Star Trek Spotlight nº02

Título: El Gambito de Dante (II), Yo, Nero Parte (II)
Autor: Guillermo Moreno y Miguel Ángel Naharro
Portada: Esteban Decker
Publicado en: Marzo 2012

¡Dos nuevas historias! Prosigue el Gambito de Dante, la capitana Matsumoto y su tripulación tratan de averiguar más sobre Dante y su organización. Nero revive su encarcelamiento y sufrimiento en el penal klingon de Rura Penthe y como logró su actual posición.
El espacio, la última frontera... Estas son las aventuras de los miembros de la Flota Estelar, hombres y mujeres valientes consagrados a velar por la seguridad de la Federación Unida de Planetas, a defender sus principios y virtudes... y a explorar, llegando donde ningún hombre ha llegado jamás.
Gene Rodenberry y Action Tales presentan:
Creado por Gene Rodenberry


El Gambito de Dante Cap. II
Escrito por Guillermo Moreno


Solo había dos figuras al final del comedor; el cuarto turno estaba por comenzar y la mayoría de los oficiales de la Flota ya estaban ocupando sus puestos. Solo los que acaban de dejar el tercer turno tendrían razones para ir al comedor, pero después de aquel día la mayoría preferiría estar en sus camarotes o tal vez estarían en la Estación espacial asistiendo al personal de operaciones.

Así qué, cuando Thalas Rann escuchó el retumbar de los pasos en la sala, ya sabía quien estaba entrando. Con calma y una sonrisa en los labios, con tres vasos de cristal en la mano izquierda y una botella en la mano derecha, venia el Teniente Comandante Leonardo Bolívar.

El “sabueso” Bolívar, así era llamado entre susurros por la mayoría de los miembros de la nave. Era un humano que había nacido en la tierra, en un país llamado Venezuela. Su piel era broncínea y sus cabello castaños, su cara estaba decorada por un par de ojos café, a los cuales no parecían importarle mucho su entorno, pero Rann sabía que lo detallaban todo. Su nariz no era muy pronunciada, y sus labios eran carnosos, según él se debía a que su abuelo era afroamericano. Sí, aquel había sido el término usado.

Rann no detestaba al Teniente Comandante, realmente lo consideraba un hombre útil y valioso, alguien que merecía tenerse cerca. Pero esto no solo se debía las cualidades positivas, sino a su naturaleza. Bolívar parecía estar siempre en calma, nada lo perturbaba siempre sonreía sin importar la situación, era como si fuese muy feliz o tuviese agua heladas en las venas. Aquello exasperaba a muchos miembros de la tripulación, porque daba la impresión de que no se tomaba nada en serio. Aunque realmente si lo hacía, cuando algo llamaba su atención el hombre cambiaba, se enfocaba. Fruncía el seño y fijaba la vista, se volvía un sabueso. En la Hermod se sabía que las cosas iban realmente mal cuando Bolívar estaba enfurruñado.

Por suerte para la nave; el Teniente Comandante Bolívar, jefe de Seguridad y Tácticas estaba sonriendo.

— ¿Qué trae allí, Señor Bolívar? — preguntó el Bajorano.

—Whiskey escocés, de dieciocho años, alcohol de verdad, no esa tontería de sintealcohol que están bebiendo. —Replicó con si típica sonrisa

—Permiso para hablar libremente, señor — demandó el acompañante de Thalas Rann, y antes de que este pudiese objetar Bolívar respondió.

—Hable, Señor Castellani o calle para siempre

—Usted no quiere servir para nada, señor. — respondió este y ambos hombres comenzaron a reír. Al bajorano no le hizo gracia pero guardo silencio. Replicarle al Teniente Giuseppe Castellani no era sensato. Aquel humano provenía de una zona en la tierra, donde las personas parecían ser respondonas y atrevidas. Su piel era un poco más oscura que la de Bolívar, y sus cabellos eran más rizados y negros, sus nariz era aguileña, y su estatura más su mal carácter lo hacia un personaje muy curioso. Castellani, había sido Teniente Comandante en una nave estelar, hasta que fue degradado por insubordinación y falta de respeto. Y solo estaba en la Hermod porque era uno de los mejores ingenieros de la flota y el mejor amigo de la Capitana.

Bolívar colocó los vasos y sirvió el alcohol. —Estas alegre, señor Bolívar ¿tienes buenas noticias?

