Weird Tales nº01

Título: Henry Dickinson y la Joya de Madagascar y Al Servicio Secreto de su Majestad la Reina Victoria
Autor: Alejandro Aragoncillo y Raúl Montesdeoca
Portada: Conrado Marín "Entiman"
Publicado en: Febrero 2012


¡Nueva serie! Llega a Action Tales el magazine dedicado al genero pulp y al steampunk: Comenzamos con dos historias: Patrick Steed & Asa Ishikawa, caballero británico y asesina ninja. Agentes secretos de su graciosa majestad. Recuerda estos nombres, por que si eres malo, ellos son los que irán a por ti.
Sin glamour, sin buenas maneras pero con dos puños y una voluntad de hierro el soldado Dickinson resuelve todas las situaciones que se le presentan con su estilo (o falta de él) característico, en uno de sus muchos viajes, en la exótica y misteriosa África conoce a la mujer que cambiará su vida, Margarita Van Poppler...y de regalo su suegro el profesor chiflado.
Las historias más emocionantes, inquietantes y llenas de pulp y aventura
Action Tales presenta


Las aventuras del soldado Henry Dickinson
Henry Dickinson y La Joya de Madagascar
Por: Alejandro Aragoncillo


No todos los relatos comienzan de la misma forma, ni todos hablan de la misma clase de gente y por supuesto no todos los narradores son tan apuestos como un servidor. Hoy os voy a hablar de mi gran amigo Henry Dickinson y de cómo se iniciaron sus emocionantes aventuras.

Mi nombre es Harry Porter y soy uno de los múltiples escritores, poetas, diletantes, gentilhombres, muertos de hambre, románticos y muchas otras cosas (todas a la vez) que pululan por nuestro Londres de hoy en día. No se equivoquen ustedes, este servidor tampoco es un ángel, y me gusta frecuentar las tabernas donde se sirve absenta, donde las mujeres no son señoritas y donde a veces se fuma opio. Precisamente fue en uno de estos locales donde conocí a nuestro héroe (si es que se le puede llamar así). La verdad es que la primera impresión no fue demasiado prometedora: la casaca abierta, bebiendo cerveza barata (en esos locales tampoco hay otra) y con los ojos cubiertos por la bruma del alcohol. De hecho no me fijé en él más que unos segundos.

Me abrí paso entre el humo del tabaco y el hedor de los cuerpos que no conocen el significado de la palabra jabón y finalmente llegué a la barra del tugurio. Me hice oír a gritos:

-Oye Gillmore! Donde está Molly?

-Molly? Está sirviendo las mesas

Así que la busqué entre el humo y el ruido, y la encontré precisamente mientras conversaba con este desconocido, que la agarraba de la muñeca. Sé que es una estupidez enamorarse de una puta, pero los artistas disfrutamos cuando nos parten el corazón. Un amigo mío dice que la melancolía es la única musa que susurra en los oídos de los poetas. Así que le eché valor al asunto, me coloqué mi gastado chaleco y me dirigí con paso firme hacia la mesa. El valor desplazó a la melancolía.

-Eh amigo, me parece que está molestando a la Señorita.

-¿Cómo? – Debería aclarar que en vez de una poderoso chorro de voz que amedrentara al patán, lo único que me salió fue unas palabras apretadas dichas suficientemente bajo como para no se me oyeran demasiado. La sensatez desplazó al valor.

-He dicho que quizá está importunando a la dama.- A veces las palabras cultas también funcionan.

-Oye chico, ¿por qué no esperas tu turno?

Entonces la indignación desplazó a la sensatez. Me puse rojo, como un tomate, como un enorme y colorado tomate maduro de final de verano. Mi tío Rodrik cultivaba unos excelentes tomates en su huerto de Gloucester.

-Señor, exijo una satisfacción.

-Claro que sí, yo también, ¡pero preferiría que fuera Molly quien me la diera!

Y ahí todo cambió. Comenzamos a reírnos y cuando vi sus manazas y su aspecto de tipo duro comprendí que era lo mejor que me podía haber pasado. Me invitó a sentarme con él y mientras charlábamos bebimos a la salud de Molly, y a la del viejo Gillmore, a la de los irlandeses y a la de medio mundo. Perdí el conocimiento antes de poder brindar por la otra mitad.

A la mañana siguiente un inoportuno rayo de sol –como no podía ser de otro modo- revoloteó a mí alrededor hasta posarse en mis ojos. Aparté la cara pero ya estaba despierto y la presión de mi repleta vejiga junto con una sed atroz me impulsaron a hacer un esfuerzo por desperezarme. Abrí un ojo. Por lo menos estoy en casa, aunque no tengo ni idea de cómo llegué hasta aquí. El pérfido rayo de sol que entra por la única (y diminuta) ventana del cuchitril en el que vivo vuelve a atacarme en los ojos e insiste para que me levante.

Después de mear y asearme comencé a sentirme de nuevo persona, y pude recordar fragmentos de la conversación que mantuve ayer con el (hasta entonces) desconocido, y que se presentó como Henry Dickinson. Después de que yo hablara largo y tendido de mi Molly él también comenzó a hablar de su Molly… y de muchas otras cosas.

-Si amigo, me llamo Henry, Henry Dickinson, mis padres tienen una granja en el condado de Northampton, no demasiado lejos al norte de Londres.

-Pues deja que te diga que no tienes pinta de granjero.

-Claro, por eso me fui, porque no tenía pinta de granjero.

Grande y fuerte, con manazas de trabajador, pienso que este hombre sí tiene pinta de granjero, pero hasta borracho intuyo que no es lo que quiere oír. De pelo castaño cobrizo abundante, lo lleva algo más largo de lo que suelen llevarlo los militares, por lo que deduzco que probablemente no está de servicio. Tiene las patillas también bastante abundantes y las lleva largas hasta unirse con el bigote, mientras que la barbilla la lleva afeitada. Es de complexión robusta, bastante alto, y tiene algo de barriga. No lleva armas a pesar de que tiene a su lado un petate militar del que sobresale la manga de la típica guerrera roja de los soldados de Su Majestad Victoria. Sin galones. Después de un par de tragos volvemos a la conversación. Señalo su macuto.

-¿Vienes o te vas Henry? - Sonrío.

-Vengo de la India. Mañana es mi primer día en mi nuevo destino.

-¿Y dónde te han destinado?

-Ni idea.- Me enseña un sobre en el que figuran órdenes de su superior para que se presente mañana a primera hora en una dirección que me es familiar, aunque el alcohol me impide pensar con claridad. Distingo una “E” en marca de agua en el papel, que es de buena calidad.

-¿Y por qué te han destinado aquí?

-Creo que me he metido al menos en un lío.

Llevo ya varios años en el ejército de Su Majestad, he viajado y he visto mundo. He estado en Europa, en África y en La India, y aunque no pasé allí demasiado tiempo si me ocurrieron cosas de lo más interesante, aunque ya me referiré a ellas en otro momento. Como te decía, mi última misión fue escoltar un pequeño cargamento de té de primera calidad para la familia real (te de jazmín, lo mejor para su majestad). No sé si por suerte o por desgracia perdimos el mercante que debíamos coger en Calcuta y tuvimos que tomar el siguiente barco que salía para Inglaterra. El capitán del vapor Deterrance, viejo conocido del teniente Burns (menuda pieza, en otro momento te hablaré de él) nos hizo el favor de habilitarnos una bodega para almacenar el cargamento y que nos sirviera de camarote. Ni siquiera figurábamos en el conocimiento de carga.

Junto con el Sargento Robertson y otros 10 hombres más, formábamos un destacamento encargado de custodiar el cargamento de té, tres grandes fardos de unos 20 kilos de peso cada uno cuidadosamente empaquetados. Dentro de la bodega/camarote hacíamos vida y jugábamos interminables partidas de Black Jack, Bridge y Póker entre el espeso humo de nuestros cigarros. Como te puedes imaginar, tras la primera semana de navegación el aspecto del almacén-camarote dejaba bastante que desear, y después de dos semanas apestaba como la jaula de un babuino. ¿Que no sabes lo que es un babuino? Deja de interrumpirme o no terminaremos nunca.

Tras dos semanas de tedioso viaje realizamos una escala para reabastecernos en el puerto de Foliara, en Madagascar, en la costa oeste de la isla. La parada duraría un día. El sargento dejó un retén para custodiar el cargamento y el resto nos dispusimos a bajar a puerto a gastar nuestra escasa paga de soldados coloniales. La verdad es que el puerto de Tolaira era gran cosa, pero tenía buenas vistas y el Canal de Mozambique también resultaba espectacular. Después de adecentarnos mínimamente, me reuní con los chicos en la borda del barco. Tendrías que ver la cantidad de animales raros que había enjaulados… ni te lo creerías, y un buen número de esas jaulas parecían preparadas para nuestro barco.

-¡Soldado Dickinson! – Dijo el sargento Robertson.

-¿Si mi sargento?

-¿Ve esa bandera holandesa sobre esas carretas?

-Si, mi sargento.

-Pues mi colega el sargento Perkins me pidió que les echara un vistazo. Yo le prometí que pondría a mi mejor hombre, pero como el Soldado Jacks se encuentra indispuesto se lo encargaré a usted. – Mi cara debió ser todo un poema – ¿Representa eso algún problema soldado?

-Señor, no señor, ¡me pegaré a ellos como una ladilla al coño de una puta señor! – El sargento sonríe, y me dice que promete traerme una botella de ginebra del puerto mientras me da un cordial toque en el hombro y se atusa el bigote. Acto seguido se abrocha su casaca, se cala su sombrero y se dispone a bajar a puerto junto con el resto de los hombres.

