Green Lantern nº 19

Titulo: La bendición de un hombre sin miedo (I): el ansía de volar
Autor: Gabriel Romero
Portada: Edgar Rocha
Publicado en: Julio 2010

¿Quién fue realmente Hal Jordan? ¿Qué significó para aquéllos que compartieron sus aventuras, sus batallas, sus risas de juventud? ¿Y luego también sus fracasos, su amargura, su traición…?
Descúbrelo en la mejor historia sobre el origen de Hal Jordan: “La bendición de un hombre sin miedo”.
Nacido sin miedo y honrado a carta cabal. Dos requisitos indispensables para convertirse en el mayor defensor
de la verdad y la justicia por todo el Universo. Para vestir los colores y el anillo de poder de…

Hal Jordan creado por John Broome y Gil Kane
Oliver Queen creado por Mort Weisinger y George Papp
Mia Dearden creada por Kevin Smith y Phil Hester

Que no os engañen en las películas y en los comics: vigilar un domicilio es una auténtica mierda.
Pasas toda la maldita noche subido a un tejado, con un micrófono direccional y un detector de movimiento, esperando a que el amigo O´Malley se decida a poner en marcha su negocio de pornografía infantil y al fin podamos trincarle. El resultado merece la pena, desde luego, lo malo es que a cambio tienes que pasar horas y horas bajo la lluvia, con la mirada fija en la maldita ventana oscura y rezando por que de una vez se encienda.

Pero no lo hace.

Yo no sé cómo Bruce (1) tiene la paciencia de dedicarse a esto todas las noches. Día tras día, año tras año, subido a un millón de tejados del mundo, aterrorizando a un millón de criminales diferentes. Una maldita vida edificada en torno a la necesidad de que haya justicia. No de que exista la ley. No de que los criminales vayan a la cárcel. No. La necesidad de que alguien equilibre la balanza y le parta la cara a gentuza como el Joker.

Yo no soy así. Por suerte.

Yo hago esto por propia decisión, no porque mataron a mis padres cuando era niño y me quedó un vacío moral que necesito llenar de sentido. Yo hago esto porque estoy al otro lado, porque soy un tipo de la calle tanto como ellos mismos, y sé a ciencia cierta que gente como nosotros hace falta. Y si no existiéramos, sin duda habría que inventarnos.
Mi nombre es Oliver Queen, aunque en muchos lugares se me conoce como Flecha Verde. No soy el mejor arquero del mundo, ni el más grande superhéroe de la Historia. Sólo soy un hombre con un antifaz y unas flechas trucadas que intenta limpiar un poco su ciudad. Combato a supervillanos, mafiosos y políticos corruptos, mantengo con mi fortuna la mayoría de obras sociales del Ayuntamiento (2), colaboro como voluntario en el Centro de la Juventud, y de paso doy charlas sobre ética en la Atalaya de la JLA. Un verdadero trabajo a tiempo completo.

Barry Allen (3) dijo una vez que Hal era la luz que alumbraba a toda la Liga de la Justicia, pero yo era su faro moral.

Una frase un poco pretenciosa, en realidad. Como os digo, no me considero nadie tan maravilloso. No soy un icono, como puede serlo Superman, ni la personificación del miedo a la justicia. Sólo soy un tipo corriente haciendo el trabajo más valioso del mundo. Y si para atrapar a un sucio pederasta hay que permanecer bajo la lluvia hasta coger una neumonía… bueno, pues tendremos que hacerlo.

– ¿Falta mucho, Ollie?

Maldita cría del infierno.

– ¡Y yo qué demonios sé! ¡No quites los ojos de esa ventana y serás la primera en saberlo!

La niña caprichosa que me acompaña es ahora mi socia, igual que una vez fue Roy Harper, pero con maquillaje y menstruaciones. Su nombre es Mia Dearden, la segunda Speedy, y hace tiempo que la he tomado como mi protegida. Mia es un producto de Star City, de su cara más turbia y la más dependiente de mí. Una prueba de cuánto hace falta impartir justicia, y de lo que estuvo pasando en mi ciudad mientras yo me iba a Seattle. Una niña maltratada y violada en su casa, y que cuando quiso huir acabo metida en la prostitución y la droga. Y ahora es Speedy, y mi hija.

– ¿Sabes una cosa, Queen? A veces eres bastante desagradable.

