Lo que me pregunto es qué pintan en todo esto la llamada de auxilio de prioridad uno, la nave romulana destruida, la baliza y los cuerpos que hemos encontrado —pensó Kirk en voz alta—. Chekov, ¿había sacado alguna información de la baliza?
—Estaba a punto de hacerlo antes de que se abriera esa puerta.
El joven alférez se acuclilló y accedió al reducido panel de control de la baliza, tecleó unos botones y un mensaje encriptado apareció en una pequeña pantalla.
—No parece que lleve una clave sencilla —dijo Chekov mientras intentaba descifrarlo con las más habituales—. Tendré que transmitírselo a Uhura.
—Hágalo —contestó el capitán al mismo tiempo que abría su comunicador—. Kirk a Enterprise.
—Aquí Scott, desea algo capitán.
—Podría transportarnos a otra de las cámaras del complejo —miró hacia Spock de reojo mientras sonreía—, será más práctico y seguro que intentar abrir otra puerta —giró la cabeza hacia McCoy— ... o conectar por accidente cualquier otra cosa.
—Sí, capitán.
Desde el punto de vista de alguien que está siendo teletransportado el viaje es automático: en un instante estás en un lugar y al siguiente estás en otro completamente diferente, como si alguien cambiara el paisaje con sólo chasquear los dedos. En realidad el proceso duraba, en situaciones normales, unos segundos. Kirk, Spock, McCoy y Chekov vieron como cambiaba de golpe la cámara donde se encontraban; aunque en realidad eran ellos los que habían cambiado, de sitio. La estancia en la que habían aparecido era más grande y espectacular que la anterior, sin duda se trataba de la más importante del complejo. Tres de los cuatro exploradores no pudieron ocultar su expresión de asombro, Spock se limitó a soltar su habitual muletilla: fascinante.
La sala era el interior de una inmensa semiesfera. Su diámetro era de unos cien metros y la altura de la cúpula de unos cincuenta. Estaba decorada con figuras pintadas, cientos de ellas. En el centro de la cámara había una especie de templete con un podio circular de tres escalones. Constaba de ocho columnas rectas que sujetaban una pequeña cúpula. En el interior del mismo, sobre una base cilíndrica rematada en un cono truncado, descansaba una escultura de color azulado. La estructura mediría unos diez metros de altura en total, y en su superficie había símbolos pintados. En el perímetro de toda la sala unas estatuas vigilaban en silencio a los recién llegados.
—¡Esto es impresionante! —exclamó Chekov con admiración.
—Deje de impresionarse, alférez, y tome imágenes de toda la sala —le contestó Kirk.
El joven oficial empezó a grabar con su tricorder todos los rincones de la cámara. Parecía uno de esos turistas compulsivos que están más pendientes de captar todos los detalles con sus aparatos que en disfrutar del viaje.
El Dr. McCoy centró sus miradas en las pinturas de la gran cúpula. Enfocando la vista se dio cuenta de que las figuras pertenecían a las diversas especies inteligentes de la galaxia. La mayoría eran de aspecto humanoide, cada una de ellas representadas por dos individuos de diferente sexo. Las había que tenían formas estrambóticas y otras eran simples masas de energía multicolor. Trató de encontrar entre todas alguna cara conocida. Un andoriano con las antenas tiesas cogía a una andoriana por la cintura. Más hacia la derecha había dos vulcanianos vestidos como guerreros y blandiendo armas tradicionales.
«La feliz pareja, sin duda, fue pintada antes de que Surak instaurara su filosofía lógica hace más de mil ochocientos años», pensó McCoy con una sonrisa pícara en los labios.
Su viaje visual continuó, llamó su atención un extraño dúo de pequeña estatura, enorme cabeza y grandes orejas. Lo curioso era que el hombre estaba vestido de forma muy ostentosa y la mujer iba completamente desnuda. Un poco hacia la izquierda una pareja de cheronianos paseaba cogida de la mano en actitud cariñosa. Ella era negra en el lado derecho y él en el izquierdo.
«Vaya, los Romeo y Julieta de Cherón. Lástima que los cheronianos de verdad no tuvieran el sentido común del pintor, y acabaran exterminándose mutuamente», reflexionó el doctor de forma irónica.
Una mano sobre el hombro le devolvió súbitamente a la realidad.
—¿Buscando a Wally, Bones? —dijo Kirk con tono humorístico.
—¿Buscando a... quién?
—A Wally, doctor. Lleva un jersey a rayas blancas y rojas y un gorro con una borla —el capitán hizo un gesto con la mano sobre su cabeza—. Cuando era niño me regalaron un libro antiguo, tenía unas ilustraciones repletas de personajes, y el juego era encontrar al tal Wally entre el bullicio. Cada ilustración pertenecía a un lugar y época diferente: la Roma imperial, el Japón medieval, la prehistoria...
—Así que el tal Wally era un viajero del tiempo y el espacio.
—Como nosotros, Bones, como nosotros —Kirk señaló con el dedo hacia un lugar de la cúpula—. Lo que está buscando se encuentra allí.
Dos humanos de tez morena y pelo negro parecían ejecutar algún tipo de danza. Él sólo vestía con una faldita blanca que le caía hasta las rodillas, su torso estaba desnudo. Ella estaba cubierta por una ajustada túnica semitransparente que dejaba entrever toda su anatomía, una diadema con una flor de loto adornaba su largo cabello rizado. Ambos llevaban abalorios tales como collares, brazaletes, pulseras y pendientes, todos de vivos colores.
—¡Jim!, son egipcios antiguos, como los de las pinturas de las tumbas de los faraones —McCoy giró la cabeza y miró a Kirk con un gesto de curiosidad—. ¿Cómo sabía lo que...?
—Sus pensamientos no tienen secretos para mí, doctor —respondió el capitán sin dejarle terminar, una sonrisa de complicidad iluminaba su rostro.
