Encrucijada presenta nº12: Terminator


Título: Terminator: Creada para el combate extremo
Autor: Martin García
Portada: Pabliere
Publicado en: Enero 2011

Skynet ha diseñado un nuevo prototipo. Y ha conseguido infiltrarlo. La guerra se ha vuelto más peligrosa que nunca.
 

Terminator creado por James Cameron

 





 
De entre las cenizas de nuestro mundo ellos se alzarán. Una nueva generación de Terminator creada para aniquilar a la raza humana. Y nuestra última esperanza en la guerra contra las máquinas será... una de ellas.
 
 
 
han creado un nuevo Terminator.
 
Está diseñado para el combate extremo.
 
Es más rápido, más inteligente y más fuerte.
 
Ha sido programado para destruir a otros organismos cibernéticos.
 
 
 
 
1. ESCAPE
 
El cielo nocturno estaba lleno de los mismos sonidos de siempre. Los sonidos de la batalla. Los sonidos de la guerra contra las máquinas. Un C.A. pasó por encima de ellos con agudo estruendo. Su forma de escualo con alas cortas quedó suspendida en el aire mientras disparaba a un grupo de hombres que intentaba batirse en retirada. El fuego de láser iluminó el cielo nocturno. Pequeñas explosiones en cadena se sucedían en línea recta.
 
Los tres soldados, que se escondían tras unos escombros, contemplaron la escena con los dientes apretados.
 
—Joder —exclamó Pyne Egarton, mirando al llano que se extendía cien metros más allá—. Los tienen pillados.
 
—Tenemos que ayudarles —dijo Nora.
 
—Delataríamos nuestra posición —repuso Steve Olson—. Tenemos que informar a Kate de lo que hemos descubierto.
 
—Pero no podemos abandonarles —insistió Nora.
 
—Tengo un proyectil —dijo Pyne, sosteniendo el lanzador entre sus manos—. Puedo cargarme a ese cabrón aéreo.
 
Steve vio cómo sus camaradas devolvían el fuego, pero las posibilidades estaban en su contra. Seis Terminators ganaban terreno, cubiertos por el C.A. Un solo C.A. en realidad. Tal vez...
 
—Está bien. Pero que sea de un solo disparo. Nora y yo te cubrimos.
 
—Descuida.
 
Pyne insertó el proyectil en el lanzador, lo armó y se lo colocó en el hombro. Se incorporó y ajustó la mira electrónica. Respiró hondo y relajó los músculos; no quería que hubiera interferencias en el disparo. La mira le daba datos referentes a la distancia al blanco, altitud, velocidad del viento... Cuando vio en pantalla la señal de BLANCO FIJADO, respiró hondo una vez más, contuvo el aliento y apretó el gatillo.
 
—¡Abro fuego! —gritó Pyne.
 
El proyectil surcó el cielo a toda velocidad, impactando en el ala del C.A. La máquina perdió estabilidad, dio un par de vueltas alocadas en el aire y cayó a tierra, explotando cerca de los Terminators. Dos de los esqueletos metálicos fueron aplastados por uno de los motores gemelos del C.A. La metralla dañó al resto. Sin embargo, uno aún funcionaba. Dos destruidos y tres dañados de un solo disparo; un buen balance.
 
—¡Sí!
 
—Mierda —exclamó Nora—. ¡Hojalatas!
 
Avanzando con paso inexorable, diez T-800 de infantería aprestaron sus armas y comenzaron a disparar. Los tres soldados se cubrieron detrás de unos escombros, devolviendo el fuego.
 
—¿De dónde coño han salido estos? —exclamó Pyne.
 
—Ya nos preocuparemos de eso después.
 
Nora apuntó al esqueleto más cercano y disparó, acerándole en la cabeza. La descarga láser inutilizó las funciones sensoriales de la máquina, que comenzó a disparar a ciegas, acertándole a uno de sus compañeros. Los otros ocho lo acribillaron, neutralizándolo por completo. Nora se percató de que uno de ellos se quedaba atrás.
 
El fuego cruzado continuó mientras que los humanos perdían terreno. Uno cubría, dos huían. Alternaban las posiciones. Pero la distancia ganada se perdía rápidamente. Sin temor alguno, los T-800 avanzaban paso a paso.
 
Steve Olson vio finalmente lo que buscaba. Se arrojó al suelo como un desesperado y abrió la trampilla oculta bajo los escombros.
 
—Están demasiado cerca —dijo Nora.
 
—La entrada tiene explosivos.
 
—No podemos arriesgarnos, capitán.
 