Y no suelo decírselo, pero realmente admiro su tenacidad, su valor para salir de una vida que yo sólo conozco desde fuera, y su empeño por convertirse en heroína y que otras puedan escapar del mismo modo. Por eso desde que la tengo a mi lado hacemos más hincapié en combatir estas redes.

– Sí, es lo que me pasa cuando tengo calada hasta la ropa interior.

Porque no quiero que haya más Mias Dearden, y sí muchos más Speedys.

– ¿Puedo preguntarte algo, jefe?
– Supongo que no tengo nada mejor que hacer.
– ¿Quién era Hal Jordan?
Y un escalofrío me recorre la espalda. Podía esperarme muchas cosas, pero nunca eso.
– ¿Por qué?
– He visto su dossier en los archivos de la Liga de la Justicia, pero Roy dice que tienes que explicármelo tú. Que nadie conoció a Jordan como su compañero Flecha Verde.

Respiro hondo. Es una maldita verdad, aunque no quiera admitirlo. ¿Por qué tuviste que decirle nada, Harper?

Los recuerdos duelen, sobre todo los de la última época. Prefiero quedarme con los tiempos antiguos, cuando él y yo éramos dos tontos superhéroes inocentes, y el universo nuestro patio de juegos. Antes de que Hal reconstruyera el Cosmos con el poder de los Guardianes (4), antes de que Dinah fuera violada en Seattle (5), y Lex Luthor se riera de la Democracia y hubiera que pararlo por la fuerza (6). Cuando aún había una ética en todo esto.

– No es el momento, Speedy.
– Oh, venga, ni tú ni yo vamos a ir a ningún sitio hasta que esos maníacos abran el negocio. ¿Qué daño puede hacerte, Ollie? Sé que hubo rachas malas, pero también las hubo muy buenas. ¿O no?
– Umm… Sí. Sí, desde luego.
– Pues entonces cuéntamelo, viejo. Ya es hora de que lo saques todo y te descargues.
– Te odio, niña.


Hal Jordan era un buen tipo. Ésa es la moraleja que quiero que saques al final. Era un tipo excepcionalmente bueno. Un hombre de la calle al que dieron el arma más poderosa de toda la Creación, y que intentó usarla con la mayor honradez posible.

Él fue el comienzo de un nuevo tipo de héroe. Superman, Batman y Wonder Woman son más que eso, son iconos y modelos de conducta, pero luego estábamos muchos otros que no éramos más que personas corrientes intentando mejorar el mundo en que vivimos. Hal, Barry, Dinah y yo… Ralph y Sue Dibny… Ronnie, Jeff… incluso Zatanna, a pesar de su herencia (7). Y todo eso nos los enseñó Hal. ¿Sabes lo que hacía al terminar las reuniones de la JLA? Nos invitaba a todos a unas cervezas en Coast City, y no aceptaba un no por respuesta.

Por supuesto, la Gran Trinidad de los Superhéroes nunca venía, así que Barry y yo nos bebíamos su parte a medias. Puedes imaginarte que nunca les insistíamos mucho.

Pero será mejor empezar por el principio.

Hal era el segundo hijo de tres del afamado piloto Martin Jordan. Creció siempre en bases militares por todo el mundo, y heredó la inmensa necesidad de volar de su padre. El viejo Martin y su compañero As Morgan (sí, el de los Retadores de lo Desconocido) formaban parte de uno de los más exclusivos comandos de cazas de guerra de la Historia, uno tan secreto que tal vez sólo el Pentágono conozca su nombre. Y eran buenos. Lucharon en todas las guerras, defendieron este país en cualquier lugar a donde les llevaran sus aviones, y siempre volvieron triunfantes. Pero además, el viejo era un padre fantástico, sobre todo con el pequeño Hal, que enseguida demostró querer seguir sus pasos en las Fuerzas Aéreas. Creo que me explicó como un millón de veces la primera vez que montó en un avión. Su estómago se pasó los tres días siguientes vomitando, pero su cabeza ya estaba en las nubes, para siempre.

Hal contaba que sólo podía pensar en el aire, que en tierra era un halcón enjaulado.

