La Liga de los Hombres Misteriosos nº03

Título: El enemigo interior (III)
Autor: Raul Montesdeoca
Portada: Carlos Rios
Publicado en: Abril 2012

Ki-gor y Helene Vaught vuelven a Africa, justo para enfrentarse a N´gomo y la Sociedad Leopardo
Antes de los superhéroes fueron los Hombres Misteriosos. Y esta es la historia de cuando los hombres y mujeres más grandes de su época se reunieron por primera vez ... y el mundo cambió para siempre.
Creado por Raul Montesdeoca y Carlos Rios

- ¡Es asombroso!

El hombre al que todos conocían simplemente como el Mago tenía toda su concentración puesta en su nueva adquisición, el increíble robot Gragg, fiel compañero de aventuras del Capitán Futuro que ahora no era más que una enorme pieza de metal inerte tumbada sobre una camilla quirúrgica especialmente reforzada para aguantar su peso.

En poco tiempo El Mago había llegado a convertirse en una pieza clave de la investigación científica del Tercer Reich, los avances tecnológicos que había proporcionado a los nazis habían evitado las reticencias de la élite de Berlín hacia su persona. Nadie sabía quién era y así era tal y como él lo quería, por eso cubría su cuerpo siempre con una túnica roja con extraños grabados en hilo negro, guantes del mismo color y una máscara de cristal de espejo que cubría su cara por completo, ni un solo centímetro de su piel quedaba expuesto.

Estaba entusiasmado con Gragg, el cual yacía tendido sobre una mesa de quirófano con cables conectados a prácticamente cada parte de su cuerpo. Las posibilidades que ofrecía eran prácticamente infinitas, ya no estaría limitado por la atrasada tecnología de los alemanes, gracias al hombre mecánico sus planes habían multiplicado por diez sus posibilidades de éxito. Había prometido a los nazis crear un ejército robot a partir de los diseños de Gragg, qué idiotas y limitados eran. No veían cúal era su verdadero potencial. Pero si querían su ejército, él iba a dárselo.

El intercomunicador de su laboratorio zumbó y la interrupción le puso de muy mal humor, ahora no tenía tiempo para dedicar a tonterías, tenía mucho trabajo por realizar. El timbre volvió a sonar y pudo oírse la voz de unos de los técnicos de laboratorio.

-Perdone la interrupción pero Herr Nielsen quiere verle.

Nielsen en particular era una de las molestias que más tiempo le quitaba, desde que le habían rescatado de la prisión y resultó herido por la flecha de aquel salvaje blanco al que llamaban Ki-Gor su estado de salud no paraba de empeorar, el veneno contenido en la flecha continuaba extendiéndose por su cuerpo y todos los intentos por detener los efectos habían resultado infructuosos. Con todos sus conocimientos, El Mago solo era capaz de retardar los efectos de la toxina pero no de eliminarlos. En el fondo le importaba bien poco si vivía o moría pero los que mandaban el dinero desde Berlín habían dejado muy claro que aquel hombre era vital para los planes del Tercer Reich y no era conveniente hacer enfadar a los que pagaban por aquellas magníficas instalaciones, así que haciendo de tripas corazón depositó cuidadosamente las herramientas con las que estaba examinando el complejo cerebro de Gragg en una bandeja metálica y se dirigió a cumplir con aquella molesta tarea.

Nielsen esperaba, con su uniforme y su capucha puesta que últimamente apenas se quitaba para disimular los estragos que el veneno causaba en su cuerpo. Solo y sentado frente a la puerta en la semioscuridad de su habitación pensaba en lo bien que estaban saliendo las cosas, había escapado de la prisión e incluso había conseguido que los medios de comunicación que controlaba convenciesen a la opinión pública para que creyesen que había sido un atentado contra su persona. La versión oficial le daba por muerto en el incidente y se había presentado como un intento de los servicios secretos británicos y de colaboradores nacionales que apoyaban entrar en la guerra en el bando de los aliados para acabar con la influencia de Nielsen y su organización. Otros medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y la casi totalidad de la nación estaba indignada al haberse enterado de que el asesinato había sido llevado a cabo por varios agentes federales traidores y un espía inglés llamado Ki-Gor… Recordar aquel nombre le causó una punzada de dolor y desasosiego en su pecho. Cuando todo parecía marchar a las mil maravillas, con buena parte del Congreso pidiendo la declaración de Ley Marcial y todo preparado para que sus camisas marrones y los agentes del servicio secreto japonés se dispusieran a causar revueltas y sembrar el caos a lo largo y ancho de la geografía estadounidense, su salud le fallaba. Es verdad que el maldito Roosevelt se había negado a declarar la Ley Marcial por ahora, sabedor de que en tiempos tan agitados como aquellos renunciar al poder podría significar no volver a recuperarlo jamás, pero no iba a salirle gratis, ya se oían rumores de moción de censura contra el presidente por su incapacidad de mantener el orden en casa, de una manera u otra aquello beneficiaba a sus intereses.

Pero nada de eso le consolaba. El veneno que corría por sus venas paralizaba poco a poco su cuerpo convirtiendo en una tortura acciones tan simples como caminar, ahora que tenía su objetivo al alcance de la mano parecía como si el destino se burlase de él, pero no iba a rendirse. Unos golpes en su puerta le sacaron de sus pensamientos, dio permiso para que entrasen, era El Mago.

-¿Quería hablar conmigo Herr Nielsen?

Harold Nielsen dejó pasar unos segundos más de los que manda la cortesía antes de responder y en un tono carente de toda diplomacia respondió.

-¿Hay algún avance con el antídoto?

-Estoy a punto de conseguir un nuevo paliativo que le ayudará a combatir la rigidez de sus articulaciones y que probablemente…

No le dejó continuar, con un tono de voz aparentemente calmado Nielsen le interrumpió.

-Paliativos, probablemente… - hizo una pausa- ¿se oye usted cuando habla?

-¿Perdón? –dijo el científico sin entender a donde quería llegar su interlocutor

-Creo que no se toma usted lo suficientemente en serio su trabajo y que no se da cuenta de lo importante qué es para usted que yo me recupere.

-Le aseguro que hago todo lo posible pero por algún motivo que no alcanzo a comprender las muestras de veneno tomadas de la flecha se resisten a la sintetización, lo que impide la elaboración de un antídoto lo bastante potente como para eliminar la toxina de su torrente sanguíneo.

Nielsen respiró profundamente antes de responder.

-Trataré de explicárselo para que quede claro. Cuando nadie daba un centavo por usted yo corrí con todos los gastos de su cara investigación sobre las pistolas de energía, incluso montamos una expedición al Congo para que tuviese usted los diamantes que necesitaba para su fabricación. Y como consecuencia de todo eso, Ki-Gor un maldito salvaje me disparó una flecha envenenada que me tiene postrado en esta silla y en esta deprimente habitación sin apenas poder moverme para que el veneno no se extienda por mi cuerpo. Los planes empiezan a funcionar y llámeme egoísta si quiere pero no he organizado todo esto para nada, así que se lo advierto por primera y única vez, mueva cielo y tierra para encontrar un antídoto, si no puede sintetizarlo mande a esa apestosa jungla a nuestros mejores hombres y que lo consigan porque una cosa es segura, si yo muero, usted me seguirá.

Ki-Gor volvía a casa atravesando la sabana, su excursión había resultado muy provechosa. Regresaba con una gacela de mediano tamaño cargada sobre sus hombros. A pesar de que Helene había traído comida enlatada y otros utensilios de su último y accidentado viaje a Nueva York, él prefería la carne fresca y los alimentos naturales, con la cantidad de carne que llevaba tendrían para un festín y ahumando el resto dispondrían de provisiones para una semana, respiró profundamente y se alegró de haber dejado por fin atrás la civilización. El ruido y las aglomeraciones eran insoportables, aquello no estaba hecho para él. La enorme extensión de hierbas bajas y pequeños arbustos daba paso unos kilómetros más hacia el oeste a la zona de jungla, ya podían apreciarse en la lejanía parches de zonas verdes, estaba apenas a mediodía de distancia de su casa, ardía en deseos por llegar y ver a Helene, aunque sabía que la mujer era perfectamente capaz de defenderse por sí misma la echaba mucho de menos, cada minuto sin ella parecían horas pero así era la vida en la jungla, si uno quería comer carne fresca había que ir a buscarla.

Algo llamó su atención, había oído un rugido. Se trataba muy probablemente de una leona y la gacela herida que transportaba era como un faro en la noche, el olor a sangre y carne fresca era para aquellos enormes felinos como la proverbial luz para la polilla, irresistible. Eso significaba que estaba en problemas, podía dejar su presa y huir a toda velocidad que era lo que en el sentido común dictaba pero había dedicado dos días a conseguir aquella presa y no iba a dejar que se la arrebataran tan fácilmente. Dos rugidos más respondieron al primero, era una partida de caza al completo, la cosa se complicaba por momentos. A toda prisa y sabedor de que no disponía de mucho tiempo antes de que la manada se pusiese en acción sacó su cuchillo y despiezó las partes menos sabrosas del animal para dejarlas atrás con el fin de retrasar a aquellos feroces depredadores. Ki-Gor se daba cuenta de lo que trataban de hacer los grandes felinos, tres de las bestias se dejaron ver a unos centenares de metros al norte y se desplegaban formando un semicírculo a su alrededor, sin duda que la intención de la manada era hacerle huir hacia el Sur donde con toda seguridad le esperaría algún otro miembro de aquel letal grupo de caza. Aun a sabiendas de ello Ki-Gor se dirigió hacia el Sur, siempre sería mejor enfrentarse a uno que a tres y esperaba que la carne que había dejado como cebo le diese algo de tiempo y retrasase al grueso del grupo, había dejado toda la carne en un mismo montón con la esperanza de que causase alguna pelea o disputa entre los felinos que venían desde el norte. Aligeró su paso pero sin correr, por el momento las fieras simplemente le seguían pero no a la carrera. Se mantenían a una distancia prudente sabiendo que su presa se dirigía a donde ellas querían, no había ninguna prisa.