¡Pues si que va a ser una escala interesante! Pienso mientras me asomo por la barandilla para ver el panorama. Una gran cola de carros entra y sale de la bodega del barco, metiendo y sacando mercancías sin ningún concierto aparente. Decido dar un paseo y estirar las piernas por el muelle. Después de curiosear un rato, me acerqué a las carretas que el sargento me ordenó vigilar y pude ver que se trataba de europeos que volvían al continente con su equipaje. Entre las carretas se distinguían un gran número de baúles además de jaulas con animales salvajes vivos y lo que parecían ser restos arqueológicos. Bueno, al menos eso me contaron los estibadores del puerto porque a mí me parecían piedras. Quizás fueran piedras bonitas, pero eran piedras al fin y al cabo. Pensando en la botella de ginebra que me prometió el sargento, me dispuse a hacer bien mi trabajo y entablé conversación con el profesor Van Popler, un agradable caballero de unos 40 años que intentaba poner orden en medio del caos con escasos resultados.

-Disculpe profesor, permítame ayudarle. ¡Atajo de gandules! ¡Si ese baúl se os cae os arrancaré la piel a tiras! ¡En mi vida he visto una colección de incompetentes como esta! ¡Hasta mi hermana pequeña lo haría mejor! – Una lengua afilada suele ser tan eficaz como un látigo.

Después de seis horas de gritos, discusiones y algún que otro sopapo, la mercancía del profesor se hallaba embarcada en las bodegas y le tocaba el turno a sus efectos personales y a su familia.

-Soldado Dickinson, esta es mi mujer Greta, y la niña que está al lado es mi hija Margarita.- ¿Niña? Sin duda la paternidad velaba la visión del profesor. Ante mis ojos, vestida de tul y con una graciosa sombrilla para el sol, una preciosidad de ojos verdes me miraba con ojos curiosos. Creo que al lado estaba la tal Greta. De hecho creo que siguieron sucediendo más cosas a mí alrededor, pero para mí el mundo se paró en ese momento. Al instante reparé en mis manos sucias, la camisa sudada, el pelo descuidado y creo que por primera vez en mi vida me puse rojo (Bueno, recuerdo aquella vez que Mary Swift, nos pilló a los chicos del barrio espiándola en el excusado, creo que aquella vez también me puse rojo)- ¿Señor Dickinson, se encuentra bien? – No estoy seguro si logré balbucir una respuesta - Debe ser este condenado calor, y claro, lleva aquí al sol montón de horas ayudándonos. Gracias a Dios ya hemos terminado, pero me siento en deuda con usted blablabla – No recuerdo nada de lo que me dijo. Todos mis sentidos estaban pendientes de la criatura más maravillosa que había visto en mi vida.

Esa misma noche cené con ellos en la mesa del capitán, todo un honor que me hizo objetivo de la rechifla (y la envidia) de todos mis compañeros. Me enteré que el profesor, nada más licenciarse en la universidad de Rotterdam, había emprendido viaje a la isla de Madagascar, y que al poco tiempo su (por aquel entonces) novia Greta le había acompañado. Ocasionalmente había vuelto a Europa, pero su hija había nacido y crecido en la isla, y esta era la primera vez que la abandonaba.

-Efectivamente Capitán Morgan, soy doctor en Historia Antigua y mi mujer se licenció con honores en Antropología y Ciencias Sociales. Lamentablemente no hemos podido dar a nuestra hija una formación universitaria como nos hubiera gustado, pero nos hemos esforzado mucho en su educación. ¿Verdad querida? - me descubro mirándola directamente a los ojos. Nunca he visto nada más bello… son como dos esmeraldas perfectas. De hecho toda ella es como una joya… la Joya de Madagascar - De hecho una de las primeras paradas que haremos en Londres será en la universidad, hemos sido invitados por la prestigiosa Real Sociedad Geográfica, y quién sabe si por la Sociedad de Explo… Ouch! ¿Por qué me has dado una patada querida? ¡Oh dios mío! ¡Era secreto! Bueno, podemos contar con la discreción de nuestros comensales, ¿no es ciertos caballeros? – El Capitán Morgan y yo nos miramos y asentimos mientras sonreímos. No tengo la más remota idea de lo que puede ser la Sociedad de Explo, pero tampoco me importa demasiado en este momento. Poco después finaliza la velada. Apenas he tenido ocasión de intervenir en la conversación pero tampoco me importa demasiado. Con haber estado a su lado me es suficiente… de momento.

Y así pasan los días de monótona navegación, entre miradas, breves conversaciones y embarazo como no había sentido en mi vida. Algunos de mis compañeros intuyen lo que me pasa e intentan quitarme de la cabeza tan alocadas ideas. Que si no es mujer para ti, que si no tienes nada que ofrecerle, que nunca estarás a su altura… pero no me importa. Perseveraré, y además noto que ella también me busca con la mirada. Quizás también sienta algún interés por mí.

El último día de navegación, cerca de las costas de Francia, un barco de aduanas nos hace señas y se dispone a inspeccionarnos. Con el megáfono nos dicen que ha habido un brote de enfermedades tropicales y que quieren comprobar que todo está en orden antes de permitirnos acercarnos más a la costa. Nuestro itinerario no pasa tan cerca de la costa de Francia, pero el capitán no tiene nada que ocultar y se dispone a recibir a los visitantes.

-Maldito haraganes, ¡mirad cómo está todo esto! ¡Quiero que ordenéis todas vuestras pertenencias antes de que esos estirados franceses anden paseando sus narices de ratón por todo el barco! ¡No quiero que nadie diga que los soldados de Su Majestad son unos cerdos! – Hasta hace diez minutos, el sargento era uno de los cerdos que más disfrutaba retozando en el lodo del camarote, pero ahora vuelve a ser el sargento.

Con prisa, guardamos la ropa en nuestros petates, lustramos las botas y nos ponemos ropa limpia, aprestamos nuestros arreos e incluso las armas. El sargento quiere que los franceses contemplen al pelotón formado y en toda su plenitud. Después de veinte minutos de actividad febril, todo está en orden y nosotros preparados. Oímos un disparo.

-Caballeros, damas, lamentamos este incidente, y les aseguro que nuestra intención no es hacerles daño – El hombre que habla es alto y está en buena forma. Viste un traje de buen corte y no parece estar armado. A su lado un buen número de lo que aparentaban ser agentes de aduana franceses le flanquean y apuntan con sus armas tanto a la tripulación como a los pasajeros, que atemorizados se amontonan en la cubierta – Les diré lo que vamos a hacer: buscaremos entre los pasajeros al hombre que buscamos, y nos lo llevaremos sólo a él. Al resto no le pasará nada… si colaboran – Los marineros del barco podrían enfrentarse con ellos, pero están desarmados.

-Soy el Capitán Morgan, y no permitiré que… - Bang!

-¿Algún otro héroe? Profesor Van Popler? ¿Desea más muertes en su conciencia?

-No, es suficiente. Yo soy el Profesor Van Popler. ¿Qué es lo que quieren de mí?

-Cada pregunta a su debido tiempo. Me temo que su familia también nos tendrá que acompañar profesor.

-¡Dijo que sólo me llevaría a mí!

-Mentí.

Un grupo de asaltantes queda al cargo de la tripulación mientras que el grueso de los pasajeros son encerrados en uno de los grandes salones del barco, y el resto de los asaltantes junto con el profesor bajan a la bodega a recoger las valiosas pertenencias del profesor. Recorren un largo pasillo con las bodegas a los lados, y cuando abrimos las puertas de nuestra estancia los cogemos completamente desprevenidos. Una descarga cerrada de fusilería diezma a los sorprendidos asaltantes, que en un momento pasan de ser agresores a agredidos. Acto seguido, entre gritos, cargamos contra ellos a bayoneta calada. Su líder huye al verse en peligro y no tardamos en perseguirle, pero rápidamente salta al barco que usaron para llegar hasta nosotros y los supervivientes salen pitando. Pronto están fuera del alcance de nuestras armas. El profesor resultó herido en la descarga inicial pero su vida no corre peligro. Hasta que no localizo a Margarita al lado de su madre no respiro tranquilo. Su madre me mira con extrañeza; creo que me ha calado.

Cuando nos acercamos a puerto una pequeña embarcación acude a recoger al profesor y su familia. Disimulo y me acerco a ellos para ayudarles en el cambio de embarcación. El profesor me dirige unas palabras de agradecimiento, pero está muy débil y apenas puede hablar. Su mujer me mira pero no me dice nada, no sé qué pensará. Cuando llega el turno de Margarita, intento ser todo lo delicado que puedo, y noto algo especial en su forma de mirarme.

-Te buscaré Margarita.

-Lo sé.

Y mientras su embarcación se aleja noto una extraña sensación en el pecho. Cuando vuelvo al camarote comunal encuentro un sobre en mi catre con mi nombre escrito por una delicada caligrafía. Dentro hay una fina cadenita de oro con una extraña piedra negra engarzada. No me cabe duda de quién la ha dejado ahí. Esto no es el final, es sólo el comienzo.

Me termino el café mientras rememoro nuestra conversación de anoche, y vuelve a mi cabeza la dirección que ponía en la carta de Henry, Calle Oxford número 24, la sede de la Royal Geographic Society! De ahí la marca de agua en el papel, esa letra “E”, ¡como no caería antes! Quizás esté relacionado con la Sociedad de Exploradores (también llamada Sociedad de Explotadores después de los catastróficos accidentes del barrio de Wemblei, cuando tres manzanas completas de casas volaron por los aires). Debí prevenir a Henry! Parece un buen tipo y esa gente es peligrosa (hay demasiadas explosiones y asesinatos a su alrededor). Espero que no le ocurra nada malo.



PATRICK STEED & ASA ISHIKAWA: AL SERVICIO SECRETO DE SU MAJESTAD LA REINA VICTORIA
Escrito por Raúl Montesdeoca

CAPÍTULO I:“THE MEETING”



El empleado de Universal Imports & Exports se ajustó sus anteojos para observar a la atípica pareja que entraba en aquellos momentos, dejó su pluma en el tintero y se quitó los manguitos para recibir a los clientes. Eran un hombre y una mujer, él por su aspecto un joven caballero que vestía como un dandy, traje gris de buen paño inglés, chaleco florido y que apenas llegaba a la treintena de años, ella una oriental de similar edad que lucía un traje de seda negra que resaltaba sus femeninas líneas ajustándose como un guante a su silueta, quizás incluso más de lo que recomendaban las estrictas normas de la moral y el buen gusto.

