Blade nº01

Título: La niñez de los muertos (I): ¿Quién mató a Anna Molly? (I)
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Marta Deer
Publicado en: Febrero 2011

¡Nueva serie!Un pacto con el diablo. Vampiros. Vudú. Gatos negros… Son cosas que podrían darte miedo, pero piensas que no pueden ocurrir. Sin embargo, esta es la historia de algo que ocurre cada día: el asesinato de un inocente. ¿Qué une este crimen a un antiguo Cazador llamado Blade?
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan

Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo, muerte y ruinas.

Entre los fallecidos, ando una criatura. Era un niño de seis años, vestido con harapos, sucio de cenizas y sangre. Se acercó al guerrero armado y le susurró:

—Padre… estás sangrando.

El soldado alzó la espada.

Primero, el niño.

—¡¡¡NO!!! ¡¡¡NO!!!

Los gritos histéricos de la madre, manchada de los restos de aquel mundo desangrado, se arrojó a por el asesino de su criatura, como sólo los seres de los senderos oscuros son capaces. El soldado alzó su espada, pero cayó. El rostro oscuro de la dama sin hijo abrió sus fauces, inundadas de la peste de la sangre, fue entonces cuando el caballero alzó un puño, lo colocó debajo de la barbilla y hubo un sonido huevo.

Primero, fue el niño.

Después, fue la madre.

No había nada de vida ya allí, aquellos lamentables seres de la oscuridad ya había desaparecido y su ejecutor sentía que poca vida podía albergar en sí mismo, tras haber perdido a su familia. Sus enemigos los había convertido en monstruos por venganza y él los había matado antes de hacerlos sufrir, pero… ¿Qué caminos estaba recorriendo ahora, tras matar a su familia?

Su mujer y su hijo ya estaban muertos, pero seguían animados por el mal del diablo, que les había envenenado convirtiéndolos en demonios. El caballero guardó el puñal que escondía bajo su manga y dejó caer el yelmo, sin fuerzas. Las lágrimas cayeron por el rostro del inmisericorde soldado, ahora débil, arruinado, desgraciado, y que se había atrevido a ir a aquel reino ahora maldito desde el misterioso ataque.

Acabo con su cometido: los hizo descansar en paz decapitándolos y atravesando sus pechos con la daga, antes de preparar la hoguera que los reduciría a nada.

Fue en aquel preciso instante cuando lo prometió.

Juro por Dios y sus ángeles, por el diablo y por sus demonios, que él iba a acabar con todos aquellos viles seres que le había arrebatado aquello que le hizo luchar cuando no tenía ninguna esperanza.

Alzó su daga.

—Dios me ha ignorado. Sus ángeles han sido sordos conmigo. Por eso recurriré a ti, Príncipe de las Tinieblas. ¡Hijos de Satanás, no descansaré hasta que el último de vosotros haya ardido! No moriré hasta que muera el último de vosotros. ¡Esta es mi más solemne promesa de hundiros para siempre! ¡Para siempre!

Y el diablo le escuchó.

Las voces de los muertos susurraron en demoníaca posesión:

—Tu alma a cambio de tu venganza.

— ¿Quién ha dicho eso?

—Tu alma a cambio de tu venganza.

Y el caballero deja la cordura y ríe enloquecido:

—A caso ¿no siempre la venganza reclama el alma?

Lo único que queda de la Historia sobre este hecho es este pequeño fragmento polvoriento…

“Valaquia, año del Señor de 1476.

He aquí la destrucción He aquí la oscura hora. Dios, protégenos de nuestra condena. Señor, sálvanos. Miedo, terror… Horas funestas. Una amenaza más terrible y cruel que los monstruos turcos ha devastado la frontera. Todo habitante, ya fuese capaz de portar un arma o no, anciano, mujeres, niños… Todos han sido asesinados de una manera horrible y pérfida. Las casas han sido reducidas a cenizas y los cadáveres hieden por doquier. El suelo está empapado de sangre y ceniza. Nadie ha sobrevivido. El Maestro ha marchado en busca de su familia. Tememos que no encuentre más que congoja haya a donde ha partido. Su hermano seguirá con la Orden, que ha prometido acabar con ese mal sin nombre que nos ha dado el golpe más grande. Es nuestro destino. Que Dios nos proteja”.