Olson lo pensó un par de segundos. Pyne acababa de dañar a otro Terminator, que cayó al suelo. Los movimientos de sus miembros eran casi espasmódicos. Los siete restantes seguían aproximándose. Si uno de ellos sobrevivía a la explosión y se colaba en el túnel...
 
—Pyne, usa la granada E.M. —ordenó.
 
—Pero es la última —replicó el soldado, mientras disparaba.
 
—¡Obedece!
 
Mientras Nora le proporcionaba fuego de cobertura, Pyne colgó su arma y sacó la granada E.M. de su bolsa. La explosión de esa granada emitía un pulso electromagnético de corto alcance que inutilizaba las máquinas de Skynet. Era bastante efectivo. Le quitó el seguro y se incorporó para lanzarla.
 
Y en ese momento una ráfaga láser le alcanzó en el hombro, arrojándolo al suelo. Una segunda descarga de perforó el abdomen. Pyne gritó con un gesto retorcido en el rostro.
 
—¡No! —chilló Nora.
 
—No vengas —dijo Pyne con voz hueca y la cara marcada por el dolor. Nora se detuvo—. Marchaos. —Los vio dudar—. ¡Ahora!
 
Olson empujó a Nora por la trampilla abierta, miró a Pyne a los ojos y descendió, cerrándola. Pyne intentó incorporarse, pero sólo logró ponerse de rodillas. Las heridas le ardían como el infierno. Los Terminators estaban a un par de metros de él. Aunque sabía que lo ignorarían, dibujó en su rostro un gesto de desprecio. Con su brazo sano dejó caer la granada lo más cerca posible de las máquinas. Una de ellas le disparó directamente al corazón. Su último pensamiento fue agradecer al cielo que todo terminara por fin.
 
Dos segundos después la granada detonó, emitiendo la onda electromagnética. Los Terminators se desplomaron, inutilizados.
 
Todos menos uno.
 
 
 
 
2. REPROGRAMADO
 
—¡Maldita sea! —gritó Nora Janes. Su voz resonó en el oscuro túnel auxiliar, que se extendía ante ellos húmedo y vacío. La expresión de odio que adoptaba tensaba los músculos de su cara.
 
—Cálmate, ¿quieres? —Le pidió Olson, mientras apretaba el paso—. Date prisa. Falta media hora.
 
—¿Sabes? Odio utilizar esos trastos.
 
—Lo sé. A mí tampoco me hace gracia. Pero lo cierto es que resultan útiles.
 
—Sí. Matando —apostilló Nora.
 
—Y protegiendo —repuso Olson—. Depende de para qué los programes.
 
—A pesar de que ese amigo de Connor sepa cómo reprogramar Terminators, eso no los hace de confianza. ¿Cómo se les ocurriría la idea?
 
—Si te sirve de consuelo, yo no me fío de nada. Pero debo admitir que me gusta la ironía de infiltrar un par de Terminators en las filas de Skynet. Él los diseño y creó contra nosotros, y nosotros los reprogramamos contra él.
 
—Pero piensa en la escalada que ha habido —apuntó Nora—. Cuando descubrimos a los primeros infiltradores, los T-600, Skynet cambió su piel de goma por carne y sangre reales. Cuando nos dimos cuenta de que usaba un cierto patrón para infiltrarlos, hombres corpulentos y rudos, diseñó varios modelos diferentes, de hombres y mujeres. Esa a la que llamaban Cameron, por ejemplo. Quién diría que era un Terminator, ¿eh?
 
Su superior se mostró pensativo.
 
—Y ahora que se ha dado cuenta de que, tras capturarlos, nos es relativamente fácil reprogramarlos, crea un Terminator... para destruir a otros Terminators.
 
—Por eso hemos de avisarles cuanto antes —apostilló Olson—. Si esos cabrones han descubierto esta instalación, la hemos jodido.
 
—¿Por qué? Hay otras.
 
—Porque Kate quería estar presente en la reprogramación del T-850.
 
Kate observaba cómo los dedos de Michael Carr bailaban velozmente por el teclado, mientras él miraba la pantalla de su unidad portátil. Hileras de datos la recorrían de abajo a arriba; era casi imposible ver algo. Consultó su reloj: llevaban tres horas con aquello. No era tarea fácil reprogramar el procesador de un Terminator. Michael Carr era uno de los cinco únicos miembros de la Resistencia que podía hacerlo. Había otros que intentaban aprender, por lo que pudiera pasar, pero aún no tenían el nivel de conocimientos necesario para emprender la tarea en solitario.
 
—Bien —murmuró Michael Carr—. Formateo de Procesador a bajo nivel acabado. Cargando nuevo programa. Llevará otra hora.
 
