Blade nº03

Título: La niñez de los muertos (III): ¿Quién mató a Anna Molly? (III)
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Gabriel Ramos
Publicado en: Junio 2011

Blade podría haber renacido para morir en este número. ¿Estás preparado para el final de una etapa de Aquel Que Ha Visto La Luz Del Sol?
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan




Recuerdo aquellos instantes como aquellos en los que mi muerte cobró sentido para los que intentaban saber quién me había matado a mí, la pequeña y oscura Anna Molly…

La entrada del bar gótico “Los Dulces Wiccanos” estaba llena de policía.

No todos los días, la comisaría recibía más de diez llamadas en un minuto pidiendo auxilio.

No todos los días, a alguien le dan una paliza que un médico debe describir en diez páginas de informe.

El detective Marlo nunca atendía a aquel tipo de llamadas, pero aquella vez lo reclamaban.

—No me suele gustar estos sitios– dijo a los agentes– y ya tengo los suficientes años como para no pintar demasiado aquí, ¿no? No me llama la atención que a un tipo le partan la mano por diez partes diferentes…

—No, seguro que eso no…– comentó uno de los agentes, pero entonces sacó un papel ensangrentado de una pequeña bolsa de plástico. La sostenía con unas pequeñas pinzas–. Pero ¿no vendría a ver la nota en la que un tipo se confiesa como el asesino de esa chavala del caso que le ha tocado cerrar, jefe?


El Cazador era perseguido ahora. Escapaba en la noche.

Atravesó calles y callejones, corrió por alféizares y trepó hasta azoteas.

Detrás, le siguió la policía con más y más refuerzos. Se lo tomaban como algo personal.

La agente Mara Williams consiguió tener al fugitivo a un suspiro de distancia, pero resbaló y se golpeó el rostro contra el suelo.

Otro miembro del cuerpo, Morgan Phelps se detuvo y vio a su compañera ensangrentada. La hubiese invitado a una copa aquella noche, después del trabajo, si no hubieran tenido que ir tras aquel cretino.

Morgan pidió refuerzos:

— ¡Agente herida! ¡A todas las unidades! ¡Agente herida!

El Cazador puede que no escape. Está en una ciudad donde herir a un madero es equivalente a cavar tu propia tumba con tus manos.

¿Qué más daba? Lo importante era: ¿podría el Cazador decir quién me había matado?


El agente Julian esperó sentado fuera de la habitación de un hospital. Era un novato. Por eso no le habían mandado a la persecución. Le habían ordenado que protegiese a un chaval que podía ser agredido de nuevo. Pero ¿cómo?

Todo el cuerpo de policía fue detrás del tipo que le hizo eso a la víctima que Julian protegía. Ese psicópata no podría escapar y si huía, ¿se arriesgaría a volver para rematar al cretino que dejó moribundo?

Julian sabía que no tenía nada que hacer. Se quedó allí, leyendo una revista en la sala de espera. Deseaba que ocurriese algo aquella noche que la volviese emocionante.

Entonces, vio a una enfermera. No era fea. Le llamó la atención. Parecía que al final podía hacer algo entretenido aquella madrugada.

Definitivamente, yo, una niña muerta, sabía que no iba a ser la mejor noche de la vida de Julian Marcus y Margaret Hickman.


Wilhelmina Black trabajaba en una floristería. Era una mujer tranquila, vivía con muchos perros y era feliz.

No se explicó por qué, cuando iba a por su coche, alguien la golpeó en la cabeza. En parte, porque perdió la conciencia.

Iba a morir el mismo día en que la ciudad iba a saber quién me mató.

Nueva Orleans… Se desangra en el caos y la muerte.


El Cazador brincó entre cumbres de edificios perdidos. Le seguían. Varios coches patrulla tronaban abajo, en el suelo. Algunos jóvenes miembros de la autoridad consiguen acercarse al endiablado ritmo del huidizo anónimo.

— ¡Abrid fuego!

Comenzó el baile con las balas y el que huía, de pronto, encontró en su cuerpo el plomo… Pero sus pies no se detuvieron. Su vida parecía cobrar sentido si seguía huyendo, si no se paraba, si no moría… Aunque su cuerpo y su alma falleciesen.

— ¡Bajad de ahí a ese hijo de perra!

Los tiros fueron a las piernas. A algunos de los pistoleros no les importaba que fueran a la cabeza, pero estaban demasiado nerviosos para apuntar bien.

¿Quién podía correr tras recibir tantos balazos? ¿Quién seguía vivo para escapar un día más?

La respuesta: aquel extraño forastero.