Spock se encontraba analizando el templete del centro de la cámara. La escultura azulada que se encontraba en el pedestal medía, aproximadamente, metro y medio. Representaba a un par de humanoides muy estilizados. Por sus características eran hombre y mujer, como el resto de parejas que decoraban la gran cúpula. Se encontraban desnudos, espalda contra espalda y con las manos entrelazadas. Dirigían sus caras hacia arriba, con los ojos cerrados y una expresión extática. Sus rasgos eran extraños y bellos a la vez. Tenían las frentes anchas, como los klingons, y las orejas puntiagudas, como los vulcanianos. Ambos lucían una larga cabellera de un azul más oscuro que el de su piel. El acabado de la escultura era tan realista que parecía que las dos figuras fueran a respirar y moverse en cualquier momento. El pedestal tenía trazos y manchas de colores similares a los del hangar. Se combinaban con símbolos como los que aparecían en las columnas y la parte exterior de la cúpula del templete. Spock leía los datos que le proporcionaba su tricorder con una creciente curiosidad, sabía que acababan de realizar un gran descubrimiento.
Chekov requirió la presencia de sus compañeros. Resultaba curioso el hecho de que, tanto en esta sala como en la anterior, no se produjera eco al hablar, ni siquiera alzando la voz, como había hecho el joven alférez. Los muros tenían la propiedad de absorber el sonido y evitar ese efecto. Lo que había llamado la atención del oficial ruso era la escultura de un atleta humano.
—Parece una estatua de la Tierra, señor, de la Grecia clásica, pero no entiendo por qué la han pintado.
Spock se acercó, la observó con detalle, y tomó unos datos con su tricorder.
—El Sr. Chekov está en lo cierto: se trata de una escultura griega, siglo V antes de Cristo. Es un mármol original de Praxíteles, su valor artístico es incalculable. Los colores también son de la época: los griegos antiguos policromaban sus esculturas, pero, con el paso del tiempo y los avatares de la convulsa historia terráquea, los colores se perdieron —dijo el oficial vulcaniano—. Toda esta gran sala parece ser un santuario. Las pinturas de la cúpula son una fiel representación de las diferentes especies inteligentes de nuestra galaxia. Estas estatuas que rodean toda la cámara son piezas originales de las diferentes culturas planetarias. Aquí tenemos un Praxíteles auténtico de la Tierra, pero mientras venía hacia aquí me ha parecido ver un Vardak de Vulcano y un Daringa de Tellar.
—Así que esto es como un museo —sugirió McCoy.
—A primera vista sí, doctor, pero es mucho más que eso. Según los datos que he podido tomar, toda la sala parece formar parte de una gran máquina, la mayor parte de la cual se encuentra debajo de nosotros. La clave de todo puede estar en la escultura que hay dentro del templete central. Representa, presumiblemente, a los creadores de todo este complejo. Pero lo que resulta más interesante es el material cerámico con el que está realizada, ya que tiene las propiedades de un superconductor: es capaz de absorber y canalizar grandes cantidades de energía.
—Una cosa es segura —añadió Kirk—, los romulanos no estarían sólo interesados en un montón de antigüedades y unos murales bonitos.
—La nave que dejó la baliza con el mensaje de auxilio para que viniéramos quería que protegiéramos esto —dijo Chekov.
—Sí, pero lo que me intriga es por qué no se quedó ella, por qué tanto misterio. Hasta que Uhura no descifre el mensaje de la baliza no descubriremos...
El capitán dejó la frase en el aire porque de pronto comenzó a escucharse por toda la sala una música, al igual que había ocurrido en el hangar unos minutos antes.
—Esta vez yo no he tocado nada —se excusó McCoy.
—¡Miren! La estatua del templete está girando —exclamó Chekov, señalando con el dedo hacia el lugar.
Las dos figuras bailaban sobre su pedestal emitiendo un brillo azulado. Spock leyó con su natural tranquilidad los datos de su tricorder.
—Detecto una gran cantidad de energía recorriendo el suelo y la cúpula, parece que confluye en la escultura. Alguien o algo ha puesto en funcionamiento la máquina alienígena.
El comunicador del capitán emitió unos pitidos demandando su atención.
—Aquí Kirk, ¿pasa algo Sr. Scott?
—Hemos detectado una brecha en el subespacio. Parece que cada vez se hace más grande. Es peligroso seguir aquí —dijo el jefe de ingenieros con voz de preocupación.
—¡La máquina alienígena! Scott, transporte inmediato, creo que acabamos de pulsar el resorte de la ratonera.
Cuando el capitán Kirk llegó al puente del Enterprise, la brecha subespacial se había convertido en un gran remolino de energía. Giraba con furia azulada en el sentido de las agujas del reloj. A través de la pantalla principal parecía el ojo de un gigante sideral. Rayos de energía ionizada brotaban de los bordes como pestañas ambarinas, sus brillantes parpadeos invitaban a sumergirse en las entrañas del maelstrón espacial.
—Sr. Scott, informe de la situación. ¿Por qué seguimos aquí? —preguntó el capitán, una vez remplazó al oficial al mando.
—Parece que el remolino nos ha atrapado en su campo de atracción. Por más que he intentado escapar dando más potencia a los motores, no lo he conseguido. Lo más curioso es que sigue un patrón idéntico al Enterprise: su poder de atracción aumenta en la misma proporción que la fuerza de nuestros motores. No avanzamos ni retrocedemos un milímetro —dijo Scott con un evidente nerviosismo—. Sea lo que sea esa cosa, reacciona a nuestros movimientos, es como si estuviera viva, no quiere que nos vayamos.
—Alférez Brown, fije los torpedos fotónicos al ojo del remolino —ordenó Kirk.
—Torpedos fijados, capitán —contestó el joven oficial tras pulsar unos botones de su consola.
—¡Fuego!
Dos torpedos salieron del cuerpo discoidal del Enterprise, dejando tras de sí una estela azul, pero se perdieron en el interior del torbellino sin ningún resultado.
—Probemos con los fásers, alférez.
—Sí, señor. Fásers fijados.
—¡Fuego!
Los dos rayos anaranjados tuvieron el mismo efecto que los torpedos.
—Scott, ¿podemos aumentar la potencia de los motores de impulso? —preguntó Kirk con resignación.
—Estamos al límite, capitán. Los motores no aguantarían, y estallaríamos en mil pedazos —contestó el veterano oficial mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
—Sr. Spock, ¿alguna sugerencia? —Kirk giró la cabeza hacia su primer oficial, había entrado en el puente al mismo tiempo que él.