- Buenos días, mi nombre es Patrick Steed. Tengo una reunión en el departamento de Mercados Asiáticos, debería tenerme usted en su lista.


El tono usado por el recién llegado era cordial, lucía una amplia y franca sonrisa en su rostro pero al recepcionista no pareció importarle lo más mínimo a juzgar por lo frío de su respuesta.

- Aquí le tengo, - dijo tras ojear unos papeles que tenía en su mesa- Mr. Steed, puede usted pasar, le esperan. Pero me temo que su … - dudó unos segundos –, ehmm … asistenta no puede entrar.

Sin perder ni por un segundo la sonrisa, Patrick Steed respondió.

- Descuide, se lo haré saber a mi asistenta en cuanto la vea.

Y tras hacer una breve inclinación de cabeza continuó su camino seguido por la mujer con una familiaridad que delataba que no era la primera vez que visitaba el lugar, la cara del recepcionista se tornó un poco más roja de lo que ya era pero no estaba dispuesto a dejarse ridiculizar por aquel señorito con ínfulas de grandeza y salió tras él.

- Mr. Steed, insisto, la … chica debe esperar aquí.

Con una expresión de irónica sorpresa Steed preguntó.

- ¿La chica? Vaya, que familiaridad. No sabía que se conocían ustedes. Voy a preguntarle porque la chica debería esperar aquí, pero antes de responderme debería usted saber que la chica, como usted la llama, es una experta asesina entrenada por los mejores maestros de ninjitsu , ¿ve usted los palillos con los que se recoge su pelo? Conoce más de quince maneras de matarle con ellos, así que se lo preguntaré finalmente ¿Por qué debería la chica esperar aquí?

Una gota de sudor cruzaba la frente del burócrata y su nuez se movía arriba y abajo mientras intentaba tragar una saliva que su boca completamente seca no producía, no llegó a articular palabra pero con un gesto de su temblorosa mano les invitó a pasar al interior de la sede.

Una casi inapreciable sonrisa se dibujó en los labios de la mujer.

Ya en el interior y una vez hubieron puesto una puerta de por medio la mujer se dirigió a Steed.

- Le has asustado de verdad, no era necesario por una tontería como esa.

- Es un idiota, se lo merecía.

- Y además, eres un exagerado, solo conozco diez maneras de matar a alguien con unos palillos.

- ¡Hey! No dejes que la verdad te estropee una buena historia, así soy yo. –dijo guiñándole un ojo.

- Lo sé, por eso me casé contigo.

- Ya, y supongo que el hecho de que fueran a decapitarte no tuvo que ver.

- Eso solo fue un detalle más.

Steed acarició suavemente el pómulo y la mejilla izquierda de la mujer y colocó un mechón de pelo rebelde de vuelta al lugar que le correspondía.

- No deberíamos hacer esperar a nuestro jefe, sabes que luego se pone de mal humor.

- Él siempre está de mal humor.

- Asa, por favor, tengamos la fiesta en paz.

Una gran puerta de roble exquisitamente labrada se abrió para recibirles, al otro lado les esperaba el capitán Harrison, la mano derecha del gran jefe. Le habían hecho llamar por algo gordo o Harrison no habría venido a abrir la puerta él mismo.

- Sir Patrick, gracias por venir con tanta prontitud. M le espera en su despacho.

- ¿Qué tal está usted, capitán Harrison? ¿Alguna pista de que se trata esta vez?

- No, me temo que ninguna.

Definitivamente se trataba de algo serio si Harrison no sabía nada y no había motivo para mentirle, conocía a Harrison y de haber sabido algo que no pudiese contarle le habría dicho algo del estilo de “no me es permitido hablar de ello” o una de esas fórmulas que usan los militares. Así que sin más pausa se dirigió al despacho que había al otro lado del recibidor, llamó suavemente a la puerta y una voz familiar respondió desde dentro invitándoles a pasar.

La habitación estaba ricamente adornada, una enorme alfombra persa cubría la mayor parte del suelo, una enorme mesa escritorio de roble presidía la estancia, tras la mesa estaba Sir James Melville, superintendente del cuasi todopoderoso Buró del Servicio Secreto Británico, en un amplio y cómodo sillón con brazos situado a la izquierda de la mesa se encontraba el Viejo Gran Hombre , nombre por el que era conocido cariñosamente Sir William Gladstone, el primer ministro británico. Había pasado ya de los ochenta años de edad pero su fuego interno no se había apagado, seguía siendo un luchador, era conocido lo mal que se llevaba con los lords e incluso con la propia reina por su oposición casi constante a los privilegios y los excesos de las clases altas. A Steed le caía bien el Viejo Gran Hombre pero su presencia allí no era buena señal.

Tras los saludos protocolarios que fueron breves y escuetos, James Melville, hombre práctico donde los hubiese, no perdió tiempo alguno en ir directamente al asunto.

- Mr. Steed, el Profesor quiere hablar con nosotros.

No había necesidad de explicar quién era el Profesor, se refería a James Moriarty, el Napoleón del crimen de Londres, todos los criminales de la metrópoli más grande del mundo pagaban su vasallaje a este siniestro personaje por su protección y asesoramiento, eso le había convertido en uno de los hombres más ricos del Imperio, lo que le permitía tener en su nómina a miembros de la Cámara de los Comunes, de los lores y todo tipo de gente influyente. Aunque era un secreto a voces nunca nadie, al menos nadie vivo, había podido demostrar su culpabilidad o implicación en tan siniestras tareas. Moriarty era un genio en muchos campos como las matemáticas, la ingeniería y las ciencias en general.

- Supongo que ya le habrá sugerido como será el encuentro porque no creo que sea posible que nos veamos en el Club Diógenes para tomar el té.

Moriarty mantenía lo que en el argot se llamaba un perfil bajo, trataba de pasar desapercibido y jamás se dejaba ver en público.

- Supone usted bien, Steed. La reunión ha sido fijada para dentro de dos días en París.

- Es comprensible, sabe que de ser en suelo británico se arriesga a ser detenido o incluso a alguna otra solución más definitiva.

El primer Ministro William Gladstone que había permanecido en silencio se incorporó y dirigiéndose a Steed dijo:

- Ese hombre es una serpiente, no podemos fiarnos de él y seguro que no trama nada bueno, pero si se arriesga así para contactar con nosotros merece la pena saber de qué se trata, pero no se olvide, tarde o temprano nos traicionará.

Steed asintió, no era necesario añadir nada más. Melville rompió el silencio entregándole un sobre sellado a Steed.

- Dentro llevan toda la información necesaria, el lugar estipulado para la reunión, reservas en L´Hotel de París. Tenemos reservados dos pasajes en zeppelín para mañana, así que deberían ponerse en marcha. No olviden pasar por el laboratorio del Profesor Quentin.

- ¿El departamento Q? – preguntó Steed con una sonrisa irónica.

- No haga enfadar al profesor.

Tras una cortés despedida Patrick Steed y Asa Ishikawa abandonaron el decorado despacho por una puerta distinta a la que habían usado para entrar, comunicaba a un largo pasillo que desembocaba en otra puerta, esta metálica y reforzada. Steed hizo sonar el timbre. Del otro lado les recibió un joven de una veintena de años con una bata blanca, sin duda alguno de los muchos ayudantes del profesor Quentin, el científico loco oficial del Servicio Secreto. A Steed el profesor Quentin no le parecía un mal tipo, si se obviaba el hecho de que estaba como una regadera y si uno se mantenía lo suficientemente lejos de sus inventos las posibilidades de supervivencia aumentaban bastante.

El laboratorio era una gran sala diáfana, un antiguo almacén reconvertido, era el sueño de un científico y la pesadilla de cualquier hombre cuerdo. Por todas partes se veían bobinas, calderas, resortes, pistones que subían y bajaban, había muchos olores fuertes y ácidos. Aquí era donde el profesor Quentin perpetraba sus inventos de destrucción, era un gran científico pero estaba obsesionado con las armas, era incapaz de inventar otra cosa, Steed no era de los de gatillo fácil y las invenciones de Quentin le parecían un despropósito en su mayoría aunque de vez en cuando inventaba algo útil y que no lo destruía todo en un radio de veinte metros a la redonda. Gente con batas blancas iban y venían como un pequeño ejército de obreros a la orden de la hormiga reina, el profesor Quentin en este caso.

El profesor no reparó en la presencia de la pareja hasta pasados un par de minutos, sumido en su rico mundo interior como estaba.

- ¡Qué agradable sorpresa, Mrs. Ishikawa! – dijo con una libidinosa sonrisa, y tras reparar en la presencia de Steed añadió con mucha menos alegría - ¡Ah! Veo que también ha venido usted.

- Sí, ¿no se alegra de verme, profesor?

- No en exceso para serle sincero.

- Pues obviemos las formalidades sociales y vayamos al asunto, ¿tiene algún nuevo trasto que enseñarnos?

La manera en la que el profesor Quentin le miró dejó claro que no le hacía ninguna gracia que se refiriesen a sus invenciones con el término de “trasto”, sin decir palabra se dirigió a una enorme mesa de trabajo sobre la que podían verse diferentes aparatos. Cogió en sus manos un bastón con empuñadura de cristal.

- Esto podría gustarle incluso a usted, el sistema de defensa personal electro-magnético.

- ¿No sería más fácil llamarlo bastón eléctrico? – preguntó Steed con la clara intención de molestar al científico

- Eso sería una simpleza, este dispositivo dispone de una dinamo experimental, si se le quita este resorte de seguridad – mostró una marca en la empuñadura – y se apoya en el suelo o en cualquier superficie la presión ejercida se trasmite a una bobina de cobre que transforma la energía cinética en eléctrica, gracias a los nuevos superconductores usados en su construcción podemos obtener una descarga breve pero de gran intensidad que debería dejar en el suelo babeante a cualquiera de los desgraciados que tenga la mala fortuna de cruzarse con usted.