—En efecto, mi comandante. — Replicó — los hombres de Dante hablaron. Inteligencia de la flota, ya esta advertida sobre los posibles deshuesadoras desde donde pudieron haber conseguidos los Merodeadores Maquis con los que nos atacaron, seguro que ya deben estar interviniendo todos esos lugares.

—Y, con su merodeador maquis dañado Dante no tendrá a donde ir a reparar su nave. —replicó Castellani.

—Y, ¿Qué me dice de la tecnología de camuflaje que usaron para emboscar a la Hermod?— pregunto el Comandante, mientras olisqueaba la bebida que el humano le servía.

—Romulana, y de punta — respondió Bolívar —Eso fue lo que dijeron los miembros de Investigación y Desarrollo de la base.

Castellani silbó —Menudo lio, lo que nos faltaba.

—Ciertamente — Comentó Thalas y luego se trago por completo el contenido de su vaso arrugando apenas el rostro. — un poco más.

— ¿Tan grandes son las redes de la organización de Dante?— inquirió Castellani quien también hacia el gesto respectivo para que Bolívar le sirviese más Whiskey.

—No creo que sea tan extensa. La mayoría de los tripulantes de la nave que capturamos eran mercenarios Nausicanos, y uno que otro Kzin. Solo había un Dacteri. — replicó Bolívar mientras servía más Whiskey a su comandante y a su compañero.

—Lo que significa que los suyos son pocos, muy capaces y caros para él y los mantiene cerca. — Respondió Rann— son la verdadera fuerza.

—Y, ¡vaya fuerza!— exclamó Castellani — porque sino robaron ese artefacto de camuflaje, significa que convencieron al…

—…Tal´shiar, de que son capaces de darles un golpe fuerte a la Federación o entretenernos por un buen rato. — le atajó Bolívar.

Thalas Rann suspiró y luego agregó — no tiene sentido, si fuese así ¿por qué escoger una base como esta, en un sector poco trascendente? ¿Por qué no ir a por una embajada o por la sede en la tierra? No. Esa idea de conspiración romulana no me convence. Tal vez consiguieron ese objeto a través de un contrabandista Ferengi o algo así.

—Esperemos señor, porque si Dante y el Tal´shiar están juntos en esto, la situación va a ser peor de lo que se imagina

Continuará…




Yo, Nero cap. 2
Escrito por Miguel Ángel Naharro

Tras ese encuentro Nero pasó varios días sin volver a Devior, el romulano pensó que era algún tipo de engaño para intentar ganarse su favor o simplemente burlarse de él. Si lo volvía a encontrar seria lo pagaría caro.

Los trabajos en las minas de Rura Penthe continuaron su frenético ritmo de extracción, sin apenas descanso ni contemplación; si algún preso caía desfallecido por el esfuerzo, era apaleado entre las risas de los guardias klingon, ante la indiferencia del resto de prisioneros.

Ser el único prisionero romulano entre las paredes de la prisión no le granjeaba muchas simpatías entre los klingon precisamente, a la menor oportunidad le golpeaban y le intentaban quebrar su voluntad sin éxito.

En el descanso para comer, una sopa pútrida y asquerosa que ni una alimaña famélica era su único sustento. En sus años de militar había aprendido a sobrevivir de cualquier forma, y comer cosas que harían vomitar hasta a un Targ[1] , por lo que comió tranquilamente y en silencio, sólo con el pensamiento de continuar vivo, pues mientras permaneciese con vida su venganza aún podía ser completada.

Entonces, alguien se acercó y se sentó a su lado.

—Tienes un minuto mientras terminó la sopa antes de que te retuerza el cuello por tus mentiras.

El alienígena llamado Devior abrió los ojos asombrado.

— ¿Mentiras? No te he mentido, romulano.

Nero lo cogió del cuello y lo aplastó con violencia contra la pared fría y solida roca.

—Habla ahora…

Devior rebuscó algo entre sus ropas, hasta que encontró lo que buscaba con desesperación.

Se lo dio a Nero, que inmediatamente soltó al preso y se apartó a un lado.

— ¿Puede ser…?

—Lo es. Tus benefactores pagan muy bien, debes de ser importante para ellos.

— ¿Cuándo sucederá? —Preguntó Nero impaciente.

Devior negó con la cabeza.