Como es lógico, esos tiempos tan felices tenían que acabarse, o es posible que nunca le hubiera conocido.
Martin fue derribado en algún lugar impreciso de Oriente, y a As Morgan lo capturaron y emplearon como rehén para coaccionar al Gobierno. Varios equipos de Operaciones Especiales intentaron liberarlo, como los Blackhawks o el Escuadrón Suicida, pero no pudo hacerse nada hasta que él mismo forzó las defensas y escapó a la jungla. Un mes después había regresado a América por sus propios medios.

Ellos sí que son héroes, Mia, ellos sí que son superhombres, y no necesitan doblar barras de hierro o cambiar el curso de los ríos.

Hal nunca olvidó el día en que Morgan se presentó en su casa. El modo en que habló de lo sucedido con lágrimas en los ojos. Él había visto caer el avión del viejo Martin, y temblaba al reconocer que no había podido hallar los restos. Se sentía inútil, impotente, como un niño que tenía que dar cuenta de sus actos.
Y la pobre Jessica quedó destrozada sin remedio. Ella nunca había perdido la esperanza en que su marido volviera a casa algún día, y cada noche dejaba encendida la luz de la cocina, “para que pudiera entrar sin hacerse daño”. Y cada mañana la apagaba hasta la noche siguiente. Pero el día en que apareció As Morgan, aquella esperanza fue asesinada por completo. Él lo había visto caer. Ya no había duda posible.

Hal contaba que su madre reunió a los tres hermanos en el salón, y les dijo una única frase:

– Vuestro padre no va a volver, porque ahora es mucho más que un piloto de las Fuerzas Aéreas: ahora es un ángel, y su espíritu estará siempre con nosotros.

Sus ojos estaban hinchados, su cara rota de dolor… y esa noche apagó todas las luces al acostarse. Supongo… que su alma también se apagó del mismo modo.

Aquella tragedia acabó con todos ellos.

Su madre se volvió oscura e insensible, jamás reía, y aun así luchó hasta el infinito para sacar adelante a sus hijos. Era fuerte como nadie, aunque por dentro nunca más volviera a vivir.

El hermano mayor, Jack, era adolescente cuando supo del destino de su padre, e inconscientemente culpó a las Fuerzas Aéreas. Siempre dijo que era injusto poner en peligro tu vida cuando hay una familia esperándote en casa. Y supongo que tenía su parte de razón. Jessica siguió viendo a As Morgan con relativa frecuencia, pero Jack nunca volvió a dirigirle la palabra. De algún modo le responsabilizó de que su padre perdiera la vida.

El pequeño, Jimmy, era demasiado niño para enterarse de nada. Sólo vio deshacerse su familia, y comprendió que la felicidad había muerto para ellos. Ni siquiera conservó suficientes recuerdos de aquella época luminosa, y su vida se volvió gris para siempre.

El que lo tuvo más claro fue Hal. Él quería seguir el camino del viejo Martin, sin dudarlo. Quería volar, necesitaba volar. Quería defender la libertad y la democracia tal como le habían enseñado.

Pero claro, eso le supuso enfrentarse a todos.

Su madre le prohibió alistarse, su hermano le gritó las mayores obscenidades, y As Morgan le ordenó que se quedara en casa cuidando a la familia. Pero Hal era un maldito estúpido, y cuando se le metía algo en la cabeza, estabas jodido. De modo que se fugó de casa y se unió a las Fuerzas Aéreas con un nombre falso.
Verás, eso… quizá tenga que explicártelo mejor. No es que no quisiera a su madre y sus hermanos, pero tenía que demostrar algo, tenía que probarle al mundo… que existe la justicia. Cuando murió su padre, la pobre Jessica les llenó la cabeza de un millón de ideas estúpidas nacidas del dolor. Cosas del tipo de “no hay bondad en el Universo”, o “siempre se mueren los mejores”, o “no hay por qué ser fiel a nada, porque al final todos nos morimos sin remedio”.

Y Hal se había hecho otra idea sobre la muerte. Él pensaba que su padre había muerto por un ideal, por la defensa de la democracia en un lugar donde no la conocen, y eso, sin duda, lo convertía en un héroe. Por eso necesitaba que hubiera justicia. Porque si la que tenía razón era su madre, y no existía una escala de valores supremos en el mundo, entonces Martin y los suyos habían caído como unos idiotas. Como soñadores que creen que luchan por algo, y en realidad están vacíos.