Mucho, mucho tiempo después nací yo y, si he de ser sincera, nunca esperé que mi vida enfrentase a fuerzas arcanas en busca de venganza. ¿Mi vida? Bueno, es algo diferente. Estoy muerta. No soy ninguna anciana que murió de causas naturales, me llamo Anna Molly y fallecí con quince años. Mi muerte fue lo que reunió a un caballero del presente y a uno del pasado, en un enfrentamiento contra las fuerzas de la oscuridad y la luz. Sí, va en serio.

Me encontraron cerca de los pantanos. Bueno, encontraron una mis manos. Me habían descuartizado y arrojado por todo un bosque. Cuando encontraron mi cuello, se fijaron en el mordisco.

Pensaron que había sido algún animal salvaje, más tarde encontrarían otros restos y pruebas de que me había matado un ser humano. ¿Un ser humano? Sí, actos de tal maldad son propios de los humanos… O de seres aún peores.

La policía no sabía aún de las horas que pasé siendo torturada, violada, golpeada… Tantas horas que finalmente, la muerte pareció una buena escapatoria


Lo siento mucho por mis padres que ya lo habían perdido todo cuando yo era pequeña, en el Katrina.

—Cariño, van a encontrar a ese cabrón y le van a hacer pagar por lo que ha hecho. Te lo prometo.

Mi padre le decía todos los días eso a mi madre, pero ella no podía hacer otra cosa que llorar y llorar y seguir llorando. ¿Qué consuelo tenía? Ver sufrir a mi asesino podía ser algo con lo que deleitase, pero eso no iba a hacer que yo volviese de la muerte, que hubiera tenido la vida que ellos desearon que tuviese o, al menos, una vida. Nada, absolutamente nada, hacía que algo tuviese sentido desde que morí.

—Mi hija… No, no, no…

Ni todos los calmantes que tomaba mi madre habían conseguido que dejase todo aquello de lado. Absolutamente nada. Nada, nada, nada… A veces, incluso, pensaba que me veía, como una sombra, como lo que siempre fui en vida.



Lo siento mucho por toda esa gente que me buscó. Lo siento mucho por toda esa gente de Nueva Orleans que se compadeció de una niña muerta y su familia.

— ¿Hay algo nuevo para el caso de la chica: Molly?

El detective Marlo preguntaba todas las noches lo mismo a los que agentes de la comisaría. Esperaba que alguno de los arrestados aquel día, hubiese dicho o hecho, algo que lo incriminase con mi asesinato o que supiesen algo al menos.

Todas las noches, los agentes de la comisaría le responden lo mismo:

— ¿Quién?

Marlo odiaba tener tantos casos y saber que el que más le importaba debería archivarlo. El mío.

Se supone que llega un momento en que cualquier policía se asqueaba y enviaba todo a la mierda, que se inmunizaba a todos los males que le ocurriesen al mundo, pero para Marlo eso no significaba nada. Nunca le había pasado. Podía tragar con que hubiese tipos con sobredosis en las calles y delincuentes de poca monta destrozando baruchos asquerosos, pero la muerte de una niña de una forma completamente salvaje… Eso nunca tiene una cura, algo que te haga inmune. Sólo provoca dolor y ganas de vengarte. Me lo provocaba incluso a mí.

—Anna Molly, la niña de las noticias– especificaba siempre Marlo para escuchar:

—Ah, la chica gótica… Nada. La prensa se nos está tirando encima. Nunca están ahí cuando cumplimos con nuestro curro, pero siempre están cuando la jodemos.

—No creo que sepan cuando cumplimos con nuestro curro, porque ni siquiera nosotros mismos lo sabemos. Bueno, ya sabes, si tienes alguna información de las calles o algo sospechoso avisa.

—Buena suerte, Marlo. De todas maneras, eres el que más la va a necesitar. Tú te la cargas si no cumples con esto, los demás no tanto.

Marlo odiaba que en las series fuera algo rápido, de pronto, cualquier cerdo moría, cogían las huellas y, en unas horas, tenían respuesta. Ellos, a veces, tardaban hasta siete meses en tener una maldita huella dactilar identificada y mientras ¿cómo le explicas a unos padres que su única hija, asesinada, no tiene aún al culpable de su muerte asándose en la silla eléctrica?

Lo único que hizo Marlo esa noche, como todas las otras, fue garabatear en un cuaderno, con el nombre de:

“¿Quién mató a Anna Molly?”

Me había reducido a eso, un alma errante y un misterio sin resolver.


Lo siento por toda esa gente que no conoceré, las que tengan una buena vida y los que siempre hayan tenido una vida penosa.