—Creo que la opción más lógica sería introducirnos en el torbellino.
Todo el puente miró a Spock con expresión de asombro.
—Si este fenómeno ha sido producido por la máquina que hemos encontrado en el planeta, no creo que debamos tener miedo alguno —prosiguió el oficial vulcaniano—. No parece que sus constructores tuvieran ninguna finalidad hostil, más bien todo lo contrario, según podemos deducir de las pinturas y esculturas que encontramos. Quizá sea su forma de intentar contactar con nosotros. Puede que fueran ellos los que enviaran la señal de auxilio porque necesitaran nuestra ayuda.
—Tiene sentido, Spock. Pero qué pasa con los romulanos muertos que encontramos y su nave destruida.
—No sé qué decirle al respecto, capitán. Sólo sé que si retrocedemos nos espera una muerte segura cuando los motores del Enterprise explosionen. Si seguimos adelante no puedo asegurarle lo que encontraremos, quizá la muerte o quizá no. Pero, en todo caso, es preferible la posibilidad de un destino fatal a la certeza absoluta del mismo.
Los argumentos de Spock eran irrefutables, ni siquiera el Dr. McCoy hubiera osado llevarle la contraria. La elección del capitán era obvia.
—Sr. Sulu, ponga rumbo hacia el interior del torbellino.
El viaje del Enterprise había durado menos de un minuto. Durante ese breve espacio de tiempo había cruzado un universo sin luz ni sonido, un universo tenebroso y vacío como el interior de un agujero negro. No se escuchó nada durante el trayecto: las voces de los tripulantes, los pitidos y silbidos de las consolas, el ruido de fondo de los motores... todo parecía habérselo tragado la voraz oscuridad. Cuando salió de la boca del lobo, todos esos sonidos familiares volvieron a aparecer. Detrás, el torbellino que había atravesado comenzó a cerrarse. En este lado giraba en sentido contrario al de las agujas del reloj, y generaba una potente fuerza de repulsión. Finalmente, desapareció por completo, dejando la astronave terrestre flotando sin rumbo entre las estrellas. El capitán Kirk suspiró de alivio tras el corto, pero intenso viaje. Todos seguían vivos, eso era lo importante.
—Sr. Sulu, ¿puede darnos nuestra situación?
El piloto del Enterprise introdujo en la computadora la disposición de los astros que les rodeaban. Esta disposición era comparada, automáticamente, con las cartas estelares que había en su base de datos para, de forma inmediata, calcular la situación exacta de la nave. En esta ocasión la respuesta de la computadora tardó en llegar.
—Sr. Sulu, ¿pasa algo? —insistió el capitán.
—Me temo que sí, señor. La computadora no puede calcular nuestra situación. Los datos que le he introducido no se corresponden con ninguna de nuestras cartas estelares. Estamos perdidos en ninguna parte.
—Siempre se está en alguna parte, Sr. Sulu —le rectificó Spock—. Otra cosa es que no sepamos dónde nos encontramos. El torbellino nos debe haber transportado a los confines de nuestra galaxia, puede que incluso hayamos ido a parar mucho más lejos.
—¿Se refiere a otra galaxia, Sr. Spock? —preguntó Kirk, temiéndose la respuesta.
—Sí —respondió lacónicamente el oficial vulcaniano.
El capitán miró la pantalla principal. El paisaje era el mismo que el de cualquier rincón de su galaxia: un negro telón plagado de puntitos de luz. Era difícil creer que con unas vistas tan familiares estuvieran tan lejos del hogar.
—Totó, creo que ya no estamos en Kansas —susurró pensativo.
—¿Decía algo, capitán? —preguntó Spock.
Todo el puente le miraba en silencio, en sus expresiones podía leer sus pensamientos. Le estaban transmitiendo su apoyo, su confianza, que si alguien era capaz de llevarles de vuelta a casa era él, su capitán, el capitán James Tiberius Kirk. Su reacción fue inmediata.
—Sr. Sulu, mantenga la nave parada en este lugar hasta nueva orden. Si la teoría del Sr. Spock es correcta, no tardarán en aparecer los que nos hayan metido en este lío. Teniente Uhura.
—Sí, capitán.
—Vea si puede descifrar el mensaje que le transmitió Chekov. Dentro de treinta minutos la espero en la sala de reuniones junto al grupo de desembarco. Sr. Spock, quiero un informe con todos los datos que haya podido recopilar sobre el remolino que acabamos de cruzar, así como del complejo alienígena. Sr. Scott, tome el mando.
El capitán salió del puente con el semblante serio, necesitaba aclararse un poco las ideas antes de la reunión. A veces no se sentía del todo bien dando órdenes de forma tan estricta a su tripulación; pero sabía que en situaciones como la que estaban sufriendo debía mostrarse firme y seguro. Tenía que aparentar que todo lo tenía bajo control.
En la sala de reuniones se encontraban Kirk, Spock, McCoy, Uhura y Chekov. Las puestas en común se hacían en el Enterprise cuando surgía cualquier incidencia cuya resolución se escapaba de lo normal, cosa que ocurría muy a menudo. Las visiones particulares de los diferentes oficiales eran analizadas conjuntamente para poder hallar una salida al problema. La primera en hablar esta vez fue la teniente Uhura.
—He conseguido descifrar el mensaje encriptado de la baliza —cogió un padd que había sobre la mesa y leyó lo que había escrito en la pantalla—. Dice exactamente: «No dejen que el transportador caiga en manos enemigas, el futuro de la galaxia depende de ello. Nosotros ya no podemos hacer nada, todo depende de ustedes». Luego —continuó Uhura—, viene una leyenda en latín: «Primus circumdedisti me». Significa: el primero que me rodeó. No hay nada más, no indica quién lo escribió.
—«Primus circumdedisti me» —repitió Kirk pensativo mientras se acariciaba el mentón—... Juan Sebastián Elcano. Es un mensaje del U.S.S. Elcano.
—Los datos coinciden, capitán. Se trata de una nave de clase constitución, como la que huyó del planeta tras enfrentarse al ave de guerra romulana, NCC-1522 —dijo Spock tras consultar la terminal de la computadora que había en uno de los lados de la mesa.