Hal fue un brillante piloto de cazas, un temerario, siempre llevándose a sí mismo y a los aviones al límite más duro que pudieras concebir. Aprendió del mismo Morgan, que le enseñó todo cuanto sabía, aunque a regañadientes, y él se empapó de aquel hombre con la ilusión de quien sabe que está viviendo su destino. Participó en muchas misiones por todo el globo, e hizo honor a la misma bandera que había convertido a su padre en leyenda.

Primero fue el soldado Gil Broome, pero luego finalmente usó su auténtico nombre, y el Congreso premió al Capitán Harold Jordan con una Medalla al Valor. Aunque a cambio rompiera con su familia.

Jack nunca se lo perdonó, y dejaron de hablarse. Su madre se mudó de Coast City con el pequeño Jimmy, aunque siguió tomando café con As Morgan. Y de vez en cuando le preguntaba por Hal.

La tragedia les había separado de modo definitivo. Eso, y un destino tan fuerte que ninguno podría librarse de él.



Entonces llegó el segundo momento clave en su vida.

Era de madrugada, sobre la franja neutral de las dos Coreas. El escuadrón de cazas tenía por misión localizar con infrarrojos las minas antipersona enterradas allí por comunistas, y enviar las imágenes para ser utilizadas como pruebas ante la ONU. Por desgracia, les estaban esperando. Morgan recibió unos cuantos tiros en un ala, pero pudo seguir volando sin más dificultades. Hal cayó como una piedra. Un misil le había destrozado la cola, y no hay que ser un piloto de las Fuerzas Aéreas para darse cuenta de que no le quedaba mucho tiempo. Tiró de la palanca, y se dejó caer en paracaídas sobre territorio enemigo.

Cualquiera de nosotros se habría cagado encima sólo de pensarlo, pero Hal estaba tranquilo como en la cocina de su casa. Era un tipo especial, puedes jurarlo. Era lo que los Guardianes llamaban “un hombre nacido sin miedo”. No sé qué significa exactamente, una especie de sub–raza de los hombres que no pueden sentir miedo alguno por mucho que les hagas. Y puedo asegurarte que Hal vio muchas cosas terribles en su vida, y a todas respondió de forma digna.

De modo que saltar sobre Corea con sólo un paracaídas y su pistola reglamentaria debió ser poco más que un juego de niños para él.

Dejó que el viento se lo llevara lejos de la zona de ataque, protegido por la oscuridad y su reducido tamaño. Debía moverse deprisa. Su avión se estrelló en medio de las patrullas fronterizas, pero los focos le habían visto saltar, de modo que no tardarían mucho en seguirle. Bajó, bajó, deslizándose entre las corrientes de aire como un pájaro, buscando a ciegas un lugar seguro en el que aterrizar.

Tocó el suelo, e inmediatamente recogió el paracaídas e intentó ocultarse. Pero no le dieron tiempo. Algo surgió de la nada y empezó a golpearle, un profesional que sabía dónde hacer daño. Patadas, puños, codos, alguna rodilla en su boca, y dientes hundidos en su carne. Sangraba. No podía ver a su enemigo, y estaba indefenso. Automáticamente desenfundó su arma, y su cerebro buscaba un solo blanco útil en el que abrir fuego. Al fin y al cabo, ése era su entrenamiento.

Pelearon largo tiempo, forcejearon, hundiéndose cada vez más en un charco de barro y su propia sangre. Hasta que Hal hizo lo único que realmente podía: apoyó la boca del arma en la frente de su enemigo, y disparó.

Todo ocurrió muy deprisa. Tanto, que ni siquiera lo había hecho por su propia voluntad. Sólo fue el maldito entrenamiento de un soldado, que les enseña a matar gente antes que a hacerles preguntas. El Capitán Jordan era un soldado en territorio enemigo, y no actuó por miedo, sino por instinto.

Cuando revisó la escena con su linterna, empezó a darse cuenta de lo que había hecho. Estaban en el fondo de una trinchera llena de lodo, una trinchera vieja de la Guerra de Corea. Los sesos de aquel pobre infeliz se habían esparcido por todos sitios. Miró hacia él, y no vio mucho glamour en sus acciones. Era un Sargento del Ejército Norcoreano, un tipo mayor con el uniforme raído, al que debieron olvidar muchos años antes en esa trinchera enlodada. Era un pobre diablo sin culpa, que estaba en el lugar equivocado en el momento erróneo, y por eso murió. No quedaban galones en su ropa, ni documentación que explicara quién era, ni dinero en sus bolsillos. Sólo era un desgraciado, una reliquia de antiguas batallas, que actuó defendiendo su pequeño trozo de tierra porque le habían encargado hacerlo, veinte años antes.