El grupo más numeroso se había visto atraído por el olor de la carne fresca que Ki-Gor les había dejado como cebo así que aligeró más el paso aun, a unos sesenta metros delante suyo se dejaba ver por primera vez la leona que se había separado del grupo, tensó sus músculos y se preparó para una lucha rápida, feroz y violenta. Cargando los restos de la pieza sobre su hombro izquierdo para usarla a modo de rudimentaria armadura y para dejar libre su brazo derecho con el que asía con todas sus fuerzas su assegai, una lanza de medio tamaño y punta muy afilada usada por las tribus de la jungla. No era la mejor arma con la que enfrentarse a un depredador de aquel tamaño y ferocidad pero no había donde elegir. Se lanzó a la carrera contra el enorme felino.

La leona pareció titubear unos instantes al no ver al resto de su manada y de qué su presa se lanzase a la carga contra ella pero los instintos prevalecieron y sus poderosos músculos se pusieron en acción dispuestos al combate, para un observador poco experimentado podría decirse que era difícil distinguir cual de los contendientes era más brutal y feroz, pero no era así. Ki-Gor intentaba dejar a su enemigo siempre en su flanco izquierdo y cuando quedaban escasos metros para el brutal choque paró su carrera en seco exponiendo su lado izquierdo, plantó sus pies firmemente en el suelo y llevó atrás su brazo derecho. Aunque se protegió de lo peor del golpe con el cuerpo sin vida de la gacela que transportaba, el impacto de la zarpa de la leona amenazó con descoyuntarle su hombro izquierdo, como si de una letal coreografía se tratase Ki-Gor aprovechó ese momento para girar su torso como un resorte y descargar toda la fuerza de su atlético cuerpo en un único y mortal golpe de su assegai.

El choque de los dos contendientes fue demoledor, hasta tal punto que el asta de la assegai se partió en dos por el impacto. Como un relámpago Ki-Gor se lanzó a su derecha para evitar quedar debajo de aquella bestia enfurecida evitando por décimas de segundos aquellas garras que ansiaban su carne, la propia inercia de la carrera terminó el trabajo. La leona cayó sobre el trozo de lanza que llevaba clavado en su cuerpo haciendo que este se enterrase más profundamente y muriendo casi al instante. Sin un segundo de duda, Ki-Gor se lanzó a toda carrera hacia el verdor de la Jungla que se veía en lontananza con la esperanza de tener el tiempo suficiente de alcanzar la zona arbolada antes que el resto de la manada que se había quedado atrás, una vez en los árboles tenía la posibilidad de poder dejarles atrás moviéndose en las alturas, quiso la buena fortuna que así fuese y consiguió llegar hasta zona segura, los espíritus de la jungla le sonreían ya que se encontró con Marmo, el viejo elefante compañero de aventuras de Ki-Gor que al igual que él era un solitario entre los suyos y pudo realizar buena parte del trayecto subido en su lomo lo que le permitió reponer fuerzas y ahorrar casi tres horas de viaje. Ningún león o depredador se atrevería a amenazarle ahora con tal compañía. Y lo mejor de todo es que había conseguido salvar buena parte de la gacela que había cazado e iba a poder llevar carne a casa. Contaba los minutos para encontrarse de nuevo con su adorada Helene.

Siguiendo viejos senderos de animales a través de la densa vegetación llegó finalmente al claro donde se encontraba su casa, estaba construida sobre un enorme árbol que presidía el gran claro. Marmo se mostraba nervioso e inquieto, Ki-Gor también presentía que algo no iba bien. Oteó a conciencia los bordes del claro tratando de ver algo que estuviese fuera de lugar y al pie del árbol que le servía como casa pudo ver algo que le dejó helado, dos cuerpos yacían tendidos sin vida a escasos metros del enorme tronco. Eran de raza negra, Ki-Gor no podía distinguir a qué tribu pertenecían desde aquella distancia pero tampoco era necesario porque los tocados de piel de leopardo que cubrían sus cabezas y hombros indicaban que eran miembros de la Sociedad del Leopardo, una sociedad secreta que anhelaba el poder sobre todas las tribus de la jungla y con la que Ki-Gor ya había tenido algún que otro encontronazo y nunca en buenos términos. La ira y el miedo se mezclaban pensando en lo que le podía haber ocurrido a Helene durante su ausencia. Apuró a Marmo a que recorriese las últimas decenas de metros cuando de entre los árboles que bordeaban el claro le llegaron varios gritos que rompieron la quietud del momento, ocho hombres de raza negra cuyos ropajes les identificaban como miembros de la Sociedad Leopardo cargaban empuñando assegais, eran unos infiltradores increíbles pues no había podido verlos hasta que ellos quisieron dejarse ver. Ki-Gor trató de coger flechas de su carcaj, sabía que no podría detenerlos a todos a tiempo pero al menos dos o tres de ellos no verían otro amanecer, antes de que pudiese disparar su primer proyectil uno de los asaltantes cayó al suelo en plena carrera, una flecha proveniente del árbol había acabado con su vida. Era Helene y estaba en el árbol, aquello le llenó de alegría y le alivió pero no había tiempo en ese momento, las flechas empezaron a volar de su arco con mortífera precisión y tres de los hombres leopardo acabaron encontrando la muerte en aquel claro de la jungla congoleña.

Los cuatro que restaban dudaron por un momento en continuar su carga pero desde el claro alguien les ordenaba continuar, un hombre de piel negra como el ébano, de más de dos metros de altura y con una musculatura más propia de un buey que de un humano les ladraba órdenes para que continuasen con su ataque y les insistía en que había que atraparle vivo. Ki-Gor le conocía por su reputación, era N´gomo el gigante, uno de los más fieros y sanguinarios capitanes que tenía la Sociedad Leopardo, una siniestra sonrisa y amenazante dejó entrever sus colmillos aserrados que le daban un aspecto aun más bestial y salvaje si cabía, la cabeza de leopardo que lucía con orgullo y la piel del mismo animal que le cubría hasta poco más abajo de los hombres hacía difícil distinguir donde empezaba el hombre y acababa la bestia.

Aprovechando su momento de duda Ki-Gor embistió a dos de los hombres con Marmo con fatídico resultado para los asaltantes que quedaron aplastados bajo las patas del enorme animal aunque el pobre paquidermo recibió un lanzazo en su cuarto delantero izquierdo. Ki-Gor se lanzó desde la grupa del elefante aprovechando el impulso de la carga sobre uno de los dos hombres que quedaban, la inercia y su cuchillo acabaron con la vida del asaltante. El último de los asaltantes que quedaba en pie quiso aprovechar la oportunidad para usar las cuchillas-garras que caracterizaban a los hombres leopardo mientras su enemigo se hallaba en el suelo pero una flecha proveniente del árbol paró su carrera en seco. Solo quedaba N´gomo, que permanecía en el borde del claro a cubierto de las flechas tanto de Helene como de Ki-Gor, examinaba la situación valorando qué hacer, sus ojos eran dos ascuas de fuego que irradiaban odio. Viendo que no las tenía todas consigo y lo peligroso que era continuar con el asalto en solitario decidió retirarse al interior de la jungla desapareciendo de la vista. Pero aquello no había acabado ni mucho menos, los hombres leopardo no eran de los que dejaban un trabajo a medias, probablemente se trataba solo de una avanzadilla de exploración y se retiraban para regresar con más refuerzos. Aprovechando la momentánea tranquilidad Ki-Gor dirigió los pasos de Marmo hacia el tronco del árbol y saltando desde su lomo trepó a toda velocidad hasta llegar junto a Helene para estrecharla entre sus brazos durante un largo minuto en el que ninguno dijo nada, Ki-Gor sentía una enorme sensación de alivio al saberse de nuevo junto a su amada que estaba sana y salva, al menos por ahora.

-Tenemos que irnos, volverán pronto.

Helene no protestó, aunque odiaba tener que dejar su casa atrás y tener que huir sabía que Ki-Gor tenía razón, no solía llevarle la contraria en ese tipo de situaciones porque la experiencia había demostrado que raramente se equivocaba, así que sin perder un segundo se apresuró a empacar las pocas pertenencias que pudiesen necesitar.

Ki-Gor fue a recoger hierbas para elaborar una cataplasma con la que tratar la herida de Marmo, por suerte la gruesa piel del paquidermo le había protegido de lo peor, era una herida grande pero superficial. Tratándola adecuadamente no le dejaría secuela alguna, sabía que al animal no le vendría nada mal un buen descanso, pero lamentablemente no podían pararse a descansar, no sabía a qué distancia se hallaría el grupo principal de aquella expedición pero quería poner de por medio toda la distancia posible entre ellos y la Sociedad del Leopardo. Ki-Gor palmeó cariñosamente a Marmo agradeciéndole de antemano el sobreesfuerzo que le obligaba a realizar, éste como si entendiese barritó en un tono bajo en señal de aprobación.


N´gomo regresaba a su campamento con una mezcla de decepción y alegría, decepción por no haber podido capturar a su presa y alegría por haberla encontrado, sabía por su reputación que Ki-Gor era un enemigo peligroso y aunque la misión de este grupo no era capturarlo sino localizarlo, había intentado atraparle para atribuirse el mérito de la captura ante Anansi, lo que había resultado no ser una idea muy brillante en vista de cómo había acabado la situación. Pero eso no era un problema, disponía de suficientes hombres leopardo en su campamento como para terminar la misión con éxito.

La Sociedad del Leopardo siempre había sido poderosa pero con la llegada de la diosa Anansi toda África caería pronto bajo su influencia, eran una fuerza imparable y ni Ki-Gor ni nadie iba a detenerles.

Tras más de una hora de apresurada carrera llegó finalmente a la llanura en la que se encontraban sus fuerzas, cerca de dos mil hombres bajo su mando, ese era un privilegio el que pocos podían presumir. A pesar del esfuerzo realizado su cuerpo no parecía denotar ningún síntoma de cansancio, sin detenerse siquiera ante la atónita mirada de sus propios hombres, que miraban tras de sí buscando a los miembros del grupo de exploradores, lo primero que hizo fue dirigirse al centro del campamento, donde bien vigilada se encontraba una radio. Tal y como le había enseñado la propia Anansi, pues él era uno de sus elegidos, puso el aparato en funcionamiento para informar de las novedades.


Ki-Gor y Helene avanzaban en dirección hacia el este internándose en la jungla a lomos de Marmo. Helene iba detrás de Ki-Gor rodeando su cintura con los brazos, se sentía segura junto a él, se alegraba de sentir la calidez de su tacto. A pesar de que la vida en la jungla no se pudiese calificar de tranquila su carácter volvía a ser el de siempre, pragmático, jovial y a veces un niño grande. Se alegraba de haber dejado la civilización atrás aunque le dolía tener que haber salido por la puerta de atrás, casi huyendo para evitar una acusación de espionaje contra Ki-Gor por parte del gobierno estadounidense, pero ahora todo aquello parecía quedar muy lejos y tenían problemas más apremiantes que resolver.

