Blade nº07

Título: El Amanecer de la noche (IV): El fin de la Oscuridad.
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Conrado Martín
Publicado en: Julio 2012

Han pasado varias semanas desde la revelación que cambió todo y ahora los cazadores son presas y el destino está a punto de aplastarlos.
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan


SEMANAS DESPUÉS…

DESIERTO DE UTAH, ESTADOS UNIDOS

Un buitre sobrevoló la llanura. El sol golpeaba, a punto de desvanecerse. La temperatura pasaría pronto de los cuarenta grados a los menos diez. El ave carroñera volaba por encima de un día a punto de morir.

Entonces, apareció la mujer perdida. Corría como si su vida dependiera de ello… Y era porque era así. Si cometía el error de detenerse, nunca más volvería a respirar.

La asfixia se acercaba tras otro día de huida, tosía sin parar. No tenía agua, la suciedad y el sudor caían sobre sus ojos, impidiéndole ver y delante de ella no había más que desolación.

Iba a caer allí, como cayó aquella bestia esquelética que había entre las dunas. Seguro.

Los zapatos hacía tiempo que se habían rotos, los pies magullados ardían con el cálido suelo, a veces arenoso, en otros momentos sepultado en piedras.

El único eco que acompañaba a los pasos era la respiración agónica de su dueña y los ruidos lastimeros, en algunos momentos, de algún coyote perdido.

Demasiado tiempo escapando…

Para nada.

Porque entonces, el rifle se colocó a la perfección. El cazador se quitó los guantes, tomó otra calada de su cigarrillo y tumbado junto a la roca esperó.

Abajo, a varios metros, la mujer corría pensando que escapaba de él… Cuando, en realidad, iba a caer en sus garras.

Era la historia de siempre.

Apretó el gatillo.

Este es el momento en que en las historias, la víctima es salvada en el último momento y el asesino castigado.

Pero esta no es una de esas historias.

En la nuestra, la mujer cayó de bruces contra el cálido suelo a punto de enfriarse. Yace inerte.

El pistolero está satisfecho. Encendió su emisora y dijo:

—Aquí Colmillo 1. La mujer ha caído. Repito la mujer ha caído. Pido patrulla para recoger su cadáver.

—Aquí base. Recibido Colmillo 1. Enviamos a la patrulla Tiniebla 5. Repito enviamos a la patrulla Tiniebla 5. Confirme.

—Recibido, base. Cambio y corto.

Sobre todos ellos, en el cielo, el buitre se alejó. Entendía que no podría comerse aquellas sobras muertas. Ya habían otros peleando por ellas.



TIERRAS DEL POLO NORTE

El inmenso lobo atravesó la llanura, luchando contra el viento y la nieve. Las ráfagas, cada vez más enérgicas, cada vez más frías, le golpeaban el cuerpo como si fueran astillas de viejos cristales rotos.

Sus aullidos eran fuertes. Provenían de sus fauces como si viniesen del abismo. Clamaba, no pidiendo auxilio. No, de ninguna manera. Gritaba simplemente porque quería escapar y gritar y asegurarse de que se seguía vivo.

El suelo se empezó a quebrar. Era un fragmento de agua helada. El lobo saltó por encima del gran charco y llegó, como pudo, al otro lado.

Las patas estaban heladas, el pelaje cubierto de escarcha, las heridas abiertas parecían cerradas por el agua congelada, el corazón retumbaba bajo el pelaje intentando insuflarle vida y el lobo luchaba por no morir.

Porque el hombre que había dentro, quizás, sí.

La mente de aquel lobo no era la de uno más. Era un humano, un licántropo, perdido que había dejado de acordarse de que era humano.

Entonces, el hombre negro apareció ante él. El Cazador. La nieve no le dañaba, las katanas estaban en alto. Quería desafiarlo.

El lobo, ciego de un ojo, se preparó para atacar. Tenía que hacerlo. Iba a ser un combate difícil, pero su enemigo iba a caer. O el que se derrumbaría sería él y su piel lobuna.

Olisqueó el aire. Notó la tensión que precede a la batalla. Abrió sus fauces, casi pegadas por el hielo, y enseñó sus grandes colmillos. Sacó parte de su lengua y escupió bilis.