La enfermera Margaret Hickman se acercó a Julian y le dio una taza de café caliente. Eso les llevó a hablar sobre muchas cosas, entre ellas, las que habían ocurrido para que su camino se mezclase aquella noche:

—Demasiadas heridas, pero parece que vivirá– dijo ella–. El doctor Ferguson se asombró. Por heridas más estúpidas han muerto algunos. Pero a este chaval le dieron golpes en los puntos vitales justos para causar gran dolor, pero sin morir. Yo me quedé patidifusa… Eso solo pasa en las películas…

— ¿No cabe que esos golpes… sea por casualidad?

—No, hubo daños que si hubieran sido un poco más fuertes hubieran atravesado el corazón. El tipo sabía lo que hacía.

—Vaya… Pero bueno, seguro que mis compañeros ya lo han acribillado a estas horas… Al menos eso espero… ¿Qué se sabe de la familia del chaval?

—Ricachones… Llamamos para decirles esto y dicen que mañana vendrán de sus vacaciones en Suiza. No hay nadie más, ni el criado ha querido venir.

— ¿Por qué un ricachón se haría parte de esa comitiva de cadáveres en vida que había en ese bar? Joder, con el chaval… Me recuerda por las pintas a esa chica que asesinaron, Anna Molly…

—La que sale en la tele, la que buscan…

—La que debe estar muerta.

Era cierto. Yo estaba muerta.


Los agentes no se amedrentaron.

Dispararon desde el suelo.

Lo siguieron con sus coches.

Algunos intentaron solicitar un helicóptero.

Unos cuantos se colocaron en lugares estratégicos.

Pero ¿cómo detener a aquel cadáver en vida?

Parecía que nada ni nadie, él seguía huyendo y sus enemigos sólo podían vaciar sus cargadores.

— ¿A dónde se dirige?

—Desde… Desde aquí… Hacia el hospital Eveng…

— ¡El hospital! Maldita sea, ahí tenemos al tipo al que hirió…

— ¿Está… bajo custodia?

— ¡Detened a ese mamón!


Julian charlaba con Margaret sobre la juventud. Estaban frente a la máquina de bebidas y una gran cristalera que muestra la oscuridad de una noche sin estrellas.

A la vuelta de la esquina, estaba la puerta de la habitación donde unos médicos intentaban que un chaval moribundo no pasase a estar muerto.

Nadie protege la puerta.

El que dejó al herido como estaba se acercaba, pero ¿quién se lo podía esperar? Julian no.

— ¿Agente Julian? ¿Agente Julian? ¿Me recibe? ¿Me recibe? ¿Agente Julian?

La emisora del agente se le cayó sobre el sillón donde estaba sentado.

Julian no lo escuchó.


Diez agentes cargaron sus rifles. Estaban listos para mandar al infierno a aquella sombra imparable. Estaban en un callejón, iban a saltar sobre ellos.

Los francotiradores se prepararon también sobre otros edificios.

Era el momento.

¡Ahora!

Hubo estruendo.

Balas fulminaron la noche y atravesaron al hombre.

El Cazador cayó en picado.

Los agentes sintieron alivio.

Pensaron que el trabajo estaba hecho.

Fue entonces cuando se dieron cuenta de que el cuerpo del perseguido había atravesado una gran cristalera… La que estaba junto a la máquina de café donde Julian y Margaret parloteaban, donde no muy lejos estaba la víctima de la paliza.


— ¡A todas las patrullas disponibles! ¡Necesitamos que entréis! ¡Código 09-J! ¡Todas las unidades al hospital!

—Mensaje recibido. Unidad veintisiete en camino.

—Mensaje recibido…

— ¿Agente Julian? ¡Responda!


¿Podría ser una casualidad? ¿Podría haber caído fulminado el Cazador en el mismo sitio donde yace el malherido? ¿Podría haber sido el Cazador cazado? ¿Podría?

Tal vez.

Pero no está fulminado.

b6

El Cazador se levantó, herido, pero vivo y caminó sacando algo del interior de su abrigo de cuero negro.

Se dirigió a la habitación.

El agente Julian, horrorizado, disparó a discreción.


— ¿Quién le dio la paliza a ese chaval?– preguntó el detective Marlo, preocupado.

—Ha escapado y le están persiguiendo todos los efectivos disponibles, jefe– dijo uno de los policías cercanos–. ¿Es el asesino?

—No, pero sabe quién lo es– respondió el detective–. ¿Sabe a dónde se dirige en su huida? ¿Lo han identificado?

Los polis cercanos confirmaron la información y respondieron:

—No se le ha identificado.

—No se sabe quién es…

—Pero sí a dónde va.

— ¿A dónde va, maldita sea?

—Al hospital.

— ¿Dónde está la víctima?

—Fue trasladada al…

— ¡Maldita sea!– grita Marlo y se fue en busca de su coche.


Pero el Cazador dio un golpe para abrir la puerta.