—¿Quién la comanda, Spock? —preguntó Kirk.
—El capitán N´Kono. Pero es extraño, según los últimos informes el U.S.S. Elcano se encuentra en una misión de exploración en un sector muy alejado del lugar donde encontramos la baliza. Además —continuó el oficial vulcaniano— ¿por qué se ha identificado de forma tan poco ortodoxa?
—Con permiso —interrumpió Chekov—, ¿cómo saben que puede tratarse de esa nave?
Kirk y Spock dirigieron su mirada al joven oficial. Estaban acostumbrados a sus observaciones fuera de lugar. El capitán le respondió con gesto serio.
—Juan Sebastián Elcano fue el primer navegante en dar la vuelta al mundo en 1522. La leyenda en latín aparecía en su escudo, junto a un globo terráqueo.
—Pero capitán, ¿no fue Magallanes el primero en circunnavegar el globo?
—Revise sus libros de historia, alférez. Magallanes fue el primer capitán de la expedición, pero murió en Filipinas sin llegar a terminarla —rectificó Kirk al mal informado oficial.
Chekov se quedó sin palabras, había metido la pata una vez más. La historia nunca había sido su fuerte. La reunión continuó donde la habían dejado antes de la pequeña interrupción.
—¿Qué sabemos del capitán N´Kono? —preguntó Kirk a Spock.
—Nacido en 2223 en Douala, África. Graduado con honores en la Academia Estelar en 2245. Ha servido como oficial en varias naves estelares hasta que le ofrecieron la capitanía del Elcano hace seis años. Su hoja de servicios es impecable, no parece propio de él jugar a las adivinanzas con el resto de la flota. Sigo manteniendo la hipótesis de que todo sea obra de los constructores del transportador. Con una tecnología tan avanzada podrían simular una de nuestras balizas sin ningún problema. También serían capaces de hacernos creer que una nave de la Federación pasó por el planeta antes que nosotros.
—Para atraer nuestra curiosidad y así transportarnos a donde sea que nos hallan transportado —sentenció el capitán—. Dr. McCoy, ¿ha averiguado algo más con la autopsia de los romulanos?
—Nada nuevo, son romulanos auténticos que murieron a causa de las heridas de fáser: fásers de la Federación —contestó el doctor de forma tajante.
—Bueno, Spock —dijo Kirk—, ¿qué puede decirnos sobre el remolino que hemos cruzado?
—Como sabemos, se trata de un fenómeno artificial producido por la máquina alienígena. Es muy similar a un agujero de gusano, pero a una escala mucho más pequeña. Focaliza su fuerza de atracción y repulsión a un objeto determinado. El remolino surgió en el sitio idóneo y en el momento idóneo para atrapar al Enterprise. De poco sirvieron los esfuerzos por intentar liberarnos, estaba programado para transportarnos al lugar donde nos encontramos ahora. El remolino poseía una gran carga iónica, es muy posible que no sólo sirviera para hacernos viajar en el espacio, sino también a través de las dimensiones —Spock hizo un inciso—. Supongo que recordarán el incidente con nuestros transportadores en Halkan.
—¿Cómo olvidarlo?, todavía sigo pensando que la perilla le sentaba muy bien —comentó de forma jocosa McCoy.
Kirk y Uhura no pudieron evitar una sonrisa al recordarlo, el oficial vulcaniano continuó con su exposición sin inmutarse.
—Una sobrecarga a causa de una tormenta de iones provocó que ustedes tres —miró hacia Kirk, McCoy y Uhura— y el Sr. Scott fueran trasladados a un universo alternativo. Asimismo, sus equivalentes en dicho universo aparecieron en el nuestro. Una tormenta iónica controlada, combinada con un agujero de gusano, también controlado, podría permitir, en teoría, viajar simultáneamente por el espacio y sus diferentes dimensiones.
—Una cosa es segura, señores —dijo Kirk—, nos encontramos en una galaxia muy, muy lejana... y hemos de encontrar la forma de volver a la nuestra. Sr. Chekov, veamos en qué nos pueden ayudar sus grabaciones.
El alférez ruso puso una tableta de datos verde en una de las ranuras de la computadora. En las tres pantallas que había en el centro de la mesa aparecieron las imágenes de la inmensa sala de la cúpula. En ese mismo momento, una voz sonó a través del interfono, era el Sr. Scott.
—Capitán, se necesita su presencia en el puente.
Kirk pulsó uno de los botones del interfono y respondió.
—¿Cuál es el problema, Scott?
—Hemos detectado una distorsión hiperespacial, y una pequeña astronave se dirige hacia nosotros.
El capitán del Enterprise abrió sus ojos color miel de par en par, brillaban como los de un niño en su fiesta de cumpleaños. Puede que los tripulantes de esa nave les dieran las respuestas que buscaban.
Kirk tomó el relevo de Scott en el sillón de mando, Spock y Uhura hicieron lo propio en sus respectivos puestos. La astronave misteriosa todavía no aparecía en la pantalla. Uhura envió mensajes de salutación y amistad en todas las frecuencias, pero no recibió ninguna contestación.
—La nave ha entrado en nuestro alcance visual —informó Sulu.
—En pantalla —ordenó el capitán.
El silencio se hizo en el puente cuando observaron el curioso ingenio que se les acercaba. Era una pequeña nave monoplaza de poco más de doce metros de largo. Su configuración era curiosa para tratarse de un vehículo espacial, ya que tenía alas como las de un primitivo avión del siglo XX. Si no hubieran sabido que se encontraban en una galaxia desconocida, todos habrían pensado que se trataba de un viejo caza de la Segunda Guerra Mundial. El capitán hizo un gesto entre la decepción y la curiosidad. No parecía que semejante aparato perteneciera a los constructores del transportador espacio-dimensional.
—Sr. Spock, ¿puede decirnos algo sobre esa nave? —preguntó a su primer oficial.
—Se trata de un vehículo construido con una aleación de titanio reforzado, muy parecida a la de nuestras astronaves. El casco parece haber sufrido desperfectos, y no se detecta energía en los motores. Se mueve por inercia, seguramente a la deriva. No detecto formas de vida a bordo, el piloto debió morir a causa de los daños externos de la nave.