El Cazador se aproximó y antes de que diera un par de pasos más, el lobo cayó encima de su enemigo y hundió su cabeza en el hielo.

Sus fauces mordieron el agua.

¿Qué había ocurrido?

¿Por qué ya no había nadie?

¿Era real o había sido de nuevo una ilusión?

¿Estaba la tormenta destruyendo su mente, matándolo?

El Cazador había desaparecido, quizás nunca llegó a aparecer. Seguramente, todo fue un sueño digno de ser olvidado… Más bien una pesadilla… Pero…

Su único ojo se enturbió, su vista se perdió en esos instantes. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía? ¿Qué era aquello? ¿Qué estaba pasando? ¿Estaba despierto? ¿Estaba dormido? ¿Estaba mareado?

Se llevó las patas hasta cerca de su cabeza. Tenía algo. Un objeto extraño. Su pata arrancó aquel objeto que se balanceó por la nieve.

El lobo miró, el hombre en su cabeza despertó unos segundos. Aquello que le lanzaron era malo. Muy malo. Un dardo. El lobo no entendió.

Sus patas chocaron entre sí. Tropezaron y cayeron. El lobo había sido cazado y el hombre también. Las dos almas habían sido derrotadas. No hubo aullidos en la nada.

—Base 4, aquí Chupasangre 9. He encontrado al licántropo. Repito: el licántropo ha sido encontrado y me alegro de informar que ha caído. Ha caído. Confirmen.

—Aquí base 4, recibido. Mandamos una patrulla para recoger el cuerpo. Confirme.

—Recibido, cambio y corto.



CARDIFF, REINO UNIDO

La ciudad se había despertado desde temprano. El mercadillo había cobrado vida, mientras que la gente que iba al trabajo, los curiosos y los turistas se mezclaban al mismo tiempo.

Todo parecía ir bien. El mismo caos ordenado de cada día. Nada fuera de lo común.

Y en ese panorama normal y corriente, apareció él con la angustia de alguien que sabe que ha perdido todo aquello que tenía, todo lo que lo liga a un lugar y un mundo. Alguien que está solo y anulado.

El hombre de piel negra perdió el equilibrio. Parecía cansado. Su rostro mostraba las ojeras de muchas noches sin dormir. Pero no se detenía.

Los hematomas y las cicatrices estaban tapados por la ropa que había robado por diferentes casas. Había intentado sobrevivir en medio de un mundo que no se daba cuenta de su muerte.

Se perdió entre el gentío. Respiraba profundamente. Había nacido en Inglaterra y, a penas, la recordaba. Todo era turbio en su mente… A caso, ¿aquellos recuerdos eran suyos?

— ¿Está bien, señor?– preguntó un kiosquero.

Blade no sabía lo que le acababan de escuchar.

—Me persiguen, me persiguen y me van a matar– susurraba para sí–. Nos están exterminando.

— ¿Quiénes?– murmuró un comprador de cigarrillos. Quiso bromear–. ¿Los dalek? Que el Doctor nos pille confesados…

— ¡NO SE RÍA DE MÍ!

El temor de que la locura se lo estuviese llevando era demasiado grade.

¿De quién huía? ¿Cuántas cosas habían pasado en aquel tiempo? ¿Cuántas?

Fue entonces cuando apareció el monstruo. Blade desenvainó un cuchillo, su única arma y se abalanzó sobre el ser, que empezó a llorar.

Entonces, el monstruo, que parecía un enorme lobo, se convirtió en un niño pequeño.

Blade retrocedió.

¿Y si nunca fue un monstruo aquella criatura? ¿Y si algo estaba jugando con su mente? Cayó de rodillas delante del pequeño, que salió corriendo, entre lágrimas.

La gente empezó a agolparse a su alrededor. Blade dejó caer su cuchillo. Alguien le dio una patada. Cayó al suelo. ¿Volvió para ser derrotado? Varias personas llamaban por teléfono a la policía.

Las sirenas empezaron a escucharse cuando algo le golpeó y una nube negruzca le envolvió.

El guardián de ropas oscuras, con casco de visera y varios armatostes tecnológicos, bajó su rifle. Con él, disparó el sedante.

—Menos mal que la policía ha llegado hoy de prisa– opinó el tendero, testigo de lo ocurrido.