-¿Qué querrán de nosotros los hombres leopardo? –preguntó la bella pelirroja.

-No lo sé, es muy extraño. Hace tiempo que no sabía nada de la Sociedad Leopardo y por lo que pude oír a N´gomo, querían capturarme vivo, así que no creo que se trate de una venganza por afrentas anteriores, debe tratarse de algo distinto.

-¿Hacia dónde vamos?

-No podemos vencer solos a la Sociedad Leopardo, así que vamos a buscar a los enemigos de nuestros enemigos, la Hermandad del Lobo.

La Hermandad del Lobo era otra sociedad secreta de la jungla africana pero de carácter más benévolo, si bien la Sociedad del Leopardo buscaba el poder a toda costa la Hermandad del Lobo había surgido para protegerse de los excesos de aquellos que no sabían hacer uso del poder, eran por tanto enemigos acérrimos de los Hombres Leopardo y Ki-Gor era un miembro oficioso de la hermandad después de haberse ayudado mutuamente en varias ocasiones por lo general para desbaratar los planes de la Sociedad, así que era el lugar ideal para buscar ayuda contra un enemigo común.

Se encaminaron aun más hacia el interior de la jungla, siguiendo caminos que solo un miembro de la Hermandad del Lobo podía conocer, conforme más se adentraban en la profundidad de la frondosa maleza iba desapareciendo el cielo para ser sustituido por una gran cúpula verde de vegetación y había momentos en que a plena luz del día caminaban casi en la penumbra porque la masa vegetal apenas dejaba pasar los rayos de sol. Así continuaron durante todo un día usando angostos senderos y rozados por los inacabables zarzales que bordeaban la senda. Llegó un momento en el que Helene estaba completamente desorientada, rodeaba de aquella maraña de verdor por todas partes era incapaz de decir en qué dirección estaban avanzando e incluso tenía dudas de que avanzaran, sin poder ver más allá de dos metros bien podían haber estado moviéndose en círculos desde el principio, pero confiaba en Ki-Gor y sabía que no le fallaría. El salto de éste desde el lomo de Marmo a un árbol cercano sacó a Helene de sus ensoñaciones.

-¿A dónde vas? –preguntaba Helene mientras veía como su compañero trepaba hasta las ramas más altas de aquel enorme árbol

-Sube. –fue la lacónica respuesta que le llegó

Helene se puso en pie sobre Marmo y comenzó a trepar al árbol, se asombró de lo fácil que le resultó, hacía poco menos de un año habría sido incapaz de trepar a un manzano y ahora se movía por los árboles con la misma facilidad que lo había hecho en su momento por la quinta avenida, al alcanzar la altura en la que se encontraba Ki-Gor oteó el horizonte buscando que podía ser lo que esté quería enseñarle, supuso que se refería a una meseta que podía verse hacia el oeste pues era la única referencia que desentonaba con el sempiterno color verde del paisaje.

-¿Se encuentra la Hermandad del Lobo en esa montaña?

-Eso no es una montaña, es la Fortaleza del Lobo. –rió Ki-Gor

Fijándose mejor, Helene pudo comprobar que las palabras de Ki-Gor eran ciertas, aunque a primera vista parecían paredes naturales eran grandes muros de piedra hechos con tal maestría que simulaban una meseta. Al acercarse pudo observar que la altura de los muros sobrepasaba los seis metros y que estaban construidos sin ningún tipo de argamasa, una obra de arquitectura que haría palidecer de envidia a muchos occidentales. África tenía sus secretos y sus maravillas y ella se consideraba una privilegiada por poder conocerlos de primera mano.


Helene se preguntaba donde se encontraría la puerta de acceso mientras se acercaban, Ki-Gor parecía dirigirse a una pared de roca desnuda cuando sin previo aviso empezó a aullar, instantes después la montaña se abrió, o al menos eso les pareció en un principio, luego supieron que se trataba de un ingenioso sistema de poleas y contrapesos que permitía mover una enorme losa de piedra que convertía al recinto en prácticamente hermético. El interior de la ciudadela era aun más impresionante que visto desde fuera, estaba construida como una extensión del paisaje y parecía fundirse con su entorno, lo que simulaba ser un picacho sobresaliente era una torre de observación, los fortines de defensa estaban disimulados como colinas y pequeñas mesetas, hasta las edificaciones tenían el aspecto de pequeñas formaciones rocosas para conseguir que la fortaleza pasase desapercibida a los ojos extraños a la hermandad.

Los altos muros cobijaban en su interior a casi doscientas personas en aquellos momentos aunque tenían espacio para mucha más gente, pero no era común que hubiese más de aquel número, la Hermandad del Lobo no era ni de lejos tan beligerante como podía ser la Sociedad del Leopardo y por tanto no era necesaria la presencia de una fuerza militar numerosa, con aquellos muros se podía defender la posición con un puñado de hombres.

Conforme se dirigían a la parte central del poblado a lomos de Marmo pudieron ver a gentes de diversas tribus y etnias, había sobre todo massais, bantúes y en menor medida pigmeos. El área que abarcaban las murallas de aquella enorme fortificación era de unos siete kilómetros cuadrados según pudo calcular y el interior se dividía en dos alturas, una llanura central destinada a albergar a la población y una colina donde incrustadas en la misma tierra estaban las edificaciones destinadas a la administración y defensa del complejo. Hacia esta última zona dirigieron sus pasos una vez encontraron un lugar adecuado para que el elefante pudiese descansar y comer, se lo había ganado, el esfuerzo que el noble animal había realizado había sido notable, más estando herido aunque por fortuna la herida estaba casi curada ya gracias al tratamiento aplicado por Ki-Gor, un poco de descanso era lo único que necesitaba para recuperarse por completo.

Una vez alcanzaron el acceso fueron detenidos al pie de la colina por un enorme guerrero massai, Ki-Gor explicó que deseaba hablar con Tsempala y que traía noticias urgentes que contarle, sin mayores problemas accedieron al interior. En su mayor parte el complejo era subterráneo para que no fuese apreciable desde el exterior, estaba compuesto por grandes salas a varios niveles que se comunicaban por escaleras esculpidas en la propia roca, era una obra de ingeniería grandiosa. Llegaron finalmente a una espaciosa sala tras varios minutos de deambular por un laberinto de pasillos, la habitación estaba bien iluminada por unos tragaluces que se habían creado en la pared de roca. En el fondo y en una esquina pudieron ver a un hombre negro anciano, muy anciano, de pelo muy rizado y cano por la edad, vestía únicamente un taparrabos aunque su torso apenas se veía cubierto por numerosos fetiches que colgaban de su cuello o que llevaba atados al cuerpo por finas correas de cuero, era un brujo, pero no uno cualquiera sino uno de los más respetados del Congo y sus alrededores, la edad le había dado sabiduría y era el líder espiritual de la Hermandad del Lobo aunque su aspecto invitaba a darle limosna. Se encontraba sentado cómodamente en una mullida piel de león. Su boca se movía exageradamente de un lado a otro mientras trataba de masticar unos dátiles con su desmejorada dentadura. En cuanto les vio hizo señas agitando frenéticamente sus brazos para indicarles que vinieran a sentarse junto a él.

-Es un placer volver a verte, hermano Ki-Gor.

-Lo mismo digo, Tsempala.

Los dos hombres se saludaron con afecto, como lo harían dos viejos amigos.

-Placer doble, ya que has traído contigo a la bella Helene.

Helene respondió con una inclinación de cabeza un tanto azorada. Ki-Gor rió con sonoras carcajadas.

-Veo que la edad no te ha quitado el apetito por las cosas buenas de la vida.

-Los ojos son siempre jóvenes. Tomad unos dátiles, están deliciosos y son dulces como la miel.

No rechazaron su oferta porque tenían hambre después del largo y tortuoso viaje que habían realizado. Tsempala tenía razón, eran exquisitos y dulces, al ver el hambre de sus invitados hizo que trajeran algo de bebida y unas viandas para que sus invitados recuperasen las fuerzas. Ki-Gor correspondió compartiendo la carne de gacela que tenía, sabía que la carne era el alimento favorito y prácticamente exclusivo de los massais que consideraban cualquier cosa que no fuese carne como comida de monos, el viejo brujo se alegró al ver la carne.

-Una carne fresca y con un aspecto delicioso, muchas gracias. Espero que mis viejos dientes me permitan masticarla.

-No te preocupes viejo maestro, te he reservado las partes más blandas y jugosas de la pieza.

Después de haber disfrutado como se merecía un banquete como aquel y mientras se recostaba en su piel de león Tsempala habló.

-Siempre es un placer volver a verte como ya te dije, pero dudo que hayas andado todo este camino hasta aquí a través de la jungla para hacernos una visita de cortesía, supongo que tendrá que ver con que la Sociedad Leopardo te esté buscando, ¿no es así?

Ki-Gor se había olvidado por unos momentos del motivo de su visita disfrutando como estaba de aquel generoso ágape con el que Tsempala les había obsequiado, se sorprendió de que Tsempala estuviese al tanto de su situación pero en el fondo no era tan extraño, era uno de los líderes de la Hermandad del Lobo, tenían ojos y oídos por toda la jungla y sus alrededores.

-Como siempre, me sorprendes Tsempala, pareces saber más que yo mismo. Es cierto que la Sociedad Leopardo me busca, hace poco más de un día nos atacaron en nuestra propia casa y por lo que pude oír me quieren vivo, pero no puedo contarte más porque no sé que quieren de mí.

