Blade nº09

Título: La muerte de los monstruos (II): El señor de la Guerra
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Conrado Martín
Publicado en: Noviembre 2012

Blade se une a Drácula para enfrentarse a unos enemigos communes: los Ángeles de la Mañana Silenciosa. El licántropo Rex y la bruja Belladona conocerán a su nuevo equipo. Invitado estrella: ¡Un hombre inmortal en eterna descomposición!
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan



UNO

El rascacielos del empresario más importante de Nueva Orleans se erigía como la torre negra del ajedrez. En su interior, peones, reyes y demás se disponían a comenzar su propio juego.

—Durante este tiempo, no me he detenido– dijo Drácula mirando una serie de carpetas en su mente–. He buscado soldados para esta guerra. No importa que fuesen viejos enemigos, como es tu caso, Blade. ¿Por qué? Porque todos lo somos de los seres a los que nos enfrentamos: los Ángeles de la Mañana Silenciosa.

—He aceptado tu trato, Drácula.

El antiguo conde alzó una ceja, con cierta suspicacia. ¿Cómo había podido ser tan fácil?

DOS

Belladona siguió a Rex a través del laberíntico edificio. A la joven bruja le recordaba a una enorme lápida de cristal.

—Entré a servicio de Drácula por muchos motivos. Uno es esta guerra. Sabes que nunca tuve un objetivo en mi vida. Matar antes de que me maten me parece uno bastante decente.

—Los Ángeles son la amenaza de la cual tuve la premonición. Blade puede ayudarnos. Lo vi.

—¿Estabas drogada cuando lo viste?

—Sabes que la magia requiere visión y se necesita contemplar el mundo a través de la mirada de los dioses, tótems y…

—Es decir, que te pusiste hasta las cejas.

—Para ver el futuro…

—Entonces, ¿pronto veremos esa urraca asesina que auguraste una vez cuando casi te dio una sobredosis, Belladona?

La chica suspiró.

—Ya recuerdo por qué te abandoné.

Rex cerró el único ojo que conservaba, tomó aire y siguió la caminata tras tranquilizarse. Ya no estaba muy lejos de encontrar al otro componente del equipo que había estado reclutando Drácula.

TRES

La habitación se había quedado casi a oscuras excepto por la luz del proyector de una pantalla de ordenador. Drácula y Blade observaban un mapa del mundo en tres dimensiones, con varios puntos de importancia.

—Cuento con varios oídos y ojos alrededor del mundo que me informan de lo que está ocurriendo.

—¿Y cuántas fauces?

Drácula sonrió.

—Unas cuantas, Blade. Están infiltrados en toda la estructura de la sociedad humana, mutante, superheroica… Han identificado varios colectivos que asisten a los Ángeles: iglesias, fábricas de armas, grupos secretos… Ellos me han informado del número de asesinatos de los que inculpar a los Ángeles y es una cifra bastante grande. —Se han puesto a hacer mi trabajo.

—No sabía que matases a niños epilépticos que ellos se dedican a identificar como niños poseídos para poder entrenar sus habilidades criminales.

Blade calló unos segundos hasta que dijo:

—Sabes poco de mí.

—No creas…– dijo Drácula y colocó sus manos sobre el mapa, sus dedos fueron moviéndolo, era táctil–. He estado buscando un patrón siguiendo los datos recopilados. – Expandió uno de los puntos. La marca del aparato “Stark Industries” brillaba–. Creo que hay un grupo de Ángeles reuniéndose en un lugar del mundo y ese lugar debe ser donde está la Espada de Azrael. Agitó el mapa con sus largos dedos. “Qué bien se le da la tecnología a este carcamal”, pensó Blade.

CUATRO

—¿Te sabes el chiste ese de la tía que se va con uno en descomposición? ¿El que tienes que escupir al final?– preguntó un monstruo a otro.

La puerta de la sala se abrió. El olor a putrefacción golpeó a Belladona de lleno, Rex Stoner observó al equipo que había ayudado a reunir.

En la mesa de billar, un hombre hecho de remiendos usaba su brazo de palo. Se lo había arrancado sin más, ya que tampoco era suyo, salvo el otro, el que estaba cubierto por una armadura. El tipo con el rostro reducido a casi una calavera miró a los recién llegados y dejó de hablar con el muchacho de cara hastiada que estaba sentado en un sofá negro.

—Carne fresca– juzgó el extraño hombre, que parecía haber entrado en un avanzado estado de putrefacción.

 —Él es Terror– le dijo Rex a Belladonna–. Es un antiguo guerrero que sufrió la maldición de un demonio y, bueno, así se quedó.

—Lo dices como si fuera algo malo- habló Terror y arrancó la mano muerta del brazo que usaba de palo, se la tiró a la cara de Belladonna–. ¿Te puedo echar una mano, monada?

Belladonna lanzó un grito, retrocedió y cayó al suelo. Se había desmayado.

Rex se arrodilló ante la mujer, Terror rió mientras le robaba la botella de whisky al chico sentado, Danny Keth estaba pensando en sí mismo en esos instantes.

CINCO

Drácula observaba la ciudad a través del enorme ventanal de su despacho. A su lado, se encontraba Blade.

—Fuimos creados por un motivo. No somos simples demonios, buscamos algo mayor a las órdenes de Mefisto. ¿Quién sabe si somos el presagio de los mutantes? ¿Quién sabe si por surgir antes se nos consideró monstruos? Quizás mutantes y vampiros, licántropos y demás somos la misma gran familia. Sólo que surgir en un tiempo u otro supuso cosas diferentes.