¿Entiendes por qué odio las guerras?

Son gente que no se conoce de nada, y que sin embargo tiene que matarse de un modo… furioso, porque deben honrar a un país y una bandera que no se acordarán de ello jamás. O que en el mejor de los casos le entregarán una medalla a su viuda a cambio del sacrificio de toda una vida. Yo odio las medallas, Mia, porque son como una burla a la gente honrada de este país. Yo también me considero un buen patriota, y estoy orgulloso de ser americano, pero no estoy dispuesto a morir por mi país en ninguna sucia trinchera abandonada. Por mi país trabajaré toda la vida y pagaré mis impuestos, y colaboraré en obras sociales, y criaré a mis hijos para que se conviertan en hombres de provecho que trabajen toda su vida y paguen sus impuestos. Pero no entiendo qué bien puedo hacer a nadie matando a otros patriotas que sólo obedecen órdenes, como yo. O muriendo a sus manos. Por eso odio los ejércitos.

Seguro que no sabes que, después de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados prohibieron que Alemania y Japón tuvieran su propio ejército, porque pensaban que así nunca más serían una amenaza. El caso es que de pronto los dos países tuvieron un montón de dinero extra que hubieran dedicado a rearmarse, y ahora son las dos potencias económicas más poderosas del mundo. ¿Comprendes?

Vale, vale, me he ido de la historia.

Resulta que Hal había asesinado a un hombre, y no entendía por qué. Era un tipo al que no conocía absolutamente de nada, y no tenía nada en su contra. De hecho le parecía incluso una buena persona, o al menos un pobre diablo sin maldad, como él mismo.

Y entendió que realmente habría dado lo mismo quién de los dos muriera en ese maldito lodazal, porque a nadie le importaba en absoluto. Las imágenes de las minas ya habían sido enviadas, así que daba igual que volvieran uno, dos, todos o ninguno. El Ejército tiene medallas de sobra para muchas viudas.

Observó el cadáver largo tiempo, nunca supo decirme cuánto, y llegó a una terrible conclusión: no había ninguna justicia en lo que estaba haciendo.

Le rescató un helicóptero dos horas después, y cuentan que repetía lo mismo todo el rato, en un perfecto coreano:

“No soy tu enemigo. La guerra ya terminó. No soy tu enemigo. La guerra ya terminó…”

Ése fue el último día de Hal Jordan en las Fuerzas Aéreas.


No pudo seguir, no podría volver a pasar por aquello.

Y no lo dejó por miedo a la muerte, ni a sufrir solo en algún rincón perdido como su padre, o como el sargento norcoreano. Lo dejó por miedo a su propio poder. Porque ahora sabía de lo que era capaz, y no le encontraba sentido.

Pero su regreso a América no le fue mucho más fácil.

Su madre había muerto. El pequeño Jimmy contó que había empezado a toser el mismo día en que Hal se alistó en el Ejército, y murió cuando supo que lo habían derribado. Ya sabes cómo son esas cosas, las noticias llegan mal desde Corea, y peor aún si se trata de un comando secreto del Gobierno. Tardó días en saberse que lo habían rescatado, y el maldito cáncer es mucho más rápido que los faxes y los telegramas desde Oriente. Jessica Jordan falleció rodeada de dos de sus tres hijos, y angustiada por la sensación de que se había repetido lo mismo que le pasó al viejo Martin. Y que era culpa suya.
Hal quedó destrozado. Lo había perdido todo en la vida, y sólo por la maldita necesidad de justicia, y de aventura. Por querer volar más que cualquier otra cosa. Había perdido a sus padres de una forma injusta, y ahora sus hermanos no le hablaban.

Jack le culpaba de la enfermedad de su madre, del mismo modo que había hecho antes con As Morgan, y enfocó su rabia en el Derecho Penal hasta convertirse en Fiscal del Distrito de Coast City. Supongo que era su propia forma de buscar justicia en el mundo, sin aviones ni soldados al mando. Sólo un hombre honrado, y una necesidad de encontrarle sentido a todo, pero sin el ansia enfermiza y terrible que legó Martin Jordan a su hijo mediano.