—No sé si tenemos tanto tiempo —repuso Kate.
 
—Espero que sí. Es lo que requiere.
 
La mente de Kate se puso a divagar. La unidad de Olson no debería tardar en llegar. Los preparativos para la partida habían concluido hacía un par de horas. En cuanto Olson y sus hombres llegasen, se marcharían. Nunca reprogramaban un Terminator en el mismo lugar. Era demasiado arriesgado.
 
Kate se sentó a un lado de la habitación y comprobó su arma. John le había enseñado bien. Sabía lo que tenía que hacer. Pero no sabía si podría hacerlo. Desde la muerte de John, hacía cinco días, ella ostentaba el mando absoluto de la Resistencia. Era la líder. Los soldados la apoyaban. Pero claramente no era como John. Él tenía una... fuerza interna de la que ella carecía, o que ignoraba poseer. Sólo sabía que ahora ella tenía el mando, que todos confiaban en ella, que debía ser fuerte. O, al menos, aparentarlo. El peso de todo aquello caía sobre ella como una tonelada de acero. Ahora todos se apoyaban en ella, pero ella no tenía ya en quién apoyarse, a quién recurrir. Estaba sola.
 
La puerta se abrió con un sonido de bisagras oxidadas. Kate se puso tensa y asió con firmeza el arma. Steve Olson y Nora James cruzaron el umbral. Su aspecto delataba que habían sufrido dificultades.
 
—Informen —ordenó Kate. Su tono fue algo brusco, forzado, pero todos decidieron ignorar eso. Los presentes sabían lo difícil que era su situación. Muchos esperaban de ella que fuera la sustituta de John Connor en todos los aspectos. Otros sabían que no podían pedirle más de lo que podía dar. Olson sabía que, cuando asumiera plenamente sus nuevas funciones, cuando confiara lo suficiente en sí misma y en sus decisiones, sería una gran líder. Y acabaría lo que John empezó.
 
—Tenemos problemas —dijo Olson secamente. Sacó un chip de memoria del bolsillo de su guerrera—. Debes ver esto.
 
—Michael.
 
El técnico cogió el chip de memoria y lo insertó en la ranura de su unidad portátil. En pocos segundos los datos se volcaron en la pantalla y comenzó a estudiarlos. Un agudo silbido salió de sus labios.
 
—Joder. Menudas especificaciones. El endoesqueleto está compuesto de una aleación más dura. Su célula de combustible es un pequeño reactor de plasma. Lleva armas incorporadas, transyectores nanotecnológicos... Su velocidad, fuerza e inteligencia han sido mejoradas y potenciadas.
 
—Y está programado para destruir a otros Terminators —apuntó Nora. Michael la miró.
 
—Skynet sabe que enviaremos a un protector —murmuró Kate para sí—. Y ésta es su respuesta. Reprogramamos Terminators, y él diseña uno para destruirlos. —Decidida, se volvió hacia Michael—. Introduce esta información en la memoria del T-850, junto con la lista de objetivos. Deben saber a qué se enfrentan.
 
—Pero aunque lo sepan, ¿cómo se defenderán de algo así? No creo que este 850 pueda hacer mucho.
 
—Ya se le ocurrirá algo —repuso Kate—. Tiene una ligera... inventiva.
 
Michael la miró a los ojos fijamente.
 
—Tú sabes algo, ¿verdad?
 
Kate guardó silencio. Olson y Nora observaban expectantes.
 
—¿Qué es? —Insistió Michael—. Tal vez lo que sabes podría ayudar.
 
—Es mejor no revelar los detalles —atajó Kate—. Podría cambiar el curso de los hechos.
 
—¿El curso de los hechos? —Inquirió Michael—. El curso de los hechos cambió en el preciso instante en que enviaron el primer Terminator...
 
—Michael...
 
El técnico vio en sus ojos su deseo de acabar la tarea y largarse de allí. Vio preocupación, más por sus hombres —incluido él— que por ella misma.
 
—De acuerdo.
 
Los dedos de Michael volaron sobre el teclado. En unos segundos las especificaciones técnicas del nuevo prototipo de Skynet, identificado como T-X, acabaron en la memoria del T-850 reprogramado. Cuando el volcado de datos hubo acabado, Michael desconectó el procesador de su unidad portátil, lo introdujo en el cráneo del cyborg, colocó la tapa y volvió a cubrirlo con su piel orgánica.
 
Veinte segundos después el cyborg abrió los ojos.
 
Ni hizo nada. Esperaba instrucciones.
 