—Sr. Scott, ¿cómo es posible que eso haya sido capaz de crear una distorsión hiperespacial?
—No lo sé, capitán —respondió el jefe de ingeniería—. El viaje por el hiperespacio en teoría es posible. La Flota Estelar ha realizado varios experimentos al respecto, pero con poco éxito. Es necesaria una cantidad de energía impresionante para poder ajustar las partículas de hipermateria y permitir un viaje seguro a través del hiperespacio. Para que se haga una idea, introducir un gramo de titanio en el hiperespacio requirió de toda la energía de diez de nuestros generadores de materia-antimateria. Imagínese la que se precisaría para toda una nave estelar. Evidentemente, esa pequeña astronave ha sido capaz de lograrlo de otra manera. Si algo he aprendido durante todos nuestros viajes es que no debemos juzgar la tecnología alienígena por su apariencia.
El capitán Kirk asintió con la cabeza, recordó que acababan de ser disparados a otra galaxia, y puede que a otra dimensión, por una máquina desconocida hecha íntegramente de cerámica. ¿Por qué no iba a ser posible que un pequeño caza de diseño arcaico fuera capaz de cruzar el hiperespacio?
—¡Capitán! —exclamó Spock, apartando rápidamente la mirada del visor de los sensores—, el piloto está vivo. Sus signos vitales son muy débiles, por eso no los capté antes. Tiene un hilo de vida, pero por poco tiempo si no actuamos pronto.
La reacción de Kirk fue instintiva. Una de las prioridades de todo navío, desde los tiempos de los primeros navegantes, era socorrer a los náufragos.
—¿Se encuentra dentro del alcance de nuestro transportador?
—Sí, señor —contestó Sulu.
—Transpórtenlo inmediatamente —el capitán apretó uno de los botones que había en el brazo derecho de su sillón—. Enfermería, aquí Kirk. Prepárense para atender una urgencia... una urgencia de otra galaxia. Sr. Brown, fije un haz tractor a la nave. La quiero ver en el hangar cuando sea posible. Sr. Spock, venga conmigo.
El capitán se dirigió al turboascensor seguido por su primer oficial. El tercero de a bordo, Scott, no tardó en ocupar el sillón de mando cuando Kirk y Spock salieron del puente.
Sobre una de las camillas de la enfermería yacía inconsciente un muchacho rubio de unos veinte años. Llevaba puesto un mono naranja que se confundía con el cálido brillo metálico de la tapicería del Enterprise. Su expresión era noble y serena, como si se encontrara meditando. Kirk y Spock lo miraron de arriba abajo con asombro.
—Parece humano —comentó el capitán con tono inseguro.
—Tan humano como usted y como yo —respondió McCoy.
La enfermera Chapel se acercó y le dio al doctor una jeringa hipodérmica. Éste se la aplicó en el cuello al paciente de forma inmediata.
—Con esto creo que lo mantendremos estable y fuera de peligro —dijo el veterano oficial, mirando a Kirk y Spock.
—¿Está seguro de que se trata de un ser humano, doctor? Que tenga la apariencia de un ser humano no quiere decir que lo sea. Recuerde que nos encontramos en otra galaxia. Lo que le acaba de inocular podría matarlo —intervino Spock.
McCoy fijó sus ojos azules en el oficial vulcaniano y le contestó de forma desafiante.
—Bueno, Sr. Spock, yo diría que es humano: su sangre tiene los mismos componentes, sus órganos son idénticos y están dispuestos de la misma forma que los nuestros, y, además, fíjese —el doctor cogió una de las manos del muchacho—... tiene cinco dedos en cada mano... pero si lo desea le volveré a hacer las pruebas.
Spock escuchó toda la sarcástica explicación sin inmutarse, sabía cual iba a ser la reacción del médico de a bordo a su comentario. No dudaba de la profesionalidad de McCoy, pero, a su vulcaniano modo, disfrutaba chinchándole de vez en cuando. Al fin y al cabo, McCoy también disfrutaba chinchándole a él. Su réplica estuvo a la altura de las circunstancias.
—Doctor, muchas razas alienígenas tienen cinco dedos, algunas de ellas ni siquiera respiran oxígeno.
—Por favor, señores —intervino Kirk, tratando de aguantar la risa—, dejen de comportarse como dos colegiales. Es una orden. Doctor, ¿cuál es el diagnóstico?
—El paciente llegó aquí con descompresión, hipotermia e hipoxia. Tenía muy pocas pulsaciones y su actividad cerebral se había reducido a la mínima expresión. Debió de inducirse esta especie de estasis para poder sobrevivir a una escasez de oxígeno, presión y temperatura. Es un milagro que siga vivo —el doctor miró hacia el indicador que había sobre la camilla—. Parece que reacciona al tratamiento: sus constantes vitales van normalizándose poco a poco. Ahora sólo nos queda esperar.
—¿Son estos los efectos personales que llevaba cuando lo transportaron? —preguntó Kirk, cogiendo un casco que había sobre la mesilla.
—Sí.
El capitán dio varias vueltas al casco con las manos. Estaba lleno de arañazos y abolladuras, se notaba que había sido utilizado durante mucho tiempo. Dos símbolos de color rojo inglés con forma de tridente destacaban en la parte frontal. El resto de objetos del paciente eran un chaleco blanco, una pistolera, varias correas y un generador autónomo de aire agotado. Las armas que llevara fueron filtradas durante el proceso de transporte. El equipo le recordaba al del piloto militar que teleportaron al Enterprise en uno de sus viajes a la Tierra del pasado.
—Capitán —la voz de Scott sonó a través del interfono—, la nave alienígena ya se encuentra en el hangar.
—Excelente —respondió Kirk—. Cuando suba al puente tiene permiso para estudiarla.
—Gracias, señor. ¿Qué tal el piloto?
—Muy humano, Sr. Scott, muy humano.