-Quizás es el momento de que conozcas a alguien. –dijo misterioso Tsempala mientras se levantaba con una agilidad impropia de alguien de su edad y les pedía que le siguiesen

Guiados por Tsempala salieron del nuevo al exterior y se dirigieron a la zona central de la ciudadela donde se encontraban la mayoría de los habitantes, al contrario de lo que solía suceder en la antigua Europa donde las zonas centrales eran reservadas para las clases privilegiadas en esta fortaleza la zona central estaba destinada a la población mientras que los edificios principales se encontraban en el extrarradio. Llegaron a una construcción circular de muros de piedra que era una de las muchas salas comunes para alojar a los visitantes de las que disponía la fortaleza. Nada más entrar les llamó poderosamente la atención la presencia de una mujer. Era de raza blanca, pelo rubio y aparentaba estar cerca de la treintena de años aunque sus ojos delataban una sabiduría que no se correspondía con su apariencia. Cubría su cuerpo con una túnica verde con capucha al estilo de algunas órdenes monacales, muy similar a la usada por Green Lama, a quién habían podido conocer en su reciente estancia en los Estados Unidos. La mujer parecía fuera de lugar aunque se movía con familiaridad y desenvoltura entre los lugareños hablando en swahili o en la lengua de las tribus del río, el dialecto comercial de uso común entre las tribus de la región.

-Ki-Gor, Helene, os presento a Magga, ella puede ayudarte con las respuestas que buscas.

Tras intercambiar saludos formales el grupo decidió buscar un rincón donde sentarse y hablar tranquilamente, Helene fue la primera en romper el hielo con aquella extraña mujer.

-No he podido dejar de observar las similitudes de su vestimenta con la de Green Lama, ¿le conoce usted?

-Podría decirse que somos aliados, pero por favor tutéame.

-No tuve la oportunidad de conocerle mucho pero me pareció un hombre cabal y de gran sentido común en el poco tiempo que pasamos con él.

-Sí, es una lástima que vuestros destinos se separasen. –pareció decir con cierta tristeza

Esta última afirmación desconcertó un poco a Helene. Ki-Gor considerando que ya se habían cumplido las formalidades decidió ir al grano pues ardía en deseos de saber qué es lo que estaba sucediendo y el porqué del repentino interés de la Sociedad Leopardo en atraparle.

-Tsempala me ha dicho que tú podrías saber algo sobre por qué me persiguen los hombres leopardo.

Magga sonrió ante la falta de tacto y diplomacia de Ki-Gor.

-Así es, y no es solo la Sociedad Leopardo la que te busca, prácticamente cada agente, colaborador o informador del Tercer Reich está tras tu pista, necesitan desesperadamente algo de ti y están invirtiendo una verdadera fortuna para localizarte. ¿Sabes de qué podría tratarse?

Ki-Gor tardó unos instantes en salir de su estupefacción al oír aquellas palabras.

-Ni lo sé ni me importa nada que tenga que ver con esa guerra, dejé atrás todo eso y no quiero volver a saber nada.

Esta vez fue Tsempala el que tomó la palabra.

-Dejar la guerra atrás no parece haber sido la solución porque la guerra ha venido a buscarte, me temo que en este caso no puedes permitirte el lujo de permanecer neutral.

A Ki-Gor no le gustó mucho aquella afirmación pero no podía dejar de reconocer en su interior que las palabras de Tsempala estaban cargadas de verdad. Magga continuó la conversación.

-No puede ser casualidad que los nazis te busquen y la Sociedad Leopardo también, es todo parte de la misma guerra. Los hombres leopardo tienen una nueva líder llamada Anansi que dice ser un avatar de la diosa araña, muchos creen que se trata realmente de la diosa y marchan para ponerse a sus órdenes incrementando las filas de la Sociedad Leopardo, los tambores hablan de guerra en la jungla.

Ki-Gor trataba de asimilar lo que implicaban las palabras de Magga. La Sociedad Leopardo era poderosa y su objetivo era gobernar sobre todas las tribus. Si llamaban a la guerra encontrarían aliados, los Wunguba, sus más odiados enemigos y los asesinos de su padre, no dudarían en aprovechar esa oportunidad de vengar los muchos muertos que Ki-Gor les había causado, probablemente muchos de los bantúes también se pondrían de su lado. Afortunadamente la lealtad de los massai era incuestionable ya que uno de sus jefes guerreros era un gran amigo suyo, Tembo George, un cocinero norteamericano de raza negra que por azares del destino acabó convertido en uno de los más grandes jefes guerreros de los M´Balla, una de las tribus massai que poblaban aquella zona de África, pero Tembo George se encontraba lejos y necesitaría aun más tiempo para reunir a las otras tribus massais, y tiempo era precisamente lo que no tenían. Quedaba la incertidumbre de lo que pudiesen hacer los pequeños y peligrosos pigmeos, una guerra a esa escala no dejaría a ninguna tribu indiferente, el baño de sangre podía ser terrible.

-Si los nazis están metidos en esto, Bauer no debe estar muy lejos.-dijo Ki-Gor

-Nuestros hombres le han visto no hace demasiado tiempo en Kenia comprando gran cantidad de materiales de construcción y contratando transportes, está tramando algo. –interrumpió Tsempala la conversación

El Coronel Bauer era el hombre del Tercer Reich en aquella zona de África, experto en la geografía y culturas locales, militar prusiano de carrera, era fornido o como Ki-Gor solía decir “gordo como un buey” pero también igual de fuerte, de una voluntad y una determinación de hierro. Continuamente conspiraba para desestabilizar la zona y amenazar los intereses coloniales de Gran Bretaña, lo cual no es que preocupase excesivamente a Ki-Gor pero los planes de Bauer siempre implicaban la muerte de muchas personas, por lo general amigos suyos, lo que había propiciado que sus caminos se hubiesen cruzado en varias ocasiones. Bauer era un saboteador e instigador nato, animaba a las tribus a la rebelión contra los británicos a sabiendas de que no tenían ninguna posibilidad de vencer, su único objetivo era mantener a las tropas coloniales ocupadas y ya de paso alejadas de él y de sus planes.

La entrada atropellada de uno de los guardias massai llamó la atención del grupo, parecía azorado y su respiración era agitada, se paró unos segundos con otro guardia y este último señalo en dirección a la zona en la que ellos se encontraban, recorrió los escasos metros que les separaban y dijo.

-Maestro Tsempala, ha llegado un mensajero de la Sociedad Leopardo.

-Entonces será mejor que le atendamos, no queremos que piensen que no somos hospitalarios. –dijo el anciano con una sonrisa socarrona

La comitiva formada por Ki-Gor, Helene, Tsempala y Magga se dirigió a la llanura central para encontrarse con el mensajero que no era otro que N´Gomo al que se le había permitido el acceso al interior para que pudiese trasmitir su mensaje, el enorme hombre leopardo caminaba orgulloso y desafiante a sabiendas que la presencia de un miembro de la Sociedad Leopardo allí era una provocación, siendo como eran encarnizados enemigos de la hermandad.

-Saludos Tsempala. –dijo N´Gomo con una sonrisa cuyo único fin era dejar al descubierto sus dientes aserrados de caníbal

-Saludos N´Gomo –respondió el anciano-, di lo que tengas que decir y no alargues tu estancia aquí más de lo necesario.

-Así será, estoy aquí para haceros una oferta. Mi ejército está a menos de un día de distancia de aquí, no tenemos nada contra la hermandad, solo queremos a Ki-Gor, si él se viene con nosotros nos marcharemos en paz pero si no es así no dudaremos en matar hasta el último de vuestros hombres y nos lo llevaremos de igual manera.

-¿Llamas a eso una oferta? A mí me parece una amenaza. Creo que ya sabías cual iba a ser la respuesta. No nos engañas hombre leopardo con tu oferta envenenada, Ki-Gor es nuestro amigo y va contra nuestras creencias abandonar a un amigo en apuros. La misión de la Hermandad del Lobo es proteger a los débiles y a los inocentes de los excesos de tiranos como vosotros, no hay paz ni acuerdos posibles entre nosotros. Si nos das a elegir entre morir juntos o morir separados, la decisión es bien fácil, así que márchate porque ya no eres bienvenido aquí.

Ki-Gor trató de intervenir en la conversación pero algo en la mirada de Tsempala le dijo que no era el momento. N´Gomo sonreía con satisfacción.

-Debo reconocer que lo prefiero así, me causará especial placer acabar con vosotros y será una victoria para la Sociedad Leopardo que será recordada durante incontables lunas.

Tras decir esto se giró y se volvió por donde había venido. El grupo quedó en silencio observando su marcha, Ki-Gor fue el primero en hablar.

-Voy a entregarme a la Sociedad Leopardo.

Los demás le observaban entre el asombro y la incredulidad, Tsempala reaccionó primero.

-No conseguiríamos nada, la Sociedad Leopardo intentará acabar con nosotros tarde o temprano, tu sacrificio no cambiará nada. No entregaremos a nadie.

-Podría conseguirnos tiempo, el tiempo suficiente para que Tembo George y sus massais pudiesen llegar hasta aquí y entonces no tendrían ninguna posibilidad contra nosotros.

-La Sociedad Leopardo solo está interesada en acumular poder, no van a cumplir ninguna promesa que no les interese. En cuanto te tengan en su poder nos atacarán, saben que somos un obstáculo para su ascenso al poder. ¿Para qué si no habrían traído dos mil guerreros? Esto no es una oferta de paz, que no te engañen sus traicioneras palabras.– insistió el anciano con la clara intención de hacerle desistir

Esta vez fue Magga quién tomó la palabra.

-Ki-Gor, lo que tratamos de hacerte entender es que no estás solo, tienes poderosos aliados y eso no te hace más débil sino más bien todo lo contrario. No puedes luchar contra el mundo y esperar vencer, nuestra fuerza es la unidad y unidos debemos permanecer.

A Ki-Gor le costaba rebatir las palabras de Tsempala y de Magga porque en el fondo sabía que estaban cargadas de verdad pero por si eso no fuese suficiente la mirada de rabia que Helene le dirigía le acabó de convencer, sobre todo después de oír sus palabras.

-¡No me puedo creer que pensaras entregarte! ¿Y yo? ¿No has pensado en mí? ¿Ya no recuerdas nuestro acuerdo? Donde vaya Ki-Gor allá va Helene ¿ya no es así? –dijo con la cara roja de ira

Abrumado no sabía que decir, así que desistió de su intención y buscó de nuevo la mirada de su amada pero no la encontró, Helene se dio la vuelta y se marchó airada, estaba enfadada.

La situación se tornó un tanto incómoda entre los que se quedaron, un silencio tenso se adueñó del momento hasta que Magga lo rompió dirigiéndose a Ki-Gor.

-¿A qué esperas? Ve y habla con ella.

Ki-Gor se marchó en busca de Helene de manera algo torpe desconcertado como estaba mientras Magga sacudía su cabeza con gesto de resignación y decía para sí misma.

-Hombres.

Tsempala le dijo a Magga.