Entonces, dejó caer de sus manos una gran carpeta y un disco. Los médicos se horrorizaron al ver a un hombre sangrando, pero en pie, que había llegado como el fantasma de otro tiempo.

La víctima despertó entonces y vio al que lo hizo ser lo que es ahora: un amasijo de hematomas. Perdió de nuevo la conciencia.

El agente Julian disparó una vez más y el Cazador cayó acribillado.


Cuando el detective Marlo llegó, era demasiado tarde para muchas cosas:

— ¿Qué ha pasado?– preguntó.

—Ese tipo… Casi no lo mató… No se paraba… Era… Oh, Dios– dijo el agente Julian.

—Serénese, agente– dijo Marlo–. Lo ha matado, vale. Pero ¿dijo algo? ¿Hizo algo?

—No dijo nada.

—Maldita sea…

— ¿Era él el asesino?

—El asesino es ese chaval que está medio moribundo en esa maldita habitación. Eso dice en la nota.

—Ocurrió algo, detective– dijo la enfermera.

— ¿El qué?

—Dejó un montón de papeles y un CD.


Horas después…



El forense del hospital fue llamado a altas horas.

No le gustaba demasiado su trabajo, pero era uno donde el cliente nunca se quejaba.

Se puso los guantes y dejó todo a punto para hacer la autopsia a un cadáver lleno de heridas de bala.

Nadie lo había identificado.

Observó el rostro del hombre. Era negro, de unos treinta años.

Parecía en paz.

El forense cogió su bisturí.

Quería volver lo antes posible a casa.


Un día más tarde…

Wilhelmina despertó, colgada boca abajo. Sus piernas y manos estaban masacradas por los clavos.

Había sido crucificada.

Sobre un edificio abandonado, su particular calvario, las lágrimas se unían a la sangre.

Empezó a chillar, pero la sangre la estaba ahogando.

Suplicó ayuda.

Nunca fue una mala persona. No se merecía aquello.

Uno de los guardianes de su cautiverio se aproximó envuelto en pulcros ropajes blancos.

¿Se había apiadado?

Colocó sobre la cabeza de la víctima una nota.

Decía: “Monstruo”.

El asesino se santiguó y aguardó hasta que la sangre llegase a la cabeza de Wilhelmina y le estallase.

Llevaría tiempo, pero lo merecía ante el semejante dolor que le produciría.

—Bruja…

Fue lo único que susurro el asesino.


Días después…

—Taylor Donaldson. Diecisiete años. Chaval con pasta. No muy buen estudiante, no. Algunos problemas de violencia, acallados por una familia con recursos– dijo una voz–. Creo que es hora de que despiertes.

Lentamente, el chico abrió los ojos. Fue como si se los acuchillase la luz. Demasiadas vías como para entender lo que está pasando. Una mancha con forma humana, frente a la ventana, lo vigilaba.

—Anna Molly. Una chica joven. Familia de clase media baja. Buena estudiante. Algunos problemas psicológicos que la acercaban a eternas depresiones. Sé lo que le hiciste. Es hora de que despiertes.

Taylor intentó decir que no, pero sólo crujieron los huesos que se habían empezado a unir de nuevo.

—Alguien entró en mi despacho y consiguió mi lista de sospechosos. No estabas en ella, sólo en uno de los amigos a los que se les tomó declaración. Ese tío buscó en cada una de las casas de esos malditos chavales y te encontró a ti, como una anomalía. Muchos chavales amigos de esa chica no nos contaron lo que le hiciste, pero sí entre ellos y hay cosas que perduran en esa basura de ordenadores.

Taylor quiso moverse, pero se sintió esposado por los sueros.

—En tu casa encontró la confirmación: cientos de papeles y un DVD que implicaba a ti en toda esta basura.

El chico quiere escapar, pero tiene demasiados huesos rotos como para respirar por sí solo.

—Leímos los diarios de esa chica, ¿sabes? Esa chica te quería y tú jugaste con ella. ¿Qué sacabas de todos esos vídeos? ¿Qué sacabas de destrozar la vida de esa chica? Te hiciste pasar por un vampiro… Ella tenía una depresión, se ofrecía en Internet a esos vampiros de sus fantasías… Y tú a cambio… Le quitaste todo. Cuando te amenazó con delatarte, con decir todo lo que le hiciste, la mataste… Eres un monstruo.

El chico negó con la cabeza.

—Prepárate, el dolor que sentirás mientras se te soldán los huesos no serán nada con lo que harán cuando estés en el reformatorio, chico… Si es que sobrevives. Vas a pagar por esto.

Taylor pensó en decir que él no ha admitido nada, que eso no sirve… Pero recordó la nota que escribió, mientras recibía los golpes. Lo admitió todo en ella y ese detective no iba a defender que fue firmada bajo violencia. Taylor supo que no podía comparar a Marlo.