Por su parte, Jim era un correcto agente de seguros. A él no le interesaban ni la aventura ni la justicia, sólo quería disfrutar de una vida tranquila, como la que no pudo tener en su casa por culpa de la violencia. Se casó con la bella reportera Susan Williams, y tuvieron dos hijos. Y fueron felices, al margen de todos los demás que conforman esta historia.


 En esa época, Hal se convirtió en un vagabundo, en un sin patria. No tenía amigos, ni familia, ni un trabajo del que no le echaran al segundo día. Pasó hambre, pero más que nada sufrió de la ansiedad de estar toda la vida buscando algo, y no tener la más remota idea de qué era.

Una vez le dijo a Batman que ambos podrían haber sido la misma persona, si Hal hubiera tenido esa obsesión enfermiza y continua, y los medios para disfrazarse de murciélago y saltar por los tejados. Creo que la diferencia entre ellos radica en que Hal veía a su padre como un héroe, y Batman como una víctima. Eran la cara y la cruz de un mismo trauma infantil, distintas formas de asumirlo y hacerse un hombre. La luz y la sombra, como diría Barry. (Es que Barry siempre tenía esa clase de chistes malos. Humor de Central City, ¿qué le pides?)

El caso es que Hal mendigó un empleo al viejo Carl Ferris, el dueño de Aeronáuticas Ferris, que había conocido a su padre cuando ambos servían en las Fuerzas Aéreas, y creo que eso fue lo que salvó su vida. En Ferris encontró un amigo, un amor eterno y un reencuentro consigo mismo. Allí conoció al mecánico Tom Kalmaku, un bromista incorregible y un bonachón, que sería su confidente a lo largo de toda una vida. Y también se enamoró perdidamente y sin remedio, de la bellísima hija de Ferris, Carol, una mujer de enorme valía que siempre fue subestimada por todos, principalmente por el machista de su padre. Pero además, y por encima de cualquier otra cosa, pudo volver a montar en un avión. Sin dudas, sin la ansiedad de creer que iba a ser derribado en cualquier momento, y que tendría que luchar por su vida en un maldito lodazal de la Guerra de Corea. Los demonios personales son canallas, y los más difíciles de matar.
Se reconcilió consigo mismo y su vocación, y supo que aún le quedaban muchas cosas más por vivir, unas buenas y otras no tanto, pero que él era el único que podía vivirlas.

Y fue un buen piloto de pruebas, quizá un poco terco y temerario a veces, pero eso es porque su carácter era así, y nadie habría podido cambiarle. Pero era leal, y un buen amigo, y cuando acababa la jornada se llevaba siempre de juerga a todos sus compañeros, a todos, hasta que la madrugada los veía borrachos e inconscientes en algún bar de Coast City.

Creo que su favorito era el Kitty Hawk, un antro de muy mala fama propiedad de un antiguo piloto de combate con aún peor fama que su bar, al que puso nombre en honor del primer avión que crearon los hermanos Wright. Y que por su culpa ahora todos estaban malditos. Condenados por el ansia de volar más allá de las nubes.
Por aquel entonces Hal ya había logrado ser feliz, a su modo.


Y justo entonces le cayó un alienígena del cielo, y le entregó el arma más poderosa que se ha fabricado nunca en el Cosmos. Y su vida cambió para siempre.

 Me lo contó cada día a lo largo de diez años.

Era una tarde soleada, de ésas de la Costa Oeste cuando el sol te hace daño en los ojos. Él estaba practicando en el simulador, como siempre que no se dedicaba a llevar al límite algún nuevo prototipo del huraño de Ferris, o vomitaba en el baño de un sucio bar de carretera. De pronto le envolvió una luminosa energía esmeralda como no había visto jamás, una luz extraña y misteriosa que parecía palpitar ante sus ojos. Como si estuviera realmente viva, y respondiera a sus caóticas sensaciones. En ese instante se vio transportado en segundos a través del desierto de California, volando a una distancia y velocidad increíbles, hasta el lugar donde su dueño se había estrellado en mitad de la nada. Era una nave que claramente no pertenecía a ningún país de la Tierra, su diseño era tan extraño y sin embargo tan funcional que Hal quedó maravillado al instante.

Y en su interior había un extraterrestre moribundo.