- Pues podría resultar útil y además es muy bonito.

- ¿Bonito? – preguntó retóricamente el profesor – Es un arma personal equipada con lo mejor de nuestra tecnología, su función no es ser bonito sino práctico. En fin, déjenme enseñarles las nuevas muestras de nuestros tejidos blindados, hemos mejorado muchísimo la resistencia usando una nueva malla metálica que se adapta fácilmente a cualquier vestimenta y que les permitirá una gran movilidad dándoles además una resistencia increíble a todo tipo de proyectiles.

- Parece que no ha estado usted ocioso. – dijo Steed mientras tocaba la fina malla metálica

- Jamás lo estoy, y por favor le rogaría que no tocase nada de lo que hay en la mesa. Y ya para terminar la joya de la corona, el multi-lanzador personal de proyectiles de alta velocidad.

En sus manos llevaba una pistola bastante peculiar, tenía seis cañones giratorio encajados dentro de una estructura metálica y en el lugar donde estaba el tambor podía verse como se le había adaptado un pequeño compresor. El profesor miraba el arma como un enamorado podría mirar a su prometida.

- Es capaz de disparar ráfagas de hasta seis balas perforantes con un solo movimiento de gatillo, este compresor aprovecha los gases de la combustión de cada proyectil en darle velocidad al tambor giratorio. Nivel de destrucción del 100% garantizado.

- Esto ya se parece más a lo que nos tiene usted acostumbrados, un arma con una potencia de fuego desmesurada según parece.

- Ningún arma es lo suficientemente potente. – se quejó el profesor

Steed sopesaba el arma en sus manos y de un rápido movimiento la empuñó y disparó contra una plancha metálica en la que profesor Quentin hacía las pruebas de su versión de la pistola Tesla del profesor Barnaby, con resultados catastróficos por lo general, aun no había conseguido que ninguna de sus versiones aguantase entera más de tres disparos. La plancha de metal de más de tres centímetros de espesor cedió ante la brutal acometida de los proyectiles perforantes dejando un círculo irregular de seis orificios en su superficie, el ruido de los disparos y el estrépito del metal sorprendió a todo el personal del laboratorio, algunos incluso dejaron lo que tenían entre manos y se lanzaron al suelo buscando cobertura. Steed que miraba con asombro la humeante pistola solo acertó a decir.

- ¡Santa madre de Dios!

Incluso Asa que no era muy dada a dejar ver sus emociones en público enarcó su ceja derecha ante aquella demostración de poder de fuego.


La cara del profesor Quentin estaba al rojo vivo por el caos que había provocado Steed en su laboratorio.

- Coja su equipo y abandone mi laboratorio inmediatamente.

Mientras salían Asa pudo ver como la cara de Steed no podía parecerse más a la de un niño que hubiese hecho una travesura.


Steed se colocaba por enésima vez su bombín hasta conseguir el ángulo exacto que le hiciese lucir perfecto, mientras se ocupaba de tan trivial tarea toqueteando el ala de su sombrero comentó algo que le rondaba la cabeza.

- Estuviste muy callada ahí adentro.

A su lado caminaba Asa Ishikawa, sus facciones orientales y su escultural cuerpo no la hacían precisamente pasar desapercibida aunque a ella eso parecía importarle bien poco.

- Era todo como muy británico y muy masculino, y no puedo presumir de ninguna de esas cualidades en exceso.

- Todo está en la práctica. – rió Steed

Asa le miró con lo que Steed llamaba su “cara especial”.

- No te enfades darling, al fin y al cabo nos vamos a la ciudad del amor.

- Tú odias París. –dijo Asa

- Solo si no estás tú.

No pudo más que suspirar con resignación, Steed era incorregible, no tenía sentido enfadarse con él.

- Espero que al menos nos hayan reservado Premier Class en el zeppelín.

- Nosotros no nos merecemos menos.


CAPÍTULO II: EL ZEPPELIN


La vista desde la cubierta de observación del zeppelín era increíble, las frías y azules aguas del Canal de la Mancha se extendían bajo sus pies y se podía intuir la verde campiña bretona en la línea del horizonte. El sol lucía radiante en el cielo y conseguía que los colores resultasen más vívidos e intensos. La cubierta estaba bastante transitada, era el comienzo de la nueva temporada de la Ópera de París y ese era un evento al que cualquiera que quisiera considerarse un miembro de la flor y nata londinense no debía perderse, los jóvenes lores lucían sus mejores galas acompañados por elegantes damas encorsetadas y con unos sombreros que desafiaban a varias leyes de la física.

- Realmente Francia tiene algo romántico.

Al ver que no obtenía respuesta, Asa Ishikawa buscó la mirada de su compañero, pero este se encontraba con su atención puesta en alguna otra cosa.

Patrick Steed oteaba el horizonte y por la expresión de su rostro Asa se dio cuenta de que algo le inquietaba.

- ¿Ves algo interesante?

- Aún no estoy seguro del todo. – respondió distraídamente mientras se acercaba al telescopio de la cubierta de observación

Tras ajustar debidamente las lentes buscó por el cielo la silueta negra que creía haber visto.

- Ajá, ahí está. –y fijando la posición le ofreció el telescopio a Asa para que mirase

- Ya, es otro zeppelín. ¿Qué tiene eso de extraño?

- En principio nada, pero no lleva ningún distintivo. He comprobado los horarios, hoy y a esta hora no hay más dirigibles comerciales que hagan esta ruta. Quizás debería hablar con el capitán. –y sin esperar respuesta encaminó sus pasos al puente de mando

Asa observaba al pasaje caminar distraída y relajadamente por el paseo, con toda aquella aristocracia a bordo podrían ser el objetivo de piratas y anarquistas, incluso de holandeses, belgas o prusianos que no estaban muy a bien con los británicos por los intereses coloniales en África, era sorprendente la habilidad que tenían los británicos para crearse enemigos. ¿O podría ser que ella y Steed fueran los objetivos? ¿Quién sabía que se dirigían a París? El profesor Moriarty lo sabía y eso no la tranquilizó en absoluto.


Steed fue todo lo deprisa que la situación le permitía, no quería despertar sospechas en el pasaje y que el pánico o los rumores empezasen antes de tiempo, atravesó el pasillo de acceso hasta alcanzar la escalera que subía al puente de mando. Subió y llamó a la puerta para ser recibido por uno de los sobrecargos.
- Soy el Inspector Benson de Scotland Yard en misión oficial y necesito hablar urgentemente con el capitán. – dijo mostrando una de sus muchas acreditaciones falsas
El sobrecargo le hizo pasar al interior y le condujo hasta el capitán, se llamaba Robinson, era un hombre de barba bien poblada en la que ya pintaban bastantes canas, su aspecto emanaba autoridad.
- ¿Qué puedo hacer por usted, Inspector Benson?
- He estado observando las evoluciones del zeppelín que nos sigue a una prudente distancia al noreste y me parece cuanto menos sospechoso, supongo que ya se habría percatado usted.
- Sí que me había fijado – dijo un tanto molesto el capitán - , pero mientras se mantengan a distancia y no dificulten nuestras maniobras poco podemos hacer.
Steed tras meditar apenas unos segundos preguntó.
- ¿De qué armas disponemos si la cosa se pusiese fea?
El capitán le miró un tanto extrañado.
- ¿Sabe usted algo que yo no sepa, Inspector?
- Es solo un presentimiento pero no estaría de más prepararse para lo peor.
- Pues esta es una nave comercial, no militar. Disponemos de dos ametralladoras de mediano calibre, ese es todo nuestro armamento
- Esperemos no tener que usarlo. ¿Le importa que me quede por aquí? Prometo no molestarle en su trabajo.
- Si es así, no habrá problema en que se quede.
Pasaron unos quince minutos y aquel misterioso dirigible permanecía siempre a la misma distancia pero de pronto algo sucedió que llamó la atención del capitán y de Steed, dos grandes chorros de humo blanco salían desde ambos lados del zeppelín que les seguía y su velocidad aumentó considerablemente. El capitán cogió su catalejo y su expresión se tornó sombría.
- No es un zeppelín al uso, lleva dos motores auxiliares y por el color del humo diría que están quemando grasa en vez de carbón, con eso se consigue una mayor temperatura de la caldera y por tanto mayor velocidad. Quemar grasa sale caro y su efecto es poco duradero porque arde con gran facilidad, solo se hace en casos donde la velocidad sea absolutamente necesaria, estamos cerca de la Costa de Francia, si han acelerado ahora eso solo puede significar que quieren alcanzarnos antes de que lleguemos a territorio francés. Parece fuertemente armado, veo al menos un cañón y varias ametralladoras, me temo que su presentimiento parecía ser serio.

- Es una situación realmente complicada.

- Realmente lo es, ni podemos escapar ni podemos vencerles en un combate… ¡¡ A TODA MÁQUINA!!! – gritó el capitán de repente ignorando por completo a Steed, sabía que no podía ganar pero no iba a ponérselo fácil a sus perseguidores.

Steed observaba con creciente preocupación las evoluciones del misterioso zeppelín negro que ya empezaba a distinguirse claramente, se acercaban a una velocidad endiablada, no iban a poder escapar, correr no iba a solucionar nada, tendrían que hacer algo más.

- ¡Capitán! Dé la vuelta y diríjase de frente hacia ellos.

- ¿Cómo? – preguntó sorprendido el capitán – eso es un suicidio.

- No, un suicidio es lo que estamos haciendo ahora, lo que yo le propongo es una locura.

El capitán sopesó las opciones que tenía para llegar a la conclusión de que cualquier cosa era mejor que simplemente esperar a estar a rango de sus armas, así que se preparó para dirigir las maniobras.