-No creo que sea tan grave, es solo una riña de enamorados.

-Por supuesto que no es grave, apostaría a que Helene no está tan enfadada de verdad pero quiere que Ki-Gor se tome en serio su advertencia, quizás teme que nos diga que sí solo por tranquilizarnos y que luego decida entregarse por su cuenta igualmente, pero si teme perder a Helene la cosa cambia. Seguro que la reconciliación será muy dulce y placentera, si sabes a lo que me refiero.

-Ja, ja, ja, ja, apenas me acuerdo de eso ya. –rió el brujo

El anciano asintió comprendiendo la estrategia de la mujer del pelo de fuego.

-Helene es muy astuta.

Magga también rió de buena gana.

-No, solo es mujer.

Sin perder más tiempo cada cual marchó por su lado, había muchas cosas por hacer. Tenían que organizar la defensa. Contaban con la ventaja del terreno gracias a la fortificación pero no había que olvidar que las fuerzas enemigas los superaban en una proporción de casi diez a uno si eran ciertos los informes de los exploradores, y eso era mucha gente. Afortunadamente de las casi doscientas almas con las que contaban de su lado todos estaban preparados para la lucha, hombres y mujeres, en la Hermandad del Lobo todos luchaban por igual. Se repartieron armas y escudos y se reforzaron los turnos de vigilancia, solo quedaba esperar.

El resto del día y la noche se hicieron eternos, nadie pudo dormir por la excitación de la batalla que sabían estaba por llegar, Magga preparaba un extraño brebaje de color verde en una pequeña marmita que burbujeaba sobre un pequeño fuego, añadió unos polvos de un frasco que sacó de su túnica y el líquido burbujeó intensamente por unos segundos para volver en seguida a su monótono ritmo anterior. Recitó varios mantras para conseguir la fuerza y la serenidad que iba a necesitar en la batalla que se avecinaba y finalmente bebió el líquido contenido en la marmita para ponerse a meditar. Los segundos se volvían minutos y los minutos parecían horas, así fue pasando la interminable noche hasta que con las primeras luces del día se oyeron los gritos de un centinela.

-¡Wapo hapa! ¡wapo hapa!

Helene y Ki-Gor yacían juntos en una cabaña que les habían asignado, dormían el placentero sueño del que disfrutan los amantes tras una noche de pasión vivida como si fuese la última porque en la jungla todas las noches podían serlo. Al oír los gritos ambos despertaron, Helene miró a su compañero esperando a que le dijese de que se trataba aunque en el fondo ya temía cual era el motivo. Ki-Gor se levantó, cogió su cuchillo, su arco y un carcaj bien provisto de flechas y tan solo dijo.

-Ya están aquí.


Las tropas empezaban a ocupar la llanura meridional limítrofe a la fortaleza, muchos de los defensores observaban las maniobras desde los muros. Las predicciones no se habían quedado cortas, pasaban de largo del millar de hombres. Tantos eran que las primeras unidades se habían puesto prácticamente a distancia de los arcos ya que la llanura no era tan amplia como para albergar a tanta gente y mucho menos permitir margen de maniobra. Eso favorecía a los del interior, los invasores no podrían usar todas sus fuerzas a la vez, teniendo que mandar oleadas si pretendían tomar la fortificada posición. Más de la mitad de las tropas habían sido reclutadas entre las tribus bantúes tal y como habían pensado, particularmente entre los Wunguba que sentían gran odio por Ki-Gor. Los bantúes no eran tan buenos guerreros como los massais pero en tal número eran un formidable oponente. La otra mitad se dividía a partes iguales entre arqueros de las tribus y miembros de la Sociedad Leopardo, estos últimos lucían sus tocados de piel tradicional sobre sus cabezas que les hacían parecer leopardos humanoides e iban armados con sus temibles cuchillas garra. Esta sí que era una fuerza de combate a tener en cuenta porque la reputación de los hombres leopardo era bien conocida en la jungla y no destacaban precisamente por su piedad.

En la muralla sur se encontraban Ki-Gor, Helene, Tsempala y Magga observando en silencio y con cierta preocupación las evoluciones del enemigo, por el momento tomaban posiciones, no parecía que se dispusieran a atacar, al menos no de inmediato. Poco después supieron la razón.

De entre la multitud surgió N´Gomo, el jefe de guerra de aquel temible ejército y se adelantó hasta estar a una distancia escasa de seis metros de la muralla, estaba hinchado de orgullo como un pavo real al verse observado por sus hombres y por los defensores a un tiempo.

En el muro uno de los arqueros tensó la cuerda de su arco en la que ya había puesta una flecha, era una oportunidad que no podía desperdiciar y vengar a los muchos camaradas que habían muerto por la mano de N´Gomo, estaba a punto de dejar que la flecha iniciara su mortal trayectoria, que a aquella distancia era poco probable que fallase, cuando una mano se posó suavemente en su hombro. Era Magga.

-No te deshonres, hermano.

Y algo en sus ojos convenció al arquero de que desistiera de sus intenciones bajando su cabeza avergonzado por lo que había estado a punto de hacer, la Hermandad del Lobo tenía un estricto código de comportamiento, no se podía matar a un mensajero bajo ninguna circunstancia.

La poderosa voz de N´Gomo llegaba alta y clara para asegurarse de que todos le oían.

-No es el deseo de la Sociedad Leopardo ir a la guerra con la Hermandad del Lobo. Por eso os damos una nueva oportunidad de arreglar esto sin que haya un baño de sangre. Entregadnos a Ki-Gor y nos iremos en paz.

De inmediato llegó la respuesta de Tsempala que hablaba por la Hermandad del Lobo.

-Tus palabras son veneno que solo pretenden sembrar discordia entre nuestras filas. Ya te dimos nuestra respuesta la última vez que estuviste aquí y lo hicimos con palabras tan claras que hasta alguien como tú debería poder entender.

Las carcajadas estallaron en las filas de los defensores y el rostro de N´Gomo se contrajo en una mezcla de furia, rabia e impotencia al verse ridiculizado de aquella manera. Se dio la vuelta y volvió a toda prisa junto a sus tropas vociferando órdenes.

Magga se dirigió a Tsempala.

-Quizás no sea muy sabio provocarle de esa manera.

-N´Gomo es víctima de su orgullo, la ira ciega su juicio ahora mismo y tomará decisiones precipitadas.

Empezaba a entender porque aquel viejo loco e irreverente era el líder de la Hermandad del Lobo.

De pronto todo empezó, la terrible cacofonía de los gritos de guerra de los Wunguba ponía los pelos de punta y la imagen de aquella marea humana de centenares de personas que cargaban lanza en ristre contra los muros tampoco ayudaba en manera alguna a mantener la calma. Aun así los defensores eran hombres y mujeres curtidos en batalla. N´Gomo había lanzado a las tribus contra la fortificación, ni siquiera estaba apoyando su asalto con los arqueros. Sin duda los guardaba para cuando fuese el turno de los hombres leopardo. Los mandaba a una muerte segura, los bantúes no tenían posibilidad alguna de tomar la posición pero no era ese el fin que N´Gomo pretendía, solo quería desgastar a los defensores para que luego la Sociedad Leopardo rematase el asalto y se llevase toda la gloria, una gloria cimentada sobre montañas de cadáveres.

La cercanía del enemigo era una desventaja para los defensores que tomaron sus arcos y dieron buena cuenta de más de un centenar de Wungubas y otros bantúes antes de que alcanzaran el muro, las pérdidas entre los defensores fueron cinco hombres que habían caído bajo la lluvia de jabalinas que arrojaban los asaltantes, no eran muchas bajas pero cada hombre perdido contaba cuando los enemigos contaban con una superioridad numérica cercana al diez a uno. En pocos minutos la lucha fue cuerpo a cuerpo, los primeros asaltantes trepaban ya el muro y los defensores se aprestaban a defender la muralla empuñando sus lanzas y sus enormes escudos de cuero curtido, la ventaja del terreno y la altura les daba ventaja pero aquella marea humana parecía no tener fin.

Los soldados de la Hermandad del Lobo resistían y allí donde uno caía otro iba inmediatamente a cubrir su lugar aguantando como podían el embate de los asaltantes que se agolpaban cada vez en mayor número contra los muros, mediante ganchos, escalas o pértigas trataban de alcanzar el muro solo para ser rechazados una y otra vez. Las cifras de muertos no paraban de aumentar llevándose por diferencia los asaltantes la peor parte pues ya andaban cerca de los dos centenares de bajas mientras que por el lado de los defensores diez hermanos del lobo se habían dejado la vida en la defensa de aquellos robustos y resistentes muros. A pesar del grave castigo que estaban recibiendo los bantúes no desfallecieron en su esfuerzo, sus jefes de guerra gritaban y vociferaban para que no bajasen la intensidad del ataque.

Ki-Gor había vaciado su carcaj antes de que los primeros asaltantes alcanzaran el muro y ahora daba letales tajos con su cuchillo a cualquier enemigo que tuviese el infortunio de ponerse en su camino, cubierto por la sangre de otros parecía un demonio o algún tipo de criatura infernal, así lo atestiguaban los más de veinte cuerpos que se amontonaban al pie de la muralla a los que había dado muerte, estaba fuera de sí, casi más una bestia feroz que un ser humano. Una fuerte detonación se oyó a escasos metros de él, era Helene que empuñaba en sus manos un revolver y hacía un uso letal del mismo, Ki-Gor le lanzó una mirada de reprobación pues no le gustaban las armas de fuego, las consideraba ruidosas y poco honorables pero en un momento como aquel no dejaba de reconocer su utilidad. Cualquier cosa que mantuviese a Helene a salvo en aquel infierno en el que la había metido estaría bien.

Magga se movía por la muralla entre los asaltantes como si de una coreografía se tratara, esquivando lanzas y tajos con contorsiones increíbles de su cuerpo, sus dedos apenas tocaban a los asaltantes pero estos caían al suelo como fardos de inmediato al sentir su contacto, allá donde veía que se abría un hueco en la defensa allí se dirigía con saltos que desafiaban a la gravedad. Era como un torbellino verde y estaba siempre donde se la necesitaba.