 
 
 
3. EXTERMINADOR
 
—Ponte de pie —ordenó Kate.
 
El Terminator se incorporó sobre la mesa de operaciones y se irguió sobre el suelo, orientándose hacia la voz. Su mirada impersonal quedó fija en Kate.
 
—¿Cuáles son tus órdenes? —preguntó Kate en tono firme.
 
—Localizar a John Connor y Katherine Brewster. Llevarlos a un lugar seguro antes de las 18:18 del día en curso. Obedecer las órdenes de Katherine Brewster. Órdenes secundarias: John Connor.
 
Tal y como ella recordaba.
 
—Muy bien. Ahora seguirás a este hombre. —Señaló a Michael Carr. El Terminator lo observó un segundo, como evaluándolo, y luego se volvió hacia Kate—. Haz lo que él te diga. Cuando llegues al desierto, ejecuta el programa principal. ¿Entendido?
 
—Afirmativo. —Pese a ser sintética, la voz del T-850, como la de los demás, era una perfecta imitación de la voz humana. Y también podían copiar las voces de la gente. Era aterrador.
 
Un fuerte retumbar llegó hasta ellos. El suelo tembló bajo sus pies. Por un segundo Kate pensó que era un terremoto. La puerta se abrió; el soldado tenía el miedo reflejado en el rostro.
 
—¿Qué ha sido eso? —inquirió Kate.
 
—Un Terminator se ha colado por el túnel auxiliar...
 
—Imposible —exclamó Olson—. Payne utilizó una granada E.M. en la entrada del túnel...
 
—Quizás éste estaba fuera de alcance —apuntó Kate—. Robertson, despliega a Krista. Que lo retenga el tiempo que pueda.
 
—A la orden.
 
El soldado se marchó a toda prisa. Kate se volvió a Michael.
 
—Vosotros dos: iros. La unidad 84 os cubrirá.
 
—Bien. —Michael cogió sus cosas—. Vamos, grandullón.
 
Los dos, hombre y máquina, corrieron pasillo abajo. Kate se volvió hacia Olson y Nora para darles instrucciones, pero ya se habían ido.
 
Olson y Nora se colocaron tras la barricada. Por los golpes que llegaban de la puerta blindada, cerrada frente a ellos, parecía que un tanque quisiera atravesarla. Nora miró con recelo a Krista, de pie junto a Robertson.
 
—Informe —pidió Olson.
 
—Hemos perdido a cuatros hombres, antes de conseguir cerrar esa jodida puerta —espetó Robertson—. Lleva golpeándola unos dos minutos. No sé cuánto más resistirá.
 
—La puerta se desencajará de sus goznes en 60 segundos —dijo Krista, con voz queda.
 
Nora se fijó en su impasible rostro. Analizaba la situación con una calma inhumana. Siempre había odiado a los Terminators, pero a veces envidiaba su serenidad.
 
—¿Cómo lo han descubierto? —preguntó Olson.
 
—Del modo más simple, capitán: va al descubierto.
 
—¿Qué?
 
—Cuarenta segundos —informó Krista.
 
—No va recubierto de piel, ni mimetizado en modo alguno. Como si no le importara que le viéramos. Parece que han pasado de los subterfugios a la fuerza bruta.
 
—Veinticinco segundos.
 
—¿Cuál es el plan, capitán?
 
—El plan es dar tiempo a Kate y a su unidad a salir de aquí pitando hostias —dijo secamente Olson—. Así de simple, sargento.
 
—Bien, pues vamos allá. Krista, sitúate junto a la puerta e intenta pillarlo desprevenido cuando se asome.
 
—Afirmativo.
 
La cyborg salvó la distancia con la agilidad de una bailarina. Todos vieron cómo los goznes se separaban de sus anclajes de la pared. La cosa al otro lado tenía la fuerza de un demonio. Krista esperaba con la paciencia de un depredador a que el enemigo cruzara el umbral.
 
Con un sonoro estruendo la puerta blindada cayó al suelo, levantando una fina capa de polvo que no tardó en asentarse. Con metálicos pasos, el enemigo avanzó. Olson y Nora se quedaron mirándolo.
 
—No puede ser —murmuró Nora—. Es el T-X.
 
Krista cogió al Terminator invasor por el brazo y lo estrelló de cara contra la pared a su espalda. Dos puñetazos le hundieron la cabeza en el hormigón; el T-X esquivó el tercero, giró sobre sí mismo y, de un empujón, envió a Krista contra la barricada. El impacto dejó a los humanos al descubierto. Nora llegó a ver el frío rostro de la cyborg.
 