- Timonel, atento. Vamos a girar 180º dejando el sol a nuestra popa y a bajar nuestra altitud todo lo que podamos sin aminorar la marcha, va a ser bastante movido y peligroso. Sobrecargo, avise al pasaje que se aten o agarren a lo que puedan, ¡atención! Toda la tripulación estamos en alerta máxima.

La tripulación siguió las órdenes del capitán sin rechistar tal y como se esperaba de ellos aunque en las miradas que intercambiaban unos con otros se veía que no las tenían todas consigo. El puente de mando se convirtió en segundos en un trasiego de gente que corría de un lado a otro, ajustaba válvulas y movía palancas. Era un caos organizado.

En apenas dos minutos la tripulación ya estaba lista para la maniobra, el silencio se podía cortar en lo que segundos antes había sido una cacofonía de gritos, todos esperaban la orden del capitán.

- ¡¡¡AHORA!!! – gritó el capitán con toda la fuerza de sus pulmones para que tanto la tripulación del puente como de la sala de máquinas pudiesen oírle.

El viraje no fue ni suave ni agradable, las vigas de metal que mantenían la estructura del zeppelín chirriaban y gemían con un sonido que ponía la piel de gallina, se podían oír los gritos apagados que llegaban a través de los paneles desde la zona de los pasajeros, sin duda el pánico se extendía.

El capitán Robinson sabía lo que se hacía, la nave no iba a quedar en las mejores condiciones pero resistiría, dirigió la peligrosa maniobra con maestría, en un giro tan brusco con un zeppelín se corría el riesgo de “volcar”, es decir que la barquilla quedase por encima de la línea de gravedad, eso supondría que muchos podrían caer al vacío o que se invirtiese el movimiento porque arriba pasaba a ser abajo y viceversa, pero aunque la inclinación llegó a ser preocupante no pasó de eso. Ahora estaban de frente con el zeppelín negro que les seguía, contaban con una pequeña ventaja, al venir aquellos a toda velocidad su maniobrabilidad era en estos momentos casi nula. Los motores auxiliares de sus perseguidores dejaron de expulsar la espesa estela de humo blanco pero la inercia les empujaba adelante.

De repente, varios fogonazos y un enorme estruendo, todo había sido tan rápido que costaba darse cuenta de lo que pasaba, pero el humo y el fuego que provenían de la torreta izquierda no era buena señal.

- Están tratando de inutilizar nuestras armas. –gritó Steed tratando de hacerse oír por encima de aquel estrépito

- Ya lo he visto, maldición – gritó también el capitán - ¿sabe usar una ametralladora, Inspector?

Steed asintió.

- Pues deje de decir obviedades y empiece a disparar.

La idea de entrar en la torreta no le apasionaba lo más mínimo, más viendo como había quedado la torreta izquierda de la que solo quedaban unos restos humeantes.

Corrió todo lo que las circunstancias le permitieron tratando de llegar hasta llegar a la torreta de la ametralladora que aun quedaba, la cubierta aun estaba inclinada y moverse por ella revestía de gran dificultad, en una de las sacudidas Steed se estrelló contra la puerta de un armario cuya puerta se abrió por lo violento del impacto, trató de recuperar pie y se dio cuenta que el contenido del armario, unos cilindros de unos treinta centímetros de longitud, rodaban por el suelo de la cubierta, eran bengalas. Cogió las que pudo y continuó hasta llegar a la torreta. Una vez en el interior abrió el ventanuco de la torreta y como pudo sostuvo las bengalas al marco del mismo y las encendió.

Se sentó a toda prisa y se ató el arnés de seguridad. Una gran nube de humo salía de la parte posterior de la torreta, aunque el aire se llevaba el humo hacia atrás costaba respirar en aquel pequeño espacio, pero Steed pretendía hacer creer a sus perseguidores que la segunda ametralladora estaba también inutilizada. Aguantando la respiración todo lo que pudo para que el humo no inundara sus pulmones apuntó al zeppelín negro que se acercaba de frente a toda velocidad, esperaba el momento oportuno.

El capitán Robinson se preparaba a hacer la última fase de su arriesgada maniobra, con el sol a su espalda intentaba dificultar la visión para que no pudiesen ver sus intenciones hasta que fuese demasiado tarde.

- ¡¡¡ASCENSIÓN!!! ¡TODO ARRIBA! ¡A TODA MÁQUINA! ¡DELE TODO LO QUE TENGA, KILMORE! – gritó a su jefe de máquinas por el intercomunicador

El morro de la nave subió y la cubierta se quedó con una inclinación de 45º, tenía que calcular sus movimientos al milímetro o acabarían chocando de frente, iban tomando altura lo que les colocaba en ruta de colisión contra aquel misterioso zeppelín negro, que anticipando la maniobra del capitán Robinson empezaba a girar bruscamente para colocarse a su espalda en cuanto este les sobrepasara.

Ese era el momento que Steed había estado esperando, el zeppelín enemigo giraba todo a estribor apenas a un centenar de metros de su posición, apretó el gatillo una vez tuvo el puente de mando en su punto de mira y así lo mantuvo hasta terminar toda la cinta de munición aunque el retroceso amenazaba con descoyuntarle los hombros.

Ahora el caos se apoderaba de la tripulación enemiga, absortos en la maniobra no contaban con recibir una andanada en pleno puente de mando con un arma que creían destruida, era un momento delicado y crítico, varios de los tripulantes resultaron heridos, entre ellos el timonel que al caer arrastró el timón, la cubierta se inclinaba cada vez más peligrosamente escorándose a estribor hasta alcanzar la perpendicularidad con el suelo, el último empujón al abismo se lo dio la nave del capitán Robinson que chocaba contra la parte superior del zeppelín negro.

El impacto fue considerable y se dejó sentir por todo el casco del zeppelín de Robinson pero resultó ser fatal para su enemigo, el golpe terminó de desestabilizar el precario equilibrio que mantenía la barquilla y esta acabó quedando por encima de la llamada línea de gravedad, pudieron ver como varios de sus tripulantes caían y la nave terminó de inclinarse quedando la barquilla en la parte superior, a partir de ahí todo fue muy rápido el zeppelín cayó prácticamente en picado mientras giraba sobre sí mismo como una peonza.

Aunque cayó sobre el mar, el impacto fue lo suficientemente fuerte como para dañar su estructura y llegar hasta las celdas de gas, la explosión fue tremenda y corta, segundos después apenas podían distinguirse algunos restos que delataban que allí había habido una nave.

Pasó casi un minuto hasta que se dieron cuenta de que todo había terminado, varios de los tripulantes lanzaron gritos de júbilo y alegría. Steed salió por fin del habitáculo de la torreta entre fuertes toses por el humo que había respirado pero con expresión de satisfacción, tras inhalar aire puro que le supo mejor que una botella de coñac de 2 libras recuperó su compostura y se dirigió al Capitán Robinson.

- Parece que esta la vamos a poder contar, capitán.

- Eso parece, inspector. – sonrió con un mal disimulado orgullo

- ¿Cómo está la nave?

- Vamos a tener que hacer bastantes reparaciones pero no creo que tengamos ningún problema en llegar a Calais, allí podrán continuar el viaje hasta París en tren si así lo desean.

- Muchas gracias por todo, capitán. Ahora si me disculpa debo volver con el pasaje.

- Gracias a usted también por su ayuda. Hasta la vista.

Steed bajó las escaleras que comunicaban con la zona de pasaje y le llamó poderosamente la atención no ver a nadie por los pasillos, no había nadie tampoco en la cubierta de observación así que se dirigió al comedor que estaba situado en el centro de la nave, desde allí le llegó el sonido de voces y cuando llegó pudo ver que a primera vista todo el pasaje se hallaba en la estancia y que no parecía haber víctimas, buscó con su mirada a Asa Ishikawa y al encontrarla, se dirigió hasta donde estaba.

- ¿Qué tal todo por aquí abajo?

- Algo demasiado movido para mí gusto pero podría haber sido peor.

- Veo que el pasaje se ha comportado de manera ejemplar refugiándose aquí, es la zona más segura de la nave y no han importunado en absoluto a la tripulación.

- Sí, bueno, hubo algunas diferencias en cuanto a lo que debíamos hacer pero al final llegamos a un acuerdo.

Miró inquisitivamente a Asa, algo no le cuadraba.

- Exactamente ¿quién tuvo esas diferencias?

- Lord Winescott y yo.

Buscó con la mirada en la estancia al famoso banquero aunque encontró primero a su esposa que sujetaba un pañuelo en el que se adivinaban rastros de sangre sobre la nariz de alguien que permanecía sentado y con la cabeza echada hacia atrás.

Con los ojos como platos Steed exclamó:

- No me digas que le has pegado a Lord Winescott.

- Muy bien, pues no te lo diré entonces.

- Creo que será mejor que pasemos el resto del viaje en nuestro camarote.

- ¿Tienes algo pensado para pasar el rato?

- Algo se me ocurrirá. –rió divertido


CAPÍTULO III: LA CIUDAD DE LA LUZ


Afortunadamente para ambos el viaje en tren desde Calais hasta París había sido bastante aburrido. Una vez en la Estación Central alquilaron un carruaje que les llevó hasta su hotel que se encontraba en las cercanías de la Ópera, una de las zonas más lujosas y con más “glamour” de la ciudad. La ciudad bullía de actividad y por doquier se veían obras y edificios en construcción, París se preparaba para ofrecer lo mejor de sí misma al resto del mundo, los trabajos para la Exposición Universal continuaban sin descanso, uno de los más llamativos era una horrible y enorme estructura metálica, según la definió Steed, en la Avenida de los Campos Elíseos.


A su llegada a L´Hotel un sobre les fue entregado por el recepcionista.

Abrieron el sobre solo cuando ya se encontraban en la intimidad de su habitación, fue Steed quién lo abrió y sacó de su interior dos entradas para la Ópera y una tarjeta. Asa Ishikawa preguntó.