—No lo sé, cuando sea el momento, sólo sé que no tardará mucho, es cuestión de tiempo que te lo encuentren, debes estar preparado. —Indicó el preso moviendo sus cuatro brazos al hacerlo.

—Vete.

El alienígena se marchó inmediatamente, sin querer forzar su suerte.

Nero miró detenidamente lo que le habían dado y lo escondió concienzudamente.

Sonaron las alarmas que indicaban que el tiempo de la comida terminó, se encaminó a una de las galerías, con su pico a cuestas, dispuesto a volver a picar la roca durante horas y horas, hasta que los guardias le llevaron a su celda.

Esa noche Nero no durmió nada. Cada vez que cerraba los ojos seguía viendo el hermoso y bello rostro de su amada esposa, y apretaba los puños de rabia.

Ya no tenía gritos ni lamentos por su perdida, y las lágrimas ya se le habían acabado.

La tortura de su alma solo se curaría cuando todos y cada uno, hasta el último de los culpables de su sufrimiento hubiesen perecido en un doloroso y prolongado tormento.

Ansiaba que llegase ese momento, y pronto vería su justa venganza cumplida.

La puerta de su celda se abrió de repente, y dos rudos guardias klingon lo agarraron y lo arrastraron por los túneles.

— ¿Qué pasa? ¿A dónde me lleváis?

— ¡Calla, perro romulano! —Dijo un klingon golpeándole en su rostro y partiéndole el labio. La sangre verde manchó su boca y Nero apretó los dientes.

Lo introdujeron en una cámara oscura y húmeda, lo tumbaron y ataron, sujetando con fuerza sus ataduras. El alcaide lo contemplaba entre sombras, se acercó y sacó una serie de instrumentos punzantes y cortantes, herramientas para un interrogatorio concienzudo, sin duda-Pensó Nero. ¿Le habría traicionado Devior?

El klingon escogió una afilada hoja y miró a Nero.


  —Estoy seguro de que guardas secretos sobre el ejército romulano que nos pueden resultar muy útiles, y que a mis superiores les interesará.

Nero dibujo una medio sonrisa.

—Y seguro que te lo agradecerán ascendiéndote o dejándote marchar de esta roca inmunda ¿verdad?

El alcaide le golpeó con violencia en el rostro, haciéndole una magulladura en el pómulo.

—Vas a contar todo lo que sepas, romulano, vaya que si…

El klingon puso todo su empeño en hacer hablar a Nero, la aplicaron cortes, quemaduras, laceraciones, descargas plasmáticas, laser y todo tipo de dolorosas torturas en su cuerpo. Nero no suplico, ni siquiera emitió un quejido de dolor por el terrible castigo al que se estaba viendo sometido una y otra vez.

Esto pareció enojar en extremo al alcaide de Rura Penthe, enfadado por no poder quebrar  la voluntad de hierro de Nero.

—Te concedo que eres un gran guerrero, hubiese sido un honor encontrarme con un oponente tal en el campo de batalla… Para tu desgracia, no estamos en esa situación, y el honor en este lugar infecto apenas es un eco lejano.

Se movió inquieto, con sus manos y sus ropas llenas de sangre romulana, se quedó mirando cuchilla que había usado para cortar el cuerpo de Nero.

Se volvió hacía el con decisión en su gesto.

— ¿Qué es lo que te hace resistir con ese ahínco? ¿A qué te aferras con esa firmeza para aguantar semejante tortura?

El klingon dio un golpe a la mesa con rabia.

— ¡Ya lo sé! ¡Tu mujer! Tienes una ramera romulana esperándote en casa ¿verdad, soldado?

Nero cambio la expresión, tornándose en una máscara de furia.

El klingon acercó su rostro cubierto por el casco metálico al del romulano.

—He dado en el blanco. —Dijo con evidente satisfacción. —Veremos si unos días en el agujero, sin comida ni bebida y con temperaturas bajo cero te sueltan la lengua, romulano.

Hizo un gesto y dos guardias lo desataron y lo levantaron para llevarlo fuera de la sala de interrogatorios.

   

Antes de que pudiesen reaccionar, Nero aprovechó un descuido cuando lo acababan de desatar, para

apropiarse de un cuchillo de la mesa de herramientas, y con la habilidad de quien se ha batido en mil batallas, cortó la garganta de uno de los guardias, y esquivando el arma del otro guardia, lo sujetó por la espalda y le rompió el cuello.