El hombre de oscuro hizo un saludo marcial y se acercó al furgón que acababa de aparcar. Varios agentes vestidos iguales habían cogido a Blade y lo llevaban a la parte trasera.

Dos minutos después de que el vehículo desapareciese, llegó un coche de policía y nadie supo explicar a las autoridades qué había pasado con el psicópata.


REINO DE LA CREADORA

La niña vampiro que un día se llamó Ana Molly paseaba de un lado a otro de la estancia del palacio de sangre. La roca escarlata brillaba tenuemente, mientras las sanguijuelas lanzaban hierros ardientes contra el cuerpo Heinrich. El vampiro estaba siendo castigado por una de sus derrotas.

— ¡Maldito negro! ¡Esto no quedará así! ¡Malditos perros! ¡Os enseñaré lo que es la firmeza, lo que es bueno!

El nazi se veía enfrentándose a Blade y un hombre lobo cada vez que le golpeaba la dentada del metal. En la realidad, sólo eran los torturadores oficiales del reino castigando a un perdedor.

— ¿Esto tardará mucho más?– preguntó la niña vampiro mientras veía a los chupasangre ejerciendo la voluntad de la Creadora.

—Pronto partirás en la búsqueda de ellos… Aunque hayan desaparecido, no habrán caído. Sólo alguien es capaz de hacer eso y sabrás cómo llegar hasta él– dijo Lucius. El antiguo vampiro, de larga cabellera gris, asintió agitando sus lujosos ropajes.

Ana sonrió mostrando sus colmillos. A su vez, aquel grupo de raros vestidos de cuero, con máscaras tenebrosas, látigos y cuchillos castigaban a Heinrich.

— ¡Mataré a ese murciélago y ese lobo!– gritó como loco Heinrich.

—Nadie falla a la Creadora, así que bien dicho– respondió Ana, riendo.



NUEVA ORLEANS, LUISIANA.

— ¿Dónde es-estoy?– preguntó con una voz demasiado débil. Blade abrió los ojos. ¿Seguía vivo?

—Estás en un sitio que no te gustará– murmuró alguien que Blade había conocido. Era Rex Stoner, el licántropo.

—Nos han traído hasta aquí– dijo una mujer. Sin duda, Belladona.

Los tres se encontraban en una sala oscura. Belladona y Rex sentados en un sillón negro; en otro rojo, tumbado, Blade. Había comida sobre la mesa del centro y varios candelabros con forma de mujer. Lujo para unos prisioneros.

— ¿Ha sido el Maestro?– preguntó Blade. ¿Por qué sentía tanto temor? ¿No se había librado de aquellas viejas debilidades?

—No, por suerte no– dijo Rex–. Aún recuerdo lo que prometió cuando nos encontró(1). Dividiéndonos fue un plan inteligente dentro de lo que cabe, separamos las fuerzas del Maestro… Pero no me imaginaba que llegasen tan lejos sus tentáculos.

—Al final nos han atrapado… ¿Han sido los vampiros de la Creadora?

—Esa niña y ese nazi me siguieron– afirmó Rex, haciendo memoria–. Le di una paliza al nazi, la cría escapó. Joder, ¿quién mataría a una niña por muy hombre lobo que sea? Ambos no revelaron mucho. Se desvanecieron y yo tuve que seguir huyendo. Seguimos sin saber por qué te quieren, Blade.

—Estamos atrapados de todas formas. Nos han dado caza. Uno a uno. No hemos cumplido con nuestro objetivo.

—Pero no nos ha capturado ni tu Maestro ni la policía ni ninguna rama extraña del gobierno, ni siquiera Los Vengadores– murmuró Belladona con una tenue sonrisa.

— ¿Quién entonces?– preguntó Blade poniéndose en pie. Observó toda la habitación. No había armas, pero podía romper algo, usar una botella como arma blanca.

La pregunta flotó en el ambiente.

Blade recordó algo, todo el tiempo que pasó desde la última vez que se vieron.



SEMANAS ANTES

NUEVA ORLEANS, LUISIANA

Habían huido. No porque lo hubieran conseguido con facilidad o con dificultad (si debía ser algo de las dos, sería la segunda). Habían escapado porque él se los permitió. Él y los suyos. Pero era sólo parte del juego.