- ¿Qué pone la tarjeta?

Steed la giró para que pudiese verla, solo había una letra. “M”.

- Nos vamos a la Ópera esta noche, darling. ¿No querías que disfrutásemos de París?

La manera en la que Asa le miró dejó claro que poco iba a tener que ver con el disfrute y la diversión aquella salida nocturna.

- No pongas esa cara, será divertido. Además, es una representación de Fausto, una gran ópera.

- Sí, la conozco. ¿No va de alguien que hace un pacto con el diablo?

- Efectivamente, así es.

- Qué casualidad , ¿no te parece?

Steed no pudo dejar de reconocer que algo de razón tenía la hermosa mujer japonesa, iban a reunirse con el Profesor Moriarty, que si bien no era el diablo había quién afirmaba que poco le faltaba para serlo. Dominaba desde las sombras pero con puño de hierro el hampa londinense, nunca estaba en primera línea pero prácticamente cada crimen cometido en la City contaba con su aprobación, además el Profesor se llevaba un buen pellizco de todas esas operaciones, lo que le había permitido hacerse con el control de varias industrias aumentando aun más su ya de por sí considerable fortuna. A pesar de su riqueza y sobre todo de la gran influencia que tenía en el “establishment” británico, el Profesor Moriarty era un desconocido para el hombre de a pie, y eso era así porque al Profesor le convenía que así fuese.

Y aquel hombre, sin duda uno de los más peligrosos que hubiese engendrado nunca el Imperio británico quería reunirse con ellos.

Decidieron tomar un baño y cambiarse de ropa, iba a ser un evento de lo más refinado y había que acicalarse para la ocasión. Steed eligió un chaqué negro sobrio y sencillo, al que acompañó de un sombrero de copa alta y su inseparable bastón con empuñadura de cristal. Asa lucía su sinuosa figura con un kimono rojo de seda adornado con bordados de flores de cerezo, se cubría con una amplia capa de piel de armiño con capucha para protegerse del frío de la noche y para ocultar su arsenal, una fino broche dorado con cadena de oro la aseguraba sobre sus hombros para permitirle mayor libertad de movimientos.

Salieron a comer algo en el restaurante Russe, uno de los más prestigiosos de la ciudad, como una pareja más de turistas británicos y desde allí se dirigieron a la Ópera, Ya de camino en un carruaje alquilado para tal efecto comentaban sobre la comida.

- No logro entender porqué la comida francesa tiene tanta fama, es malísima. Y además me he quedado con hambre. – se quejaba Steed

- Yo creo que es porque tienes el paladar destrozado por la comida inglesa. – Asa no pudo dejar pasar la oportunidad de lanzar una puya

- Por favor, ¡caracoles! Esos bichos son repugnantes ¿quién se los comería?

- Quizás con salsa de menta habrían estado mejor. – la burla continuaba

- ¡Hey! ¿Qué tienes que decir contra la salsa de menta?

- Absolutamente nada.

El trayecto hasta la Ópera era relativamente corto aunque avanzaban muy despacio, había bastante tráfico, las amplias avenidas parisinas estaban llenas de carruajes que llevaban a la flor y nata de la Ciudad de La Luz al estreno de la nueva temporada de Ópera, un evento en el que había que estar o no eras nadie en aquella ciudad, o al menos nadie importante.

Una vez llegados a la Plaza de la Ópera la cosa empeoraba, el tráfico estaba completamente atascado, así que se bajaron y decidieron hacer el resto del trayecto a pie lo que resultó ser toda una aventura. Si como se decía en el mundillo del Teatro era verdad que el éxito de la función tenía relación directa con la cantidad de mierda de caballo que había en la plaza, esta función iba ser memorable, con eso y todo consiguieron llegar inmaculados hasta el recinto de la Ópera que lucía impresionante completamente iluminado, con la alfombra roja y luciendo las mejores galas que la ciudad podía ofrecer. Esperaron pacientemente en la fila hasta que les llegó su turno de entrar, el recepcionista comprobó sus entradas y les indicó donde estaba situado su palco.

El interior era fastuoso, las columnas de mármol iluminadas por una infinidad de lámparas de araña daban una atmósfera cálida y agradable, no era demasiado del gusto de Steed que dada su sobriedad británica le parecía excesivamente recargado y saturado de decoración pero era innegable que el edificio era digno de ver.

Ascendieron por la impresionante escalera que daba acceso a la planta superior donde se encontraban los palcos y que estaba presidida por dos grandes lámparas de gas que imitaban a un árbol en el que en cada una de sus ramas colgaban globos de luz que simulaban los frutos del mismo, a lo largo de la escalera y por todas las paredes había más lámparas, sin duda París era la ciudad de la luz.

Llegaron a su palco cuando los empleados de la Ópera daban ya el segundo aviso, los rezagados que se habían quedado de cháchara en el amplio salón emprendían ya el camino a sus localidades para estar ubicados en sus asientos antes de que sonase el tercer y último aviso que anunciaba el inicio de la representación. El palco que les habían reservado era de lo mejor que el palacio de la Ópera podía ofrecer, con una vista privilegiada del escenario. Habían tres asientos dispuestos en el palco y los tres estaban vacíos, así que ocuparon dos de ellos a la espera de que apareciese el Profesor James Moriarty.

Sonó el tercer aviso y progresivamente se fueron apagando las luces y reduciendo el murmullo de la muchedumbre que allí se había concentrado. Finalmente todo quedó en la oscuridad y en silencio. El telón se abrió y empezaron a oírse los primeros compases de la obra sin que nadie más apareciese por su palco.

No fue hasta pasados diez minutos en que la portezuela que daba acceso al palco se abrió. Un hombre que rondaba la cincuentena de años, vestido de manera impecable con su frac y su larga bufanda blanca les saludó educadamente, llevaba una perilla bien perfilada y cuidada.

- Madame Ishikawa – se inclinó para besar su mano -, Mr. Steed, es un placer conocerles finalmente.

- El profesor Moriarty, supongo. –ironizó Steed

- El mismo. – respondió con una sonrisa

- Me gustaría poder decir que también es un placer conocerle, pero no soy un hombre demasiado aficionado a la mentira.

El Profesor Moriarty rió con cierta sorna.

- Veo que es usted tan sincero como lo es de hermosa su acompañante.

Asa Ishikawa hizo caso omiso al comentario castigándole con el látigo de su indiferencia.

- Vamos al grano, profesor. Esta no es precisamente una reunión de amigos, ¿qué es lo que quiere de nosotros?

- ¿A qué vienen esas prisas Mr. Steed? ¿No está usted disfrutando del espectáculo? Ahora viene uno de los momentos cruciales de la obra, la aparición de Mephistopheles, – rió en un tono bajo – , pobre, pobre Fausto.

- Una cosa había que reconocerle a los franceses, sabían como montar una ópera. Una enorme figura coronada por una cornamenta apareció en escena entre luna densa niebla que se movía con él, su piel era de un rojo intenso, provocador y casi lascivo. Y su rostro anguloso que aun resaltaba más una barba de chivo destilaba maldad, de alguna manera le recordaba a Moriarty.

La escena era casi hipnótica pero con las primeras notas Steed retomó la conversación.

- Profesor, no tengo porqué ser amable con usted. Y empiezo a cansarme de sus jueguecitos, por última vez ¿qué es lo que quiere?

Moriarty sonrió. Asa Ishikawa puso su mano sobre el hombre de Steed, sabía que Moriarty trataba de hacerles perder los nervios y si hacía eso era porque le beneficiaba a él. Tenía fama de muchas cosas pero dejar las cosas al azar no era su estilo, el enfrentamiento directo no era una opción, el

Profesor no se expondría de esa manera si no tuviese cubierta cada eventualidad que pudiese producirse.

- Lo que mi esposo quiere decir es qué estamos aquí para oír su propuesta cuando usted considere conveniente que tratemos el asunto.

- ¿Ve usted Mr. Steed? Debería aprender de su esposa, vale más una palabra amable que una amenaza, aunque yo considere que una palabra amable seguida de una amenaza no deja ninguna opción sin cubrir. – volvió a usar su enervante risilla

- Ese refrán le define a las mil maravillas. – dijo la japonesa

- No sabe usted bien, querida. Pero vamos al asunto que nos traído aquí. El Imperio Británico está en peligro. – sentenció Moriarty

No era una de las cosas que Steed esperase oír, así que tras recuperarse de la momentánea estupefacción de las palabras del Profesor, añadió.

- El Imperio Británico siempre está en peligro y si no recuerdo mal, muchas de las ocasiones en las que lo ha estado han sido por culpa suya.

- ¡Ha,ha,ha! Me alaga usted, pero esta vez es en serio. ¿Conoce usted al Doctor Otto von Grüeber?

- ¿El científico loco prusiano?

- Exactamente, según he podido saber el buen Herr Doktor ha inventado un aparato terrible, una máquina que vuelve altamente inflamable el oxígeno.

- Por favor, no me tome el pelo, profesor. Hasta un inepto como yo en temas de ciencia sabe que el oxígeno es inflamable.

- No me sea tan simple, Steed. Esto es muy serio, le estoy hablando de una máquina que es capaz de hacer que la concentración de oxígeno que está en la atmósfera llegue a ser inflamable, en función de la energía que se usase se podría incendiar el propio aire que respiramos. ¿Se imagina usted que ardiese todo el aire de París…o de Londres? El efecto sería una explosión como jamás se ha visto en este planeta.

- ¿Y qué es lo que le preocupa de todo eso? –preguntó Steed

- Londres también es mi reino.

- Y supongo que usted quiere que le quitemos la máquina a von Grüeber para luego intentar hacerse con ella.

- Es muy probable que lo intente, pero aun así, su Gobierno no va a dejar esa máquina en manos de un loco como von Grüeber. Y seguro que a más de uno se le haría la boca agua si pudiesen disponer de un arma así, sería la supremacía eterna del Imperio Británico.