Por ejemplo, aquel tipo viejo que se marchó a los pantanos una noche. Solía trabajar de lunes a domingo para conseguir un único día libre cuando él quisiese cada mes.

Tenía que soportar a gente horrible que le tomaban como alguien estúpido, como un idiota que sólo sabía de los ordenadores que debía arreglar.

Sus compañeros pensaban que era un imbécil, que no odiaba, pero realmente los odiaba a todos, sólo que sabía mantener aquella rabia para los días que pedía de asuntos propios.

Por ejemplo, el de aquella noche.

Se marchó temprano a aquellas tierras húmedas y extrañas cercanas a las ciénagas. Empezó a hacer una hoguera. Iba a acampar, sin tienda ni alimentos, sólo otra muda que guardaría junto a la hoguera, en el interior de su mochila, enterrada.

Era lo que solía hacer.

La verdad es que iba a intentar disfrutar de todo aquello. Absolutamente, de todo.

Afortunadamente (para los demás), estaba a muchísimos kilómetros de la civilización.

Se sintió bien cuando aparecieron los primeros tonos de la luz de la luna llena. Empezó a sentir cómo sus huesos se quebraban y se convertían.
Pondría el rostro de todos los humanos a los que odiaba en las caras de sus víctimas de aquella noche.

Absolutamente de todas.

Por cierto, él no era mi asesino.

Simplemente, un hombre triste con una maldición que aquella mañana se había compadecido de mí, al ver mi fotografía en los informativos de televisión.

Además, murió esa noche.

No se esperaba el balazo que recibió en la cabeza inesperadamente. Era plata.

El hombre lobo murió trágicamente, no porque tuviera que vivir algo de mayor importancia, sino simplemente, por el horrible hecho de que había muerto como humano en vez de como lobo.

Su asesino guardó el revólver y observó el cadáver con tranquilidad. Se agachó y escribió en el suelo, con la sangre de su víctima la palabra “Monstruo”.

Respiró profundamente y se marchó sabiendo que había hecho su trabajo. Se santiguó a sí mismo y se sintió satisfecho.

Él tampoco fue mi asesino.


Pero sobre todo lo siento por mi asesino, porque no sabe a quién va a tener que enfrentarse ni las altas consecuencias que va a pagar.

Realmente, es mentira. No lo siento. Es venganza y voy a disfrutar de ella, porque cuando eres la niña muerta, es lo único que te queda.

—… aún no ha hecho declaraciones sobre la búsqueda del asesino de la niña Anna Molly. Según fuentes, la policía ha reforzado la…

Las noticias se silenciaron.

La anciana ya no quería saber de un mundo para el que tenía demasiadas respuestas. Además, el exterior le da miedo y asco. Sabe mucho de él. Sentía asco, por eso nunca salía. Lo que había tras las paredes de su cabaña era como un amante al que dejas de amar cuando sabes que es demasiado humano.

Ella estaba inquieta por sus gatos esa noche. No los escuchaba maullar. Si eso pasaba, algo malo ocurriría.

Ella siempre tenía pesadillas con aquellas misteriosas criaturas felinas. ¿Habrá pasado algo malo?

Empieza a darse cuenta de la respuesta cuando un hombre alto emergió de las tinieblas y la vieja anciana, maestra del vudú, alzó su rostro, con serenidad:

—Sabía que ibas a entrar justo en ese momento por esa puerta, casi sin que me diese cuenta. Juego con ventaja. Dime, amigo de lejanas tierras, ¿a qué has venido?

—Dudo de que supieses que iba a venir aquí.

—Si lo dudase, no habrías venido, porque sabrías que soy ineficaz.

—Necesito ayuda.
—Hay cosas que no tienen ayuda de los demás, sino de uno mismo. No hay que buscar la paz fuera, sino en tu interior. Si el Hermano Vudú ya te ha dicho que es imposible, no hay nada que yo pueda hacer.

>>Poderes arcanos luchan contra ti, tu antiguo enfrentamiento con Morbius, su mordedura, te convirtió en un monstruo. Ese suero que usabas para defenderte de lo que eres ya no sirve. ¿Por qué vas a matarme si nadie puede ayudarte?

—Por eso, porque nadie puede ayudarme.

—Quizá. Pero ¿qué haré yo? Tu cuerpo es inmune al engaño del suero. Tu alma pide sangre de verdad. Lo siento por ti, pero no hay cura para aquello que somos, ya que viejas criaturas y poderes regresan del mundo de la leyenda tras el crepúsculo. No se puede detener el destino. Y estas son mis últimas palabras.