El capitán Kirk acababa de escuchar el informe del Sr. Scott sobre la astronave alienígena. Había sufrido daños en el casco y la cabina, seguramente provocados por el ataque de otra nave. Los motores de impulso habían quedado inutilizados, funcionaban con una especie de supercarburante mineral desconocido. Llevaba un dispositivo completamente destrozado construido con materiales que no existían en su galaxia de origen. Scott pensaba que ese aparato era el hiperimpulsor. De alguna forma, los habitantes de este lado del torbellino habían conseguido crear hipermotores tan reducidos que podían ser acomodados en sus astronaves. En esa parte del informe Scott no había podido ocultar su entusiasmo: habló de naves que podrían cruzar la galaxia en pocas semanas y de lo que aquello podría significar para la exploración espacial. Luego continuó con la descripción del armamento del que disponía. Scott había descubierto que las alas se desplegaban en forma de aspa, en la punta de las cuatro alas resultantes había un cañón de rayos muy similar a un fáser. También disponía de dos tubos lanzatorpedos. Estaban vacíos, pero habían detectado una pequeña radiación residual, por lo que pensaban que podría haber llevado proyectiles de protones. Las armas personales del piloto que había dentro de la cabina las habían puesto en una caja, junto al resto del equipo que se encontró en un compartimento.
Scott, permanecía de pie frente al capitán, estaba esperando unas palabras tras dar todo el informe.
—Buen trabajo, Sr. Scott. No le molestaré más. Seguro que desea volver con la nave alienígena —dijo Kirk finalmente.
El jefe de ingenieros salió del puente apresuradamente con un brillo infantil en los ojos. No era difícil imaginárselo con nueve años, desmontando sus juguetes y viendo que secretos escondían. El capitán se sentó en el sillón de mando. El joven piloto continuaba inconsciente en la enfermería. Seguía en coma pese a los esfuerzos del doctor. Spock tampoco había conseguido nada intentando descifrar los símbolos de la sala de la cúpula que aparecían en las grabaciones de Chekov. Kirk resopló de impotencia, seguían parados en medio de no se sabe dónde y sin poder hacer nada, únicamente esperar. Se sentía como un animal enjaulado, pero la puerta de la jaula pronto se iba a abrir con consecuencias imprevisibles para los tripulantes del Enterprise. El encargado de abrir esa puerta fue el teniente Sulu.
—
Capitán, una nave acaba de salir del hiperespacio frente a nosotros.
—¡En pantalla! —ordenó Kirk, levantándose del sillón como un muñeco de resorte.
La imagen que apareció fue la de una destartalada nave de forma circular. El casco parecía estar construido con retales de metal remachados entre sí. Estaba llena de arañazos, abolladuras y marcas de disparos. A estribor se distinguía una pequeña cabina que recordaba a la de un bombardero de la Segunda Guerra Mundial. En la parte superior e inferior de la nave había dos baterías de cañones de rayos. Pero sin duda, lo que llamaba más la atención del extraño vehículo espacial era una antena parabólica que sobresalía en la parte superior izquierda.
—¡Menudo pedazo de chatarra! —exclamó Sulu sin querer.
—Una chatarra que puede viajar por el hiperespacio, Sr. Sulu —recordó el capitán al prejuicioso piloto—. Sr. Chekov, conecte los escudos. No me fío de esa nave, puede que sea la que atacó a la anterior y la haya seguido hasta nosotros.
—Escudos conectados —dijo el joven alférez tras pulsar unos botones de su consola.
—Teniente Uhura, abra un canal de comunicación en todas las frecuencias.
—Canales abiertos, capitán.
Kirk se colocó firme en medio del puente, y con expresión solemne dijo unas palabras protocolarias.
—Aquí el capitán James T. Kirk, de la nave estelar Enterprise, de la Federación Unida de Planetas. Hemos venido en misión de paz y desearíamos comunicarnos con ustedes.
Se hizo el silencio esperando una respuesta. En el exterior, las dos astronaves se miraban de frente, como si estuvieran midiendo sus fuerzas antes del combate. Durante un minuto, que se hizo eterno, no ocurrió nada, ninguna contestación al mensaje del capitán. Ya se disponía a repetirlo cuando una voz grave y varonil sonó por los altavoces.
—¿Quién ha dicho que era?
Kirk miró hacia Uhura. Ésta, leyendo sus intenciones, le informó de la situación.
—Sólo nos llega señal de audio.
El capitán respondió a la pregunta de la otra nave.
—James T. Kirk, capitán del U.S.S. Enterprise, de la Federación Unida de Planetas...
—Es la primera vez que oigo hablar de una Federación Unida de Planetas —le interrumpió la voz—, y eso que he viajado por toda la galaxia. ¿Dónde se encuentra?
—Un poco lejos —contestó Kirk enigmáticamente.
—Ya te dije que esa nave no era imperial —sonó la voz con un volumen menor, como si estuviera hablando con otra persona.
—No estoy yo muy segura —respondió a lo lejos una voz femenina con tono de sospecha.
—Conozco todos los modelos de nave imperial, preciosa. Estoy seguro de que se trata de una nave civil. ¿No lo ves?, es demasiado delicada para ser una nave de guerra —continuó la voz masculina.
—Puede tratarse de un prototipo —objetó la voz de mujer.
Un sonido gutural, como un rugido extraño, sonó débilmente a través de los altavoces.
—¡Oh, vamos!, ¿tú también? ¿Es que nadie confía en mí?
Desde el puente del Enterprise la tripulación escuchaba la conversación con una mezcla de curiosidad y buen humor. El capitán tuvo que intervenir.
—¡Perdonen!, si se van a poner a discutir sobre quiénes somos o quiénes no, les sugeriría que, al menos, cerraran el micrófono para que no les escucháramos.
—Disculpe, capitán, no me había dado cuenta —contestó la voz—. Vivimos tiempos peligrosos y no podemos fiarnos de nadie.
—Una buena disculpa sería presentarse como es debido.
—Por supuesto. Me llamo Han Solo, y soy el capitán del Halcón Milenario.
—Muchas gracias, capitán. ¿Qué les ha traído hasta aquí?
—Hemos recibido una señal de auxilio de un amigo nuestro. Las coordenadas que nos indicaba se corresponden con este lugar, quizá se hayan cruzado con él.
«Así que el piloto que encontramos envió un mensaje de socorro antes de que lo recogiéramos», pensó Kirk. —Su amigo se encuentra a bordo de nuestra nave —respondió.
—¡Fabuloso! ¿Podríamos hablar con él? —dijo Han con alegría.