- Entonces quizás sería mejor destruirla.

- Esa es su elección Steed, pase lo que pase me conviene. Si la tengo yo, bien. Y si no la tiene él, también bien. Es una de estas situaciones que yo llamo “doublé win”.

- Hay todavía alguna opción que no hemos discutido, porque avisados ya de cuál es el peligro ya no hay ningún motivo para no detenerle aquí, ahora y para siempre, Pero seguro que eso también lo habrá previsto.

- Yo siempre tengo un plan, eso es algo que ya debería saber. Efectivamente, si usa sus anteojos podrá ver en el segundo palco a la izquierda en frente de nosotros a mi socio el Coronel Sebastian Moran.

Steed siguió las instrucciones de Moriarty y buscó según sus indicaciones. Un hombre enjuto, pelirrojo según delataba su despoblada barba y con una mirada fría como el hielo le saludaba llevándose su bastón hacia el ala de un sombrero imaginario que no llevaba puesto. Steed le conocía por su reputación, había servido en Afghanistán y allí se había distinguido como un tirador de élite llegando al grado de coronel en el ejército británico, pero sus actos de barbarie y su falta de humanidad hicieron que fuese invitado a dejar del ejército, de no haber sido su familia tan poderosa e influyente estaría a estas alturas pudriéndose en una tumba o desterrado en Australia como correspondía a la gente de su clase. Después de dejar el ejército se convirtió en la mano derecha de Moriarty. Era el tipo de persona que el profesor necesitaba para poner orden entre sus filas, acostumbrado a recibir órdenes, sin remordimientos ni conciencia.

- ¿Ve ese bastón? Es uno de los inventos de los que más orgulloso me siento, un rifle con una precisión como no hay otra, funciona con aire comprimido por lo que es completamente silencioso, una de las últimas mejoras qué le he añadido le permite disparar balas de hielo, lo que la convierte en el arma más mortífera y discreta que existe. Y a todo eso hay que unirle la letal puntería del coronel.

Steed parecía valorar sus opciones.

- Quizás merecería la pena intentarlo.

- Sí, sé que es usted muy capaz de hacer incluso un sacrificio definitivo por un bien mayor, pero se equivoca por completo. Por un lado mi desaparición desataría una ola de crimen como nunca haya visto antes Londres y por otro no sería solo su vida la que sacrificaría sino la de todo el público congregado aquí está noche.

- ¿De qué demonios está hablando, profesor?

- Digamos que mis hombres han puesto una serie de artefactos incendiarios por todo el edificio de la Ópera, con las puertas cerradas durante la representación el número de muertos sería muy elevado, ¿no lo cree usted así?. Si cuando termine esta representación yo no abandono el edificio, nadie lo hará.

Aquel hombre apenas conseguía disimular su maldad nata bajo una frágil capa de civilización y de buenos modales, pero debajo se encontraba un ser asocial y carente de cualquier empatía con sus semejantes. Asa miró a Patrick Steed y este asintió, la bella japonesa se deslizó bajo su asiento pero la capa de armiño que la cubría seguía, gracias a unos trozos de bambu, erguida en su sitio y para cualquier observador nada había cambiado, allí seguía la silueta de su contorno observando atentamente la representación. Moriarty trató de protestar.

- ¿No es ese un cisne bailando?

- ¿Cómo dice, profesor? – preguntó

- Se tuestan extras…

Una expresión de perplejidad se podía ver en el rostro de Moriarty, trató de llevarse su mano a una garganta que se negaba a pronunciar los sonidos que le ordenaba, pero su mano tampoco le respondía, no podía moverla. Empezó a sudar con abundancia.

- Bien profesor, cuando besó usted la mano de Asa una extraña toxina entró en su organismo, como ve causa la pérdida de las funciones motoras del cuerpo y una dislexia galopante. De ahí mis prisas por tratar el tema, tenía que conseguir la información antes de que la droga hiciese su efecto, y la verdad es que nos ha ido de un pelo. Así que ahora vamos a esperar los dos aquí tranquilos y disfrutando de esta maravillosa ópera hasta que Asa haya encontrado los artefactos incendiarios y haya neutralizado a sus hombres. Conociéndola como la conozco, eso no debería llevarle bastante tiempo. Una vez que no corra peligro la vida de nadie, le mataré. Yo también tengo un bastón que hace cosas.

Para apoyar su discurso Steed desenfundó apenas lo suficiente su bastón para que el afilado estoque que escondía en su interior pudiese ser visto.


La expresión de Moriarty pasó de la perplejidad al miedo.


CAPÍTULO IV:  UNA NOCHE EN LA ÓPERA


Asa se deslizó sigilosamente hasta el pasillo de la zona de palcos que ahora estaba apenas iluminado y vacío, los asistentes disfrutaban en estos momentos de la representación de Fausto y no había nadie fuera de su localidad, o al menos nadie con buenas intenciones, pensó la bella japonesa.

A pesar de ello pegó su espalda a la pared, no quería ser vista y alguien podía salir en cualquier momento al pasillo, aprovechando la soledad se desvistió rápidamente y dando la vuelta a su kimono del revés volvió a enfundárselo de nuevo, ahora era negro como la noche y en la semioscuridad de la Ópera se convertiría en una sombra apenas perceptible, que era lo que pretendía conseguir. Antes de iniciar su misión hizo repaso mental para asegurarse de que llevaba todo lo necesario, la katana, un par de sais, un buen número de shurikens, nunchaku e incluso dos bombas de humo por si la cosa llegase a ponerse tan mal que hubiese que huir para luchar otro día. Todo estaba en su lugar así que se puso en marcha.

Como una exhalación cruzo el tramo que comunicaba el pasillo con la galería de la segunda planta, una vez allí se agachó para protegerse tras la ornamentada balaustrada, iba a ser imposible bajar por las escaleras sin ser vista, había personal de la Ópera continuamente controlando el acceso, abajo a su izquierda pudo ver la puerta que estaba buscando, un cartel advertía “pas d'entrée”. Desató uno de los extremos del amplio fajín de seda con el que se cubría la cintura y lo ató a uno de los muchos adornos de la balaustrada, de un ágil salto sobrepasó la misma y cayó lentamente y sin hacer ningún ruido gracias a que la resistente pieza de seda frenaba el impulso de una caída que de otra manera habría resultado ser mortal de necesidad, con un único y fluido movimiento de su muñeca el fajín se desenganchó de su asidero y pareció que obedeciera a su dueña volviendo a su regazo, sin perder más tiempo del estrictamente necesario cruzó por fin aquella puerta.

Parecía que hubiese cambiado de mundo. Las luces, los amplios espacios y el lujo habían quedado atrás para dejar paso a un lugar en penumbras, de pasillos estrechos y de estructuras de madera con pasarelas, poleas, tramoyas y todo lo que era necesario para que la Ópera fuera lo que era, si los artefactos incendiarios llegaban a activarse toda aquella zona ardería rápidamente extendiendo el efecto de las llamas al resto del edificio. Había infinidad de rincones donde ocultarse o donde poner un artefacto incendiario, pero no era necesario localizarlos, bastaba con impedir que los activasen, tenía que encontrar a los hombres de Moriarty y había que hacerlo rápido. A una decena de metros podía oír la presencia de gente que iban y venían a toda prisa, probablemente los actores y figurantes de la representación que se apresuraban para acceder a escena, amparándose en las sombras se acercó. Un grupo de chicas y chicos ataviados como estudiantes y soldados atravesaban el pasillo en aquel momento para entrar en escena con el principio del segundo acto que empezaba en breve, alguien que llevaba una pizarra en la mano les gritaba apresurándoles desde el otro lado del largo pasillo, a su lado Asa observó que se encontraba un enorme colgador con ruedas en el que se dejaban las ropas que debían ser usadas en la función, sin pensarlo dos veces se enfundó uno encima de su kimono, así sería una más y su presencia llamaría menos la atención lo que le permitía una mayor libertad de movimientos. Trató de imitar el comportamiento de las gentes de la Ópera moviéndose rápidamente de un lado a otro aunque no sabía a dónde iba, solo buscaba a alguien que estuviese fuera de lugar.


En su apresurado deambular llegó a la zona de la caldera, dos hombres charlaban ociosos junto a la escalera que descendía a las “catacumbas” de la Ópera, uno de ellos fumaba un cigarro sin filtro maloliente, ambos llevaban gorras planas de fieltro, llamaba poderosamente la atención, no iban ni venían, simplemente estaban allí, a la espera o quizás vigilantes , ¿Qué había que vigilar allí?

Asa decidió averiguarlo y dirigió sus pasos hasta la escalera, uno de los hombres le impidió el paso.

-

Ne peut pas passer, nous sommes de fixation de la chaudière.

No entendía del todo lo que aquel hombre quería decir poco más allá de que no se podía pasar pero el sospechoso bulto que observaba bajo su raída chaqueta, afección que también parecía compartir su silencioso acompañante, le bastó para darse cuenta que no eran trigo limpio, además sus manos desprendían un penetrante olor a queroseno que habían tratado de eliminar pero que para un olfato fino y desarrollado como el de Asa era aun perceptible.

Como una centella el brazo de Asa golpeó hundiendo la nariz de su interlocutor con un golpe fuerte y seco, cayó al suelo como un saco de patatas, el segundo hombre que se encontraba a su izquierda y que en aquel momento se llevaba su cigarro a la boca para dar una nueva calada se apresuró a sacar su arma pero Asa giró hacia atrás sobre su misma y su codo chocó con la fuerza añadida del impulso del giro sobre el plexo solar del sujeto que trató de volver a introducir aire en sus pulmones sin éxito, solo consiguió proferir un par de ahogados gemidos y cayó redondo al suelo.

Asegurándose de que no había sido vista arrastró tras de sí los cuerpos escalera abajo.