La maestra vudú se empezaba a morir.

No porque el forastero venido de lejanas tierras la maté para tomar sus sangre.

No.

Muere cuando tiene la visión.

Ve los cadáveres de sus gatos, sus silenciosos guardianes, sin una gota de sangre, fuera de la cabaña.

Nada te prepara para ver hechos tus miedos realidad.

Es en ese instante cuando la sabia del vudú sabe que su pesadilla se ha hecho real y, con ella, muere y el mal sueño caía en trizas. Es hora de dormir el sueño de los justos, con el fin de su corazón.

No descubrirían sus cadáveres.

La peste del pantano es demasiado fuerte.

Este tipo de cosas, que mueras trágicamente, es algo que ocurre mucho en Nueva Orleans.

El viajero se marchaba con pesadumbre. Ni siquiera aquella experta en magia vudú, perteneciente a las discípulas de Maria Levau, le había dado respuestas.

No espera encontrarse con nadie.

No porque tema a esos intrusos, sino porque teme lo que puede llegar a hacerles.

Pero es demasiado tarde.

Los evitó llegando por el pantano, pero ahora se los encontrará en la puerta principal.

El visitante de la anciana piensa en regresar, pero su mente estaba cegada y no se lo permitía.

Desde que eran niños, hubo una banda de estúpidos que le encantaba quedarse detrás de la verja de la cabaña de corte victoriano de la maestra vudú.

Siempre decían que lo que había dentro era una bruja, sin entender que era algo más.

Reían desde fuera y alborotaban mientras bebían pidiendo la cabeza de la bruja, alzando bates.

Nunca habían entrado dentro, quizás porque no tenían valor suficiente para comprobar todas las leyendas que corrían sobre la vieja maestra vudú.

Rugían fuera…

—Y va y me dice la tía: “Pero báñate” y yo le dije: “Pero ¡si aquí la única guarra eres tú!”…

—¡¡¡HA HA HA!!!

— ¡Pasa otra birra!

— ¡No quedan!

— ¡Sí quedan, cabronazo!

—Toma, mamón… ¿Y cómo que cabronazo? ¡Un poquito de respeto!

— ¡Te respeto, cabrón!

—En cada barrio, ¡somos respetados!

— ¡Bebe y calla!

—Eso es lo que me dice tu madre cada noche.

—Eso no ha tenido gracia.

—Sí que la ha tenido.

— Está basado en hechos reales.

—¡¡¡HA HA!!!

—Lo que no ha tenido es mucho sentido.

— ¿Qué más da?

— ¡Es gracioso! Como emborracharnos fuera de esta puta choza cada noche… ¡Nuestro gran y único oficio y servicio para la comunidad!

—Vigilar a la vieja perra del vudú…

Nunca habían visto salir nada, sólo habían visto a los gatos negros.

Habían intentado llamarlos para divertirse matándolos y disgustando a la arcana hechicera, pero esos gatos negros nunca se habían marchado con la panda de idiotas. Ellos habían servido a otro ser, el que ahora aparecía de entre las sombras y cruzaba la verja de un golpe.

—Pero qué…

— ¿Qué pasa?

—Hay alguien ahí.

—Debes estar borracho.

—Yo veo dos.

—Ves doble.

— ¡Ahí hay alguien!

—Joder…

—Es cierto.

—Pero ¿qué…?

—Ver para creer.

— ¿Quién será?

Hubo un instante en que toda aquella pandilla de borrachos se horrorizó. Inmediatamente, ese momento de súbita inteligencia les abandonó y la bruma de la estupidez regresó a ellos. Es cuando le señalaron y le dijeron:

— ¿Quién es ese capullo?

— ¡Eh! ¡Tú! ¿Quién eres? Te hemos preguntado que quién eres. ¡Responde, mierdecilla! ¿Quién diantres eres?

—No parece muy hablador este subnormal.

— ¿Le han comido la lengua los gatitos?

— ¡Eh! Te estamos hablando.

— ¿Qué eres? ¿El amante de esa vieja bruja?

— ¿Te paga bien?

—Eh, capullo, ¡contesta!

Grave error.

El extraño viajero se detuvo. El peso de las sombras le protegía, aunque no le hicieran falta. Él sabía protegerse solo. Su vieja capa, hecha girones, con el destrozado capuchón, mostraba su rostro durante un instante y cuando abrió sus fauces, escupió la sangre espesa de los gatos.
Es entonces cuando los estúpidos se dieron cuenta de lo equivocados que estaban. Vieron pasar su vida por delante de sus ojos y sólo vieron errores.