—No necesito charlas de este calibre, Drácula. Con calibre, sólo necesito rifles y pistolas. Nada más.

—¿Por qué vienes contra los que somos como tú?

—Nunca he sido como vosotros. —Cuando eras joven…

—Ese no era yo… Elegí ayudar al mundo a erradicar unos seres que no han habitado en paz, sino que han matado para subsistir. Eso os diferencia de muchos mutantes.

—No de todos los mutantes. Mira a ese terrorista mutante llamado…

—No me importa. Drácula, tú y tus vampiros habéis sembrado mi vida de perdidas. —Un vampiro convirtió a tu madre, te sembró de vida directamente.

Blade amenazó con un golpe a Drácula:

—¡Mirar atrás es ver un cementerio plagado de ellos! ¡Saber que la muerte ha caído una y otra vez sobre los míos por tu culpa!

—Me alegro de haberte enfadado, Blade– dijo Drácula–. Me había asustado que aceptases de buen grado.

—Piensas que sigo fiel al Maestro, que no dudaré en infiltrarme entre vosotros para mataros desde dentro y que los Ángeles de la Mañana Silenciosa venzan.

Drácula aplaudió.

—¡Me has leído la mente, viejo amigo! Y ahora bien, ¿es así?

Blade le dio la espalda.

—Te dejaré que lo descubras.

SEIS

El joven del mechón de pelo blanco pensó en soltar alguna maldición, pero bastante tenía con la que acababa de caerle de nuevo, convirtiéndolo en un avatar del miedo, el Jinete Fantasma. “De motorista a jinete… Puta mierda”, pensaba.

—Si esa vomita, mi padre te matará– contestó una chica de impresionantes ojos que acababa de entrar en la estancia. Era Lilith, la hija de Drácula.

Fue en ese instante cuando alguien cogió del cuello a Rex, arrojándolo contra una pared. Stoner alzó su mirada lleno de rabia ante el insospechado visitante. Juró que iba a aplastarlo.

—Has traído a Blade, Stoner. ¿Dónde demonios está? Quiero saludar a mi viejo amigo… A golpes.

 —Haz eso de nuevo y juro que arderás en el infierno hoy mismo, Morbius.

—¿Llamo ya al Hermano Vudú para que haga de papaíto y os calme a todos?– dijo Lilith mientras Belladonna despertaba–. Querida, no sabes en qué te has metido.

En ese momento, a Terror se le cayó un ojo. Rió. Iba siendo hora de llamar a la morgue para recomponerse.

SIETE

Anna se había posado en la raíz de una columna derruida en el pasado. Sus ojos rojizos se hacían preguntas. ¿Cómo había cambiado tanto?

—Mi hija, ¿qué te ocurre?– dijo una voz poderosa que hizo que la niña vampiresa saltase y se colocase firme.

—Mi Creadora.

—No hacen falta tantas formalidades ante tu madre– replicó la Creadora. Iba vestida de blanco, la caperuza caía en parte sobre su máscara de plata–. ¿Qué te ocurre, pequeña? Te encuentro sumergida en la melancolía.

—No, madre. Sólo estaba pensando.

—Pensar es bueno, pero no sé si nos convierte en siervos de la congoja. ¿En qué pensabas?

—No sé si queréis saberlo.

—¿Por qué crees que he preguntado, querida? Venga, pequeña, dímelo.

— Pensaba en qué hubiera sido de mí si no me hubiese convertido en una vampiresa, madre. Es una estupidez.

—Una estupidez, sin duda, que nos llenemos de remordimientos y dolor. Somos lo que somos ahora, no lo que fuimos o seremos. Eres mi hija y me siento feliz de que lo seas, porque has puesto en movimiento la rueda de los acontecimientos con tu muerte y nacimiento.

—¿Es así, madre?

—Nunca mentiría. Un día lo comprenderás todo. Pronto te necesitaré de nuevo. Eres la mano que me ayuda cuando estoy al borde del precipicio.

—Gracias, madre.

—Más que las gracias he de darte así si todo se cumple. Un nuevo mundo se aproxima y tú, por encima de todos, serás su adalid, pequeña. Prepárate, el mundo está cambiando.

Alguien entró en la estancia con pasos rápidos y clamando a todos lados:

—¡Anna! ¡Ya me han soltado esa mierda de vampiros de la Creadora! ¡Esos torturan como mi abuelita! ¡Ya podemos ir a freír a ese negrata cazavampiros y…!

Heinrich se quedó callado. Acababa de volver de la sala de tortura, en busca de su pupila Anna y se había topado con la Creadora. El vampiro tragó saliva.

—¡Mis más solemnes disculpas, mi Creadora! ¡Como perdón vuelvo a la sala de tortura a que me enseñen a mostrar eterno respeto! ¡Mi más sincera disculpa!

Y salió corriendo antes de que la Creadora dijese algo. La dama sólo miró a la niña y le dijo:

—Todo cambia y yo soy el poder del cambio. Ya lo ves. No pienses en tristeza, piensa en lo que eres y sé feliz.

La Creadora acarició el mentón de la niña que esbozó una sonrisa.

—Mejor, mucho mejor– opinó la Creadora antes de desaparecer.

“Blade, ¿por qué Blade?”, pensaba ahora la niña


Continuará…



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