Un nuevo pasillo se abría ante ella, estaba oscuro, la única luz procedía de una rendija en la parte inferior de una de las puertas a su derecha. Se acercó y pudo oír dos voces hablando en el interior aunque no podía oír lo que decían por lo bajo de su volumen y porque el sonido le llegaba amortiguado por la puerta, Asa rascó la superficie de la puerta con sus uñas.

El sonido llamó la atención de los ocupantes de la habitación de la caldera porque cesaron su conversación, pudo oír el leve crujido del suelo de madera hecho por alguien, bastante corpulento, que trataba de acercarse silenciosamente a la puerta, Asa permaneció inmóvil, los segundos pasaban como si fuesen minutos, al no oír ningún otro ruido quien quiera que estuviese al otro lado de la puerta se acercó a la misma, pudo notarlo por el leve quejido que emitió la vieja puerta, ejercían presión desde dentro, pudiese ser que acercando el oído para tratar de oír algo más.

Uno de sus cuchillos sais salió de su funda y con un vertiginoso movimiento lo clavó a través de la madera, un sonido gutural y gorgoteante llegó desde el otro lado. Sin perder un segundo golpeó concentrando toda su fuerza en la patada, tal y como sus maestros le habían enseñado en el lejano Japón, y la puerta saltó desencajándose de sus goznes aplastando a alguien bajo ella, eran más de los que había previsto, a su derecha cuatro hombres malencarados y de ropas semirraídas esperaban expectantes con pistolas en la mano, a su izquierda otro hombre lanzaba un cuchillo con gran pericia, tanta que el cuchillo mordió el hombro derecho de Asa y de no haber tenido unos reflejos más rápidos habría hecho mucho más que eso. El quiebro que se había visto obligada a hacer le había quitado el impulso y se había quedado en una muy mala posición , bajo el marco de la puerta, había perdido la iniciativa y ofreciendo un blanco perfecto a sus enemigos, era el momento de retroceder, lo que tuvo que hacer sorteando balas, se acabó el sigilo y se acabó la sorpresa, llegó al pasillo y apoyó su espalda contra un pilar mientras veía como pequeños haces de luz salían del interior por los agujeros que dejaban las balas en el tabique de yeso.

No había manera de entrar allí, no quedaba otra que hacerlos salir, de entre su cinturón sacó una de las bombas de humo y la lanzó al interior. De inmediato un humo blanco y denso empezó a inundar la habitación, uno de los hombres trató de hacerse con la bomba y devolverla al pasillo pero ni llegó a tocarla, uno de los shurikens envenenados de Asa lo impidió, los del interior empezaban a darse cuenta de que muy probablemente no iban a salir vivos de allí y sacaron fuerzas de la desesperación, tres de los hombres salieron en tromba hacia la puerta lanzando plomo en todas direcciones, aprovechando la situación y la falta de espacio que la favorecía se lanzó contra el bulto y atacó una y otra vez con su sai golpeando una y otra vez sin piedad y sin tregua, unos segundos más tarde yacían en el suelo y solo se oía el sórdido gorgoteo de la sangre que manaba de cuerpos sin vida. Quedaba uno, el del cuchillo, ese no había salido y parecía el más peligroso. Una voz le llegó desde el interior.

- Se que no voy a salir de esta, perra asesina, pero no puedes parar la revolución.

Sonaba a epitafio, no podía ser nada bueno, trataba de imaginar que podía tramar aquel sujeto cuando el mundo se volvió del revés, lenguas de fuego salieron del interior como dedos fantasmales que buscaban por todo el pasillo, el golpe de calor y la onda expansiva la lanzaron a varios metros de distancia y la llevaron a la inconsciencia, el enorme calor le impedía respirar.

El tiempo pasaba y no sabía nada de Asa, empezaba a preocuparse, no sabía cuánto tiempo más seguiría haciendo efecto la droga que mantenía inmovilizado a Moriarty y Sebastian Moran miraba con insistencia a través de sus anteojos desde su palco al otro lado de la sala, quizás buscando algún gesto o una seña previamente acordada de que todo iba bien y que no llegaba. Hizo señas a los dos hombres que le acompañaban y estos dejaron el palco con discreción opero apresuradamente. Estaba claro, sospechaba algo.

Steed miró a Moriarty, no iba a tener otra oportunidad como aquella para acabar con él, lo tenía a su merced, se llevó la mano a la cartuchera de su sobaco, incluso agarró la empuñadura del arma pero desistió, podría matarle pero no sin ser abatido por el Coronel Moran y no es que eso le preocupase mucho, estaba dispuesto a pagar el precio si fuese necesario pero no sin saber que había sido de Asa y mucho menos aun con la vida de todos los asistentes en juego, optó por la única opción que le quedaba, huir y buscar a Asa.

- Otra vez será, profesor. – se despidió

La mirada de Moriarty era de una ira y una rabia pura y primaria pero no se quedó mucho más, se lanzó contra la puerta del palco a toda carrera, un desconchón en el yeso de la pared del pasillo fue la única señal de que Sebastian había usado su bastón fusil, había fallado por escasos centímetros y ningún sonido lo había delatado, tampoco iba a quedarse a ver como terminaba así que continuó corriendo lo que sus fuerzas le permitían hasta llegar a la escalera que bajaba a la primera planta, un grupo de personas se agrupaban delante de una de las puertas de personal, estaban agitados y nerviosos, de repente le llegó olor a quemado, sus pelos se pusieron de punta. Del otro lado llegaban también dos personas a toda prisa que al ver a Steed llevaron sus manos al interior de sus chaquetas como acto reflejo pero la visión del grupo de gente que se amontonaba abajo les hizo cambiar de opinión y se dirigieron a la zona de donde Steed había venido, éste se dirigió temeroso de lo que podría encontrarse al lugar del tumulto, le llegaban vagamente las voces de quienes le decían que no se podía pasar pero su mirada no dejaba lugar a dudas de que no podía importarle menos lo que aquellas gentes pudiesen decirle, se abrió paso como pudo y el mundo se le vino a los pies al ver a Asa en el suelo, dos miembros del personal trataban de reanimarla, Steed se arrodilló en el suelo junto a ella y acarició su mejilla. Uno de los hombres que la había estado asistiendo le habló.

- Tranquilo Monsieur, está bien, solo que ha tragado mucho humo, se recuperará.

Asa empezó a toser violentamente y la sonrisa volvió a la cara de Steed, la japonesa respiraba como si le fuese la vida en ello tratando de llenar de nuevo sus pulmones de aire limpio y segundos después volvió a toser violentamente. Steed preguntó en francés.

- ¿Qué ha ocurrido?

- Nadie lo sabe a ciencia cierta, Monsieur, se oyó una explosión en la caldera y se ha declarado un incendio, bajamos aquí pero era un infierno, no se podía entrar y entonces sucedió una cosa increíble.

De entre las llamas surgió una enorme figura cubierta por una capa que transportaba a esta mujer.

- ¿A quién debo agradecer tal hazaña?

- No lo sabemos, nadie le conoce.

- Le Fantom. – dijo uno de los miembros del personal en un tono bajo como si le diese miedo

- ¿A qué se refiere ese hombre? – preguntó Steed

Su interlocutor lanzo una mirada acusatoria a quién había hecho el comentario y se apresuró a decir.

- Son solo tonterías y supersticiones, no le haga caso.

Steed no pensaba en discutir con ellos, estaba demasiado feliz, Asa abrió sus ojos y al reconocerle preguntó:

- ¿Qué ha pasado?

- Ahora no, mon cheri, descansa – y besó suavemente sus labios abalanzándose sobre ella para cogerla, la levantó y la transportó en sus brazos – Todo va a estar bien. –trató de calmarla

Y Asa sabiéndose a salvo se dejó ir permitiéndose por fin descansar y se refugió en los brazos de un profundo y reparador sueño.

Lo siguiente que percibió fue un agradable olor a té que le llegaba desde los bordes de su conciencia, poco o a poco se despertó y se dio cuenta de que estaba en una amplia y cómoda cama, era su cama, estaba en su casa de Londres, debía de haber dormido una eternidad, lo cual no le extrañaba demasiado dado el castigo que había recibido en París, su cuerpo le dolía por todas partes pero se sentía bien y descansada, oyó pasos familiares en la escalera y la puerta de su habitación se abrió, era Patrick. En sus manos traía una bandeja con una humeante tetera y panecillos dulces, los favoritos de Asa.

- Al fin despiertas, has dormido casi dos días seguidos.

- ¿Qué ha pasado?

- Después de la explosión te encontré, te cogí en brazos y no para hasta llegar a casa y saberte a salvo.

- ¿Me has traído en brazos desde París? – rió Asa

- He de reconocer que tuve ayude, le mandé un telegrama y le pedí al profesor Barnaby que nos sacase de allí todo lo aprisa posible.

- No me digas que he estado en el barco volador del Profesor Barnaby y ni siquiera me acuerdo.

- Pues me temo que así es.

- ¿Y qué pasa con la máquina de Otto von Grüeber? Tenemos que impedir que la use.

- Tranquila, al parecer la máquina existe pero es un proyecto descartado por el ejército prusiano , la cantidad de energía necesaria para hacerla funcionar es enorme y sus efectos son insignificantes para el enorme coste, sin una fuente de energía mucho más potente la máquina es prácticamente inservible.

- ¿Para qué querría entonces Moriarty ponernos tras la pista de esa máquina endiablada? Si a él le interesa es que quizás ha descubierto una fuente de energía lo suficiente potente para hacerla funcionar, él nunca hace nada porque sí, siempre hay un motivo.

- Eso es algo que resolveremos llegado su momento, ahora tenía pensado para ti otro tipo de actividades más placenteras, mon cherie.

- ¿Mon cherie? ¿Ya no soy tu Darling? – preguntó con una sonrisa pícara

- Creo que vamos a tener tiempo suficiente para que puedas ser las dos cosas.

Y mientras acariciaba su pelo la besó apasionadamente en la boca como si no hubiese un mañana.

FIN
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