—Me temo que eso no va a ser posible, capitán Solo. Su amigo está en nuestra enfermería en coma. Lo encontramos a la deriva en su nave en un estado crítico. Si no llegamos a intervenir a tiempo, su amigo a estas horas estaría muerto.
La reacción de Han tardó unos segundos en llegar.
—¿Podríamos visitarlo? —preguntó con preocupación.
—Por supuesto —contestó Kirk con hospitalidad—. ¿Su nave tiene amarre magnético?
—Sí.
—Adhiéranla a nuestro casco y les transportaremos a bordo.
El Halcón Milenario se había pegado como una lapa a la parte inferior del disco del Enterprise. En la sala del transportador los oficiales principales se disponían a recibir a la tripulación de la extraña astronave. Esperaban que les pudieran informar acerca del lugar en el que se encontraban, en el mejor de los casos quizá supieran algo del transportador espacio-dimensional.
—Energía —ordenó Kirk al operador de sala.
El técnico deslizó los controles hacia abajo y al instante comenzaron a materializarse tres figuras en la zona habilitada al respecto. Cuando el proceso terminó aparecieron ante ellos un hombre, una muchacha y una especie de hombre lobo de más de dos metros de alto. El capitán se disponía a darles la bienvenida cuando advirtió que sus tres invitados no se comportaban con normalidad. El hombre se restregó los ojos y miró con cara de asombro a Kirk y sus oficiales.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estamos? ¿Cómo hemos llegado aquí? —dijo con tono desorientado.
El capitán vio a la joven girar la cabeza en todas direcciones. Scott se fijó en el imponente coloso peludo que gruñía con estupefacción.
—¡Cielo Santo! — murmuró mirándolo de arriba abajo.
Spock, McCoy y el operador del transportador observaban la escena con extrañeza. Finalmente, Kirk cayó en la cuenta de que reaccionaban así porque no conocían el teletransporte. Quién iba a pensar que unas personas capaces de viajar por el hiperespacio desconocieran una tecnología tan habitual para ellos.
—Tranquilícense, no pasa nada. Se encuentran en el U.S.S. Enterprise. Soy el capitán Kirk, han sido teletransportados a bordo.
—¿Teletransportados? ¿Es eso posible? —dijo la muchacha con incredulidad.
El capitán la cogió de la mano y con la más encantadora de sus sonrisas la ayudó a bajar los escalones de la milagrosa máquina.
—No se preocupen, para nosotros es un proceso rutinario. No era nuestra intención incomodarlos. Puede que sientan un ligero mareo, es normal la primera vez.
La criatura peluda pareció tranquilizarse y bajo de un salto los escalones. El hombre levantó la mano derecha como si fuera a decir algo, pero no dijo nada.
—Usted debe de ser el capitán Solo —intervino Kirk, ofreciéndole la mano en señal de amistad.
—Sí —contestó Han, estrechándosela tras salir del transportador.
—Sean bienvenidos los tres al U.S.S. Enterprise. Les presento a Spock, mi primer oficial,
Montgomery Scott, el ingeniero jefe, y Leonard McCoy, nuestro médico de a bordo.
Los tres oficiales saludaron a los recién llegados con una ligera inclinación de cabeza.
—Mucho gusto —dijo Han haciendo lo propio, ya recuperado de la sorpresa—. Ella es la princesa Leia Organa, y él es Chewbacca, mi primer oficial.
Kirk tomó la mano de la princesa con galantería y se la besó.
—Es un honor, alteza —dijo con un brillo pícaro en los ojos.
Leia le correspondió con una sonrisa. Han les miró con un gesto hosco mal disimulado y no tardó en intervenir.
—Bueno, ¿dónde está Luke? —preguntó con impaciencia.
—¿Su amigo? Si tienen la bondad de acompañarnos les llevaremos a la enfermería —sugirió el capitán.
Mientras caminaban por el pasillo hacia el turboascensor, Spock se fijó en los tres tripulantes del Halcón Milenario. La princesa Leia era una hermosa dama de unos veinte años, su vestimenta no se correspondía con el título que supuestamente poseía. Llevaba una chaqueta de piel sintética marrón, unas botas a juego y unos pantalones ajustados de color negro. Su larga cabellera castaña le caía por detrás de los hombros. Chewbacca no mediría menos de dos metros y veinte centímetros. Su cuerpo estaba completamente cubierto de un pelaje pardo y sus rasgos eran una mezcla de cánido y simio. Sus ojos azules brillaban con inteligencia y la única prenda que llevaba era una bandolera. El capitán Solo parecía sacado de una historia del Lejano Oeste. Llevaba una camisa clara, un chaleco oscuro con bolsillos, una pistolera y botas. Sólo le faltaba el sombrero y las espuelas para completar el conjunto. Spock calculó que rondaría la treintena de años. Evidentemente, ninguno de ellos parecía tener nada que ver con el transportador espacio-dimensional. En ese momento Han cayó en la cuenta de que le faltaba algo.
—¡Eh!, ¿dónde está mi pistola láser? —exclamó enfadado.
—¿Su pistola láser? —respondió el capitán—.
Está en su nave, una de nuestras medidas de seguridad consiste en filtrar durante el transporte las armas no autorizadas.
La princesa puso su mano sobre el hombro de Han, y éste pareció calmarse.
—Le aseguro, capitán Kirk, que no suponemos ninguna amenaza para usted o su tripulación —dijo la muchacha con voz firme—. El capitán Solo se siente desnudo sin su arma. Habérsela quitado sin ninguna razón es para él una afrenta.
Sus profundos ojos oscuros se clavaron en los de Kirk. En su mirada el capitán del Enterprise sintió la nobleza de una reina y el coraje de una guerrera.
—Está bien. Haré que transporten su arma, no se preocupe —contestó con una sonrisa para quitarle hierro al asunto.
Leia asintió con la cabeza y le devolvió la sonrisa. McCoy, Han, Chewbacca y la princesa subieron al turboascensor para dirigirse a la enfermería. Kirk, Spock y Scott regresaron a la sala del transportador.
—Jim —dijo el oficial vulcaniano con una inusual informalidad—, no le parece arriesgado retornarle su arma al tal capitán Solo. No sabemos nada de ellos, quizá sean criminales.