—¡Fuego! —gritó Robertson.
 
Los láseres impactaron en la coraza del T-X con efecto casi nulo. Olson vio cómo las piezas del brazo derecho de la máquina cambiaban de posición, pasando de formar una mano, a formar un cañón que les apuntaba.
 
—¡A cubierto! —exclamó alarmado.
 
El T-X disparó el plasma concentrado en su extremo contra los restos de la barricada. La explosión envió metralla en todas direcciones, hiriendo a un par de hombres y matando a otros tres; un agujero bostezaba en la pared como una boca hambrienta. Olson se incorporó tosiendo. Nora, con una rodilla en el suelo, ya estaba disparando contra el T-X, cuya coraza seguía sin debilitarse. Un fatídico mensaje de derrota se iluminó en la mente de Olson mientras los destellos del plasma iluminaban el túnel.
 
Vamos a morir...
 
De repente, un bloque de hormigón del tamaño de una silla desvió el arma del T-X, haciendo que el
plasma impactara en el techo; sendos cascotes cayeron sobre la máquina con el sonido de un edificio que se derrumba. Olson y Nora observaron a Krista correr hacia el enemigo. El doble puñetazo, dirigido al torso y cuello del Terminatrix, pareció desorientarlo unos segundos. Krista lo cogió de los hombros y, describiendo un círculo completo, lo arrojó violentamente contra la pared del fondo. La silueta del T-X quedó marcada en el ladrillo. La fembot se volvió hacia los humanos. Ni su cara ni sus ojos mostraban expresión alguna.
 
—Huid.
 
Sin decir más, se centró nuevamente en su adversario.
 
Los ojos del T-X destellaron y su arma volvió a concentrar energía. Krista lo calculó al instante:
 
DEMASIADO LEJOS. TRES SEGUNDOS.
 
Se agachó a coger un cascote...
 
DOS SEGUNDOS.
 
...lo sostuvo a modo de escudo...
 
UN SEGUNDO.
 
...y afianzó su posición. El plasma corrió por el aire como un galgo tras su presa y mordió el cascote, haciéndolo añicos. La fuerza del proyectil tumbó a Krista diez metros más atrás. Sin pestañear siquiera, la fembot se incorporó al momento, localizando al Terminatrix justo a su lado. Krista fue rápida en dar el puñetazo, pero su rival lo encajó sin inmutarse. El T-X la cogió del cuello del uniforme y la arrojó contra la pared. Antes de que Krista pudiera reaccionar, un proyectil de plasma se estrelló contra su cuerpo. Segundos después el T-X le sujetó la cabeza con la mano izquierda, mientras la derecha, recuperada ya su forma de mano, le abría la cubierta de protección de su cráneo.
 
Cuando el procesador de Krista fue extraído, todo se volvió negro.
 
 
 
EPÍLOGO
 
El sargento Lee Robertson pulsó el detonador remoto. Cinco segundos después, una llamarada, fugaz como un suspiro, iluminó el horizonte nocturno, a la vez que el estruendo del túnel, derrumbándose sobre sí mismo, llenó sus oídos. Una columna de humo ascendía tranquilamente al cielo. Procedimiento Operativo Estándar —evacuación y demolición de la base invadida— ejecutado una vez más. Balance de bajas: de los treinta y cinco miembros de la unidad sólo habían sobrevivido doce. De los tres Terminators reprogramados bajo el mando de la unidad habían perdido a uno. Nombre en clave: Krista. Misión: proteger a los humanos y las instalaciones que éstos habitan. Krista cumplió su misión. Y les salvó la vida, algo que Nora no podría negar.
 
—¿Kate Brewster está a salvo? —preguntó Olson tras oír el informe de Robertson.
 
—Afirmativo, capitán. En estos momentos su vehículo se dirige a la Base 91. Debería llegar dentro de seis horas.
 
—¿Y el T-850 que acababan de reprogramar? ¿Sabe algo de eso?
 
—Sólo oí decir que sería enviado a la Base del Este. No sé más, señor.
 
Olson y Nora se miraron. La Base del Este. Se rumoreaba que dos Terminators y varios soldados habían sido enviados a aquella base, pero ninguno había regresado. Hacía años que no sabían nada de ellos. Steve Olson se pegó al respaldo de la silla. El todo terreno traqueteaba alocadamente sobre el accidentado camino cubierto de escombros.
 
La eterna huída continuaba.
 
Y en su divagar, mientras contemplaba el vasto campo de batalla que era su mundo, no pudo evitar pensar lo que daría por volver atrás en el tiempo y hacer algunos cambios.
 






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