—Nos han dado ventaja para disfrutar de la caza– dijo Rex a Belladona–. Ese Maestro quiere una caza, no una rendición.

— ¿Crees que Blade está a su servicio?

—No puedo leer los ojos de ese maldito mestizo.

El silencio impregnó el coche que había robado Rex. Un cadillac de un tipo conocido como Wolf o algo así (Rex nunca atendió bien a las explicaciones de uno de sus amigos sobre coches). Entre el papeleo había algo de un tal Jack… No le prestó atención.

— ¿Cómo puede alguien como él unirse a alguien que nos quiere ver muertos?– preguntó Belladona–. ¡Él también acabará muerto tarde o temprano!

—Ah, ¿que crees que le importará? Ese Cazador está loco. Nada nos augura algo bueno sobre ese tipo, nada.

—En las premoniciones… Vi que nos ayudaba.

“Si fallan mis hechizos, no quiero saber mis adivinaciones”, se dijo ella para sí.

Los dos callaron durante unos instantes. El coche siguió su camino, intentando alejarse de todo.

—Rex, te echaba de menos.

El hombre lobo, ahora hombre solamente, estuvo a punto de aullar.

Fue cuando algo explotó las ruedas y el coche se fue contra un lado de la carretera. Alguien había sembrado el suelo de tachas. Estando a punto de volcar, el vehículo consiguió detenerse. Una sombra con una katana fue a por ellos. Era Blade.



AHORA

NUEVA ORLEANS, LUISIANA

—Nos sorprendió que traicionases a aquel mamón- dijo Rex a Blade.

—A mí no, soy adivina, Rex.

—Pero eso no lo habías adivinado, Belladona.

—Rex, no me cortes el lote.

—Blade– dijo Rex retomando la conversación–, tú le dijiste a tu Maestro que estabas de su lado, nos atrapaste y al final nos ayudaste a dividirnos, planeándolo todo. Dividiéndonos contra la masa de tu Maestro. Confiamos en ti, ¿confías en nosotros?

El sofá en el que estuvo sentado Blade salió volando contra una pared. El Cazador estaba enfurecido.

— ¿QUIÉN ME TIENE AQUÍ ENCERRADO? ¿ME HABÍAS TRAICIONADO VOSOTROS A MÍ, MALDITOS CA…?

—Alguien para quien yo trabajaba. No nos ha encerrado– dijo Rex intentando calmar al Cazador… O calmarse a sí mismo. Si entraba en fase, destrozaría a aquel pobre diablo… O eso quería creer–. Él nos ha traído hasta aquí, pero sabía que no confiaríamos en él. Uso a su… Propia armada.

— ¿Armada?– escupió Blade.

Rex asintió.

— Es el señor Stoker, es un filántropo millonario que se dedica a almacenar objetos de valor místico.

—Algo así como el Doctor Extraño, pero con más pasta– añadió Belladona al comentario de Rex.

— ¿Stoker?

—Sí, Blade. Sé que es curioso y sé que esconde algo más– dijo Rex–. Huelo a uno de ellos de aquí a una milla…

La puerta de la sala se abrió entonces. Dos agentes, uniformados como los que dieron caza a los tres monstruos, se colocaron a los lados hasta que entró su jefe. Este les dio una orden para que se marchasen. No los necesitaba.

El hombre que gobernaba aquel mundo era alto y apuesto, pese a ser mayor… Aunque su edad era indefinible. ¿Eternidad era demasiado poco para él? Su traje oscuro era realzado por una camisa rojiza. Su rostro era pálido y portaba unos rasgos de un tiempo olvidado. Sus ojos brillaban con la tenue luz. Se acarició el mentón, donde caía su perilla. Luego, pasó una mano por su pelo engominado negro. Llevaba un bastón que Rex le había conseguido tiempo atrás, una de sus habilidades era encontrar a la gente que deseaba. El señor Stoker sonrió.

—Blade, volvemos a encontrarnos. Ahora como amigos.

El Cazador sólo gritó una cosa:

— ¡DRÁCULA!

Continuará….


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Referencias:
1 .- Referencia al capítulo 6. El Maestro iba a revelar una gran verdad a Blade y compañía, pero ¿cuál? Sigue leyendo.

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