Tsempala observaba el sangriento asalto desde la relativa seguridad de un parapeto en el muro, su avanzada edad le impedía estar en la primera línea de batalla pero no por eso carecía de recursos, la oleada de atacantes amenazaba con romper la línea de defensa, centenares de bantúes se agolpaban junto al muro esperando su turno para escalar, no era algo que desease hacer pero había llegado el momento de que el lobo mostrase sus fauces. Levantó su báculo en una señal previamente convenida y varios hombres se apresuraron a tirar de una enorme palanca. A continuación el caos se extendió entre las filas de los atacantes.

El suelo al pie de las murallas se abrió y centenares de asaltantes cayeron sobre afiladas estacas de madera, era como si la fortaleza se los hubiese tragado. Los gritos desgarradores de los heridos y la enorme mortandad que había ocasionado aquella trampa, los muertos por el lado de los invasores ya alcanzaba los cuatro centenares, fueron suficientes para que la horda se retirase. Esta vez ni siquiera los gritos de sus líderes consiguieron impedir que los Wunguba y los otros bantúes abandonasen el lugar como alma que lleva el diablo. Los defensores estallaron en gritos de júbilo al ver aquella escena, bueno, no todos. Ki-Gor sabía que aquello no era más que un descanso pasajero y ni siquiera iba a ser lo peor del día, pero no estaba de más que los defensores celebrasen su victoria, no venía mal subir un poco sus ánimos. El esfuerzo hecho por los defensores había sido titánico, aunque también habían pagado su parte en el montante total de muerte, veintiún cuerpos se amontonaban como recordatorio. Allí estaba Magga arrodillada junto al cuerpo sin vida del guerrero al que había impedido su venganza contra N´Gomo al comienzo de la refriega, ni siquiera conocía su nombre lo que lo hacía aun más triste y desesperanzador, pero era su deber acompañarle en su último viaje.

La segunda oleada no fue inmediata. N´Gomo sabía lo que hacía, quería dejar pasar tiempo para que la fatiga del primer combate hiciese su efecto, aun conservaba sus mejores tropas, solo había perdido a un montón de chusma mal organizada y sin valor. La victoria y la gloria irían para la Sociedad Leopardo que es como debía ser. Y todavía tenía alguna sorpresa reservada para los defensores, cuando cayese la noche la luna no encontraría a ninguno de los hermanos del lobo vivo.

Ki-Gor se lavó en una pila de agua para quitarse de encima los restos de sangre seca que cubrían su cuerpo y recuperó un aspecto más humano, con la mirada buscó a Helene y suspiró tranquilo cuando la vio indemne asistiendo a los heridos, se dirigió a su lado.

-¿Estás bien?

Helene miró a su alrededor y respondió.

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-Bastante mejor que muchos de estos pobres desgraciados.

Tras una pequeña pausa Ki-Gor volvió a hablar con cierto tono de reprobación.

-Un arma muy interesante la tuya ¿dónde la has conseguido?

-Ya te dije que había traído algunas cosas útiles de nuestro viaje a los Estados Unidos.

-Sabes lo que pienso de las armas de fuego, no me gustan.

-No te preocupes, no tendrás que utilizarlas si no quieres.

Una mirada de duda cruzó el rostro de Ki-Gor.

-¿Hay otras “cosas útiles” que deba saber?

Helene se descolgó de su costado el zurrón de cuero donde llevaba sus escasas pertenencias y se lo ofreció malhumorada a Ki-Gor.

-Toma, si no te fías de mí, lo mejor será que lo revises tú mismo.

Ki-Gor rebuscó en el interior ante la atónita mirada de Helene y sacó un pequeño cilindro metálico.

-¿Esto qué es? –preguntó mientras mostraba el cilindro en su mano derecha

-Es un localizador.

-¿Un qué?

-Me lo dio el Capitán Futuro antes de dejar los Estados Unidos, emite una señal que permite localizar a quién lo lleva si el aparato está encendido. Y debo decirte que ha habido momentos en que he estado a punto de usarlo.

Volvió a introducirlo en la bolsa dejando claro que nada de aquello le gustaba.

-Este no es nuestro estilo.

Helene respondió enfadada.

-Nuestro estilo será el que haga falta para seguir vivos.

Ki-Gor se alejó dando la espalda a Helene y lamentando que en aquellos que podían ser sus últimos momentos tuviesen que pasarlos discutiendo, pero era mejor así, de otra manera Helene podría impedirle hacer lo que tenía en mente. Pero bajo ninguna circunstancia iba a permitir que Helene sufriese daño alguno incluso si ello significaba tener que entregar su propia vida a cambio.

El júbilo inicial por la victoria contra la primera oleada había desaparecido para dejar paso a la angustia y el abatimiento viendo que a pesar de su épica victoria contra los asaltantes aun estaba lo peor por llegar, la sangrienta reputación de los miembros de la Sociedad Leopardo les precedía, todos los defensores sabían que no podían ni debían mostrar piedad porque no iban a encontrarla.

Los arqueros enemigos empezaron a tomar posiciones desplegándose a lo largo del borde de la llanura con la jungla a sus espaldas. Gracias a los gruesos y altos muros los arcos apenas causarían alguna baja entre los defensores pero no era esa su misión. Bajo la intensa lluvia de flechas los hombres leopardo empezaron a moverse con gran rapidez hacia los muros de la fortaleza sin apenas oposición ya que la oleada de proyectiles impedía a los defensores poder usar armas a distancia. Una vez al pie de la muralla la primera línea de asalto empezó a trepar con la gracia y agilidad de los grandes gatos de los que tomaban su nombre, la lucha iba a ser cuerpo a cuerpo y muy sangrienta. Los defensores consiguieron repeler el primer asalto aunque dejaron quince almas en el intento, si bien los hombres leopardo sufrieron más de ochenta bajas seguían teniendo la ventaja de los números y no cejaron en su empeño mandando más y más hombres al asalto. Esta vez no se enfrentaban a bantúes asustadizos y atemorizados por el castigo que podían recibir si no obedecían las órdenes de sus líderes de guerra, esta vez eran tropas de élite acostumbradas a la batalla.

La primera línea de defensa empezaba a ceder y los asaltantes ya dominaban el terreno en algunas zonas de la muralla, los hombres leopardo hacían buen uso de sus cuchillas-garra tiñendo de escarlata el suelo a su alrededor. Ki-Gor buscaba a N´Gomo en el campo de batalla y lo encontró en primera línea gritando órdenes a sus tropas.

Algo llamó la atención de Ki-Gor. N´Gomo miraba continuamente a las copas de los árboles y siguiendo su mirada pudo ver cómo estas se agitaban en exceso para el poco viento que hacía, su preocupación fue en aumento cuando se percató que solo se movían las copas de los árboles de la vertiente oriental, eran los Wandarobo, los odiados “hombres mono”, una tribu de bantúes que expulsados generaciones atrás de sus tierras natales por los massais se habían adaptado a la vida en la jungla, eran capaces de usar la senda de los árboles caminando kilómetros sin tener que tocar el suelo, eran de pequeño tamaño, no tanto como los pigmeos pero más bajos que el resto de los bantúes, usaban armas envenenadas y eran caníbales.

-¡Emboscada! –gritó Ki-Gor con todas sus fuerzas cuando los primeros ganchos salían de los árboles situados al este

Algunos de los defensores miraron en la dirección que señalaba Ki-Gor y pudieron ver como los primeros wandarobo se deslizaban desde las altas copas al muro oriental que en estos momentos estaba desprotegido, muchos de los pequeños caníbales penetraron en la fortaleza sin encontrar oposición alguna. La situación se tornaba bastante complicada para los defensores que apenas podían contener la bestial embestida de los hombres leopardo. Un musculoso guerrero massai que se había destacado en la defensa por la gran mortandad que había causado entre las filas enemigas pasó junto a Ki-Gor y saltó desde el lugar que ocupaba en el muro salvando la distancia de casi cinco metros que le separaban del suelo como si de un simple escalón se tratase y se dirigió a una velocidad inhumana a contener a los pequeños hombres mono. Las armas envenenadas de los odiosos caníbales herían y penetraban la piel del guerrero massai pero no lograban hacerlo caer, ni siquiera manaba sangre allá donde le herían. Ki-Gor comprendió y decidió que era el momento de ponerse en marcha.

Con un par de poderosas zancadas para coger impulso Ki-Gor saltó desde el muro para caer sobre dos de los desafortunados asaltantes que trataban de trepar al mismo desde el exterior, el peso de su cuerpo mandó inconscientes al suelo a dos de los guerreros leopardo. Sin perder un solo instante Ki-Gor se lanzó cuchillo en ristre contra N´Gomo lanzando un grito de guerra que helaba la sangre en las venas con solo oírlo.

Pero los hombres leopardo no eran presa fácil, recuperando la compostura varios de ellos cargaron contra aquel gigante de bronce, Ki-Gor se deshizo de ellos en segundos y prosiguió su imparable avance a la posición donde se encontraba N´Gomo descargando letales golpes a diestra y siniestra con mortíferos resultados, apenas una veintena de metros les separaban. N´Gomo ladraba frenético órdenes a sus hombres para que capturasen a Ki-Gor y el volumen de sus gritos aumentaba conforme la distancia que les separaba se iba reduciendo, parecía una fuerza imparable y ya eran seis los cadáveres de miembros de la Sociedad Leopardo que habían intentado detenerlo los que se amontonaban junto a sus pies pero al final la fuerza del número se impuso y acabó cayendo bajo una brutal lluvia de golpes y cuchillos. Esta vez el grito de victoria llegó desde los pulmones de N´Gomo, este era el premio que había venido a buscar, se apresuró a ordenar a sus hombres que le ataran fuertemente y que le transportaran fuera de allí. Cumplidos esos cometidos ordenó a sus tenientes que sus tropas no dejasen a nadie con vida en el interior de aquella fortaleza mientras él se retiraba con la pieza obtenida acompañado de una guardia de seis hombres hábiles para la lucha y de su total confianza.

Los defensores estaban recibiendo un castigo formidable, ochenta de los hermanos y hermanas del lobo habían caído solo en el último asalto. Prácticamente la mitad de los defensores habían dejado sus vidas aquel día y si las cosas no cambiaban pronto era muy probable que la otra mitad tampoco viese un nuevo amanecer. Aunque los asaltantes habrían perdido el doble de fuerzas eran muchos más y ahora la defensa del perímetro estaba comprometida, no tenían hombres suficientes para cubrir todos los flancos y los asaltantes entraban como una riada a la fortaleza, sin la ventaja de los muros los defensores no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir.