Era un ser altísimo de piel roja y brillante, rota en mil sitios por heridas demasiado profundas. Sus ropas eran negras y esmeralda, de un tono fluctuante igual que la energía que emanaba, y que también había sufrido demasiado. No había duda alguna que ese individuo estaba a punto de fallecer, y sus últimos segundos los empleó en contarle a mi amigo los mayores secretos del Universo:

Hal Jordan de la Tierra, has sido convocado por el poder de la batería esmeralda, y eso significa que eres un mortal nacido sin miedo y honrado a carta cabal. Pero también que llevas toda tu vida buscando algo que nunca has hallado, y que ni siquiera entiendes lo que es. Buscas la justicia, la aventura, el poder de cambiar las cosas y hacer el Bien por todas las galaxias. Yo puedo darte eso, y mucho más. Mi nombre es Abin Sur, y soy el Green Lantern del Sector Espacial 2814. Represento la voluntad de los Guardianes del Universo, los seres vivos más antiguos e imparciales, que nos han elegido como su voz contra el Mal. Mis heridas son demasiado graves, humano, pero aquello que defiendo debe perdurar más allá de mi propia vida. Debo traspasar mi nombre y mis colores a alguien digno de semejante legado, y ése eres tú, Hal Jordan. Serás el nuevo Green Lantern 2814, uno más de los 3600 agentes repartidos por otros tantos Sectores Espaciales. Blandirás el anillo de poder esmeralda, que te otorga un poder infinito sólo dominado por tu propia voluntad. Defenderás el honor y la bondad en todos los planetas incluidos bajo tu protección. Serás la luz que sigan en las horas tenebrosas, el faro de su propia moralidad. Y únicamente tendrás dos debilidades, dos frenos a tu energía sin límites: el anillo debe ser recargado directamente de la batería esmeralda, una vez por cada rotación de tu mundo natal sobre sí mismo; y además, no tendrás dominio sobre ninguna cosa que esté pintada de amarillo, pues la batería posee una enorme impureza que está ligada a su propio poder, y que la hace inefectiva contra los objetos teñidos de ese color.
» ¿Y bien, Hal Jordan? ¿Aceptas este honor… y esta infinita responsabilidad?

El pobre piloto de pruebas se sintió bloqueado por la increíble presencia del alien que estaba muriendo frente a él, pero no por el miedo. Guardó silencio apenas unos segundos, y luego respondió, seguro de lo que estaba haciendo.

Sí. Acepto lo que me ofreces, Abin Sur.
– Bien. Entonces he cumplido mi propio ciclo vital. Acércate, Hal Jordan, y contempla el sagrado rito de recarga del anillo, y el solemne juramento de los Green Lantern Corps.

Y fue entonces cuando escuchó por vez primera los votos y las palabras que le seguirían por muchos años, el compromiso sin mancha de tres mil seiscientos seres justos que se prometían a sí mismos y a los Guardianes convertirse en la primera línea de defensa contra el Mal.

Justamente lo que Hal llevaba años buscando:



“En el día más brillante,
en la noche más oscura,
ningún mal escapará de mi mirada.
Que aquéllos que adoran el poder del mal
tiemblen ante mi poder…
¡La luz de Green Lantern!”


Continuará


REFERENCIAS

1. Bruce Wayne, más conocido por los criminales como Batman.
2. Tal y como vimos en el número 14 del Green Arrow de Action Tales.
3. Barry Allen, el Flash de la Edad de Plata, que compartió muchas aventuras con Hal Jordan y Oliver Queen en sus tiempos laureados en la Liga de la Justicia, hasta que Allen dio su vida por salvar a todo el Universo.
4. Visto en la miniserie “Hora Cero”, de DC Comics.
5. Visto en la miniserie “Green Arrow: El cazador acecha”, de DC Comics.
6. Visto en el crossover “Imperio”, de Action Tales.
7. Una buena lista de miembros de la antigua Liga de la Justicia de América, incluyendo a Hal Jordan (Green Lantern), Barry Allen (Flah), Dinah Lance (Canario Negro), el propio Oliver Queen, Ralph y Sue Dibny (el Hombre Elástico y su esposa), Ronnie Raymond (Firestorm), Jefferson Pierce (Rayo Negro) y Zatanna. ¿Qué fue de aquellos tiempos gloriosos…?




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