— ¡Es un zombie!

Y el bate que cayó sobre la cabeza del viajero se paró cuando este lo agarró. El bate se fue al suelo. Después su dueño fue también al piso, escupiendo sangre.

Quedaban nueve.

— ¿Qué demonios es esto?

Las cadenas golpearon la piel del caminante, pero él no se quedó quieto. Las atrajo hacia él y obligó a los portadores a caer.

Dos menos.

—Oh, maldita sea…

Uno empuñaba su navaja y la clavó en la piel del forastero, pero antes de notar que la hubiese clavado, recibió un golpe en el estomago que lo hizo hundirse sin poder respirar. El arma blanca cae, limpia.

— ¡Vas a pagar por esto, cabrón!

El que vino a continuación intentó demostrar que todas las peleas callejeras que había ganado le habían servido para algo. Le sirven… Para saber que es humillante la derrota después de tanto triunfo.

—A ver qué haces contra una botella…

La botella se rompió en el rostro del viajero. El que golpeó se sintió satisfecho cuando vio que el ensangrentado no parecía que fuese a responder. Había ganado…

Eso creyó.

Fue antes de que ocurriese algo que fue demasiado rápido. Tanto que sólo podría decir que lo siguiente que ocurrió fue que el atacante estaba estampado contra los cristales del suelo. Demasiado veloz.

—No sé lo que eres, pero vas a pagar por esto mamonazo.

— ¡Sí, vas a pagar!

—Calla, tío.

—Vale.

— ¡A por ese comemierda!

Los cuatro restantes intentaron pegar al mismo tiempo.

La barra de acero que empuñaba uno se hundió en la cabeza no de su enemigo sino de otro pandillero. Cuando quiso rectificar, él también es vencido.

Quedan dos.

Uno de ellos sacó una pistola. Apuntó e intentó disparar.

No pasa nada.

Su víctima cogió la punta del arma y presionó algo. Liberó el seguro. Su dueño nunca la había usado, pero con esa ayuda, ya supo disparar.

Los balazos van hacia el enemigo.

Sólo hay dos balas, pero golpean de lleno en el pecho.

La víctima debería haber muerto, pero entonces elevó su rostro y lo siguiente fue incrustar el revólver en la bocaza de aquel idiota.

Entonces, cayó una Biblia del interior del abrigo del guerrero. Tenía dos balas en su interior.

El que quedó de la pandilla observó a su rival.

Todos pensaron que iban a poder contra aquel que no conocían sin descubrir que quizás, sólo por esa vana certeza, deberían desconfiar.

Se habían equivocado, pero el que resistió tuvo un momento de lucidez, el mismo que una presa moribunda ante su enemigo. Decidió hacer algo que pareció sensato:

—Yo me largo, tío… ¡Perdona!

El que había respondido a los golpes golpeando más fuerte podría en un segundo estar detrás de ese chaval, en otro haberle arrancado la cabeza y, por último, hacer trizas hasta su último hueso. Puede parecer exagerado, pero la realidad a veces lo es, más allá del sentido común.

Pero, el que fue llamado “tío” no lo hace.

Y la rata se marcha corriendo y el forastero exhausto, hasta que sus tormentos le hacen detenerse.

Piensa en el suero, pero hace mucho que aquello que lo hacía seguir viviendo ya no le ayudaba.

Hace tiempo que ha perdido cualquier atisbo de esperanza.

—Hijo, olvidas tu Biblia– dijo alguien–. No pierdas la fe. Por tu falta de ella te ha ocurrido esto. Antaño, ninguna de esta basura habría podido detenerte, amigo.

En un principio, el viajero, acostumbrado a travesías en silencio, en completa soledad, piensa que es su mente, pero después huele a algo, más allá de los muertos o los vivos, cuando mira a las sombras, ve a alguien que le mira sin miedo. No es ninguno de aquellos borrachos.

—Sé quién eres y sé lo que haces– le dijo–. Eres una leyenda, pero la gente como yo siempre hemos sabido que había una auténtica realidad detrás: Blade, el Que Ha Visto la Luz del Sol. Un buen nombre para algo como tú, mitad vampiro, mitad humano, pero un solo cazador.

Cuando escuchó su nombre de nuevo, aquel que había huido de sí mismo, quiso escapar de nuevo… Pero sabe que cada vez es más y más imposible.