Ahora estaban solos uno frente al otro, el alcaide y él, ambos armados con cuchillos y preparados para enfrentarse. Estuvieron unos segundos en silencio, como analizando las debilidades del contrario, finalmente fue el klingon quien se lanzó a por Nero con un grito de rabia. El romulano evitó la hoja del cuchillo de su enemigo, y en el siguiente movimiento y con una velocidad que no se esperaba el klingon, le clavó el cuchillo entre las costillas. Se cayó el suelo escupiendo sangre, Nero sacó el arma del cuerpo de su oponente, y sin esperar un segundo, hundió una y otra vez el cuchillo en el corazón hasta que el klingon exhaló su último aliento.

—Te dije que si volvías a mencionar a mi esposa te mataría. —Dijo Nero guardándose el cuchillo, y mirando a un lado y a otro para asegurarse de que el resto de guardias no hubiesen escuchado nada.

Se sacó de la bota un objeto, era un diminuto disco de metal. Un localizador para el transporte. Un campo energético rodeaba la prisión de Rura Penthe impidiendo el transporte a naves en órbita, sin duda este localizador que le había dado Devior interferiría de algún modo en ese campo. No sabía cuando esperaban rescatarle, pero no podía pensar en eso, debía aprovechar e intentar huir por su cuenta. Una vez que descubriesen que había matado al alcaide, estaba sentenciado a muerte.

Escuchó un ruido y se ocultó detrás de una columna, sujetando el cuchillo y convencido de vender muy cara su derrota. Las puertas se abrieron y las voces en el rudo idioma de los klingon alertaron de lo que ocurría, cuando se disponía a enfrentarse a su destino, notó un cosquilleó familiar y comenzó a brillar y a desmaterializarse.

 

Se rematerializó en una sala oscura e inmensa, con una silla de mando y varios monitores y centros de controles. Sin duda era el puente de una nave, pero ninguno que hubiese visto jamás.

—Bienvenido a bordo, capitán Nero. —Dijo  una voz femenina a sus espaldas.

Una mujer romulana, de mediana edad, vestida con ropas de color oscuro y una sonrisa en su rostro se acercó a él.

—Te he visto antes, eres la senadora Tal'aura. —Dijo Nero.

La senadora asintió y le dio algo. Con sorpresa vio que se trataba de su Teral’n Debrune, su arma personal.

— ¿Cómo la ha conseguido? Pensé que la había perdido.

—No se sorprenda, Nero, podemos conseguirlo todo. El pueblo romulano necesita un cambio y queremos que usted sea el líder de ese cambio.

— ¿Quiénes son? He aprendido a desconfiar y con razón, de la clase política de Rómulo.

—Queremos lo mismo que usted, devolver al Imperio a su gloria perdida y para ello le daremos todo lo que necesite, como esta nave, la primera de su clase, no tiene parangón, no encontrará una nave más poderosa en esta parte de la galaxia.

La romulana accionó un botón, y aparecieron en los monitores unas vistas exteriores de la nave donde se encontraban.


  —Es inmensa… Majestuosa ¿Cuál es su nombre?

—Aún no tiene, como su capitán, usted tiene el privilegio de bautizarla a su antojo.

Nero tocó la pared del puente y luego miró a la imponente silueta de la nave.

—Narada, se llamará Narada[2], y será el instrumento para mi venganza y para alcanzar el sueño del resurgimiento del imperio.

—Excelente, capitán.

—Pero yo elegiré a mi tripulación, senadora, y lo haré a mi manera.

La romulana esbozó una sonrisa.

—No lo querríamos de otra manera, capitán Nero. Use la nave y sus recursos con sabiduría y lograremos juntos nuestra recompensa.

El sonido del intercomunicador le sacó de sus recuerdos y le devolvió a la realidad.

—Capitán, le requerimos en el puente.

Nero se vistió y salió de sus aposentos en dirección al puente de mando de la Narada. Ocupó su puesto en el sillón de mando del puente y contempló como su fiel y leal tripulación esperaban sus

órdenes con impaciencia.

—Salgamos de velocidad warp, directos al corazón del Imperio. —Ordenó Nero con decisión, y sabiendo que su venganza estaba cada vez más cerca de realizarse.

FIN
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Referencias:
1 .- Un animal autóctono del mundo klingon, una especie de jabalí.
2 .- Narada es el nombre de su fallecida esposa.

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