El joven consigue empezar gritar… Hasta que se traga un trozo de diente roto.

El detective Marlo se marchó.

Media hora después, Taylor Donaldson murió de asfixia.

Realmente, fue el corazón. Le estalló.

El fantasma de la chica a la que le partió el corazón hizo que el suyo reventase.

A Donaldson le pareció ver el cadáver de la chica que mató yendo hacia él.

Cree verme a mí.

Él lo cree, yo lo sé.

Era yo.


Dos semanas después…

Mis padres se reunieron en torno a una tumba vacía. Sabían que estoy muerta, pero no saben dónde estaba mi cadáver. Les quedaba el consuelo de tener una tumba… Pero eso no era un consuelo suficiente. Lloraron, como si llorasen por toda la eternidad.

Luego llegaron Irma y Eric, mis grandes amigos, y lloraron. También por toda la eternidad, pero sobre todo, por mí.


El detective Marlo se tomó unas vacaciones después de todo lo ocurrido. Iba a enfrentarse a sus propios fantasmas.

No sabía si podía soportar en su conciencia la muerte un inocente, el que les dio la clave para saber quién mató a Anna Molly. Aquel desconocido que fue acribillado en el hospital.

Sintió pena, pero así es Nueva Orleans: los inocentes mueren y sus asesinos no escapan por mucho tiempo.

¿Qué llevó a aquel desconocido a emprender aquella batalla solo? ¿A dejar moribundo a alguien y luego ir como una ceremonia a colocarle las pruebas que lo incriminaban en un crimen?

Nueva Orleans es así: ritos incomprensibles, ceremonias sangrientas.


Esa misma noche…

Bajo una tumba, se escucharon golpes.

Había alguien que había sido enterrado vivo.

Sentía desesperación, pero hasta un punto. También sabía que podía calmarse. ¿Era su parte vampiro la que se siente cómoda estando en un ataúd?

Blade, el Cazador, habló con dificultad:

—Estoy… vivo…

Esperó el silencio, pero…

—Claro que lo estás… Bien hecho. Sabía que este cometido te reviviría. Tarde o temprano.

>>Has demostrado que eres tan buen cazador como creías que eras.

A continuación, se escuchó el sonido de una pala acuchillando la tierra.

El Maestro estaba cavando para sacar al muerto del interior de la tierra.

Blade sintió que su frente ya había escupido la bala que estuvo a punto de matarlo.

—Te espera un trago de sangre, amigo Eric Brooks, Blade, el Cazador. Es tiempo de que sigas adelante siendo lo que realmente eres.


El alto rascacielos de Nueva Orleans, el hombre misterioso, el hombre rico que investigaba los asesinatos con la nota de “Monstruo”, sabía que otra había muerto. Una antigua bruja.

El mundo se mostraba intratable con los monstruos. Era una mala época para ser verdaderamente malo.

Él sabía que los viejos adversarios venían a por él.

Tomó un trago de algo que recordaba al vino tinto.

Esperaba.

Era algo que se le daba bien.


Epílogo: Más allá.

El forense iba a hacer la autopsia del cadáver descompuesto de una niña.

Lo habían encontrado en un pantano.

El detective Marlo regresó de sus vacaciones y llamó para saber si la autopsia se ha llevado a cabo. ¿Podía ser Anna Molly? El forense no cogió el teléfono, pero sí encendió la radio.

Sonaba la canción “Ana Molly” de “Incubus”.

Qué raro…

El médico de los muertos encendió también su grabadora para describir cada acto de su pequeña lección de anatomía con la muerte.

El ritual estaba a punto de dar inicio.

Observó los ojos azules de la niña muerta. No se habían podrido. Algo extraño… Y también escalofriante.

Cogió el bisturí.

Entonces…

El corazón.

El corazón le dio un vuelco y estuvo a punto de reventarle.

¿Por qué?

Porque los ojos azules de la muerta parpadeaban.

¿Cómo…?

El bisturí cayó sobre el cuerpo de la muerta, pero una garra lo apartó. Cogió las manos del forense, que se vio incapaz de gritar. Se sintió hipnotizado por la belleza de una muerta. El médico se desmayó y cayó al lado de la camilla.

El cadáver cayó al suelo y con dificultad se puso en pie. El hedor se alejó.

Ella seguía… ¿Viva? Su asesino la arrojó en el pantano, pero algo en él la encontró y la convirtió en algo más: en algo sediento de sangre.

La niña abrió sus fauces y mostró sus colmillos.

Esa niña soy yo.

Anna Molly y, aunque me mataron, sigo viva.

Más viva que nunca…

Y para toda la eternidad.

Continuará...
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