—Spock, no sabría como explicárselo. Es como un presentimiento. En los ojos de esa mujer me pareció ver la razón que nos ha traído hasta aquí. Podemos confiar plenamente en ella y sus compañeros.
—Los presentimientos carecen de lógica. No se puede tomar una decisión basándose en ellos.
—Desde luego, es una mujer muy atractiva, señor —intervino Scott.
—Es mucho más que eso, Scott —respondió serio Kirk.
Spock levantó su ceja derecha con resignación, estaba acostumbrado a las debilidades humanas de su capitán.
Cuando Kirk y Spock llegaron a la enfermería encontraron a los tres invitados junto a la camilla de su amigo. Leia, le sujetaba la mano con ternura maternal y, cuando los vio entrar en la sala, le dio un cariñoso beso en la frente antes de dirigirse hacia los dos oficiales. Con una voz dulce, muy diferente a la de la escena que había ocurrido hacía unos minutos, les habló.
—Muchas gracias por atender al comandante Skywalker. El doctor nos ha explicado en que situación lo encontraron y lo que han hecho para salvar su vida. Disculpe mi actitud brusca de antes, son tiempos difíciles para nosotros. Les estaremos eternamente agradecidos.
—Hicimos lo que hubiera hecho cualquiera en nuestra situación, alteza —respondió el capitán con modestia.
—No todos hubieran hecho por Luke los que han hecho ustedes —intervino Han de forma seca.
Kirk le dio la pistola láser, y el capitán del Halcón Milenario la cogió y se la enfundó rápidamente sin dar las gracias.
—Por cierto, ¿dónde está ese cubo de tuercas de R2? Fue él quien nos indicó estas coordenadas para rescatar a Luke.
—¿Cubo de tuercas? —se preguntaron Kirk y Spock al unísono, mirando a Han extrañados.
R2-D2 era el número de serie del androide astromecánico de Luke Skywalker. Era un pequeño y funcional robot, originalmente creado para reparar astronaves en el vacío espacial; pero para el joven piloto se había convertido en su compañero inseparable. Por los datos que les había dado Han Solo, Kirk y Spock imaginaron que su relación era similar a la que existe entre un hombre y su perro. R2 era ese fiel amigo que nunca te fallaría y que daría gustoso su vida por la tuya si fuera necesario; pero con tres patas en lugar de cuatro. El androide se encontraba junto a las cajas de suministros que Scott había sacado del compartimento de carga. Cuando vio aparecer en el hangar a Han, Leia y Chewbacca, una luz roja se encendió en su cabeza semiesférica y comenzó a emitir una serie de silbidos y pitidos. Scott, que estaba mirando un panel de la nave de Luke, se sorprendió al ver pasar detrás de él lo que había pensado que era una caja de herramientas automatizada. R2 se paró al llegar a la altura de la princesa, había permanecido quieto y callado desde que entró en el Enterprise. No tenía datos sobre el lugar donde se encontraba, y el equipo de ingenieros de Scott llevaba unos uniformes desconocidos para él, por eso había decidido no llamar la atención. Sólo cuando percibió la presencia de Leia y sus compañeros, tuvo la certeza de que se encontraba entre aliados y salió de su letargo. Scott se agachó para pasar por debajo de una de las alas de la nave y se acercó a los recién llegados siguiendo la estela del pequeño androide.
—Vaya, parece que el Ala-X de Luke ha aguantado lo suyo —dijo Han al ver los desperfectos de la nave de su amigo.
—Creemos que fue atacado —contestó Scott, mirando de reojo al pequeño androide astromecánico que daba vueltas alrededor del grupo.
Han caminó hacia el Ala-X y vio las marcas de disparos que había en su casco.
—El calibre es el característico de los cazas imperiales. Luke debió de tener un desagradable encuentro con algunos. La nave quedó seriamente dañada, especialmente el cierre de la cabina y el hipermotor —Han señaló ambos con el dedo—. Lograría saltar al hiperespacio, pero al poco tiempo el hipermotor se recalentó y estalló. Perdiendo soporte vital y atrapado en el hiperespacio, debió de provocarse el trance para resistir. De alguna manera la nave salió del hiperespacio, y es entonces cuando ustedes la encontraron —el piloto corelliano se rascó el mentón pensativo—. Lo que no entiendo es esto último: sin hiperimpulsor es imposible salir del hiperespacio.
Spock y Scott escucharon en silencio todo el análisis del capitán Solo. Ambos llegaron a la misma conclusión: quizá la distorsión subespacial provocada por el remolino fue la causante de que la nave del comandante Skywalker emergiera del hiperespacio cerca del Enterprise. Pero no dijeron nada, no era recomendable en las extrañas circunstancias en las que se encontraban revelar su verdadera procedencia. Tampoco lo habían hecho ellos.
—¿Cazas imperiales? —preguntó Kirk con curiosidad—. Es la segunda vez que les oigo hablar de naves imperiales con recelo. ¿Son ustedes proscritos de algún Imperio?
—¡Ja, ja, ja! —rió Han al escuchar al capitán—. ¿De dónde han salido ustedes? No me diga que no conocen el Imperio Galáctico.
—Venimos de muy lejos. ¿Deberíamos conocerlo?
—insistió Kirk con interés.
—insistió Kirk con interés.
La princesa Leia miró con extrañeza al capitán.
—Somos miembros de la Alianza Rebelde, creí que lo sabían —dijo con seriedad—. ¿Quiénes son ustedes realmente? ¿De dónde vienen? Su teletransporte, esos uniformes de colores que llevan, esta nave tan extraña...
Una fuerte explosión sacudió el hangar, dejando a Leia sin terminar su razonamiento. La alerta roja sonó por todo el Enterprise. La voz de Sulu vibró por los altavoces.
—¡Que todo el personal acuda a sus puestos! ¡Capitán!, le necesitamos en el puente. Una nave gigantesca ha salido del hiperespacio y ha abierto fuego sobre nosotros por sorpresa.
—¡Aquí tiene el Imperio que buscaba! —exclamó Leia con tono desafiante.
Kirk comprendió al instante que, sin quererlo, acababan de involucrarse en un conflicto galáctico.
Próximo capítulo: Duelo de titanes
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