Respondiendo al adagio que dice que siempre es más oscuro justo antes del amanecer, el milagro se produjo, los árboles se contoneaban de un lado a otro por el viento que se levantó de improviso y sobre sus cabezas vieron la silueta de una aeronave, Helene la reconoció, era el Mantarraya-1, se sorprendió de verlo allí porque no había usado el localizador que el Capitán Futuro le había entregado antes de dejar los Estados Unidos. Una sucesión demasiado rápida para el ojo humano de haces de luz empezaron a surgir de ambos lados de la cabina impactando sobre la horda de asaltantes que caían inconscientes al suelo, era como cosechar trigo con una guadaña, los enemigos caían uno tras otro y el resto huían despavoridos ante aquella visión que muchos creían salida del mismísimo infierno. La retirada de los hombres leopardo fue recibida con gritos de júbilo.

Pero había alguien que no sentía júbilo en absoluto, esa era Helene Vaughn, buscaba desesperada con la mirada a Ki-Gor mientras el horror que observaba por todas partes traía a su mente aquellas palabras qué decían que lo único peor que una victoria era una derrota. Preguntaba a todo aquel que se encontraba si sabía del paradero de su compañero hasta que un guerrero massai que luchó en el muro junto a él le informó de lo que había sucedido. Sin poder evitarlo se derrumbó y las lágrimas afloraron a sus ojos.

El resto observaban asombrados el aterrizaje vertical del Mantarraya-1, inmóviles y con los ojos abiertos como platos, algo así no se veía todos los días en la jungla, de hecho no se veía nunca. Solo el guerrero massai que había tratado de impedir la emboscada de los wandarobo se acercaba hasta el lugar donde la nave había tocado suelo y para añadir más leyenda a lo que estaba sucediendo mientras se acercaba su forma cambiaba ante los ojos de los presentes para convertirse en un humanoide de color blanquecino que Helene reconoció, era Otto el androide, socio del Capitán Futuro que al parecer poseía la habilidad de cambiar de forma a voluntad. Había estado con ellos todo el tiempo, con el Capitán Futuro allí tenía una oportunidad de poder rescatar a Ki-Gor.

Ya había pasado el tiempo de llorar, era el momento de la acción.


Ki-Gor pasó los siguientes tres días con los brazos y piernas atadas, el primer día había sido el peor ya que uno de sus captores era de la tribu de los wunguba y no desperdiciaba ocasión de torturarle obligándole a caminar cuando aminoraba el paso clavándole la afilada punta de su assegai entre sus costillas, en dos ocasiones aguantó estoicamente el castigo hasta que volvió a repetirse una tercera vez. Aguantando el lacerante dolor Ki-Gor se detuvo bruscamente y miró a su captor con un fuego en sus ojos que contrastaba vivamente con la aparente serenidad de sus palabras.

-Si me vuelves a tocar, te mato.

El bantú rió divertido seguro como estaba de tener a su oponente dominado y se burló de él.

-¡Oh, perdón, poderoso Ki-Gor! ¡Rey de la Jungla! Suplico vuestra clemencia.

El resto de la partida y el propio N´Gomo rieron de buena gana las chanzas del guerrero wunguba, cuando las risas terminaron volvió a pinchar al prisionero con su assegai.

-¡Camina, perro!

Incapaz de usar sus brazos al tenerlos inmovilizados a su espalda Ki-Gor hundió la parte delantera de su pie en la tierra y lanzó un buen montón de esta contra los ojos de su captor, que al verse cegado su reacción natural fue protegerse los ojos lo que hizo que por unos instantes su assegai dejase de cubrir a Ki-Gor. No necesitaba más, como un rayo descargó su cabeza con toda la fuerza de sus poderosos músculos contra la cara del wunguba. Estaba muerto antes de tocar el suelo.

A partir de aquel incidente el trato fue mucho más soportable y ningún guardia trató de volver a maltratarlo, le temían. Estaban nerviosos transportando a un prisionero incómodo del que deseaban librarse en cuanto les fuese posible. Pero no era el único motivo de su nerviosismo, miraban cada rincón de la jungla temiendo encontrar a sus enemigos, mientras se retiraban con su presa habían podido ver en la distancia la llegada de la aeronave del Capitán Futuro y como había barrido a su ejército en apenas unos instantes. Pero por suerte para ellos y gracias a lo densa cobertura que la espesa jungla les brindaba pudieron alcanzar su objetivo tres días más tarde.

Era un lugar que Ki-Gor conocía bien, la fortaleza del Leopardo. Horadando una meseta natural que se erguía sobre un suelo de origen volcánico los miembros de la Sociedad Leopardo habían erigido una fortaleza sin par, no solo la orografía del terreno favorecía la defensa sino que el terreno sobre el que se asentaba la misma fortaleza era su más mortífero medio de defensa. El terreno estaba cargado de azufre y otros minerales de origen volcánico que al entrar en contacto con el agua generaba un vapor mortal para todo el que lo respirase, el Coronel Bauer había llamado a aquel material “nihilita” y había tratado de hacerse con unas muestras para hacerlas llegar a Alemania pero la Sociedad Leopardo era muy celosa de sus secretos y no se lo habían permitido. La partida de guerreros que escoltaba a Ki-Gor y muy especialmente su líder N´Gomo suspiraron aliviados al ver la familiar silueta de los cuarteles de la Sociedad Leopardo. Siguieron un camino que habían memorizado sin desviarse lo más mínimo para evitar las peligrosas emanaciones de gas de la zona y llegaron finalmente a la seguridad de la fortaleza. N´Gomo tomó una de las cuerdas que sujetaban a Ki-Gor y tiró de él para que le siguiese llevándole como quien pasea a su perro por Central Park. Tras ascender por un sinfín de escaleras llegaron a una sala que por la vista del exterior estaba situada en la parte más alta de la meseta.

Era una estancia grande, ornamentada hasta la exageración con motivos que recordaban al animal del que la Sociedad tomaba su nombre. Varias aberturas naturales hacían las veces de ventanales y otorgaban unas vistas privilegiadas de los alrededores. En el lado opuesto y construido en un nivel superior al resto de la amplia estancia contra la pared natural de la meseta se encontraba el asiento el líder de la Sociedad Leopardo, estaba ocupado por una bella mujer de piel de ébano con su largo cabello trenzado y negro como ala de cuervo, de una belleza exótica que mezclaba lo mejor del mundo negro y árabe como las bellas mujeres de Sudán. Se encontraba tumbada sobre un diván finamente labrado, bien mullido por pieles de diversos y exóticos animales, su vestido era de fina seda y gasas ambas de color negro con encajes transparentes que simulaban una tela de araña y que dejaban entrever los sensuales encantos de su escultural cuerpo aunque sin duda lo que más llamaba la atención eran sus ojos, de un color violeta que le daban un aire más misterioso aun y que no parecían del todo humanos. La escoltaban dos leopardos que holgazaneaban lánguidamente al pie de su diván y cuatro de los mejores guerreros que la Sociedad Leopardo podía ofrecer. A su izquierda y claramente molesto por haber sido situado en un nivel inferior estaban el Coronel Bauer y varios soldados con uniforme alemán. Si había alguna duda de que los nazis estaban metidos en aquel asunto había quedado resuelta de manera definitiva.

N´Gomo se adelantó y se arrodilló al pie de los escalones que daban acceso al lugar donde aquella extraña mujer de ojos violetas e hipnótica belleza presidía la sala, deseoso como estaba de recibir su favor por una misión cumplida con éxito. Había conseguido capturar a Ki-Gor, un odiado enemigo de la Sociedad Leopardo, su reputación de jefe guerrero se extendería por toda la jungla. El hombre leopardo pensó para sí mismo que su futuro no podía ser más prometedor.

- Mi señora, tal y como ordenasteis os hemos traído a Ki-Gor. Otro triunfo que añadir a la Sociedad Leopardo.

La mujer levantó la vista perezosamente como si no le interesase en exceso lo que aquel hombre tuviese que contarle, tras escrutarle unos segundos con aquellos extraños ojos violetas habló finalmente.

-¿Llamas triunfo al sacrificio de mil vidas a cambio de un solo prisionero?

La confianza de N´Gomo empezaba a evaporarse como el rocío de la mañana con los primeros rayos del sol. Y más cuando tuvo que oír las siguientes palabras.

-Si la Sociedad del Leopardo tuviese diez guerreros como él hace tiempo que dominaríamos toda África. –añadió mirando con fascinación a Ki-Gor

N´Gomo hacía todo lo posible para que la ira que lo consumía no se reflejase en su cara, ¿cómo podía ser que incluso atado y vencido aquel maldito mono blanco se las arreglara para humillarle y quitarle el momento de gloria que justamente le correspondía? Lo odiaba con todas las fibras de su ser y esperaría el momento adecuado para hacerle pagar sus afrentas.

-Lamentablemente no podemos quedarnos con él, lo cual es una pena. Tenemos compromisos adquiridos con el Coronel Bauer aquí presente. Como ve Herr Bauer la Sociedad Leopardo cumple, ahora es el momento de que usted cumpla con su parte y acabe de una vez por todas con la Sociedad del Lobo y reduzca su fortaleza a escombros. Una vez acabemos con esos entrometidos las tribus se nos irán uniendo una a una y todo el continente será nuestro para gobernar, un continente libre de la presencia de europeos colonizadores.

Su tono de voz era hipnótico y sus seguidores la miraban embelesados mientras hablaba de los sueños de una África libre y orgullosa. El Coronel Bauer no estaba particularmente cómodo oyendo ideas como aquellas, pero como Anansi había dicho tenían un acuerdo y la Sociedad Leopardo había cumplido su parte, era el momento de recoger su premio y cumplir lo acordado, sus hombres se hicieron cargo de Ki-Gor tras cerciorarse de que estaba bien atado. Deseoso como estaba de marcharse dio la orden por radio a su base secreta.

-Decid al Mago que despliegue a los ángeles negros. El objetivo es la Fortaleza del Lobo, nivel de destrucción del ciento por ciento.

Seguidamente trasmitió las coordenadas exactas del objetivo y se aseguró que el mensaje había sido bien recibido. Volvió a dirigirse a Anansi, la mujer que decía ser un avatar de la diosa araña del mismo nombre.

-Señora, nuestra parte está cumplida. En menos de tres horas la Hermandad del Lobo será historia. Si no disponéis de nada más me gustaría volver a mi base para resolver los asuntos que tenemos pendientes con Ki-Gor y que requieren de cierta urgencia.