—Mucho tiempo desaparecido, huyendo del mundo. ¿Por qué? ¿Por qué dejar la guerra contra tus congéneres y a la vez tus enemigos? Nadie podría entenderlo, excepto tú y yo. Huyes porque temes ser como ellos, temes haberte convertido en tu propia presa. El suero ya no funciona, sólo la sangre tiene significado. ¿Hallarás respuesta para tus problemas?

El viajero atravesó el camino que le separaba del que le habla. Lo observó. Es un hombre de unos treinta años, con barba de tres días, pelo largo y oscuro, ojos profundos, abismos azules. Viste con un pantalón oscuro, unos zapatos de piel, un abrigo. No va armado.

Gran error.

—Puedo ayudarte, Blade, porque yo también necesite ayuda y la obtuve de un guía inesperado. Gracias a eso, empecé la misma causa que tú y tantos otros han continuado: cazar a esos monstruos despiadados hasta que no quede ninguno.

>>He sobrevivido a lo largo de las épocas por ellos, por venganza. He visto el esplendor de muchos imperios y su completa decadencia. Yo estuve en San Petersburgo cuando llegó el cambio. Maté al zar y sus ministros envenenados. Escuché gritar a Anastasia en vano. Fui general durante la guerra relámpago. He visto morir a viejas glorias que se creían héroes y tendí trampas a los trovadores de Bombay. Puedo enseñarte a ti a hacerlo.

>>Yo quise acabar con los monstruos y tuve fortuna de tener ayuda, ayuda del diablo: inmortalidad a cambio de acabar con sus demonios. Una apuesta, él, el diablo, cree que yo no podré y Él, Dios Todopoderoso, me pone a prueba. Uno me odia por no haber fracasado, otro me ama.

>>Sé cómo eres Blade, ¿y si consiguiese que aquel que me ayudó te ayudase a ti Blade? ¿Y si consiguiera saciar tu sed para siempre? ¿Y si puedo darte la paz?

En ese momento, el caído que respondió un día al nombre de Blade sólo puede mirar al extraño hombre blanco y creer lo que sea, aunque suene a mero consuelo y decir:

blade3

— ¿Quién eres?

La respuesta es directa:

—A caso ¿importa? Llámame Maestro. ¿Aceptas librarte de tu condena, de tu maldición, Erik Brooks?

El guerrero que había temido perder no sólo su nombre, sino a sí mismo, apretó el cuchillo de madera que llevaba bajo su capa. El mismo que diera sentido a su nombre: Blade. ¿Y si es una ilusión? Quizás debería haber terminado en un centro psiquiátrico, como no le pasó demasiado tiempo atrás…

— ¡No!– gritó Blade y sus manos fueron hacia el Maestro. El que fuese cazador de vampiros, dejó la estaca, y agarró el cuello de su contrincante, lo levantó del suelo y se dispuso a asfixiarlo.

—Bi…en– juzgó el Maestro, asfixiado.

Este alzó una de sus manos enguantadas, perdida casi en el interior de su largo abrigo negro.

Colocó el puño cerca de la barbilla de Blade.

Fue demasiado rápido.

Hubo un sonido hueco.

Blade cayó al suelo inerte.

Una hoja afilada había cruzado su cráneo.

El Maestro sacó y limpió la hoja del puñal, bañada en láudano, escondida debajo de la manga de su abrigo.

Observó el cuerpo inerte de Blade:

—Y ahora, sabrás la auténtica historia de tus orígenes.

Recoge a la Biblia y a Blade.

Ninguno de ellos me mató.



Recuerdo que lo máximo que heredé de mi madre fue ser una persona triste.

Era una chica que siempre se sentía diferente al resto. Siempre estaba llorando. Siempre fui el bicho raro.

Nunca esperé que tantas personas supiesen de mí.

Tampoco esperé que recibiese la atención que no tuve en vida cuando estaba muerta.

Conseguí algo de consuelo en aquellos libros de vampiros, no de esos cursis ni decadentes, sino en los del estilo Anne Rice.

Recuerdo que vi mucho de mí en aquellas criaturas. Yo esperaba que algún día, en mi Nueva Orleans, me cruzase con Lestat el Vampiro, me convirtiese y fuese libre de verdad, que dejase de lado tantas lágrimas amargas, pero todo eso se fue a la basura.

Contacté con un vampiro por un chat, lejos de todo aquel romanticismo que había devorado en cientos de páginas y alguien me respondió.

Fue la persona que me mató.

Fue cuando lo hizo, cuando terminó mi niñez.

Continuará…


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