Como acostumbraba a hacer la enigmática mujer dejó pasar unos segundos antes de hablar.

-Tal y como yo lo veo vuestra misión no está cumplida, solo iniciada. Hasta que no tengamos la confirmación de que la Fortaleza del Lobo haya sido destruida cualquier asunto que tengáis que tratar con Ki-Gor habréis de resolverlo aquí. –dijo mirando con claro interés a este último.

El Coronel Bauer trató de protestar y respondió airado.

-La Fortaleza ya es historia, vamos a desplegar unas máquinas de guerra con un poder destructivo como no se había visto antes. ¿Cómo pueden suponer un obstáculo un hatajo de negros salvajes en taparrabos?

Anansi entrecerró los ojos y frunció el ceño antes de responer.

-Si tan seguro está de su victoria, Herr Coronel, no tendrá usted problema en permanecer con nosotros hasta que eso sea así. Insisto en que sea nuestro invitado un poco más, disponga usted como plazca de nuestras instalaciones para resolver sus asuntos… ¡ah! Y le aconsejaría que vigilase sus comentarios racistas si quiere abandonar con vida este lugar.

El prusiano sabía cuando llevaba las de perder y eligió la opción menos mala, en el fondo la única que tenía, abandonó la sala junto a sus hombres y a un maniatado Ki-Gor en búsqueda de algún lugar más tranquilo y discreto que encontraron en una lóbrega mazmorra donde pudieron encadenarlo a la pared. Una vez seguro de que no había peligro Bauer habló.

-Nos estás creando muchos dolores de cabeza para ser un simple salvaje. No quiero perder ni un segundo más de los necesarios contigo. Dame el antídoto del veneno que usaste en Florida y dámelo rápido o te haré sufrir…mucho.

Ki-Gor levantó la cabeza y miró a Bauer.

-Así que se trataba de eso, la serpiente de Nielsen sigue vivo ¿cómo es eso posible? Debería estar muerto hace días.

-Es normal que un ignorante como tú no entienda el poder que el Tercer Reich tiene en sus manos, somos la nación más poderosa del mundo y es nuestro destino gobernarlo. Nuestros conocimientos en medicina como en tantas otras ciencias no tienen rival.

-Si tan poderosos sois ¿por qué no creáis vuestro propio antídoto?

La puya de Ki-Gor había hecho su efecto, Bauer era un hombre de poca paciencia y empezaba a perderla, sacó su cuchillo de explorador de su funda y mostró su hoja a su prisionero pasándola a escasos centímetros de su cara.

-No tengo tiempo para tus tonterías, vas a decirme cual es el antídoto de una manera u otra.

Y sin mediar palabra empezó a golpear salvajemente a Ki-Gor, dos, tres, cuatro golpes en la cara, un pequeño respiro y un gancho demoledor al estómago, Bauer se detuvo para tomar resuello y ver como estaba su víctima. Sus ojos se abrieron de par en par al verlo sonreír, aquello le sacó de sus casillas.

-¿De qué te ríes, salvaje mugriento? Tus amigos y tu mujerzuela van a ser aniquilados en breve por una fuerza de combate imparable hasta para los ejércitos más modernos y avanzados, su destino está sellado. Y tú estás a mi merced y hablarás pronto, no sé qué te parece tan gracioso.

-El Capitán Futuro viene hacia aquí en su aeronave y nada de lo que puedas lanzarle va a detenerlo.

Bauer miraba intrigado a Ki-Gor pero una sonrisa de burla le sacó de su ensimismamiento.

-No es más que un farol para ganar tiempo, no te funcionará.

-No puedo alcanzarlo porque mis manos están inmovilizadas pero seguro que uno de tus hombres podría coger por mí una piedra metálica que llevo en la cinturilla de mi taparrabos.

El Coronel indicó con la cabeza a uno de sus subordinados que se acercase a comprobarle mientras advertía.

-No intentes ninguna tontería.

-¿Qué podría hacer? Estoy atado.

Uno de los soldados alemanes extrajo una cápsula de metal que emitía una luz roja intermitente, la cara de Bauer era un poema de sensaciones.

-¡Maldito bastardo! ¡les has atraído hasta aquí! –fue lo único que acertó a decir- ¡Te mataré!

Con toda la calma que fue capaz Ki-Gor respondió.

-Matarme es una mala idea, sabes que vas a perder. No podrás ganar al Capitán Futuro como no pudo Nielsen ni su engendro mecánico Mandíbula de Hierro. Si me tienes vivo tendrás algo con lo que negociar pero matarme es firmar tu sentencia de muerte.

Bauer trataba de decidir qué hacer pero no podía, mil cosas le venían a la vez a la mente, estaba bloqueado. Desde la lejanía llegaban unos gritos dando la alarma, les estaban atacando. El coronel se lanzó sobre el soldado que transportaba la radio y atropelladamente se hizo con el micrófono.

-¡Achtung, achtung! Estamos siendo atacados por una aeronave enemiga, desvíen a los Ángeles Negros a nuestra posición actual. Anulen el objetivo inicial, necesitamos apoyo urgentemente.

-¡Jawohl, mein Standartenführer! –respondió una voz al otro lado de las ondas

Ki-Gor respiró tranquilo al saber que se suspendía el ataque contra la Fortaleza del Lobo y que el peligro se alejaba de Helene, claro que en ese momento no sabía cuan equivocado estaba respecto a esto último.

A apenas una decena de kilómetros al suroeste el Mantarraya-1 surcaba el verde mar que simulaba la jungla a toda velocidad, en su interior el Capitán Futuro, Helene, Otto y Magga esperaban con ansias llegar el lugar marcado en la pantalla de la consola de mandos.

-No me puedo creer que haya hecho esto intencionadamente. –refunfuñaba Helene refiriéndose a Ki-Gor

-Ha sido una estrategia brillante, eso hay que reconocérselo. –dijo Magga

-Voy a matarle de igual forma cuando le vea. –exageraba la bella pelirroja

Esta vez fue la voz de Otto la que interrumpió dirigiéndose al Capitán.

-Tengo lecturas provenientes del noreste, se acercan a nosotros a toda velocidad.

-¿Has podido identificarlos? –preguntó mientras iniciaba los protocolos de alerta de combate con sus dedos que parecían zumbar de un lado a otro de los paneles de mando

-No, capitán, aun no, son una veintena de objetos de pequeño tamaño, entre dos y tres metros, autopropulsados y avanzan a gran velocidad, es lo único que he sacado en claro.

-Bien, debemos suponer que son hostiles. Sujetaos bien, –ordenó al resto-, trata de comunicar con ellos Otto.

-Eso intento, pero solo recibo estática como respuesta.

El Mantarraya-1 viró hacia el oeste dejando el sol a estribor en curso de intercepción con aquellas misteriosas lecturas captadas por Otto. Pocos minutos más tarde pudieron detectar en la línea del horizonte las estelas que aquellos objetos voladores no identificados dejaban pues destacaban fuertemente sobre el verdor interminable de la jungla que tenían bajo sus pies.

-¡Son robots! –dijo Otto sin emoción alguna

A Helene le chocó su carencia de emociones y tuvo que recordar que Otto era un androide, era fácil olvidarse, parecía tan humano a veces. En el rostro del capitán sí que podía observarse la preocupación, no existían robots voladores autopropulsados en esta época…o no deberían existir al menos.

Preparándose para lo peor levantó los escudos del Mantarraya-1 lo que resultó ser una excelente idea porque de inmediato los robots abrieron fuego contra la nave, intensos haces de luz salían a ráfagas de sendos cañones que llevaban incorporados a los brazos, eran de apariencia humanoide y una visión aterradora, para resaltar más este aspecto, donde debían estar sus caras habían pintado unos cráneos que les hacían parecer lo que su nombre código indicaba, oscuros ángeles salidos de algún horrible infierno. Los Ángeles Negros, Die Schwartze Engel.

La nave acusó los impactos y se zarandeó bruscamente a pesar de los escudos, el Mantarraya-1 era prácticamente invulnerable a casi cualquier arma de proyectiles, pero estas eran armas muy distintas, armas de energía, el Capitán Futuro las conocía bien, eran muy comunes allá de donde venía pero eso era unos cientos de años en el futuro, contra esas armas el Mantarraya-1 iba a necesitar toda la pericia posible de sus pilotos para seguir de una pieza.

Eran objetivos difíciles por su pequeño tamaño y su endiablada velocidad, los robots en cambio no tenían ese problema ya que el gran tamaño que la nave tenía les facilitaba impactar. Los escudos estaban sufriendo un severo castigo, aguantaban pero no sería por mucho tiempo más.

Curtis Newton, el hombre al que todos conocían como el Capitán Futuro asió firmemente los mandos de la nave y desconectó los escudos. Era una maniobra arriesgada pero iba a necesitar toda la energía en los sistemas de vuelo y disparo, seguir manteniendo los escudos era solo esperar a lo inevitable y ese nunca había sido su estilo. El Mantarraya-1 se deslizaba de manera milagrosa entre haces de energía que podían reducirla a escombros con solo tocarla, giros, descensos en picado y ascensos imposibles se sucedían a velocidad vertiginosa guiada firmemente por las hábiles manos del capitán y del androide Otto. Esperaba el momento exacto para disparar y solo lo hacía si estaba completamente seguro de acertar. Lanzaba grandes cantidades de energía en cada disparo porque tenía que acabar con ellos rápido, en un combate prolongado las posibilidades estaban en su contra.

En la parte trasera de la cabina Helene empezaba a arrepentirse de haber venido, bien sujeta como estaba por el cinturón de seguridad no corría peligro de salir despedida por la brusquedad de los movimientos de la nave pero no llevaba bien no saber que era arriba y qué era abajo después de un minuto de aquellas arriesgadas y alocadas maniobras. En un momento le pareció ver una explosión a través de las ventanillas a unos veinte metros de ellos, rezaba para que fuese uno de aquellos monstruosos robots el que hubiese reventado en pedazos.

En cambio Magga, sentada frente a ella lucía una expresión de calma y serenidad que eran la envidia de Helene, parecía musitar un mantra y tenía los ojos cerrados.

-Om mani padme hum.-repetía una y otra vez en una tranquilizadora letanía

Las explosiones y las turbulencias del exterior amenazaban con reducir la nave a pedazos de un momento a otro.

Continuará...


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